Dune o el mesías que llegó al desierto

Cartel de Dune, parte dosUn planeta-desierto de sonoro nombre, Arrakis, en el que el agua es tan valiosa que sus habitantes ni siquiera lloran a sus muertos porque malgastar lágrimas supone un intolerable dispendio de la más exigua riqueza del mundo. Una extraña especia, llamada melange, que permite el vuelo interestelar, por lo que convierte la posesión del planeta en objeto de especial codicia. Unos enormes y voraces gusanos que viven bajo la arena y a los que estimula el menor sonido que se propague a través de las dunas. Un pueblo indígena, los Fremen (término surgido de la conjunción evidente de Free Men, los ‘hombres libres’), que se resiste al dominio de los poderosos clanes foráneos a los que el emperador ha entregado su planeta y que, a su vez, se enfrentarán mortalmente por este, los Atreides y los Harkonnen. Y un conjunto de profecías difundidas entre los Fremen que cifra no solo su triunfo sino el florecimiento de la vida en Arrakis cuando aparezca un misterioso mesías venido del exterior y al que marcarán determinados signos reservados solo al Elegido. Con estos elementos narrativos y situacionales, muy propio del subgénero de la ciencia ficción conocido como soap opera, el escritor estadounidense Frank Herbert (1920-1986) dio a la imprenta en 1965 un libro, Dune, que no tardaría en convertirse no solo en una de las obras de referencia del género sino en una de las pocas que consiguió escapar del ghetto de lectores y críticos especializados. Buena prueba de ello, como siempre, ha sido la atención que el cine le ha prestado. En los años setenta no llegó a buen puerto una adaptación puesta en manos de nombres importantes dentro del arte popular cuya cabeza visible era el chileno Alejandro Jodorowsky. En los ochenta, el entonces joven director David Lynch fue puesto al frente de una superproducción estrenada en 1984, que constituyó un enorme fracaso comercial. Y muy recientemente, Hollywood ha vuelto a prestarle atención, confiando al director Denis Villeneuve la nueva puesta de largo del empeño, dividido en dos partes estrenadas en 2021 y en el presente 2024, ahora con gran éxito.

Casi ochocientas páginas tiene la más accesible edición de bolsillo en que ahora mismo puede encontrarse la novela, en Penguin, con la traducción a estas alturas clásica del también autor de ciencia ficción Domingo Santos (que fuera publicada por primera vez en 1975, en la editorial Acervo). Este voluminoso texto, sin embargo, y como otros tantos clásicos de la ciencia ficción estadounidense —la trilogía Fundación, de Isaac Asimov, o las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury—, es la adición de partes separadas que habían visto la luz previamente en revistas del ramo. En su caso, Herbert publicó primero World of Dune, por entregas, en la entonces muy célebre Analog a lo largo de 1963. El éxito hizo que reanudara la historia en Prophet of Dune, y fue después cuando las unió en el volumen hoy conocido meramente como Dune. Después llegarían cinco capítulos más de su mano: El mesías de Dune (1969), Hijos de Dune (1976), Dios emperador de Dune (1981), Herejes de Dune (1984) y Casa Capitular Dune (1985), los dos últimos escritos con mayor celeridad para poder promocionarse al amparo del estreno del film de 1984. La familia autorizaría la continuación del filón: en 2007, según datos de Wikipedia, el primer Dune era el libro de ciencia ficción más vendido de todos los tiempos.

Los gusanos de Dune, en version de Peter Konig

Por cierto que el título no es un nombre propio (por tanto, un nombre arbitrario como es Arrakis), sino el término inglés traducible como ‘Duna’, que se aplica al planeta por razones obvias. Un caso, el enésimo, de falta de respeto hacia el lector (o espectador, cuando se trata de una película), y no por estimar que este domina el idioma lo suficiente como para no necesitar traducción, sino porque se piensa que en inglés todo suena mucho mejor, aunque nuestra castiza forma de pronunciarlo lo haga de modo incorrecto: literalmente /dune/ y no /dun/ o /djun/ según la variante americana o inglesa. Un caso similar al de /espíderman/, vamos.

