De todos los superhéroes de la Marvel, el Capitán América siempre ha sufrido un notable menosprecio, sin duda por haber sido juzgado —en especial, por quienes lo han leído poco o nada— por razones ideológicas: un héroe cuyo nombre y cuyo traje conforman una bandera no podía ser sino el símbolo del más rancio americanismo. Las mejores etapas del personaje en el cómic ya se encargaron de desmentirlo: por ejemplo, en los años 70, en sus páginas incluso se llegó a recrear un particular Watergate, lo cual indica que los mejores guionistas del Capi (de Stan Lee a Steve Englehart) no sólo nunca eludieron el inevitable componente ideológico de un superhéroe de ese tipo, sino que, al contrario, procuraron realizar a través de él una lectura de la actualidad, con muy buenos resultados. Pues bien, en cine, las dos primeras entregas de la serie dedicada al Capitán revelan asimismo no sólo a un personaje de notable interés psicológico —mayor que el de sus compañeros en Los Vengadores, como Thor, Iron Man o Hulk—, sino que, con su gran calidad, hacen que su serie, por el momento, sea también la mejor. Si los tres Iron Man son iguales de mediocres, si de los dos Thor el primero funciona y el segundo aburre, los dos títulos del Capitán América, subtitulados respectivamente El primer vengador (2011) y El Soldado de Invierno (2014), son excelentes.
Hay que recordar que, de todos los héroes Marvel, el Capitán América es el más longevo: nació en marzo de 1941 como héroe en la lucha contra el nazismo, pocos meses antes de que el bombardeo de Pearl Harbor llevara a EE.UU. a entrar en la guerra, y sus creadores fueron un tándem de artistas judíos, el guionista Joe Simon y el dibujante Jack Kirby, que decidieron así combatir la figura de Hitler y su ideario. El personaje gozó de éxito inmediato y prorrogó su existencia durante los años de la guerra, hasta languidecer con el fin de la contienda mundial: la serie fue cancelada en 1950 y, aunque hubo un tímido intento de relanzarla a mediados de la década, sustituyendo al enemigo nazi por el enemigo comunista (eran los años de la guerra fría), volvió a ser cerrada. Cuando en los primeros años 60, Stan Lee creó el Universo Marvel no tardó en recordar a aquel viejo héroe (cuyas aventuras él también había escrito) y decidió resucitarlo en las páginas de la nueva serie Los Vengadores, en la que había hecho formar equipo a varios de los personajes de la casa. En concreto, el Capi revivió en el nº 4 (noviembre de 1964).
La excusa que justificaba la entrada del Capitán en el Universo Marvel sin trazas de haber envejecido (es decir, siendo el mismo personaje y no otro distinto portando el uniforme) es que, a resultas de una misión fracasada en las postrimerías de la guerra, había caído en pleno Ártico y allí había permanecido congelado en el corazón de un enorme bloque de hielo, preservado de la muerte gracias a la excepcional naturaleza que le otorgó el suero que lo convirtió en un supersoldado.
Capitán América: El primer vengador parte de idéntica premisa: las imágenes iniciales muestran un descubrimiento entre los hielos del Ártico; sólo que esta vez no es una figura dentro de un bloque de hielo sino una enorme aeronave en cuyo interior es encontrado el legendario escudo redondo del capitán. A partir de ahí se produce el corte a 1942, a los días de la guerra, para contar el origen del Capitán siguiendo la formulación clásica del cómic: Steve Rogers, joven rechazado una y otra vez para alistarse por su enclenque fisonomía, es reclutado para un experimento consistente en probar en él un suero que puede convertirlo en un supersoldado, con todas sus facultades físicas multiplicadas. El experimento tiene éxito, pero un espía nazi que se ha introducido bajo las mismas narices de la seguridad del ejército norteamericano mata al científico creador del suero y acaba con la única muestra, lo cual convierte al renacido Steve Rogers en un ser completamente excepcional: no habrá más supersoldado que él.
Uno de los atractivos que, para mí, siempre ha tenido el personaje —y que en cine permite que su conversión en figura de carne y hueso resulte menos inverosímil que otros héroes— es que no posee poderes muy espectaculares. Es, sencillamente, un combatiente de cualidades excepcionales, con una resistencia y una fuerza superiores para ser algo más que un hombre bien entrenado pero sin exageración, y encima dotado con un inseparable amigo de enorme fuerza estética, como es ese estupendo escudo que utiliza como un bumerán.
