I II
Acabo de seleccionar veinte títulos para la votación que sobre las mejores películas de la década de los diez efectúa el muy original y espléndido blog Diccineario, cuyo autor es un gran cinéfilo, Antonio Martín. (Cierto, la década finaliza realmente este 2020, del mismo modo que el siglo XXI comenzó el año 2001 y no el anterior, pero la magia de los cambios «redondos» es muy poderosa en términos de calendario, y de todos modos tan arbitraria, en términos artísticos, es una acotación u otra.) Más de una vez he participado, en la Red o entre amigos, en este tipo de eventos, por los que siento debilidad, y que, en mi caso y sé que en el del mismo Martín, tiene como propósito no pontificar una lista canónica sino señalar una serie de títulos significativos y, sobre todo, permitir a los cinéfilos que lo seguimos compartir gustos y debilidades. A la vista de las obras elegidas, creo que la lista recoge bien la que creo mi principal inquietud frente a la ficción: me encanta la diversidad de ópticas, de géneros, de formas de concebir el cine (o la literatura, o el tebeo, o el arte en general). Hay en ella obras de animación y de acción «real» (también esas otras que combinan ambas al estar realizadas en buena medida mediante efectos digitales); hay cine de autor y cine comercial (incluso cine que, claro, combina de modo estupendo ambas características); hay cine estadounidense (el más numeroso: 12 contra 8 títulos) y cine europeo, incluso asiático; hay obras sobre las ha habido consenso crítico y otras que no lo han tenido, ni mucho menos. En cualquier caso, espero que precisamente esta heterogeneidad haga interesante el pequeño comentario que, a modo tanto de justificación como de invitación a su visionado (es, siempre, el principal objetivo de este blog), acompaña a cada título.
Las películas están dispuestas por orden cronológico, sin que ningún director repita, pues aunque hubiera podido incluir más trabajos de alguno de ellos (Woody Allen, Christopher Nolan, por ejemplo) tampoco había tanta diferencia con otros de las finalmente escogidos, por lo que he preferido ampliar así el panorama seleccionado. Sobre alguno de estos títulos ya he escrito un artículo extenso en el blog, de modo que, en esos casos, y para el interesado, he incluido un enlace al final del comentario. Las primeras diez van en esta entrega inicial, y les doy ya curso.
Caballo de batalla (2011, Steven Spielberg). Aun cuando el director de Tiburón ha recorrido la década a una edad ya más que respetable (cumplió 73 años este pasado diciembre), no ha bajado el ritmo de trabajo en nada con respecto a la anterior. Y lo ha hecho entregando, como siempre, un muy diverso conjunto de películas, tocando múltiples géneros, demostrando incluso estar muy atento a las tendencias más modernas, como delata su último film de esta década, el discutible, sin duda, pero muy atractivo Ready Player One (2018), un proyecto que parecía más adecuado para cualquier jovenzuelo a la última… o para James Cameron. Ahora bien, su mejor trabajo lo hizo al principio: Caballo de batalla es una emotiva película cuyo hilo conductor son las peripecias del animal señalado por el título durante la Gran Guerra, sin perder de vista a ese joven amo que lo «adoptó» en su humilde granja, en Inglaterra y que, si bien no puede evitar su confiscación por el ejército, le promete que algún día se reunirán de nuevo. Sin eludir ni uno de los tópicos sobre las historias de amistad entre un muchacho y un animal, bien al contrario asumiéndolos sin rubor como el elemento dramático central de la historia, Spielberg utiliza su poderoso sentido de la narración para deparar una fábula sobre la inconsecuencia de la guerra, que en su hora final (sobre todo el susodicho reencuentro) resulta absolutamente magistral, a la altura de lo mejor rodado por este hombre sobre el que diría que está descendiendo cierto olvido, pese a seguir en el candelero, y que, por encima de defectos que no hay tiempo de explicar, brilla con luz propia en el Hollywood de los últimos 40 años, porque en ese tiempo pocos directores han sabido hacer mejor lo que él sabe hacer mejor: contar en imágenes una historia, esto es, hacer cine. [enlace]
