Ensoñaciones británicas de Alan Davis (I): Alan Moore y Capitán Britania

I        II       III

Ilustracion de Alan Davis para la reedicion en color de Capitan Britania

Alguna vez he escrito que el genial artista gráfico Alan Davis es el Robert Louis Stevenson del cómic. Como Stevenson, y sin que se note esfuerzo alguno, Davis impregna sus historias de una sobrenatural fluidez narrativa con la que consigue que cualquier cosa que cuente posea un interés mayúsculo. Como Stevenson, es un autor con un mundo propio, reconocible en el acto, que sin embargo se presenta bajo la modesta vitela del artesano que se conforma con «contar historias». Olvidamos demasiado deprisa que muchos creadores (de la ficción en general: cine, literatura y tebeo) que se han labrado un prestigio como autores serios y profundos tienen su mayor enemigo en las dificultades que tienen para dar ese primer paso imprescindible en todo autor, incluso en los serios y profundos: ganarse el interés del lector de tal manera que el tiempo parezca que no pasa mientras nos asomamos a sus propuestas. Ahora bien, por encima de todo, el vínculo que une a Davis y a Stevenson es el sobrenatural encanto que desprenden sus obras, esa cualidad que es tan difícil de definir pero que se aprecia al instante. Los tebeos de Alan Davis transmiten un placer irresistible. Al asomarnos a sus páginas uno siente deseos de quedarse a vivir en ellas: en mi caso, no tengo dudas, daría una vida (de ficción, claro) por tener por casa el faro que el grupo de mutantes Excalibur convertía en su cuartel general. Davis pertenece a una misteriosa escuela de artistas (a la que pertenecen él y Stevenson, y Jacques Tourneur y Fritz Lang y Cary Grant y Tiziano y, por fortuna, muchos más) cuya facilidad para trasladarnos a sus mundos es mágica. Artistas cuyo esfuerzo, tan grande como el que más, no se nota. Cuyo talento se caracteriza, ante todo, por la armonía, por la capacidad de hacernos creer, en tan solo un segundo, que el mundo se ordena tal y como ellos nos muestran. Son creadores que diríase que no tuvieron que aprender su oficio. Que, como en el mito platónico, únicamente han de recordar lo que ya estaba dentro de ellos.

Hablaba de la aureola artesanal que siempre ha envuelto a Alan Davis. La prueba está en que, dentro del campo en que ha trabajado casi siempre —el mainstream del tebeo de superhéroes liderado por Marvel y DC—, su nombre no ha alcanzado nunca el respeto reverente que se tiene por los Frank Miller, Jack Kirby, Walt Simonson o Adavisalanlan Moore, conocidos y citados incluso por quien no suele leer este tipo de obras. Él mismo ha repartido su trabajo entre la ilustración de guiones ajenos (aunque, en muchos de ellos, su colaboración en el curso de ideas, acreditada o no, ha sido fundamental) y la responsabilidad completa de ambas tareas. Particularmente, me parece que uno de los grandes dramas del cómic de las últimas décadas es que Alan Davis vaya a retirarse (y ya tiene 67 años) sin haber conseguido unir su nombre a ninguna obra de referencia indiscutida, como Miller con Daredevil, Simonson con The Mighty Thor, Jack Kirby con Fantastic Four o The Fourth World y Moore con Watchmen. No han faltado ocasiones, pues sus trabajos para Excalibur (en la etapa en que también asumió el guion) o la ya casi olvidada serie ClanDestine, son verdaderas obras maestras a las que solo les faltó la continuidad (y la propaganda que han tenido otros autores) para convertirse en hitos del cómic.

En cualquier caso, da igual. Quienes admiramos profundamente a Davis (quienes lo queremos con locura, valdría decir mejor) no necesitamos ese reconocimiento artístico y tampoco lloramos mucho esa ausencia. No lo necesitamos porque para nuestro consuelo basta con abrir una página de una cualquiera de sus obras para sumergirnos en una ensoñación que cumple con la función eminente para la que nació la ficción: hacer realidad otras realidades.

Si hay un personaje ligado a la trayectoria de Alan Davis ese es el del Capitán Britania, de tal modo que este pequeño acercamiento que voy a realizar sobre el artista, dividido en varias entregas, girará en torno a las distintas etapas en que lo tomó bajo su cargo.

