Jack Kirby, creador de universos

Caricatura del mismo Jack Kirby y sus creacionesSus padres lo llamaron Jakob Kurtzberg, pero al profesionalizarse como autor de cómics escogió el nombre de Jack Kirby, cuya sonoridad era más americana y que más tarde, en 1943, adoptaría legalmente. En los años sesenta, su compañero de armas Stan Lee, amigo de otorgar simpáticos apelativos a todos los miembros principales de la familia Marvel, lo apodó como «King» Kirby, el Rey, una forma de reconocer el magisterio que había alcanzado entre los dibujantes de la casa: cuantos querían iniciar una carrera en la editorial, debían fijarse en su estilo y adoptarlo en lo posible. No sé si Jack Kirby ha sido el mejor dibujante del cómic superheroico de todos los tiempos (es una disputa absurda, claro) y me da igual. Porque lo que sí es seguro que para quienes amamos los tebeos de Marvel fue en verdad el Rey, el hombre cuya fabulosa imaginación gráfica, cuya fuerza incontenible y cuya capacidad casi inagotable de invención crearon en buena medida —por supuesto, con la colaboración inapreciable de Stan Lee— el tebeo moderno de superhéroes. A quien este no le guste, o lo considere una reliquia de su infancia a la que no ha vuelto a asomarse, se tratará de un monarca prescindible. Para quienes pensamos que no hay parcelas «menores» de la creatividad artística, sino artistas buenos o malos (y lectores o espectadores que buscan o que prefieren que los «encuentren»), Jack Kirby es un grande, un autor de talla superior, un creador de universos.

Hace apenas un mes, la editorial Dolmen ha publicado un excelente libro titulado precisamente King Kirby. Jack Kirby y el mundo del cómic, obra de José Joaquín Rodríguez. Hace años, en un número extra de la revista El Boletín (1997), Alejandro Martínez Viturtia —que poco después revolucionaría, desde la editorial Planeta, con su formato de la Biblioteca Marvel, la publicación del legado clásico de la Casa de las Ideas— ya había escrito un valioso trabajo sobre el autor, titulado sencillamente Jack Kirby. Son los dos únicos estudios que conozco en nuestro país que nos acercan a la biografía de un hombre que, por su modestia natural y su falta de instinto de promoción, es para muchos un misterio.

De su otra mitad en la creación del Universo Marvel, Stan Lee, sabemos muchas cosas: él bien se ha encargado de decírnoslo desde hace décadas y su rostro es perfectamente reconocible incluso para las generaciones más jóvenes de aficionados puesto que, al modo de Alfred Hitchcock, su presencia fugaz es un icono obligado en cada uno de los títulos que Hollywood lleva estrenando a trompicones en los últimos tiempos sobre los grandes personajes Marvel que ellos crearon.

Stan Lee y Jack Kirby, los creadores del Universo MarvelDe Jack Kirby se sabe mucho menos. Mientras que Stan Lee fue un empleado dócil y nada problemático para los sucesivos dueños de Marvel, Kirby se marchó de la editorial, disconforme con sus condiciones de trabajo (entre ellas, la completa falta de reconocimiento en la autoría de los personajes), y aunque volvió, con el tiempo mantuvo una disputa con la llamada Casa de las Ideas por la recuperación de sus páginas originales, las cuales, como bien se sabe en el mundillo, pueden ser otra fuente de ingresos para sus autores (y que son suyas, vaya). Cualquier lector de Marvel se conoce de memoria el famoso Stan Lee presenta que encabeza la portadilla de todos sus cómics desde hace décadas, y con la cual la editorial, precisamente, premió (y con justicia) su labor. Pero el trabajo de Kirby, no menos importante, no recibió el mismo reconocimiento. Incluso hubo un tiempo en que pareció que Lee había sido la verdadera alma mater en la creación del Universo. Del mismo modo, y en función de esa intolerable ley del péndulo que afecta a casi cualquier parcela artística, cuando llegó la revalorización del dibujante, muchos creyeron hacer un favor al trabajo de éste menospreciando la aportación del primero. Pues bien, no: el Universo Marvel construyó su grandeza gracias a la labor conjunta de dos arquitectos llamados Stan Lee y Jack Kirby. Si uno de los dos hubiera fallado, o no hubiera estado presente en esa conjunción de caminos que se produjo a inicios de los años 60, la historia habría sido otra.

