Baudolino busca al Preste Juan

El nombre de la rosa               El péndulo de Foucault             La leyenda del Preste Juan

Baudolino, de Umberto EcoEl nombre de Umberto Eco siempre será asociado a una de las mejores novelas que se han escrito sobre la Edad Media, El nombre de la rosa (1980), una de esas ocasiones afortunadas en que la erudición histórica (centrada en las querellas dentro de la Iglesia católica de la época) y la narración pura (adoptando la forma de un «policiaco medieval») han sabido enriquecer la una a la otra para crear un libro deslumbrante. En su segunda novela, El péndulo de Foucault, aun situada en ambiente contemporáneo, Eco asimismo echó mano de su profundo conocimiento de esa época histórica para sazonar con una gran cantidad de elementos sugestivos (el mito del ocultismo templario, la Cábala judía, la alquimia) ese supuesto plan secreto dispuesto desde antiguo que los protagonistas creen inventar y que otros toman por muy real. Finalmente, el novelista regresó plenamente al Medievo con otra obra que asimismo consiguió un gran éxito, Baudolino, que puede considerarse una combinación de las dos previas. De la primera, recoge el mismo propósito (incluso más ambicioso) de ejercicio de reconstrucción histórica a partir de una narración que no concede respiro al lector. De la segunda, el hecho de que su tema central es la creación, por parte del protagonista, de una elaborada fabulación acerca de un reino supuestamente imaginario que, sin embargo, acaba cobrando realidad. Este planteamiento tiene para mí un interés adicional por cuanto esa invención es nada menos que la de una leyenda que lleva fascinándome desde la infancia (¡la descubrí en un tebeo de superhéroes!) y que en esta novela encuentra la mejor plasmación literaria que yo mismo podía esperar: la leyenda del Preste Juan.

La novela se plantea como el relato que hace de su vida el protagonista, cuyo nombre titula la novela, a un cultivado bizantino, al que acaba de salvar de la muerte en el histórico saqueo de Constantinopla por caballeros occidentales en 1204 (sarcásticamente, ese episodio se conoce bajo el nombre de Cuarta Cruzada). Baudolino es un italiano de orígenes humildes que, siendo un niño, se tropieza nada menos que con el emperador Federico Barbarroja y le cae en gracia, de tal modo que el alemán se lo lleva consigo, otorgándole su cariño y su protección. Gracias a su inteligencia y al don para los idiomas que enseguida revela, el niño es educado para ocupar algún día un puesto en la cancillería de Barbarroja, de tal modo que marcha a estudiar a la universidad de París, donde hace amistad con un grupo de estudiantes y buscavidas cultos como él, a los que unirá a todas sus empresas.

Umberto EcoAl hilo de este personaje, Umberco Eco desarrolla eso que suele llamarse, pero esta vez con más propiedad que nunca, un «fresco histórico» de la segunda mitad del siglo XII, que se pasea por la convulsa Italia de las luchas entre el papado y el imperio (con las comunas italianas luchando por su propia autonomía, que con el tiempo permitirá la llegada del Renacimiento), por el París del bullicio intelectual de su tiempo, por el imperio bizantino y, finalmente, por los confines del mundo conocido. En toda ocasión, Baudolino demostrará un arte especial para el relato, convirtiéndose en un especialista en saber contar lo que su interlocutor de turno desea escuchar. De esta manera, a partir de las referencias a los cristianos situados al otro lado del Islam y el catálogo de maravillas situadas en los confines de la tierra, que entrelazará con las necesidades políticas de su protector, la gran creación de Baudolino será la leyenda del Preste Juan.

Antes de pasar a hablar de sus virtudes, debo, sin embargo, señalar que Baudolino posee una característica que a unos suele parecer muy atractiva y a otros, como a mí, suele distanciarme bastante de la narración: la elección como protagonista de un personaje ficticio que, entre los renglones de la Historia, tiene una influencia fundamental en los muy verídicos acontecimientos de su época, hasta tal punto que llega un momento en que parece no haber ninguno que haya escapado a su órbita1.

