Conan el bárbaro o la ética de la verdadera civilización

Los relatos              El tebeo              La película

Conan, ilustración de Boris VallejoTodo comenzó con un personaje llamado Kull, soberano del reino «precataclísmico» de Valusia, al que Robert E. Howard había dedicado varios relatos publicados en la mítica revista Weird Tales (subtitulada con razón «la revista única») entre 1929 y 1930. El escritor guardaba otro relato, titulado ¡Con esta hacha gobierno!, que el editor de la misma, Farnsworth Wright, había rechazado en su momento, tal vez por parecerle demasiado farragoso. Sin embargo, un par de años después, Howard lo reescribió cambiando el escenario de la acción y varios rasgos circunstanciales, amén del nombre del protagonista. Ahora pasaba a llamarse Conan, rey de Aquilonia, y el cuento, rebautizado como El fénix en la espada, fue publicado en WT en diciembre de 1932. Sería el origen de uno de los grandes mitos de la narrativa popular: la saga del personaje conocido hoy sobre todo como Conan el bárbaro. Sin lugar a dudas, supuso el mayor éxito de su autor, en su momento uno de los grandes puntales de la época dorada del pulp, quien en el reducido espacio de poco más de cuatro años publicaría hasta 17 historias, de variada extensión, sobre el personaje (amén de otras cuatro rechazadas en su momento). Eclipsado con la decadencia del soporte editorial que le había dado cobijo, Conan resucitó sin embargo muy pronto, de la mano de diversas ediciones en libro desde los años 50 de cuya popularidad da fe su pase al mundo del tebeo, en las publicaciones de Marvel Comics, y más tarde al cine, encarnado por Arnold Schwarzenegger. Irónicamente, esos dos medios multiplicarían su repercusión, pero se convertirían en el principal acceso al personaje por encima del literario (que, lógicamente, alteraron). El descubrimiento de la fuente original garantizo que es una fuente de placer y además descubre una de las obras culminantes de la literatura de género del siglo XX, pese a la mala fama que para muchos supone su origen en esas publicaciones baratas de evasión que fueron los pulps.

Robert E. Howard había nacido en Peaster (Texas) en 1906, y toda su vida la pasó en los pequeños villorrios texanos a donde su padre, médico de profesión, arrastró a su familia, si bien es Cross Plains el lugar en que finalmente se afincaron. El que sería, junto a Howard Philips Lovecraft y Clark Ashton Smith (amigos y corresponsales) uno de los famosos «tres mosqueteros» de Weird Tales, compartió con el primero varias características vitales: su completa devoción hacia el lugar donde había nacido (en su caso, ese entorno rural propio del western) y su aparente ensimismamiento en torno a su núcleo familiar (amén del hecho de que sus devotos gustan llamar a los dos por el acrónimo que forman sus nombres, REH en un caso, HPL en el otro).

Como se sabe, Howard se suicidó el 11 de junio de 1936 disparándose un tiro en la cabeza. Según la versión oficial, propagada por ejemplo por L. Sprague de Camp, responsable de la edición (y alteración) de su obra y autor en colaboración de su principal biografía, Dark Valley Destiny (1983, publicada en España por Dolmen), lo hizo al no poder soportar la inminente muerte de su madre —enferma incurable de tuberculosis desde años atrás—, dictaminando así que el joven escritor (30 años en el momento de su muerte) era víctima de un incurable complejo de Edipo. Especialistas y aficionados se han rebelado en los últimos tiempos contra la manía «psicoanalizadora» que se vertió durante años sobre REH y aluden más bien al carácter depresivo del escritor, que sencillamente liberó sus ansias nihilistas al saber que su madre, de cuyos cuidados se había responsabilizado a medida que progresaba su enfermedad, ya no los iba a precisar más. Quién sabe: está por realizar un estudio minucioso del autor y su obra.

Robert E. Howard con pose de gangster en su mas famoso retrato fotograficoEn cualquier caso, lo que está fuera de toda duda es que REH fue un escritor compulsivo, además de un lector voraz y de un minucioso creador de mundos. Aunque la fama de Conan ha eclipsado el resto de su obra, y si bien el prototipo conaniano participa de un rol genérico que Howard repartió por múltiples cuentos (el mencionado rey Kull, el picto Bran Mak Morn, el aventurero en tierras orientales El Borak, y tantos otros), el escritor abordó múltiples escenarios de la literatura de género: la capa y espada, el relato histórico, el western, el terror, la ciencia-ficción, y el que nos ocupa.

