Artículos de la saga Alien: I II III IV
Después del soplo revitalizador que supuso Prometheus (2012), Alien: Covenant vuelve a ser un cansino recalentamiento de la saga. Secuela de una precuela (!!), el film provoca además una molesta desorientación: aunque todo cuanto en ella sucede se supone que sigue siendo anterior a la magnífica película que lo inició todo, Alien, el octavo pasajero (1979), la sensación que le queda al espectador es que la continuidad entre unos títulos y otros ya es de lo más nebulosa, sobre todo por la diversidad de aliens que aparecen en estas dos historias que, repito, son anteriores al ciclo con Sigourney Weaver. En cualquier caso, el guion conecta directamente con el anterior: diez años después de que dejáramos al ambiguo androide David y a la doctora Shaw en dirección al planeta de los Ingenieros (esos desdeñosos semidioses que supimos en dicho film que crearon tanto al hombre como al alien), lo que propone el film es la llegada de otra (la enésima) expedición estelar al mismo mundo, aunque no lo saben, para descubrir qué sucedió con ese encuentro. El primer problema de Alien: Covenant es que cansa volver a presenciar las mismas escenas: la tripulación que despierta de su sueño de hibernación; el incauto astronauta que se asoma al huevo que abre sus pétalos y el furioso artrópodo que sale de él y se enrosca a su cuello; el alien que atraviesa sangrientamente el pecho de su víctima; el match final a bordo de la nave entre la endurecida heroína y el último de los bichos… Vamos, que los guionistas firman un trabajo que combina descaradamente los libretos de los dos primeros Aliens, los de Ridley Scott (director de este) y James Cameron.
Ahora bien, eso no quiere decir que la nueva película no posea interés. Lo tiene, pero irónicamente lo alcanza cuando pasa a segundo plano el elemento que identifica a la serie (el monstruo espacial de la doble mandíbula) y la historia remite al otro film mítico del director de la película, es decir, a Blade Runner (1982), algo doblemente irónico por cuanto, como sabemos, este título también estrenará secuela a lo largo del presente año. El verdadero centro dramático de Alien: Covenant no se encuentra en la reaparición de los aliens, sino en el personaje del mencionado robot David, interpretado por el mismo Michael Fassbender. El actor, en realidad, tiene un doble papel, por cuanto también encarna a Walter, el sintético que acompaña la nueva expedición estelar que se entrecruza con los bichos de la sangre ácida (es otro elemento argumental recurrente de la saga: ha conocido múltiples androides inquietantemente humanos, del Ash/Ian Holm del primer film a la Winona Ryder del cuarto y olvidado capítulo, el del director de Amelie). David es quien atrae al planeta a los humanos: en apariencia, los salva de la escabechina que comienzan los aliens y los conduce a una misteriosa fortaleza —cuyo ancho patio circular está cubierto por un horrible mosaico de cadáveres carbonizados mucho tiempo atrás— donde acabará revelando sus siniestras (y la verdad, poco claras) intenciones.
Importan menos los detalles argumentales (nada trabajados, repito) que las sugerentes reflexiones sobre la esencia de lo humano a partir de la confrontación entre el perfecto ser mecánico y su imperfecto creador, que ha decidido hacer del exterminio del hombre (o de los Ingenieros: él es quien los ha destruido, dejando ese reguero de cuerpos petrificados) la prueba de su reafirmación. En los diez años transcurridos, David ha acabado por auto-erigirse en un nuevo dios, que ha desarrollado un condescendiente y definitivo desprecio por esos seres que presumen de perfección pero que, al contrario de él mismo, están condenados a la progresiva degradación y muerte. ¿Qué mejor forma de reafirmar su divinidad que retomar a ese letal «hijo» de los Ingenieros, el alien, y lanzarlo como una maldición bíblica contra el hombre, cuyo pecado ha sido haberlo creado… y querer presumir de ello? Así, las mejores secuencias de la película son aquellas habitadas por un Fassbender estupendo: la forma en que consigue hacer diferentes a los dos robots da la medida de su excelencia como actor, que brilla de modo eminente en sus escenas «compartidas». Es todo un acierto que, hasta que por fin vemos a los dos personajes compartiendo plano, el espectador se pregunte todo el rato si ese tal Walter no será el ya conocido David envuelto en alguno de sus turbios manejos: cada uno de los gestos y miradas del personaje parecen revestirse de una ominosa amenaza. De hecho, el manipulador David intenta unir a su causa al más noble Walter (noble porque, lo dice él mismo, su programación deja menos margen a la especulación intelectual…) remarcando como vínculo común el amor que ambos sienten por dos mujeres, Walter por la heroína del nuevo film (Danny: Katharine Waterston), él por la doctora Shaw (aunque al final hiele el corazón descubrir la razón de la muerte de la protagonista de Prometheus). Y si Roy Batty, al final de Blade Runner, se ganaba la inmortalidad con su muerte apolínea, aquí David, cuya maldad (¿humana?) lo aleja de la «pureza» de ese wagneriano replicante, acaba definitivamente erigido en el probable verdugo de la humanidad. Cuando menos, justo es reconocerlo, el estupendo final de Alien: Covenant nos deja con la intriga de querer saber más.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Alien: Covenant / Alien: Covenant. Año: 2017.
Dirección: Ridley Scott. Guión: John Logan y Dante Harper; historia de Jack Paglen y Michael Green. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Jed Kurzel. Reparto: Michael Fassbender (David / Walter), Katherine Waterston (Danny), Billy Crudup (Capitán Oram). Dur.: 122 min.
A mí, por el contrario, no me gustó nada Prometheus. Película que te deja la profunda sensación de innecesariedad. De hecho ni me acuerdo de qué iba. Esto de las sagas es muy cansino y pueril. Curiosamente incesante en la anticipación, pues ejemplos hay para preocuparse. Con la conocida meticulosidad que te caracteriza y de la que disfruto sobremanera, me gustaría que vieras y nos radiografiaras – si es que no la has visto – , Proyecto Lázaro, película imperfecta al pesar mucho en ella Mallick estéticamente y formalmente, si bien no tanto discursivamente como se ha dicho, pues la española es mucho menos ambigua y precisa, promotora de una reflexión más inteligente, pese a algunas premisas de confrontación moral discutibles. Y, por supuesto, más diáfana en su pretensión que las homilías cósmicas del norteamericano. Un abrazo
Como indico en el propio artículo de esta película, a mí me parece que contiene una buena idea: la de esa raza de seres semidivinos, los Ingenieros, que suponen el eslabón entre el hombre y el alien. El principal problema tanto de Prometheus como de Alien: Covenant es que, aparte de sus virtudes y defectos, es el mismo que otras franquicias que se retoman, tiempo después de haber sido aparcadas, mediante la invención de una «precuela» (en la saga que nos ocupa, este estreno crea una secuela de la precuela, que ya es rizar el rizo). Es decir, la incongruencia de que la tecnología parezca superior pese a estar ambientados en épocas cronológicamente anteriores (es una de las razones por las que nunca aguanté la segunda trilogía de «Star Wars»), así como el exceso de innovaciones argumentales que, claro, buscan atraer público que no crea que va a perder el tiempo con un recalentamiento, pero que acaban haciéndolas todavía más incongruentes.
No he visto «Proyecto Lázaro» (sobrecarga de estrenos estas semanas previas), pero la apunto…