Dagón, la secta del mar: Lovecraft en Galicia

Buen dibujo para un poster de Dagon, la secta del marCon todos sus defectos, con todas sus insuficiencias, la sorpresa que produce Dagón, la secta del mar es encontrarnos en ella la tal vez mejor y más digna adaptación cinematográfica de una historia del gran H. P. Lovecraft. Es decir, no es un producto que ostente el nombre del Solitario de Providence para contar otra cosa, como es el caso de El palacio de los espíritus (1963), donde Roger Corman lo utilizó para hacer un mix con Poe más cercano al autor de Usher que al creador de Cthulhu, o de ¿Por qué lloras, Susan? (1968), cuya distancia con HPL es todavía más sideral, por mucho que la acción transcurra en un supuesto Dunwich. Tampoco plantea una historia original a través de la cual, y entre otros propósitos, se dé cobertura a genuinos elementos lovecraftianos, como hizo John Carpenter con la muy estimable En la boca del miedo (1994). Bien al contrario, Dagón, la secta del mar adapta a Lovecraft pretendiendo contar a Lovecraft, por mucho que se tome la aparente osadía de trasladar el escenario desde la Nueva Inglaterra original a un pueblecito perdido en la costa gallega, Imboca, sin que el cambio desvirtúe ni mucho menos la atmósfera original. Eso sí, pese a lo que dice el título, el relato adaptado no es el modesto Dagón, uno de los primeros textos suyos que vieran la luz, concretamente en 1919 (si bien se escribió dos años atrás), sino el genial La sombra sobre Innsmouth, una de las cimas del escritor.

Escrito a finales de 1931, publicado en una modesta edición en forma de libro en 1936 (de las pocas que Lovecraft vio en ese formato, el más propio de todo escritor, pero que se vio un tanto arruinado por la enorme cantidad de erratas) y finalmente acogido, póstumamente, en las páginas de la imprescindible revista Weird Tales (enero de 1942), pero de forma abreviada, La sombra sobre Innsmouth es hoy reconocido por todos los incondicionales del autor como uno de sus mejores relatos. Su fascinante trama versa sobre un joven de Arkham que celebra su mayoría de edad recorriendo diversas localidades de Nueva Inglaterra y llega al pueblo del título, un lugar que parece presa de una deletérea decadencia, remarcada por el extraño aspecto y la conducta huidiza de sus habitantes. Después de recorrer sus solitarias calles, el muchacho se tropieza con el borracho del pueblo, que le cuenta una historia sobre el secreto del pueblo que bien puede parecer un delirio etílico: ahora bien, no tardará en descubrir que esa revelación lo va a convertir en el objeto de una implacable caza a lo largo de toda una angustiosa noche por parte de los habitantes de Innsmouth, en el curso de la cual descubrirá que todo es verdad.

La sombra sobre Innsmouth, una de las obras maestras de LovecraftDagón, la secta del mar fue la tercera producción del sello cinematográfico Fantastic Factory, creado en 1999 por el acuerdo entre Julio Fernández, nuevo presidente de la productora catalana Filmax, y el estadounidense Brian Yuzna, todo un experto en cine de género modesto. El sello fue clausurado en 2007, después de haber dado a luz nueve películas, por lo general carentes de la menor personalidad, puesto que lo que hicieron fue rodar en España típicas/tópicas películas de serie B pensadas, salvo sorpresa, para hacer una modesta carrera en las pantallas y luego dar beneficios en el mercado doméstico. En general, y pese a su rodaje en tierras hispanas, casi todas ellas no pretendían otra cosa que pasar por productos anglosajones, de ahí que, por lo común, sus actores principales fueran de este origen (entre los secundarios sí se reconoce a muchos intérpretes hispanos). Ahora bien, no todo su catálogo fue desechable: aparte del film que nos ocupa, debe destacarse otro más, Romasanta. La caza de la bestia (2002), nueva ilustración del célebre caso del «sacamantecas» de la crónica negra rural española, dirigido por Paco Plaza, que poco antes (para el mismo Fernández, si bien a través solo de Filmax) había entregado otro excelente producto de terror, El segundo nombre (2002), que muy bien podría parecer de la Fantastic Factory por las parecidas circunstancias de producción.