El Havre (2011, Aki Kaurismäki). He hablado muy poco en este blog de un hombre que forma parte de la que para mí es la tríada más singular del cine de las últimas décadas, la que forman el estadounidense Jim Jarmusch, el japonés Hayao Miyazaki y él mismo, el finlandés Aki Kaurismäki (los tres presentes en esta lista, claro). Kaurismäki es, precisamente, el punto de confluencia entre los otros dos. Con el primero comparte el virtuosismo formal, bañado en un sugestivo ascetismo etiquetado como «minimalista»; con el segundo, el profundo contenido humanista de su cine. Aunque no es muy mayor (63 años cumplió en 2019), parece que lo mejor de su cine ya ha quedado atrás, en cantidad (dos películas y tres cortos en esta década) y calidad (ninguna de ellas iguala siquiera sus grandes trabajos: La chica de la fábrica de cerillas, Nubes pasajeras, Un hombre sin pasado, Luces al atardecer…). Aun así, El Havre (película rodada en Francia y en francés) supo a gloria en el momento de su estreno y supone un buen ejemplo de las grandes cualidades de su cine: su simpatía por los desheredados (ya sea de la sociedad o, sencillamente, de la empatía ajena), su capacidad para inspirar ternura a partir del ascetismo emocional, la magnífica fusión entre ética y estética, por no hablar de que se desarrolla en el espacio kaurismakiano por excelencia, un puerto, y en concreto sus humildes aledaños. En este lugar, un joven inmigrante ilegal de origen africano es ayudado por los vecinos a escapar de la persecución policial y ser puesto en camino hacia Londres, donde lo espera su madre. En resumidas cuentas, una de estas películas que tiene la nada desdeñable virtud de hacer que salgamos del cine con la sensación de ser un poco mejores de lo que entramos, aunque sea por empatía con unos personajes y unas actitudes contempladas en una pantalla.
El topo (2011, Thomas Alfredson). Pocos géneros me parece que han sabido explicar mejor la deshumanización del mundo moderno, la impostura y el fingimiento como modelo de vida o la imposibilidad de encontrar verdades rotundas como el del espionaje. En literatura, uno de sus hitos me parece John le Carré, escritor cuya obra maestra probablemente sea la novela titulada sugestivamente Calderero, sastre, soldado, espía, aquí pobremente publicada como El topo (1974), protagonizada por su emblemático personaje George Smiley (modelo de anti-espía en el sentido más popular del término, o sea, el modelo James Bond). El mundo de le Carré ha dado origen a magníficas películas (por ejemplo, la estremecedora El espía que surgió del frío, de 1966, con un inolvidable Richard Burton), pero esta adaptación, acogida con buena aquiescencia crítica pero ya un tanto olvidada, puede competir a la perfección con ella. Su trama la expresa el título español: Smiley recibe la misión de encontrar al astuto y sutil topo que, infiltrado en el MI6, lleva media vida pasando información fundamental a Karla, el líder del servicio secreto soviético. Y como todo buen cine de género, a partir de una intriga que valdría por sí misma para interesar al espectador, consigue crear una pegajosa densidad dramática, que se levanta a partir de ese estudio de abstracción desalmada y gelidez emocional a que se presta el mundo del espionaje y la guerra fría. Su director, el sueco Thomas Alfredson, había llamado la atención varios años atrás por una singular incursión en el vampirismo (Déjame entrar, 2008) y aquí tradujo de modo inmejorable esa atmósfera de angustia existencial que transpira la historia, además interpretada por un reparto de excepción en el que sobresale su protagonista, Gary Oldman, dando una lección de sobriedad a años luz del desafroado histrionismo que caracterizó sus años de mayor relevancia estelar.