Dune, libro de Frank HerbertLa repercusión de Dune se debió en buena medida al contexto de su publicación, esos años sesenta de profundos cambios en la sociedad norteamericana y mundial (incluso en aquellos países donde se pretendía hacer como si nada estuviera cambiando, como el nuestro). Como sucedió por las mismas fechas con El Señor de los Anillos, la obra magna de J. R. R. Tolkien, la juventud universitaria la adoptó como emblema de sus nuevos anhelos. Dune apostaba por dos elementos que, en esos años de cultura de las flores y de prestigio del consumo de alucinógenos, estaban de actualidad: el ecologismo y el misticismo. El escritor declararía que había decidido «hacer un libro sobre el impulso mesiánico en la sociedad humana, sobre la propensión de la naturaleza humana a seguir a los líderes carismáticos no importa quienes sean». Con motivo del estreno de su primera adaptación —moriría dos años después, de cáncer—, añadiría que «hay que desconfiar de los mesías y los cultos, sean quienes sean».

Ignoro si el Herbert de los años sesenta compartía esta lúcida crítica del escritor de casi veinte años después. En cualquier caso, esa visión desconfiada sobre el mesianismo y el liderazgo carismático no se encuentra en parte alguna de Dune, libro de 1965. Bien al contrario, la mirada que se vierte sobre esos conceptos es fundamentalmente positiva: el héroe, Paul Atreides, rebautizado como Paul Muad’dib, claramente simboliza el triunfo del bien rotundo sobre el emblema del mal que son sus archienemigos los despiadados, y depravados, Harkonnen. Otra cosa es que Paul no termine de resultar un personaje grato al lector, y eso sí debe reconocérsele a Herbert: si en la primera mitad de la novela, en tanto es (más o menos) un joven que no ha tenido que dar el paso al frente que después dará, todavía es capaz de inspirar cierta simpatía, a partir del momento en que, primero, se convierte en un superviviente y, después, en el Mesías de los Fremen (y por extensión de todo el universo), alcanza una dimensión que lo va situando en un plano por completo diferente al de sus compañeros de lucha y de vida. Un héroe antipático a fuer de irse deshumanizando, vamos.

Diseno de H. R. Giger para el primer proyecto de pelicula de Dune

El planteamiento concebido por Herbert, pese a toda su parafernalia tecnológica (y no es ni el primero ni ha sido el último en aprovechar esta aparente paradoja), tiene un aroma medieval muy propio del género. El universo donde transcurre la historia está gobernado por el emperador Padishah Shaddam IV, el cual ha repartido los distintos mundos, a modo de feudos (la palabra se utiliza de modo literal) entre las Grandes Casas nobiliarias, que a su vez controlan todo el tráfico comercial del universo pero no el imprescindible transporte espacial, este en manos de una secretísima Cofradía que lo monopoliza y que precisa la melange para funcionar. En el futuro, por tanto, la economía seguirá rigiendo los destinos de la humanidad.

Excelente Francesca Annis como la dama Jessica en el Dune de DAvid LynchUna institución pan-universal, si se la puede llamar así, de especial relevancia la constituye la hermandad femenina de las Bene Gesserit, especie de organización semi-monástica cuya obsesión es la mejora genética de la especie humana (por supuesto, controlada por las mujeres: un toque feminista también muy moderno por parte de Herbert), y que ha extendido sus tentáculos por doquier de tal modo que sus integrantes figuran como consejeras de los principales linajes (incluido el emperador) y se han casado con muchos de sus miembros. La madre del protagonista, Jessica, es una de ellas, si bien en su caso como concubina del duque Leto Atreides. La principal obsesión de las Bene Gesserit es que una de ellas dé a luz a lo que llaman el Kwisatz Haderach, el hombre superior (hombre en el sentido masculino: una de cal y otra de arena) que supuestamente tendrá poder sobre toda la humanidad.

