El doblaje barcelonés: la Metro, años 50 (II)

Metro I      II

Escarlata O'Hara, a Dios pongo por testigoSi el cuadro masculino del estudio contó con tres o cuatro voces simultáneas que solían repartirse los protagonismos, las voces femeninas estelares prácticamente se redujeron a dos, que por lo tanto figuran en la práctica totalidad de los trabajos el estudio en los años cincuenta. Fueron dos maravillosas actrices, Elvira Jofre y María Victoria Durá, asombrosamente complementarias entre sí, como indican los apelativos con que se las conoce: la voz dulce y la voz grave de la Metro, respectivamente. Escucharlas juntas en un mismo reparto doblando personajes de relevancia similar (lo cual sucedió bastantes veces) fue un privilegio. Es curioso, sin embargo, que la voz asociada al papel más famoso del estudio, la Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó (1950), la de Elsa Fábregas (1921-2008), haya de quedar fuera de este artículo. Primero, porque aunque dobló bastante en Metro durante la década anterior (había dado su voz a Vivien Leigh más de una vez antes de ese trabajo) no estaba contratada en exclusiva y, además, justo en ese momento, y seguramente por el prestigio alcanzado por dicho papel, recibió una oferta de Madrid por parte de Hugo Donarelli, gran factótum de la profesión en la capital, y marchó allí como gran estrella. Volvió a mediados de los cincuenta y se contrató en Voz de España, sin volver a Metro. En Barcelona ya permanecería hasta su muerte, convertida posiblemente en la actriz femenina más legendaria del doblaje español tanto por su talento como por lo longevo de su carrera, que le permitió atravesar todas las épocas de la profesión en primera línea, adaptándose según su edad, desde la época de los pioneros y la clásica hasta asistir a la propia decadencia de la profesión, acumulando siete décadas de actividad, desde 1935 hasta 2007. Puede decirse que murió con las botas puestas.

Desde principios de la década de los cuarenta en que debutó en la profesión, Elvira Jofre (1915-1998) fue una estrella absoluta de la profesión, rango que mantuvo durante dos décadas. El apodo señalado líneas arriba es exacto: Elvira poseía un timbre precioso, ligera (casi coquetamente) nasal, al que era capaz de darle unas inflexiones de belleza sin igual. No extraña que asumiera la práctica totalidad de los papeles de dama joven y buena del estudio a lo largo de dos décadas, en los cincuenta con exclusividad. José María Ovies confió en ella a muerte, y Elvira le correspondió con un catálogo de magníficas interpretaciones, doblando a buena parte de las estrellas femeninas del estudio del león: Greer Garson (su primera gran asignación), Ingrid Bergman, Elizabeth Taylor, Janet Leigh, June Allyson o Deborah Kerr.

Greer Garson y Ronald Colman en Niebla en el pasadoNo debe confundirse, eso sí, dulzura con blandura, puesto que sus personajes se caracterizaron asimismo por su energía: es el caso, por ejemplo, de la mencionada Greer Garson, esa actriz que durante los años 40 tuvo en Hollywood un estatus crítico y popular parangonable al de la Meryl Streep de tiempos recientes, tan valorada que acumuló múltiples nominaciones a los Oscars. El tiempo no ha sido justo con ella, puesto que fuera de sus años de reinado ha ido siendo olvidada poco a poco. Ahora bien, la revisión de sus películas demuestra que tuvo una calidad y un encanto notables. Si en la primera entrega de este artículo destacaba el papel de José María Ovies doblando a Ronald Colman en Niebla en el pasado, lo mismo puedo decir de la interpretación de Elvira Jofre como Garson. Es una actuación realmente magistral, en un papel que le exige a la actriz pasar de la desbordante felicidad de los primeros compases, cuando se enamora del frágil Smithy, a la desdichada contención del resto del metraje, cuando se ve obligada a ser la fiel secretaria de Carlos Rainier e incluso a soportar que este le pida que se case con ella para así poder responder mejor al perfil político que se le exige.

