En Café Montaigne: Y entonces llegó Shane…

Alan Ladd es Shane

En Café Montaigne: Y entonces llegó Shane…

El pistolero más rápido a este lado del Mississippi, el pionero que recorre las inmensas llanuras del país buscando una nueva vida en el lejano Oeste, el sheriff que no duda en imponer la justicia aun cuando los facinerosos sean muy superiores en número, el oficial del Séptimo de Caballería que se sabe el último baluarte ante la civilización, el veterano explorador que es el precario vínculo entre el hombre blanco y el indio destinados a enfrentarse… Todos estos son personajes emblemáticos del western que los aficionados reconocemos al instante. Pero desde mi infancia mi favorito es el west man de incierto pasado (pero que se intuye turbio por su dominio del revólver) que llega quién sabe de dónde a un lugar donde se necesita a un justiciero y que, después de arreglar el asunto, se marcha por donde ha venido pues intuye que en el mundo civilizado no hay sitio para gente como él. El personaje emblemático de este prototipo porta un nombre cuya sonoridad siempre me fascinó, Shane, protagonista de una película cuyo título lo porta pero que en España recibió un rebautizo igualmente espléndido, Raíces profundas. El film es de 1953 y su protagonista, el rubio Alan Ladd. Más de treinta años después, Clint Eastwood reformuló la historia (sin acreditar la fuente de inspiración, pero siendo evidente) y dio lugar así a la primera de sus películas que mereció el respeto de la crítica, El jinete pálido (1985). Las dos son excelentes, pero es que también lo es el relato de donde extraída la historia, escrito por Jack Schaefer, uno de estos nombres injustamente desconocidos por quienes nos llamamos amantes del western y hemos creído media vida que nuestras películas favoritas fueron obra exclusiva del talento de sus directores, guionistas y actores. En el artículo que publico en Café Montaigne vuelvo al personaje en sus tres variantes, a cuál mejor: la del libro, la del clásico de 1953 y la de la revisión de 1985.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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8 respuestas a En Café Montaigne: Y entonces llegó Shane…

  1. Teo Calderón dijo:

    A.B. Guthrie Jr., además de algunos guiones, escribió novelas y relatos que dieron origen a grandes westerns como RÍO DE SANGRE (The Big Sky) de Howard Hakws, y DUELO EN EL BARRO (These Thousand Hills) de Richard Fleischer. El sólido y trabajado guión de RAÍCES PROFUNDAS, de gran alcance en los sutiles significados que el autor quiso darle y en el que se funden en perfecta síntesis los temas más queridos del western, fue resuelto por George Stevens con elegancia (no exenta de cierto barroquismo formal) e inspiración, consiguiendo una bellísima película (belleza a la que no es ajeno el soberbio trabajo fotográfico de Loyal Griggs por el que ganó el Oscar aquel año), que rápidamente y con todo merecimiento se convirtió en un clásico del género.

    La composición de Alan Ladd, en el mejor y más carismático papel de toda su carrera, con su indumentaria de gamuza, su rostro angélico y una aterciopelada parquedad gestual, confirió a su personaje, el noble y solitario pistolero Shane que huye de su pasado, un aura de romanticismo y misterio. A este respecto, es inevitable señalar las concomitancias de este personaje, quintaesencia del héroe del Oeste, con el Ethan Edwards construido por Ford cuatro años después para CENTAUROS DEL DESIERTO. Tanto Shane como Ethan surgen del horizonte, de la nada, y se presentan en un hogar aislado y amenazado por elementos exteriores (un feroz latifundista que desea expulsar a los colonos, una partida de comanches itinerantes). Cada uno de ellos arrastra como una losa un pasado sin explicar tanto para los otros personajes como para el propio espectador (podemos intuir que han visto o tomado parte en hechos terribles). De manera velada, ambos expresan un amor imposible hacia una mujer que nunca podrá ser suya (la esposa del granjero en RAÍCES PROFUNDAS, la cuñada de Ethan en CENTAUROS DEL DESIERTO) y una estabilidad que jamás alcanzarán. En las dos películas, estos héroes doloridos y añorantes de una familia, finalmente, deciden intervenir en el devenir de las personas que los acogen, enfrentándose en solitario a las fuerzas que amenazan y ensombrecen la armonía de esa comunidad. Luego, tras solucionar de manera expeditiva los problemas, se alejan de esa civilización que han contribuido a consolidar y lo hacen como personajes anacrónicos e indeseados, condenados a la no integración. Bueno, en el caso de Shane, probablemente el destino sea más negro e inmediato (ha recibido un balazo del que ignoramos la gravedad). En nuestra memoria siempre resonará la la evocadora música compuesta por Victor Young para esta mítica y emocionante obra maestra que nunca nos cansamos de revisitar.

    • Un comentario que en sí es un artículo, excelente y muy bien planteado, como esa referencia a «Centauros del desierto». En efecto, Shane y Ethan tienen ese elemento en común: ambos benefician con su actuación a las respectivas comunidades en que se integran brevemente, pero saben bien que les estará vedado el disfrutar de la paz que han traído. Ethan, eso sí, es un personaje más oscuro, por dos razones: una, porque así es en la novela de partida de Alan LeMay, y dos, porque John Wayne era un actor mucho mejor que Alan Ladd y era capaz de sembrar su personaje de ambigüedad. En el caso de Shane, el del relato también es mucho más sombrío y deja adivinar un pasado nada edificante. Pero Ladd era un actor de imagen demasiado radiante, y de registro más unidimensional, con lo que se entiende que el personaje resulte mucho más positivo. Y justo es decirlo, el actor también comprende que está ante el mejor rol de su vida (únicamente comparable con el del asesino de la película que lo revelara diez años antes, «El cuervo») y está a la altura del personaje y de la película.