El proyecto fue confiado, supongo que por su filiación lovecraftiana, a un director del estilo de Yuzna, el estadounidense Stuart Gordon, que tiempo atrás había conseguido un considerable éxito entre el público natural de este cine con Re-Animator (1985), adaptación del relato de HPL Herbert West, reanimador. No he visto esta película, pero lo que conocía de Gordon —dos mediocridades supuestamente de ciencia-ficción tituladas Fortaleza infernal (1992) y Space Truckers (1995)— no incitaba precisamente al optimismo.

Pues bien, lo cierto es que Dagón revela a un director dueño de un loable sentido narrativo, sobre todo en aquellos momentos en que el guion permite construir un relato visual sugerente, al tiempo que naufraga cuando los elementos menos afortunados del libreto pasan a primer término. No es que quiera atribuir todos los méritos del film a Gordon, por supuesto, pues también hay lastres completamente achacables a él —el recurso al ralentí en determinados momentos de acción, el exceso de los inevitables momentos gore—, pero lo justo es lo justo: Dagón contiene un gusto por el detalle y la sugerencia narrativas que eran impensables en el director y que ayudan considerablemente a crear la necesaria atmósfera malsana de la película.

Las solitarias calles de Imboca, siempre humedas

El guion firmado por Dennis Paoli (cómplice de Gordon en sus anteriores films lovecraftianos, el señalado más Re-Sonator, de 1986) comienza mostrando a dos parejas yanquis, una más joven y otra más madura, disfrutando de un viaje en yate por las costas gallegas. De improviso, se desata una súbita tormenta, el barco queda encallado en un arrecife y la pierna de una de las mujeres queda atrapada. La pareja más joven, formada por Paul Marsh, el protagonista —a quien se ha descrito previamente como el clásico, o tópico, ejecutivo de mente cuadriculada, que incluso en vacaciones solo piensa en el trabajo—, y su novia Bárbara, consigue llegar a duras penas (el bote hinchable se va hundiendo a medida que avanzan) a la localidad frente a la que estaban anclados en busca de ayuda, un pueblecito llamado Imboca (en realidad, Combarro, en la provincia de Pontevedra).

Aquí es donde comenzará su odisea, puesto que enseguida se encuentran que el pueblo, pese a que desde el mar les llegaba una monótona salmodia que tomaron por algún tipo de ceremonia religiosa, apenas presenta gente en las calles a quien recurrir. El único auxilio lo encuentran por parte del sacerdote de lo que parece la iglesia local, pero en cuya portada, bajo un signo extraño, un cartel reza «Esotérica Orden de Dagón». Con la ayuda de unos pescadores, él regresa al barco, para encontrarlo vacío (el espectador sí sabe que algo terrible le ha pasado a la otra pareja), y cuando vuelve al pueblo recibe la noticia, por parte del sacerdote del templo, de que Bárbara ha marchado a Santiago en busca de ayuda, de modo que decide esperarla en el desvencijado hotel local (ahora bien, una vez más, los espectadores saben que, en realidad, ella ha sido atacada en ese mismo lugar, por el sacerdote y el recepcionista, este último José Lifante, un veterano secundario del género, que sin mover apenas un músculo produce un considerable desasosiego).

Ezra Gooden y Raquel Merono, la pareja protagonita de Dagon

Por cierto que, aunque por lo común las producciones de Julio Fernández, tanto para Fantastic Factory como para Filmax, abusaban de la contratación de actores extranjeros desconocidos e inconsistentes (o conocidos e inconsistentes, como el Julian Sands de la citada Romasanta), el ignoto Ezra Godden asume con inesperada solvencia el rol del atribulado protagonista. Del mismo modo, Raquel Meroño, contratada seguramente por su condición de chica guapa popularizada por la tele, también resulta insólitamente eficaz, y su condición de española políglota, además, es aprovechada para dotar a su personaje de la misma facilidad para los idiomas y así poder comunicarse con los lugareños, que hablan lógicamente en gallego.