El especialista Javier Martín Lalanda, uno de los mayores expertos hispanos en la literatura de REH, es autor del mejor libro que sobre esta he leído, Cuando cantan las espadas (editado por La Biblioteca del Laberinto, 2009), que subtitula La fantasía heroica de Robert E. Howard. Al utilizar este concepto de fantasía heroica, Lalanda hace hincapié en que el autor es el creador de ese subgénero literario, al menos en su forma popularizada en el siglo XX: en concreto, lo data en El reino de las sombras (1927), cuento perteneciente a la serie dedicada a Kull de Valusia, el precedente directo del personaje, como ya se indicó. Sin embargo, yo prefiero reservarlo para el tipo de historia que coincide con el acercamiento que J. R. R. Tolkien inmortalizó en su saga de la Tierra Media (El hobbit se publicó en 1937; El Señor de los Anillos, redactado antes, en los años 50), y que privilegia el elemento legendario en conexión con las fábulas medievales y los cuentos de hadas.

Por ello, creo más acertado en este caso el término Espada y Brujería (Sword & Sorcery), que fue acuñado en 1961 por el escritor Fritz Leiber, para referirse precisamente a la obra de Howard, puesto que estos dos términos connotan mejor el acercamiento mucho más hard del texano al género. Como indica con su precisión habitual Carlos Aguilar (en el libro sobre cine fantástico de aventuras La espada mágica), la diferencia, o relación, entre ambas variantes sería la misma que entre el western clásico de Hollywood y el italiano surgido en los años 60: John Ford frente a Sergio Leone, Tolkien frente a Howard, Frodo frente a Conan. No escojo a uno frente a otro: ¿por qué hacerlo si, comprendiendo la riqueza de lo diverso, se puede disfrutar de todo?

Howard, en mayor medida que Lovecraft y Ashton Smith, fue uno de los baluartes de Weird Tales (también fue mucho más prolífico). A su famoso editor Farnsworth Wright se le debe no solo el haber encaminado a Howard hacia Conan, mediante el rechazo inicial del cuento concebido como parte de la saga de Kull, sino el haber estimulado al escritor para escribir la famosa entradilla que figura al pie de El fénix en la espada, popularizada sobre todo por los tebeos, puesto que también figuraba como encabezamiento de todos ellos. Wright se quejó de que el cuento tardaba en arrancar y Howard suprimió sus páginas iniciales, dejando este famoso párrafo a modo de introducción, que el autor supuestamente extrae de un libro titulado Las crónicas nemedias:

Conan, por Barry Windsor Smith«Has de saber, oh príncipe, que en los años que median entre el hundimiento de la Atlántida y las ciudades resplandecientes y la ascensión de los hijos de Aryas hubo una época de ensueño en que reinos rutilantes se extendían por el mundo como mantos de zafiro tachonados de estrellas: Nemedia, Ofir, Britunia, Hiperbórea, Zamora con sus mujeres de pelo negro y sus misteriosas y sobrecogedoras torres, Zingaria con su caballería, Koth que lindaba con los pastizales de Shem, Estigia con sus tumbas custodiadas por las tinieblas, Hirkania, cuyos jinetes vestían de acero, seda y oro… Pero no había reino más magnificente que Aquilonia, cuyos dominios abarcaban el esplendoroso oeste. Allí apareció, espada en mano, Conan el cimerio, de pelo negro y mirada taciturna, ladrón, saqueador y asesino, tan desbordante de melancolía como de júbilo, dispuesto a hollar con sus sandalias los engalanados tronos de la Tierra»1.

La retahíla de nombres sonoros, muchos de ellos claramente reminiscentes de topónimos de la historia y geografía «reales», las sugestivas especificaciones que acompañan a varios de ellos, el bello tono imprecatorio y la sintética y a la vez precisa descripción del personaje central ya denotan bien a las claras el talento supremo que tuvo Howard para atraer la atención del lector. ¿Cómo resistirse a saber más sobre ese individuo y los rincones donde transcurren sus aventuras?