Como es lógico, un elemento fundamental para la credibilidad de la película lo constituye el actor elegido. A priori, la elección era de lo más temible: el joven actor Chris Evans, que curiosamente procedía de otra serie de la casa —si bien anterior a la obtención del control completo de sus productos por Marvel Studios—, la muy risible de Los 4 Fantásticos (formada por dos títulos, estrenados en 2005 y 2007). En esta «saga», Evans resultaba insufrible encarnando a la Antorcha Humana. Ahora bien, como el Capitán América, Evans ofrece una interpretación sensible e intuitiva, que inspira una inmediata simpatía hacia una figura que, las cosas como son, podía haber resultado cargante sin sentido de la medida. Chris Evans consigue llevar a la perfección el peso de ambas películas, transmitiendo una notable modestia a ese soldado sacado de época, consiguiendo que su idealismo resulte tal vez ingenuo pero no estereotipado: noble, en suma. Es más, en Los Vengadores eclipsa completamente a todos sus compañeros masculinos, con la salvedad del siempre excelente Mark Ruffalo/Hulk, que también está muy bien. Me queda, por tanto, la duda, que sólo solventaré revisando de nuevo las películas del cuarteto fundador de Marvel: ¿es él quien está fatal, con lo cual cabe hablar de mejora interpretativa, o es el retrato del personaje de la Antorcha —un niñato engreído y poco amigo de pensar, que por supuesto sabrá madurar a tiempo— el que no es aguantable? O ambas cosas, claro.
También resulta un acierto, igual de inesperado, la elección como director de Joe Johnston, un director hasta entonces anodino si bien con algunos reconocibles éxitos de taquilla (Cariño, he encogido a los niños o Jumanji), y del que probablemente se recordó que uno de sus primeros trabajos había sido Rocketeer (1991), una película de planteamiento similar, o sea, un film de superhéroe con ambientación retro. Johnston realiza un trabajo de lo más encomiable, que en un action film quiere decir claridad visual (vamos, que el espectador pueda apreciar lo que pasa en cada momento, incluso en los más frenéticos) y armonía narrativa.
Gran parte del agradable sabor de boca que dejan las dos películas del Capitán radica en el buen guión, que en ambos casos firma la pareja Christopher Markus & Stephen McPheely. El libreto se divide en tres segmentos bien diferenciados, a modo de actos. El primero, el que narra la historia de Steve Rogers, hasta su conversión en el capitán América, es sin duda el mejor de la película. Por una vez, incluso el aficionado al cómic que conoce bien su historia y podía temer la monotonía de verla repetida, tiene que descubrirse ante la convicción con que es retratado el personaje del joven Rogers, su ingenuo anhelo por unirse a los que luchan en Europa por la libertad y el proceso de preparación antes de ser sometido al suero. Este tercio concluye, además, con la mejor escena de acción de toda la película: la persecución que el nuevo Steve Rogers efectúa por las calles de Nueva York contra el espía nazi que ha asesinado a su creador, escena en la que la labor de Johnston destaca por el buen aprovechamiento del escenario retro por el que el protagonista brinca incansable en pos del asesino.
El segundo tercio del film resulta inesperadamente inteligente. En vez de hacer que el nuevo supersoldado se convierta instantáneamente en luchador contra los nazis, los jerarcas del ejército no saben qué hacer con él (pues el plan consistía en tener todo un batallón de ellos y no uno solo), de tal modo que acaban convirtiéndolo en mera figura propagandística. Es así como se justifica —y este es el más brillante detalle de la adaptación por parte de los guionistas— el nombre que recibe, el colorista uniforme que se le da e incluso un escudo que, en principio, no parece muy útil para un luchador moderno (un escudo además no redondo, como en el primer cómic del héroe, con lo cual incluso se respeta del todo su origen en las viñetas). El Capitán América, así, queda reducido a la condición de fantoche que va de teatro en teatro por todos los USA ayudando a vender bonos de guerra y que, cuando acude al frente para seguir con su labor propagandística, se ve sometido a las burlas y vejaciones de unos soldados que combaten de verdad y que se ríen de su grado de «capitán». Es entonces, eso sí, cuando se gana al respeto de los combatientes al rescatar a un numeroso grupo de prisioneros de una de las fortalezas-laboratorio de Cráneo Rojo. Comprobada su eficacia como luchador, será entonces cuando reciba su escudo, cuyo origen, aquí, es un diseño de Howard Stark (padre del futuro Hombre de Hierro), un diseño que se explica como único en cuanto que su excepcionalidad estriba en estar hecho de vibranium, un metal capaz de absorber todos los impactos. (En los cómics, el vibranium es igualmente un metal poco abundante: de hecho, el único depósito se encuentra en Wakanda, el país del héroe africano Pantera Negra.)
