En su maravillosa novela Lord Jim, su autor, el gran Joseph Conrad, para remarcar la característica básica de su protagonista —es decir, alguien que aun viéndose embarcado en una aventura en teoría fabulosa, no es sino un joven sencillo y comprensible, como tú y como yo—, utiliza, a modo de leit-motiv que repite varias veces el lúcido y desengañado narrador de la historia, esta expresión: «era uno de los nuestros». Esta frase, tan sencilla como expresiva, es la que puedo aplicar a uno de los personajes del cómic más célebre de todos los tiempos. Pues quienes lo leímos a la edad correspondiente lo tenemos claro: Spiderman es el superhéroe de nuestra vida. Y da igual que hace mucho que no lo leamos, o que la imagen que de él se ha dado en el cine no sea exactamente la que teníamos. Nunca se podrá borrar de nuestra memoria lo que significó para nosotros. Está claro: Spiderman, o quizá más bien su alter ego Peter Parker, era uno de los nuestros. Más bien, éramos nosotros. Nunca antes ni después un superhéroe ha conseguido que los chavales se identificaran de un modo tan rotundo con él, que se sintieran tan cómplices de sus aventuras y desventuras. Una complicidad que se demuestra de muchos modos y no es un ejemplo menor el que, en esta sociedad en la que no hablar idiomas al menos ahora supone un complejo, sigamos llamando a Spider-Man mediante el mucho más familiar Espíderman, así tan esdrújulo, sin importarnos un bledo la informal incorrección. Y así, cuando se empezaron a estrenar las películas, en la versión doblada al español nadie se atrevió a pronunciarlo de otra manera…
Hay muchos momentos para entrar en un género, en una corriente artística o en un personaje. El cómic de superhéroe, en general, es una pasión que nos atrapa de pequeño o rara vez atrapa (por fortuna, hay excepciones, como las hay contra el adagio general de que este tipo de tebeos no los leen las chicas). Y de todos los superhéroes, ninguno se presta mejor a atraparnos en la edad de la inocencia como Spiderman. El niño que cursaba EGB y leía por primera vez al trepamuros, claro, era más pequeño que Peter Parker —por razones de coincidencia cronológica, unos lo descubrieron en el final de la high school, el equivalente norteamericano al instituto de secundaria, y otros, como quien les habla, ya en la universidad— pero su mundo era muy parecido al nuestro: un estudiante con problemas típicos de estudiante. Que eso sí, en vez de desahogar su frustración adolescente en la soledad de su habitación, tenía ocasión de combatir contra los villanos más estrafalarios de Nueva York.
¿Quién no consideraba que también tenía dentro de sí un secreto que el mundo ignoraba, pero que si se supiera, vaya que sí se asombrarían? Por supuesto, ese secreto es sencillamente la convicción que posee cada adolescente de que es diferente a todos cuantos le rodean. Diferente y único e incomprendido. Todos fuimos un superhéroe, y a todos nos perseguía un J. J. Jameson (aunque le dábamos el nombre de padres o profesores), todos teníamos un compañero abusón que nos daba la lata (como Flash Thompson) pero del que, quién sabe, tal vez con el tiempo nos hicimos amigos. Y todos soñábamos con que la chica más guapa de la clase (como Gwen Stacy) se enamorara de nosotros… aunque en este caso el arácnido sí hiciera realidad lo que, en el mundo real, siguió siendo imposible.
El mismo Stan Lee, tan gran publicista de sí mismo, presentó como la baza más original de su personaje su condición de ser el primer protagonista adolescente del género (no cuentan las versiones en dicho arco de edad de personajes emblemáticos, al estilo de Superboy, o los jovenzuelos concebidos como sidekicks —o sea, compañeros juveniles— de héroes consolidados como Batman, al estilo de Robin). Aun más, un adolescente marginado por sus compañeros, como remarca la primera viñeta del cómic donde nació, el nº 15 (VIII/1962) de la colección Amazing Fantasy. Aunque, claro, fue evolucionando a lo largo de la serie, de entrada Peter Parker es el clásico empollón (gafitas de miope mediante) a quien ignoran las bellezas de la clase y a quien desprecian (cuando no maltratan) los compañeros guapos, deportistas y fortachones. Parker, en resumen, es el pringadillo de su escuela, la Midtown High School. Entonces puede que fuera muy original, pero hoy el planteamiento parece bastante de manual: el tipo que sublima su insignificancia cotidiana mediante su secreta condición de héroe poderoso. Ahora bien, en un primer rasgo de ingenio, Lee hizo que, si en su vida corriente Peter es un muchacho tímido y callado, en suma, soso, tan pronto se pone la máscara se convierte en un tipo de incontenible exuberancia verbal que hace gala de un sentido del humor de lo más sardónico, tan abrumador para sus enemigos como sus propios golpes. (Hoy, esa máscara cuyo anonimato permite la liberación sin complejos de los instintos interiores se llama Internet, y sus armas, las redes sociales.)