El espacio cronológico en que REH situó a su personaje lo llamó la Era Hiboria, y su escenario geográfico lo concibió desde el principio concibió como un todo coherente, cuyas partes esbozó en forma de mapa (más para sí mismo que para el lector, aun cuando hoy día son muchos quienes han cartografiado con detalle su particular continente hiborio: el mejor mapa que conozco es el trazado por Javier Martínez Lalanda) y al que consagró un pronto ensayo titulado precisamente The Hyborian Age que más tarde fue publicado, a instancias de Lovecraft, en un fanzine llamado The Phantagraph, a lo largo del año 1936.

«No hay empresa literaria que me entusiasme tanto como reescribir la historia so capa de ficción», escribió REH a HPL. En otro artículo ya comenté algunos de los magníficos relatos que generó esta pasión del texano, en los que recorrió desde el crepúsculo de Roma a la época de las Cruzadas y la ascensión de los imperios orientales. Ahora bien, como él mismo también escribió, el proceso de documentación que exigían era demasiado minucioso para el tiempo que podía permitirse en la elaboración de sus escritos: hay que tener en cuenta que la literatura fue, prácticamente, su única fuente de ingresos a lo largo de su vida. De ahí que acabara optando por esa otra dimensión: la reescritura de la historia. Su resultado más notable, claro, sería Conan. Y es que el mundo hiborio creado por Howard se erige como una atemporal conjunción del medievo y la antigüedad tardía, con la tecnología anclada en la edad del hierro y en la que, por supuesto, los portentos fantásticos y los engendros surgidos del infierno se encuentran a la orden del día.

Lovecraft siempre le reprochó a Howard su particular nomenclatura inspirada en términos históricos auténticos. Ahora bien, con ello, lo que pretendía Howard era, precisamente, establecer en la mente de sus lectores (a los que suponía suficientemente cultivados, por más que siempre se piense que el pulp se dirigía a masas indiscriminadadas que todavía no disponían de la televisión) una inmediata filiación. En unos casos, la relación es directa: Vendhya evoca la India como Khitai la lejana China; Cimeria rescata un término extraído de Herodoto para referirse a un pueblo de las estepas euroasiáticas, que se basta para explicar el nomadismo innato de Conan (el único cimerio que aparece en los relatos, por cierto); Estigia, nombre de un reino caracterizado por la práctica de la magia negra, frecuentemente necromántica, de sus brujos, viene a identificarse con el antiguo Egipto, aun utilizando para ello un nombre griego; Zingaria, en fin, es el equivalente de España, si bien hay un reino llamado Zamora cuyo nombre fue escogido por REH lisa y llanamente, por su sonoridad… Del mismo modo, su onomástica es de lo más heterogénea, pues registra desde nombres celtas (el del protagonista) a grecorromanos, egipcios e incluso, por qué no, asirios (el de la pirata Bêlit).

Mapa de la Era Hiberia dibujado por Barry Smith para Marvel

El relato inaugural del personaje lo situaba en su madurez, convertido en rey de Aquilonia, estado que correspondería vagamente, en la geografía howardiana, a Francia. El siguiente cuento publicado, La ciudadela escarlata, que vio la luz tan solo un mes después, volvía al mismo escenario regio. Sin embargo, el tercero, La Torre del Elefante —considerado por los especialistas ya como una de las obras maestras del ciclo— retrocedía de pronto a un episodio en la primera juventud del personaje, cuando este no es más que un modesto ladronzuelo, sin hacer ninguna mención al destino futuro de Conan. Y así es como Howard fue añadiendo capítulos al personaje, con un fascinante sentido de la atemporalidad, sin pretender en ningún momento volcar sobre el mismo ningún propósito de totalidad biográfica: esta sería labor de sus continuadores, de sus reformuladores, tanto en la literatura (L. Sprague de Camp, editor, y algo más, de su saga) como en el tebeo (Roy Thomas, el guionista de Marvel que tomó sobre sus espaldas al personaje).

Es así que el Conan de cada cuento es Conan en su totalidad, no en vano una de las más fascinantes características del personaje es su irredimible pertenencia al presente. Conan en absoluto es consciente de que le espere ningún destino mayestático (aunque Howard se permite alguna vez la broma de hacer que el personaje especule, distendido, con que entre los múltiples oficios aventureros que ejerce a lo largo de su vida, solo le falta la realeza) ni se ve condicionado por un pasado que pese sobre su memoria. Por ello, Howard acertó al prescindir de personajes secundarios o recurrentes (tan solo, como es natural, en los tres o cuatro episodios que recogen su etapa como rey, pues es lógico que sus nobles y consejeros principales sean los mismos), por carismáticos o importantes que resulten algunos en el curso de una historia concreta.