El emperador Federico BarbarrojaHagamos un resumen apretado: entre otras menudencias, Baudolino es el responsable de que los supuestos cuerpos de los Reyes Magos acaben en la catedral de Colonia donde hoy, como saben bien los turistas, es uno de sus grandes reclamos; de que Federico apruebe el primer estatuto de derechos e inmunidades de que gozó una universidad europea, en este caso la de Bolonia; de decisivas intervenciones en los conflictos entre Federico, el papa y las ciudades italianas, incluyendo su importante papel en una pequeña leyenda local de Alejandría, la ciudad natal del mismo Eco, a cuya fundación (esta sí histórica) asistimos en la novela; de la salvación personal del mismo emperador después de su gran derrota ante la liga de las ciudades lombardas en la batalla de Legnano; por último, a su decisiva influencia se deberá la participación del mismo Barbarroja en la Tercera Cruzada, en cuyo camino sí perderá la vida. Por cierto, Eco idea un episodio muy diferente (pero a la vez compatible con el real: quien lea o haya leído la novela lo comprenderá) para la muerte histórica del emperador, ahogado en un río de Asia Menor, que aunque en un primer momento pueda parecer un capricho que se da el escritor, al final sí tendrá un sentido en el periplo vital del protagonista.

Este excesivo atropello de referencias históricas distancia un tanto de la novela en su primera parte, pues llega un momento en que el lector (al menos, este lector) está más atento a ver cuál será el siguiente episodio o personaje real en aparecer que en la propia dramaturgia interior de la novela (lo que no impide que, en todo momento, esta sea entretenidísima). Ahora bien, si Baudolino acaba convirtiéndose en un libro perdurable es por su segunda mitad, la dedicada definitivamente a las aventuras de Baudolino y sus amigos en pos del quimérico reino del Preste Juan. Para ello, Umberto Eco realiza una asociación verdaderamente original entre dos leyendas: la del Preste Juan y la del Santo Grial.

el-preste-juan-en-un-mapa-medieval1

Hago una muy somera semblanza de las dos. El Preste Juan es el nombre que, en la Edad Media, se dio a un supuesto soberano de incontable riqueza y enorme poder (a su mesa sentaba, como vasallos, a incontables reyes y dignidades eclesiásticos) cuyo reino se encontraba en algún lugar más allá del mundo islámico, de tal modo que varias figuras políticas e intelectuales plantearon la posibilidad de llegar hasta sus dominios y forjar una alianza con él, que pillara a los musulmanes entre el yunque y el martillo, en días en que los reinos cristianos de Tierra Santa ya se veían amenazados por la media luna. El nombre del soberano, Preste Juan (Presbyter Iohannis), es expresión de su humildad (desde luego, una humildad muy condescendiente), al preferir un título eclesiástico, y de gran modestia, el de presbítero, al de la dignidad imperial que le correspondería. Como siempre sucede en toda leyenda, había un poso de realidad en ella: la existencia de comunidades cristianas en el corazón de Asia, seguidores de una de las herejías surgidas en los primeros siglos de la Iglesia y expurgadas por ello de Europa, los nestorianos.

El nombre de Preste Juan aparece por primera vez en una fuente cristiana, precisamente en la Crónica de las Dos Ciudades, de Otón de Freising, escrita en 1145 (en la novela, Otón es el tutor del niño Baudolino y quien primero le habla de esta figura). Posteriormente, se difundiría por las cancillerías europeas una presunta Carta del Preste Juan dirigida al emperador bizantino Manuel Comneno (otra versión, posterior, iría dirigida al mismo Federico Barbarroja), que a su vez sería respondida por el papa Alejandro III por evidentes deseos de dejar bien sentado a quién le correspondía la dirección espiritual de la Cristiandad. El documento papal es de 1177, por lo cual la Carta debió de ser escrita en algún momento entre las dos fechas señaladas. En fin, la Carta supone todo un delirio de riqueza y esplendor por parte de su gobernante, el cual, en primera persona, describe tanto su propio reino (que sitúa en el lugar conocido como las Tres Indias, término ambiguo que, sencillamente, deja bien clara la imprecisión que en Europa se tenía sobre la India) como las regiones aledañas, en las cuales se concentran todas las fantasías que Occidente había ido creando desde los tiempos más remotos: monstruos y animales fabulosos, prodigios de la naturaleza, geografías imposibles, etc.

