Vernon Lee, la voz maléfica

Edición Valdemar de los relatos de Vernon LeeLa editorial Valdemar acaba de sacar al mercado la que es, hasta ahora, la más extensa selección de cuentos fantásticos de una autora, por desgracia, poco conocida en nuestro país, Vernon Lee. Se trata de El príncipe Alberico y la Dama Serpiente, cuyo subtítulo 13 historias fantásticas y macabras ya es suficientemente explicativo. Los editores señalan que recoge «prácticamente todos» sus cuentos fantásticos: el adverbio parece puesto para indicar alguna salvedad, pero, en cualquier caso, 13 es una cifra estupenda (y significativa) para hacerse una buena idea del talento de esta escritora, cuyo escaso renombre, al contrario que el de otros, no esconde ninguna sobreestimada reputación. Asomarse a sus páginas es descubrir que los elogios que sobre ella vertieron nombres tan dispares como los de Henry James, Aldous Huxley o Italo Calvino no fueron exagerados. En un ambiente como el de la literatura fantástica, en el que, a medida que uno se sumerge, se descubre que hay muchos autores sobredimensionados o carentes de personalidad (aunque, muchas veces, no de renombre), el nombre de Vernon Lee resplandece por dos cualidades eminentes: una indiscutible mirada personal sobre los temas clásicos del terror y un estilo literario que remarca el valor de esa mirada.

Vernon Lee es el nombre, ambiguo sexualmente, con el que eligió publicar la escritora británica Violet Paget. Una británica que, curiosamente, nació en una localidad francesa, Boulougne-sur-Mer, en 1856, y que vivió fundamentalmente en Italia, en concreto en la vecindad de Florencia, desde 1889 hasta la muerte, si bien murió en el pueblecito lombardo de San Gervasio Bresciano, en 1935.

Retrato de Vernon Lee por John Singer SargentLos datos sumarios que pueden encontrarse sobre la biografía de la escritora, nos señalan que nació en el seno de una familia acomodada. Fue hermanastra del poeta victoriano Eugene Lee-Hamilton, de cuyo apellido extrajo su seudónimo. Militante del movimiento feminista y activista política, su vida privada fue indudablemente llamativa para la época: lucía cabellos a lo garçon y no escondió su homosexualidad, manteniendo largas relaciones con otras mujeres notables como ella. Apasionada por el arte, en especial por el Renacimiento italiano, por la música y por la estética, escribió múltiples ensayos y libros sobre estos temas, así como crónicas de viaje de notable repercusión. Sin embargo, su reputación, grande o pequeña, hoy día se debe a lo que en su momento fue tan sólo una parte complementaria de su obra literaria, es decir, el (breve) conjunto de relatos fantásticos que fue publicando a lo largo de su vida, y que reunió en varias antologías.

En concreto, son cuatro, que reseño abajo en nota (1), para no aburrir con datos sobre libros que, tal como fueron concebidos, no tienen edición española. En cualquier caso, sus fechas de publicación tampoco permiten establecer una cronología exacta de sus cuentos, pues alguno apareció antes en otra publicación, o fue escrito pero no publicado muchos años atrás. Por ejemplo, la última antología, For Maurice, de 1927, incluye relatos de varias décadas atrás. Puestos a ello, me hubiera gustado que esta edición de Valdemar hubiera aportado la fecha exacta de redacción y/o publicación de los cuentos incluidos, pero se limita a indicar a cuál de las cuatro antologías pertenece cada uno, y ni siquiera los ordena cronológicamente. Yo incluyo las fechas, encontradas en Internet, pero no garantizo que no haya alguna inexactitud.

Los intereses artísticos de Vernon Lee se reflejan de modo indiscutible en su obra. En sus estudios sobre estética valoró especialmente el concepto de empatía, que tomó de la filosofía alemana, a la hora de abordar una obra artística. Desde luego, uno de los temas fundamentales de sus relatos es la fascinación que en sus infortunados protagonistas provoca el contacto con una extraña pieza musical o una sugestiva pintura, que ni siquiera es necesario que sean bellas: basta con el efecto que producen sobre sus ánimos para tomar posesión de ellos e iniciar el encantamiento que acabará conmocionando sus existencias.

