Los relatos II III El personaje literario El tebeo
La carrera profesional de Robert E. Howard (1906-1936) se inició en 1924, con tan solo 18 años, cuando la más conocida de las revistas pulp de la época, Weird Tales, le compró su primer relato, Spear and Fang, aunque no se publicaría hasta agosto de 1925. Dentro de este tipo de medios, dedicados a la narrativa popular, Howard conseguiría hacerse con un puesto relevante: en sus escasos diez años de dedicación literaria escribiría cerca de 200 relatos, de los cuales vería publicados en vida unos dos tercios. Aun cuando su nombre se relaciona, ante todo, con el de Conan el bárbaro y, por lo tanto, con el género de la fantasía heroica o espada y brujería (como ya señalé en el artículo anterior, hay defensores de uno y de otro, que ciertamente no son incompatibles), su producción abarcó todas las esferas de la narración de género. Practicó el terror, la ciencia-ficción, el thriller sobrenatural, el relato histórico, la aventura, el cuento de boxeo, y en sus últimos tiempos manifestó una especial predilección por la ambientación en el propio escenario donde vivía, esa Texas que todavía recordaba a los westerns: cuando murió, sus intereses estaban girando en torno a esta esfera.
Son varios los antecedentes que se manejan para el personaje. El primero se encuentra en el relato El pueblo de la oscuridad (publicado en la revista Strange Tales of Mistery and Terror, 1931), perteneciente al llamado «ciclo de la memoria ancestral» (en que diversos personajes recuerdan sus vidas anteriores), donde Howard hace aparecer a un tal Conan el ladrón, aventurero gaélico que jura por la deidad celta Crom. Del mismo modo, en febrero de 1932, Howard hizo un pequeño viaje por el sur de Texas y uno de sus frutos fue un poema titulado Cimeria, en el que describe de modo melancólico un lugar que bautiza con ese nombre y que para el especialista Patrice Louinet se correspondería más bien con su lugar de nacimiento, Dark Valley. En una carta a Lovecraft de octubre de 1930, Howard le había escrito a su amigo y corresponsal una frase que, prácticamente, pondría en boca de Conan algún tiempo después, al declarar que su «naturaleza sombría» se explicaba por las características del lugar donde nació. Eso sí, vuelve a señalar Louinet, se trataría de una remembranza a posteriori, sin base real más que como autosugestión atmosférica (y Howard siempre tuvo debilidad, en la realidad y en la ficción, por este tipo de sensaciones), puesto que hay que recordar que la familia abandonó ese Valle Oscuro cuando el pequeño tenía tan solo dos años y tardaría más de quince en volver a visitarlo. En cualquier caso, en las (pocas) evocaciones que Conan hará de su tierra natal siempre subrayará su naturaleza hostil, que explica la poderosa naturaleza, física y mental, de sus guerreros.
Es conveniente señalar, para la comprensión de la información y análisis de los relatos, la historia de cómo el legado de Conan ha llegado hasta nuestros días. La recuperación de Howard fuera de los pulps comenzó, como en otros casos, gracias al admirable trabajo de August Derleth como editor de su sello Arkham House, mediante el volumen Skull-Face and Others (1946), una selección general de cuentos que incluye tres de nuestro personaje. En lo que a Conan respecta, su redescubrimiento comienza a principios de los años 50, cuando la editorial Gnome Press encarna al escritor Lyon Sprague de Camp la edición de los relatos del cimerio. De Camp hizo algo más: realizó modificaciones sobre los originales, intentó unirlos como si fueran capítulos de una larga novela vital por medio de textos que trataban de crear esta sensación de totalidad y aumentó el Canon al completar los varios fragmentos existentes o transformar otros materiales no conanianos en historias de Conan (solo o en colaboración con otro escritor especializado, Lin Carter). Asimismo, en los prólogos de estos libros propagó una visión del personaje que, a juicio de los expertos, lo vulgarizaba como un guerrero sin más objeto en la vida que la lucha y los placeres sensuales, restándole la sensibilidad existencial y la inteligencia que tanta densidad le otorga. Su trabajo, por ello, fue muy polémico: cabe reconocerle la exhumación del material olvidado, pero no puede sino reprocharse la alteración que efectuó. Por otro lado, él mismo animó a otros escritores a ampliar con material ya original las andanzas del personaje.
