True Detective: luz y oscuridad en el bayou

Estupendo poster de True DetectiveDos policías de muy diferentes personalidades investigan los asesinatos de un serial killer a lo largo de 17 años. A grandes rasgos, ésta es la trama que narra True Detective, una de las series más relevantes del año 2014. Una serie o una película en ocho capítulos, pues se trata de una historia de desenlace cerrado: la segunda temporada arrancará con otra pareja de policías y un caso distinto. True Detective, eso sí, no alardea de originalidad y no es ahí donde se encuentran sus valores. Su planteamiento, que consiste en impregnar un thriller con la atmósfera del terror del gótico americano, ambientado como es lógico en la América Profunda (en este caso en los muy fotogénicos y húmedos paisajes de Luisiana) se puso de moda en el cine norteamericano gracias al enorme éxito de El silencio de los corderos (1990, Jonathan Demme), y su punto álgido lo constituyó Seven (1995, David Fincher). Esta película añadió dos elementos al «paquete»: la conducción de la investigación por una dispar pareja de policías (es lo que los americanos, siempre amigos de las etiquetas, llaman buddy movie) y la presentación de cada uno de los espantosos crímenes del asesino bajo una parafernalia al tiempo sofisticada y sórdida que los hace aún más terribles. True Detective asume esta fórmula y ciertamente propone una historia de investigación de enorme interés (puesto que el interés nunca nunca dependerá de la originalidad) que encuentra su punto de apoyo en la estupenda estructura narrativa y en el no menos estupendo dibujo de sus dos personajes protagonistas, cuyo devenir emocional acaba siendo la razón de ser de la serie.

La estructura narrativa es apasionante. True Detective se desarrolla en varios marcos cronológicos diferentes, que van superponiéndose de modo paralelo. En 1995, Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson) investigan la aparición del cadáver de una prostituta entre los cañaverales, macabramente adornado según lo que parece un ritual satánico y a partir de ahí comienzan a descubrir que hay más casos con el mismo patrón que en su momento pasaron desapercibidos. En 2012, otra pareja de policías interroga (por separado) a Rust y Marty para que reconstruyan aquel proceso investigador. En los cuatro primeros episodios, la acción va saltando de un año al otro, al hilo de las preguntas de dos policías del tiempo presente, que van conduciendo las reflexiones de Rust y de Marty, los cuales dejaron el cuerpo años atrás. Y poco a poco, espectador e interrogados van advirtiendo que, en realidad, los dos policías buscan información no tanto sobre el caso sino sobre ellos mismos.

Imagen de los estupendos títulos de crédito de la serie True DetectiveEn el quinto capítulo la historia da un considerable vuelco. En principio, los dos compañeros resuelven el caso, si bien los dos asesinos mueren en el tiroteo final (en realidad, esa es la versión «oficial» que fabrican para enmascarar el hecho de que Marty, al descubrir que tenían encerrados a dos niños a los que estaban sometiendo a terribles experiencias, dispara a bocajarro a uno y el otro muere en la huida). Convertidos en héroes, el tiempo pasa pero la acción se detiene siete años después, en 2002, cuando un suceso de la vida doméstica de Marty —el final de su matrimonio, que implica a Rust puesto que la esposa de aquél, harta de sus infidelidades, se acuesta con su compañero para vengarse de él— concluye la relación de los dos hombres con una monumental pelea. Al mismo tiempo, Rust descubre que el caso que creyeron cerrar no está concluido —no es un spoiler, pues desde el final del episodio 1 el espectador sabe que en 2012 se ha producido un crimen similar al primero—, y que puede implicar a gente muy importante del estado, lo cual provoca su salida de la policía.