Y es que lo que nos cuenta Howard sobre su personaje a lo largo de la saga es bien poco, como se sabe. Todo lo más, en el cuento El coloso negro, Conan declara: «Nací en un campo de batalla» —episodio, por cierto, que sería utilizado en el inicio del remake cinematográfico de Conan el bárbaro, dirigido en 2011 por Marcus Nispel—, y sin necesidad de añadir ningún otro dato que refrende esa afirmación, el lector no necesita más para saber que un hombre así es lógico que sea el guerrero definitivo.

Belit, la reina de la costa negra, por John BuscemaNi siquiera se narra gran cosa sobre su tierra natal, esa Cimeria norteña y sombría de la que procede y a la que no parece que desee nunca regresar, pero a la que debe su prodigiosa constitución física y su instinto natural para la supervivencia, amén de la honestidad básica y primitiva (primigenia, podríamos decir) que es su característica ética principal. En La reina de la Costa Negra —considerado con razón uno de los mejores relatos, y desde luego el más rico en cuanto a profundización en la psicología y motivaciones del personaje—, el cimerio, preguntado por su amante Bêlit acerca de los desconocidos dioses de su tierra, le contesta que Crom, el principal de ellos, es un dios al que no solo de nada vale invocar, sino que incluso es mejor no atraer su atención, ya que atrae desdichas y no fortuna. «Es implacable y sin compasión», señala Conan, y añade: «Pero infunde poder para luchar y matar en el momento de nacer. ¿Qué más puede pedir un ser humano?».

Esta aseveración, bien memorable, supone una excelente declaración de principios del autor sobre su criatura. Conan es el clásico personaje, tan habitual en la literatura de género, caracterizado no por su recorrido vital sino por sus actos, sus gestos o sus palabras (más los primeros que las segundas, claro, aunque cuando el cimerio habla, como hemos visto, deja sentencias para el recuerdo). Cada lector, por tanto, es capaz de encontrar en él una dimensión diferente, por unidimensional que pueda parecer (exteriormente) el personaje. El mismo Howard (y es muestra de talento que surja de modo natural y no en función de un plan preconcebido, como ya señalé) fue capaz de hacer sutilmente distinto al cimerio en función de la edad del relato: la audacia irreflexiva que exuda en sus cuentos de juventud (La hija del gigante de hielo, La Torre del Elefante) va siendo poco a poco temperada por la experiencia (la que muestra en los relatos en que se narra su conversión en líder de hombres, ya sea soldados o bandidos: El coloso negro o El pueblo del círculo negro), hasta llegar al rey sabio y responsable de sus relatos regios (responsabilidad bajo la cual, eso sí, nunca dejará de latir la condición de guerrero nato, capaz de dejarse arrebatar por el éxtasis del combate).

Una de las magníficas cubiertas de Frank Frazetta para ConanEn general, se suele presentar como idea central de la saga el conflicto entre barbarie y civilización. Conan sería el símbolo de lo primero en cuanto encarnación del instinto positivo, puesto que lo civilizado, en Howard, sería emblema de degeneración y corrupción moral. Las civilizaciones sedentarias entre las cuales se mueve Conan —los distintos reinos y ciudades-estados del continente hiborio, a los que unas veces alquila sus servicios y otras se dedica a combatirlos al frente de hombres libres (bandidos) como él— están habitadas por seres cuya presunta sofisticación moral no encubre sino la lúbrica satisfacción de las ambiciones básicas (poder, lujo y riqueza, y los llamados placeres de la carne: comida, bebida y lujuria). Howard no comete el error de dibujar a su personaje como un asceta que no desee lo mismo —en todo caso, en su obra ya existía el espadachín puritano Solomon Kane—, pues su mayor goce no es sino un buen combate, una muchacha deseable y una abundante provisión de vino, mas sabe medir, incluso en el momento de mayor desenfreno, el grado de entrega a esa inmersión en los mismos placeres (por ejemplo, el puesto de rey le vendrá por casualidad: no lo buscará a propósito pero una vez conseguido, considerará estúpido rechazarlo).

