Guardianes de la Galaxia, (im)posibles héroes de serie B marvelita

Los Guardianes originales

Los Guardianes de la Galaxia de Marvel Studios

Es evidente: el éxito de los dos «volúmenes» de Guardianes de la Galaxia radica, ante todo, en la simpatía con que ha sido acogida una propuesta que se aparta de la suma gravedad que, por lo general, domina el conjunto de films que componen el llamado Universo Cinemático Marvel, puesto que prefiere aproximarse al espíritu de aventura distendida de la ópera espacial en el sentido de La guerra de las galaxias. Y es que, en rigor, sus protagonistas no son superhéroes, esto es, seres con poderes que los distinguen del resto de la sociedad, sino aventureros de diferentes razas espaciales (siendo minoritaria, incluso, la terrestre) cuya capacidad de combate depende tanto de las características particulares de la especie a la que pertenecen como de las armas y las habilidades guerreras que poseen. Dentro del catálogo Marvel, es evidente que ambos títulos juegan la carta de la modestia —aunque esa modestia tenga mucho de «diseño» y, por tanto, en el fondo sea inmodestia— en el trazado de los personajes (sus protagonistas se presentan a sí mismos como una galería de losers) y en el espíritu, ante todo lúdico, que los anima: en otro tiempo, habríamos hablado de serie B. Por supuesto, esta definición ahora es absurda no solo por el presupuesto manejado sino porque, como ya he dicho, falta la espontaneidad genuina del verdadero cinema bis. Sin embargo, hay que reconocerlo: con sus evidentes limitaciones, Guardianes de la Galaxia supone un soplo de aire fresco dentro de un universo superheroico que comienza a hacerse reiterativo y que, en cada nuevo capítulo, derrama tanta trascendencia que acaba volviendo intrascendente su propósito de superar en grandiosidad al capítulo precedente de Marvel Studios.

Uno de los grandes atractivos que para mí tiene el presente boom del Universo Marvel es analizar la correspondencia entre los tebeos y las películas. En el caso de quienes nos ocupan ahora, no es posible. Como ya indiqué en un artículo anterior, los personajes originalmente encuadrados bajo el nombre de Guardianes de la Galaxia nada tienen que ver con los actuales. Los primeros Guardianes fueron creados en 1969, hace por tanto ya casi 50 años. Sus aventuras se desarrollaron en diversas colecciones durante la década siguiente (Los Defensores, Los Vengadores y su propia cabecera), y luego conocieron un pequeño revival en la primera mitad de los 90, que ya no leí (acaba de ser reeditado, pero tampoco ahora me anima su lectura: sus dibujos, obra del mismo guionista, Jim Valentino, son demasiado toscos).

Los Guardianes originales de los tebeosLos nuevos Guardianes proceden de la primera década del siglo XXI y su origen inicial tuvo lugar en diversas colecciones de ambiente espacial, hasta que acabaron recibiendo una serie propia entre 2008 y 2011, a cargo de Dan Abnett y Andy Lanning que parece ser que fue bien acogida, sobre todo por su sentido del humor. Sin embargo, en el momento en que se realizó el primer film, ni siquiera había colección alguna dedicada a ellos, y las que han surgido como consecuencia del éxito lo han hecho siguiendo, con toda lógica, la estela dictada por las películas.

Eso sí, los aficionados «clásicos» —lo cual quiere decir, ante todo, «maduros»— pudimos reconocer en su momento a cada uno de los heterogéneos personajes unidos en la nueva formación, porque la mayoría procedía de tiempos pasados. Así, el líder del grupo, Peter Quill, que se hace llamar con petulancia Star-Lord, es un personaje creado a mediados de los años 70 para uno de los magazines en blanco y negro con que Marvel intentó crear una línea de cómic más adulto, que en principio ni siquiera debía integrarse con el resto de personajes de la Casa. El Star-Lord original poco tiene que ver con el posterior: como mucho, comparte el trauma infantil de haber sufrido un encuentro con alienígenas que visitan la Tierra en el proverbial platillo volante, mas en este caso lo que sucede es que asesinan a su madre. Este episodio le provocará una intensa rabia que lo impulsa a forjarse el propósito de alcanzar algún día las estrellas: sus sueños recibirán el premio más inesperado cuando recibe unos poderes estelares que justificarán su apelativo.