Jack Kirby nació en 1917, en un humilde barrio de Nueva York, el Lower East Side, en el seno de una familia de inmigrantes judíos austriacos. Durante su infancia vivió ese ambiente propio de las películas del cine negro de Hollywood de los años 30, y no extraña que, muchos años después, en sus tebeos todavía recogiera, de modo considerablemente anacrónico, la figura del gángster inmortalizado en la pantalla por los Edward G. Robinson y James Cagney. Kirby escapó de la delincuencia gracias sin duda a su tenaz personalidad y a la puerta que para él, un muchacho sin estudios como la mayor parte de sus amigos del barrio, supuso su habilidad para el dibujo.

Kirby inició su trabajo en el mundo del tebeo a finales de los años treinta, aceptando modestos cometidos en diversas editoriales, donde tuvo ya ocasión de demostrar la que sería una de las virtudes más apreciadas por todos los jefes que tuvo: su rapidez a la hora de entregar las páginas. En uno de esos trabajos conoció a otro joven artista, Joe Simon, con el que forjaría una buena amistad y que se convertiría en su pareja profesional durante veinte años. Simon y Kirby fueron un tándem bien compenetrado, capaz de alternarse en los tres distintos cometidos de la elaboración de tebeos, el guión, el dibujo a lápiz y el entintado. Con el tiempo, sin embargo, Kirby se centraría en su fuerte, la segunda de estas dos labores. Simon se revelaría, además, como un magnífico editor y un avispado hombre de negocios a la hora de buscar buenas condiciones de trabajo para el dúo.

El histórico número 1 del Capitán América, en 1941Fue así cómo ambos comenzaron a trabajar, en 1940, para Martin Goodman, un editor de publicaciones pulp que se estaba aventurando en el campo del cómic mediante una editorial llamada Timely. Para ella, Simon y Kirby crearon nada menos que al Capitán América, el célebre personaje que varias décadas después sería uno de los puntales del Universo Marvel. Pues Timely es el primer nombre que tuvo la editorial conocida con el tiempo como Marvel, y Stan Lee era el joven cuñado de Goodman, que por aquellos años también comenzaba su labor editorial, al principio como mero chico para todo y después como guionista.

Atraídos por otras ofertas, Simon y Kirby abandonaron pronto a su personaje (que permaneció, claro, en la editorial que les había «encargado» su creación). La guerra contra esos nazis que habían sido los grandes enemigos del Capitán llegó de modo realista a la vida de Kirby, quien fue alistado y combatió en Francia, en el frente occidental. Licenciado después de sufrir un principio de congelación en las piernas, Kirby volvió a la vida civil y a su asociación con Simon. Durante cerca de quince años, el trabajo de ambos varió en función de las modas que condicionaban la industria, pasando del tebeo de superhéroes a la ciencia-ficción y los westerns pasando (aunque parezca mentira) por el cómic romántico.

En la segunda mitad de los 50, la crisis empezó a asolar el mundo del tebeo. Simon prefirió abandonarlo y centrarse en publicidad. Kirby aguantó con una reducción notable de su nivel de trabajo, concentrándose en una tira para los periódicos que no gozó de gran éxito, Sky Masters of the Space Force (no hace mucho editada en nuestro país). En 1958, Stan Lee, ahora ya el gran responsable de la antigua Timely como único editor y principal guionista, lo llamó para volver a la casa donde conoció su primer y mayor éxito. No hubo grandes celebraciones en ese regreso. El mundo del cómic no se alteró… todavía. La editorial de Martin Goodman, que todavía no se llamaba Marvel, era muy modesta, y por un acuerdo además con su distribuidora no podía editar más de ocho tebeos al mes, que repartía entre publicaciones del oeste y series de monstruos, en las cuales ingresó Kirby, normalmente bajo guión del mismo Lee.