La fortuna del personaje, el rasgo supremo que garantiza la simpatía definitiva del lector, estriba en que ni siquiera bajo su doble personalidad arácnida es considerado un héroe por los demás, sino un tipo bastante sospechoso, cuando no directamente un villano. (De hecho, y aunque el famoso traje rojo y azul hoy, por su familiaridad, ya resulta inocuo, en su momento debió de resultar bastante siniestro: un traje propio de una historia de terror —todo lo ingenua que se quiera, pero terror—, y de hecho tengo vagos recuerdos de haberlo considerado así al hojear sus primeros números, muy niño aún y años antes del descubrimiento completo del cómic.)
Ello se debió a una brillante idea de Stan Lee. En el número 1 de su serie regular, The Amazing Spiderman —lanzada tras las buenas ventas del cómic donde nació, del cual mantuvo, para así asociarlos, el adjetivo—, Spiderman salva a un astronauta de estrellarse contra la Tierra por un malfuncionamiento de la cápsula con la que realizaba un vuelo orbital de prueba (recuérdese que hablamos de 1962, cuando la carrera espacial está todavía en mantillas). Cuando el arácnido vuelve a tierra, esperando un recibimiento apoteósico, se encuentra con que alguien ha puesto a la opinión pública en su contra: y es nada menos que el padre del astronauta al que ha salvado, J. Jonah Jameson, el editor y director del importante periódico Daily Bugle, desde cuyas páginas y editoriales comienza una campaña de prensa exigiendo el desenmascaramiento público y la detención del encapuchado.
Jameson se convirtió, sin la menor duda, en el más carismático personaje secundario de la serie, al menos en las cuatro décadas que yo conozco de la serie con profundidad. Visualmente, Steve Ditko, su creador gráfico, le dio el aspecto de un iracundo hombre de mediana edad con vagas pero indiscutibles connotaciones entre militares y fascistas: un corte de pelo a cepillo y un bigotito a lo Franco o Hitler. Y si bien sería John Romita padre, el segundo dibujante de la serie, el que sellara su imagen definitiva, nunca conseguiría superar el inimitable semblante oriental que Ditko dotaba a su personaje cuando éste sonreía con vanidosa satisfacción. Stan Lee completó la magnífica premisa haciendo que, tan solo un número después, el joven estudiante, necesitado de dinero, comenzara a trabajar para Jameson, vendiéndole las fotos que él mismo hace de sus peleas como Spiderman… y ello, en sabrosa paradoja, para que el editor pueda utilizarlas para ilustrar sus diatribas contra él mismo. Con el tiempo, incluso, Spiderman llegó a ser puesto directamente fuera de la ley y perseguido por las fuerzas policiales, convirtiéndose así en un héroe proscrito. Christopher Nolan no inventó nada con el final, por otra parte maravilloso, de su obra maestra El caballero oscuro (2010).
Spiderman es, sin duda, la creación marvelita que más se benefició de esa importante innovación que, en el momento de su nacimiento, aportaron los tebeos de Marvel al género superheroico: la continuidad. A diferencia de los héroes de DC, con décadas de historia a sus espaldas que no habían modificado apenas las premisas de partida de sus personajes principales, las vidas de los personajes de la Casa de las Ideas se construían con cada una de sus aventuras, de tal modo que éstas pasaban a constituir jalones de su historia personal que no podían ser ignorados en el futuro, enriqueciéndola a medida que avanzaba la serie. Stan Lee y sus colaboradores hicieron así el primer cómic realista de la historia. En el caso concreto de nuestro personaje, y no descubro nada, The Amazing Spider-Man triunfó por ser una mixtura entre tebeo de superhéroes y cómic romántico (que poco antes vivía una edad de oro), no en vano el dibujante que consolidó la serie, Romita, había pasado largos años en ese género y poseía una especial capacidad para la ambientación al tiempo realista y sublimada de la realidad, comenzando por la increíble belleza de sus rostros (no digamos los femeninos: las chicas de papel más guapas de todos los tiempos no hay duda de que fue él quien las dibujó).