Cuatro son los nombres fundamentales que justifican la calidad de esta producción. El primero es el del guionista, Nic Pizzolatto. Nacido en Nueva Orleáns en 1975 y criado en la zona rural de Luisiana, buen conocedor por tanto de los parajes donde se ambienta la acción, es autor de una novela negra, Galveston, publicada en 2010, cuyo éxito atrajo enseguida la atención de los hombres de Hollywood, dándole los contactos para ofrecer el proyecto de True Detective. A él se deben dos de los puntos fuertes de la historia: esa vertebración de la historia en distintos puntos de vista narrativos y en tres momentos cronológicos diferentes; y la importancia del paisaje, cuya valoración no solo es exterior (ya de por sí impresionante) sino interior. La deslumbrante belleza de esos cañaverales sin fin, de esos bosques tupidos y esa densa vegetación, esos humedales que bordean las carreteras del estado y que enmascaran horrores sin cuento; el dibujo de un universo rural en el que la santería y el evangelismo pugnan por igual para atraerse a los infelices ignorantes; el buen retrato de la white trash (basura blanca) del Profundo Sur; todo ello son algunos de los elementos que Pizzolatto aporta a la historia.

Naturaleza e industria en Luisiana

El segundo nombre es el director —único para los ocho capítulos, lo cual sí es un elemento original en una serie televisiva norteamericana— Cary Joji Fukunaga (su exótico nombre se debe al padre japonés y a la madre sueca), también bastante joven (nació en 1977), cuyo principal crédito profesional hasta el momento había sido su único largometraje, una buena versión del clásico Jane Eyre, estrenada en 2011. Como ya revelaba esta película, Fukunaga aporta su gusto por la valoración de la atmósfera a partir de los espacios, de tal modo que la historia surge casi de modo orgánico de los lugares donde transcurre. Desde el primer momento, el espectador puede palpar la existencia de una segunda realidad tras esa que recorren incansables los dos policías y que parece restallar de belleza.

Una belleza, la de los paisajes rurales de Louisiana, que se revela enseguida como deletérea: sus imágenes casi permiten intuir un olor a plantas venenosas, tan dulzonas como mortales. Unos paisajes que dejan escapar un inquietante hálito de ambigüedad: por un lado, es una naturaleza corrompida por la mano del hombre (como simbolizan esos encuadres donde, al otro lado de ríos y setos, aparecen refulgentes plantas industriales); pero por otro lado, diríase que si los hombres cometen monstruosidades amparadas en esa exuberante vegetación, es porque es esa naturaleza la que posee un aura diabólica que obliga a practicar el mal, que inficiona los patéticos intentos del hombre por alcanzar la verdad espiritual. Esto no deja lugar a dudas: la religión se ha visto pervertida y las iglesias —pertenecientes a movimientos revivalistas, esas corrientes evangélicas cuya cara más visible son esos famosos predicadores que, ya sea en una carpa que recorre pueblo tras pueblo ya sea a través de la televisión, son su cara más visible en esta Europa que, todavía, los conoce poco— enmascaran la corrupción moral, puesto que sus mismas instituciones, en apariencia creadas para dar una oportunidad a los más humildes, enmascaran las turbias apetencias de los poderosos y permiten que, a su sombra, los más degenerados puedan encubrir su salvaje sed de sangre.

El Rey de Amarillo, de Robert W. ChambersComo sucedía con los modelos cinematográficos de origen, True Detective persigue la progresiva instalación en el ánimo del espectador de un sentimiento de regresión a un estadio de la humanidad lindante con lo animal: con el horror. Y aquí es donde entran en juego las referencias a importantes autores de la novela fantástica norteamericana que han atraído el aplauso de muchos espectadores, ingenuamente entusiasmados al reconocerlas. En el curso de la investigación, Rust y Marty descubren menciones (por ejemplo, el diario de la primera de las víctimas) a Carcosa y al Rey Amarillo. La primera es una ciudad fabulosa inventada por el escritor Ambrose Bierce en el relato Un habitante de Carcosa, donde la sitúa en algún pavoroso espacio interestelar. El segundo se inspira en una creación de Robert W. Chambers y es el título de un volumen de relatos titulado El Rey de Amarillo, donde a su vez es el nombre de una obra de teatro que vuelve loco a quien la lee. (Los dos relatos figuran en la inolvidable antología de Rafael Llopis titulada Los mitos de Cthulhu, publicada por Alianza Editorial en 1969 y que para muchos fue el pórtico de entrada al universo lovecraftiano.)