La llamada Era Marvel comenzó casi por casualidad, cuando Goodman advirtió que la gran referencia editorial en su campo, la DC —editora de Superman, Batman o Wonder Woman—, estaba obteniendo un gran éxito con una serie protagonizada por un grupo de superhéroes. Goodman encomendó a Lee, como era usual entre los editores de las distintas casas, que copiara esa idea y ofreciera su propio grupo superheroico. El resultado ya sabemos cuál fue: el primer número de Fantastic Four (noviembre de 1961), con la creación de los 4 Fantásticos. La repercusión fue inmediata: no extraordinaria pero sí notable, y animó a Lee a idear nuevos personajes con los cuales creó un mundo interactivo y cohesionado que es lo que hoy llamamos Universo Marvel.

Jack Kirby fue el creador gráfico de la mayoría de los personajes y series: la gran excepción fue el emblemático Spiderman, diseñado y dibujado por el gran Steve Ditko. La lista es legendaria, y buena prueba de su inmortalidad se encuentra en ese lanzamiento que todos esos personajes están conociendo hoy día gracias al cine: El Increíble Hulk/La Masa, Iron Man/El Hombre de Hierro, Thor, Los Vengadores, La Patrulla-X…

Una de las más recordadas aventuras de los 4F, contra Galactus¿Por qué esos personajes y esas nuevas colecciones fueron percibidos por el público como diferentes? El Universo Marvel aportó, en principio, dos grandes novedades. La primera, hacer de sus personajes no unos seres inmutables, sino unos héroes cotidianos y vulnerables, que una vez que se quitan los disfraces deben hacer frente a los problemas cotidianos de la vida. Así, por ejemplo, bajo el disfraz tenebroso —al menos, en el momento de su diseño— y los grandes poderes de Spiderman, se esconderá un chaval de instituto, tímido e inseguro, cuyo mayor temor es que su anciana tía no se entere de su doble identidad. O bien, el hombre bajo la poderosa armadura de Iron Man vive con la amenaza constante de que un trozo de metralla alcance su corazón, y La Cosa se halla bajo el tormento que le produce su monstruosa apariencia. La segunda novedad fue la invención de la continuidad. Es decir, las aventuras de los personajes conformaban una crónica en la que cada batalla, cada episodio de sus vidas, contaba de cara a la historia personal de cada uno de ellos. Se acabaron los héroes definidos de una vez y para siempre como Batman o Superman, con novias «eternas» cuya relación no evoluciona y con combates y enemigos sin consecuencias posteriores.

La aportación de Jack Kirby al Universo Marvel fue no sólo la habilidad de un buen dibujo, sino una fuerza y una capacidad narrativa como no se veían en aquella época. Pues Kirby era, ante todo, un genial narrador capaz de mantener de modo hipnótico la atención del lector no ya con un despliegue de maravillas gráficas, sino con la tensión expresiva necesaria para que aquél deseara, en todo momento, ver más. En buena medida, ese frenesí creativo era favorecido por el llamado Método Marvel de trabajo. El guionista (casi siempre Lee, como hemos dicho) no entregaba un desarrollo pormenorizado dentro del cual el dibujante tenía poco margen para la inventiva, sino que le pasaba una mera sinopsis y unas cuantas sugerencias argumentales o psicológicas. El talento del dibujante (Kirby en este caso, pero también Ditko y después John Buscema o John Romita) se encargaba de desarrollar aquellas con la grandeza necesaria. Devueltas al guionista las páginas ya dibujadas y entintadas, Lee añadía los diálogos, que eran otro elemento indispensable en la caracterización de los personajes.