Fragmento de Niebla en el pasado

Maggie la gata, Elizabeth TaylorOtra de sus aclamadas asignaciones fue la de la joven Elizabeth Taylor. La incontenible belleza de la actriz en el papel de la judía Rebeca, de Ivanhoe, por ejemplo, se correspondía con la gentil sonoridad de su voz, ambas iguales de radiantes y de sobrias. Sin embargo, en la última ocasión en que la dobló, como la Maggie de La gata sobre el tejado de cinc (1958), Elvira supo estar a la refulgente altura pasional de la mítica creación de Tennessee Williams, extrayendo unos matices eróticos impensables en una actriz restringida, en general, al pacatismo habitual de los personajes femeninos del más conservador de los estudios de Hollywood. Es evidente, por tanto, que fue una intérprete con más registros de los que usualmente manifestó.

Fragmento de La gata sobre el tejado de cinc

Su complemento perfecto fue María Victoria Durá (1902-1998). Presente en la profesión desde los años treinta, María Victoria estaba dotada de una voz templada más que grave, y elegante, que impregnaba de clase a las actrices más guapas que le fueron encomendadas. Ava Gardner, por ejemplo, nunca pareció menos terrenal que en sus labios. Aparte de ella, otras estrellas de la casa a las que puso su voz fue a Katharine Hepburn, Esther Williams, Lana Turner, Eleanor Parker o Cyd Charisse. Es de señalar que, en estos años cincuenta en que me estoy centrando, la actriz española tenía bastante más edad que la mayoría de las actrices a las que doblaba (aunque algunas fuentes retrasan su nacimiento hasta 1910) y sin embargo, la simbiosis es completa.

Fragmento de Los caballeros del rey Arturo

Maria Victoria, Rafael Luis y Elvira, el trio protagonista de ScaramoucheOvies entendió muy bien que ese contraste sonoro entre sus dos estrellas femeninas enriquecía el juego de voluntades, la competencia por el mismo hombre, en varias películas construidas en torno a un triángulo sentimental. Sucede, por ejemplo, en Ivanhoe, donde Joan Fontaine (Durá) y Elizabeth Taylor (Jofre) suspiran por el paladín señalado, y en Scaramouche, donde Eleanor Parker (Durá) y Janet Leigh (Jofre) hacen lo propio por Andrés Moreau. Es significativo que en cada película gane una de las dos, y sin embargo quien conquista el corazón del espectador (al menos, de este espectador) es quien en teoría pierde, lo cual es mérito de las actrices originales. Por encantadora que sea Janet Leigh, sinceramente su juvenil ingenuidad poca batalla puede presentar ante la cáustica vitalidad de la pelirroja Parker, tan desbordante de sensualidad que uno se pregunta cómo Scaramouche puede dejarla ir, por bellísima que aparezca la primera. Una vez más, María Victoria Durá templa esa tendencia a la vulgaridad que se intuye en la plebeya Leonor dotándola de su habitual elegancia sonora. Un tercer ejemplo de esta rivalidad sonora fue abortado delirantemente por la censura española: es el bien conocido caso de Mogambo (1954), donde Durá doblaba a Ava Gardner y Jofre a Grace Kelly.

Fragmento de Scaramouche

Hattie MacDaniel, inolvidable Carmen Robles, con su señorita EscarlataOtra voz femenina indisociable de la Metro, mas no precisamente en papeles de actriz joven, fue Carmen Robles (1905-1983), de quien ya se señaló como su papel tal vez más conocido el de la esclava Mammie de Lo que el viento se llevó. Estamos ante una de esas intérpretes del doblaje español no ya especializada en papeles de mujer mayor, incluso de anciana, sino que nunca pareció joven. Si comparamos su fecha de nacimiento con la de María Victoria Durá, veremos que esta tenía más edad y, sin embargo, no ya en los años cincuenta sino mucho antes podía parecer perfectamente que entre ambas había al menos dos décadas de distancia. Sin embargo, en mi oído al menos las voces de las dos actrices poseen una sonoridad similar y la misma elegancia sustancial (a doña Carmen se le daban especialmente los papeles de mujer aristocrática o al menos de buena posición: había un indudable toque señorial en ella): si no fuera porque a María Victoria Durá la pudimos escuchar en su ancianidad, casi se habría podido hablar de que, a través de un agujero en el espacio y en el tiempo, la misma actriz, procedente de dos etapas diferentes de la vida, había conseguido materializarse en el mismo estudio.

