Breve recorrido por la saga Star Wars (I): los personajes

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El inmortal trío formado por Luke Skywalker, la princesa Leia y Han SoloHace mucho mucho tiempo, no en una galaxia lejana sino en el planeta Tierra, una película de ciencia-ficción con el banal título (aunque estamos acostumbrados, hay que reconocer que tanto el original como el español son más bien infantiles) de Star Wars/La guerra de las galaxias se convertía en el más sorprendente éxito comercial, batiendo todos los registros de taquilla. Digo sorprendente porque el film iba a contracorriente de lo que se hacía en ese género en esos momentos: un cine serio, grave y adulto, cuyo pistoletazo de salida lo habían dado en la década anterior El planeta de los simios y 2001: una odisea del espacio (ambas de 1968) y que en esos años 70 ya contaba con títulos tan magníficos como Sucesos en la IV fase o Cuando el destino nos alcance, entre otros. La guerra de las galaxias era su reverso exacto: un film que en otro tiempo habría sido calificado como serie B, y al que caracterizaban la acción trepidante, la distensión y un sentido del espectáculo casi naif. Huelga decir que cambió el rumbo del género, y aunque éste siguió dando grandes obras de densidad adulta (por ejemplo, Blade Runner… que no olvidemos que en su momento constituyó un gran fracaso), el Hollywood del mainstream acabó prefiriendo, para ir configurando poco a poco eso que hoy llamamos blockbuster, la senda abierta por Lucas y por la que enseguida se internó Spielberg. En fin, la saga Star Wars ha estrenado hace muy poco su octavo capítulo, Rogue One, y aunque ya he comentado por extenso y en artículos individuales cada uno de los títulos que la componen, me dispongo a hacer una pequeña recapitulación de las dos trilogías controladas por su creador, George Lucas, a modo de breve recorrido dirigido tanto a quienes las conocen bien como para los que se han asomado poco a ellas, por el fastidio de tener que ver del tirón tantas películas para comprender la saga en su globalidad (me pasa a mí con los Harry Potter…) o porque no son santo de su devoción.

Divido el artículo en dos partes, la primera dedicada a glosar brevemente los principales personajes de la serie, y la segunda a repasar (de modo espero que sencillo pero orientador) los Episodios I a VI. Como ya he señalado más de una vez, la diferencia cualitativa entre las dos primeras trilogías —la forma de referirse a ellas puede resultar ambigua para quien no esté muy ducho en la saga por cuanto su orden cronológico es inverso al del estreno en cines— es enorme a favor de la original, de tal modo que a nadie puede extrañar que este recorrido inicial por los personajes se detenga, ante todo, en los nacidos en 1977. No en vano el mismo Lucas, en su segunda trilogía, recurrió cada vez que pudo al recuerdo de aquéllos, y los dos estrenos más recientes se amparan con comodidad bajo su muy confortable sombra.

Son múltiples las virtudes que ayudan a explicar la fascinación que producen las primeras películas de la saga (en especial las dos iniciales, La guerra de las galaxias y El Imperio contraataca, por cuanto la tercera, El retorno del Jedi no solo es indigna de las anteriores sino que parece empeñada en estropearlas). Pero una de las importantes radica en el mayúsculo interés de su galería de personajes. Y es que, después de haber consumido en mi vida tantas ficciones de género presuntamente originales y/o trepidantes, estoy convencido de que lo fundamental en toda aventura no son los argumentos sino el interés que despierten sus protagonistas, porque en caso contrario importa poco la cantidad de peligros que atraviesen (esto es algo que Steven Spielberg no entendió con su celebérrimo Indiana Jones, personaje vinculado por tantas razones a esta saga, a través de varios de los nombres implicados en ella).

Y hay que convenir en el rotundo acierto que supone el trío titular de la saga, esto es, Luke Skywalker, Han Solo o Leia Organa, comenzando por la sonoridad de sus nombres (en particular, Han Solo es un nombre que no se olvida fácilmente). Cada uno de ellos, además, responde a un arquetipo particular que se complementa a la perfección con los otros dos.