Portada del recopilatorio de las primeras aventuras del Capitan Britania, en PaniniEl Capitán Britania nace del propósito de los rectores de la Casa de las Ideas de extenderse por otros mercados. Para ello, en 1972 se había creado un nuevo sello conocido como Marvel UK, mediante el que se comenzó la publicación de sus series en las islas. Curiosamente, en vez de publicar las colecciones individuales de sus personajes (como se hizo en España, aun de modo peculiar, a través de Vértice), Marvel se adaptó a los formatos del mundo editorial británico: los episodios eran partidos para agrupar de este modo tres o cuatro series en una misma revista, supongo que porque los lectores nacionales estaban acostumbrados a la variedad en cada número que compraban (de modo parecido ha funcionado siempre la industria del manga en Japón).

En 1976, se dio el paso adelante de crear una serie y un personaje concebidos directamente para el mercado inglés: un superhéroe propio al que se daría el prototípico nombre de Capitán Britania. Su nacimiento se produjo en la colección Captain Britania Weekly, con la periodicidad indicada en el título y ocho páginas en cada número, el primero de los cuales apareció con fecha de portada de octubre de 1976. Esta serie central fue complementada con episodios de Los 4 Fantásticos y de Nick Furia. Debe señalarse que las historias del Capitán se elaboraban en los Estados Unidos, si bien la Casa recurrió a un par de artistas con sello británico, pensando supuestamente que estos comprenderían mejor el «sabor local» que debían tener. El guionista asignado fue el londinense Chris Claremont (que por entonces ya se encargaba de su emblemática La Patrulla-X) y el dibujante, Herb Trimpe, americano que por entonces vivía en Cornualles (en fin…). El uniforme del personaje —con el cual se paseó sus primeros y menos conocidos años de existencia— fue al parecer un diseño, de los menos afortunados, del gran John Romita, por entonces director artístico de Marvel, que entre sus funciones tenía la de dar forma a nuevos personajes que luego otros desarrollarían (uno de ellos, por ejemplo, fue Lobezno).

John Byrne recrea el nacimiento de Britania en Marvel Team-upDebe señalarse que ese «sabor local» se redujo a la aparición inicial del artúrico Merlín en su nacimiento, pues lo que hicieron Claremont y sus sucesores (el primero permaneció al frente de su creación tan solo diez entregas, o sea, menos de tres meses) fue trasladar los ambientes de reconocibles personajes de la casa, como Spiderman o, como era inevitable, el Capitán América. El joven estudiante de ciencias Brian Braddock (la aliteración es un homenaje a los primeros personajes marvelitas nombrados por Stan Lee: Peter Parker, Reed Richards, etc.) trabaja durante las vacaciones de verano en un centro de investigación nuclear que es asaltado por la banda de malvados tecnológicos de turno. En su desesperada huida alcanza el clásico círculo de piedras que tanto parece abundar por allí y en él tiene lugar la aparición sobrenatural de un anciano de luengas barbas que se presenta como Merlín (acompañado de una joven que luego será identificada como su hija, de nombre Roma), que le da a elegir entre un amuleto y una piedra presuntamente mágicos. El joven elige, acertadamente, el primer objeto y se transforma instantáneamente en el paladín que necesita Gran Bretaña: el Capitán Britania. Sus poderes serán sencillos: una fuerza incrementada, más la ayuda que le presta una vara que activa un campo de fuerza y rayos de energía. Con el tiempo, Merlín sustituiría esa vara por un cetro estelar supuestamente más poderoso, que le permitiría, por ejemplo, volar (aunque el guionista Gary Friedrich, sucesor de Claremont, tuvo la ocurrencia de poner a esta capacidad un límite de quince minutos en verdad absurdo por injustificado).

Aun cambiando periódicamente de autores (entre ellos estuvo nada menos que John Buscema), las entregas de Capitán Britania nunca superaron la convencional medianía del punto de partida e incluso fueron degenerando cada vez más a una mediocridad rayana con el puro ridículo. Claremont creó también un entorno familiar formado por dos hermanos, el mayor, Jamie, y su melliza Elizabeth (Betsy), inconsciente de que más de una década después él la convertiría en una de sus mujeres-X, Mariposa Mental. También le dio un antagonista civil que odia al Capitán (y a los superhéroes en general, pues su mujer fue víctima colateral de un enfrentamiento entre Hulk y Thor) y hace todo lo posible porque sea considerado un delincuente, el inspector jefe Dai Thomas. Claremont también sería responsable de la presentación de Britania entre los lectores estadounidenses al hacerlo viajar a Nueva York para aparecer en otra de las series que escribía, Marvel Team-up, en la que Spiderman hacía equipo con otro héroe de la casa, contando además con el dibujo de John Byrne (núms. 65 y 66, enero-febrero de 1978).

