Isaac Asimov, el polígrafo desmedido

El ciclo de los robots                    La Trilogía de la Fundación

isaac-asimovEn determinado momento de sus Memorias, a la altura de 1968, cuando ya llevaba escribiendo cerca de treinta años, Isaac Asimov recuerda el momento en que advirtió que estaba a punto de publicar su libro número cien y cuenta cómo decidió conmemorarlo con una nueva obra que llama, sencillamente, Opus 100, y que consistiría en una especie de antología de lo más significativo de su carrera. El escritor moriría en 1992. En el lapso entre una fecha y otra no pasó el mismo intervalo temporal y, sin embargo, cualquier búsqueda de información en Internet señala que la firma del escritor se encuentra en más de cuatrocientos libros, algunos de ellos no como autor completo sino como editor, prologuista o comentarista (muchos son antologías). Isaac Asimov es uno de los escritores más prolíficos que hayan existido: él, racionalista confeso y por tanto ateo irremisible, escribió que, de existir el paraíso, para él sería una habitación llena de libros y con una máquina de escribir, un lugar de donde no haría falta salir nunca. A eso lo llamó claustrofilia, hermosa palabra que más de uno hacemos nuestra. Y escribió de todo. Ha pasado a la historia como maestro de la ciencia-ficción, pero sobre todo publicó obras de divulgación, de todo tipo: científica, literaria, histórica, genealógica, bíblica… Como titulo este artículo, fue un polígrafo desmedido. Llevo leyendo a Asimov toda la vida —desde que, a principios de los 80, devoré su fabulosa antología Los robots— y es evidente que nunca podré leer (ni lo pretendo) más de una pequeña parte de su obra, que ni siquiera está publicada en su totalidad en nuestro país. Sin embargo, escribo sin vacilación que jamás me he aburrido con él. Podrá tener obras brillantes, obras discretas y obras desaprovechadas, pero nunca he tenido la sensación de estar perdiendo el tiempo, y la seguridad de saber que todavía me quedan sobradas historias y ensayos suyos que anticipo que leeré con sereno placer supone uno de los estímulos de ese futuro que yo también quisiera claustrofílico.

En uno de estos periódicos retornos a Asimov he ampliado mi conocimiento del autor gracias a la lectura de sus Memorias y al excelente análisis que de la parte de su obra más conocida efectúa Rodolfo Martínez, fundador y director de la editorial Sportula, en La ciencia-ficción de Isaac Asimov (publicado en su propio sello en 2012, si bien yo he leído la segunda edición, de 2021). Dos libros que rellenan un hueco informativo sobre un autor que, como tantos otros que se consagraron a la literatura de género (la cual, con excepciones, sigue considerada de segunda división artística en nuestro país), no andan sobrados de estudios.

Rodolfo Martinez analiza la ciencia-ficcion de Isaac AsimovY eso que cualquier interesado cuenta precisamente con el propio Asimov como gran fuente de información sobre sí mismo. De hecho, uno de sus sellos de identificación siempre fue la afable familiaridad que supo entablar con su público lector a través de los numerosos prólogos y comentarios con que adornó tanto las antologías ajenas que editó (por ejemplo, las dedicadas a los Premios Hugo) como las propias, por no hablar de los editoriales de la revista que se publicó bajo su propio nombre a partir de los años setenta. Difundió así la imagen de un hombre lleno de sentido del humor, generoso con sus colegas, cuyo profundo escepticismo racionalista se ligaba con un eminente humanismo y que gozaba en bañar de saludable autoironía su tendencia a la vanidad (aclaro que sin vanidad el deseo de publicar es inconcebible: Asimov lo que hizo fue no disimularla en absoluto, si bien la mitigó gracias a esa forma jocosa de describirse a sí mismo). Eso sí, no dejó de insistir, sin ironía ninguna, en que él era uno de los «Tres Grandes» de la ciencia-ficción, junto a Arthur C. Clarke y Robert A. Heinlein.

