Cuentos de cine sobre los hermanos Grimm

Cartel hispano de El maravilloso mundo de los hermanos GrimmUna demostración evidente de que no debí superar nunca la inconsciente felicidad de la infancia es que no he dejado de venerar los cuentos de hadas. Fueron mis primeras lecturas —incluso en tebeo: recuerdo vagamente ediciones en pasta dura de El gato con botas o La bella durmiente que releía una y otra vez— y sin duda estarán entre las últimas. A uno de sus grandes autores, Hans Christian Andersen, lo tengo, y no es boutade, por uno de los mejores narradores de todos los tiempos. Me fascina en especial constatar cómo cambian las versiones de un mismo cuento a través de la historia. Por ejemplo, leer La bella durmiente en su primera versión en el Pentamerón (una recopilación italiana del siglo XVII), en Perrault y en los siempre mucho más sobrios hermanos Grimm resulta una experiencia apasionante: he aquí que, en el primero de estos libros, el príncipe encantador, antes de despertarla, la posee sexualmente y el resultado es un alumbramiento de gemelos (con razón el género ha merecido siempre el interés de las mentes perversas…). Mi devoción por los cuentos de hadas se extiende a la persona de quienes los escribieron: de Andersen, ya lo he dicho, y de los dos fraternales escritores que abordo en este artículo, Jacob y Wilhelm, los hermanos Grimm, seguramente los principales responsables de la popularización de los cuentos tradicionales como parte fundamental de ese mito burgués que es el de la infancia feliz. En concreto, voy a hablar de los dos muy diferentes acercamientos que ha hecho Hollywood a sus figuras, ambos abiertamente fabulescos pero muy diferentes entre sí, ninguno plenamente logrado pero los dos dotados de gran interés, sobre todo por su empeño de despertar una simpatía natural hacia estos dos hermanos de los que es difícil que haya alguien que no les deba algún momento, directo o indirecto, de felicidad.

Apenas voy a detenerme en la historia real de los dos Grimm: ello merecería un artículo aparte. Pero sí deben establecerse algunos datos básicos para mejor saborear las películas que los abordan. En realidad, los hermanos Grimm fueron seis, de los cuales dejaron huella el menos tres: el tercero, Ludwig, fue un pintor y dibujante también célebre, que por ejemplo ilustraría alguna edición de los cuentos de aquellos. Jacob (1785-1863) fue el mayor. Fue un erudito en toda la extensión de la palabra, con un vasto campo de intereses, pero es en la lingüística donde realizó sus obras principales. Wilhelm (1786-1859), en cambio, se interesó ante todo por la literatura. Los dos, eso sí, compartieron la misma devoción por el legado cultural que, para ellos, y de acuerdo con esa preocupación tan propia del primer Romanticismo (el nacido en Alemania) al que ambos pertenecieron, es la piedra miliar de la identidad de los pueblos.

LWilhelm y Jacob, por siempre los hermanos Grimmas películas, y el mito, no inventan en absoluto la profunda unión que hubo entre los dos hermanos. Jacob nunca se casó, pero vivió en el hogar de Wilhelm, que tuvo mujer y varios hijos. El devenir escolar y profesional de ambos fue similar. Los dos estudiaron Derecho. Los dos trabajaron largos años en la biblioteca de Kassel, el pequeño estado alemán donde habían crecido, Jacob como segundo bibliotecario y Wilhelm como secretario. Los dos dejaron este puesto para dar clase en la importante universidad de Gotinga. Los dos vivieron el agitado periodo de las revoluciones liberales que sucedieron a la aparente calma surgida tras el fin del periodo napoleónico, que en su tierra además se revistió de importantes cuestiones nacionalistas, y se comprometieron tanto con la causa de la democracia como con la defensa de la unidad de todos los estados germanos, lo que les costó su puesto en Gotinga. Ambos fueron reclamados finalmente por la universidad de Berlín y recibieron el encargo de realizar un Diccionario alemán que se convertiría en obra fundamental para sellar la norma de esta lengua.