El Caballero Negro y el Capitan Britania

Esta incursión americana no debió de hacer mucha mella, porque el personaje fue olvidado e incluso dejó de salir en las colecciones británicas. Cuando volvió a reaparecer, en una etapa escrita por Steve Parkhouse y dibujada por Paul Neary (un hombre fundamental en la trayectoria de Alan Davis), lo hizo como personaje secundario de un serial consagrado al Caballero Negro, personaje creado en la serie Los Vengadores. Esta etapa, desarrollada entre marzo de 1979 y mayo del año siguiente, sirvió al menos para darle al Capitán Britania cierto matiz existencial, amén de incrementar su vinculación con el mundo artúrico. Parkhouse creó Otromundo, un vago reino místico que, con el tiempo, se convertiría en el nudo dimensional donde Merlín y Roma tienen su hogar. En el curso de una aventura en Otromundo, en defensa de Camelot, el mismísimo rey Arturo devolvía a la Tierra, de modo muy abrupto pues la aventura seguiría su curso con el Caballero Negro, al Capitán Britania (en compañía de un elfo juguetón llamado Jackdaw).

Primera pagina, coloreada, de Alan Davis para Capitan Britania, en una edicion italianaEl personaje reaparecía de nuevo en las páginas de una serie propia (si bien integrada en otra cabecera compartida, Marvel Super-Heroes 377, sept/81). Llegaban los momentos de gloria. El nuevo editor de Marvel UK era el ya mencionado Paul Neary, que buscó un tándem joven para reflotar un personaje que, bien o mal, tenía la capacidad para ser el genuino producto superheroico de Gran Bretaña. El guionista elegido fue Dave Thorpe. El dibujante fue un joven que, según sus declaraciones, le presentó unas páginas en la típica convención de cómic y estas convencieron al editor de que tenía a su hombre, Alan Davis. La serie arrancaba mediante entregas en blanco y negro (las ediciones en color son las muy posteriores recopilaciones), al principio de tan solo cinco páginas y, después, de ocho.

De entrada, Thorpe situó al Capitán en una Inglaterra paralela a la suya propia, dando origen así al sabroso entramado de múltiples dimensiones, o multiverso, del que Alan Moore, pronto sustituto de Thorpe, sacaría tanto partido. Moore da en el clavo cuando afirma que este concepto, entonces, era fresco y estaba abierto a fascinantes posibilidades, pero el tiempo lo iría convirtiendo en un fastidioso lugar común utilizado para cualquier tontería supuestamente ingeniosa (no hay sino que ver lo que está haciendo con él la Marvel cinematográfica actual). Britania descubría que ese mundo estaba a punto de caer bajo el dominio de un genio del mal con el poder de alterar la realidad, el Loco Jim Jaspers (al que Davis da en verdad una expresión absolutamente depravada). Un grupo de centinelas dimensionales, liderado por la altiva Saturnina, ha sido comisionado por la Corte de Desarrollo Dimensional (la institución guardiana del multiverso, que recuerda mucho a esa Eternidad creada por Isaac Asimov en su excelente novela de 1955 El fin de la Eternidad) para modificar las circunstancias y la mentalidad destructiva de sus habitantes y enderezar su rumbo.

El nuevo uniforme del Capitan Britania, disenado por Alan DavisLa serie, por fin, desprendía ese «sabor local» que sus promotores habían perseguido cuando la crearon. Los primeros antagonistas del héroe, la Banda Loca (en cuyas filas milita una demente Reina de Corazones), introducen ese nonsense tan genuinamente británico que hace que la distopía genuinamente británica de la trama se revista de un conseguido sentido del delirio, terreno en el que Davis siempre demostrará manejarse con maestría. Por cierto, que lo primero que le encargó Neary fue rediseñar al Capitán Britania: él le daría el elegante uniforme que, con pequeñas variaciones, ha utilizado hasta hoy.