Precisamente es llamativo el modo en que los dibujos de Kirby, aunque siempre bien reconocibles, cambiaban en función de su entintador. En Los 4 Fantásticos, Kirby gozó del trabajo de quien siempre se ha considerado su mejor entintador, Joe Sinnott, quien complementaba muy bien el detallismo del dibujo con un característico redondeado, embelleciendo en especial los rostros. En Thor, encontró su mejor complemento en Vince Colletta, un hombre a quien se ha vilipendiado por reducir buena parte de las tramas del dibujo (a veces hasta el descaro de borrar parte de los fondos para ahorrar tiempo), pero que supo dar a los personajes mitológicos ese aire distante y majestuoso que estos requerían. Otro inker de esta época, Chic Stone, suavizaba las figuras hasta casi convertirlas en seres infantiles, remarcando su aire onírico.

El estilo de Jack Kirby, como he señalado, fue tomado por la casa como modelo narrativo. No había que dibujar como Kirby, sino narrar como Kirby. Repasando bien su obra, nos damos cuenta de que nuestro autor no era un dibujante perfecto al modo en que lo eran, por ejemplo, John Buscema o John Romita, dos autores capaces de reproducir con el máximo realismo cualquier cosa. Kirby era un estilista, al que le interesaba poco esa respetuosa fidelidad al mundo real: un hombre bien consciente de que la fuerza de un dibujo se halla en su sentido de la fantasía y, en el caso de un universo superheroico naciente, en su grandiosidad. Sin duda hay dibujantes mejores que él en ese sentido señalado, pero difícilmente los hay más grandes en cuanto a capacidad expresiva.

Con el tiempo, la insatisfacción fue apoderándose de Jack Kirby en el seno de la Marvel. En parte puede que se debiera a cierto complejo de no estar siendo valorado en la medida en que lo era Stan Lee. Pero sobre todo a la sensación de estar desaprovechando su arte al no poseer la máxima libertad (a la que había estado acostumbrado en sus buenos tiempos de los años 40 y 50). La editorial DC, que había intentado ignorar el nuevo modelo ofrecido por la Marvel hasta que no tuvo más remedio que cambiar de estrategia, decidió directamente llevarse al mejor talento de sus rivales. La oferta que recibió Kirby era tan suculenta, no solo en el plano económico sino en el artístico, que no pudo rechazarla. Para conmoción de los seguidores de Marvel, el Rey abandonaba la Casa de las Ideas a finales de 1970.

Magnífica portada para KamandiEn DC permaneció seis años, tan cargados de ilusión al principio como de frustraciones después. Pues si es cierto que, al inicio, recibió la libertad necesaria para, por fin, dar curso a todas esas ideas y proyectos que llevaban años pugnando por salir de sus lápices, la respuesta del público, favorable en un primer momento, acabó siendo indiferente, de tal modo que los editores fueron cerrando cada una de sus publicaciones.

Esa etapa se caracteriza por una de sus mayores creaciones, la llamada Saga del Cuarto Mundo. Uniendo una particular mitología muy cercana a la desarrollada en Thor con la ciencia-ficción, el cómic de monstruos, la saga épica y el misticismo heroico, Kirby levantó un complejísimo escenario argumental con el que intentó hacer algo que en su momento era revolucionario, si bien hoy día es moneda corriente: una saga desarrollada no en una única colección, ni en dos, sino en hasta cuatro (y el objetivo era ir aumentando a más), cada una con un centro argumental propio pero con el mismo background común entre todas. Background cuyo centro era el enfrentamiento entre los poderosos seres de dos mundos gemelos llamados Nueva Génesis y Apokolips que, no se sabe bien por qué, dirimen buena parte de su pugna en nuestro entrañable planeta azul.

