El Ciclo de Oxford, de Javier Marías

Berta Isla

Portada de la edicion de bolsillo de Todas las almas, en AnagramaEl escritor madrileño Javier Marías acaba de publicar un nuevo libro, Berta Isla, lo que me ha valido como excusa para releer las previas novelas que tienen relación directa, por la reaparición de ambientes y personajes, con la que acaba de llegar a las librerías. Se trata de Todas las almas (1989), Negra espalda del tiempo (1994) y Tu rostro mañana (editado inicialmente en tres partes, de 2002 a 2007). Este conjunto ha sido bautizado como el Ciclo de Oxford, en función de la importancia de esta ciudad inglesa en la trama, sobre todo en la primera de las novelas, que transcurre por completo en ella. La vinculación entre los tres libros es particular: el primero y el último están protagonizados por el mismo personaje, que en aquel no tiene nombre y en este recibe el de Jacques (o Jacobo, o Jaime, o Jack…) Deza. El segundo es una especie de reflexión del autor sobre Todas las almas y las relaciones entre realidad y ficción que la atraviesan. Marías lo llama «falsa novela»; algún lector fino podría calificarla en todo caso de meta-novela, porque desde luego se lee con el mismo placer. En cualquier caso, el Ciclo es un proyecto de concepto tan delicado como fascinantes cualidades literarias, tan irritante (por su particular forma de girar una y otra vez sobre sí mismo) como sugestivo. En el fondo, una obra por entregas (no sé si cabría llamarla work in progress o es una pedantería inexacta) cuyas partes se retroalimentan y remiten unas a otras de continuo.

Los especialistas en Marías señalan la importancia de Todas las almas dentro de su trayectoria. En ella, señalan, y después de sus cinco novelas previas, es donde el autor encuentra definitivamente la voz por la que hoy lo reconocemos, por no hablar de que es el manantial de donde han surgido tantas páginas que no existirían de no ser por ella. Y con respecto a las futuras, posee una concisión (además, es la más breve de todas) que le otorga una muy particular densidad.

¿Qué nos cuenta? El narrador, al que repito que nunca se le da un nombre, nos habla de los dos años que pasó en Oxford mientras impartía allí clases de traducción literaria. Lo hace desde un futuro más o menos impreciso, y desde unas circunstancias muy distintas (parece haber abandonado cualquier actividad académica, y está casado y con un hijo, cuando la principal vivencia oxoniense que nos relatará es la de su relación sentimental con Clare Bayes, una profesora asimismo casada y con un hijo). Es más, la primera frase resulta un tanto intrigante, puesto que posee cierto aire entre fantastique y existencial: «Dos de los tres han muerto desde que me fui de Oxford…». Sin embargo, nada extraño habrá en esas muertes: los tres a quienes son refiere son su amante Clare (la superviviente) y dos colegas y amigos que mueren el uno por ser un hombre ya anciano (Toby Rylands, un especialista en literatura inglesa) y el otro por padecer una fulminante enfermedad terminal pese a ser solo unos ocho o nueve años mayor que el protagonista (Cromer-Blake, un especialista en literatura española).

Javier-MaríasAhora bien, quien crea que va a leer un relato más o menos ortodoxo con su presentación de un escenario y unos personajes, y que a continuación va a ir desgranando las distintas relaciones que se traban entre todos ellos, irá mal encaminado. Todas las almas no cuenta una historia de amor (aunque también lo haga), ni es una descripción de los muy british ambientes de Oxford (aunque también los describa), ni una reflexión sobre el concepto de «extrañeza» a partir de un personaje incrustado en un ambiente que, en principio, no es el suyo propio (aunque también la contenga). En cierto modo, Todas las almas parece concebida para desmentir todas las expectativas con las que el lector pretende acceder a ella. En este sentido, el muy particular estilo de Marías (el gusto por la repetición de frases a lo largo del relato, la continua puntualización entre paréntesis, el exceso de puntuación a base de comas, la debilidad por dar rodeos…) se funde indisolublemente con el sentido de la trama, hasta componer un ejemplo paradigmático de cómo el estilo es la obra.