Fausto (2011, Alexander Sokurov). Como prueba un viejo artículo del blog, que me enorgullece que figure entre los más visitados del mismo, siento una especial fascinación por la leyenda de Fausto y su largo recorrido a través de la cultura occidental, desde su aparición literaria en las postrimerías del medievo a la obra magna de Goethe, pasando, claro, por las múltiples versiones cinematográficas (de las que brilla con luz propia la de F. W. Murnau de 1926, sin desdeñar la muy heterodoxa del mago checo de la animación Jan Svankmajer, de 1994). La propuesta que el ruso Alexandr Sokurov nos presentó esta década pasada nada tiene que envidiar a las reseñadas en cuanto a sugestión visual y penetración dramática, y hace honor a ellas, sobre todo, en su empeño en plantear una nueva mirada en torno a la leyenda (a partir, todo hay que decirlo, de un libro previo que no conozco, de Yuri Arabov). Así, en esta ocasión Fausto no es un hombre embargado por la búsqueda absoluta del saber, sino un médico cansado, prematuramente envejecido justo por lo contrario, por haber visto, por conocer demasiado. Es más, el habitual pacto con Mefistófeles, desencadenante siempre de la trama, aquí tiene lugar hacia el final, eso sí, para poder saciar una sola vez su amor por Margarita. Amigo de las soluciones narrativas absolutas (en su carrera destaca poderosamente El arca rusa, de 2003, film rodado mediante un único plano-secuencia mediante el cual, y a través de un recorrido por el vasto museo Hermitage, ofrece una panorámica sobre la historia rusa que es la que hace que tenga sentido ese virtuosismo técnico), Sokurov crea el Fausto más agobiante en sentido visual y sonoro de la historia, a ratos en exceso críptico, siempre sugestivo e inagotable, tal vez demasiado.
No habrá paz para los malvados (2011, Enrique Urbizu). El cine español de esta década de los diez ha recorrido con contumacia los espacios del cine policiaco, como dan fe algunos de sus títulos más populares, de La isla mínima (2014) a El reino (2018). Pero ninguno ha conseguido igualar siquiera la fuerza dramática, tensión narrativa y revulsiva «suciedad» moral (y qué sería del género sin esto último) de No habrá paz para los malvados (comenzando por tan estupendo título, imposible de olvidar). Enrique Urbizu había ido proponiendo cada diez años un buen thriller: en 1990 sorprendió con Todo por la pasta, y en 2001 con La caja 507, y en 2011 nos entregó su obra maestra, su películas más imprescindible. De la mano de su excelente personaje central, ese policía absolutamente degradado pero que, sin embargo, sigue siendo un profesional inmejorable (desde los años 60-70, es un icono central del género), y al que José Coronado presta una interpretación tan inesperada como excepcional, No habrá paz para los malvados cuenta la más triste, la más lacerante, la más desasosegadora historia de redención que se ha podido ver en mucho tiempo, una redención que no puede conducir a la salvación, a la recuperación de la estima perdida, porque está bañada desde el principio en sangre e irreparable atrocidad. Urbizu consigue así un thriller desolador, de amargo nihilismo y con un sentido de la violencia estremecedor, que se sigue con dolorosa concentración y que yo no dudaría en colocar no ya entre los veinte mejores títulos de la década, sino en su misma cúspide.