El motivo de esta perenne ancianidad de Carmen Robles se encuentra en ese timbre rugoso tan distinguible que siempre poseyó, que luce en las primeras películas conservadas de ella y que todavía mantenía en los años ochenta, cuando envidiablemente siguió doblando hasta casi el mismo momento de su muerte. Y si bien es difícil recordar papeles emblemáticos, ante tanta aparición secundaria como registra su trayectoria, sí puedo seleccionar uno entre todos como mi predilecto. No pertenece a sus años Metro sino a Voz de España, del año 1964 pero es uno de los más extensos que interpretó y por tanto un regalo para cuantos la admiramos. Se trata de la anciana ricachona interpretada por la gran actriz británica Edith Evans (cuyas arrugas son el correlato exacto del timbre quebrado de su voz de doblaje: más que nunca, diríase que la intérprete habla en español) en una película poco conocida pero que a mí siempre me ha encantado, Mujer sin pasado. Encarna a la abuela de la rebelde jovencita encarnada por Hayley Mills, a quien quiere con locura pero a la que, claro, no comprende, más que nada porque a través de ella dirime su conflicto con la hija ausente y madre de la muchacha (para intermediar entre ambas está Deborah Kerr en uno de sus varios papeles de institutriz). Se trata de un papel muy goloso, por los matices que presenta esta mujer, a la vez dura y tierna, madura e infantil, no muy distinta en el fondo de esa nieta a la que quiera domar, ella a la que no parece que nadie domara nunca. Y como toque entrañable, José María Ovies, ya en sus años como mero actor secundario (que él hacía que fueran de lo más principal aun en sus cortas intervenciones), dobla al personaje del juez que es amigo íntimo de toda la vida. La complicidad que denotan sus conversaciones es la propia de dos compañeros también de muchos años y de parejo talento.

Fragmento de Mujer sin pasado

Valdivieso canta Haz reir en Cantando bajo la lluviaEstos intérpretes, masculinos y femeninos, compusieron el equipo principal del que se rodeó Ovies en el periodo comprendido entre 1951 y 1957. Por supuesto, junto a ellos debe citarse a un buen puñado de actores secundarios, que incluso ejecutando papeles episódicos, nos resultan imprescindibles. Habría que citar a Miguel Ángel Valdivieso, ocasionalmente también en roles principales (por ejemplo, su espléndido Donald O’Connor de Cantando bajo la lluvia, incluso atreviéndose a doblar la mítica canción Mak’em Laugh/Haz reír), quien justo a continuación de esta época sería elegido como la principal voz española de Jerry Lewis y haría historia; a Jesús Menéndez (el Petronio del primer doblaje de Quo Vadis, recientemente recuperado), de sobriedad proverbial; a Emilio Fábregas, cuya voz rugosa es casi el equivalente exacto, en hombre, de los tonos de Carmen Robles; a Rafael Calvo Gutiérrez (genial Sam Jaffe como el cerebro del golpe ejecutado en La jungla de asfalto); a Fernando Ulloa, cuya inolvidable voz pastosa se fundió indeleblemente con el rostro de James Stewart, al que dobló varias veces en la Metro, pero que a lo largo de su carrera fue ante todo un gran secundario.

Valdivieso canta “Haz reír” en Cantando bajo la lluvia

Fernando Ulloa como James Stewart en Colorado Jim

Ya he dicho que la Metro cerró sus estudios a lo largo de un año, el de 1957, para abrir de nuevo sus puertas en 1958, cumpliendo su último ciclo hasta 1962, ahora bajo la cobertura de Dipenfa, la distribuidora que esos años se encargó de las películas del estudio del león. Esos cuatro años, aparte de constituir su canto del cisne, fueron singularizados por diversas circunstancias.