Desde luego, nada más distante del viejo concepto del «buen salvaje». Y es que, pese a todas las imprecaciones que el Canon contiene contra el mundo civilizado, el escritor lo que hace es convertir al cimerio en el verdadero portador de los valores de la civilización. Para REH, la «civilización» no es un concepto material, sino un conjunto de valores que forman parte de la ética personal de cada uno, y este es el rasgo que une a todos sus héroes y antihéroes, más allá de lo más obvio (la fuerza y la inteligencia, el valor y la intrepidez).

Así, y por debajo de su rudeza —es más, cohabitando de forma insoluble con ella—, Conan posee un sentido de la humanidad (o de la ecuanimidad, ese valor del hombre civilizado que en nuestros días parece estar pasado de moda) que enseguida intuyen todos aquellos que precisan de ella: las víctimas de la violenta vida que reina en la Edad Hiboria. Incapaz de aprovecharse de una ventaja (de ahí su odio inveterado hacia los brujos o practicantes de cualquier magia negra), Conan no duda en matar —sabe bien que, en ese mundo, la alternativa es morir— pero comprende cuándo la sed de sangre es ya producto del envilecimiento y es el momento de enfundar la espada (pero ay del que ponga a prueba su instinto de supervivencia).

Una de las portadas de Margaret Brundage sobre Conan para Weird TalesDentro de estos valores, y por chocante que parezca a quien realice una lectura superficial del personaje, se encuentra su trato con las mujeres. Que Conan sea ante todo una fantasía masculina —en su expresión del erotismo y la sexualidad hay quien la ha definido, no sin razón, como una «fantasía masturbatoria»—, no equivale, por fuerza, a expresión de machismo pueblerino. Es cierto que son incontables las mujeres que, protegidas por el protagonista de toda clase de peligros, pasan raudamente del rechazo completo al deseo de verse bien abrazadas entre sus hercúleos brazos. Sin embargo, REH se cuida mucho de convertir el trato con mujeres en una mera relación de dominio. Bien al contrario, en  más de un episodio Conan revela una curiosa gentileza en su relación con esas bellas muchachas que quedan bajo su protección, y que no solo le impide aprovecharse de su situación (eso lo remarca de modo expreso el autor), sino considerar indigno el mero hecho de pensarlo, pues el cimerio tiene bien acendrada la imposibilidad del abuso de fuerza.

En cualquier caso, los mejores relatos de Conan desbordan de un sentido del erotismo verdaderamente malsano, que desarma tanto por la sofisticación sexual que exhibe como por la franca ingenuidad con que Howard (ese mocetón texano que no tuvo relaciones femeninas conocidas) lo traza. En especial, el relato Clavos rojos (WT, sept.-oct. 1936), resulta inolvidablemente perverso en su conjunción de safismo, sadomasoquismo, locura asesina y degeneración mental. Sin la menor duda, este cuento, el último que escribió sobre el personaje, es la obra maestra del ciclo.

Por lo demás, el Canon contiene una galería de personajes femeninos cuyo valor e intrepidez, incluso su carisma y capacidad de mando, están a la altura de cualquier oponente masculino, comenzando por Bêlit, la reina de la Costa Negra, o Valeria, la compañera de aventura de esos Clavos rojos, por no hablar de otros personajes que se derraman en otros ciclos narrativos del autor, como esa indomable guerrera en el histórico sitio de Viena llamado Sonia de Rogatino que los tebeos y el cine convertirían en compañera de andanzas de nuestro cimerio bajo el nombre de Red Sonja.

Se acerca el artículo a su fin y no quiero perder mucho tiempo en esta justificación de Howard a que acabamos viéndonos empujados sus entusiastas. Baste decir que esta creación cimera de REH desborda en grado sumo sus dos grandes virtudes como escritor. La primera, la estupenda fluidez narrativa, capaz de unir la acción con la descripción (física y moral) en una sola frase, esa virtud que poseen aquellos escritores (no tantos como parece) que saben transmitir el puro placer de contar. La segunda, la coherencia con que conoce a su criatura para saber hasta dónde puede llevarlo, y conseguir así que acabe siendo algo más que un mero icono aventurero: esa ética de la barbarie que señalaba, esa capacidad para unir el vitalismo más anárquico con la melancolía existencialista, contraste ciertamente apasionante que gobierna la obra de los más grandes, de R. L. Stevenson a Fritz Lang pasando por John Ford.