Los cuentos nacieron de su común inquietud por esa preservación del legado cultural alemán, si bien su propia investigación dejó claro bien pronto que la mayor parte de ellos formaban parte de un acervo común a toda Europa (lo deja bien claro esa triple versión —italiana, francesa y, en último lugar, alemana— de La bella durmiente). Los recopilaron a partir de fuentes orales que consignaron con el escrúpulo propio del erudito. La mayor parte de estos relatores pertenecían a su círculo de amistades. Dicho de otro modo, no los encontraron, con contadas excepciones, entre incultos representantes del pueblo que hacen las veces de «depósito eterno de la cultura» —como se nos cuenta en El maravilloso mundo de los hermanos Grimm, la primera de las dos películas que voy a tratar—, si bien es evidente que esos burgueses que pusieron a su disposición todos los cuentos que conocían los habían recibido a su vez de criados, niñeras y sirvientes, estos sí de raigambre popular.

LLa edicion original sin censurar de los cuentos de los hermanos Grimma primera edición, que titularon Cuentos de niños y del hogar, es de 1812 y estaba integrada por 86 cuentos. Fue sucedida por unas cuantas más —la segunda, de 1825, compuesta por tan solo cincuenta a modo de selección, es la que verdaderamente les daría la fama— hasta la definitiva de 1857, cuyo canon fijó el número en 211 cuentos. Aunque siempre llevó la firma en común de Jacob y Wilhelm, solo fue en la primera donde ambos se implicaron por igual. Esto se debió a que para el primero la recopilación fue ante todo un trabajo científico, que colmaba el interés como folklorista de Jacob. Sería Wilhelm, más interesado por la elaboración literaria, el que acabaría rehaciendo esos primeros cuentos, mejorando el estilo, añadiendo detalles, cuidando las incoherencias de la apresurada consignación inicial e incluso barnizando sus contenidos a la medida del público burgués que enseguida convirtió la obra en su favorita. Una reciente y magnífica publicación en nuestro país de la edición de 1812 (inédita hasta entonces en español), bajo traducción y estudio de Helena Cortés Gabaudan, permite rescatar esas diferencias descubriéndonos, por ejemplo, que las malvadas madrastras de Cenicienta y Blancanieves eran originalmente sus propias madres, algo especialmente malsano en el segundo caso por la competición de belleza que sostiene la trama. Una vez más, perversiones bajo la máscara de un inocente cuento de hadas.

Cuando en 1962 Hollywood llevó al cine la vida de los dos hermanos, no era la primera vez que la Meca del Cine abordaba la biografía de algún contador de cuentos. Existía al menos El fabuloso Andersen (1952), que había relatado el acceso a la gloria del inmortal escritor danés con considerable edulcoramiento y mínima conexión con la realidad, para mayor fastidio subordinando el personaje a la comicidad de su intérprete, el olvidado Danny Kaye. Ahora bien, aun floja, no puedo sino guardar un recuerdo entrañable de esta película pues seguramente fuera la primera «vida ilustrada» de un escritor real a la que accediera. La canción Wonderful Copenhagen, del mismo modo, sigue estando entre mis tonadas favoritas del cine.

El maravilloso mundo de los hermanos Grimm (1962) fue un proyecto mucho más ambicioso, y no por las figuras biografiadas sino por las características de la producción. Se trató de la segunda y última película de ficción filmada en el ostentoso formato del Cinerama, seguramente el más espectacular intento de Hollywood por atraer a esas masas de espectadores perdidos en beneficio de la televisión, como antes habían sido el CinemaScope o las tres dimensiones. El Cinerama era un formato de considerable anchura (2.59:1) —por comparar, el formato más ancho generalizado en la actualidad suele ser de 2.35:1— que se conseguía al ser proyectado en tres partes unidas por tres cámaras diferentes (con las cuales también se había hecho la filmación) sobre una pantalla curva. Había sido creado en torno a 1956 e inicialmente se utilizó casi como reclamo de feria, mediante productos documentales con objeto de impresionar con el tamaño y la imagen envolvente al espectador (y dejar en menos, claro, el diminuto resultado que se obtenía en el televisor doméstico).