En vez de permanecer en esos eternos 16-17 años de su creación, Peter Parker creció. Se graduó en la high school, entró en la universidad, concluyó sus estudios (con dificultades: ¡le quedó alguna asignatura para septiembre!), los compaginó con su ocupación como fotógrafo de prensa, tuvo que elegir entre la ciencia o el periodismo (entre la vocación y la responsabilidad de tener que ganarse la vida), tuvo novias que dejaron huella en él (la más famosa, Gwen Stacy, murió violentamente a manos de uno de sus enemigos: como para no dejar huella), se casó, se divorció, etcétera. Añado por tanto: Peter Parker creció a medida que nosotros crecíamos, estableciéndose un riquísimo juego de espejos entre el personaje y sus lectores (sobre todo los masculinos, claro, que —para que nos vamos a engañar— son la casi totalidad de ellos). Por ejemplo, en vez de proponer un noviazgo eterno como el caso emblemático de Lois Lane y Superman, también en el aspecto sentimental Peter se comportó como un ser real. Su primer amor, Betty Brant, fue efímero y, con realismo, no superó el paso del instituto a la universidad, o sea, el rito de paso de la adolescencia. Después descubrió que el patito feo sabía cómo mostrar su atractivo ante las mujeres, e incluso se encontró, algo insólito para el chico de high school que había sido, una doble opción: la rubia Gwen Stacy y la pelirroja Mary Jane Watson. La primera, la más sencilla, la más cercana, fue su gran amor de juventud, ése que uno cree eterno. La segunda, el de su edad adulta, la mujer con la que acabaría casándose, aunque para ello la anterior tuviera que morir, componiendo otro de esos ritos de sangre (el más imprescindible) que jalonan la carrera heroica de Spiderman.
Inclusive, el cambio de dibujantes —provocado no por razones «biológicas» sino editoriales: el enfrentamiento de pareceres entre los dos máximos responsables de la serie, Stan Lee y Steve Ditko— pareció que recogía, en el momento oportuno, uno de los cambios naturales en la vida de todo muchacho, el tránsito del instituto a la universidad. Si los trazos nerviosos, con tendencia a la caricatura, de Ditko habían servido perfectamente para expresar la zozobra del universo adolescente (¡y más de este adolescente!), el paso a la madurez pareció exigir, y no otra razón, el lápiz de un artista más sosegado, más clásico. El gran John Romita fue quien realmente creó la iconografía de la serie, la que haría fortuna y sería seguida por la práctica totalidad de los dibujantes que se acercaron al personaje, al menos por espacio de más de dos décadas. La imagen definitiva de Peter Parker y los demás personajes de la colección fue la suya.
Por lo tanto, el secreto de The Amazing Spider-Man, la clave de su éxito imperecedero, es que consiguió que los hechos de la vida privada de su protagonista resultaran tan interesantes (si no más…) como las batallas públicas a que le conducía su doble identidad. En sus mejores tiempos, ambas dimensiones formaron una única e indisoluble realidad, que hizo que las vidas de Peter Parker y Spiderman interfirieran tan continuamente que llegó un momento en que una no podía explicarse sin la otra. No solo es que sus enemigos se empeñen en pelearse en los escenarios donde vive, estudia o trabaja, sino que… muchos de ellos tienen relación directa con el mismo Parker. Su principal enemigo, el Duende Verde, el primero en descubrir su identidad secreta, no es sino el padre de su amigo Harry Osborn; el Hombre Ígneo es el hermano de su compañera de instituto Liz Allen; el Chacal, enemigo de segunda generación del héroe, resultará ser su profesor universitario favorito; el Hombre Lobo, por chocante que suene, es el hijo del mismísimo Jameson; el Doctor Octopus se convierte en huésped de su tía May y con el tiempo ¡incluso está a punto de casarse con ésta!… Stan Lee primero, y sus sucesores al guión después, no dudaron en crear una espesa red de relaciones entre Peter, Spiderman y sus enemigos, que si en la teoría sería por completo inverosímil (hasta tal punto es forzado el azar: ríase usted de Charles Dickens), en el plano dramático creó una riquísima urdimbre de amenazas, que le otorgó a la serie un gozoso a la vez que sombrío dinamismo. El peligro, ciertamente, rodeaba a Peter Parker por todas partes, sin dejarlo descansar.