A lo largo de esas ochocientas páginas (que incluyen varios apéndices, entre ellos un glosario de los múltiples términos ideados por el autor), Dune cuenta una historia sencilla. El emperador entrega el planeta Arrakis como feudo a la Casa Atreides, reemplazando así a quienes han sido sus brutales administradores durante muchas décadas, la Casa Harkonnen, pero esa decisión encierra, en realidad, un maquiavélico movimiento para acabar con los primeros, puesto que el soberano teme su noble influencia sobre todas las Casas. Solo Jessica y el joven Paul sobreviven al virulento ataque de los Harkonnen y huyen al desierto, donde serán acogidos por los Fremen tras las pruebas de rigor, en el curso de las cuales estos (entre quienes las Bene Gesserit han ido difundiendo la esperanza en un mesías, el Nisan al-Gaib) acabarán convirtiendo al muchacho en su líder. El mismo Paul, a quien en principio solo mueve la venganza contra los asesinos de su padre, acabará aceptando esa condición mesiánica para conseguir el apoyo unánime de todos los Fremen. Por otra parte, tanto él como su madre acabarán sufriendo cambios en su cuerpo y en sus percepciones (que podríamos llamar, usando terminología afín al género, «mutaciones») que reforzarán esa superioridad ultraterrena.

Timothee Chalamet es Paul AtreidesLa novela carece de ninguna sofisticación expresiva, lo cual no es bueno ni malo: como tantas obras de ciencia ficción, su apuesta se efectúa en el terreno de las ideas, como el Isaac Asimov de Fundación, obra con la que presenta más de un vínculo, pues en ambas late la idea de una Salvación en el seno de un Imperio corrupto. Ahora bien, el ateísmo racionalista del escritor americano de origen ruso le salva de caer en las ambigüedades pararreligiosas de Herbert, del mismo modo que su brillantez conceptual enriquece su obra, convirtiéndola en una inesperada reflexión sobre la tensión entre el determinismo y la libertad. En cambio, Herbert se complace en impregnar su novela de un evidente sustrato místico en el que es pieza central la religión islámica, no en vano buena parte de los términos particulares de la novela (alguno de los cuales ya hemos señalado) juegan con cierta homofonía con el árabe. Así, el nombre que el joven Paul adopta entre los Fremen al superar los ritos iniciáticos, Muad-dib (por mucho que se señale, como un rasgo de modestia, que es el nombre de un escurridizo roedor del desierto), es una evidente reminiscencia del término Mahdi, palabra árabe que significa ‘El Guiado’ (por Dios, se entiende) y que habrá de liderar a los creyentes para restaurar la fe sobre el mundo entero. En fin, se especule o no con las intenciones de Herbert al dotar a su creación de semejante urdimbre teológica, lo cierto es que la balanza se desequilibra con rapidez y el atractivo edificio místico acaba convirtiéndose en mera soflama misticista. No es lo mismo.

Ahora bien, Dune se lee sin altibajos rítmicos, lo que no es poco mérito en novela tan larga. El escenario donde transcurre la acción interesa. También lo hacen sus personajes centrales, aquellos a los que Herbert dedica más espacio (esto es, el conde Leto, su concubina Jessica y su hijo Paul), de tal modo que los personajes secundarios, algunos también muy atractivos, orbitan sin más en torno a ellos. Seguramente, lo más desdibujado del dramatis personae sea el clan de los Harkonnen, más recordable en las películas cuando menos por su caracterización visual. Especialmente fallido es el personaje de Feyd-Rautha, el sobrino y heredero del perverso barón Harkonnen, dueño de la misma maldad que este pero en teoría más ambiguo en sus manejos. Herbert no consigue dotarlo de la necesaria entidad, de modo que acaba pareciendo que su única función en la historia es servir de antagonista físico en el final para mayor gloria de Paul Muad’dib, del que en teoría es su doble perverso.