Rafael Navarro fue un sensacional Robert Mitchum en Con el llego el escandaloEn primer lugar, fueron dos sus responsables máximos, pues a Ovies se añadió Rafael Navarro. La pareja no reunió al mismo cuadro de los años anteriores, salvo en lo que respecta a las mujeres, pues Elvira y María Victoria siguieron siendo las dos voces protagonistas. Pero en cuanto a los actores, hubo que buscar renovación. Navarro cargó con cuantos protagonistas pudo (seguramente fueron demasiados, pero ya he dicho que tenía la capacidad de hacerlos todos suyos: durante años, mi doblaje favorito de Robert Mitchum fue el suyo en Con él llegó el escándalo, por mucho que no volviera a doblarlo jamás), pues en el estudio ya no estaban ni Rafael Luis Calvo ni Víctor Ramírez, que se habían marchado mucho antes, y Suari había fallecido, como ya se ha señalado.

El actor al que se llamó para cubrir el hueco, y al que Ovies tomó bajo su ala protectora, llevaba ya siete u ocho años en la profesión, procedente de la radio, pero no había conseguido destacar mucho ni escapar de los roles secundarios. Encima, era una voz muy joven, en unos tiempos en que en Hollywood los actores principales eran mucho más maduros: la juventud no era todavía el valor añadido que sería después. Tenía un tono suave y bonito, quizá demasiado suave y bonito, y es mérito de sus mentores que supieran guiarlo con inteligencia y así pudiera demostrar que también poseía la energía suficiente. Y no se equivocarían, pues se convertiría en una de las grandes estrellas de la profesión de las dos décadas siguientes. Y moriría siéndolo. Su nombre, Manuel Cano (1926-1994).

Quienes amamos el doblaje sabemos que muchas voces acababan siendo etiquetadas, o encasilladas, en un tipo de actor o de personaje determinado, en función de determinada característica de su timbre. Uno de estos principios admitidos con generalidad es que los personajes masculinos positivos, con mayor motivo si eran bien parecidos, requerían voces bonitas. Y aunque en cada época la definición de «voz bonita» sin duda ha cambiado, no hay la menor duda de que la de Manuel Cano siempre mereció esta valoración. No en vano fue conocido en la profesión como la «voz de seda» (irónicamente, su físico, como puede constatarse en las pequeñas apariciones cinematográficas de cuerpo entero que hizo, distaba mucho de corresponder con el de un galán, lo cual da idea de cómo, en arte, cualquier axioma es discutible). Cano poseía un timbre de una limpieza inigualable, una dicción impoluta y un tono interpretativo de notable sobriedad. Además, parecía encarnar la eterna juventud puesto que durante varias décadas ni una inflexión rugosa alteró la pureza de esa voz, y si un oído atento puede advertir el paso del tiempo (no es lo mismo, claro, su tono de los años ochenta, ni siquiera el de los setenta, que el de los cincuenta), en apariencia siguió manteniendo la misma prestancia juvenil. Dorian Gray convertido en voz.

Manuel Cano, voz de seda para Montgomery CliftNo puede extrañar que Manuel Cano fuera una asignación idónea para personajes que, respondiendo a las características físicas antedichas, brillaran además por su sensibilidad. Es así que, para mí, su primer gran papel fue doblar a Montgomery Clift en El árbol de la vida (1957). En mi opinión, Clift fue la gran asignación de su carrera, y eso que solo lo dobló en cuatro ocasiones: la mirada noble del actor y su gesto sensible parecen expresarse directamente en español. Otro papel espléndido fue el de George Peppard en Con él llegó el escándalo (1961): dando voz al hijo ilegítimo del personaje central, el prepotente cacique encarnado por Robert Mitchum, Cano consiguió expresar de modo imborrable la bondad quintaesencial que lo define. (Por cierto que a Peppard lo doblaría hasta el final de sus días casi, cuando hizo de Aníbal Smith en la famosa serie El equipo A). Cuando a la apostura y a la apariencia angelical se unió la ambigüedad moral, el resultado fue directamente genial. Aun cuando se escape del marco de este artículo (es un doblaje de los estudios Parlo), mi papel favorito de entre todos los suyos es el de Alain Delon en A pleno sol (1960), encarnando el turbador personaje Tom Ripley: pocas veces un personaje criminal ha conseguido ganarse con tanta facilidad la empatía del espectador, y ello en virtud exclusivamente de su apariencia física, a la que en la versión española podemos añadir la sonora.