Todas las almas es el libro donde termina de manifestarse en todo su esplendor esa inclinación del autor a considerar su obra como un punto de encuentro entre la ficción y la realidad. No en vano, y como se ha encargado de relatar sobradamente (en diversos artículos, pero sobre todo en Negra espalda del tiempo, que está concebido para explicar, deconstruir —y confundir, por qué no— la ambigua sustancia ficcional que compone Todas las almas), la materia sobre la que construye su novela es su misma estancia como profesor en Oxford. Que su narrador en primera persona no reciba nombre ya sugiere que tal vez sea el mismo escritor quien se introduce en su propia obra, pero es que además buena parte de los personajes están confusamente modelados sobre amigos y conocidos reales (ingleses y españoles: ya aparece aquí el profesor Francisco Rico bajo un alias, el de Del Diestro; en Tu rostro mañana figurará bajo su propio nombre).

Otro elemento que contribuye a esa fusión/confusión es la referencia a diversos personajes y escritores, presuntamente reales. El principal de todos ellos, por el inesperado juego vital a que daría lugar en la trayectoria de Marías, es el del olvidado escritor John Gawsworth, tan olvidado que quien leyera Todas las almas en su momento, sin ninguna de las múltiples referencias y aclaraciones que el mismo Marías brindaría después, y por mucho que el autor incluya dos supuestas fotografías suyas, podría pensar que se trata de un escritor ficticio. Sin embargo, Gawsworth existió, por novelescamente ficticia que resulten las circunstancias que se refieren en el libro. Fundamentalmente, a Gawsworth le debe Marías el conocimiento de ese Reino de Redonda que aquel heredó de otro escritor olvidado pero no tanto, el gran M. P. Shiel, y cuyo actual soberano, como todos sabemos, es el autor de Tu rostro mañana, que además es el propietario de un sello editorial bajo ese mismo nombre.

Portada de la edicion de bolsillo de Negra espalda del tiempoNegra espalda del tiempo, como el mismo autor ha indicado alguna vez, fue recibida con notable desconcierto: en un artículo de 2008 titulado Para empezar desde el principio, señala que es «quizá el más influyente de mis libros», para añadir acto seguido que es también «uno de los más silenciados […] y menos apreciados, entendidos y recordados» (no se descarte que en esta afirmación pueda haber mucho de esa reacción lógica de tantos escritores que acaban desarrollando un especial cariño por esa creación que se considera el «patito feo» de entre las suyas). Hoy día este tipo de novelas en que el escritor se convierte en el centro de su propia obra, erigiéndose en el punto de encuentro de ficción y realidad, está a la orden del día, pero entonces era relativamente infrecuente, al menos en España. El autor juega, por supuesto, al ratón y al gato con el lector y sus expectativas desde su primera frase, «Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión, como todo el mundo…», que da pie, como es natural, a una reflexión sobre la interdependencia entre ambas dimensiones y por tanto a una teoría de la novela a partir del libro previo Todas las almas.

No comparto del todo con Marías que Negra espalda del tiempo sea su libro más influyente, pero desde luego, como eslabón intermedio entre las dos novelas que lo enmarcan, es fundamental, puesto que anticipa muchos de los ingredientes que luego desarrollará en Tu rostro mañana. Es más, entre esos elementos figura la incorporación de artefactos «extraños» como fotografías, dibujos, fotocopias o mapas, que subrayan, remarcan o ilustran los hechos o personas aludidos por el cuerpo literario (es decir, actúan a modo de pruebas). Ya lo había hecho en Todas las almas (el par de fotografías de John Gawsworth), y en Tu rostro mañana recurrirá a ellos con mayor extensión incluso.

John Gawsworth, el escritor que inicio la relacion de Marias con el Reino de RedondaSin embargo, estamos ante mucho más: ante un libro que, con todavía mayor razón que el libro anterior, vertebra diversos temas y se asoma a distintas cuestiones, que acaban componiendo una especie de cajón de sastre, a ratos, lo reconozco, discursivo e incluso innecesario (el pequeño ajuste de cuentas del autor con el editor que publicó sus libros entre 1986 y 1994, incluyendo por lo tanto Todas las almas y al que no menciona por su nombre), pero por lo común denso y sugestivo. Marías explica la correspondencia entre sus personajes y los amigos y conocidos oxonienses que los inspiraron, así como la acogida que tuvo ese libro entre sus lectores, sobre todo los habitantes de la ciudad donde transcurría y que enseguida creyeron (mejor dicho, desearon creer) que figuraban dentro de él. Del mismo modo, retoma a Gawsworth y otros escritores olvidados, en especial a uno de ellos, Ian Ewart, muerto en misteriosas circunstancias en Ciudad de México la última noche de 1922 (o la primera de 1923), sobre el que escribe algunas de las páginas más logradas del libro.