Pues ambos conceptos fueron utilizados por H. P. Lovecraft y los escritores de su círculo (aunque ya antes el mismo Chambers se había apropiado de la creación de Bierce iniciando ese juego de intertextualidad), y es por ello que muchos han visto en True Detective posee un «aroma lovecraftiano». Su uso entra en el lícito juego de referencias que el guionista utiliza, en especial para caracterizar la particular filosofía de Rust Cohle, el personaje más complejo de la historia (por supuesto, no falta el recurso a Nietzsche, imprescindible como cita culta en todo relato más o menos nihilista), aunque también, por qué no, destila cierto grado de astucia, como si buscara la complicidad de los connaisseurs del mundo literario aludido.

Volviendo a Fukunaga, para quienes como yo apenas seguimos las series de televisión (por razones de tiempo: no se puede consumir todo…), su trabajo confirma de modo eminente lo que tanto hemos leído: que la televisión actual es cine en formato doméstico, con sus elaboradísimas realizaciones, tan lejanas de esa forma de rodar del modo más mecánico y rápido posible de las décadas anteriores (cuando los críticos utilizaban la coletilla «puesta en escena televisiva», todos entendíamos que se referían a narrativas simples, monótonas, funcionales: aburridas). Un buen ejemplo es esa memorable secuencia de acción del capítulo 4, rodada en un plano-secuencia continuo de siete minutos, durante el cual la cámara sigue a Rust mientras participa en una vertiginosa incursión en un barrio de traficantes. Pero también el cuidadoso trabajo con los encuadres, la fluidez que poseen todas las escenas de interrogatorios (cuyo muy pensado ritual aporta un nivel más de reflexión, además de servir de inmejorable recurso para el retrato de unos personajes cuyas palabras no siempre se corresponden con lo que realmente sucedió, sobre todo en el caso de Marty) y la admirable falta de subrayado en aquellas escenas que podían prestarse a la trampa (ejemplo: aquella en que aparece fugazmente quien al final resultará el asesino…).

Como casi cualquier ficción estadounidense protagonizada por actores conocidos, el uso que hace de las expectativas que posee el espectador sobre sus imágenes previas es fundamental a la hora de dibujar los personajes, y sin duda aquí se halla uno de los puntos fuertes de True Detective. En primer lugar, el efecto dramático de sus composiciones descansa, de modo inteligente, en el muy diferente estilo interpretativo de que hacen gala: el underplaying de McConaughey versus el overacting de Harrelson. Para entendernos, la sobriedad frente a la gesticulación, el nervio interior frente al gesto exterior: Gary Cooper o Henry Fonda versus Marlon Brando o James Dean. En principio, no hay por qué considerar mejor un estilo que otro, aunque particularmente siempre he encontrado que el practicante del segundo de ellos o está genial o está insufrible, del mismo modo que el del primero, en caso de no estar bien, incurre en la pura inexpresividad. Son dos tentaciones, y que cada uno escoja, dentro de lo malo, cuál de los dos es peor: yo lo tengo claro.

Matthew McConaughey como Rust CohleLa gran sorpresa, para mí, es Matthew McConaughey, un actor ahora revalorizado por recientes interpretaciones (que incluso le han supuesto el Oscar), pero que hace tan solo dos o tres años estaba de verdadera capa caída (y en mi opinión con toda la razón: hasta este año nunca me había parecido un actor consistente). McConaughey tiene a su cargo un papel que es un verdadero caramelo, por su atractivo e interés, y el actor responde con una interpretación soberbia, a la altura por cierto del otro papel reciente que de él he visto, el protagonista de la última y magnífica superproducción trascendente de Christopher Nolan, Interstellar (2014). A sus 45 años, enjuto, con el rostro afilado, muy lejos del aspecto de sano chico americano de que hizo gala en sus primeros años —como en el film que lo lanzó, Tiempo de matar, por el cual lo compararon con el joven Paul Newman—, McConaughey borda su doble papel (doble en el sentido cronológico: es estupenda la diferenciación física que muestra de 1995 a 2012).