La lectura de sus Memorias ilumina un poco esa visión superficial, aunque siga siendo una mirada sesgada por su propio protagonista. Asimov la cerró con fecha de mayo de 1990; se publicaría en 1992, de modo póstumo. El lector que cree conocer bien al escritor inicia el libro reconociendo afectuosamente a su Asimov, mas a medida que transcurren las páginas comienza a fruncir el ceño. Como es natural, el artista que escribe sus memorias elige el material que quiere contar. Hay memorialistas discretos: el Stefan Zweig del famoso El mundo de ayer nos deja con la impresión de no haber contado nada personal; el Kipling de Algo de mí mismo, según su admirador Borges, cumple con la promesa del título y apenas esboza un apunte de todo lo que podía haber contado. Asimov, en cambio, parece contarlo todo: es un torrente de impresiones, de datos, de referencias a amigos, y todo lo baña bajo ese reconocible tono afable y cómplice. Sin embargo, poco a poco empezamos a tener la impresión de que (como todos los hombres expuestos a la curiosidad pública) una parte de esa fachada con la que se presenta tiene mucho de máscara que oculta más que muestra.

Las memorias de Isaac AsimovAunque Asimov insiste en su facilidad para hacer amigos (lo cual no parece dudoso en un hombre tan extrovertido), sin embargo también acaba dándonos la impresión de que tuvo idéntica capacidad para labrarse enemistades. Pasa por los años de su infancia y adolescencia asegurando que no tuvo más problemas en la escuela que los «lógicos» en un niño que destacaba por su intelecto y no por su capacidad atlética. Sin embargo, se las arregla para asegurar que sus profesores no solo no le aportaron nada sino que incluso ese niño tan archisabidillo les resulto cargante, por cuanto nunca desperdiciaba oportunidad para dejar bien claro que él sabía. No digo que no sea comprensible. Siendo yo mismo profesor no puedo sino reconocer que, fuera de aquellas disciplinas que exigen un aprendizaje práctico o técnico, el cultivo de la mente —de los conocimientos calificados como no prácticos— es producto, ante todo, de la curiosidad personal, y que el buen maestro tiene como principal misión estimular esa capacidad interior que posee su alumno.

Asimov comenzó a publicar relatos de ciencia-ficción en 1939 y durante la siguiente década lo hizo con regularidad, pero los ingresos que esto le proporcionaba, como es natural, no eran suficientes para dedicarse profesionalmente a la escritura, de tal modo que dirigió sus pasos hacia la docencia universitaria (había cursado la carrera de bioquímica). Los años de la guerra, en los cuales, aun estando movilizado, no llegó a abandonar el territorio estadounidense por ser encuadrado dentro de las filas intelectuales del ejército, fueron un compás de espera, que aprovechó para casarse con Gertrude Blugerman, de quien se divorció en 1973 (hasta su muerte vivió feliz con su segunda esposa, Janet Jeppson, la cual tenía unas inquietudes profesionales —era psicóloga— e intelectuales —también escribió libros— que la primera no tuvo).

El joven profesor AsimovTras obtener un doctorado en química, en 1948 entra como profesor asociado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Él mismo reconoce que la labor que se supone propia de un profesor universitario, la investigación, jamás le interesó e incluso que no estaba dotado para ella. En cambio, no tardó en descubrir sus grandes dotes para la docencia: es el momento en que, con grata sorpresa, advierte que posee una capacidad para comunicar, para transmitir conocimientos con amenidad, que lo convertiría en el profesor más popular de la institución (la fuente de información que tenemos es la suya, claro, pero una vez más es fácil admitir que tuvo que ser cierto). Tanto una cosa como la otra (el desdén por la investigación, el éxito entre los alumnos) provocó un nuevo carrusel de enemistades que acabaría convirtiéndolo en persona non grata dentro de su departamento. No extraña que cuando por fin estuvo seguro de que sus ingresos como escritor no solo desbordaban en el presente los que ganaba como profesor sino que se iban incrementando a medida que su popularidad escapaba del margen más estrecho de la ciencia-ficción (es decir, cuando se convirtió en un divulgador de enorme éxito) abandonara para siempre la universidad, no sin asegurarse, por orgullo personal, que aunque perdía su plaza docente (por no renovación de contrato) no pudieran despojarlo de su condición de profesor (sí, el sistema universitario estadounidense poco tiene que ver con el español, a la vista está).

Todas estas rencillas, sin duda, debieron de dolerle. De hecho, en muchas de sus obras recogería este ambiente, universitario y gremial, de celos entre sabios profesionales, como en su novela Los propios dioses, de 1972. Del mismo modo, sus historias son pródigas en personajes de extrema inteligencia hostigados por el vulgar entorno: uno de sus mejores relatos, Profesión (1957), centrado en un mundo en el que, en apariencia, unas pruebas psico-computerizadas establecen el futuro profesional de la humanidad entera, para frustración del protagonista, que parece condenado a la marginalidad intelectual, es un buen ejemplo.