Ahora bien, el guionista apenas completó un año de trabajo. La razón de su marcha estriba en el propósito de introducir notas políticas en la trama, en concreto el conflicto norirlandés, lo que chocó con quienes pensaban que la serie no debía navegar por aguas pantanosas (el mismo Davis encabezó el descontento, y ganó). Es difícil saber si el objeto de Thorpe iba a estar bien integrado en la trama, pues la reedición en color de que hoy disponemos alteró este episodio al cambiar los diálogos (que ya habían sido censurados en su primera publicación), de tal modo que hoy resulta ininteligible y, lo que es peor, estúpido.

El guion fue confiado a Alan Moore, cuya experiencia era mayor que la de Davis pero que todavía no era sino un talento prometedor del cómic británico. Moore entendió a la perfección todas las posibilidades apuntadas por Thorpe y, sin perder ni un instante, se encargó de concentrarlas de modo genial en una saga que, no sé por qué, no ha acabado nunca de recibir el calificativo que merece: una de las grandes obras maestras de la historia de Marvel.

La saga del Pliegue de Jaspers

No es exageración. En el curso de veinte episodios —la saga que más tarde se ha conocido como el Pliegue de Jaspers—, Alan Moore despliega un inigualable caudal de ideas cuya densidad dramática supera los cauces del tebeo teóricamente dirigido a adolescentes mas sin dejar de moverse, magistralmente, dentro de los márgenes ortodoxos del género superheroico. Por su parte, Alan Davis es capaz de concentrar aquellas en el reducido espacio de ocho páginas consiguiendo el prodigio de que la trama avance con notable rapidez más sin dar nunca sensación de apresuramiento, permitiendo a la vez la pura peripecia y la reflexión más profunda, dejando al lector literalmente sin aliento. Estamos ante la clásica obra que se disfruta a todas las edades, pero en cada una de ellas nos ofrece algo diferente: un relato dantescamente apocalíptico; una historia de crecimiento heroico; una reflexión sobre la tentación del nihilismo totalitario; una fábula sobre la manipulación, que acaba convirtiendo a Merlín en el personaje más ambiguo de la historia; y también, por supuesto, una aventura capaz de combinar la distensión con el drama, la serenidad con la tragedia, equilibrando siempre de modo mágico todos los elementos en juego.

La genial Furia, el cybiote creado por Alan Moore y Alan DAvisLeyendo sus páginas, el conocedor de la obra de Moore reconoce numerosos apuntes que más tarde el propio guionista desarrollaría en sus obras más conocidas. Así, y al igual que hará en su celebrada Lección de anatomía, episodio inaugural de su etapa para La Cosa del Pantano, en DC, lo primero que hace Moore es matar al Capitán Britania (y al elfo Jackdaw, al que consideraba un innecesario lastre humorístico) para así reconstruirlo y establecer definitivamente sus poderes: un ser de enorme fuerza (y, desde luego, con capacidad para volar) cuyo traje actúa como amplificador pero sin que en absoluto dependa de él. El ente que lo mata es La Furia, un ser cibernético (un cybiote, dice el texto) creado por Jaspers que supone una de las más grandes creaciones gráficas de Davis, que le otorga una apariencia tan maciza y poderosa como polimorfa y abstracta, esto último gracias al genial detalle de concederle un rostro sin facciones, formado apenas por dos ojos inescrutables, uno enorme y circular, el otro apenas una rendija rectangular, rodeados ambos de pequeños puntos luminosos. Un ser implacable, concebido para una única función, matar, lo que Moore siempre remarca con el ominoso texto: «nunca se rinde».

Mientras el cuerpo de Brian es reconstruido, Merlín repasa su existencia para su hija Roma, lo que aprovecha el guionista para hacer trascendentes todas sus dispersas aventuras, pues cada una de estas etapas formaba parte del plan de su mentor para endurecerlo y prepararlo, ya renacido, para salvar al multiverso de la amenaza definitiva que se cierne sobre él. Esta amenaza es el Loco Jaspers, cuya versión de la Tierra del propio Britania (la Tierra-616 en la ficción marvelita desde entonces) es la más letal posible, amenazando con reformular, y destruir, el universo entero. Por cierto que Alan Davis, excelente discípulo, tomará buena nota de este recurso de Moore para dotar de sentido a toda una trayectoria previa: muchos años después lo haría en su etapa como autor completo en Excalibur ordenando de modo admirable el caos y los olvidos que Chris Claremont había ido acumulando en sus largos años como responsable total de los personajes.