Más asequible, pero también más difícil, era el papel de Woody Harrelson. De entrada, Harrelson es un actor por el que siempre he sentido un particular rechazo, labrado en su predilección por interpretar tipos insoportables que, en sus manos, resultaban ya directamente odiosos (su intervención, por ejemplo, en Asesinos natos, del inefable Oliver Stone, es de lo peor que yo he visto en cine). A simple vista, Harrelson mantiene a su Marty dentro de lo que se espera de él, y por momentos parece que su registro interpretativo es el de siempre: proyectar hacia fuera el mentón en los momentos tanto de tensión como de distensión. Sin embargo, en la revisión, su interpretación gana matices, en buena parte también por el excelente trabajo de caracterización —esa progresiva alopecia (que se corresponde con la realidad) que en su caso lo humaniza—, y que en el tramo final de la serie su personaje despierte una inesperada simpatía, incluso ternura, o bien revela un trabajo dramático extraordinario sobre el personaje… o una buena interpretación del actor.

En el arranque de la acción, Rust y Marty llevan solo tres meses como compañeros, y el primero sigue siendo un completo misterio para el segundo. Hosco y reservado, el enigma que supone para su compañero se incrementa al saber que su previa carrera profesional está guardada en un expediente secreto. Más tarde sabremos que pasó cuatro años infiltrado para el departamento de Narcóticos de Texas en el mundo de los traficantes de drogas, lo cual lo obligó a tomar toda clase de sustancias, que desordenaron su sueño («Yo no duermo; sólo sueño», le dirá a Marty) y dejaron en él daños neuronales que le provocan a menudo visiones (a las que él llama «flashbacks químicos»: una niña en pijama al borde de la carretera que lo sigue con la mirada, el cielo inundado de llamas, una bandada de pájaros dibujando en el cielo la siniestra espiral que el asesino dibuja en los cadáveres de sus víctimas…). Ante las preguntas de los dos intrigados policías de 2012, Rust acaba declarando que, en ocasiones, «a veces creía meterme en vena la verdad secreta del universo».

Michelle Monaghan como Maggie HartEste aspecto alucinado, a ratos incluso mesiánico, del personaje es fundamental en el trazado del personaje. Rust es un tipo asocial que no quiere caer bien a nadie, que apenas puede callar cuando alguno de quienes trabajan con él actúa de modo estúpido. Su relación con Marty no es mucho mejor: después de tres meses de no haber abierto prácticamente la boca, el hallazgo del cadáver en los cañaverales parece soltársela. Ante el asombro de Marty, un policía de psicología nada sofisticada, que incluso alardea de su convencionalidad, Rust comienza a verter toda una filosofía de la vida, comenzando por la declaración de que es un pesimista y de que la evolución humana es un error de la naturaleza, de tal modo que la única decisión honesta sería dejar de contribuir a la perpetuación de la especie. Rust es, sin lugar a dudas, un nihilista, un hombre de vida desdichada que prácticamente no tiene otra cosa que no sea su oficio, en el que sabe que es muy bueno. El guión recurre a una justificación psicológica que sin duda no es original —perdió a su hijita de tres años en un accidente y eso rompió su matrimonio y le lanzó por la senda de la degradación que lo llevó a sus años perdidos entre traficantes de drogas—, pero la fuerza incontenible del personaje (genialmente expresada por la interpretación de McConaughey) convierte el tópico en necesidad.

Ahora bien, fuera de esto, la característica principal de Rust es una enorme honestidad (en toda la serie no aparece nadie con su enorme percepción/claridad moral), de tal modo que si parece tomarse el caso de los asesinatos como algo personal, manteniendo viva la investigación a lo largo del tiempo incluso después de haberse marchado de la policía, es por la irreparable sensación de no haber sabido o podido extirpar el mal cuando lo tuvo a mano.

Por su parte, Marty es, en un principio, el policía normal: un hombre sociable, estimado por sus superiores y sus compañeros, de ideas conservadoras y cuya vida privada parece ordenada y confortablemente tranquila. Una esposa guapa (una estupenda Michelle Monaghan), un par de hijas adorables y la clásica casa suburbana con jardín: «pasada cierta edad, un hombre sin familia es algo malo», declara ante los policías a modo de eslogan que lo define. Pero esto último es una ironía y además es falso. Bajo la severa fachada con que enjuicia a su compañero Rust por su desprecio por las convenciones, Marty actúa con notable hipocresía: no solo engaña a su esposa con chicas mucho más jóvenes, sino que admite mal cualquier cuestionamiento de su comportamiento. True Detective es también la historia de la progresiva degradación de un individuo cuya normalidad escondía, en el fondo, a un individuo brutal y agresivo, terriblemente egoísta, que no duda en engañar a su esposa y que a su vez no soporta ser engañado por éste o por su amante.