En la película, Peter Quill es un niño que acaba de perder a su madre, víctima de un cáncer (y que ignora dónde está su padre), cuando es secuestrado por unos mercenarios espaciales a los que lidera el inescrupuloso Yondu (curiosamente, uno de los Guardianes originales, pero con quien poco tiene que ver, fuera de la apariencia física y el curioso poder de animar flechas con un silbido), que acaban convirtiéndolo en uno de los suyos, bajo la continua amenaza de matarlo. Por tanto, este Quill no es en absoluto un supertipo sino un hombre sin dotes excepcionales —aunque en el volumen 2 acabará revelándose que su padre es una criatura todopoderosa.

Chris Pratt es Peter Quill, alias Star LordEso sí, cuando la historia adelanta unos 25 años hacia delante (y el chico asume los rasgos de Chris Pratt), lo que caracteriza a Quill es su condición de eterno adolescente —tal vez porque el secuestro le arrebató precisamente esos años, obligándolo a endurecerse rápidamente en semejante compañía—, de tal modo que el pomposo nom de guerre que se empeña en asumir (sin que nadie le haga caso) se convierte en un rasgo delator de su tendencia a la fanfarronería, al estilo de los viejos personajes aventureros de Burt Lancaster o Errol Flynn. Un adolescente crecidito que se aferra como rasgo de identidad a su «herencia» terrestre, esto es, a un ¡walkman! en el que escucha una y otra vez un «Mix Alucinante» de éxitos del pop de los 70. Precisamente, su presentación en pantalla es lo que marcará el tono descacharrante del film: el tipo avanza por el inhóspito planeta en que acaba de aterrizar, deshaciéndose de los horrendos bichos que se empeñan en salirle al paso, todo ello al ritmo de Hooked on a Feeling.

El resto del quinteto está igualmente reciclado, a su manera, de personajes previos. La joven de piel verde llamada Gamora es un poco anterior, de 1975, creación del eminente Jim Starlin, el autor cósmico por excelencia de Marvel, pero el guion del film la convierte en presunta hija de Thanos, uno de los grandes villanos de la Casa de las Ideas, cuya sombra ha ido paseándose por diversos títulos de Marvel Studios, sin duda como preludio de una definitiva aparición, y que en el primer título del presente díptico también deja entrever sus siniestras intenciones. Drax es otra creación de Starlin (en la serie del mismísimo Iron Man, en 1973), apodado el Destructor, siendo un personaje fundamental en la misma y dilatada saga que el guionista dedicó al personaje de Thanos. Aquí es un forzudo carente de los poderes cósmicos del original, cuya simplicidad lo lleva a tomar de modo literal cada afirmación medianamente irónica que llega a sus oídos, pero que entre mamporro y mamporro revela una nobleza tan tosca como inconmovible.

El divertidísimo Rocket, o Mapache CoheteEl delirante mapache antropomórfico que se hace llamar Rocket (Mapache Cohete en sus previas apariciones de los comics) procede del mismo magazine en que nació Star-Lord, si bien en una aventura independiente publicada pocos meses después. Fue creado por el guionista Bill Mantlo, que luego se encargó de pasearlo por diversas series ya del Universo Marvel corriente, creando un atractivo personaje que sería olvidado hasta su rescate en el siglo XXI. En el film, es un mapache «genéticamente alterado» que se dedica al noble oficio de mercenario, y al que distingue una incontenible verborrea y el decidido propósito de no quedar nunca por debajo de nadie, amigo ni enemigo. Rocket es inseparable de una enorme criatura arbórea que se hace llamar Groot: que, de hecho, no pronuncia más palabras que «I am Groot». La gracia estriba en que, para Rocket, esas palabras poseen una riqueza polisémica que para el resto del mundo se nos escapa, de modo parecido a como la jerga electrónica de R2 D2 tenía un sentido propio solo para su compañero C3PO. Groot es un personaje incluso más antiguo que todos los anteriores, pues procede de la prehistoria de Marvel, de las viejas colecciones compuestas por historias cortas sobre monstruos que la editorial publicaba antes de encontrar el filón superheroico. Nació en 1960, como el villano de una única historia sin continuidad alguna y su creador fue el gran Jack Kirby, con o sin la colaboración del imprescindible Stan Lee (las informaciones a este respecto son ambiguas).