Wilhem y Jacob Grimm, o sea, Laurence Harvey y Karl Boehm

Los responsables de la Metro Goldwyn Mayer, el estudio que siempre se consideró el más importante de Hollywood, decidió dar el paso adelante y producir, el mismo año de 1962, dos películas de ficción, la que nos ocupa y la mucho más célebre La conquista del Oeste. Pese al éxito obtenido, sobre todo por la segunda, el enorme coste de los rodajes y la necesidad de salas especiales acabaron descartando nuevos proyectos. El western, único caso que conozco, sería repuesto después en la pantalla plana y comercializado en formato doméstico y en televisiones, siempre con el inconveniente de que la unión entre las tres partes de la imagen era demasiado evidente (en los tiempos del video, además, para ajustarse al canónico 4:3 de los televisores de otrora —¿hemos olvidado ya que una vez justificaron su apodo de «pequeña pantalla»?—, las ediciones mutilaban la anchura original). En el caso de El maravilloso mundo de los hermanos Grimm, sin embargo, he podido acceder a una versión restaurada que disimula mejor esas líneas, si bien presenta otro inconveniente, derivado del paso de una imagen curva a otra plana: las líneas rectas (por ejemplo, las calles o las fachadas de casas) se alabean de modo evidente.

La Metro confió el proyecto al húngaro George Pal, un hombre especializado en el cine fantástico familiar. Pal se había labrado inicialmente un nombre en el campo de la animación mediante stop-motion, después se pasó a la producción (a él se debe, por ejemplo, esa genial combinación de melodrama pasional y aventura en la jungla que es Cuando ruge la marabunta, de 1954) y por estos años había iniciado una nueva etapa como director (dos años antes había realizado su obra maestra, la inolvidable El tiempo en sus manos, según la novela de H. G. Wells).

Laurence Harvey y las marionetas de George PalPal se contentó con la producción y la realización de los tres sketches que habían de ilustrar varios de los cuentos de los biografiados. Para la trama, digamos, «convencional», fue elegido un modesto artesano, Henry Levin, en cuya carrera se encuentra más de un film muy estimable, como su excelente versión de Viaje al centro de la Tierra, de 1959, por no salirnos del género. Debe señalarse que no hay desequilibrio entre las dos partes. Ciertamente los segmentos destacan (aunque no al mismo nivel) pero la parte del film orquestado en torno a los Grimm es, realmente, la que le otorga el interés: de no ser así, y teniendo en cuenta la larga duración del film, este se habría hecho muy pesado.

El muy sencillo planteamiento de la película aborda a Jacob y Wilhelm (no se hace la menor mención de otro hermanos ni hace falta) cuando son dos modestos eruditos ocupados en la redacción de una historia familiar al servicio de su empleador, el duque de Kassel. Viven con humildad en una casa cedida por este, quien, ante el retraso con que están redactando la obra, les amenaza constantemente con el desahucio. Y no es para menos, ya que desde el primer momento se muestra a Wilhelm enfrascado constantemente en la compilación de los cuentos (pagando de buena gana con las pocas monedas de que dispone a la gente humilde que los atesora en su memoria) y en su posterior elaboración. Jacob hace las veces del Grimm serio y responsable, que intenta encauzar a su soñador hermano sobre todo por sus deberes familiares: Wilhelm está casado y con dos hijos.