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No hay que engañarse: Marty es un hombre dual, que posiblemente encierra a un monstruo rabioso dentro de él, que no espera sino la liberación. Esa liberación no llega a producirse del todo, pese a algunos síntomas (la atroz paliza que propina a los dos muchachos que han osado practicar el sexo con su hija adolescente), pero su mera sugerencia, está claro, actúa como símbolo de la historia: en otras condiciones ese monstruo habría emergido a la superficie y sus actos hubieran sido tan terribles como los del asesino al que buscan. Buen símbolo de ello son las diversas señales que sugieren que su entorno está viciándose y que afecta a lo más «radiante» de su hogar: a sus dos pequeñas. Así, en determinado momento Marty descubre con incredulidad que sus niñas han estado jugando a juegos muy adultos, aunque lo deja pasar como algo imposible de creer: una muñeca desnuda en medio de un buen número de muñecos vestidos y en posición de poseerla. Y más adelante su esposa y él serán informados por su maestra de que la hija mayor ha rellenado un cuaderno con dibujos pornográficos.

En suma, True Detective, como toda obra ambiciosa, procura ser muchas cosas pero, ante todo, es una historia de caída y redención.

Caída que se concreta visiblemente para Marty, ese centrado hombre de familia a quien veremos ir cayendo por la pendiente de la degradación, casi extrayendo ese monstruo interior, convocando toda nuestra antipatía y al que, en los últimos capítulos, va a buscar Rust, no porque lo estime de modo especial sino porque es el único hombre que puede ayudarlo y no le cerrará la puerta directamente en las narices: necesita el acceso que tiene Marty a la información de la misma policía.

Redención para los dos. Para Rust, en el fondo, esa investigación es la ocasión que se da a sí mismo para levantarse de esos años perdidos en que cayó tras la pérdida de su familia. Una redención que está a punto de cerrarse en falso y conducirle de nuevo al abismo (tras el descubrimiento del error inicial en la identificación del asesino y su marcha de la policía), a otros años perdidos, los que van de ese crucial 2002 a la actualidad, cuando por fin decide volver y concluir lo que había empezado. Para Marty será la reconciliación consigo mismo. Convertido prácticamente en un lobo solitario desde que diez años dejó perder a su propia familia, acepta con mucha reticencia ayudar a Rust —y justo es reconocer que, pese a los malos términos en que acabaron, no le guardó rencor: se niega a creer que él pueda ser el verdadero asesino, como le plantean los dos interrogadores de 2012. Rust le paga con la misma moneda: en el fondo necesita al buen policía (ahora detective privado) que también es Marty. Un buen policía de un modo diferente a él: alguien que aporta su valor, cierta intuición (a él se deberá el encarrilamiento decisivo hacia el asesino)… y su ecuanimidad a la hora de aceptar la muy superior capacidad de análisis de Rust. Juntos se reunirán para coger los cabos sueltos que dejaron pasar en 1995 y terminarán, en efecto, tras las huellas de la verdad.

[Aunque es difícil realizar un comentario de esta serie sin anticipar numerosos aspectos de ella, quien no conozca todavía su final debe dejar de leer aquí]

La última visión de RustEn su conclusión, True Detective se revela, en mi opinión antes que otra cosa y sin prescindir de sus otras dimensiones, como la conmovedora historia de una amistad construida del modo más precario pero que, al final, resulta ser lo único que les queda a los dos policías tras esos 17 años. Una amistad forjada en el respeto mutuo que acaban construyendo mientras, cada uno a su modo, sale del pozo que cada uno se labró. Y que se sella definitivamente con el escalofriante rito de sangre del clímax. El asesino resulta ser un gigante deforme y «mítico» (en el sentido de que cuando por fin toma cuerpo, parece el avatar de una leyenda susurrada con miedo entre los cañaverales), un matarife que en apariencia parece extraído de La matanza de Texas pero que encarna la degeneración ancestral, moral, familiar (esto es, endogámica: es un producto del incesto y la aberración sexual) de esa tierra marcada por el mefítico bayou que es el «rostro» de Luisiana, y que recibirá sobre sí todo el castigo que no llegará a los poderosos hombres de su familia que han conseguido borrar de su apariencia la huella del pantano (aunque no de su negro interior).