Ilustracion de Dune por Henrik Sahlstrom

La influencia de Dune ha sido muy evidente en la historia del género, literario pero sobre todo cinematográfico, en este caso por mediación del hombre que tanto condicionará la evolución de la space opera en dicho medio, George Lucas. No cabe duda de que el cineasta «robó» un buen puñado de elementos de Dune (como también haría con múltiples fuentes, del mismo Tolkien a los mitos artúricos, de La fortaleza escondida de Kurosawa al pulp a lo Rice Burroughs), comenzando por la importancia inicial de otro planeta desértico como es Tatooine, el cargante entramado pararreligioso (en su caso bajo el nombre de La Fuerza) o el perfil de Luke Skywalker como otro Elegido a lo Paul Muad’dib… incluyendo (advierto del spoiler, aunque en la novela no es tan fundamental) su filiación con el malvado de la historia: si Luke resultará ser hijo de Darth Vader, Paul descubrirá que es nieto del mismísimo barón Harkonnen. Por último, los famosos gusanos gigantes que recorren el desierto de Arrakis tendrían su homenaje en el monstruoso Sarlacc que abre su enorme boca en el mismo suelo arenoso la arena de Tatooine y al que, en El retorno del Jedi, pretende sacrificar a los héroes el adiposo Jabba el Hutt para una digestión de mil años.

El Sarlacc de El retorno del jedi se parece sospechosamente a los gusanos de Dune

Irónicamente, Star Wars llegaría a los cines antes de que el propósito de llevar Dune a la gran pantalla cristalizara. Después del fracaso del ya mencionado proyecto que lideraba Jodorowsky, el productor italiano Dino de Laurentiis, que llevaba un tiempo intentando imponer su nombre en Hollywood, reasumió los derechos y tomó la curiosa decisión de ponerlo en las manos de David Lynch, en buena medida por el buen sabor de boca que había dejado entre todo el mundo su segunda película El hombre elefante (1980). Lynch realizaría toda una serie de guiones, en su propósito de sintetizar la novela de Herbert sin traicionar sus ingredientes fundamentales, primero en compañía y luego en solitario, al parecer siempre con el aplauso del mismo escritor.

Cartel espanol de Dune, de David LynchEl resultado fue Dune, película de 1984, que se saldaría con un enorme fracaso comercial que acabó con el proyecto de convertir la saga literaria de Herbert en saga cinematográfica (como ahora parece que va a suceder con la adaptación de Villeneuve). Como siempre, el productor intentó contrarrestar el mal resultado de las previews iniciales reduciendo metraje —es curioso que, al contrario de lo que se estila ahora, entonces se considerara que no hay que dilatar porque sí una gran producción—, mas sin enderezar en absoluto el rumbo de su carrera por las salas. Con el tiempo, como se sabe, David Lynch se convertiría en objeto de culto para un nada desdeñable número de críticos y cinéfilos (el mismo De Laurentiis ayudaría, al producirle su siguiente trabajo, fundamental en la trayectoria del director pues seguramente sea su obra maestra, Terciopelo azul, de 1986) y eso ha revalorizado considerablemente el film que nos ocupa, ayudado por los claros vínculos que tiene con el cine posterior de Lynch: el barroquismo visual, la delectación por los componentes más malsanos de sus planteamientos, el gusto por los detalles en beneficio de la coherencia del conjunto, una galería recurrente de actores encabezada por el protagonista Kyle MacLachlan…

Debo divergir de ese culto: Dune me parece una película bastante floja, pese a que le reconozca parte de esos atractivos que reverencian sus incondicionales; lo que sucede es que me parece francamente insuficiente para dotar de entidad al conjunto. El primer defecto es evidente, y el propio Lynch fue bien consciente de él desde el principio: la imposibilidad de contener la novela, respetando su esencia, en un metraje que no se disparara a lo desaforado (incluso sin quitarle ese metraje que se le extirpó).

Imposible Kyle MacLachlan como Paul Atreides en el primer Dune del cineDe entrada, Lynch intenta ponerle remedio mediante una narración inicial puesta en boca de la princesa Irulan, la hija del emperador —personaje que apenas aparece en el libro pero cuyas citas, extraídas de supuestas obras posteriores en las que cuenta la vida de Paul Muad’dib, encabezan casi todos los capítulos—, que intenta sintetizar las líneas básicas de partida en un intento de clarificación loable. Sin embargo, no basta porque los episodios bien dosificados dentro de la amplitud de la novela aquí se suceden sin que dé tiempo a reposar lo que se ha contado antes. Lynch hace uso además de dos recursos que crean una irremediable sensación de dispersión. El primero es la simplificación de las peripecias en su propósito de síntesis: buena parte de los episodios más delicados (el contacto de Jessica y Paul con los Fremen; el ascenso de este como mesías) resultan excesivamente bruscos. El segundo es el recurso a hacer que los personajes expresen sus pensamientos en off, la mayor parte de las veces para transmitir una información importante que el director sabe que no va a tener tiempo de contar en imágenes. La obligada concisión hubiera exigido a un genio de la elipsis, al estilo de un Jacques Tourneur, y evidentemente eso no es Lynch.