El guionista Paoli prescinde de los prolegómenos mediante los cuales Lovecraft creaba un inquietante interés hacia el pueblo, para ir al grano de la acción, como es propio de un terror para adolescentes. Sin embargo, precisamente por la rapidez con que se plantea el horror, no se deja tiempo para apreciar las convenciones del relato, amén de que, enseguida, la narración alcanza una notable fluidez. Una vez Paul llega al hotel, el guionista recupera las claves del cuento de Lovecraft, de tal modo que el resto de la historia consiste en el frenético intento de huida del muchacho a lo largo de esa noche, acosado por peligros cada vez más alucinantes.

La camiseta del protagonista de Dagon no engana a nadieLa aventura que vive Paul en el hotel ofrece los tal vez mejores momentos de la película. El director Gordon muestra con minucioso detalle el sórdido aspecto de un lugar que no parece haber tenido un cliente en su vida (una habitación intolerable-mente sucia, un cuarto de baño de cuyos grifos sale un agua putrefacta, unas sábanas que revelan, al descorrer la manta, un rastro de polvo, como si el último huésped se hubiera disuelto sobre ellas…). Pero, además, el acoso de los lugareños está muy bien narrado, destacando en especial ese momento, insólito, en que, al comprobar que a su puerta le falta el pestillo de seguridad, Paul se toma la molestia, a todo correr, de destornillar el que hay en la puerta del aseo para situarlo en la primera. Es un esfuerzo baldío, claro, porque enseguida es echada abajo, pero, como indicaba Antonio José Navarro en su excelente crítica publicada en el nº 305 de la revista Dirigido por… (octubre de 2001), no solo se crea un inesperado momento de suspense, sino que, mediante tan insólito acto, se subraya algo que ya se había señalado antes: «la psicología ordenada y absurda de su héroe».

Del mismo modo, la película se beneficia del considerable acierto atmosférico que es hacer que el agua y la humedad (tan importantes en la historia, desde su mismo origen literario) se encuentren de modo omnipresente en todo su desarrollo, tanto en el exterior (desde que los jóvenes pisan Imboca, la pertinaz lluvia gallega no cesará un solo momento) como en los interiores (donde resulta igualmente imposible no estar perpetuamente mojado: goteras, interiores inundados…). Un buen detalle, cuya capacidad de sugerencia se dirige más hacia las propias sensaciones de cada espectador, es que las gafas de Paul no puedan estar todo el tiempo sino salpicadas de gotas, lo cual (al menos para este espectador miope, que sabe bien lo molesto que es esto) contribuye a incrementar el grado de tensión y de sufrimiento de ese muchacho que, sometido a terribles peligros, encima no puede hacerles frente con la plenitud de sus sentidos. Resulta, por eso, tanto un error como una incongruencia que, en la parte final de la película, Paul pierda sus lentes… y parezca ver exactamente igual, pese a que hasta entonces se había remarcado su continua dependencia de ellos.

[Quien no conozca ni las claves del cuento de Lovecraft ni el final de esta película debe dejar de leer aquí]

Paco Rabal en DagonEn la película, Paul acaba tropezándose, en plena huida, con el borracho del pueblo, y única persona que parece humana en ese lugar, el viejo Ezequiel (papel que supuso la última aparición en pantalla del veterano Francisco Rabal). En el cuento, el relato del borracho, allí llamado Zadok Allen, es anterior a la aventura nocturna, mas Paoli respeta, en líneas generales, la espeluznante invención de Lovecraft. Tiempo atrás, el pueblo entero, a instancias de uno de los principales capitanes de la comunidad, harto de ver cómo sus viajes comerciales eran cada vez más improductivos (en la película, es la progresiva desaparición de los peces que son su sustento), hizo un pacto con unos espantosos seres del mar, los Profundos. A raíz del mismo, los pobladores de Innsmouth/Imboca se han cruzado desde entonces con aquellos, de tal modo que los vástagos que inician su vida como seres terrestres acaban degenerando poco a poco, revelando horribles rasgos anfibios que los obligan a embozarse primero y retirarse después al interior de sus viviendas, hasta su definitiva transformación marina. El protagonista del cuento consigue escapar de Innsmouth, mas el cuento no concluye ahí pues, en un inesperado y fascinante giro final, el muchacho, con el paso del tiempo, se ve asaltado por extraños sueños marinos, al tiempo que descubre que su tatarabuelo fue el mismísimo capitán que realizara el pacto…