En los años 60, en el seno de otra editorial, Lancer Books, De Camp reeditó lo anterior y siguió añadiendo nuevos trabajos, adulterados del original, propios o ajenos. Esta edición fue la que popularizó definitivamente al cimerio, gracias en buena medida a sus precios asequibles (eran libros de bolsillo) y las espectaculares portadas que realizó para ellos el ilustrador Frank Frazetta. El impacto tuvo su correlato en el pase a los tebeos a principios de los años 70, en el seno de Marvel, mediante una colección, Conan the Barbarian, que tuvo un enorme éxito, gracias al trabajo del guionista Roy Thomas y de los dos estupendos dibujantes que se sucedieron en el apartado gráfico, el elegante Barry W. Smith primero y el sobrio y excelente John Buscema después y por muchos años.
Por último, en 1982, John Milius llevó al personaje al cine en una excelente película protagonizada por Arnold Schwarzenegger que, eso sí, terminó de rematar el trabajo de los pastiches y los tebeos: es decir, proporcionar una imagen del cimerio que no es exactamente la que imaginó su creador (no digamos ya en manos de esa nulidad interpretativa que era el austriaco). Por tanto, y por mucho que se reconozca la excelencia de otras miradas, no hay que olvidar que la única original (e incomparable) es la que Robert E. Howard vertió en las 21 historias que concluyó del personaje: 16 cuentos y una novela que vieron la luz en las páginas de Weird Tales y otros cuatro que quedaron inéditos.
Con el nuevo siglo llegó, por fin, una edición fidedigna al original, encomendada al ya mencionado Louinet (a quien las siguientes líneas deben mucho), primero en formato de lujo por Wandering Star Press y luego en edición más asequible por Del Rey Books. En España, también conocíamos el Conan de De Camp —ediciones en los 70 por Bruguera, en los 80 por Fórum y en los 90 por Martínez Roca—, de tal modo que los incondicionales acogieron con auténtica expectación la edición Louinet, de cuya publicación se encargó la editorial especializada Timun Mas. Por desgracia (no sé si por desidia o por insidia), un tercio de los relatos recuperó la traducción de Fórum (es decir, la alterada), de tal modo que, pese a que ediciones más recientes en Cátedra o Sportula han rescatado más originales, a día de hoy todavía quedan unos cuantos más por conocer en su plenitud.
La siguiente relación de los cuentos los clasifica en el orden en que fueron escritos, situando así en su lugar correspondiente aquellos que no llegaron a ser publicados en vida (el último, Clavos rojos, también es póstumo, pero había sido aceptado previamente para su publicación).
El fénix en la espada [The Phoenix in the Sword, WT, dic. 1932].
En carta a su amigo Clark Ashton Smith, de diciembre de 1933, Howard le cuenta el estado febril en que ha escrito los primeros relatos de Conan: una «riada de historias» que ha fluido de tal modo de su pluma que el mismo autor señala que, más que creando, es como si hubiese estado «relatando unos hechos que han sucedido previamente». Sin embargo, su origen no puede ser más curioso. REH había creado un personaje previo, el atlante Kull, rey de Valusia (reino insertado luego por el autor en su ensayo The Hyborian Age como anterior a la época que recorre el cimerio: es un reino «precataclísmico»), del que llegó a publicar tres relatos en Weird Tales. El especialista Javier Martín Lalanda considera que el primer de ellos, El reino de las sombras (WT, agosto de 1929 pero escrito tiempo antes), marca el inicio de la moderna fantasía heroica. Hacia mayo de 1929, Howard escribió un nuevo cuento del personaje, que tituló ¡Con esta hacha gobierno!, que la revista rechazó. Tres años después, hacia marzo de 1932, el joven lo rehizo como presentación de un nuevo personaje, y esta vez fue aceptado. Nacía así la leyenda de Conan el cimerio.
La comparación entre ambos relatos —puede hacerse gracias a la edición del ciclo de Kull en La Biblioteca del Laberinto, en el volumen titulado El Reino de las Sombras y otras historias de un exiliado de la Atlántida (2009)— revela, en efecto, que cuenta la misma historia, cambiando nombres, suprimiendo un segmento romántico del primero (magnífico y fundamental dentro de la historia, aclaro) y añadiendo el elemento sobrenatural que exigía la revista en el segundo. De cara a la posterior cronología del personaje, lo convierte directamente en rey de Aquilonia, por tanto ya en la edad madura, y de ahí el bello registro melancólico que impregna el cuento: en la primera versión, que el autor podó a instancias del editor Farnsworth Wright, era incluso mayor, acercándolo a la reflexión existencialista. Así, su aparición en la historia de la literatura lo muestra dibujando un mapa de los reinos norteños en donde transcurrió su infancia, y de ahí procede la primera descripción de Cimeria como un reino cuya naturaleza sombría modula el carácter y la fuerza indomable de sus habitantes. Por cierto, que esas indicaciones de Wright tuvieron una fortuna involuntaria: al suprimir algunas de las páginas descriptivas con que se iniciaba el cuento, Howard, para no dejarlo «cojo», situó al frente la famosa cita de las Crónicas nemedias («¡Has de saber, oh príncipe…!»), que hoy es entradilla indisociable del ciclo, popularizado por tebeos y películas.