El reparto, lleno de nombres conocidos en la época, resulta muy irregular. Los actores más destacados, como era previsible, son los más sólidos: la inglesa Francesca Annis como Jessica, el alemán Jürgen Prochnow como el duque Leto y el sueco Max Von Sydow en el papel del ecólogo de Arrakis. El protagonista, Kyle MacLachlan, mejoraría mucho poco después, a las órdenes del mismo Lynch (por ejemplo, en Terciopelo azul o dando vida al entrañable agente Cooper en la serie Twin Peaks), pero aquí no hay quien se lo crea ni encarnando al jovencito inicial que se abre al conocimiento del mundo y de sí mismo ni, después, al guerrero dueño de habilidades sobrehumanas (de hecho, hace el ridículo en las escenas de acción que ha de efectuar) y mesías carismático que va a cambiar el universo. No da la talla, sencillamente.

Kenneth McMillan, un baron Harkonnen francamente repulsivoLo que queda de este Dune, ya lo he dicho, es precisamente ese conjunto de elementos a los que Lynch reserva claramente lo mejor de sí mismo y que se corresponden, fundamentalmente, con el escenario y los personajes que es obvio que más le interesan: los Harkonnen y su mundo, Giedi Prime. Cada vez que la acción pasa a este lugar o, en otro sitio vuelve a aparecer ese vesánico clan, el film interesa, aun cuando también se abuse un tanto de esa delectación en la vileza. Así, Kenneth McMillan, como el barón, ciertamente impresiona pero seguramente le sobre más de una carcajada de villano total y alguna mirada desorbitada. La suciedad como concepto a la vez físico, moral y dramático, que Lynch asocia a los Harkonnen —de tal modo que estos resultan mucho más impresionantes que los del libro— es el mejor legado del director a la novela de partida. La visión que da de Giedi Prime es inolvidable: la apariencia de infierno industrial no puede sino recordarnos a los amantes del cómic a Apokolips, el siniestro mundo de Darkseid, creado por Jack Kirby dentro de su famosa saga del Cuarto Mundo. Y qué mejor símbolo de esa suciedad que el rostro purulento del barón Harkonnen, cuyas pústulas limpia su médico mientras alaba la belleza de esas facciones. O el modo en que contempla al joven esclavo que han traído ante él y sobre el que, después de darse un baño «purificador» ¡con aceite!, se arroja para arrancarle la válvula que contiene la sangre de su corazón (genial metáfora de la más incontenible eyaculación) y matarlo mientras golpea con frenesí su cuerpo delicado.

A la hora de emprender la nueva adaptación de la gigantesca novela de Frank Herbert, los responsables de este nuevo Dune sin duda aprendieron de los errores de la anterior y le dieron la extensión necesaria (tampoco era una decisión osada: actualmente, todos los films que nacen con pretensiones de ser «importantes» han de extender su metraje, como mínimo, a las dos horas y media). Por lo tanto, se concibió directamente en dos partes, estrenadas en 2021 y en 2024, figurando como bisagra la aceptación de Jessica y Paul entre los Fremen, en concreto después de que el muchacho sea retado a duelo a muerte por uno de aquellos y lo venza para pasmo de los hombres del desierto.

El primer capitulo de la nueva entrega de DuneNo se rodaron seguidas, debe advertirse, pero lo cierto es que diríase que son una sola película, dividida para su estreno al modo del genial díptico formado por El tigre de Esnapur y La tumba india (1959), de Fritz Lang. Por lo tanto, no diferenciaré entre una y otra a la hora de analizarla, más que para indicar segmentos concretos. Solo añado que la segunda mitad posee menor interés, sencillamente porque en la novela sucede lo mismo: la conversión de Paul en el mesías de Arrakis tiene menos intensidad que la intriga inicial sobre el suelo de Arrakis entre los Atreides y los Harkonnen.