El cuerpo de Capitanes Britanias del multiverso

En cada episodio, los dos Alan introducen nuevas ideas y personajes al tiempo que hacen avanzar la trama de fondo creando un tapiz que, a cada relectura, se disfruta más y más. Se presenta el cuerpo de Capitanes Britanias (el segundo nombre, con toda clase de variantes) que Merlín creara para defender todas las Tierras; se reintroduce a Betsy, la hermana de Brian, a quien Moore hace dueña de poderes telepáticos; aparecen nuevos personajes, como el grupo de mercenarios conocido como la Ejecutiva Especial (que después, el propio Davis reformulará como la Tecno-Red, convirtiéndose en aparición recurrente en Excalibur); finalmente, y anticipando ahora la inolvidable V de Vendetta, la emersión de Jaspers convierte el Reino Unido entero en una horrenda sociedad carcelaria. En el clímax final, Jaspers, la Furia (que ha seguido a Britania a través del multiverso para cumplir su programación de matarlo: nunca se rinde, ya sabemos), el héroe titular y su variante de la Tierra de procedencia de la Furia, la Capitana Reino Unido, protagonizan un gigantesco combate a varias bandas que, en mi opinión, constituye uno de los tres o cuatro momentos emblemáticos de este tipo de secuencia tan esenciales en el género, solo comparable con la batalla de los 4 Fantásticos contra Galactus, de la Patrulla-X contra Proteo y algunas más.

Genial splash page de Alan Davis, con la Furia y la Capitana Reino UnidoLos primeros episodios (recuérdese, el inicio de nuestro artista como profesional) habían revelado a un dibujante claramente primerizo pero desbordante de frescura y que sabe tapar muy bien sus defectos. Es Alan Davis en embrión, pero su mejora se irá haciendo exponencial con cada nueva página, con cada nuevo episodio, ¡y compaginaba esta labor con el trabajo a tiempo completo en el mundo «real» que le permitía mantener a su familia! Estimulado por el nivel de exigencia que merece su nuevo compañero de serie, el dibujante comienza a dar lo mejor de sí mismo: a la vez que emerge el brillante virtuosismo gráfico que lo caracterizará siempre, es capaz no solo de resultar grato sino de sobrecoger cuando es necesario. Así lo prueba la impresionante splash page que muestra la inesperada reaparición de la Furia frente a esa aterrorizada Capitana Reino Unido que había cambiado de dimensión para escapar del cybiote.

La saga obtuvo una enorme repercusión, valiéndole a sus autores sendos premios Eagle, los Oscars del medio, e incluso el personaje acabaría recibiendo una colección con su propio título, Captain Britain, que abarcó 14 números desde enero de 1985 a febrero de 1986, ahora con 11 páginas por episodio más el aliciente de unas magníficas portadas pictóricas del mismo Davis. Ahora bien, tras la conclusión de la saga (cerrada con el episodio del entierro en Otromundo de Merlín, cuya fuerza vital ha sido parte del precio de la victoria), Alan Moore abandonó la serie. Antes de irse recomendó a su sustituto, Jamie Delano, que acabaría convirtiéndose en otro guionista de relumbrón, si bien Davis se quejaría de que se notaba que el género superheroico no era objeto de su devoción. El mismo Davis no se atrevió a dar el salto, todavía, y hacerse cargo de la autoría completa, si bien acreditó la transición hacia Delano y participaría activamente en el desarrollo de los argumentos.

De hecho, cualquiera que conozca la trayectoria posterior del personaje dentro de la serie Excalibur, en especial en la etapa en que por fin se hizo cargo del guion, no dudará en afirmar que las ideas de Alan Davis sustentan la etapa que firma Delano. En primer lugar, es ahora cuando el Capitán Britania termina por adquirir su definitiva personalidad: un héroe imperfecto, a quien puede la responsabilidad (el síntoma es su debilidad por el alcohol), sin duda noble pero irreflexivo (su aspecto de fortachón hipermusculado hace que el continente parezca definir el contenido), La Meggan originalpomposo en su forma de proyectarse ante los demás, en el fondo deseoso de reconocimiento y de ternura. Sin la menor duda, es a Davis a quien se debe el inolvidable personaje de Meggan, la mutante multiforme que se convertirá en la amada de Britania. Davis rescató a un personaje secundario de la saga de Jaspers, creado por tanto por Moore, una chica con apariencia monstruosa, y la cruzó en la trayectoria de Brian Braddock, haciendo que ese aspecto grotesco dé paso a un exterior de increíble belleza y sensualidad bajo la justificación de que, en realidad, el complejo de inferioridad de esa muchacha con capacidad para alterar su apariencia había traducido visualmente en fealdad extrema el rechazo que expresaron quienes la rodeaban tan pronto empezaron a aparecer sus poderes. La iluminación interior proyectada hacia el exterior (o viceversa), una idea central de la poética de Davis.