El primer capítulo de Guardianes de la Galaxia narra el encuentro entre estos cinco tipos cuyos caminos se cruzan mientras se disputan un objeto metálico y circular conocido como el Orbe, objeto de codicia de varios seres poco recomendables: el ya mencionado Thanos y su aliado Ronan el Acusador (otro villano clásico, creado por los venerables Lee y Kirby en los años 60). La razón es que en su interior se esconde una de las fabulosas Gemas del Infinito (de nuevo, creación original de Jim Starlin sobre las que vertebró varias sagas de gran éxito en los años 90, y que parece que darán juego en futuros capítulos cinematográficos de Los Vengadores), cuyo poder destructivo amenaza con destruir el mundo donde tiene lugar el final de la historia.

Ahora bien, lo de menos es la excusa argumental. Lo de más, el espíritu gamberro con que va presentando a los cinco antihéroes que acabarán uniéndose, al principio de modo circunstancial, y que, bien conscientes de su categoría de insignificantes buscavidas, acaban asumiendo con orgullo el burlón remoquete con que el tenebroso Ronan los saluda: como Guardianes de la Galaxia.

En efecto, durante su primera mitad, el film parece escrito por Peter David, uno de los mejores escritores de la Marvel moderna, puesto que reproduce las características que hacen tan disfrutables, tan divertidas y tan inteligentes sus etapas a cargo de personajes como Hulk o el Capitán Marvel desarrolladas en los últimos 25 años de la Casa de las Ideas (época, por lo general, donde destacan poco esos rasgos señalados). Y es que Guardianes de la Galaxia rebosa, como los tebeos de David, de un sentido del humor basado en réplicas ingeniosas dignas de la vieja screwball comedy, que definen a los personajes mucho mejor que sus acciones, y de un buen manejo de las referencias externas (sobre todo en boca del personaje de Peter Quill: en una de sus más geniales frases, para explicar qué tipo de «perdedores» son, se refiere a John Stamos, el olvidado galán de la no menos olvidada sitcom Padres forzosos), que incluye un cariñoso y pasablemente ácido cachondeo a costa de las convenciones de los géneros de superhéroes y de la space opera.

Ahora bien, justo después de la memorable fuga de la cárcel espacial que marca la unión del quinteto, el film va perdiendo esa fresca distensión que tan bien lo personaliza para discurrir por parámetros mucho más convencionales, tan pronto los protagonistas acaban presumiendo de nobleza y capacidad de sacrificio para detener a Ronan en su intento de destruir el planeta Xandar. Además, en su segunda parte, la película cae por la pendiente de la banal espectacularidad digital, con interminables escenas de batallas aéreas, si bien nunca llega a perder del todo la simpatía del espectador, que queda con ganas de más.

Simpático poster de Guardianes de la Galaxia vol 2Pues bien, la segunda parte (o volumen) de Guardianes de la Galaxia ofrece la agradable sorpresa de confirmar todo lo bueno de la primera, descartando lo menos conseguido para ofrecer un resultado bastante mejor, eludiendo el evidente riesgo de creerse todo cuanto había leído acerca de sus virtudes y convertir en cargantes a sus personajes. Ello no sucede, y es justo darle el mérito a su responsable principal, James Gunn, director de los dos films, coguionista en el primero y ya escritor en solitario del segundo capítulo, que sabe tensar todavía más el contenido humorístico, pero haciéndolo, ahora sí, compatible con unas pretensiones serias que consiguen dotarse de la debida densidad dramática sin caer ni en la pretenciosidad ni en la vacuidad.

El gran acierto de la película es el buen partido que obtiene del elemento que quedaba más bien impostado en el volumen primero: la creación de unos vínculos entre los miembros del grupo que, más que amistosos, son los propios de una familia. Así, y por mucho que sus respectivas personalidades, fuertes e incluso agresivas, choquen continuamente, por encima de todo siempre queda un sentido de la pertenencia mutua que hace natural que arriesguen sus vidas unos por otros y que procuren la mejora de todos.

James Gunn lo consigue haciendo que los distintos conflictos que condicionan la aventura sean expresión argumental y dramática de ese tema de la Familia. El vórtice de todo es el personaje de Peter, de quien ahora se cuenta su origen paterno: un aventurero espacial, casi tan jovial como el hijo, a quien encarna un Kurt Russell que recupera el espléndido carisma de sus films con John Carpenter, que se hace llamar Ego.