Fragmento de El árbol de la vida

Mesala, el papel que consagro a Manuel CanoCon el tiempo, no cabe duda de que Cano acabaría recreándose excesivamente en la cálida armonía de su timbre (sobre todo cuando se convirtió en uno de las voces más frecuentes de la publicidad), pero en esos años Metro, y por supuesto en los siguientes, ya en los años sesenta, el actor demostró que también sabía revestir sus interpretaciones de una indiscutible energía. Es así que amplió el registro inicialmente más limitado de sus inicios y accedió a actores de otro espectro. En la Metro, esto se correspondió con su asignación de Yul Brynner, al que encontró por vez primera en Los diez mandamientos (1959). El reto era evidente: tenía que estar a la altura de un veterano de personalidad tan enorme como Rafael Navarro, que le daba la réplica como Charlton Heston, y además aportar la credibilidad necesaria a un actor, el entrañable calvo, cuya interpretación se apoyaba ante todo en el gesto. El éxito fue completo. Los diez mandamientos se estrenó en diciembre de 1959 y ese mismo mes también llegó a las salas Ben-Hur, el otro film que consagró definitivamente a Cano alcanzando ahora un registro no ya enérgico sino además vil: el papel de Mesala, la némesis del protagonista. El actor siempre consideraría este personaje su gran reto. El triunfo con que lo resolvió dejó bien claro que era más que una voz suave y bonita: podía ser un torrente; un torrente, eso sí, de enorme belleza.

Fragmento de Ben-Hur

De todos los actores del equipo Metro, el futuro solo sería para él. Los estudios cerrarían en 1962 y Manuel Cano seguiría siendo una de las grandes estrellas del doblaje barcelonés. Lo triste es que para el resto llegaría la pérdida de categoría, cuando no directamente la irrelevancia dentro de la profesión. Es decir, la mayoría seguiría trabajando sin parar, pero ya en papeles secundarios, sin volver a recibir papeles de la misma extensión y entidad.

Rafael Luis Calvo fue la voz firme y sobria de Atticus FinchPrimero había sucedido con Víctor Ramírez, quien en 1956 no solo dejó la Metro sino que se marchó de Barcelona a Madrid. En la capital, increíblemente, fue como si llegara un meritorio pues fue relegado a papeles no ya secundarios sino muy secundarios, y aunque todavía seguiría en activo por espacio de veinticinco años puede decirse que sus grandes aportaciones a la profesión finalizaron con su adiós a la Metro. Rafael Luis Calvo se fue por las mismas fechas pero en su caso sin merma estelar: se limitó a cambiar de estudios, con estancias ocasionales en Madrid, pues a la vez participaba en numerosas películas. Y desde los años sesenta, en que se dedicó ya en exclusiva al doblaje, se convertiría en uno de los secundarios principales, junto a Felipe Peña, para dar voz a papeles de hombre mayor, con algún protagonista de rango, como el Gregory Peck de Matar a un ruiseñor (1964).

El cierre de la Metro fue también cruel con el gran Rafael Navarro. Como Ramírez, casi de la noche a la mañana perdió peso en la profesión, salvo algún último doblaje a Charlton Heston (en Madrid, y por petición del cliente, para 55 en días de Pekín). Parece ser que siempre había destacado por su mal carácter y fue ahora cuando esto se le tomó en cuenta. Viéndose relegado a papeles pequeños, tomó la decisión de marcharse a Madrid, concentrándose en el cine y, sobre todo, la televisión, participando en incontables dramáticos del Ente que harían que, por primera vez, su rostro se hiciera mucho más conocido que su voz. Doblaría ya solo ocasionalmente papeles sin ninguna relevancia.