En la casa (2012, François Ozon). Sin conocer uno solo de los trabajos anteriores de este realizador francés, harto prolífico en las dos primeras décadas del siglo XXI, hice bien en seguir los buenos consejos acerca de esta película, que supone una adaptación (no sé si fiel o personal, pero sospecho esto último) de una obra teatral del dramaturgo español Juan Mayorga. Y lo hice por el atractivo que para mí suponía, de entrada, su planteamiento: la relación, progresivamente malsana, entre un profesor de literatura (desengañado no ya con la docencia sino con la pérdida de la importancia de la cultura en el mundo) y un alumno que comienza a escribir para él una serie de impresiones, por entregas, de su propia relación con un compañero de clase, relación que va creando un juego de espejos entre uno y otro progresivamente inquietante. A partir de este motor argumental, En la casa plantea una serie de cuestiones que se equilibran en densidad e interés: la manipulación en todos los órdenes, la turbia relación entre la realidad y la ficción para quienes sienten una profunda insatisfacción vital, la esclavitud y al tiempo ambigüedad de los roles sociales y personales, el valor del arte coetáneo… El gran Fabrice Luchini asume de modo genial el rol principal, bien acompañado por la estupenda actriz británica Kristin Scott-Thomas (cuyos mejores papeles, desde hace años, los ha hecho en el cine francés o ambientado en Francia: en esta lista se encontrará otra película de ella). En la casa, por tanto, desborda de una cualidad difícil de encontrar en el cine coetáneo, la pura fascinación, de modo tan brillante que la mayor objeción que se le puede poner es, precisamente, que a ratos diríase no tanto un film profundo sino un juego virtuoso. Confieso que temo tanto como ansío volver a ver esta película, y todavía no lo he hecho…
El viento se levanta (2013, Hayao Miyazaki). Parece ser que este genial director nipón —creo que, refiriéndome a la emoción que puede provocar el cine, solo amo por igual a John Ford— está volviendo a rodar una película, rondando los ochenta años, pero en su momento El viento se levanta se presentó como su despedida del cine, y así lo destaqué en el artículo que le dediqué en este blog. Sea como fuere, sigue siendo válida la misma impresión que destaqué: lejos de contentarse con reciclar temas y referencias, el anciano Miyazaki fue a proponer un título considerablemente distinto a lo que nos tenía acostumbrados a sus incondicionales. La película cuenta la biografía de Jiro Horikoshi, el ingeniero que creó el letal Zero, el avión japonés más famoso de la II Guerra Mundial. Es decir, un director cuyo cine es una apología del pacifismo, ofreciendo un dibujo (tan humano como era de esperar en él, eso sí) de un hombre cuyo trabajo provocó incontables muertes. Una película, además, que fuera de algunos excursos oníricos ofrece un trabajo de completo realismo, procedente de un creador que siempre se ha movido entre la fantasía y la aventura más desbordante. Ciertamente, no es la obra que uno recomendaría como pórtico de la extraordinaria filmografía del autor. Pero, eso sí, además de una película espléndida, la demostración de que el cine animado (y hablamos de un film de dibujos clásicos, sin diseños tridimensionales ni subordinación al trabajo digital) es cine sin etiquetas, tan capaz de contar historias de profunda densidad psicológica (de profundo «realismo») como cualquier película «normal», sin nada que envidiar a los otros directores extraordinarios de Japón, de Ozu a Kurosawa, de Mizoguchi a Naruse (por citar los conocidos en Europa). [enlace]