Además, el enfrentamiento se produce en el dédalo de túneles de una misteriosa construcción ahogada por la lujuriosa vegetación —de hecho, tan enterrada que diríase que es anterior a la naturaleza—, en cuyo interior los dos ex policías encuentran un fantasmal bosque de cuyas ramas secas penden cuerpos envueltos en sucias sábanas (a modo de momias). Y cuyo corazón es un espacio circular abovedado a cielo abierto, como un corrupto Panteón romano, al cual el asesino atrae al más vulnerable de los dos policías, a Rust, para sacrificarlo, allí en el corazón de Carcosa, al Rey Amarillo, un fantoche construido con ramas secas y cráneos humanos. Justo antes, Rust sufrirá una última alucinación: en las ominosas paredes de esa cúpula él se ve ante un formidable vórtice estelar que bien podría ser la puerta al corazón de la oscuridad que toda su vida ha sabido que existía. Para mí, es sin duda el plano más inolvidable de toda la serie, de una belleza y una fuerza dramática que dejan sin aliento.

En el bello epílogo en el hospital, maltrechos por las heridas (físicas y emocionales), llegará el momento de la humanización definitiva, del reconocimiento del aprecio mutuo, que toma como símbolo, por parte de Marty, ese paquete de tabaco bajo la guasona apariencia de un regalo de compromiso y, por parte de Rust, de compartir, por fin, un momento de sentimiento íntimo relacionado con la hija perdida. Y ambos se marchan juntos, Marty empujando la silla de ruedas del aún más malherido Rust, en busca de una paz que tal vez no encuentren nunca, pero unidos por fin por un sentimiento de solidaridad y reconocimiento.

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FICHA DE LA SERIE

Dirección: Cary Joji Fukunaga. Guión: Nic Pizzolato. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: T. Bone Burnett. Reparto: Matthew McConaughey (Detective Rust Cohle), Woody Harrelson (Detective Marty Hart), Michelle Monaghan (Maggy Hart), Michael Potts (Detective Gilbough), Tory Kittles (Detective Papania). Dur.: 8 capítulos de 58 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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9 respuestas a True Detective: luz y oscuridad en el bayou

  1. Renaissance dijo:

    A True Detective decidí acercarme a raíz de sus referencias a H. P. Lovecraft y sus pecursores..y gracias a esto encontré muchas otras. Especialmente a Thomas Ligotti y su Conspiración contra la raza humana, en quien Pizziolato reconoció haberse inspirado abiertamente (curiosamente, muchos seguidores del escritor consideran la serie «ñoña» por la redención final del personaje).
    También, uno de los elementos más interesantes que encontré fue la concepción del horror en la serie: la mitología se ha tomado como tal, sin que exista un solo elemento sobrenatural, y el verdadero horror de la historia reside en la perversión de las religiones, la maldad humana y su capacidad para hacer daño a los más débiles.
    Tengo ganas de ver su segunda temporada, que aunque dicen que no va a tener nada que ver con el estilo visual de esta (uno de sus mayores aciertos), todo eso de la historia secreta del servicio de transportes en Estados Unidos me ha desconcertado bastante.

    • Ignoraba la inspiración en Ligotti, que me reafirma en que debo ponerme al día con lo (escasísimo) que hay sobre él en español. Por cierto que Valdemar anuncia la próxima publicación de otro libro suyo.