Hay que añadir que, como es lógico, al tropezarse de continuo con peligros que obligaban a Peter a convertirse en Spiderman, su misma vida privada es puesta continuamente a prueba, sobre todo cuando traba relaciones sentimentales con algunas chicas. Descontando el primer amor de Peter (Betty Brant, secretaria de J. Jonah Jameson, que también comenzó a sufrirlo), será la adorable Gwen Stacy quien, progresivamente, irá sintiendo que Peter, o es el novio más desconsiderado del mundo (abandonándola continuamente con la excusa de ir a sacar fotos de las peleas de Spiderman, con las que se tropiezan de continuo) o tiene algún secreto que no comprende. De hecho, el padre de Gwen, el capitán Stacy, policía retirado y primer secundario importante que murió en la serie —como víctima colateral de una de las batallas del arácnido con el Doctor Octopus—, en el momento de su muerte en brazos de Spidey le cuenta que (como es lógico en alguien tan inteligente) hace mucho que adivinó su doble identidad, y le encomienda a su hija para que la cuide. El drama posterior ya es conocido: Gwen no tardaría ni cuarenta números en acompañar a su padre a la tumba, en lo que en su día fue la muerte más impactante que había conocido el tebeo de superhéroes.
Spiderman es el héroe más antiheroico de todos los tiempos, empezando por el hecho de que ningún supertipo ha sido más sufriente que él. No hay que olvidar el trauma o pecado original que baña su origen: henchido de vanidad ante sus nuevas capacidades, deja escapar a un ladronzuelo que, pocas páginas después, matará a su reverenciado tío Ben, el hombre que lo educó al quedarse huérfano de pequeño. Este luctuoso suceso impregnará toda la vida futura de Spiderman. Primero de una doble responsabilidad: utilizar sus poderes para luchar contra el crimen y cuidar de su anciana tía May, lo cual lo convertirá, todavía estudiante de instituto, en miembro de la clase trabajadora: Spiderman puede haber sido también el primer superhéroe proletario.
Ese doloroso bautismo de fuego es el preludio de una carrera marcada por el dolor físico y emocional. Son innumerables sus victorias pírricas, en las que con frecuencia sale apaleado, cuando no malherido. ¿Perdió alguna vez un supertipo un combate por culpa de una gripe, como le sucede a él en su batalla contra el segundo Buitre? ¿Ha padecido alguno de ellos una úlcera —lógica, con el increíble estrés que siempre arrastró? Incluso puede aspirar al título de superhéroe más desastrado: en una de sus batallas contra el doctor Octopus, éste le quita la máscara, de tal modo que a Spidey no le queda otro remedio que ir a una tienda de disfraces ¡y robar la máscara de uno de sus trajes! Máscara que, claro, es chapucera: no le ajusta bien al cuello y encima no tiene las lentes que disimulan sus ojos, los cuales quedan expuestos a sus rivales.
El momento álgido de la serie, merecedor de un comentario más extenso que alguna vez haré, se corresponde con la muerte de Gwen Stacy. Es el gran hito en la vida del personaje por muchas razones. Primero por su impacto: nunca un personaje tan importante había sido eliminado de modo tan tajante. Segundo porque este episodio, es evidente, cerró la juventud del héroe. La muerte del tío Ben afectó a un chaval, todavía a una edad en que las heridas no son irreversibles; la muerte de Gwen Stacy, a un hombre que desde entonces ya no pudo negar que su poder era una maldición: Gwen murió porque él era Spiderman, ya que el asesino era su enemigo el Duende Verde, el único que conocía su identidad secreta y el único por tanto que sabía cómo dañarlo en lo más hondo.