En cuanto a Cráneo Rojo, había sido el archienemigo del Capitán desde la serie de los años 40, para reaparecer, como el abanderado, en los 60, siempre con el mismo y cansino objetivo: resucitar el Tercer Reich. Inicialmente, su «espantosa» apariencia se debía a una máscara. El guión del film, sin embargo, modifica su origen haciendo que sea justo el mismo que el del Capitán: el producto de una experiencia anterior con el suero del supersoldado. Su aspecto monstruoso, así, esta vez es auténtico. Cráneo lidera una organización llamada Hydra, definida como la división científica del Tercer Reich, y la intriga que ocupa ya el resto de la película tiene que ver con la posesión del Cubo Cósmico, un entrañable (y supuestamente poderoso) artefacto rebautizado en la película como «teseracto». Por desgracia, esta parte ya es la menos notable de la película, e incluso la hora final se hace un poco pesada, aunque al menos concluye con ese impactante final en que Steve Rogers, al que inicialmente se le ha hecho creer que ha despertado en los mismos años 40, descubre que su habitación y la vista tras la ventana son un decorados, y al huir del edificio donde descansaba emerge en la mismísima y ultramoderna Times Square.
Parece ser que inicialmente se había pensado dividir la historia de este primer capítulo en dos partes, una en el pasado y la otra en el presente. Finalmente, las ideas destinadas a ese segundo segmento pasaron a Los Vengadores (2012, Joss Whedon), película concebida como punto de encuentro de las distintas series de los superhéroes Marvel: si de Thor (2011), por ejemplo, recoge a su villano central, Loki, de El primer Vengador toma el «teseracto», con el cual el hermanastro del dios del Trueno desencadena una invasión alienígena contra la Tierra, que será la que justifique la creación del nuevo supergrupo. Pues bien, el papel del Capitán en la nueva película es fundamental, ya que, primero, en su condición de soldado por antonomasia será quien, realmente, guíe al grupo en combate y, segundo, por su nobleza sin mácula, quien cohesione a seres tan diferentes. Como es lógico, el film no tiene tiempo para profundizar en los problemas de aclimatación del Capi al mundo moderno, pero lo sugiere, además de mostrar su plena integración dentro de SHIELD, la organización dirigida por Nick Furia, fundamental para la segunda película de su propia serie.
Capitán América: El Soldado de Invierno (2014) desarrolla, ahora sí con el espacio suficiente, esa condición de desplazado bajo la cual se identifica el Capitán, ese hombre que procede de otra época y que no sólo tiene que ponerse al día de noticias, películas o canciones —un buen detalle es que lleva consigo una libretita donde anota las recomendaciones o las referencias que le llegan—, sino que posee una ética y una moral que él mismo llama old-fashioned (anticuada), que le hacen mirar con profunda incomodidad el mundo en el que vive.
Aunque la película narra una trama trepidante a más no poder, con continuos giros argumentales, sin embargo nunca provoca la impresión de precipitación, y sin duda tiene en ello mucho que ver el magnífico retrato que ofrece, en su parte inicial, del duro intento del protagonista por adaptarse a ese mundo adelantado en más de 60 años a la época que debió vivir. Steve Rogers es un hombre desplazado en el tiempo. La mujer que pudo haber sido su amada, Peggy Carter, es una anciana postrada en su cama en algún rincón de ese Washington en el que vive el Capitán (es la misma actriz, claro, que en el primer film, convenientemente envejecida). En el museo de la ciudad hay toda una sección dedicada a él, que visita de cuando en cuando para asomarse a quien él era gracias a los viejos documentales de guerra que se exhiben. Allí también se encuentra su viejo uniforme de la Segunda Guerra Mundial, el cual, en un nuevo acierto de los guionistas, será el que utilice en la batalla final contra Hydra. Steve Rogers no sabe bien cómo trabar relaciones en el Washington del siglo XXI: su camarada Natasha Romanoff, la Viuda Negra, se reirá de él cuando, para eludir a sus perseguidores en un centro comercial, le da un beso para hacerse pasar por una pareja corriente y luego le pregunta si es el primero que ha recibido en más de medio siglo. Es más, cuando encuentra un amigo, lo que le hace simpatizar con éste es que comparte con él su condición de veterano de guerra… aun cuando sea la de Irak. Por cierto, que es una buena manera de integrar a uno de los personajes fundamentales de la serie del Capitán América en los cómics: Sam Wilson, el Halcón.
Capitán América: El Soldado de Invierno no sólo mantiene el buen sabor de boca del primer film sobre el personaje sino que incluso acaba superándolo en más de un aspecto. La clave se encuentra en un espléndido guión que tiene la virtud de servir de vínculo, en todos los sentidos, entre el pasado y el presente, tanto de ese hombre de dos épocas que es el Capitán, como de la misma historia del Universo Marvel, que actúa como símbolo de la del propio protagonistas. En este sentido, son fundamentales dos elementos del argumento. Primero, la pugna entre las dos organizaciones que aspiran a velar, cada una a su manera, por la «seguridad» en el mundo. Esto es, Hydra (que no desapareció con el Tercer Reich: simplemente, evolucionó), y SHIELD, cuyo dirigente Nick Furia ignora que la primera infectó a la segunda desde su mismo origen. Segundo, la presencia de ese enigmático Soldado de Invierno, principal sicario de Hydra, que actúa a modo de espejo oscuro del protagonista —el combatiente nato, el superviviente definitivo— y cuya identidad, claro, está ligada al pasado de éste.