También triste, aun tal vez inevitable, fue el destino de las dos voces femeninas. Por supuesto, siguieron trabajando con profusión. Pero de la noche a la mañana pasaron de doblar a protagonistas jóvenes a hacerlo con personajes secundarios y de mediana edad como poco: Elvira Jofre pasó, en dos años, de Shirley MacLaine a Thelma Ritter (!). Y no digo que no fuera normal, pues las dos actrices habían dejado atrás la juventud bastantes años atrás.

Ovies, genial como Spencer Tracy en El mundo esta loco, loco, loco, locoEn cuanto a Ovies, apenas haría algún protagonista, como el Spencer Tracy de El mundo está loco, loco, loco, loco (1964), pero él mismo, con coherencia, ya se había ido concentrando en los personajes secundarios durante sus últimos años en la Metro. Sí mantuvo su estatus como director, en Voz de España, a cargo de películas importantes. Por desgracia, moriría pronto, no muy mayor, en 1965, de gripe.

Para mayor escarnio, no muchos años después se intentó hacer borrón y cuenta nueva con aquellos trabajos, y nuevos responsables de la distribución cinematográfica intentaron enterrarlos bajo doblajes expresamente realizados para los reestrenos. Películas como Los tres mosqueteros, Mujercitas, Scaramouche, Cantando bajo la lluvia o Un americano en París sufrieron esta afrenta en los años setenta, incluso ochenta, considerando quizá que las voces de la primera versión sonaban a antigualla. Irónicamente, la mayor parte de esos segundos doblajes fueron sepultados por el olvido, pues las copias actuales que sobreviven, en su mayoría, mantienen los iniciales, los clásicos, de ahí mi sorpresa al descubrir su existencia muchos años más tarde, tan acostumbrado estaba a los originales tras infinitas emisiones televisivas o ediciones en VHS. Eso sí, es significativo que nadie se atreviera a tocar la magistral versión de Lo que el viento se llevó cuando fue reestrenada con honores en 1980.

Me gusta considerar que el testamento cinematográfico de la Metro se encuentra en un trabajo que, sin embargo, se hizo en Voz de España, pues es de 1963. Se trata del doblaje de la película Duelo en la alta sierra, de Sam Peckinpah. Fue dirigido por José María Ovies, que no dudó en recurrir a su colega y amigo Rafael Navarro para compartir el protagonismo, y ese duelo (por hacer honor al título, que es rebautizo español, además) no solo es magistral, como era de esperar, sino que me produce una incontenible melancolía, y ello se debe al maravilloso juego de espejos que se produce entre el propio tema del film y el contexto del doblaje del momento.

Inolvidable duelo entre Randolph Scott y Joel McCrea, entre Jose Maria Ovies y Rafael Navarro

Recuérdese que el film de Peckinpah es uno de los que inician la corriente del western crepuscular, no en vano sus actores principales, los entrañables Joel McCrea y Randolph Scott, eran intérpretes emblemáticos del mismo ya al borde de la ancianidad. Y la película recalca precisamente su condición de figuras que representan un mundo que se pierde, tanto dentro de la propia trama como en el mismo medio cinematográfico, pues Peckinpah no duda en subrayar el contraste entre el western clásico que ellos simbolizan y su renovación, mucho más violenta y realista. De los dos personajes, McCrea encarna al más noble e idealista y Scott al más pillo, el que intenta adaptarse a los nuevos tiempos y por tanto planea traicionar a su antiguo amigo y quedarse con el oro que el primero está encargado de trasladar de una zona minera al banco donde ha de quedar depositado. Navarro, por lo tanto, aporta a McCrea la misma nobleza que tiempo atrás a Ivanhoe, a Lanzarote del Lago o a Ben-Hur (mas su voz vibrante no puede evitar cierto cansancio en su porte) y Ovies, siempre más versátil, más ambiguo por tanto, al otoñal granuja.