Los principales cuentos de Lee fueron escritos en el periodo clave del cambio de siglo, y el aroma decadentista que impregna esta época es muy notable en su obra, no en vano uno de sus maestros reconocidos fue Walter Pater. No es extraño que sus relatos abunden en deleitables enumeraciones artísticas, en descripciones de estatuas, cuadros, o casas, demorándose en la descripción de sus rasgos, de sus colores, de sus rincones. El efecto es intensamente bello. Pero bello en el sentido que mejor conviene a un relato fantástico: una belleza malsana, asociada a la muerte. A la muerte y a la indolencia: en muchos casos, sus protagonistas parecen sumergidos en una indolencia deletérea que permite ver, de lejos, la llegada de un peligro mortal que, sin embargo, se verán incapaces de conjurar.

En especial, Vernon Lee, profundamente atraída por los ambientes musicales del siglo XVIII —a los que dedicó un libro que impuso su nombre en los círculos académicos con tan sólo 24 años—, dedica una especial atención a un aspecto poco trabajado por la literatura fantástica (con la notable excepción, claro, de E. T. A. Hoffmann, que fue compositor y músico profesional). Me refiero a la música, y en especial a la música cantada. En uno de sus relatos, La voz maligna, el protagonista se ve perseguido por la voz fantasmal de un castrato cuya memoria ha insultado; en otro, Las aventuras de Winthrop, otro cantante del pasado atormenta el ánimo del personaje central.

Otro tema central de sus relatos fantásticos es la indeleble fusión entre el paganismo y el cristianismo. Vernon Lee sintió especial deleite por transformar o reelaborar leyendas cristianas bajo el prisma de los viejos mitos paganos, viniendo, por tanto, a defender la comunión básica entre todas las religiones que se han desarrollado en un mismo suelo, en este caso, la vieja Europa y en especial, claro, Italia. Así, en La dama y la muerte funde la historia de San Jorge y el dragón con la de Alcestis, una de las diversas visitantes de los infiernos que recorren la mitología helénica. La figura siempre tentadora de Venus también recorre varios de los relatos, desde el de Dionea, con su ambigua y enigmática hechicera protagonista, al de San Eudemón y el naranjo, en el que Lee, además, se permite reelaborar nada menos que La Venus de Ille, de Theophile Gautier, otra de las evidentes referencias de la autora.

Edición de Vernon Lee por MontesinosHaré un recorrido sucinto por los 13 cuentos de la antología. El primero, La virgen de los Siete Puñales, de 1889, es un formidable relato ambientado en la Granada de finales del XVII, que supone una versión siniestra del mito de don Juan bajo la forma de una decadente leyenda mora, digna del Jan Potocki del Manuscrito encontrado en Zaragoza. El hosco galán que protagoniza la historia busca dar cima a su galería de notables amantes femeninas nada menos que con la hija de un soberano cordobés muerto centenares de años atrás y a la que accede, en su estancia fantasmal de la Alhambra, gracias a las artes nigrománticas de un falso converso. Eso sí, al contrario que otros relatos que comentaré enseguida, aquí el encuentro entre distintas culturas religiosas se salda con un antagonismo mortal (tal vez, detalle burlón de la autora, por ser dos religiones intolerantemente monoteístas, y por tanto incompatibles).

Dionea (1890) cuenta la historia de una misteriosa joven rescatada siendo niña de un naufragio en las playas de un humilde pueblecito adriático, a la cual siempre envolverá el halo de su incierto origen y la posibilidad de que sea una hechicera, sugiriéndose incluso que pueda ser el avatar de alguna deidad del pasado. El acierto del cuento es muy típico del género fantástico: el hecho de que la asombrosa ficción esté narrada bajo la mirada interpuesta de un escéptico (un médico, en este caso), ya maduro y venerable, cuyas convicciones sin embargo serán puestas a prueba por las circunstancias de la vida de la joven Dionea.

El príncipe Alberico y la Dama Serpiente (1896) toma la forma de un cuento de hadas de atmósfera siniestra y decadente, en su historia del joven heredero de un principado italiano maltratado por su abuelo, el titular del ducado, y su relación con un hada madrina que resulta ser la dama indicada en el título, variante evidente de la medieval Melusina, genio familiar de la poderosa familia de los Lusignan, algunos de cuyos miembros fueron reyes de Jerusalén y Chipre. Dotado de una sensualidad incluso más refulgente de lo habitual en Vernon Lee, abiertamente erótico, la introspectiva melancolía que emana de su joven protagonista resulta imborrable.