El rubio Mark Hamill como el noble Luke SkywalkerEn principio, Luke Skywalker es el vértice de la saga, en su condición de elegido para liderar ese derrocamiento del mal absoluto que es lo que cuenta Star Wars. Su presentación en la historia le reserva el papel del joven ingenuo pero valeroso que es presa de una profunda inquietud por escapar del escenario sin horizontes en que se ha desarrollado hasta ahora su vida (la granja de su tío Lars en ese rincón perdido de la galaxia que es el planeta Tatooine) y vivir aventuras como piloto espacial. Poco imagina que, en efecto, lo hará pero asumiendo un rol protagonista: el del primer caballero jedi que aparece en la galaxia desde que la práctica totalidad de ellos fuera exterminada tras un acontecimiento impreciso que su maestro Ben Kenobi llama las «guerras clon». Con expresión risueña, melena rubia y rostro angelical, Mark Hamill supo darle a Luke ese aire de colegial que quiere demostrarle a todo el mundo que ya es un adulto y que hace tan entrañable al personaje en su primera aparición: un idealista de tomo y lomo, radical en sus convicciones como todos los jóvenes idealistas, en quien Lucas personificó al campeón de nobleza inmaculada que toda saga necesita: su rey Arturo, su Frodo, su Peter Parker.

Harrison Ford como el gran Han SoloEn contraposición, Lucas situó a su lado a un aventurero de mayor edad, cínico y resabiado pero todavía no encallecido, que se mueve con desarmante ambigüedad a ambos lados de la delgada línea que separa la nobleza de la vileza, y al que parecen guiar solo dos motivaciones: el dinero… y la supervivencia. Harrison Ford supo darle a Han Solo ese aire de desarmante confianza en sí mismo que solo tienen los buscavidas en estado puro: los guionistas le añadieron un humor sardónico que, más que ingenioso (todo lo contrario: es más bien infantil) resulta contagiosamente vitalista.

Por otra parte, la definición del personaje no se entiende sin los dos inseparables atributos que son indisociables de él. Uno es ese felpudo gigante que responde al más bien impronunciable nombre de Chewbacca, y que juega el papel de compañero leal, al parecer sin mayor inquietud que seguirlo hasta el infierno si hace falta. El segundo atributo, por supuesto, es ese trasto de apariencia completamente amorfa y en el que todos los niños de la época soñamos con poder viajar alguna vez, el Halcón Milenario, la nave supuestamente más rápida de la galaxia —en El Imperio contraataca el trasto se «humaniza» y llega a convertirse en un personaje más, debido a su extrema vulnerabilidad: al continuo fallo de su sistema de salto a la velocidad de la luz—, cuyo vuelo, desgarbado pero de genial maniobrabilidad (¡cómo lo jaleé en su reaparición en El despertar de la Fuerza!), constituye en mi opinión la imagen visual más poderosa de toda la saga.

La mejor Leia, con túnica y rodelasPor último, la princesa Leia Organa tuvo el mérito inaudito de apartarse del cliché de las princesas en peligro. Para sorpresa de Han Solo, esa muchacha en apariencia desvalida que, como todas las princesas, creía que solo existe para ser rescatada por los varones, coge enseguida un arma láser y se dispone a liderar su propia operación de rescate. Más pizpireta que guapa, sin el carisma erótico de una reina de la aventura —de tal modo que prefiero a la Leia tapadita pero turgente y con las famosas rodelas en el pelo de La guerra de las galaxias que a la escuálida y con bikini sideral del inicio de El retorno del Jedi—, Carrie Fisher supo darle el ademán enérgico necesario para hacer creíble su papel de líder rebelde. No en vano, ella sola hace frente, sin amilanarse, a los dos villanos de la película, tanto Darth Vader —que incluso la tortura con un artefacto que hoy produce risa pero que nos puso los pelos de punta a los niños de 1977, con sus agujas y la promesa de todo tipo de dolor— como el siniestro Tarkin, gobernador de la Estrella de la Muerte.