Era el número 121 (VI/1973) de The Amazing Spider-Man: en el siguiente, el Hombre Araña batía a su enemigo y el destino se encargaba de ejecutarlo. Todavía quedaban muchos buenos números por delante, durante al menos década y media más. Sin embargo, es aquí donde suele cerrarse la etapa dorada del personaje. En cierta medida, es porque pocos números después cesó para siempre la colaboración regular del artista que le había dado su imagen básica, ya fuera como dibujante o como entintador, el gran John Romita. Pero también porque hasta ese momento la serie posee una coherencia y una cohesión que ya no volvería a alcanzar. Por ese entonces, Marvel comenzó a exprimir a su personaje de mayor tirón popular. Poco antes de la mencionada saga, había creado una segunda colección para el arácnido, Marvel Team-up, cuya premisa siempre era la misma: presentar una aventura al alimón de Spiderman con otro personaje marvelita. Esta colección, al menos, dejaba en paz a Peter Parker, pero en 1976 la editorial creó una tercera serie, The Spectacular Spider-Man, que duplicaba las aventuras del personaje en su doble dimensión, favoreciendo una dispersión que no iría sino en aumento (cuando Marvel Team-up dejó su puesto, ya en los años 80, a Web of Spider-Man, otra colección clónica con respecto a las dos antedichas).
Pasa el tiempo y los lectores cambiamos. Ante cualquiera de los otros personajes marvelitas que tanto hemos amado siempre hay la mínima distancia entre la obra de ficción y el lector bien consciente del trabajo que la ha creado. Pero con Spiderman, entonces y ahora, esa distancia se franquea en un segundo. No es que volvamos a convertirnos en el niño que devoró los primeros cómics del trepamuros, reconociéndonos en él: es que no es necesario ningún esfuerzo de situación, por mucho que haga mucho tiempo que dejamos de poder medir nuestra vida con ese chaval que crecía en edad y en conocimiento, en dolor y sufrimiento. Y todo ello se debe a una sencilla razón: entonces y ahora, Spiderman sigue siendo uno de los nuestros.
En mi época aún vivía Franco y coleaba. Los tebeos que leíamos eran «El capitán Trueno», «Jabato», «Roberto Alcázar y Pedrín»… todos ellos facha y alguno con pinta de José Antonio. Algo más tarde apareció «Hazañas bélicas» en las que los americanos siempre ganaban a los japoneses. Es curioso, o no tanto, pero no recuerdo que aparecieran los alemanes-nazis para nada. También estaba los de la seie de Ibáñez, Mortadelo y Filemón, Carpanta, Rompetechos…
Recuerdo también que los tebeos eran caros, pero en los kioskos lols «alquilaban» como hoy se hace en los videoclubs.
Crecí y tuve cierta afición por cómics underground tipo «La Víbora» que, de cuando en cuando, «secuestraban» porque eran crñiticos con el sistema. También me apunté al «Papus» y luego al «Jueves», que llegó a ser secuestrado hace poco por sacar en portada al entonces Prícipe haciendo el amor con Doña Leticia. Siempre secuestran.
Un cómic que me gustaba mucho era el de Arsterix y Tintín, que leía en inglés para practicar.
Es una pena que se haya descuidado el cómic para adultos, ya que se un medio de comunicación y de expresión estética más. Eso sí, son caros. Lo último que compré fue «El Anillo del Nibelungo» de Craig, que está especializado en hacer cómics de teatro, literatural en general y ópera. Es genial este señor y prácticamente im posible encontar en España nada suyo. Lo has de comprar de importación de EEUU y llega cuando llega y como llegue. Menos mal que Planerta de Agostini los publicó en España. Costaban una pasta, pero valía la pena. Lo que me da rabia es que se publicó no por Wagner, sino apuntándose al éxito de «El Señor de los Anillos», que no deja de ser muy bueno, por cierto, aunque, como wagneriano, me quedo con Wagner.
Termino haciendo una referencia al cine, otro medio tan válido como los demás. Plácido Domingo tenía en mente la filmación del Anillo de Wagner en Holliwood con George Lucas, el de «La guerra de las galaxias». Desgraciadamente el `royecto no salió adelante por motivos económicos. Si en 2013, año del bicentenario, no ha salido nada, me temo que es muy probable que no salga nunca. Una pena ya que esta obra, debido a las exigencias de Wagner, se puede representr mejor en cine que en teatro. Basta con pensar en los caballos voladores.
Sobre los superhéroes de Marvel, la verdad es que nunca me he sentido atraído por ellos. Me hacen pensar en el «superhombre» de Nietzsche y sus peligrosas connotaciones connotaciones. Dijo Brecht: «¡Ay de los pueblos que necesitan un héroe que les salve!».