Conan, el héroe activo por excelencia, es bien consciente de cuáles son los límites del azar o del destino, pero su fatalismo tiene la virtud de no arrojarlo al ciego pesimismo sino de conducirlo a la más práctica sensatez. Sabiendo que la calma o la abundancia pueden verse sucedidas, del modo más abrupto, por el peligro y la escasez, no queda otra opción que aceptar las cosas tal como vienen, afrontar hasta el fondo las posibilidades de cada situación y asumir el cambio vertiginoso de suerte sin caer en la desesperación, mientras haya una espada a mano o, sencillamente, pueda valerse de sus músculos de hierro. La mañana de junio de 1936 en que puso fin a su vida, Robert E. Howard —el vitalista melancólico, el complejo primitivo— olvidó esta lección y apretó el gatillo.

1 De las varias accesibles en español, he escogido la traducción de Rodolfo Martínez para el primer título (se anuncian tres más) de la edición completa de los relatos de Conan, Nacerá una bruja. Las crónicas nemedias 1 (Sportula, 2018).

Otra estupenda ilustración de Conan, por Barry W. Smith

Apéndice. Añado a continuación la lista total de relatos completos (y una novela) de Conan por Robert E. Howard. Sigo el orden cronológico de su composición y no de su publicación. Mi fuente es el estudio previo firmado por Javier Fernández para su edición de cuentos seleccionados del autor, publicada en Cátedra en 2012 bajo el título de Conan. En algunos cuentos figuran dos títulos: el primero es bajo el que fue publicado en Weird Tales; el segundo, el que había puesto el autor. Los que no añaden ninguna información son los que quedaron sin publicar en su momento y lo serían con posterioridad.  Es mi intención publicar, en próximos artículos, un breve comentario de cada uno de ellos:

El fénix en la espada [WT, dic. 1932]

La hija del gigante de hielo

El dios del cuenco

La torre del elefante [WT, mar. 1933]

La ciudadela escarlata [WT, en. 1933]

La reina de la Costa Negra [WT, may. 1934]

El coloso negro / Natohk el velado [WT, jun. 1933]

Sombras a la luz de la luna / Sombras de hierro a la luz de la luna [WT, ab. 1934]

La sombra deslizante / Xuthal del crepúsculo [WT, sep. 1933]

El estanque del negro [WT, oct. 1933]

Rufianes en casa (o Villanos en la casa) [WT, en. 1934]

El valle de las mujeres perdidas

El diablo de hierro [WT, ag. 1934]

El pueblo del círculo negro [WT, oct.-nov. 1934]

La hora del dragón [WT, en.-abr. 1936, novela]

Nacerá una bruja [WT, dic. 1934]

Las joyas de Gwahlur / Los sirvientes de Bit-Yakin [WT, mar. 1935]

Más allá del río Negro [WT, may.-jun. 1935]

El forastero negro

Sombras sobre Zamboula / Los antropófagos de Zamboula [WT, nov. 1935]

Clavos rojos [WT, sep.-oct. 1936]

Deben añadirse varios fragmentos, un poema asociado al ciclo por su título (Cimeria) y el ensayo ficticio La era hiboria, redactado después de escribir los tres primeros relatos.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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6 respuestas a Conan el bárbaro o la ética de la verdadera civilización

  1. Renaissance dijo:

    Nunca he llegado a leer a Conan y a Howard de forma continua, salvo algún libro suelto de la colección Fantasy de Martínez Roca de las que evitaba las franquicias del personaje como la peste y me indignaba cuando en los prólogos Sprague de Camp explicaba alegremente como habían vampírizado otros relatos para continuar con el cimmerio (el convencimiento con el que lo exponía me resultaba tan chocante como si alguien dijera que ha robado un estanco porque necesitaba dinero para ir al supermercado).
    A salto de mata leí Clavos rojos,me fascinó entonces como sugerían, más que mostraban, la perversión de los personajes. Me sorprendió Valeria, muy lejos de las damiselas fascinadas por Conan que esperaba, y el propio bárbaro, más astuto y ágil que el mecánico Schwarzenegger (aunque me declaro devota absoluta de la versión de Millius y declamador a aficionada de las frases del guión) o el armario ropero de Buscema. Disfrute con La hora del dragón,título infinitamente mejor que Conan el conquistador y…no, bueno. No es que me convenciera mucho Zenobia, tan deus ex machina, mosquita muerta y doncella virginal ella.