Buena parte del atractivo de estos personajes radicaba en el inevitable planteamiento de un triángulo romántico entre ellos. ¿A quién elegirá la princesa —es la pregunta que uno se hace todo el rato—, al joven noble y apasionado o al aventurero algo más mayor que exuda virilidad por todos sus poros? La guerra de las galaxias deja en el aire, con inteligencia, esta cuestión. El Imperio contraataca la resolverá sin género de dudas: es Han Solo (los rubios sosos tienen poco que hacer frente a los morenos carismáticos, parece) quien rinde el corazón de la princesita. De hecho, una de las grandes expectativas que despierta el segundo capítulo no es ya la resolución del triángulo (puesto que Luke se separa demasiado pronto de ellos: deja de ser la competencia), sino del momento en que Leia rendirá las muy razonables defensas que ha interpuesto ante ese tipo del que, en el fondo, no está segura de que pueda fiarse.

No quiero ocultar que Hamill, Fisher y Ford, más que buenas interpretaciones, lo que prestaron es la más adecuada presencia a sus personajes: los dos primeros siguen siendo recordados únicamente por estos papeles, y el tercero se convirtió en una gran estrella pero, en mi opinión, nunca volvió a estar a la altura de su Han Solo, incluyendo su otro personaje famoso, el de Indiana Jones. Su mayor virtud, es la notable frescura y el sentido de la distensión que aportan a sus personajes, que sigue haciéndolos muy disfrutables. Quien primero perdió esas cualidades fue Mark Hamill, en buena medida de forma involuntaria debido a un accidente de tráfico que parece ser que se cebó con su rostro, que hubo que reparar considerablemente. Sin esa gentileza juvenil, Hamill desnudó ya en El Imperio contraataca sus cuantiosas limitaciones expresivas, si bien los profundos sufrimientos que ha de padecer (sobre todo, la famosa revelación de que el gran villano Vader es su padre) lo redimen un tanto e incluso justifican el decaimiento físico.

Los dos primeros capítulos, por tanto, presentan a tres personajes espléndidos y les hacen vivir una muy coherente evolución de un film a otro. Por desgracia, El retorno del Jedi parece empeñarse en destrozarlos. En primer lugar, por la famosa (e incomprensible, pues nada aporta a la saga) decisión de George Lucas de convertir a Luke y Leia en ¡hermanos gemelos! La falta de credibilidad debió de importar poco: entre otras cuestiones uno ha de preguntarse por qué Leia carece de cualquiera de las habilidades del hermano perdido, sobre todo cuando en diálogos previos los maduros jedis Kenobi y Yoda hablan de ella como una «última esperanza» en caso de que Luke fracase. Siempre me he preguntado si acaso lo que pretendió Lucas no fuera «justificar» por qué el teórico héroe de la función se dejaba birlar a la chica: que pensara que la única manera de no hacerle de menos era retirarlo de la competición mediante la radical decisión de que el amor entre ambos nunca fue posible. Ahora bien, lo que no puede borrar, ni siquiera digitalmente (su gran «especialidad»), son las miradas que Luke le echa a Leia en el primer capítulo y el beso nada fraternal que ésta le da en el segundo para darle celos a Han: recordando lejanamente el grotesco caso español del doblaje censurado de Mogambo, Lucas acaba impregnando a sus dos personajes, retrospectivamente, de un halo de ¡incesto! Ahora bien, por desgracia, el mayor perjudicado de El retorno es el mismo Solo, a quien el largo encierro en su prisión de carbono no parece haberle sentado bien: fastidia mucho la inesperada blandura que se endosa a Han, arrebatándole su encanto cínico, y todo ello por haber descubierto las bondades del amor y del idealismo…

Así aprendimos todos a temer a Darth Vader en La guerra de las galaxiasEn el cine y la literatura de género, siempre se ha dicho que la altura de un héroe se traduce por la de sus enemigos. En el caso de la primera trilogía, ese papel le cupo a Darth Vader, el llamado Señor del Sith (los niños de Star Wars nunca supimos, ni nos importó, qué rayos significaba ese título ni a qué daba derecho: sonaba bien y punto). Los diseñadores de vestuario le otorgaron una armadura negra más bien disforme pero enormemente sugestiva, con ese casco con reminiscencias nazis, las estrías de la armadura (que le dan un vago aire reptilesco), la enorme altura y el detalle genial del ruido que hace al respirar, y que hace que todos dudemos entre si lo que porta no solo es una armadura sino un soporte vital… o si es algún tipo de ser mecánico. Algunos astutos planos de El Imperio contraataca añadirían jugosos (y también imprecisos) datos: el cráneo del hombre que se esconde bajo el casco negro revela profundas cicatrices. La voz resonante de James Earl Jones (o de Constantino Romero, en el doblaje español) añadiría la personalidad humana al conjunto.