El problema del cómic de superhéroes, como digo en mi comentario, es que (hablo por lo que me dicen otros lectores de tebeos que no lo han frecuentado) es difícil «entrar» en él fuera de su época «natural», porque posee unos códigos narrativos y argumentales que parecen pueriles. Una vez «dentro» sucede como con todo, ya sea el cine mudo, las películas japonesas donde la cámara no se mueve o la ópera: los hay buenos, malo y regulares. Y por supuesto nada tienen que ver con el concepto nietzscheano (no digamos ya el pobre e infeliz Spiderman). El cómic que más se acerca a etso, y que es un genial análisis del concepto de superhéroe es un tebeo poco conocido de Alan Moore, el autor de «V de Vendetta», que se llama «Miracleman».
De los comics que citas soy fan incondicional de Mortadelo y Filemón, personajes con los que crecí tanto con el Hombre Araña y por supuesto Astérix y Tintín, estos dos descubiertos ya a edad mayor. En cambio, he leído poco comic underground. «El Anillo del Nibelungo» de P. Craig Russell es una deuda pendiente que tengo y que pronto saldaré, porque un hermano se compró en su día ese tebeo. Y en cuanto a la adaptación de la obra de Wagner al cine yo también creo que hay poco que hacer: Hollywood dirá que teniendo a Tolkien, más accesible, ¿para qué meterse en complicaciones?
Pues si business is business. El Anillo de Craig es todo un lugo. Podríamos dec ir que plama hasta la música en imágenes. Está muy trabajado Hace años creo que me costó 100 ó 120 E. Me gustó tanto que quise comprar más cosas de este dibujante, pero no hay nada en España. Y de EEUU llega lo que llega y si llega. Pedí «Salomé» de Richar Strauss-Oscar Wilde y después de esperar mucho me dijeron que estaba agotado.
Hay un ilustrador, Rackham, que tiene una colección de 64 dibujos sobre el Anillo y más cosas. Te lo pego y te recomiendo lo bajes si aún no lo tiene. Es maravilloso:
http://www.artpassions.net/rackham/wagner_ring.html
Siempre he creído que es sólo cuestión de tiempo el que las grandes productoras cinematográficas aborden las obras de Wagner tal como ahora lo están haciendo con los superhéroes del cómic (hmmm…con lo que me gusta decir ‘tebeo’…). Imagino que ya lo tendrán todo preparado en sus carpetas y están sólo esperando a que la vaca superheroica no tenga ya leche que dar.
Wagner y su mitología con concepto de drama griego en las cuatro partes de El Anillo da para mucho; quizás para incluso más de lo que La Guerra de la Galaxias ha dado y está dando. Y teniendo en cuenta las innumerables similitudes/coincidencias que ambos cúmulos de obras presentan, parte del trabajo a realizar estará seguramente ya esbozado.
Una vez agotado El Anillo la cosa no está aún terminada; qué va… Nos queda aún la trágica historia de amor de Tristán e Isolda, la comedia de Los Maestros Cantores de Núremberg y las tres óperas románticas, El Holandés Errante, Tannhäuser y Lohengrin. Todas ellas, tras previas adaptaciones y generación digital de impactantes escenarios, harán del sello wagneriano un nuevo incalculable maná
El cine viene haciendo ya desde el periodo mudo hasta nuestros días representaciones y adaptaciones de los libretos de Wagner, además de introducir escenas típicamente wagnerianas (aunque aparentemente al margen) en otras películas que todos conocemos. Su música ha sido utilizada numerosas veces como parte del ‘soundtrack’ de filmes que en un momento dado necesitaban comunicar algo de enormes proporciones… Todo eso es Wagner y tú ya lo has explicado muy bien en las numerosas veces que le has dedicado espacio en este ‘blog’.
Con lo experimentado en las últimas décadas, parece ser que las salas de cine (¿para cuándo lo de supersalas?) van a quedar exclusivamente para proyecciones grandiosas de guiones saturados de sensaciones adrenalínicas coronadas con apabullantes efectos digitales. Del otro cine; o sea, del de siempre, ya se encargarán las televisiones de cada vez más alargadas pulgadas en nuestras salas de estar. ¿Y sabéis qué? Pues que me parece muy bien, ya que no caso bien con las cubetas de palomitas, las golosinas de colorines, las pantallitas iluminadas whatsapeando y las cabezas peludas que se me sientan delante. De las conversaciones durante la proyección no digo nada, ya que a estas las ataco directamente y con saña…
Y no me digas que no, Josemiguel, que cuando Steve Jobs empezó a ser conocido yo hacía ya tiempo que lo veía como un futuro Eldon Tyrell, el de ‘Blade Runner’, y mira ahora…
Es que estoy hecho un visionario…
Fernando
Tus sensaciones con el cine en pantalla, Fernando, son idénticas a la mía y eso ha hecho que vaya poco a las salas en comparación con la media que solía ver por mes hace diez años. Encima, el tamaño de los actuales aparatos permite crear la ilusión de que «casi» no se pierde la magia de la sala oscura original (eso sí, cuando alguna película nos emociona en el cine cine el efecto se multiplica por la cada vez mayor singularidad que supone la experiencia de verlo fuera de casa).