Tapiz de Edward Burne-Jones sobre el Santo GrialEn cuanto al Santo Grial, es un objeto maravilloso creado por el escritor francés Chrétien de Troyes (en torno a 1181) en su roman inacabado El cuento del Grial, perteneciente al ciclo artúrico del que él fue uno de sus grandes impulsores. Chrétien dejó en una sugestiva indeterminación tanto las características como las cualidades de este objeto, pero sus seguidores lo cristianizarían. Robert de Boron, autor de una Historia del Santo Grial, crearía la versión definitiva, convirtiéndolo en el cáliz de Cristo en la Última Cena, donde luego sería recogida su sangre vertida en la crucifixión. El Grial se convertiría en símbolo de la redención y de la regeneración, tanto física como espiritual, justificando un mito que se extendería hasta el mismo nazismo, alguno de cuyos más exaltados miembros lo buscarían, para poner su «poder» al servicio de la causa hitleriana.

Baudolino será quien conciba la Carta y la redacte junto a sus amigos de los días de París. Su propósito es unir el prestigio del Preste Juan al del propio Federico y utilizarlo para consolidar el poder imperial en esos tiempos de agitado conflicto por la auctoritas temporal y espiritual. Más tarde, unirán el Grial a su creación en su condición de reliquia fabulosa que concede la regeneración espiritual a su poseedor y justifica su poder personal. El Grial forma parte de los dones del Preste, hasta que el propio Baudolino cree más conveniente inventarse que la reliquia fue robada al soberano oriental y ha sido recuperada en occidente. Su objetivo es convencer a Federico, de esta manera, de que participe en la Tercera Cruzada y lo envíe a él mismo en busca del reino del Preste. Para darle forma material al Grial, Umberto Eco toma prestada una idea de Indiana Jones y la última Cruzada (1988): puesto que un hombre humilde como Jesús, hijo de un carpintero, no pudo tener jamás un cáliz enjoyado, el Grial debe ser una copa de madera, utilizando para ello la de su propio padre y modestísimo padre biológico.

Es así que Baudolino y sus amigos se lanzan en pos del reino del Preste. Y aquí es donde Eco consigue otro hallazgo notable: la realidad acaba acomodándose a la ficción, en la medida en que el camino hacia el reino resultará estar poblado por las criaturas y la geografía fabulosa que ellos incluyeron en la Carta. Así, en la ruta se tropiezan, entre otras maravillas, con las piedras negras que transmiten su color a quien las toca, con animales fabulosos como el basilisco (cuya mirada causa la muerte, y a quien matarán usando el mismo truco que Perseo con la Gorgona, esto es, haciendo que el animal se contemple a sí mismo en un espejo), la quimera o la mantícora, con espacios sobrenaturales como Abcasia (donde, en pleno día, reinan las tinieblas) o con ese fascinante río, el Sambatyón, que en vez de agua arrastra piedras y cuyo cruce es impracticable.

[A quien no haya leído esta novela y le interese, le recomiendo que deje de leer aquí]

Los blemias, seres con la cara en el torsoEn la frontera del reino, el grupo encuentra una ciudad llamada Pndapetzim, gobernada por el Diácono (el heredero del Preste, el cual, según la tradición, ha de permanecer allí hasta que el soberano, en la lejana capital del reino, muera y él sea reclamado para la sucesión) y dirigida en su nombre por eunucos. Allí es donde se concentra ya todo el catálogo de seres maravillosos que poblaban la literatura geográfica: los esciápodos (hombres con un solo y enorme pie), los blemias (seres sin cabeza que tienen ojos, nariz y boca en el torso), los panocios (criaturas de orejas enormes, como Dumbo: es lógico que, aunque la tradición medieval no lo diga, Eco les acabe dando la capacidad de planear al moverlas) o los pigmeos.