      A mí la serie me ha ido provocando sensaciones muy distintas. Esperaba tanto de ella, por las numerosas críticas y referencias leídas, que cuando por fin empecé a verla, al principio me pareció decepcionante. Fue realmente a partir del tercer capítulo que me engaché, y nada más concluidos los ocho… volví a empezar desde el principio. Esta inmediata revisión ha sido fundamental. Por ejemplo, las referencias lovecraftianas inicialmente me parecieron más bien concesiones a los fans de este escritor, y a la segunda encontré su necesidad. Del mismo modo, Harrelson me gustó poco en un inicio y a la segunda incluso me enterneció.

      Yo también espero con ansia la segunda temporada, de la que todavía no he querido leer ningún anticipo.

  2. rexval dijo:

    Enhorabuena. Tus comentarios merecen ser publicados en formato libro. Excelentes. Aunque llevo unos años que me dedico más al ensayo, la historia y la filosofia que a la literatura me has hecho recordar mi época «detectivesca», cuando leía a Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Vázquez Montalban y veía películas o serie basadas en sus relatos con música de jazz de fondo. Me gustaba mucho más la «novela negra» que contenía denuncia social que las historias de detectives tipo Agatha Christie o Sherlock Holmes Pienso que se trata de dos opciones políticas diferentes. La novela policiaca «blanca» no se cuestiona el sistema. El «malo» es malo y punto. En la «serie negra» – que los franceses también cultivaron mucho, el crimen es consecuencia de una sociedad corrupta. Bogart era mi héroe.

    • Yo llegué a la literatura negra a través del cine de Hollywood. O sea, primero fue Bogart y después Raymond Chandler, de quien, en particular, venero «El largo adiós». Eso sí, antes que nada, de pequeño me aficioné a Agatha Christie (era la autora más numerosa en la biblioteca de mi abuelo) y al gran Sherlock Holmes, que sigue siendo uno de mis personajes de cabecera. Digo lo mismo con el policiaco que con cualquier género: en la diversidad de enfoques está la riqueza, pero es evidente que la llamada novela-enigma toma la intriga en su forma, digamos, más «deportiva», y la novela negra se decanta por la crítica social. En este último aspecto quizá mis novelistas favoritos sean la pareja sueca Maj Sjowall-Per Wahloo, no sé si los conoces, cuya obra entera (10 libros) acaba de editar RBA en su serie negra. Son escritores de ideología marxista que, sin embargo, no se dejan arrastrar ni mucho menos por el maniqueísmo sectario en sus novelas.

      Un abrazo y, otra vez, gracias por tu amabilidad,

      • rexval dijo:

        No conocía a esos novelistas, pero lo tendré en cuenta, gracias. Sobre Agatha Christie he leído recientemenete que es la autora en inglés más leída del mundo después de Shakespeare. Ahí queda eso. Hablando de este género de películas a destacar «el maestro del suspense» con su estilo particular, Alfred Hitchcock. Tvo una primera etapa británica y una segunda, americana. En general me convence más la británica

  3. elindeseable dijo:

    Escalofrío y Tiempo de Matar

  4. JAVIER A dijo:

    Completísimo análisis y una reflexión muy profunda, se podría decir que «carcosiana» de la serie. Se nota que te apasiona como dices en la entrada de Ligotti.

    La serie desde luego que recrea prodigiosamente esa atmósfera malsana cargada de horror. Rust incluso llega a decir que tiene hasta sabor. Cohle menciona la sinestesia que es una «figura retórica que consiste en la atribución de una sensación a un sentido que no le corresponde». Cada capítulo es una invitación a traspasar la puerta entreabierta de la naturaleza en su estado más primitivo y real. Una vez dentro se descubre la versión más degradada de la condición humana.

    Solo un fallo que a lo mejor no es tal. La insinuación, durante el interrogatorio a Rust, de su posible autoría en los asesinatos cuando se descubre en la investigación su presencia en una de las escenas del crimen. Imposible sospechar de McConaughey.

    Y muy de acuerdo contigo en que es una historia de amistad. Me ha venido a la cabeza «El cazador» y la pareja Michael/Nick.

    No diré más que me pierdo.

    • No tan completo puesto que se me pasó la referencia a Ligotti, jajaja. Aun así, gracias por tus palabras. En efecto, intento traslucir (en general, intento hacerlo siempre) el grado de interés o de apasionamiento que me produce la obra que contemplo, que en este caso fue extremo.

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