Laurence Harvey y Karl Boehm, o sea, Wilhelm y Jacob GrimmEl contraste entre personajes es sencillo, incluso simple. Como buen soñador, Wilhelm es un hombre simpático y con facilidad para conectar con la gente, no digamos ya con los niños; en cambio, Jacob es serio y tímido, sobre todo con las mujeres. (Hay un subargumento muy propio de Hollywood acerca del modo en que es «encarrilado» hacia la joven que será la esposa que todo hombre necesita, si bien en la vida real Jacob fue un notorio solterón). Es curioso que ambos papeles fueran reservados a dos actores con fama de secos, cuando no de sosos, por mucho que esto sea injusto: es triste que siempre el histrionismo haya pasado por método riguroso de interpretación y la sobriedad haya sido denunciada muchas veces como falta de expresividad. Se trata del inglés Laurence Harvey (en uno de sus roles más desinhibidos, lo que demuestra que era un actor con más registros de lo que siempre se dijo) y del alemán Karlheinz Böhm, que en sus cometidos en el cine anglosajón se acreditó como Karl Boehm y del que se puede decir lo mismo que sobre el primero (pasó de ser el impecable emperador Francisco José de la saga de Sissi con Romy Schneider a componer el memorable psicópata de El fotógrafo del pánico). Ambos consiguen lo que se les pedía: ganarse la complicidad con el espectador que se exige de dos figuras inmortalizadas como escritores entrañables.

En cuanto a los tres segmentos, que combinan a los actores reales con elementos de animación muy propios de Pal, ilustran tres cuentos de entre los menos conocidos del corpus. El primero, La princesa bailarina, protagonizado por Russ Tamblyn y de carácter por tanto acrobático y musical, es el mejor, incluso una pequeña obra maestra. El segundo, El zapatero y los elfos, tiene al propio Harvey encarnando al anciano artesano a quien estos seres agradecen su bondad natural fabricando en una sola noche todos los encargos que debía tener completos al día siguiente y que él daba ya por imposible. Es sentimental en su sentido más bello (transcurre en Navidad) y en él Pal se dio un homenaje a sí mismo en la animación de los elfos. El tercero, Los huesos cantores, es el peor, por la comicidad más bien burda que lo recorre (los protagonistas son los cómicos Terry-Thomas y Buddy Hackett), pero la animación del dragón al que se enfrentan los antedichos y los estupendos decorados de su caverna lo hacen cuando menos estimable.

Un ejemplo del trabajo de George Pal en los sketches sobre cuentos de los Grimm. Foto de IMDb.

El maravilloso mundo de los hermanos Grimm pertenece a un género que siempre nos resultará agradecido: el formado por aquellas películas que vimos y amamos a corta edad y que por eso siempre contarán con el irremediable atractivo de la nostalgia. Pero es que además se sigue en todo momento con agrado. En primer lugar, por la belleza de sus genuinos escenarios (y decorados) alemanes. Pero sobre todo porque la sencilla humanidad doméstica con que retrata a sus personajes centrales resulta muy contagiosa; como suele pasar en estos casos, estimula nuestra nostalgia por una vida distinta a la que hemos llevado. ¿Quién no compartirá su reivindicación de los sueños para niños, magníficamente expresada por la secuencia en que el muy enfermo Wilhelm, al borde de la muerte, encuentra razones para vivir al aparecérsele todas esas criatura —Cenicienta, Pulgarcito, el Enano Saltarín…— que todavía no tienen nombre pues él y Jacob aún no han publicado las historias que les darán existencia real?

Cartel espanol de El secreto de los hermanos GrimmMás de cuarenta años después los fraternales cuentistas resucitarían en una película muy diferente a la anterior, El secreto de los hermanos Grimm (2005), que es quintaesencia, para bien y para mal, de ese particular cineasta que ha sido el ex Monty Python Terry Gilliam, una de las personalidades más interesantes del cine fantástico moderno pero también de las más irritantes, hasta el punto de que parece haber finalizado su carrera (tiene más de ochenta años y hace seis que no aporta ningún nuevo trabajo) sin habernos dado esa obra de referencia que siempre prometió. La vez que más cerca se ha quedado, para mí, es Brazil (1985), aunque raro es un trabajo suyo que no ofrezca, cuando menos, destellos de esas capacidades que guardaba en su interior: por ejemplo, algunos de los segmentos de Los héroes del tiempo (1981).