La dirección fue encomendada a Denis Villeneuve, un realizador canadiense cuya carrera bien sostenida ha acabado desembocando en la ciencia ficción, campo en el que había filmado previamente dos títulos que gozaron de buena repercusión: el primero, La llegada (2016), un ejercicio de ciencia ficción adulta que sin embargo confunde la complejidad con la complicación y la trascendencia con el ensimismamiento; el segundo, Blade Runner 2049 (2017), en cambio, supera con nota el inmenso reto de demostrar que el film no es una secuela innecesaria, ofreciendo, además, un ejercicio de realización muy superior al de Ridley Scott en el film original. Su mejor película para mí hasta ahora, sin embargo, pertenece al thriller: la excelente Prisioneros (2013).

Villeneuve y su equipo se olvidan por completo de la adaptación de Lynch, y hacen muy bien. Con la inmensa ventaja de poder dedicar el espacio necesario a la progresiva iluminación interior de Paul y a la descripción del mundo desértico, Villeneuve puede demostrar sus dotes para el relato descriptivo (seguramente lo mejor de su cine), olvidándose del vanidoso deleite por lucir recursos que afecta a casi todo el mainstream actual de género. Allí donde Lynch y su equipo optaban directamente por la estilización (en el vestuario, en la escenografía, en las interpretaciones), Villeneuve y el suyo se decantan por un sobrio realismo, convencidos de no necesitar más puesto que la historia original y el escenario de Arrakis se prestan bien a ello.

No es Javier Bardem lo peor de Dune pero tampoco aporta gran cosaEl rasgo visual que personaliza de modo sugestivo este Dune hace honor a las posibilidades del lugar donde transcurre la acción. Es el tratamiento de las dunas infinitas del desierto o de sus roquedos, la omnipresencia de la arena, la concepción del agua como un elemento de valor sin igual. Y si Frank Herbert dejaba bien claro su inspiración conceptual y terminológica en el Islam, Villeneuve y su equipo, con coherencia, hacen lo propio con el tratamiento de las imágenes y de la banda sonora, aprovechando además el rodaje en esos mismos parajes, en Jordania y Abu Dhabi sobre todo. La partitura de Hans Zimmer se baña de la sonoridad particular de la música árabe, al menos a oídos de un profano, y esas texturas suyas habituales que lindan con el ruido y las vibraciones, asocian muy bien el primitivismo del espacio desierto y el paradójico futurismo de la tecnología y el vestuario de los invasores de Arrakis, este último una vez más de inspiración medieval. En este sentido, hay diseños en verdad afortunados, como el de esas naves ligeras llamadas ornitópteros que diríanse libélulas de metal, y la recreación de los gusanos, como no podía ser menos teniendo en cuenta las capacidades del cine coetáneo, es memorable.

Al igual que en el film de Lynch, el reparto de Dune está repleto de nombres importantes (al menos, ahora; quién sabe si en el futuro muchos de ellos ya no sonarán), pero lo supera en el equilibrio que hay entre todos ellos. Para mí, destacan ante todo Oscar Isaac en el papel del duque Leto, al que aporta tan extraordinaria personalidad que cada vez que aparece en imagen (en la primera parte, claro) la película aumenta su interés, y Josh Brolin en el papel de Gurney Halleck, uno de los maestros de Paul en la corte del duque, que será de los pocos en sobrevivir a la matanza de los Harkonnen. Pero era fundamental que convencieran los dos personajes centrales, tanto Paul como su amada Chani (personaje que en el film de Lynch apenas trascendía, amén de estar interpretado por la flojísima Sean Young), y lo hacen, en primer lugar, porque —esto es algo que se olvida con frecuencia al elegir a un intérprete para un determinado papel— Timothée Chalamet y Zendaya, la joven Fremen que se convierte en su amada, tienen el físico necesario: en el primer caso, los rasgos delicados del actor sugieren la sensibilidad propia de un muchacho que va adquiriendo progresiva conciencia de su singularidad; en el segundo, la sensualidad agreste de la actriz se corresponde con su papel de joven guerrera con opiniones propias.