Los aficionados clásicos a Marvel recordarán que bajo ese nombre, los egregios Stan Lee y Jack Kirby crearon uno de sus villanos más imborrables, el planeta viviente que aparecía en las páginas de The Mighty Thor (septiembre de 1966). El Ego de la película es una poderosa entidad espacial que posee también forma planetaria pero, asimismo, la capacidad de crear avatares que le otorgan la necesaria movilidad (con la forma de Russell), y que, ensimismado en su singularidad, pretende rehacer el universo a su imagen y semejanza. Para ello ha ido plantando semillas de sí mismo en múltiples planetas, donde asimismo engendró en alguna de sus hembras toda una serie de hijos, esperando que en alguno de ellos germinara su poderosa esencia, pues mediante la absorción de ese vástago es como se «activa» el proceso de infección de cada planeta: en Peter encuentra, por fin, al hijo adecuado; el precio, por supuesto, será su sacrificio. Suena complicado (o estúpido), cierto, pero en pantalla hasta convence.

Michael Rooker, espléndido como YonduEn cualquier caso, y aparte del interés argumental propio de esta trama, la inteligencia del planteamiento estriba en que el anhelo filial de ese adolescente que lleva toda la vida buscando un padre servirá a Gunn para expresar, con emotiva densidad, que los lazos familiares proceden antes de la lealtad y el cariño mutuos que de los lazos de sangre. Su familia, por tanto, son los Guardianes y no el traicionero Ego (el nombre, como puede verse, se justifica por completo). Es más, de modo inesperado, el tema se enriquece gracias al uso que se hace del ya conocido personaje de Yondu, que ahora se revela como el verdadero padre espiritual de Peter: fue Ego quien lo envió a la Tierra en su busca pero él decidió no entregárselo al recelar de sus intenciones, y le otorgó la necesaria (esto es: dura) educación que el indefenso terrícola necesitaría en su nuevo hogar del espacio. Y Michael Rooker proporciona al personaje, bajo su maquillaje azulado, una profundidad dramática que incluso produce, en el clímax de la historia, la más noble emoción.

Todo esto no habría sido posible sin el evidente cariño que el film demuestra hacia sus personajes, y que traspasa pantalla. En especial, destacan ese robaescenas digital que es Rocket, el mazacote de Drax (sus diálogos con el delicioso e ingenuo personaje de Mantis, que en apariencia restallan de simpleza, demuestran una humanidad y una limpieza moral francamente admirables) y el impagable Baby Groot (el personaje moría y resucitaba —fácil, por su condición vegetal— en el final del volumen 1), ahora una criatura diminuta pero mucho más activa y dinámica que en su versión gigante.

No quiero, eso sí, hacer creer que estamos ante una completa joya (sobra, por ejemplo, el personaje de Nébula, la medio hermana de Gamora, blandengue subrayado al tema de los lazos familiares), pero sí ante una muy estimable película, que no decae en momento alguno y sabe a gloria en el panorama de los blockbusters. Y que, además, hace gala de un notable ingenio, no solo en sus recursos de humor —por ejemplo, el descacharrante uso que hace del inefable David Hasselhoff, al convertirlo en el modelo de «padre» del joven Quill durante sus años de orfandad— sino en la misma puesta en escena. Buen ejemplo de esto es la apertura de la película, sobre el papel la típica «escena apabullante» con que suelen iniciarse los films de acción actuales (un combate de los Guardianes en lo alto de una plataforma espacial contra una enorme monstruosidad), pero que Gunn narra por medio de un (digitalizado) plano-secuencia que sigue las evoluciones del pequeño Groot mientras baila al son de otra de las canciones del Mix Alucinante de Star-Lord, cruzándose tangencialmente con los combatientes, los cuales, así, permanecen casi todo el tiempo en segundo plano, contraviniendo las «reglas» de este tipo de secuencias.

Baby Groot da pie a situaciones de lo más descacharrante

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Títulos: Guardianes de la Galaxia / Guardians of the Galaxy. Año: 2014

Dirección: James Gunn. Guion: James Gunn y Nicole Perlman. Fotografía: Ben Davis. Música: Tyler Bates. Reparto: Chris Pratt (Peter Quill), Zoe Saldana (Gamora), Bradley Cooper (voz de Rocket), Vin Diesel («voz» de Groot), Dave Bautista (Drax), Michael Rooker (Yondu), Glenn Close (Nova Prime). Dur.: 121 min.

Títulos Guardianes de la Galaxia vol. 2/ Guardians of the Galaxy vol 2. Año: 2017

Dirección y guion: James Gunn. Fotografía: Henry Braham. Música: Tyler Bates. Reparto: Chris Pratt (Peter Quill), Zoe Saldana (Gamora), Bradley Cooper (voz de Rocket), Vin Diesel («voz» de Groot), Dave Bautista (Drax), Michael Rooker (Yondu), Kurt Russell (Ego). Dur.: 136 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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