Marcado por el repulsivo olor a pescado (una de las fobias del propio HPL) que inunda las calles de la ciudad y parece escaparse de las mismas páginas, con algunos de los momentos de mayor tensión y suspense de todo el género de terror, La sombra sobre Innsmouth contiene la quintaesencia del espanto del escritor por el «caos» racial que tanto le afectó y que, en buena medida, vertió en sus cuentos sobre esos espantosos e incomprensibles seres extraterrenos, de tal modo que acaba suponiendo una de las mejores manifestaciones de ese sentido de la otredad en que basó la naturaleza de su terror. Ahora bien, para quien frunza el ceño al advertir el indudable racismo del escritor, téngase en cuenta que la vuelta de tuerca final no hace sino plantear, con admirable y malsana lucidez que, por encima de nuestra aparente pureza exterior, la monstruosidad anida en todos nosotros.

La película respeta este planteamiento, ofreciéndolo como un twist final presuntamente inesperado (es decir, como una revelación de impacto). Ahora bien, para tratarse de una producción de la que, en principio, poco respeto hacia la inteligencia del público cabía esperar (o, sencillamente, porque sus promotores debían saber que, entre los espectadores, habría más de un buen conocedor del relato), desde el primer momento se les va ofreciendo determinados indicios de esta verdad, que permiten anticiparla.

Lovecraft, siempre en la memoriaAsí, el arranque de la película consiste en un sueño de Paul en el que este, buceando, encuentra en el fondo del mar un pozo misterioso cuya boca representa el relieve de un ojo y en el que encuentra a una bella muchacha que nada sin aparato de oxígeno, que enseguida revelará que es una sirena… y que al abrir la boca muestra una agresiva boca llena de aguzados dientes. Desde el principio, también, el muchacho siente molestias abdominales que reaparecerán a lo largo de la historia. Cuando su novia intenta incitarlo sexualmente (como ya señalé, inicialmente Paul aparece absorbido por su ordenador y su trabajo), recorriendo a besos su torso, la cámara de Gordon tiene así ocasión, sin que parezca muy evidente, de mostrarnos unas líneas rojas sobre el costado del protagonista: en ese momento pueden parecer las huellas de alguna efusión amorosa, pero en el final de la historia se descubrirá que eran el esbozo de las agallas marinas que estaba a punto de desarrollar.

Gordon, pues, acierta en el modo de contar detalles que están en el guion, como luego hará con uno de los rasgos anticipatorios más ingeniosos de la historia: al saltar desde lo alto de su habitación del hotel para salvar la vida, Paul se hace daño en una pierna, arrastrando una cojera desde ese momento… que de algún modo viene a igualarlo con las dificultades motrices de los habitantes de Imboca, que no tardaremos en saber que se deben a su progresiva transformación anfibia. Tampoco está mal el detalle del vaso de vino tinto que se derrama con la aparición de la tormenta, y cuyo líquido escarlata, al deslizarse por la cubierta del barco, semeja un reguero de sangre, fluido que no tardará en ser vertido con profusión.

Ahora bien, tampoco hay que exagerar. Aparte de la señalada irregularidad de la dirección del propio Gordon, ya comentada, la película sufre diversos lastres, empezando por la medio-cridad de los efectos digitales, sobre todo a la hora de animar los apéndices animales de los monstruosos habitantes de Imboca. Igualmente, el personaje de Ezequiel no termina de funcionar. En primer lugar, su singularidad humana resulta inverosímil al tratarse Imboca de una comunidad mucho más cerrada que Innsmouth. Su misma presencia (Lovecraft introducía el personaje equivalente de modo más coherente) no tiene otro objeto que aclarar del tirón una situación que ya exigía alguna explicación. Es más, el flash-back que ilustra sus revelaciones resulta tosco e incluso poco creíble, al poner en primer plano los elementos más difíciles de sostener de la película, es decir, cuanto tiene que ver con el culto a Dagón. No en vano, la ceremonia posterior en el subterráneo del templo pagano resulta más bien risible: incluso molesta que el guion ponga en boca de los celebrantes las famosas e impronunciables expresiones inventadas por HPL (citando incluso a Cthulhu): uno se da cuenta de que su atractivo, leídas, desaparece al ser escuchadas. Por otra parte, también fastidia que aquellos cubran sus rostros ya de por sí monstruosos con pieles faciales arrancadas a sus víctimas, puesto que así parecen, más bien, criaturas escapadas de La matanza de Texas (1974).