Un Asimov policiaco, Asesinato en la convencionPero hay mucho más. Las Memorias delatan a un hombre necesitado profundamente no solo de reconocimiento sino de cariño en su sentido más radical. Llevó muy mal, más que las malas críticas (que también…), el menosprecio que sentía cuando los periódicos no se hacían eco de sus obras, por exitosas que estas fueran, aun cuando al menos le sirvió para aprovecharlas literariamente, creando un «personaje Asimov» para sus ficciones. Por ejemplo, su inclusión en su novela de intriga Asesinato en la convención (1976) o en el estupendo conjunto de relatos del demonio Azazel, blanco reiterado de las invectivas del gorrón relator de las hazañas, invariablemente catastróficas, de ese ente burlón ente de pocos centímetros de altura. Por cierto que uno de los rasgos de sí mismo en que más insiste públicamente como si fuera una cualidad juguetona, su inclinación por «coquetear» con toda mujer que literalmente tuviera a mano hoy sería considerada directamente como abuso de poder y acoso.

Ahora bien, el humor no debe disimular la realidad: Asimov era fácil de herir y eso no le gustaba nada. En particular, sus Memorias traducen una fuerte amargura por el fracaso de su primer matrimonio. Una amargura que se traduce en una dolorosa perplejidad: Asimov señala que Gertrude, en realidad, nunca lo amó y esa amargura se traduce en dolorosa perplejidad, como si le pareciera en verdad inconcebible no ser amado. El resentimiento que, de modo poco disimulado, vuelca contra ella, madre además de sus hijos, no encaja con esa imagen elegante y afable del escritor.

En las Memorias reivindica una y otra vez su estilo, defendiéndose de la principal acusación que siempre le han hecho quienes se han acercado a su literatura: la falta de estilo. No le falta razón. Asimov tiene estilo porque es imposible no tenerlo: incluso el peor escritor lo tiene, aunque sea malo, aunque sea impersonal, porque por estilo se entiende, Gertrude y Janet, las dos senoras Asimovsencillamente, el modo que elige un creador para plasmar el contenido de su creación. Asimov defendió su forma de escribir clara y ordenada, sin pretensiones de complejidad, basada principalmente en el recurso al diálogo tanto para describir personajes como para plantear situaciones. Un estilo que, no cabe duda, es la consecuencia de su mente ordenada y racional, de su concepto de la literatura de ciencia-ficción como una forma de plantear problemas. En su libro, Rodolfo Martínez cita una definición que el propio escritor dio del género, «es la rama de la literatura que describe las respuestas humanas a los cambios en ciencia y tecnología», que en realidad lo que hace es definir exactamente su concepto.

E hizo honor a esa definición, pues el rasgo que hace perdurable su obra es precisamente la penetración con que plasmó esas sociedades del mañana, inquietantemente verosímiles, sin dejarse arrastrar por la complacencia en las invenciones tecnológicas, de tal modo que esa visión del futuro, en realidad, a quien mira es al ser humano del presente. Y aunque, no puedo dejar de reconocerlo, su opción estilística limite en diversas ocasiones la capacidad poética y dramática que deben ser consustanciales a la mejor literatura, lo cierto es que su penetrante capacidad para la reflexión psicológica contribuye de modo eminente a ese mejor conocimiento del hombre que es lo que hace perdurable el arte.