El argumento, en apariencia disparado, me parece irresistible, incluido su abandono de cualquier ortodoxia de lo verosímil en su acercamiento a los personajes retratados. Los hermanos Grimm son un par de buscavidas que viven precisamente de explotar el folklore y las supersticiones de sus compatriotas: con la ayuda de una rudimentaria y aparatosa parafernalia técnica y de dos cómplices que dan vida a brujas, ogros y demás trasgos, recorren pequeñas ciudades en las que se presentan como «cazafantasmas» para vencer a las sobrenaturales entidades que de pronto están perturbando su tranquila existencia. El contexto lo justifica de modo muy oportuno: estamos en 1807, con los territorios alemanes sometidos a la rapiña de los soldados de Napoleón y los tiempos inciertos estimulan la picaresca. Hay que sobrevivir como sea…

Heath Ledger y Matt Damon como Jacob y Wilhelm GrimmEn esta ocasión, Wilhelm encarna el pragmatismo cínico del descreído que aprovecha las debilidades de los demás para medrar a costa de ellas. Jacob, en cambio, es ahora el soñador enamorado de esas fábulas que tanto pervierten, las cuales recopila amorosamente en un pequeño manuscrito que todos adivinamos que acabará siendo el germen de la colección de cuentos del dúo. Como es norma en el mainstream, los papeles son confiados a actores de moda, se ajusten o no a los roles centrales, con el consiguiente resultado dispar. Matt Damon sí hace una estimable creación de Wilhelm, mas el malogrado Heath Ledger está insoportable en su numerito a lo Marlon Brando. Hablando del reparto, destaca la británica Lena Headey, antes de hacerse tan famosa por su papel en Juego de tronos, encarnando un personaje estupendo, el de la indómita cazadora que ayuda a los hermanos Grimm en su aventura, mostrándose además muy bella a partir de su mugrienta caracterización.

Tras una primera actuación en la que todo sale como están acostumbrados, los hermanos serán reclutados a la fuerza por un general francés (el gran Jonathan Pryce, precisamente el protagonista de Brazil) que los envía a una pequeña aldea de Turingia al borde de un frondoso bosque en el que están desapareciendo niñas. El general sospecha que dichas desapariciones forman parte de una conspiración local que intenta aprovechar la misma simplonería aldeana de la que viven los Grimm para levantar al pueblo contra sus invasores por lo que, bien conocedor de su verdadera condición, quiere utilizarlos para desenmascarar a esos otros supuestos farsantes. Ahora bien, una vez allí descubren que, por una vez, se hallan de verdad ante un suceso mágico: una decrépita bruja (Monica Bellucci), que vive en la enorme torre sin puertas que se alza en el corazón del bosque, está raptando a las niñas para restaurar su belleza y mocedad mediante el conjuro adecuado, pues el hechizo que le otorgó la inmortalidad no fue acompañado del don de la eterna juventud y yace, impotente, en su lecho dejándose consumir literalmente por el tiempo (por tanto, es una ingeniosa variante del mito del troyano Titono).

Monica Bellucci como la bruja de El secreto de los hermanos GrimmEs un planteamiento singular y muy atractivo, puesto que juega muy bien tanto con la condición de «especialistas» de los protagonistas como con el propio conocimiento de los espectadores. Así, dentro de la historia se conjugan elementos de los relatos y personajes más populares sobre niños en peligro, de Caperucita Roja a Pulgarcito, y la malvada bruja asume rasgos de Rapunzel (con sus larguísimos cabellos colgando desde la alta ventana de su torre), pero sobre todo de la madrastra de Blancanieves (como esta, la hechicera anhela seguir siendo la más bella del lugar y cuenta para ello con un espejo mágico que le devuelve siempre su rostro rebosante de juventud aunque en realidad siga siendo un monstruo arrugado y maléfico).