Eso sí, cuando menos el film se beneficia del inesperado carisma que ofrece la joven actriz sevillana Macarena Gómez, en su debut en el cine, encarnando el fundamental papel de Uxía, la sacerdotisa del culto, que más que sirena (como se mostraba en el sueño inicial), es una criatura que combina una deliciosa presencia femenina, de cintura para arriba, con un par de tentáculos pulposos que, en tierra, la obligan a desplazarse en silla de ruedas. Macarena Gómez, así, transmite a su delicado personaje un conseguido juego de contrastes, entre el ser indefenso que parece con su aspecto dulce y su reclusión física, y la más desatada reina del horror, como manifiesta cuando entrega con saña a Bárbara (su rival por el amor de Paul) al mismísimo Dagón. Antonio José Navarro, en la misma crítica reseñada, se mostraba especialmente perspicaz al indicar que la morbosa fotogenia de la actriz diríase «una extraña mezcla entre Barbara Steele y Patty Shepard».

Macarena Gomez como la sacerdotisa Uxía

Dagón, la secta del mar no engaña a nadie. Seguramente era imposible equilibrar la fascinante tensión del original con los condicionantes del tipo de producción que lo albergaba: pese a la indiscutible presencia de ese pequeño catálogo de detalles sutiles que he reseñado, lo que prevalece es antes lo explícito (en demasiadas ocasiones, burdamente explícito) que lo sugerido. Aun así, se trata de una película digna y estimable, desde luego interesante de principio a fin, que no fracasa ni mucho menos en su propósito de ofrecer en cine, por fin, una traducción mínimamente creativa del mundo de Howard Phillips Lovecraft. Solo por eso, merece todo el respeto y un hueco en nuestra memoria.

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: Dagón, la secta del mar / Dagon. Año: 2001.

Dirección: Stuart Gordon. Guión: Dennis Paoli, según el relato de H. P. Lovecraft La sombra sobre Innsmouth. Fotografía: Carlos Suárez. Música: Carles Casas. Reparto: Ezra Godden (Paul), Raquel Meroño (Barbara), Francisco Rabal (Ezequiel), Macarena Gómez (Uxía). Dur.: 98 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Dagón, la secta del mar: Lovecraft en Galicia

  1. Renaissance dijo:

    En su día estuve pendiente de Dagon como uno de los estrenos más esperados entre un catálogo de fantastic factory más que mediocre (todavía intento olvidar Faust). A fin de cuentas, acercaba uno de mis escritores favoritos a casa, o al menos, a la costa. Pude verla doblada al gallego, en un cine vacío que delataba, además de las cuestiones lingüísticas, la verdadera intención domestica de estas producciones.
    La disfrute enormemente por el factor ilusión, aunque hace poco, al recuperarla en streaming, fui más consciente de esos efectos digitales demasiado cutres y lo absurdo de esas pieles humanas usadas como atuendo ceremonial. Aun así, siguió pareciéndome una adaptación honrada, que quería aportar algo y a la que seguramente le habrían sentado mejor unos efectos artesanos en lugar de aquella transición a lo digital.

    • «Dignidad», «honradez», y otros términos por el estilo son los que, en efecto, le cuadran a la película. Cierto es que parece que los usamos con condescendencia, pero yo lo hago con agradecimiento: del tipo de cine que parecía representar Fantastic Factory no me cabía esperar un acercamiento a Lovecraft que no lo utiliza para hacer una patochada para los amantes indiscriminados del terror. Y el uso que hace del entorno gallego es verdaderamente atractivo: en la versión original en inglés, por ejemplo, los lugareños hablan, como es natural, en su lengua.
      Es curioso que, al buscar datos sobre la Factory, resulta que fue cosa de solo seis años cuando a mí me parecieron más. También es verdad que, como digo en el artículo, alguna producción llevó el sello solo de Filmax («El segundo nombre», «El maquinista») cuando bien podía haber usado el de Fantasy.

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