La pareja protagonista de Dune

Con respecto a la novela, no digamos ya al film de 1984, este nuevo Dune posee dos hallazgos concretos de notable interés. El primero es la considerable entidad que se da a Feyd-Rautha, beneficiado de la prestancia visual que se da a otro joven actor, Austin Butler, y de la afortunada decisión de retrasar su aparición hasta bien comenzada la segunda parte, justo en el momento en que la escalada de poder de Paul demanda a un villano a su altura. El segundo es de orden conceptual y supone un acierto dramático pleno, puesto que ayuda a soportar mejor el exceso misticoide heredado de la novela. Se trata del modo en que, aquí sí, se cuestionan el mesianismo y su principal consecuencia, el irracionalismo fundamentalista que es el riesgo de toda creencia absoluta. El guion lo hace a través de los más jóvenes de entre los Fremen, más escépticos en cuanto naturalmente rebeldes frente a sus mayores, pero también hace hincapié en la progresiva fascinación con que el aura de Paul Muad’dib rinde las reservas de todos cuando los va conduciendo a la victoria. De todos salvo la de Chani, la cual tiene bien claro que ama a Paul, pero al hombre Paul y no al mesías que ahora es reverenciado universalmente. De ahí la fuerza del plano final, por completo distinto al momento correspondiente del libro.

Como bien se ha dicho, Denis Villeneuve toma como modelo al magistral cineasta David Lean, un hombre que supo otorgar densidad psicológica a grandes espectáculos visuales pensados para reventar taquillas como Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago. En su desmesurada ambición no alcanza semejante altura, claro, pero el esfuerzo se agradece y en el resultado final prevalece lo bueno frente a lo irregular, consiguiendo, de modo casi inaudito en estos tiempos, que Dune, considerada en dos partes o en una sola, posea una densidad que merece ser reconocida.

Maravillosas imagenes de las dunas y el desierto en el Dune de Villeneuve

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: Dune / Dune. Año: 1984.

Dirección: David Lynch. Guion: David Lynch, según la novela de Frank Herbert. Fotografía: Freddie Francis. Música: Toto. Reparto: Kyle MacLachlan (Paul Atreides), Francesca Annis (Dama Jessica), Jürgen Prochnow (Duque Leto), Kenneth MacMillan (Barón Harkonnen), José Ferrer (El emperador), Sean Young (Chani), Max Von Sydow (Doctor Kynes), Richard Jordan (Duncan Idaho). Dur.: 147 min.

Título: Dune / Dune (primera parte). Dune: Part Two / Dune: Parte dos (segunda). Año: 2021 (primera parte); 2024 (segunda).

Dirección: Denis Villeneuve. Guion: Jon Spaihts, Denis Villeneuve y Eric Roth (1ª parte); J. Spaihts y D. Villeneuve (2ª parte); novela de Frank Herbert. Fotografía: Greig Fraser. Música: Hans Zimmer. Reparto: Timothée Chalamet (Paul Atreides), Zendaya (Chani), Rebecca Ferguson (Dama Jessica), Oscar Isaac (Duque Leto), Stellan Skarsgaard (Barón Harkonnen), Christopher Walken (El emperador), Javier Bardem (Stilgar), Josh Brolin (Duncan Idaho), Austin Butler (Feyd-Rautha). Dur.: 155 y 166 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Dune o el mesías que llegó al desierto

  1. Recuerdo también, a principios de este siglo, que salió una versión en miniserie…

    • Pues lo ignoraba por completo. Lo he comprobado en imdb: es una miniserie de tres episodios con William Hurt como el duque Leto, que incluso se pasó en España, pero veo que ya entonces prestaba poca atención a las series de tv.

      Por cierto que la saga de Asimov, «Fundación», también ha sido objeto de serie, en este caso creo que con mayor repercusión, aunque tampoco la he visto. Demasiados campos de la ficción para estar al día…

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