  2. carlos dijo:

    ¿Y los mercenarios abrigados con esos tres cuartos blancos en El Jinete pálido que provocan la muerte de ese buen actor que no sé cómo se llama… ¡es un poco truculenta la escena y quizá esa uniformización de los malos le quita verosimilitud pero a mí me impresionó (como toda la peli) la primera vez que la vi siendo un chaval.

    ¡Eso digo yo: que me parece que está subestimada «Infierno de cobardes ( y más en la actualidad con la mayor sensibilidad y condena de las actitudes machistas), pero en toda su exageración, a mí me fascina.

    Quizá es que en mi ingenuidad, y viendo lo que está pasando en nuestras sociedades decadentes en que triunfa el mal -el causado por los poderosos por un lado, y por otro, por los criminales de baja estofa- sin que parezca que se responda con la suficiente energía por parte de los estados para enderezarlas (corrupción, drogas, violaciones, ocupaciones , parasitismo social de altas y bajas clases sociales, delincuencia juvenil, etc, etc) yo también necesito la leyenda de ese justiciero valiente que sabe lo que está bien y mal sin tanta ambigüedad.

    • «Infierno de cobardes» es un film sin duda irregular: se nota mucho que Eastwood intenta tirar por en medio entre el western de Leone y el que se hacía en esos momentos en Hollywood (también influido por el italiano, por cierto). Pero pese a todo es una película que se sigue con fascinación la mayor parte del tiempo, sobre todo por esos elementos directamente fantásticos que contiene.

  3. josmaraj dijo:

    De esta película resulta particularmente reseñable, y le da un toque distinto al reso de westerns, que se la ve por los ojos del niño, y el retrato que hace del personaje y la trama es desde su punto de vista. Por eso se subrayan los detalles que a un niño le llaman la atención: por ejemplo justo en el momento en que se acaba el tiroteo final, el pistolero hace un alarde con la pistola, que evidentemente no pega con la situación, pero que un niño «vería» con su sensibilidad infantil hacia lo fantástico.

    Y la escena final, donde se despiden los dos, y el pistolero le acaricia la cabeza, dándole los últimos consejos, como si se reconocieran respectivamente en el hijo que aquel nunca tuvo pero que de alguna manera en ese trance le dio el destino, y esa figura masculina que el niño cogerá de referencia para aprender cosas que su padre no puede enseñarle, y que será un recuerdo que perdurará en él toda la vida, es de una poesía sin igual. A mí se me salta una lagrimilla cuando la veo.

    • En efecto, la mirada del niño es fundamental y justifica ese aire de cuento de hadas que envuelve a Shane. Precisamente, la diferencia con el libro es que en este es un recuerdo del niño adulto, que comenta desde su perspectiva de muchos años después sus recuerdos del pistolero. Pero en la novela no es evocación: es vívido presente. Y presente tal como lo entienden los niños: un presente absoluto en el que aparece un personaje que para él se comporta como un héroe de leyenda. Por eso, incluso Alan Ladd se beneficia de esa aureola: el personaje no necesita complejidad sino apariencia, y eso desde luego el actor se la da.

      Y sí, cómo no emocionarse con ese final y con esas palabras que se lleva el viento…

  4. FRANCISCO MARTINEZ VEGAZO dijo:

    Es curioso como algunas películas, pese a sus desaciertos o debilidades, consiguen que nos olvidemos de ellos y las exoneremos de todos sus pecados. También es cierto que no existe la obra perfecta y menos aún en el arte. Raíces profundas atesora algunas de las peleas peor rodadas del western. También está lastrada de un maniqueísmo palmario e incluso de cierta mojigatería. Pero es por encima de todo una formidable historia de amor entre un forastero y un niño. Entre un forastero y la madre del niño. Entre dos hombres que se respetan. En esta película triunfan los silencios. Las sutiles descripciones psicológicas de personajes. Y hay uno enorme que no es el pistolero, ni el niño, ni la madre ni los malos. Es el padre. Un hombre en el que anida la verdadera hombría, ausente de falsos orgullos y que visita con piedad, no ausente de dignidad, algunos de los lugares más desoladores del ser humano, esto es, que su hijo sienta a otro padre y que en su mujer asomen despertares emocionales. Su generosidad y madures son formidables. Una película que va más allá de lo medible y se configura como un milagro imperecedero. Un gran abrazo.

    • Muy bonita tu descripción del planteamiento esencial de «Raíces profundas». Ciertamente, no es una obra maestra. Hablas de las peleas y ciertamente la secuencia en que Shane, tras varias provocaciones, termina respondiendo, no es muy afortunada: Alan Ladd no tiene el físico necesario y sus movimientos son torpes (se nota además mucho a los especialistas). Ahora bien, Stevens, consciente quizá de esto, acierta a filmar la pelea final entre él y Joe Starret de modo más oblicuo, con lo que convence mucho más. Y hablando del padre, de Joe, le beneficia grandemente la memorable interpretación de Van Heflin, que sí era un actor completo en todos los sentidos. Es mi actor favorito del reparto, por encima de Ladd y Jean Arthur. Otro fuerte abrazo.

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