Ahora bien, es de lamentar el esquizofrénico talante con que Gilliam abordaba sus planteamientos. Como si temiera no ser considerado suficientemente serio —o considerara necesario mantener la imagen sarcástica de sus tiempos en los Monty Python—, se empeñaba en adoptar una condescendiente superioridad sobre los elementos de su propia narración, interponiendo un sentido del humor grotesco que conseguía únicamente debilitar la credibilidad de la propuesta. Y esto también sucede en El secreto de los hermanos Grimm. En primer lugar, me parece una tontería la americanización de los personajes: en ademanes, en comportamiento o en la estupidez de llamarse mediante diminutivos anglosajones (Jake y Will). En segundo, los personajes, fundamentales por otro lado en el desarrollo argumental, del general y de su sicario (un italiano amante de las torturas aparatosas que es utilizado como torpe matarife y del que, encima, no nos perdonan su regeneración final) reciben un tratamiento tan caricaturesco que enseguida pierden el respeto debido y hacen que cada una de sus apariciones sea insoportable. Para colmo, causa dolor el desperdicio del gran Jonathan Pryce, con sus poses y frasecitas de villano total (y el lamentable «¡bingo!» que se pone en sus labios cada dos por tres).

Lena Headey, la joven cazadora de El secreto de los hermanos Grimm

Ahora bien, pese a todo es evidente el cariño que Gilliam sentía por la fantasía, hasta el punto de que, pese a tanta tontería, sus fábulas siempre acaban reivindicando la necesidad de aquella como dimensión imprescindible del ser humano. Del mismo modo, desde el inicio de su carrera el cineasta cuidó con exquisita delicadeza la escenografía de sus historias con un resultado tan arrebatador que el espectador siempre siente deseos de introducirse dentro de las imágenes y recorrer esos espacios. Por supuesto, en más de un momento lo visual tiraniza lo dramático (es otro de los defectos de Gilliam), pero en El secreto de los hermanos Grimm no importa tanto: después de todo, hablamos de cuentos de hadas, ¿no?.

[Quien no conozca el final de esta película, debe dejar de leer aquí]

En fin, pese a que a la película le falten el equilibrio y la capacidad de reflexión necesarios para que su bonito trasfondo estético-fabulístico cristalice con plena validez, aun así supone una obra que se sigue con verdadero deleite y que va mejorando conforme avanza el metraje. Los personajes centrales, pese a todo, nunca pierden nuestro favor, resultando adecuadamente humanos y vulnerables. En este sentido destaca Wilhelm, y por ende debe agradecerse que Matt Damon esté a la altura, puesto que su psicología materialista está expuesta con credibilidad, y aun así él mismo tendrá que comprender a Jacob para aceptar el hecho mágico y ayudar a vencer a la bruja. Lo mejor de la historia radica en su parte final, en el asalto final de los hermanos a la torre para enfrentarse directamente a su oponente. Para mayor encanto, lo que derrotará definitivamente a la malvada bruja es el beso de amor que recibirá la heroína, última víctima del hechizo como la Bella Durmiente (nuevo hallazgo), y este beso de amor ha de ser doble y se lo dará sucesivamente cada uno de los dos hermanos, otra idea estupenda puesto que remarca la fraternidad indisoluble de los Grimm. De hecho, un último buen detalle es que se deje a la imaginación del espectador decidir con cuál de los dos se irá la bella cazadora… El secreto de los hermanos Grimm, por tanto, es tanto una muy estimable fantasía sobre los cuentos clásicos de hadas como una bonita mirada sobre esta pareja de hermanos que entendió bien la necesidad de perpetuarlos. Volver a ellos y luego ver consecutivamente las dos películas que tan bien lo tratan no es un mal plan para la época navideña.