La Nueva York donde crecio Asimov

Asimov nació en una localidad rusa llamada Petrovichi en enero de 1920, pero con poco más de tres años sus padres emigraron a Estados Unidos. Fue americano en el pleno sentido de la palabra, pues sintió un orgullo acendrado hacia su país, pero al mismo tiempo defendió con vigor que la riqueza de este procedía del formidable melting pot cultural aportado por cuantos buscaron en él un lugar mejor para vivir. Su familia era modesta, pero su infancia pasó sin privaciones, por cuanto la tienda de caramelos de su padre (en la que él pasó incontables horas de su infancia y adolescencia) les dio lo necesario para vivir incluso en los turbulentos tiempos de la Depresión. Desde muy niño descubrió la magia de la lectura (en inglés: su familia, para que sus vástagos no tuvieran la menor tentación de desarraigo, se negó a enseñar a sus hijos el idioma ruso). Y aunque ya entonces se sintió fascinado por la enorme diversidad que nos ofrece la literatura —como él, yo no entiendo por qué tantos lectores limitan esta vasta oferta eligiendo siempre unos pocos temas y descartando, e incluso despreciando el resto, aunque apenas los conozcan, y valga esto también para quienes proceden del modo contrario, encapsulándose en su género fantástico predilecto sin querer saber apenas de la literatura que conceptúan como «pedante» y, por ende, aburrida—, su atracción enseguida se dirigió a la ciencia-ficción, por una sencilla razón. En la tienda de caramelos (tipo de tienda, como nos han enseñado las películas, en la que podía encontrarse de todo) se vendían revistas pulp, el espacio de la literatura de género de la época, y su padre, que controlaba lo que su prometedor hijo podía leer, solo le dejó acercarse a aquellas que incluían la palabra «ciencia» en el título.

Una de las primeras portadas de Asimov en Astounding Science-FictionEl debut de Asimov como escritor se produjo en una de ellas, en el número de marzo de 1939 de Amazing Stories, con un relato titulado A la deriva sobre Vesta. Su tercer cuento, Opinión pública, significó su debut en la revista Astounding Stories, la publicación más importante de ciencia-ficción de la época gracias a la dirección del mítico John W. Campbell, que se convertiría en el mentor del joven escritor. De hecho, este siempre señaló con generosidad que las famosas Tres Leyes de la Robótica fueron una sugerencia de aquel. Durante una década larga, Asimov publicaría cuento tras cuento en Astounding y en otras revistas. Quien se extrañe de que no practicara la novela, campo en el que obtendría después alguno de sus mayores éxitos, debe tener en cuenta que dicho género todavía estaba recluido casi por entero en el ghetto de las revistas pulp.

Es más, algunos de los primeros libros más conocidos de la ciencia-ficción no son en realidad sino recopilaciones de relatos unidos por un hilo conductor bajo el que el escritor los había publicado previamente con pretensiones de cierta serialidad. Es el caso de las archifamosas Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, que vieron la luz en 1950 pero que habían ido apareciendo desde el verano de 1946; de hecho, el cuento que cierra el volumen es el que se publicó, irónicamente, en primer lugar. El primer libro de Asimov que encierra este recurso fue Yo, robot (1950), en el que recopiló sus cuentos de la década anterior sobre los robots y las Tres Leyes, que ya habían sido concebidos como una serie. Con el tiempo, la antología quedaría obsoleta al ir incorporándose muchos más, con sus personajes más recurrentes (sobre todo la inolvidable Susan Calvin, la robopsicóloga de la compañía que produce el robot positrónico que es el eje del ciclo, que considera a los seres artificiales preferibles a los seres humanos) o con intrigas independientes. La definitiva sería The Complete Robot, publicada en 1982, que en España sería editada inicialmente como Los robots, tal y como ya he dicho, que es para mí una obra de referencia absoluta.

La Trilogia Fundacion, la obra mas conocida de AsimovOtra recopilación es la más célebre obra de nuestro escritor, la Trilogía de la Fundación (trilogía que iría ampliándose muchas décadas después, como enseguida contaré). Publicada en tres volúmenes, Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación, en los años consecutivos de 1951 a 1953, en realidad es un conjunto de cuentos que el escritor había ido publicando entre 1942 y 1949 en la revista Astounding. El éxito con que fueron recibidos desde el primer momento hizo que el editor Campbell incitara a Asimov a seguir extendiendo la serie, pese a que muy pronto el escritor sintió que la responsabilidad de tener que mantener una coherencia general le hiciera más ardua su continuación. El resultado es bien conocido: una espléndida saga extendida en el tiempo y en el espacio, misteriosamente equilibrada en todas sus partes pese a esa compartimentación, que gira en torno a un Imperio cuya decadencia es prevista por una disciplina llamada psicohistoria que permite a su creador tomar medidas (la creación de dos Fundaciones, dos asentamientos que preserven los conocimientos tecnológicos, situadas en remotos puntos de la galaxia) para que el periodo de caos y anarquía posterior a su caída sea menos duradero en el tiempo y permita una más rápida reconstrucción.