Duelo en la alta sierra y en el atril de doblajeQuien conoce la película sabe cómo acaba [quien no, debe dejar de leer aquí]. McCrea adivina a tiempo la traición y, profundamente herido, maniata a su antiguo amigo para entregarlo a la justicia, sabedor de que eso significará su muerte en la horca. Sin embargo, antes de llegar a la civilización son emboscados por el grupo de violentos hermanos con quienes se han enfrentado en la zona minera y los dos combaten ahora, codo con codo, en un duelo en el que el primero, el representante de la ética sin tacha del cow-boy está destinado a morir mientras que el segundo, superviviente, le promete que el oro llegará a su destino. Es bellamente simbólico, pues, que el personaje de Navarro sea quien muera (este personaje fue su último protagonista en la ciudad donde fue voz soberana durante más de veinte años) y que el de Ovies sobreviva, por mucho que se intuya que ya no le quedan muchos años, como al mismo y genial actor asturiano. Y los diálogos que se cruzan en su despedida final me emocionan porque casi podrían haber sido los de su adiós, cuando Navarro dejara Barcelona para marchar en busca de otros horizontes profesionales. «Continuaré solo», dice Navarro. «No te preocupes», le responde Ovies, «yo haré el trabajo igual que tú lo hubieras hecho».

El primer diálogo se refiere a su muerte inminente; el segundo a la promesa de que el oro llegará a donde él se había comprometido a llevarlo. Pero no puedo evitar pensar que los dos actores españoles se refieren, inconscientemente, a su legado. Navarro pisaría ya poco las salas de doblaje, pero su herencia seguiría viva en manos del amigo con el que tantas horas de atril compartió, impartiendo unos años aún su magisterio sobre la siguiente generación, algunos de cuyos representantes, precisamente, doblaban en este film a esos jovenzuelos que tanto trabajo les dan a los veteranos: Rogelio Hernández, Arsenio Corsellas, María Luisa Solá… Actores que crecieron bajo el amparo de los grandes a los que ya estaban relevando, sin que se perdiera un ápice la calidad, en esa década de los sesenta que sería igualmente espléndida para el doblaje barcelonés.

Fragmento de Duelo en la alta sierra

El legado de los estudios Metro Goldwyn Mayer, por tanto, fue imperecedero, por mucho que hoy sean cada vez menos quienes lo recuerden. Pero basta con volver a escuchar algún fragmento de sus grandes trabajos para conseguir que la magia de antaño nos envuelva por completo. El sheriff Will Kane, el pícaro Rhett Butler, la sensual Maggie la gata o la ardiente Leonor, entre tantos otros, vivirán siempre dos existencias: las de sus intérpretes en inglés y las de esas voces españolas que nos conducen a un ensueño que este sí que no se llevará el viento.

Maravilloso el logo de la Metro

Las imágenes son propiedad de Turner Entertainment, actual poseedora de los derechos sobre los clásicos de la MGM. Las de Colorado Jim, a Warner, y las de Mujer sin pasado, a Universal. Todos los clips están realizados con mero propósito divulgativo, incluso educativo, y sin el menor ánimo de lucro pues este blog no tiene otro objetivo que compartir amor por el arte y la cultura con cualquier interesado.

Este artículo no podría haberse realizado sin los datos aprendidos en diversas fuentes, en especial el pionero libro de Alejandro Ávila La historia del doblaje cinematográfico (CIMS, 1997), ni existiría sin los datos proporcionados por la espléndida página eldoblaje.com y el estimulante intercambio de información, opiniones y saludable amor por este arte de sus foros y chats, en los que participo bajo el alias de danvers. Mi agradecimiento a tantos amantes del doblaje como dobaldor, Joaquín, Iñaki, Enjolras, Joan, Manolo Cano, thehardmenpath, Josef, enzo1988 y tantos otros de una lista muy considerable, pero en especial, a Jorge Montalvo, a quien dedico en su globalidad estos artículos.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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