Por lo demás, el argumento narra una conspiración palaciega dirigida por varios nobles que no soportan tener un rey plebeyo, a los que se une un bardo que no soporta al cimerio por razones estéticas. El villano en la sombra es un hechicero de Estigia (tierra equivalente al antiguo Egipto en la geografía howardiana, por tanto cuna de la necromancia y la magia negra) llamado Thoth-amon, que el autor solo nombraría en otro relato, El dios del cuenco, pero que L. Sprague de Camp y demás continuadores apócrifos de la saga convertirían en el archienemigo del cimerio, hasta el punto de saltar a la adaptación cinematográfica del personaje, dirigida por John Milius en 1982, donde recibió los imponentes rasgos del actor James Earl Jones. El cuento, sencillo al tiempo que evocador, supone una magnífica inauguración del ciclo, y en él destaca ya la capacidad «visual» del escritor para las escenas de acción.
La hija del gigante de hielo [The Frost-Giant’s Daughter]
La segunda aparición del cimerio, sin embargo, fue rechazada por Wright: efectuando el proceso inverso al relato anterior, Howard la rehizo, cambiando apenas el nombre del protagonista (por el de Amra, que luego él mismo, en el relato La ciudadela escarlata señalaría como uno de los alias de la turbulenta vida de Conan) y enviándolo bajo el título de La hija del rey de hielo a la revista The Fantasy Fan, que lo publicó en marzo de 1934. Howard retrocede en este caso hasta la adolescencia de su personaje: los expertos señalan que la edad del cimerio en este cuento no debe pasar de los 16 años. Único superviviente de una batalla contra los vanires, guerreros de un reino situado al norte del suyo natal, el muchacho vive una extraña aventura tal vez situada en la frontera del sueño, dejándose subyugar por una joven que camina semidesnuda en la nieve y que, al compás de su risa cantarina, lo conduce a una emboscada para que lo maten sus fornidos hermanos, hijos todos ellos del dios Ymir.
Howard reelabora a su gusto la mitología universal, puesto que, aunque los nombres son nórdicos, Patrice Louinet considera que se trata de una versión de la historia de la griega Atalanta combinada con el mito de Apolo y Dafne (que extrajo del libro de un mitólogo, Thomas Bulfinch, que fue una de sus fuentes principales —sobre todo onomásticas— para el ciclo). Se trata de un relato irregular, puesto que el autor no termina de equilibrar, como pretende, el lirismo salvaje con la pura sugestión sexual (que entra en escena por primera vez en el ciclo y ya no lo abandonará, convirtiéndose en uno de sus elementos centrales). De hecho, para más de un lector, como yo mismo, lo memorable del relato estriba en haber inspirado una de las mejores adaptaciones al tebeo del ciclo, a manos del genial dibujante Barry W. Smith, primero editado en blanco negro en la revista Savage Tales y luego en color, en el número 16 de la mítica serie Conan the Barbarian, que tanto hizo por consolidar para siempre el éxito del personaje.