En La guerra de las galaxias, Vader aparece subordinado al personaje de Tarkin (estupenda creación del recientemente «resucitado» —por los efectos digitales— Peter Cushing), lo cual es un acierto por parte de Lucas que remarca que su espacio natural son las sombras, de entre las cuales surge para resultar más letal (su búsqueda de Ben Kenobi por toda la Estrella de la Muerte y su duelo a muerte final; su participación en la batalla final, que paradójicamente lo salvará de compartir el destino de la fortaleza espacial). En el segundo capítulo, ya líder indiscutible de las fuerzas imperiales, solo por debajo del emperador en rango, sería cuando alcanzaría su condición de símbolo del mal absoluto, y todas sus apariciones son memorables (su forma de despachar generales incompetentes estrangulándolos a distancia, que sigue siendo un hito en la memoria «gamberra» de los chavales de la época; su inolvidable duelo a espada láser con Luke, que concluye con la famosa afirmación, hoy pasto de bromas pero en su momento impactante: «Yo soy tu padre»). Es triste, por ello, que en El retorno del Jedi, Lucas se empeñara en rebajarlo a la condición de tipo redimible… por su amor paternal (¡el hombre que no dudó en seccionar la mano de su hijo y dejar que se perdiera en el vacío de la Ciudad de las Nubes no soporta verlo hostigado por los rayitos de su amo el emperador!).

El gran Alec Guinness como el anciano Ben KenobiOtra de las virtudes de La guerra de las galaxias es el peso que se consigue dar a ese pasado que diríase remotísimo, y del que constituyen dos reliquias el mismo Vader y su contrapartida positiva: Obi Wan Kenobi, el antiguo maestro de aquél, el último caballero jedi, que lleva años desaparecido del mundo y enterrado en el recóndito Tatooine, de tal modo que incluso ha perdido su nombre y ahora todos lo conocen como Ben. El gran Alec Guinness rinde una interpretación memorable, equilibrando bien el inevitable paternalismo que inspira en Luke y los pequeños destellos que revelan al guerrero indomable que todavía hay en él. Es un acierto del guion que Kenobi muera (en el esperado duelo a espada láser con Vader, si bien de tal modo que deja a su enemigo, y a nosotros, con la duda de lo que ha pasado) antes de que haya habido el reposo suficiente para que comience el verdadero adiestramiento de Luke: su pérdida nos duele tanto como al muchacho. Por desgracia, el personaje que lo sustituyó como maestro de Luke, Yoda, nunca me pareció ni creíble ni soportable, con ese rosario de frasecitas new age presuntamente trascendentes y el abuso de pintoresquismo con el evidente propósito de crear un cult character (el trastocamiento del orden lógico de sus frases, por ejemplo).

La imagen promocional más característica de C3PO y R2 D2Los verdaderos personajes de culto de la primera trilogía son, y ya con toda la razón, la genial pareja de robots formada por C3PO y R2 D2, a los que Lucas dio en el Episodio IV el fundamental papel de ser los conductores iniciales de la madeja que irá uniendo a los principales personajes de la trama. El alto y reluciente androide de protocolo, untuoso, quejica, siempre trémulo (él diría «prudente») y no en exceso inteligente (y al que siempre asociaremos a la voz resonantemente metálica del genial Miguel Ángel Valdivieso, también doblador de Jerry Lewis o Woody Allen). El robotijo entrañablemente achaparrado que es el reverso especular del anterior (intrépido, inteligente, pródigo en iniciativas) y que, en otro rasgo genial, habla una jerga que solo entiende (al principio al menos) su compañero. Quienes conocimos la saga sorteando con ellos el fuego cruzado de la batalla entre rebeldes e imperiales (sin que les acierte milagrosamente ni un rayo láser: es la primera carcajada que despierta la saga), quienes hemos crecido con ellos, la verdad, no hemos amado tanto a ninguna otra pareja del cine: ni a Bogart y Bacall, ni siquiera a Grant y Hepburn.