La muñeca (1899), uno de los relatos más breves del volumen, es quizá también el más insustancial. La trama versa, una vez más, sobre la misteriosa atracción que un objeto del pasado provoca en su protagonista, en este caso una muñeca de tamaño natural que reproduce a una desdichada aristócrata muerta en plena juventud cien años atrás. Es un relato puramente atmosférico, en el que no hay acción o desarrollo argumental que pueda señalarse, pero que por ello desnuda con cierta crueldad la facilidad con que el tipo de cuento, y el mismo estilo, de la autora, pueden venirse abajo de no medirse especialmente sus elementos. Dicho de otro modo: Vernon Lee o produce maravillas o resulta banal. Por fortuna, casi siempre es lo primero.

Fotografía de Vernon Lee en su madurezAmour Dure (1890), ya lo he señalado, es tal vez el mejor cuento de su autora y, desde luego, el que permite, de modo emblemático, captar la esencia de su narrativa fantástica. Su protagonista, un joven profesor polaco de historia, acude a un perdido pueblecito situado en plenos Apeninos para realizar una investigación en sus archivos, y allí se deja atrapar por la fascinación de una peligrosa bella donna renacentista, no tanto una Lucrecia Borgia como una auténtica Gorgona que dejó sembrada su vida de los cadáveres de los infortunados que se enamoraron de ella. El sentido de eso que Vernon Lee llamaba el genius loci, la identificación absoluta con el espacio visitado, va componiendo una inolvidable atmósfera entre macabra y evanescente, en la que es fundamental el acierto de dibujar a su protagonista, el joven Spiridion Trepka como un hombre que viaja no a la pobre Italia del presente, sino a la fastuosa del pasado, y que además relata su historia bajo la forma siempre inmediata del diario. En especial, resulta estremecedora la progresiva caída de Trepka en el hechizo que le tiende la bella embaucadora y que lo sumerge en un tiempo y un espacio en el que solo puede haber lugar para la muerte…

Ya he indicado líneas arriba el asunto de La voz maligna (maléfica en otras traducciones, palabra que me gusta más, cosas de la fascinación que siento por la bruja de La bella durmiente, versión Walt Disney), de 1890. Parece ser que Vernon Lee lo escribió para corregir el previo La aventura de Winthrop, que trata un tema similar y que no la dejó contenta (y aunque es verdad que La voz es mejor, La aventura también es bueno). Una vez más, la clave del relato está en el tono que transmite la prosa en primera persona de un hombre al que se reconoce devorado por su sensualidad artística, lo cual lo convierte en la víctima idónea de la fascinación por el pasado. Su ambientación veneciana (tanto en la ciudad como en la Terra Ferma) denota la pasión que sintió la escritora por las tierras italianas.

Me salto el orden del libro para incluir, ahora, el mencionado La aventura de Winthrop (datado en 1881). El joven caballero del título, un pintor con más de dilettante que de artista comprometido con la construcción de una obra, como he señalado, se obsesiona con un cantante también de finales del XVIII, pero inicialmente no por medio de su voz sino por un retrato, en el que figuran escritas las primeras palabras de una composición. El cuento se sigue en todo momento con intensidad, pero tal vez se comprende el descontento de Vernon Lee por cuanto su mayor defecto es el desequilibrio. Por un lado, la oscilación entre lo pictórico y lo musical a la hora de marcar el tono de la sugestión. Por otro, el discutible desarrollo del cuento, que al final lo que acaba proponiendo es el clásico tema de la estancia nocturna en una casa encantada.

La leyenda de Madame Krasinska (1892) es el peor cuento de la antología. Y lo es porque, aunque contiene buena parte de los temas de Lee, empezando por el progresivo rendimiento de su protagonista a una posesión del pasado, el inesperado objetivo que acaba revelando el cuento es una muy molesta intención moral. La Madame Krasinska del título es una joven viuda rica y adinerada, bella y muy indolente, favorita de la sociedad florentina, que acabará «pagando» la inconsciente vacuidad de su vida, si bien todavía la autora le otorgará la oportunidad de la expiación moral, nada menos que pasando el resto de su vida en un convento (no desvelo el final de nada, puesto que ese es el punto de partida del cuento). Una completa banalidad, indigna de la complejidad habitual de Vernon Lee.

Los siguientes cuatro cuentos pertenecen a una misma variante. No cuentan aventuras o peripecias personales, sino que relatan fábulas o leyendas en las cuales Vernon Lee funde paganismo y cristianismo, en una audaz (y cultísima) identificación de motivos que establece con claridad la vinculación de la autora con el decadentismo finisecular.

Marsias en Flandes (1900) es el menos logrado de los cuatro. Ambientado en un pequeño pueblecito de la costa de Flandes, gira en torno al hallazgo, tras un naufragio, de un crucificado que, instalado en la iglesia local, no tarda en provocar una serie de episodios maléficos. Por supuesto, la clave del relato ya la advierte el título.