El dios del cuenco [The God in the Bowl]
Segundo cuento de Conan rechazado por Weird Tales (de hecho, el joven escritor había enviado los tres al mismo tiempo), El dios del cuenco sitúa al personaje ya lejos de la tierra de sus ancestros, muy joven todavía, ganándose la vida como ladrón en las numerosas ciudades que jalonan el continente hiborio. Se trata de un cuento curiosamente parco en acción —parecer ser que por esta razón fue devuelto: Farnsworth Wright se quejó de su exceso de diálogo—, puesto que más bien se trata de un thriller de ambiente sobrenatural. Su núcleo consiste en la investigación que los policías de la ciudad de Numalia realizan en el templo (en realidad, un museo, delicioso anacronismo puntualizado en el mismo texto) de un poderoso aristócrata, Kalian Público, que ha sido hallado muerto de forma violenta, siendo sorprendido Conan en el lugar de los hechos, lo cual lo convierte en el principal sospechoso. Demostrando precisamente su versatilidad para todo tipo de géneros, Howard sostiene con desenvoltura la trama de investigación, arreglándoselas además para que su protagonista no quede desdibujado dentro de un argumento en apariencia ajeno, puesto que es él, con su poderosa presencia, quien realmente dicta el curso de las pesquisas. El final, magnífico, desvela la presencia de un monstruoso ofidio, enviado por el ya conocido Thoth-amon para vengarse de un sacerdote rival… que no contaba con la ambiciosa curiosidad de sus intermediarios, incapaces de saber que se hallaban ante una nueva caja de Pandora.
La Torre del Elefante [The Tower of the Elephant, WT, mar. 1933]
Considerado con justicia como uno de los cuentos favoritos de los incondicionales de la saga, La Torre del Elefante posee, ante todo, la virtud de contener, en su forma más depurada, buena parte de los elementos centrales de la misma, aun cuando la trama sea la habitual en los relatos que nos muestran al joven Conan en sus tiempos de ladrón. El cuento agarra el lector desde la espléndida descripción de ambientes que ofrece su tercio inicial, situado en una taberna del Mazo, el barrio de peor fama de una ciudad de incierto nombre (L. Sprague de Camp la bautizaría después como Arenjun), que a su vez posee la pésima reputación de ser lugar propicio para los encuentros más abominables. En ella se alza una construcción con fama de inexpugnable, la Torre del Elefante, en la cual el brujo Yara guarda una fabulosa joya que el joven cimerio ambiciona: la laboriosa penetración de Conan en ese lugar y lo que descubre allí ocupa el resto del cuento. A la vez, los distintos encuentros que vive el cimerio suponen un pequeño curso de historia hiboria, para lo cual Howard aprovecha el ensayo que con el título de La Era Hiboria acababa de escribir poco antes, otorgando al cuento una densidad histórica nada desdeñable.
Como señalaba, La Torre del Elefante lo tiene todo. El mismo escenario del título ya supone un hallazgo absoluto, y cada una de sus partes, descrita con notoria plasticidad, invita a detenerse en ella. Del mismo modo, la descripción del protagonista es memorable: Howard consigue, en efecto, diferenciarlo del Conan regio y maduro del primer cuento, dotándolo de la temeraria insolencia de la juventud, pero consiguiendo a la vez convencer de que ese mozalbete agresivo, sin duda, es el hombre que se convertirá en rey de Aquilonia. El curso de la peripecia es irresistible: como un narrador de raza, el escritor desarrolla su argumento consiguiendo que resulte al tiempo sencillo de seguir pero complejo en la diversidad de peripecias que componen la aventura, en el curso de la cual Conan tiene tiempo para extraer la información necesaria en la taberna del Mazo, compartir el sigiloso asalto con otro ladrón, Murilo, mucho más experimentado (su confianza será la que acabe matándolo), superar toda clase de pruebas y encuentros, incluido el de una araña gigante y, por último, descubrir el increíble secreto de la torre: el poder del brujo Yara depende de la criatura extraplanetaria que apresó trescientos años atrás, encadenándola mágicamente a un diván de mármol donde permanece desde entonces, y que pide al ladronzuelo que acabe con su sufrimiento, y por tanto con su vida.
Ese ser con rostro elefantino (inspirado claramente en el dios hindú Ganesha) llamado Yag-Kosha supone una de las más recordables creaciones del autor, que consigue que un ser de aspecto tan poco humano desprenda una triste aureola de profunda humanidad, inspirando en Conan una compasión que escapa de las páginas y embarga al mismo lector: la espada que pone fin a su doliente estado no solo la empuña el cimerio sino todos nosotros. Que el momento culminante de un relato caracterizado por su absoluta actividad sea el más contemplativo, el más tristemente reflexivo del mismo, es precisamente el rasgo que lo hace tan definitivamente seductor. Por lo demás, su influencia entre los seguidores del ciclo ha sido grande. En tebeo, ha tenido magníficas recreaciones gráficas en las colecciones de Marvel a cargo de artistas de la talla de Barry W. Smith, John Buscema o Alfredo Alcalá (quienes las conocemos, contamos así con otro elemento de empatía para comprender al desgraciado Yag-Kosha). En cine, Milius incorporó parte del episodio al segmento en que Conan se encuentra con la ladrona Valeria (a su vez inspirada en el estupendo personaje del último cuento del ciclo, Clavos rojos, pero en este caso con notable falta de fortuna: la mediocre, y nada sensual, Sandahl Bergman en absoluto puede ser nuestra Valeria).