Aunque se añaden otros (por ejemplo, el de Lando Calrissian, el aventurero en cuya Ciudad de las Nubes los protagonistas sufren la más dolorosa de sus derrotas), los anteriores conforman el imprescindible dramatis personae que sustenta la primera trilogía y que, en las nuevas entregas, siguen siendo fundamentales, sin que —al menos, hasta que los propuestos en El despertar de la Fuerza se desarrollen— les hayan hecho sombra ningunos otros. ¿Qué mejor muestra de la mediocridad de la segunda trilogía, los Episodios I a III, que el hecho de que no haya dejado ningún personaje recordable, empezando por el muchacho que acabará convirtiéndose en Darth Vader o la princesa que será la madre de Luke y Leia?

Inocuos Natalie Portman y Hayden Christensen como Amidala y AnakinEl teórico interés de estos episodios radica, ante todo, en asistir a la trágica evolución de ese jedi, inicialmente noble y prometedor de días de gloria para la orden, que se llama Anakin Skywalker en el tenebroso Darth Vader. Por desgracia, Anakin nunca alcanzará la fuerza majestuosa que debía magnificarlo. Si el niño del Episodio I es un querubín bastante latoso, el joven de los otros dos carece de la necesaria consistencia dramática, y no es solo culpa del soso actor al que Lucas eligió para tan fundamental papel, ese Hayden Christensen que diríase que fue elegido por tener cierto parecido con su «hijo», Mark Hamill, y del que nada más se ha sabido. Aunque a lo largo de la trilogía mejora, Hayden no es capaz de encarnar el triste fatalismo de raíces románticas (en el genuino sentido germánico del término) que embarga al personaje, de transmitir esa refulgente pasión que resulta tan fatal a un jedi —sinónimo de guerrero equilibrado— porque lo arrastrará un pozo negro. A Hayden le correspondía la difícil labor de sugerir que ese pozo ya se agita dentro de él incluso cuando todavía es un gentil aprendiz de jedi… y no lo consigue nunca.

Recuérdese que el motor de la transformación es el profundo miedo que el joven guerrero sentirá por perder a su amada. Pero es que la reina o senadora Amidala nunca llega a parecer capaz de inspirar una pasión tan mortífera como para que del temor a perderla pueda nacer un ser tan terrible como Vader. La actriz Natalie Portman compite en sosería con Christensen —no existe el menor feeling romántico entre ellos, por muchas cascadas paradisiacas frente a las cuales Lucas se empeñe en situar sus escenas de amor—, pero su interpretación es aún peor, porque denota a la diva joven que se siente segura de su ascenso y quiere convertir cada gesto (y la gestualidad de Portman, esto ya es muy personal, es poco soportable) en la demostración de la gran actriz que hay debajo de tan frágil físico.

Ewan McGregor, solo en el físico recuerda a Alec Guinness como Obi WanAhora bien, el otro personaje en importancia junto a la pareja de jóvenes amantes es el joven Obi-Wan Kenobi. Lucas eligió para encarnarlo al inglés Ewan McGregor (físicamente, no es difícil creer que se vaya a convertir en el anciano Alec Guinness), cuya interpretación, aun eficiente, tiene el inconveniente de resultar demasiado distante. Teniendo en cuenta que al personaje le está reservado el triste papel de ver a su amado discípulo convertido en lo que más teme, sin que pueda evitarlo, la falta de entrega (o la incapacidad para transmitir la necesaria visceralidad) de McGregor resulta un lastre irremediable: tampoco él sabe sugerir ese halo de tragedia que debía haber impregnado a los personajes principales del drama.