La historia parte del descubrimiento, por parte de su líder Furia, de que la gran organización que preside, SHIELD, está infiltrada por Hydra, hasta tal punto que resulta casi imposible saber quién es verdaderamente leal. La película, así, se impregna con acierto de esa atmósfera de cinismo paranoico y desengañado de las películas de espionaje de los años 60 y 70. Todo el mundo, descubre Furia, puede ser un traidor: el único hombre fuera de toda sospecha es el Capitán. Y éste —con la ayuda casi única de la Viuda Negra, primero, y del Halcón, después— emprende una carrera contrarreloj para evitar el plan maestro de Hydra: sojuzgar definitivamente la libertad mediante la puesta en órbita de tres gigantescas aeronaves cuyo letal armamento le permitirá deshacerse, desde los cielos, de cualquier «amenaza». Y el Capitán se arroja a esa misión con la lucidez de saber que, para salvar a SHIELD, la organización también deberá desaparecer, pues es en su misma estructura, en sus mismos fines —ser una especie de policía de la libertad, pero cuya principal arma, como señala el Capi, es el miedo—, ya estaba el huevo de la serpiente. La inocencia no es posible, aunque ello no impedirá al Capitán luchar hasta el final por los inocentes.
Aunque El Soldado de Invierno cuenta con el lastre de una realización mucho menos fluida que la de El primer Vengador —sobre todo a la hora de mostrar las fundamentales escenas de combates, rodadas con ese estilo «caótico» que se supone hiperrealista pero que lo único que hace es no dejar ver lo que pasa—, sin duda se trata de una de las mejores películas de Marvel Studios hasta la fecha. Con más de una escena para el recuerdo, como el alucinante acoso a Furia en las atestadas calles de Washington, que sobre el papel debiera haber resultado inverosímil, pero que resulta estupenda. Con una notable capacidad para fundir el dramatismo con la exhibición de efectos especiales, el ritmo endiablado con la melancolía, esto último en buena medida gracias a la excelente interpretación de un Chris Evans sobre cuyas espaldas descansa la credibilidad de un personaje que, de una vez por todas, merecería haberse ganado el respeto de todos, empezando por los mismos fans de los superhéroes.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: Capitán América: El primer Vengador / Captain America: The First Avenger. Año: 2011.
Dirección: Joe Johnston. Guión: Christopher Markus y Stephen McFeely. Fotografía: Shelly Johnson. Música: Alan Silvestri. Reparto: Chris Evans (Capitán América), Hugo Weaving (Cráneo Rojo), Hayley Atwell (Peggy Carter), Tommy Lee Jones (Coronel Phillips). Dur.: 124 min.
Título: Capitán América: El Soldado de Invierno / Captain America: The Winter Soldier. Año: 2014.
Dirección: Anthony y Joe Russo. Guión: Christopher Markus y Stephen McFeely; historia de Ed Brubaker. Fotografía: Trent Opaloch. Música: Henry Jackman. Reparto: Chris Evans (Capitán América), Samuel L. Jackson (Nick Furia), Scarlett Johansson (La Viuda Negra), Robert Redford (Alexander Pierce), Anthony Mackie (Sam Wilson, el Halcón). Dur.: 136 min.
El capitán América fue la más original de todas las películas de superhéroes producidas por esta nueva Marvel cinematográfica. La primera tenía el punto de diferencia al contar con una historia bastante novedosa, y a un divertidísimo Hugo Weaving como Cráneo Rojo. La segunda me sorprendió para bien al conservar el ritmo, integrar perfectamente al capitán en el mundo post-Vengadores, y por la química que mantiene con Viuda Negra. Además, pese a la diferencia de décadas, ha sido bastante astuto el pasar precisamente de la segunda guerra mundial a una ambientación llena de paranoia y espías: muchas veces no hace falta recurrir al año y los hechos exactos directamente para poder ofrecer una sensación de continuidad en cuanto a forma de pensar.
Esta película tiene la virtud de ser personal en el sentido de respetar el punto de vista de su protagonista y, por otro lado, integrarse muy bien dentro de la continuidad de la serie, siguiendo la crónica de SHIELD.
Y uno de los puntos que más favorablemente me han sorprendido ha sido la buena química entre el Capi y la Viuda Negra. Sobre todo porque Scarlet Johansson no es santo de mi devoción y en sus previas intervenciones en Iron Man 2 o en Los Vengadores me había sobrado.