Wilhelm Grimm visitado por todas las criaturas de sus cuentos

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: El maravilloso mundo de los hermanos Grimm / The Wonderful World of the Brothers Grimm. Año: 1962.

Dirección: Henry Levin y George Pal. Guión: David P. Harmon, Charles Beaumont y William Roberts. Fotografía: Paul Vogel. Música: Leigh Harline. Reparto: Laurence Harvey (Wilhelm Grimm), Karl Boehm (Jacob Grimm), Claire Bloom (Dorothea Grimm), Barbara Eden (Greta), Oscar Homolka (El Duque), Walter Slezak (El librero Stossel). Dur.: 150 min.

Título: El secreto de los hermanos Grimm / The Brothers Grimm. Año: 2005.

Dirección: Terry Gilliam. Guión: Ehren Kruger. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: Dario Marianelli. Reparto: Matt Damon (Wilhelm Grimm), Heath Ledger (Jacob Grimm), Lena Headey (Angelika), Monica Bellucci (La bruja), Jonathan Pryce (General Dellatombe), Peter Stormare (Cavaldi). Dur.: 110 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Cuentos de cine sobre los hermanos Grimm

  1. Renaissance dijo:

    En ocasiones vuelvo a leer alguna pieza aparentemente infantil, como fue el caso de Peter Pan o Pinocho, aunque los cuentos tradicionales, quizá por las miles de versiones y ediciones económicas que había por ahí, fueron los que menos atención les presté (si que conservo los cuentos completos de Andersen, y de forma tangencial, podría incluir La cámara sangrienta de Angela Carter). Hoy, incluso las versiones limadas de los Grimm suponen una sorpresa ante muchos de los temas que plantean.
    He podido ver ambas películas, pero hace mucho (en el caso del Maravilloso mundo de los hermanos Grimm, la recuerdo a duras penas), y la aproximación de Terry Gillian me parecio en su momento muy irregular, quedándome además de con Brazil, con Los heroes del tiempo o El baron Munchausen. La impresión que me dio es que oscilaba un poco entre la película de acción y la historia más gillianesca, sin quedar claro lo que quería.
    Como curiosidad respecto al cambio de sensibilidad, y en muchos casos, respecto a la falta de perspectiva histórica, recuerdo cuando se habían publicado una especie de versiones renovadas de estos cuentos clásicos, queriendo despojarlos de todo valor anacrónico y planteando una visión pretendidamente moderna y permisiva de personajes como Cenicienta, Rapunzel o la Bella y la bestia que, a fin de cuentas, son relatos hijos de su tiempo.

    • Estoy de acuerdo contigo. A las películas de Gilliam suele perderles la indecisión sobre el rumbo que quieren tomar: el director intenta jugar tanto la carta de la fantasía abierta como su «desmitificación» o «deconstrucción» o cualquier otra tontería moderna. Por eso no tiene, para mí, ninguna película absolutamente redonda. Yo también creo que las que citas son las mejores, y aun así son irregulares: en «Los héroes del tiempo», tal vez la más encantadora, sobra alguno de los episodios (por ejemplo, la aparición de Napoleón) y lo mismo pasa con Munchausen. Aun así, su cine sabe a gloria en comparación con el tratamiento que se ha dado a la fantasía desde hace muchos años.

      En cuanto a los cuentos, en efecto, se confunde modernidad con contemporaneización. Esto último suele ser un intento de justificar que algo nos gusta pero no es conveniente decirlo del todo. Una obra moderna lo es con independencia de que, como es natural, sus ingredientes morales o sociales sean los de la época en que se escribió. En este sentido, la primera versión de los Cuentos tiene una audacia enorme (y sin pretenderlo, claro). A su lado, la literatura infantil actual es de pacatismo/puritanismo tremendo, en su pretensión de no «dañar» al infante supuestamente indefenso…

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