En cuanto a los secundarios propuestos por la nueva trilogía, lo mejor es correr un tupido velo. La amenaza fantasma concede un papel protagonista al maestro jedi del joven Obi-Wan, que responde al también improbable nombre oriental de Qui-Gon Jinn, interpretado por Liam Neeson con gesto severo, sin que nadie se tome la menor molestia para otorgarle alguna densidad, de tal modo que su muerte, como es natural, no deja ninguna huella: ¿alguien lo echa en falta en el resto de la trilogía? En el mismo capítulo, Lucas «crea» un personaje supuestamente cómico que, con toda la razón del mundo, se convirtió de inmediato en el más odiado por todos los seguidores de la saga, un engendro digital llamado Jar-Jar Binks, que se expresa con una jerga todavía más cargante que la de Yoda, y del que, con razonable prudencia, prescindió en los siguientes títulos.

Lo más irritante de la galería de secundarios es que, con notable incongruencia, Lucas hace reaparecer a los dos robots C3PO y R2 D2, en un estéril guiño a los amantes de la primera trilogía que solo revela impotencia para crear secundarios de su talla. Ahora bien, lo peor es el cúmulo de incongruencias que provoca su presencia en la saga: por mucho que a C3PO le borren la memoria en el final de la trilogía, acaba conociendo a numerosos personajes que luego, en La guerra de las galaxias, parecerán haber olvidado también su existencia, empezando por el mismo Obi-Wan. Por lo demás, el momento más involuntariamente hilarante de la trilogía tiene como protagonista a R2 en La amenaza fantasma cuando, después de salvarle la vida a la reina Amidala, ésta, sin tener en cuenta que es un ser mecánico que cumple con una programación, le da las gracias como si estuviera frente a un gentil caballero andante: a eso se le llama ser una reina nada clasista.

La cofradía de los caballeros jedi, nutrida como es natural en esta saga que concluye con su exterminio, está liderada por un Yoda ahora mucho más activo (lo siento, pero en mi caso sus nuevas habilidades para la lucha solo consiguen despertarme la carcajada) y tan Pepito Grillo como siempre, y por otro guerrero de expresión perpetuamente hosca —¡qué poco sentido del humor parecen tener los jedis de esta trilogía, olvidando la sutilidad del personaje de Ben Kenobi, magníficamente traducida por el gran Alec Guinness!— llamado Mace Windu, que desaprovecha por completo al gran Samuel L. Jackson en un papel que, por importante que se nos diga que es, parece un mero figurante de relumbrón.

Sin maquillaje, Ian McDiarmid ni es emperador ni náSi hablaba líneas arriba de la regla que obliga a igualar la altura de los héroes con la de sus enemigos, la insustancialidad de los villanos de la nueva trilogía es un triste símbolo de la poca significación de aquéllos. Ian McDiarmid había encarnado, en El retorno del Jedi, al Emperador (si bien con el rostro adornado por tremendas deformaciones, como espejo de su retorcido interior) y Lucas le encomendó de nuevo el papel. Pues bien, McDiarmid resulta ser un actor gris y sin personalidad que no está a la altura del reto, pues carece de la menor aura maléfica, hasta tal punto que una vez más es necesario (en el final de La venganza de los Sith) cubrirlo de maquillaje para que parezca malo de verdad. El gran Christopher Lee, reclamado en el segundo capítulo para encarnar al conde Dooku, el lugarteniente de ese malvado que todavía está en sombras, sí está a la altura debida, de tal modo que cada vez que aparece en escena la saga se anima. Ahora bien, quizá porque Lucas advirtiera que McDiarmid iba a quedar eclipsado cuando se revelara como el Emperador, lo elimina, de modo precipitado, incluso chapucero, en el inicio del tercer film. Entre el resto de villanos, La amenaza fantasma se pasa todo el metraje dejando entrever a un guerrero de terrorífica apariencia, Darth Maul, que parece augurar grandes momentos, y que sin embargo es despachado en la secuencia final sin tiempo para hacer realidad todo lo que prometía.