Marías habla de sus propias circunstancias familiares (las cuales, en Tu rostro mañana, terminará por incorporar al protagonista del Ciclo de Oxford), brillando en especial las hermosas reflexiones que desgrana sobre el hermano mayor (o nacido antes) que murió con tres años de edad. Registra una vez más la curiosa trayectoria de esas gentes hoy desconocidas que extrae de la crónica literaria o histórica de los años medios del siglo XX (esa etapa que tanto le fascina, por las dos guerras —la Civil y la Segunda Mundial— que sucedieron en ellas, y que, una vez más, tendrán notable importancia dramática en su siguiente novela), personajes tan insólitos que uno diría que tendrían que ser ficticios pero que son reales: por ejemplo, el aventurero y aviador Oloff de Wet —introducido en la obra por haber sido el autor de la máscara mortuoria de Gawsworth, reproducida en una de las fotografías de Todas las almas—, y cuyos proyectos insensatos lo llevaron ante el mismo Franco (o así divaga Marías en una de las escenas más delirantes y divertidas del libro). Por último, cuenta la más singular de las colisiones entre realidad y fantasía que le ha deparado la publicación del libro: su ya mencionada «coronación» como rey de Redonda, que recibió en 1997 de su último soberano (que, por tanto, «abdicó» en él), quien supo de él precisamente por la atención dispensada a la isla y sus «monarcas» en Todas las almas.

Portada del volumen 1 de la primera edicion de Tu rostro mañanaAun cuando sea por su granextensión, digna de los grandes novelones del siglo XIX o de algunas de las más señeras obras del XX, es evidente que Tu rostro mañana es una obra de considerable ambición. Su misma publicación no en un solo tomo, sino en tres justifica la enorme expectación con que se fue esperando cada nuevo volumen: el autor ha señalado que lo hizo así para que su padre, el filósofo Julián Marías, personaje de gran consideración en la trama, pudiera «leerse» antes de que le llegara una muerte que parecía próxima, y en efecto así fue, al fallecer en 2005, dos años antes de la última entrega. Marías, a todo esto, había anunciado inicialmente dos, pero al final fueron tres: Fiebre y lanza (2002), de 475 págs; Baile y sueño (2004), de 410 págs; Veneno y sombra y adiós (2007), 705 págs. (El número de páginas es el de su primera edición en Alfaguara).

El protagonista de la novela es el mismo de Todas las almas, solo que aquí recibe un nombre: Jacques Deza. El carácter extranjero del nombre y su dificultad de pronunciación (para españoles y para ingleses, las dos nacionalidades entre las que discurre la vida del personaje) acaba haciendo que los demás lo llamen por diversas variantes del anterior: Jaime, Jacobo, Jack… Por supuesto, esta diversidad de nombres es un primer símbolo de la multiplicidad de «rostros» de que es capaz una persona, como se indica desde el mismo título: es más, uno de los nombres ocasionales por el que es llamado, Yago, acabará revelándose mucho más que un ejemplo de erudición onomástica.

Retomamos al personaje más o menos quince años después de su primera estancia en Inglaterra (a la que, por supuesto, hace tantas referencias que lo aconsejable es haber leído primero Todas las almas), recién separado de Luisa, la mujer con la que contraía matrimonio y tenía un hijo en el final de la anterior (y con la que luego ha tenido una hija más). Deza tiene en Londres un aburrido trabajo en la BBC, pero enseguida es «reclutado» (la palabra es la exacta) para otra labor, mucho más excitante, pero también más ambigua y, finalmente, más turbia: debido a la recomendación de un veterano amigo/mentor de Oxford, Peter Wheeler, pasa a formar parte de un equipo sin denominación precisa, que trabaja en un edificio sin nombre de la capital, para realizar tareas de naturaleza no menos laxa, y que tienen que ver con la capacidad de sus miembros para saber leer en los gestos, ademanes y palabras de las personas. Esto es: saber traducir su interior a partir del exterior. En palabras del mismo Deza: «Me pagaban por hacer apuestas por el comportamiento futuro de las personas y sus probabilidades». El jefe del grupo es un individuo de apellido extravagantemente extranjero, Bertram Tupra, a la vez accesible y opaco, cálido e impenetrable, que constituye una de las mejores creaciones del autor: en Berta Isla reaparece, dando pie de nuevo a excelentes páginas.