Y es que no cabe duda de que en este momento de la serie brilla con luz propia otra virtud deslumbrante del artista, la ecuanimidad humanista con que trata a sus personajes. Es decir, su negativa a abordarlos de modo unidimensional, de modo que el villano de ayer en el futuro podrá advertir lo equivocado de su concepción inicial y redimirse en la medida posible. Eso hará, por ejemplo, con el inspector Dai Thomas en el último episodio de su etapa con el personaje, convirtiéndolo si no en amigo sí en colaborador del Capitán Britania.

Este Captain Britain de Delano y Davis se difundió fuera de las islas —en una reedición en color: todos los cómics de que hablamos se habían publicado originalmente en blanco y negro— mucho antes que la etapa previa con Alan Moore (debido a desavenencias de este con Marvel), y en España también la conocimos por ello antes (y así pudimos completar los huecos sugeridos por las referencias a los personajes en la serie Excalibur, que los recogería).

Rompepuertas, otro esplendido personaje de Alan DAvisEn los catorce tebeos de la nueva serie Delano y Davis trazaron una larga historia, curiosamente sin villano central, consistente en mostrar las consecuencias, lógicamente importantes, de la profunda alteración de la realidad que había hecho Jaspers: por ejemplo, por todo el país han ido naciendo niños de apariencia inhumana o deforme y la institución estatal que se ha hecho cargo de ellos, la Ejecutiva de Control de Recursos, exige a Brian que se convierta en un instrumento a su servicio, algo a lo que el héroe, que será tosco y corto de entendederas pero también irredento amante de la libertad, se negará. Lo más interesante de este ciclo, muy atractivo pero que no está a la altura (era imposible, claro) del escrito por Moore, se encuentra en el gratísimo tono general que alcanza y en la facilidad con que siguen desarrollándose ideas e incorporándose personajes. Destacan la creación de la Tecno-Red, variante de la Ejecutiva Especial liderada ahora por otro personaje genial por descacharrante, la enorme Rompepuertas (la «elefanta», la llamará siempre Meggan), o el desvelamiento de que los padres de Brian y Betsy procedían de Otromundo y eran agentes de Merlín, siempre el gran manipulador. Es por ello que su conversión en mutantes para que Chris Claremont pudiera justificar su apropiación en el futuro para sus Colecciones-X siempre me ha parecido una incongruencia y un abuso.

Si Alan Moore ya había dejado las islas para emprender el sueño americano, ahora le llegó el turno a Alan Davis. La oferta de DC para encargarse del dibujo de la serie Batman and the Outsiders obligó al artista a elegir. Ante su marcha, Marvel UK prefirió cerrar la colección y la etapa del paladín del Reino Unido. Por fortuna, permitió al mismo Davis ser quien la clausurara, en el número 14 de Captain Britania, con un episodio final también escrito por él, en el que poder sellar con coherencia todas las líneas argumentales. Quedaron así firmemente trabadas para que, en el futuro, alguien pudiera retomarlas sin dar un salto en el vacío. En parte, ese alguien sería Chris Claremont, al absorberlas para sus X-Men, y en parte el mismo Davis cuando, en compañía del mismo guionista de las series mutantes, aceptara más de tres años después encargarse de Excalibur y de todo el legado que él mismo había ayudado a construir.

Para despedir esta primera entrega, qué mejor que ceder la voz al otro Alan, a Moore, para explicar lo que supuso este primer gran trabajo de Alan Davis: «se trataba de un dibujante feliz por ganarse la vida con este oficio, con un amor por el medio que se reflejaba en cada línea, en cada diseño de uniforme, en cada mínimo gesto»1. He ahí la clave. Yo no dudo de que cada creador es feliz al realizar sus creaciones: pero que sepan transmitir esa felicidad al espectador está en manos de solo unos pocos. Alan Davis es uno de ellos.

Meggan y el Capitán Britania

 

1 La declaración se encuentra en la introducción que el propio Moore escribió para una de las reediciones de su etapa compartida con Alan Davis en Captain Britain (2001).

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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