Los argumentos de Wagner han sido tan retomados, homenajeados, plagiados, etc (táchese lo que menos guste) que casi cualquier saga de aventura heroica y más o menos fantástico del cine le debe algo. La moda actual de Tolkien y demás fantasías heroicas, por no hablar del género superheroico, hace que sin embargo yo vea aún más lejos que algún productor se decida a adaptar sin rodeos las obras del alemán. Es ironía, además, pero es que incluso estas se pueden ver ya en cine: he ahí las retransmisiones de ópera que se pasan por las pantallas de las grandes salas…
Por cierto que a esto se le llama dar un salto. Estos comentarios van a aparecer bajo el artículo de Spiderman… que ha sido aquí su gran ausente jaja. Y a mí también me gusta más «tebeo» pero la contaminación creo que ya ha podido conmigo y uso más la palabra «cómic»…..
¡Conozco esa página, Regí, y de hecho he utilizado alguna de sus ilustraciones en las distintas entregas de la serie sobre los Nibelungos! Arthur Rackham es espléndido: yo lo conocí antes que nada por su trabajo con «Peter Pan en los Jardines de Kensington».
Sí. Parece que he contaminado un poco tu artículo sobre Spiderman…
Iba a soltar cuatro palabras sobre un hipotético futuro relevo a los superhéroes y parece ser que al plasmar el nombre de Wagner ello ha obrado su magia canibalizando lo que hubiera querido decir.
Y egocéntrico como él era, se ha adueñado de mi teclado y ha hecho lo que tenía que hacer; no permitir que artes menores como el cine o los ‘comics’ nublaran su cetro…
Comparto contigo lo de que una película en la oscuridad de un cine con pantalla de pared a pared es una sensación que nunca vas a tener en tu sala de estar. Y es por eso que ir al cine lo sigo haciendo, si bien comedidamente, pues es necesaria una sutil estrategia para evitar lo que antes mencionaba. Los fines de semana me lo he prohibido y las sesiones de entre 7 y 9 de la noche de los demás días también, ya que pueden resultar desdichadas. Restan, pues, las tardes y las noche-noche y es ahí donde me atrevo.
Tanto el decimonónico Rackham como el sesentero Craig Russell figuran varias veces en mi colección de libros de ilustradores.
A Craig le perdí el apetito hace ya décadas debido a su uso del color y a la repetición de sus grecas; para Rackham solo loas, entonces, ahora y siempre. Su genio en sus ilustraciones crece con el pasar del tiempo y la ensoñación que ya me provocaba de niño a ido a más.
Y como el principal tema de este artículo sigue siendo Spiderman, déjame que te diga que entre mis miles de ‘comics’ puedo contar con los dedos de una mano los que tienen a algún superhéroe como protagonista. Y es que habiéndome interesado en particular mucho por los dibujos y poco o nada por las historias (con excepciones, claro) el arte de los supermanes, spidermanes y demás manes nunca me pareció que tuviera suficiente calidad artística.
Pero sí tengo algún volumen de Alex Ross, portadista de superhéroes quien de haber sido él el dibujante de aquellos manes en mis años niños, seguro que me hubiera convertido a fan absoluto de esos hombres yanquis que vuelan.
Bien, Fernando, hasta compartimos la predilección por los mismos horarios, para evitar a las masas «movilizadas». Yo además hace tiempo que solo voy, en Málaga, a las sesiones en vose, por la ya comentada alergia que he acabado desarrollando por el doblaje coetáneo.
¡Lástima que en tu amor por el tebeo no incluyas los superhéroes! Cierto que la zambullida exige aceptar un conjunto de premisas que empiezan siendo infantiles (los primeros y mitificados comics de Marvel, los que crearon el llamado Universo Marvel, solo pueden leerse con la complicidad del recuerdo de lecturas infantiles), pero que luego van cobrando una notable madurez.