En general, tanto en esta serie como en el resto de cuentos, Asimov siempre utilizó un esquema similar: el planteamiento de un problema que sirve para cuestionar algún aspecto esencial de la sociedad futurista en que lo sitúa. Ese problema, por lo general, contiene un elemento de intriga, ya sea policiaca o psicológica, que va creando un suspense resuelto en el último momento. En esta estructura se reconoce el amor del autor por la novela-enigma anglosajona en la tradición de Agatha Christie. No extraña que esta fuera una de sus autoras predilectas y que, en cambio, no sintiera especial predilección por las historias de Sherlock Holmes (en las cuales, como bien saben sus admiradores, lo importante no es tanto la intriga como el conjunto de elementos que sostienen la atmósfera). Eso sí, esto no privó a Asimov de disfrutar su pertenencia a la más famosa sociedad de holmesiómanos del mundo, los Irregulares de Baker Street. Por cierto que, en el futuro, el escritor practicaría el género policial, por ejemplo con su ya mencionada novela Asesinato en la convención o con la serie de relatos sobre los Viudos Negros.

La evolución de la ciencia-ficción en los años cincuenta hizo que esta escapara del reducto de las revistas que la albergó en un primer momento para pasar a las editoriales (la que uniría indeleblemente su nombre al de Asimov sería Doubleday). Primero se haría mediante esas recopilaciones de relatos que ya hemos señalado, pero no tardarían en pedir directamente novelas a los escritores. Y acertaron, porque ese sería el futuro del género.

El fin de la Eternidad, portada de Salinas Blanch para Martinez RocaAsimov publicó su primera novela en 1950. La tituló Un guijarro en el cielo. En años consecutivos publicó otras dos, Polvo de estrellas (1951) y Las corrientes del espacio (1952), que con el tiempo serían englobadas bajo la etiqueta de Trilogía del Imperio. Poco después, el escritor aceptó la oferta de la misma editorial de escribir novelas de no mucha extensión,para un público supuestamente juvenil, inventando el personaje de Lucky Starr, el ranger del espacio. Debutaría en 1952 y entre esta fecha y 1958 entregaría hasta seis aventuras del mismo, cada una de ellas situada en un planeta distinto del Sistema Solar. No he leído nada de ambas sagas, por lo que es uno de esos placeres que me reservo para el futuro.

El nivel de ambición que iría empujando a Asimov cristalizaría en la que para muchos es su obra maestra, El fin de la Eternidad (1955), una incursión en el fascinante tema de los viajes en el tiempo. Ahora bien, pese a la brillantez de la premisa (una organización situada fuera de la corriente temporal, cuyo objeto es corregir mediante pequeñas intervenciones en el pasado aquellos acontecimientos que amenazarán el futuro de la humanidad), aquí sí me parece que le perjudica ese estilo diáfano y limpio del escritor, por cuanto la historia central es una desgarrada historia de amor que exigía una turbiedad emocional, y por tanto también estilística, para la que el escritor no estaba dotado. Aun así, es un título magnífico, que merece la fama que tiene.

En este momento de vértigo creativo, Asimov iniciaba otro ciclo, compuesto por dos novelas protagonizadas por dos de los mejores personajes jamás salidos de su pluma, el policía Elijah Baley y el robot R. Daneel Olivah. Se trata de Bóvedas de acero (1954) y El sol desnudo (1957), dos intrigas policiales en el escenario futurista que con tanta facilidad sabía construir, cuyas claves sociales y psicológicas serán las que expliquen la clave del enigma planteado: nunca se insistirá lo bastante en la coherencia y rigor con que Asimov planteaba su literatura. El espléndido resultado no tuvo continuidad pues el autor se atascó en la elaboración de una tercera novela, síntoma del agotamiento que estaba sintiendo no solo por la ciencia-ficción sino por la ficción en general.