Otro de los aciertos del libro es que el escritor no los utiliza como mero aditamento pintoresco sino que a través de ellos propone una reflexión (tan cómica como lúcida) sobre el concepo de diferencia. Blemias, esciápodos o pigmeo no se ven diferentes físicamente, pues en el fondo todos comparten unos rasgos comunes, por mucho que estén dispuestos de modo diverso; lo que los hace incompatibles es la divergencia religiosa, ya que cada uno de estos pueblos tiene un distinto concepto del dogma trinitario, lo que permite a Eco tanto parodiar la querella entre ortodoxia y heterodoxia que tanto agitó a la Iglesia durante siglos como recuperar uno de los temas más queridos de El nombre de la rosa.

Cruzados y musulmanes, en una miniatura medievalAhora bien, Baudolino y sus amigos nunca llegarán a entrar en el reino del Preste. Retenidos por los eunucos hasta que lleguen mensajeros de su lejano soberano (lo cual acaba provocando la duda sobre su verdadera existencia: tal vez los eunucos, como Baudolino, la hayan inventado para justificar su posición como élite de la ciudad), la súbita invasión de los salvajes hunos los obliga a escapar, después de que su intento de presentar resistencia con los pintorescos habitantes de Pndapetzim fracase debido a esos antagonismos religiosos. El viaje de regreso será muy largo, pues durante varios años, son prisioneros en el castillo de los Asesinos, otro elemento histórico coetáneo que Eco no se resiste a no utilizar. Se trata de una secta chíita radical que aterrorizó el Próximo Oriente porque sus miembros fueron el equivalente a lo que hoy llamamos yihadistas, y los especialistas señalan que ese término que dieron a las lenguas occidentales («asesino») procede de la sustancia mediante la cual sus líderes se aseguraban su lealtad incondicional, haciéndoles creer que ganarían o perderían el paraíso en función de su obediencia: el hashish o hachís.

El hombre que ha escuchado, con fascinación, ese relato, no es un cualquiera: se trata de Nicetas Coniates, político e historiador bizantino que habría de escribir, precisamente, la crónica de ese episodio que está a punto de costarle la vida. El encuentro entre el cronista y el fabulador da pie, a lo largo de toda la novela, a una reflexión sobre la continua interferencia entre la realidad y la ficcion, sobre la facilidad con que esta última, bien relatada, se convierte en verdad, en el sentido que subraya esa famosa frase que un periodista dice en la película El hombre que mató a Liberty Valance (1962), a propósito en su caso no del reino del Preste Juan pero sí de otro espacio para nosotros igualmente fabuloso, el Far West: «En el Oeste, cuando la realidad se convierte en leyenda, se cuenta la leyenda». En la Historia (con mayúsculas), también.

Finalizado el relato, Nicetas y Baudolino separarán sus caminos. El primero habrá de encontrar todavía la gloria como autor de la famosa Crónica ligada a su nombre (y en la que, desde luego, él sabe que no puede haber sitio para el amigo de esos días inciertos). El segundo, decide volver a dirigirse al reino del Preste Juan, pese a los ruegos de Nicetas de que deje de empeñarse en ir detrás de espejismos.

Ahora bien, Baudolino va hacia allí para reencontrar a la amada que dejó bruscamente atrás al tener que escapar tan súbitamente de Pnadpetzim. En un bosque cercano a la ciudad, el viajero había encontrado a una muchacha, Hipatia, de la que se enamora irremediablemente. La muchacha pertenece a las más singular creación de Umberto Eco para la novela: las hipatias, un pueblo exclusivamente femenino (lo que las parangona con las amazonas), llamadas todas así en honor deSeres fabulosos del medievo la célebre Hipatia de Alejandría, cuya muerte a manos de la turba alentada por el obispo cristiano de la ciudad llevó a que sus discípulas marcharan al confín del mundo y abominaran del hombre. Desde siglos atrás, sus descendientes no tiene más contacto masculino (para la necesaria regeneración femenina) que una vez al año y con los únicos ejemplares de ese género que hay cerca, los sátiros, de ahí que las bellas hipatias tengan sedosas patas de cabra. Del mismo modo, y como todos los habitantes del entorno, ellas mantienen una celosa y exclusiva creencia religiosa, en este de una de las más fascinantes herejías de la Antigüedad: el gnosticismo, con su convicción de que el imperfecto mundo no es creación del Dios bueno (que es inaccesible para quienes alcancen el estadio de conocimiento, o gnosis, adecuado), sino de una de sus criaturas, el Dios malo o Demiurgo.