Por lo tanto, y a su manera particular, Tu rostro mañana es una novela de espías, plagada de referencias al turbulento mundo de los servicios secretos británicos (sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, cuya sombra, cuyas consecuencias, parecen impregnar todo el presente: una de las premisas dramáticas de la novela es que nunca conseguimos deshacernos del veneno una vez este ha penetrado en nuestro organismo). Uno de los grandes aciertos de Marías es su forma de fundir esa dimensión de abstracta opacidad y perpetua ambigüedad moral del género clásico de espionaje con la misma sustancia de la vida «normal» que Deza comienza a ver cuestionada tan pronto se hace evidente la influencia (a la vez sugestiva, elusiva, siniestra, inevitable) que ejerce sobre él Mr. Tupra.

Oxford, fundamental en el Ciclo de Javier Marias al que da nombre¿Qué puedo decir de Tu rostro mañana? Indudablemente, que es una novela exasperante, y difícil de entrar en ella, por cuanto a lo largo de esas casi 1600 páginas se dan cita, en modo superlativo, todas y cada una de las características (en los momentos de irritación, es fácil considerarlas manías) narrativas, estructurales, gramaticales y compositivas del autor. En especial, el rasgo estructural que parece regir la composición dramática de la historia es la debilidad del autor por la circunvolución, por la continua repetición en torno a una serie de ideas, incluso de frases ya escritas, de pensamientos ya formulados, de tal modo que desde sus primeras páginas (qué digo, desde sus primeras palabras), la novela parece aprisionada por la imposibilidad de la progresión. No en vano, el tiempo parece dilatarse increíblemente dentro de su hiperbólica extensión: lo que sucede en ella es mínimo si hablamos en términos de incidentes o acciones. Es más, los dos primeros volúmenes y el primer tercio del último giran en torno a tres (largas) noches que vive el protagonista en compañía de diferentes personajes (Wheeler en el primer caso, una compañera de trabajo en el segundo y Tupra en el tercero), con las consiguientes ramificaciones.

Su lectura, desde luego, no es rápida, pero incluso cuando se deja «descansar» unos días, su recuerdo no nos deja abandonarla; nos fuerza a regresar, a admitir que en modo alguno es la obra disforme y divagadora que parece en un primer momento. Que hace honor a una de las máximas fundamentales del autor, que recoge en ese artículo ya citado (Para empezar por el principio): que todo cuanto parece azaroso, digresivo, caprichoso o sencillamente inútil acaba por revelarse trascendente y necesario. Mido bien mis palabras, y sé que quien no haya aguantado la lectura del libro enseguida saltará enfadado (yo mismo arrojé el libro lejos de mí en más de un momento), pero creo que en Tu rostro mañana no sobra (casi) una sola palabra. El «problema» es que, para confirmarlo, hay que llegar hasta el final. Y, cierto, son muchas, pero muchas páginas…

Por supuesto, esta sensación de repetición, de dilatación, de rodeo, es un propósito consciente mediante el cual Marías propone una metáfora de la realidad como una gigantesca tela de araña en la que cada movimiento, aun aparentando libertad de elección, en el fondo nos atrapa más todavía, sin posibilidad de huida. Y es que el tema fundamental de la historia es una reflexión sobre el envilecimiento: sobre la capacidad del ser humano para degradarse, ya sea por amor, por egoísmo, por supervivencia o por mera inacción.

Edicion de bolsillo del Ciclo de Oxford, de Javier MariasAsí, inicialmente Deza parece enfrentarse a su nueva vida de «intérprete de personalidades» con distante desapego, como si en el fondo estuviera viviendo una especie de indolente ensueño. De hecho, es una buena idea que, como telón de fondo de cuanto le sucede, siempre bulla su inquietud por no perder el contacto con su ex mujer, al menos a través del teléfono, dejándose entrever su temor a la pérdida de esa «normalidad» familiar. Poco a poco, y bajo la ambigua influencia de Tupra, Deza irá viéndose impregnado por una turbia oscuridad, al principio difusa, de pronto demasiado ostentosa. Un momento fundamental es su obligada presencia como testigo pasivo en un alucinante episodio en una discoteca londinense, en que por un momento cree que su jefe va a decapitar ¡con una espada! al pobre diablo español que los ha puesto en apuros con una especie de mafioso italiano. Finalmente, él mismo se verá impelido a abandonar esa inclinación a la distancia para actuar de modo rotundo en la parte final de la novela, desarrollada en Madrid y en relación con su entorno familiar: el rebautizo de Yago por parte de Tupra cobra entonces una significativa claridad.