La Historia de los Estados Unidos, por Asimov

De hecho, a partir de 1958 se concentraría en su carrera como escritor de no ficción, inicialmente mediante ensayos sobre ciencia. Siempre señalaría que su punto de inflexión fue la puesta en órbita por los soviéticos del primer satélite, el Sputnik, que lo llevó a concienciarse de que este paso adelante dado al otro lado del Telón de Acero exigía una respuesta rápida de los científicos estadounidenses, y él se propuso aportar su grano de arena ayudando a difundir la ciencia entre esa juventud que habría de sostener el impulso del país en las siguientes décadas. Ahora bien, las inquietudes del escritor no tardarían en hacerle ampliar el campo de su trabajo como divulgador en muchas direcciones distintas, como indicaba antes. En este sentido, debo consignar el agradecimiento que siento por el conjunto de libros que la editorial Alianza Editorial etiquetó como Historia Universal Asimov, que al amante primero y estudiante después de esta disciplina tantas horas de conocimiento, primero, y placer, después, le aportó en un momento muy importante de su formación. De hecho, los títulos dedicados a la historia de los Estados Unidos constituyeron durante mucho tiempo mi única fuente sobre un tema que, gracias sobre todo al cine, siempre me ha interesado mucho.

Los propios dioses, de AsimovAsimov, por supuesto, no abandonó del todo la ciencia-ficción. Seguiría publicando relatos con regularidad, si bien no en la cantidad anterior. En 1966 aceptó novelizar el guion (ajeno) de la película Viaje alucinante, de tal modo que no somos pocos los que hemos creído siempre que Asimov estaba detrás de la idea de este célebre film dirigido por Richard Fleischer, cuando es al revés. Y en 1972 volvió por la puerta grande a la novela con Los propios dioses, que ese año obtuvo los principales galardones del género, el Hugo y el Nébula. El libro se centra en la interacción entre nuestra Tierra y un mundo de un universo paralelo con el que se ha establecido una relación simbiótica que permite conseguir una energía limpia e inagotable. Ahora bien, el clásico inoportuno que Asimov inspira en sí mismo recela de esto y acaba convencido de que ese flujo energético está precipitando la sobrecarga de nuestro sol y, por ende, la destrucción de la humanidad.

Aun cuando en la parte final desciende la intensidad del resto de la novela, Los propios dioses es la demostración de que el escritor todavía era capaz de brindar un logro al género que le hizo famoso. Dos son los elementos que brillan en ella. El primero, una vez más, es el modo soterrado en que el escritor convierte su nada subterráneo resentimiento contra quienes cuestionan la capacidad de los seres verdaderamente inteligentes (o sea, de él) en coherente motor psicológico de la intriga. El segundo, es su magnífico retrato de una sociedad alienígena (es decir, concebida bajo parámetros diferentes de la humanidad, aunque finalmente su psicología sea puramente humana), la del parauniverso con el que contactan los terrestres, que incluye una muy sugerente utilización de la sexualidad heterodoxa que desvela capas impensables bajo la imagen tradicionalmente burguesa que tenemos del escritor.

Antologia de Martinez Roca con El hombre del bicentenarioPese al éxito, Asimov siguió practicando poco el género que le daba fama, aunque a esa época pertenece algún cuento de gran éxito, como el muy discutible El hombre del bicentenario (1976). Es la historia de Andrew, un robot que, por un azar de la programación, desarrolla unas aptitudes artísticas —es decir, posee una habilidad de autonomía plenamente humana— a partir de las cuales va desarrollando progresivamente el deseo de ser un hombre no ya en igualdad de derechos, sino de esencia mediante las biotransformaciones necesarias. Aunque parece un cuento muy asimoviano acerca de la férrea determinación de un ser consciente de su singularidad, sin embargo sucede lo contrario, pues el protagonista, en su afán por desprenderse de lo que lo hace único y abrazar la homogeneidad humana, lo que hace es contradecir la noble defensa de la diferencia tan propia del autor, quizá porque a este le ofusca la presunta brillantez de la premisa. Sin duda, esta contiene el germen de una gran idea, que Asimov, por desgracia, ni siquiera vislumbra: la humanidad del robot se encuentra no en su propósito de derribar toda barrera, incluso física, con el hombre, sino en su forma de entregarse a una obsesión autodestructiva (pues esa transformación implica el abrazo de la mortalidad). El relato, por tanto, resulta inesperadamente pueril y supura de la blandura que muchos detractores han atribuido al autor, por una vez con razón: no es sensible; es sensiblero. Es más, ni siquiera funciona el punto fuerte del escritor: la descripción de los cambios que se producen en el mundo durante los doscientos años del cuento, pues al final casi parecen reducidos al cambio de moda en la vestimenta. Descorazonadoramente, Asimov siempre lo consideró una de sus mejores obras.