Una vez más, Eco no elige esta creencia por alarde de erudición, sino que supone el adecuado corolario a toda la peripecia de ese escéptico supremo que es el protagonista, buen conocedor de que no hay una única verdad, pero al que el paso del tiempo acaba convenciendo de que la maldad y la mezquindad son superiores a la bondad y la generosidad. La grandeza de Eco es que, como antes Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa, no deja que esta triste convicción del protagonista le arrastre a la desesperación existencial, sino que le hace guardar siempre un espacio para la esperanza.

Baudolino, por tanto, acaba siendo una reflexión sobre la soledad del hombre, en la vida y en la Historia, pero no un lamento quejumbroso, puesto que el escritor sabe que siempre queda abierta, al menos, una rendija de luz. Así, por mucho que parezca que su vida se dirige a su fin sin haber alcanzado ningún resultado tangible, Baudolino todavía encontrará fuerzas para dirigirse al lugar que él inventó y que ahora quiere que exista. Que una bella leyenda medieval termine dando pie a un bonita reflexión, impregnada de melancolía, sobre la necesidad del amor, es uno de los encantos nada irreales de esta novela.

Mi primer Preste Juan fue el de Marvel

1 En particular, detesto a los personajes centrales de varias películas históricas a los que el guion concede, prácticamente, la facultad de cambiar el curso de la Historia y ellos, alegremente, lo desperdician, acelerando así el hundimiento de sus respectivos estados. Hablo de los ahistóricos protagonistas de La caída del imperio romano (1964) y Gladiator (1999), encarnados respectivamente por Stephen Boyd y Russell Crowe, los cuales, tal y como los presentan, tienen la oportunidad de impedir que el perturbado Commodo llegue al poder y se echan a un lado. También incluyo, aunque de él hablo más adelante en este libro, al Balian de Ibelin encarnado por Orlando Bloom en El reino de los cielos (2005), que asimismo se cruza de brazos cuando se le ofrece la corona del Reino de Jerusalén, sugiriendo el film, de modo bastante abusivo, que es por ello que este cae enseguida en manos de Saladino.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Baudolino busca al Preste Juan

  1. JAVIER A dijo:

    Bravo!!! Me quedo con tu artículo y dejo, sin ningún pesar, que el río de libros imposible de cruzar, continúe su curso con «Baudolino». Hasta una referencia a «El hombre que mató a Liberty Valance». No se puede pedir más.

    Enhorabuena. Veinte minutos de lectura que son un placer.

    • Espero que la lectura final esté a la altura del entusiasmo con que has leído mi reseña. A mí, desde luego, me ha ayudado bastante en este arranque de la cuarentena. Ha sido, por otra parte, una sorpresa total porque, pese a mi estima por Eco, no me había preocupado nunca ni siquiera en buscar información sobre su trama o su ambientación. Por cierto que agradezco que puntualices el tiempo que has tardado en leer la entrada y que hayas sobrevivido sin problemas, jaja. En estos tiempos de lecturas rápidas, siempre me queda la duda si, por mucho que tenga un contador de visitas, la mayor parte no hagan sino asomarse, leer un párrafo, ver las fotografías… y marchar en busca de alguna reseña de dos párrafos, por incomprensible que a mí me resulte esta predilección por la información, inevitablemente mínima, que podrá encerrar ese formato tan breve.

      Un abrazo, y que estos días complicados transcurran con tranquilidad.

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