Capitán América: El soldado de invierno (2014, Anthony y Joe Russo). Teniendo en cuenta el interés y espacio que dedico en este blog al género de superhéroes (en tebeo y en cine), y por mucho que no sea fácil encontrar una película del mismo que, en rigor, merezca esta distinción del top twenty, no podía caer en la incoherencia de no incluir una y no remarcar así lo mucho que he disfrutado esta década con el llamado Universo Cinemático Marvel. Eso sí, entiendo a aquellos que no han entrado en él: que no aceptan sus reglas genéricas (los combates entre seres con poderes extraordinarios), que estiman agotadora la interconexión entre sus películas (con el evidente propósito de que el interesado procure verlas todas), que piensan que es un espectáculo realizado, sobre todo, en la sala de efectos digitales. Eso sí, al cinéfilo de verdad le diría que géneros hoy tan aceptados como el westerns, el policiaco o el terror también fueron rechazados durante mucho tiempo porque sus componentes «activos» (duelos a pistola, tiroteos entre policías y gángsters, sombras acechando en la oscuridad, etc.) también parecían pueriles. De acuerdo con el lema que rige mi blog, con respecto al cine de superhéroes (o cualquier otra propuesta genérica) no creo en cine digno o indigno, adulto o «infantil», sino en películas buenas, malas o regulares. Pero, repito, sí entiendo que cueste aceptarlo a espectadores más clásicos (no más adultos) y, sobre todo, sin interés por el género nacido en los tebeos: por ejemplo, uno de sus mayores atractivos para mí es, precisamente, su relación con sus homónimos de papel (ese propósito de crear un universo coherente y «real» gracias a la interrelación entre películas, del mismo modo que se hizo con las distintas colecciones de tebeos; la reformulación de unos personajes con medio siglo a sus espaldas). Dicho esto, yo también creo que el Universo Cinematográfico Marvel todavía no ha dado ninguna obra maestra, si bien sí unas cuantas películas atractivas. Eso sí, me parece que el interés de las mejores no procede de sus realizaciones (no solo intercambiables, sino muchas veces molestas en sus momentos culminantes, o sea, las escenas de acción) sino que es, ante todo, cuestión de argumento (y no: todos no son iguales), del feeling que surge entre espectadores y actores (inevitable en los ciclos, ahora llamados franquicias) y de sugestión visual… aun cuando sea sobre todo de origen digital (pero hasta la stop-motion, hoy reverenciada, en su día pareció una estupidez a mucha gente). En este sentido, la segunda película del Capitán América, es decir, El soldado de invierno me parece la tal vez más afortunada (pese a los hermanos Russo, sus directores), pues equilibra muy bien el interés dramático del personaje titular, ese héroe desorientado tras haber pasado cincuenta años dormido y despertar en un mundo demasiado complicado, con una muy atractiva trama, casi propia de un film de espionaje, sobre manipulación e infiltración, y siempre con el peso del pasado como determinante de la acción. [enlace]
Interstellar (2014, Christopher Nolan). Pese al notable éxito comercial de muchas de sus películas, Christopher Nolan sigue siendo un nombre que no concita acuerdo ni entre críticos ni entre cinéfilos (conceptos que he constatado que no siempre coinciden). Las mayores críticas que se le hacen es la de proponer películas gratuitamente alambicadas, preocupadas antes por la brillantez visual y argumental que por la coherencia dramática y siempre excesivas, comenzando por su duración. Yo mismo he tenido esos reparos por más de una de sus películas, pero creo que siempre ganan con la revisión. Interstellar es, después de El caballero oscuro (2008), el mejor de sus trabajos. Se trata de una propuesta de ciencia-ficción «dura» en el sentido que defendían Stanislaw Lem o Isaac Asimov, mas con ese inevitable (y entrañable) concepto de espectáculo visual que siempre tendrá cualquier película del mainstream de Hollywood. La película relata la expedición al espacio que lidera el astronauta encarnado por el justamente revalorizado Matthew McConaughey desde una Tierra al borde del completo agotamiento ecológico, en busca de un planeta que no solo posea características físicas parecidas a las del nuestro sino que esté a una distancia asequible. La credibilidad científica (por supuesto, amoldada a las necesidades de la historia) a la que recurre Nolan consigue que el espectador sienta como pocas veces lo que es la soledad literalmente cósmica. Ahora bien, si Interstellar se libra de incurrir en esa gelidez tan propia del film que tantos citaron como modelo (el 2001 de Kubrick) es, precisamente, porque lo que cuenta, finalmente, es un viaje interior que acabará subrayando la importancia de las emociones como epicentro del ser humano. Y creo que siempre me emocionará que la salvación de la humanidad dependa de ese vínculo que llamamos amor… [enlace]