El gran problema del Cuarto Mundo fue, precisamente, la dispersión argumental en que cayó un Kirby que, a la vista está, necesitaba, si no un guionista sí al menos un editor o un supervisor que otorgara coherencia al aluvión de datos y personajes que introducía cada número. Kirby era capaz de introducir un concepto o un personaje de enorme sugestión, y antes siquiera de haber aprovechado una mínima parte de sus posibilidades, ya lo había abandonado para pasar a otros. El desconcierto fue grande, y el público se mostró incapaz de seguir al autor por donde éste quería. Ello por no hablar de algo evidente: que el dibujo de Kirby iba perdiendo fuelle con el paso de los años (tampoco ayudaron los entintadores de confianza de quien se rodeó, eficaces pero por completo impersonales, como Mike Royer) y que era un muy discreto dialoguista, a la vez enfático e infantil. Con todo, y cuando se ve en su conjunto y en ediciones que permiten leer todas las aventuras de un tirón, queda claro que nos hallamos ante un ciclo impresionante. No en vano hoy día el Universo DC es inconcebible sin las creaciones de Kirby —empezando por su gran villano, el malvado Darkseid.

A mediados de los 70, Kirby volvió a Marvel, donde ya Stan Lee ni escribía ni controlaba las colecciones: la editorial había crecido demasiado para ello. Recibió un trato parecido al que había disfrutado en DC, si bien ya no regresaba tanto como autor-estrella (y es que en Marvel ahora sobraban los grandes artistas) sino como una figura con la que, creo, no se sabía muy bien qué hacer, una gran referencia que, sin embargo, empezaba a resultar algo anacrónica.

Mítica portada del Capitán América, con dibujo de Kirby y entintado de RomitaEs por ello que esta nueva etapa tuvo un resultado similar al de su periodo en la DC. Kirby recibió la responsabilidad completa de varias colecciones. Escogió, para empezar, a su viejo personaje Capitán América y el tono que le dio fue significativo: un carrusel de acción sin respiro (sin planificación alguna: cuando advierte que se acaba el número asignado a cada cómic, lo cierra y continúa en el siguiente), para el que prescinde del desarrollo psicológico, incluso argumental, que el personaje había ido construyendo en las previas y muy interesantes etapas, sobre todo con el guionista Steve Englehart (y que desmienten el aroma conservador que emana del personaje sólo por tomarlo como encarnación del americanismo más rancio: nada más injusto). El talento narrativo de Kirby sostiene la empresa, pero con el paso de los números quedó clara la falta de progresión de la serie, en todos los órdenes, y la decadencia del dibujo.

Trabajador incansable siempre, Kirby no dudó en afrontar el mayor número posible de colecciones. Alguna del todo singular, como 2001, una odisea del espacio que, claro, no se limita a ser una mera ilustración del film original. Otra, Los Eternos, le permitió reproducir de nuevo ese tono majestuoso que le era tan familiar, en su fusión de la mitología y la ciencia-ficción, a partir de una historia que se hace eco de las pintorescas teorías «científicas» de Erich von Daniken o Peter Kolosimo, tan populares en su día, acerca de la intervención de extraterrestres en los grandes logros de las civilizaciones históricas terrestres. También se ocupó de series de otros personajes clásicos de Marvel, como Pantera Negra (que había creado dentro de Fantastic Four una década atrás), y para la cual realizó el que creo su mejor trabajo de esta época, como señalé hace tiempo en otro comentario.

La acogida, como en sus años de DC, fue discreta y Kirby poco a poco fue desilusionándose. En 1978 tomó la decisión de abandonar el mundo del cómic, y fue fiel a ella salvo algún retorno muy puntual, si bien ello no quiere decir que se convirtiera en un mero jubilado: trabajó bastante, por completo, en series animadas para televisión. En sus últimos años, además de luchar contra la editorial, con éxito, por la recuperación de sus páginas originales, encontró por fin el cariño que tanto había anhelado por parte tanto de los fans como de las nuevas generaciones de artistas del medio. Murió de un ataque al corazón el 6 de febrero de 1994, ignorante de que su fama todavía estaba en trance de aumentar. Hoy, el viejo epíteto con que lo obsequió Stan Lee es reconocido por cualquier amante del género: Jack Kirby, sin duda, fue el Rey.

Inolvidable imagen de La Cosa en La batalla del Edificio Baxter

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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