Marías introduce dos personajes fundamentales moldeados sin ocultamiento alguno a partir de dos seres reales de gran importancia en su vida, pertenecientes a la misma generación que vivió la lucha contra el fascismo. El primero, ya lo he señalado, es su propio padre, el filósofo Julián Marías; el segundo, su padre espiritual, el hispanista Peter Russell, que se reencarna en Peter Wheeler. De ambos retoma circunstancias concretas que vivieron en la primera parte de sus vidas. Del padre, ante todo, la traición que sufrió a manos de un amigo, que lo denunció ante las autoridades franquistas por supuestos delitos durante la guerra civil, que pudo costarle la vida y cuya consecuencia principal fue su expulsión de la enseñanza académica. De Russell, su curioso pasado entre distintos países del espacio anglosajón y su implicación, como tantos jóvenes de su generación con conocimiento de idiomas, en labores de inteligencia durante la guerra. La razón fundamental es que las vivencias de ambas personas/personajes completan esa reflexión sobre el envilecimiento a partir de dos elementos: la traición, en el primer caso, y la inevitable degradación interior que produce ese contacto con el veneno, por mucho que uno haya creído estar inmunizado.

A propósito de este anciano profesor en cuya casa se abre y se cierra la novela, Marías hace un uso especialmente estremecedor de esa invasión de lo real en lo ficticio. Al inicio de la novela (y sin que Deza, pasada la sorpresa inicial, se extrañe mucho), Wheeler le cuenta a su joven discípulo, como quien no quiere la cosa, que su hermano fue ese Toby Rylands, igualmente erudito oxoniense, que jugaba el similar rol de mentor espiritual del protagonista en Todas las almas. Es más: quien lea las dos novelas, no podrá sino reconocer que Wheeler y Rylands son la misma persona, que la caracterización de ambos es prácticamente idéntica. Es decir, diríase que, veinte años después de haber matado a Rylands en el primer libro, Marías se dio cuenta de que lo necesitaba de nuevo, y lo resucita mediante una argucia muy propia del pulp, del cine serial o del entretenimiento popular en literatura: la invención de un familiar (lo normal es un hijo: ha habido aventuras del hijo de D´Artagnan, de Scaramouche, del capitán Blood o del Zorro) que, en el fondo, no es sino un avatar del mismo personaje. Es más, una de las afirmaciones que Rylands hacía en aquella novela (y que en la nueva supone un hecho fundamental, al concluir con una inolvidable rememoración de ese episodio), la de haber visto morir a la persona amada, resultará haber sido vivida por Wheeler y no por Rylands, en un caso de apropiación de memoria, o de identidad, que también es parte del juego. Marías, por tanto, necesitaba a Rylands y lo reconstruyó literalmente con otro nombre.

Tu rostro mañana, como ya hacía Todas las almas, confirma la sensación que a uno le producen las ficciones de Marías: que el escritor concibe la realidad como una sustancia porosa, cuyos principales atributos son su tremenda fragilidad y la profunda subjetividad. Para sus personajes (para él), lo importante no son las las cosas (valga este término por las ideas, los personajes, los lugares…) sino la perspectiva bajo la que entramos en contacto con ellas, y que tiene la virtud, la inquietante virtud, de organizarnos de otra manera nuestra concepción previa de dichas cosas. En Berta Isla, recurre al inolvidable relato Wakefield, de Nathaniel Hawthorne, como cita de referencia: como este desterrado del universo, los personajes de Marías corren el albur de descubrir que todas las certezas son efímeras, y que basta lo que parece un leve cambio de perspectiva para alterarlo todo. En esa capacidad de inquietud que comparte con tantos grandes novelistas es donde radica la fuerza de Javier Marías.

La áspera isla de Redonda, cuyo soberano actual es Xavier I

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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