Los robots del amanecer, de AsimovSu regreso al género como principal objeto de su interés se produciría en los años ochenta. Comenzó por un cuarto volumen de la saga de la Fundación, cumpliendo así un ruego largamente formulado por su editorial Doubleday. El resultado, Los límites de la Fundación (1982), constituyó un enorme éxito comercial. Asimov entregaría entonces la tercera novela de sus personajes Elijah Baley y R. Daneel Olivaw, retomando aquellas páginas abandonadas veinticinco años atrás, dando a la luz Los robots del amanecer (1983), una magnífica obra a la altura de las dos anteriores. Y al año siguiente comenzaría la fusión de los tres ciclos de ficción de su carrera (Fundación, Imperio, Robots) con Robots e Imperio (1984). Consagraría a este proceso el resto de la década, proceso que sería polémico para quienes pensaban que cada saga debería haber seguido siendo independiente de las demás. No puedo dar mi opinión porque no ha leído ninguna de sus novelas salvo la señalada: pero es evidente que tarde o temprano lo haré. Este proyecto ocuparía la última década de su vida.

En 1983 Asimov fue operado para insertarle un bypass; en la transfusión de sangre que necesitó se infiltró plasma contagiado de SIDA. Su muerte en 1992 se debió a las complicaciones y enfermedades derivadas de ese contagio, mas por entonces la noticia fue ocultada por la familia y solo diez años después la verdad fue comunicada a los medios. Debe entenderse que, en esos tiempos, este mal era considerado un estigma y que por ello sus allegados quisieron evitar el dolor añadido de cualquier comentario que nada tuviera con la honra del fallecido.

La vasta obra de Isaac Asimov exploró el futuro del hombre como símbolo del presente, pero también el pasado más remoto y la cultura y la ciencia (que es también cultura, claro). En toda ella siempre brilla con luz propia la claridad con que se propuso iluminar a sus lectores, tanto en la ficción como en la divulgación, y sin embargo no por ello dejó de inquietarnos que este hombre afable y extrovertido, este humanista irredento, también fuera un ser pródigo en grandes resentimientos y en rincones oscuros. Es decir, tuvo lo que debe tener un creador perdurable: capacidad para entender la enorme ambigüedad del ser humano, porque él también fue ambiguo. El dios en que no creyó Asimov nos libre de los seres inmaculados, porque de ellos será el reino de la superficialidad.

Un escritor y una maquina de escribir. Isaac Asimov.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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4 respuestas a Isaac Asimov, el polígrafo desmedido

  1. David P. Ugalde dijo:

    ¡Qué gran verano pasé en el 83 leyendo «Los robots del amanecer»! ¡Y qué emoción unos años antes cuando mi hermano apareció en casa con el ejemplar de «Yo robot» que le había pedido que me encontrara! (No había Amazon entonces y mi hermano suplía esa necesidad, 😅). Luego pasé por una fase snob y estúpida en la que me deshice de buena parte de mis libros de Asimov (no de «Yo robot», cuyas letras se van difuminando poco a poco, pero al que estoy unido por un vínculo sentimental). Por ejemplo, tenía toda la saga de la Fundación, cada tomo de una edición distinta, con sus secuelas y precuelas, muchas sin leer, y las regalé, no sé a quién. En estos días me había propuesto recuperar al menos la trilogía original, ahora que hay algunas ediciones muy bonitas. José Miguel, ¿qué te parecen las continuaciones de la trilogía? ¿Merecen la pena? Un abrazo!

    • Por aquella fecha estaría yo con la antología «Los robots», aunque en mi caso fueron unas vacaciones de Navidad. En cuanto a la trilogía de la Fundación, debo confesar que en mi primer acercamiento la dejé después del primer volumen: tal vez yo pasaba por la típica etapa del distanciamiento de las lecturas «juveniles». Pero no tiré el libro y lo retomé tiempo después jaja. En cuanto a las continuaciones, forman parte de la obra de Asimov que aún no he leído. Hay especialistas y amantes que dicen que no es gran cosa, pero salvan «Los límites de la Fundación». A priori, no me parece necesaria esa fusión de todos sus ciclos, porque parece que habrá más de un encaje de bolillos para integrarlas todas. Pero bueno, tarde o temprano lo comprobaré por mí mismo.

  2. Rafa dijo:

    Hola,
    Excelente post acerca de un escritor excelente. Un autor casi inabarcable.

    Saludos!

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