Las dos caras de enero (2014, Hossein Amini). Me alegra concluir esta primera entrega con la que tal vez sea la película menos conocida del pack. Yo mismo no me enteré de su existencia en el momento de su estreno y la he recuperado en casa, gracias al entusiasta comentario que Carlos Aguilar (el más grande descubridor de cine que he encontrado en mi vida) hace en su imprescindible Guía del Cine. Se trata de la adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith (lo cual ya es garantía, al menos, de interés argumental, densidad dramática e inquietud psicológica), que versa en torno al encuentro, en tierras griegas, de una pareja de aparentes turistas que en realidad está huyendo de la mafia (a la que él estafó) y un joven que se gana la vida como guía que se aviene a ayudarles a escapar, todos ellos estadounidenses. Como es habitual en la autora, el pretexto argumental sirve para efectuar una fábula moral sobre la infinita ambigüedad que reside en el interior del ser humano. El debutante Hossein Amini (previo y avezado guionista, del que hay que destacar la magnífica adaptación que hizo de Henry James en Las alas de la paloma) demuestra una solvencia narrativa propia de un director experto, conduciendo con mano maestra la peripecia de ese dispar trío, que se va haciendo progresivamente turbia a medida que se interna en la Grecia profunda, literalmente en viaje hacia ninguna parte. Por supuesto, las magníficas interpretaciones de Viggo Mortensen, Jason Isaac y la mejor Kirsten Dunst que he visto nunca contribuyen de modo especial a los excelentes resultados. Y el final es inolvidable.
Continúa
Lo mejor de las listas es que nos pongan sobre la pista de algo nuevo y que valga la pena. La tuya por lo pronto me ha descubierto Las dos caras de enero, de la que no sabía nada. Acabo de verla y me ha sorprendido muy gratamente. Pronto iré a por ese Fausto ruso… ¡Esperando la segunda parte!
¡Me alegro de haberte conducido a ella, pues! En mi caso, fue Carlos Aguilar con su comentario en la «Biblia»! El «Fausto» es más durillo, pero si entras… memorable. Y la segunda parte, next week 🙂 !
Te paso mi lista, si bien tengo tantas pendientes que su provisionalidad es «terrible». Un fuerte abrazo.
La gran belleza 2013
El hilo invisible 2017
Tres anuncios a las afueras 2017
El Havre 2011
Amour 2012
Nebraska 2013
Carol 2015
La vida de Adéle 2013
Shame 2011
Shesh Peamim (Six Acts) 2012
La muerte de Luis XIV 2016
Ida 2013
A propósito de Llewyn Davis 2013
Her 2013
Mandarinas 2013
Another Year 2010
Corn Island 2014
Franzt 2016
Lucky 2017
Los hermanos Sister 2018
Las listas tanto tuya como de otros amigos de la página de Antonio también revelan las enormes lagunas que tengo en esta década, como suele pasar con el cine ya tan reciente: confieso que la pereza me invade cada vez más para ir a salas, de tal modo que hay muchas incontestables (no por calidad, que eso es imposible saberlo de antemano, sino por referencias o por actualidad) que tampoco he visto. De tu lista, al menos, las que he visto, aunque no las haya incluido en mi lista, sí me parecen sobradamente valiosas: Nebraska, Ida, Her, Tres anuncios en las afueras…
Confieso que hay más de una que ni siquiera me «suenan», lo que ratifica una vez más mi desconexión con el cine más reciente. Espero ir cubriendo agujeros.
Un abrazo.
Hice la lista del tirón y ello implica olvidos. He sustituido Los hermanos Sister por Paterson, aunque me gustó mucho la excluida. Recientemente he podido ver Jocker y Parásitos, pero las estimo sobrevaloradas, especialmente la segunda. Otras extraordinarias películas también han quedado fuera como The artist, The Duke of Burgundy, Comancheria, Medianoche en París, Calvary, Leviathan, La isla mínima, La bruja, Equals, Dheepan …, y seguramente de otras que me olvido. Antaño llevaba una lista pormenorizada de todo lo visionado, pero desde hace tiempo no. Cada vez es uno más esclavo de más obligaciones y el tiempo escasea. Un abrazo.