El Halcón Milenario, la joya de la galaxia

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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7 respuestas a Breve recorrido por la saga Star Wars (I): los personajes

  1. altaica dijo:

    Será porque jamás me interesó lo más mínimo toda esta saga de peliculillas de espadas luminosas, princesas, rubios, muñecos peludos, robot alelados y un malo vestido de negro y su escuadrón de soldados vestidos de blanco. ¿Y los personajes ? Para un servidor poco o nada hay que rascar en ellos, salvo su evidente, infantil y manido dibujo. Y es que esta película y su saga nunca fueron santo de mi devoción. Si ya hablamos de la otra famosa «epidemia» de Star Trek, pues apaga y vámonos. Lo sé, sois legión a los que les fascina esta dinastía y sinceramente me gustaría ser como vosotros, pues me temo que esa parte de niño la he perdido en demasía. Un abrazo.

    • Es evidente que le tengo un enorme cariño a esta saga, precisamente porque era un niño cuando me abrumó, desde la pantalla grande, el sentido de la maravilla que desprendía. A esa edad en que, por suerte o por desgracia, carecemos de sentido crítico mientras nos obsequien con personajes curiosos, criaturas raras y una buena dosis de emoción, mi padre me llevó a ver (y varias veces) «La guerra de las galaxias», y volví a casa repitiendo como un conjuro todos esos nombrecitos para, acto seguido, ponerme a escribir lo que había visto. Cuando no existía el merchandising, mis amigos y yo, con la ayuda de unos click de famobil y plastilina, nos fabricábamos nuestros heróes estelares. Después de «El Imperio contraataca» incluso escribí una novela con la tercera parte (que era una copia descarada de la que acababa de ver, claro), etc.

      Eso sí, hace tiempo que estoy curado de mitomanías, y si la revisión adulta de estas películas me hubiera revelado que no hay por donde cogerlas, las habría guardado en ese baúl de los recuerdos del que he perdido la llave, allí donde guardo a Terence Hill y Bud Spencer, las películas de kárate o las series de mi niñez «Los ángeles de Charlie» o «Dallas». Reconozco que a quien no se haya sentido atraído nunca por estas aventuras no va a entrar en ellas a estas alturas. En cualquier caso, precisamente por el cariño que les tengo a sus mejores capítulos es por lo que me irrita tanto la evolución que tuvo la saga, y que es completamente achacable a ese hombre que un día decidió cambiar el cine por los negocios, George Lucas. Al menos nos dio «La guerra de las galaxias» y «El Imperio contraataca».

      En fin, seguro que nos queda mucho historia del cine donde encontrarnos. No te digo que la Fuerza te acompañe pero sí te mando un abrazo 🙂 .

  2. Renaissance dijo:

    No tengo mucho que decir de la primera trilogía…Bueno, si: que con Primera me refiero a La guerra de las galaxias como tal, a la que decidí venirme después de ver las precuelas. Es verdad que ahora El retorno del Jedi es la que más ha perdido con el tiempo, entre la inclusión de los ewoks y la decisión de convertir a Luke y Leía en hermanos: por mucho que se farolee Lucas, no nos convence. Se lo saco de la manga y se nota, su saga no estaba tan milimetrada como quería hacernos creer y las varias remasterizaciones lo confirman.
    Apenas puedo decir mucho de la trilogía precuela, salvo que no llegué a ver la venganza de los Sith porque me pareció un desfile de efectos digitales que ahora no aguantan el tirón y sobre todo, de personajes pavisosos con los que no tengo empatía. Anakin no parece tener un lado oscuro, si o ser un pobre diablo al que las circunstancias lo empujan a ser un Sith, la química con Amidala es inexistente y mejor no opinamos de Jar Jar porque al efecto especial le deben pitar ya las orejas.
    Bastante mejor resultado acabó dando El despertar de la fuerza, aunque siempre he tenido un temor con ella: me gustó, me divirtió tanto como La guerra de las galaxias de niña pero es evidente que no deja de ser un reboot. Y que probablemente sus Rey y Kylo tengan detrás un desnudo estudio de mercado sobre lo que nos gustaba al público.

  3. Pacote dijo:

    La frase «Tú eres mi hijo» nunca se la dijo Vader a Luke.

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