Yo de P. Craig Russell venero un inolvidable número de «Sandman» (un tebeo de superhéroes «distinto») llamado «Ramadán», que fue prácticamente el que me lo descubrió.
Es que soy nuevo en tu blog y aún no lo he visto todo, que tienes un montó. Veo que a Fernando le va la marcha wagneriana. Adjuntaré un enlace sobre «Melancholia» la peli de Lars von Trier con música de tristan sobre el fin del mundo. Me encanta esta director danés. Sobre P. Craig Russell , es un artesano de primera. En el primer volumen del Anillo, El oro del rin, se explica su técnica. Recurre a actores que hacen la postura que el quiere para servir de modelo a sus dibujos. Esperemos que el cine se dedique a Wagner. Como parte de la banda sonora hay un montón de películas. Incluso se han hecho pelis sobre El holandés errantes y Tristan e Isolda, pero no las óperas, sino ls leyendas en que se basa Wagner.
Saludos.
Esta es sobre Melancholia, en castellano:
https://rexvalrexblog.wordpress.com/2014/07/26/melancholia-el-fin-del-mundo-segun-lars-von-trier/
Este sobre Wagner en general, en catalán (hay traductor):
https://rexvalrexblog.wordpress.com/2014/12/07/wagner-en-el-cinema-musica-hipnotica-alca-els-ulls-hannah/
Mis excusas a Rexval por lo tardío en hacerle llegar mi agradecimiento por los enlaces proporcionados sobre Wagner y la ‘’Melancolía’ de Von Trier en su excelente ‘blog’, pero he estado desconectado de internet varios días y es ahora cuando lo he visto.
Mi primera impresión sobre el ‘blog’ en general es buenísima, con lo que pienso, sin duda, adentrarme más en el, ya que promete lecturas muy interesantes.
Lástima que la primera etiqueta lleve ya el título de ‘anticatalanismo’…
Mis excusas a Rexval por lo tardío en hacerle llegar mi agradecimiento por los enlaces proporcionados sobre Wagner y la ‘’Melancolía’ de Von Trier en su excelente ‘blog’, pero he estado desconectado de internet varios días y es ahora cuando lo he visto.
Mi primera impresión sobre el ‘blog’ en general es buenísima, con lo que pienso, sin duda, adentrarme más en el, ya que promete lecturas muy interesantes.
Lástima que la primera etiqueta lleve ya el título de ‘anticatalanismo’…
Mi gran respeto por tus opiniones, JoseMiguel, me encamina a replantearme el arte de Craig Russell. Voy a ver si echo un buen vistazo a ese Ramadán que comentas (alguna novela gráfica de Sandman sí que tengo).
Fernando
Estupendo «Sandman», Fernando, aunque yo tardé un tiempo en entrar (mi distorsión «superheroica», supongo jaja). Precisamente fue ese número el que hizo que le diera una segunda oportunidad a la colección.
Me encantó tu entrada. Muy completo y muy acertados tus comentarios, desconocía muchos detalles de la vida del Hombre Araña. Cuando llegaban noticias desde España sobre el héroe arácnido, sí que me chocaba un poco lo de «espíderman» ya que por estos lares sudamericanos sí que lo conocíamos a la manera norteamericana.
Personalmente nunca tuve un ejemplar en la mano del amigable vecino, pero sí llenaban mis tardes escolares sus aventuras por la tele, así que se me hizo raro eso de que las chicas no disfrutamos de este tipo de historietas, es cierto que algunas preferían mucho más a Candy-Candy que a Spiderman.
En fin, tienes mucha razón sobre aquello de la máscara, Lee encarnó en el Hombre Araña y su alter ego Peter Parker lo que alguna vez Oscar Wilde dijo: «Dale una máscara al hombre y te dirá la verdad», revelando el fulgor de su verdadera personalidad. Una personalidad muy humana y, que como bien dices, nos resulta familiar, por tal hace que Spiderman sea «uno de los nuestros».
Saludos.
Spiderman (o el Hombre Araña, yo en particular habría preferido que se tradujera en España) es un personaje ideal para acompañar la adolescencia, incluso la juventud (yo, por edad, lo tuve como referencia en mi época de secundaria). Y en efecto, recoge de modo apasionante el tema de la máscara, ideal para todo tipo de reflexiones sobre la verdadera personalidad del ser humano.
Muchas gracias por tu comentario y bienvenida al blog!
¡Gracias a ti!!