La ciudadela escarlata [The Scarlet Citadel, WT, en. 1933]
Como habrá descubierto todo lector atento a las fechas de edición, La ciudadela escarlata fue el segundo cuento publicado por Weird Tales, con lo cual queda evidente que aquellas no se corresponden exactamente a las de composición. Regresamos al Conan rey, una vez más enredado en una conjura para despojarle de la corona, tras de la cual de nuevo se esconde la figura de un poderoso brujo, ahora llamado Tsotha-lanti. El cuento es el más largo publicado hasta ese momento, y en él hay tiempo para que Conan sea vencido en batalla, aprisionado en el lugar señalado por el título y luego vuelto a la libertad para plantear nuevo combate a los conspiradores y derrotarlos por completo. Los villanos no resultan especialmente recordables, comenzando por el mismo hechicero, y el hecho de que la trama inspirara a su vez La hora del dragón, la única novela del personaje, contribuye a la sensación de monotonía que despierta la trama. Lo mejor del cuento estriba en su parte central, con las andanzas de Conan por las catacumbas de la ciudadela escarlata, repletas de espantosas monstruosidades (una de ellas, una gigantesca serpiente), en las que Howard luce su habilidad para la tensión sostenida sobre lo horrible. Asimismo, la batalla final está muy bien contada. Poco más.
La reina de la Costa Negra [Queen of the Black Coast, WT, may. 1934]
Llegamos a otro de los cuentos más celebrados del ciclo, sobre todo por la aparición de su personaje femenino más emblemático, Bêlit, la mujer pirata que constituye el más recordable amor del cimerio, así como el primer personaje femenino consistente (incluso importante) de todo el ciclo. Como sucede con La Torre del Elefante, su relevancia radica en la perfecta combinación entre su interés argumental y sus aportaciones dramáticas al ciclo. En cuanto a lo primero, la trama se divide en dos capítulos. El primero se titula «Conan se une a los piratas», y destaca, al igual que en La Torre, por la magnífica fluidez con que progresa la acción, desde su memorable apertura, en que Conan aparece galopando en pleno muelle, escapando de la soldadesca de la ciudad, y salta a un barco que está zarpando en ese momento; el barco será asaltado a su vez por el Tigresa, el navío de Bêlit, reina blanca de una tripulación de piratas negros, que enseguida, al contemplar la incomparable forma de luchar de Conan, no duda en reconocer al hombre con que ha de compartir su mando. El segundo, «El loto negro», después de una rápida elipsis que pasa sobre largos meses de, se adivina, apasionante navegación, va a concluir la historia entre ambos en la primera de las numerosas ciudades perdidas que acabarán jalonando la saga. Para los continuadores del ciclo (por ejemplo, Roy Thomas, el guionista del tebeo de Marvel), la división del relato en dos partes les ha permitido especular con toda una serie de aventuras «no contadas» por Howard, e incluso jugar con la atmósfera de fatalismo que proporciona el conocimiento del inevitable final de esa fatal historia de amor.
Si hay un relato que define bien la esencia del personaje, nos encontramos ante él. Howard, magnífico dibujante de psicologías con un par de pinceladas, tiene buena ocasión para hacerlo, sobre todo en el primero de los dos capítulos. Es justamente recordado el modo en que el cimerio justifica ante el capitán del barco en que se ha escapado las razones de tan apresurada fuga: la delirante crónica del juicio que sufre Conan, por no querer acusar a un compañero de un asesinato pasional que considera justificado, se sigue entre el regocijo y la admiración narrativa. Pocas frases consiguen encerrar una filosofía de la vida, al tiempo sencilla y primitivamente compleja, como esta —«Comprendí que estaban todos locos…»—, con la cual comienza a explicar cómo acaba estallando en ira delante del tribunal, rompiendo la crisma al magistrado que se empeña en obligarlo a la delación y abriéndose paso a estocadas hasta llegar al muelle.