    • Tal vez fuera suerte el que yo no me acercara a los cuentos de Conan cuando las ediciones que se encontraban en las librerías eran las azules de la colección Fantasy, con las alteraciones de De Camp, que ahora en cambio me producen curiosidad: tal vez haga un rastreo por librerías de viejo. Eso sí, tiene tela que encima se explayara sobre sus manipulaciones, como si fuera lo más natural del mundo… Mi Conan primero fue el de los tebeos (genial) y el de la película (maravillosa… salvo por Arnie, claro, que es un mazacote indigno del personaje de tebeos y libros).

      Te recomiendo, por tanto, los cuentos. Una editorial modesta, Sportula, acaba de comenzar la edición de los relatos originales en cuatro volúmenes: ha salido el primero, «Nacerá una reina». Los ordena no por fecha de elaboración sino por cronología del personaje, desde aquellos en que aparece más joven hastas los últimos, ya rey. Eso sí, ten en cuenta que, al haber empezado por «Clavos rojos», lo has hecho por la obra maestra del personaje…

  2. Fran dijo:

    Hola Jose!
    En su momento regale una amplia colección de Conan, me dolio en el alma…
    Magnifica como de costumbre la entrada.
    Saludos!

  3. Alfredo dijo:

    Se menciona mucho el cuento «Clavos rojos» como el mejor del personaje. Puede que sea cierto, pero en mi opinión ha de leerse junto a «Más allá del Río Negro «. Ambos relatos son los que expresan más claramente la visión del devenir de las civilizaciones que tenía Howard: si no son destruídas por los enemigos externos (Más allá del Río Negro), la podredumbre interna acaba con ellas (Clavos rojos).

    Respecto a Sprague de Camp, sus «colaboraciones póstumas» con Howard no son lo peor que hizo a Conan, en mi opinión. Al fin y al cabo, se han podido recuperar los textos originales, y mejor tarde que nunca. El mayor daño lo hizo, también en mi opinión, con los prólogos que escribió a las novelas y que aquí pudimos leer en la edición de Martínez Roca. En ellos insistía machaconamente en la insustancialidad del personaje, que sería un mero producto evasivo; hijo, además, de una mente inmadura y desequilibrada. Actualmente, esos son los principales argumentos que emplean los detractores del bárbaro.

    Y para acabar añado que existe un artículo llamado «Conan the Existentialist» de un tal Charles Hoffmann en el que se ahonda en esa mezcla fatalismo y vitalidad que se percibe en los relatos de Conan y que se comentan en esta entrada. Se le suele mencionar en los círculos de aficionados al personaje. Desgraciadamente, está inédito en nuestro idioma, que yo sepa.

    Un saludo.

    • Mi descubrimiento del Conan literario es tardío, muy posterior al del cine o los tebeos, y por ello solo después es cuando he buscado en librerías de antiguo las ediciones de Forum o de Martínez Roca con la «obra» de Sprague de Camp y compañía. Yo llegué directamente a través de la edición de Timun Mas que, presuntamente, por fin publicaba los originales de Howard… con la sorpresa de que el primero de los tres volúmenes repetía la edición DeCamp a través de las traducciones de Beatriz Oberlander para Forum. Esta reciente inmersión que acabao de hacer en Conan (es la primera vez que me leo toda su saga de un tirón, e incluso amplío con los otros personajes guerreros de Howard: voy a vivir de ella en el blog durante unos cuantos meses 🙂 ), en cambio, me ha hecho sentir curiosidad por conocer de primera mano los apócrifos de De Camp, y me he hecho con alguna, Vamos a ver qué tal.

      En cuanto a los dos relatos que citas, para mí eran sin duda los dos mejores desde mi primera lectura. En este regreso a ellos, «Clavos rojos» se me ha mantenido tal cual, pero «Más allá del Río Negro» me ha parecido menos sustancioso de lo que recordaba, más unidimensional, aunque estoy de acuerdo en que es fundamental para comprender ese concepto sobre civilización que no solo se plasma en los relatos del cimerio sino en los otros ciclos de Bran Mak Morn, Turlogh O’Brien, etcétera. «Reyes de la noche», por ejemplo, donde une a Kull con Bran es toda una elegía en este sentido.

      Me gustaría leer ensayos sobre Conan y Howard, claro que sí. Los de Patrice Louinet que incluye la edición Timun Mas son muy interesantes. En otro lugar he leído que este autor francés estaba escribiendo una obra sobre el texano, que tengo verdadera curiosidad por saber si la ha acabado, si se ha publicado en su Francia natal, si llegará alguna vez a España…

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