En Homonosapiens: La historia interminable o El cuento de nunca acabar

La Vetusta Morla de La historia interminable, película

La historia interminable o el cuento de nunca acabar

Nunca dejaré de tenerle un enorme cariño a La historia interminable. Recuerdo haberla leído con voracidad en el momento seguramente más inoportuno para dejarse devorar por una lectura: en una semana de exámenes de primero o segundo del antiguo BUP, muy de madrugada, después de haber puesto el despertador para tratar de corregir con un atracón final de memorización la falta de trabajo de todo el trimestre. Supongo que me sentía un poco como Bastián, el niño protagonista de la historia, leyendo un libro fascinante casi de modo clandestino, atrapado por su historia sin poder soltarla. Y cómo no iba a envidiar la posibilidad que tenía Bastián de introducirse dentro de ella, del reino de Fantasia, y convertirse en su paladín, reformulando incluso su apariencia física, cuando a mí también me aguardaba en el llamado mundo real una perspectiva nada agradable, que el reloj de mi mesilla de noche se empeñaba en recordarme a cada vistazo que le echaba: la hora del examen. Si hay lecturas infantiles y adolescentes que uno renueva en la edad adulta, descubriendo nuevos matices, y hay otras que desecha porque encerraban, aunque entonces no lo advirtiéramos, fecha de caducidad, también cabe hablar de obras que nos atraparon en su momento pero que, rescatadas tiempo después, dejan entrever considerables grietas, sin que aun así consigan derruir del todo el edificio que construyeron en nuestra memoria. Pues la memoria también debe ser agradecida.

Y La historia interminable pertenece a estas últimas: el espíritu crítico que uno adquiere con el tiempo (y que nos permite, por fin, ver el bosque nos tapaban los árboles de un argumento espectacular) obliga a reconocer que Michael Ende tuvo en sus manos un planteamiento magnífico, capaz de fundir el espíritu de la fantasía clásica con un revulsivo componente desestructurador, que desperdició no sé si por falta de talento o por falta de osadía para olvidarse de que estaba escribiendo «para niños». Del mismo modo que la historia de ese niño acomplejado que un día se deja atrapar por un libro y acaba penetrando literalmente en él, pero que no se resigna a convertirse en un mero personaje más, sino que desea convertirse en su dios, en su autor, lo cual amenaza con disolver la personalidad del niño bueno y apacible que era: ¿qué lector irreductible no ha soñado con penetrar en la ficción que más ama y apoderarse de ella, moldeándola a su gusto? Ende estuvo a punto de encontrar la llave que conduce a esos fascinantes subterráneos de la fantasía donde se esconden los impulsos ciegos que nuestra imaginación prefiere sublimar bajo la forma de los más reconocibles (y confortables) arquetipos de la narración: el héroe noble, el villano malvado y feo, el amigo leal, la aventura que nos conduce hacia la luz… Llegó hasta su umbral, tanteó entre las tinieblas, pero luego se dio media vuelta y cerró la puerta. Que se sepa, nadie la ha abierto desde entonces, aunque algunos se hayan asomado por sus rendijas.

Por cierto que este verano nuestras pantallas de cine han visto, de modo fugaz, el reestreno de la película que adaptó la novela al cine en el año 1984. En su momento,  supuso un muy apreciable éxito, que ratificó la enorme repercusión que tuvo la publicación de la novela original. Ahora bien, el escritor siempre renegó de ella, quejándose de las múltiples libertades que se tomaba con respecto al libro. Tenía razón, por supuesto, del mismo modo que hay que señalar que nadie le obligó a ceder los derechos de su obra (por una buena cantidad de dinero) y, por tanto, perder el control de la misma. Lo que hicieron los creadores del film, en el fondo, fue optar por lo más infantil del libro y prescindir de lo más sombrío (por rebajado que estuviera ya en aquél), incluso alterando las características fundamentales de Bastián (convirtiéndolo en un querubín al que uno solo puede desearle, claro, lo peor), y terminando con una moraleja de lo más repulsiva: una apología del revanchismo. Aun así, el encanto de sus escenarios y criaturas (como muestra, la imagen que encabeza estas líneas, de uno de sus personajes más entrañables, la Vetusta Morla… aunque casi parezca el E.T. de Spielberg) y el indudable aire antañón de su factura todavía permiten que se contemple con simpatía.

Aparte del enlace a la revista Homonosapiens donde publico el artículo que motiva estas líneas, también añado otros dos, relativos a dos aproximaciones sobre el libro y las películas que inspiró, procedentes de los primeros tiempos del blog, pero con los que sigo estando de acuerdo:

La historia interminable, una gran oportunidad perdida

Regreso a Fantasía: La historia interminable en el cine

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a En Homonosapiens: La historia interminable o El cuento de nunca acabar

  1. Renaissance dijo:

    La historia interminable la leí también bastante tarde (y Momo, incluso unos años después), me sorprendió entonces por el contenido, del que yo pensaba que la película era una adapción más fiel, y sobre todo, por la diferencia de tono entre las dos partes de la novela. En cambio, es uno de esos libros que no he vuelto a releer desde entonces, aunque sería interesante volver a repasarlo y ver si realmente se sigue manteniendo desde que lo leí, como interpreto ahora la actitud de demiurgo que el protagonista empieza a adquirir, y sobre todo, si realmente mantiene la misma impresión positiva que me causó entonces.

    • Lo dicho: es un libro del que llaman la atención cosas distintas a edades distintas. De Ende solo he leído «La historia…» y algunos relatos cortos bastante inquietantes. Por cierto, Cátedra, en su nueva colección de Letras Populares (con unas portadas más bien horrendas, pero con estudios sobre autores como Robert E. Howard, Wells o Meyrink), ha publicado hace poco un antología de estos cuentos que se titula «El espejo en el espejo», con buena pinta.

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