Pero junto a este rasgo de afortunada distensión, hay también espacio para la densidad. El mejor fragmento del cuento está compuesto por la bella conversación que mantienen los dos amantes sobre la religión y la trascendencia (y que traduce muy bien la intimidad entre ambos). En ella, Conan defiende que la única opción sensata para conducirse por la vida es encontrar el justo equilibrio entre el escepticismo y la prudente proclamación del presente como el único momento que realmente merece la pena de la vida. «Si la vida es una quimera, también lo soy yo; y por tanto, la quimera es real para mí», declara ante las inquisitivas preguntas de Bêlit, y concluye con la más intensa reivindicación del vitalismo jamás surgida de sus labios: «Vivo, me abraso en la vida, amo, mato… Es suficiente», declaración tanto más comprensible si tenemos en cuenta ante quién la pronuncia.
El gran hallazgo del relato estriba en su juego de matices entre el apasionado canto a la libertad que entona y la atmósfera fatalista que acaba señalando que, pese a todo, el hombre no puede escapar al destino más sombrío, el propio de una criatura destinada a morir. Así, desde el momento en que el Tigresa, por voluntad de su capitana (Conan no puede evitar sentir una instintiva aprensión), comienza a remontar el río Zarjiba, en el corazón de los reinos negros, en dirección a la misteriosa ciudad que ocultan sus riberas, el relato se va poblando de elementos siniestros y de evidentes presagios de muerte, hasta concluir con la muerte de todos los piratas salvo el cimerio: siempre me ha parecido un rasgo de genio hacer que Bêlit muera fuera de escena, lo cual multiplica la intensidad del terrible hallazgo de su cuerpo por parte de su enamorado.
Continuará
No sé si echarle la culpa a haberme encontrado el sábado pasado con un pase de Conan el Destructor en la tele, pero precisamente he empezado los relatos del bárbaro por orden cronológico, en la edición que sacaron hace algunos años. He encontrado al personaje en comic y en cine, pero a los originales he estado muy poco expuesta, sin más de un par de relatos, la novela que escribió Conan, y por desgracia, algunos de los adaptados por Sprague de Camp.
Si te refieres a la edición de Timun Mas, los dos primeros volúmenes (en formato económico) o el primero (en el formato con cofre) tienen la traducción sobre las ediciones de De Camp, como indico en el artículo. No sé hasta qué punto De Camp modifica el original: parece que en algunos cuentos poco o nada, y en otros un poco más. Sportula acaba de sacar un primer tomo (con el título «Nacerá una bruja») que parte de las versiones originales, pero que ordena los relatos según la cronología de la vida de Conan, con lo cual no coincide con T. Mas (algo lógico, para asegurarse de que los interesados no se limitaban a comprar el primer tomo).
En cualquier caso, feliz lectura 🙂 !
Oye profe… pero que el villano de la peli no era Thulsa Doom? Recuerdo haber leido que los fans del personaje y de Howard se jalaron los cabellos hasta casi quedarse calvos porque el cara de calavera no era antagonico de Conan sino de Kull.
Cierto, el villano de «Conan el bárbaro», película, no corresponde con la serie literaria del cimerio, sino con otra del mismo escritor pero con ese personaje, el rey Kull de Valusia. Licencia artística de John Milius, se supone…
Por cierto, al llamarme «profe», entiendo que eres o has sido alumno mío. ¿Quién, en concreto 🙂 ??
Nunca he sido alumno tuyo profe, pero viendo el impresionante arsenal cultural que almecenas en esa impresionante mollera que cargas sobre los hombros ganas me dan de haberlo sido…. Por cierto, el mote de cariño viene a cuento porque así llamamos en clase aca de este lado del charco y de manera harto repetitiva a nuestros queridos pedagogos.
Oye, y para cuando tu analisis de la peli de Kull?
Solo no me vayas a salir con desmayo mas Plop incluido… pobre Kull que poco favor le hicieron que solo se medio salva por la suculenta presencia de Tia Carrere & Karina Lombard. Por supuesto que Sorbo da pena, penita, pena.
Vaya, Mikaell, la familiaridad parecía indicar un conocimiento directo. En cualquier caso, te agradezco mucho tus palabras y la aplicación cariñosa de lo que para mí es ciertamente el diminutivo de lo que soy, profesor de Historia en un instituto malagueño. En cuanto a la película de «Kull», la verdad es que no la he visto nunca (en buena medida, lo confieso, por la presencia de Sorbo, aunque las actrices al menos compensan algo), y no tengo apenas referencias. Ahora bien, como soy un completista de mucho cuidado, tarde o temprano caerá. ¡Un abrazo!