Los siguientes tres cuentos figuran en el mismo volumen, publicado en 1902, y denotan una comunión temática: son variaciones del mismo tema. La dama y la muerte, abiertamente sugerido por el famoso grabado de Durero El caballero, la muerte y la doncella, en su forma de enhebrar a San Jorge con la mitología infernal griega, resulta encantador, y su ambientación en un pequeño rincón del sur de Alemania impulsa a evocarlo mediante el recuerdo de emblemáticas imágenes del cine fantástico expresionista del país, y en concreto de títulos como Las tres luces (1921, Fritz Lang). San Eudemón y el naranjo, ambientado en las ruinas de la Roma pagana en un inconcreto momento de tránsito entre la Antigüedad y el Medievo, transforma el horror sagrado del magnífico La Venus de Ille —el punto de partida es el mismo: un eremita que ha reunido a su alrededor una comunidad de pobre, ante la envidia de otros aspirantes a santos que viven junto a él, encuentra la estatua de una Venus mientras planta vides—, en un cuento de una gentileza insuperable. Finalmente, El papa Jacinto narra un desafío entre Dios y el Diablo cuyo infortunado peón es un hombre que reúne todos los dones (belleza, inteligencia, bondad, ascetismo) y que, cual nuevo Job, es manipulado hasta convertirse en papa y decidir la justa entre los dos poderes que rigen el mundo. Una pequeña obra maestra.

Galería de espectros, edición de ValdemarEl libro se cierra con un relato al que le tengo una considerable simpatía, por ser el primero que leí de su autora, en una pequeña antología, Galería de espectros, de los primeros tiempos de la misma editorial Valdemar, cuyo propósito era demostrar la importancia, no siempre reconocida, de las autoras femeninas en el devenir de la literatura fantástica. Se trata de Oke de Okehurst o Un fantasma enamorado (1886). Por desgracia, el cariño no me ha impedido reconocer, en su relectura (es la misma traducción, por Agustín Temes, de aquel librito), que es considerablemente flojo e incluso ni parece de Vernon Lee. Su trama: un pintor asiste, en su apartada mansión rural, al drama de un matrimonio mal avenido marcado por la sombra de un sangriento suceso familiar del pasado. Es verdad que la recensión lo emparenta con otros cuentos ya tratados, pero es un mero parecido superficial. Ni el estilo ni la estructura ni el desarrollo argumental son los propios de Lee, y el estilo tampoco. Como mucho, parece una imitación, mala, por parte de un admirador de Henry James, pero ni consigue ser tan ambiguamente elusivo como éste ni crea nada que pueda llamarse atmósfera. Aunque en el mundo anglosajón parece ser uno de los cuentos más conocidos y apreciados de la autora, resulta un mal colofón para esta magnífica antología.

En cuanto a la traducción, firmada por Marta Lila Murillo (a quien pertenece la traducción de ocho de los últimos nueve libros aparecidos en la Colección Gótica de Valdemar, o de casi ocho pues en uno de ellos solo traduce una parte), es muy fluida, si bien adolece de un defecto capital de la última generación de traductores: su descuido a la hora de traducir topónimos (o nombres propios que exigen traducción al español, por ejemplo los latinos). Así, se olvida que Mainz es nuestra Maguncia, que Ravenna es Rávena, o se deja, tal cual, el término inglés Leghorn, que es el Livorno italiano. ¿Prisas, desidia o falta de un supervisor? En fin, al menos no se incurre en los dos grandes vicios que está provocando, también, ser traductor madrileño (los horribles laísmos) o catalán (el uso incorrecto del verbo en plural dentro de las oraciones impersonales).

(1) Las cuatro antologías, con los cuentos que las componen son:

Hauntings: Fantastic Stories (1890). Integrada por Oke de Okehurst (1886), Amour Dure, La voz maligna y Dionea.

Vanitas: Polite Stories (1892). Integrada por La leyenda de Madame Krasinska, Lady Tal y A Wordly Woman

Pope Jacynth and Other Fantastic Tales (1904). Integrada por El príncipe Alberico y la Dama Serpiente (1896), San Eudemón y el naranjo, El papa Jacinto, La dama y la muerte, El arca nupcial (publicado en la antología La virgen de los Siete Puñales, Montesinos, 1992) y The Featureless Wisdom

Four Maurice: Five Unlikely Tales (1927). Integrada por La virgen de los Siete Puñales (1889), La muñeca (1899), Marsias en Flandes (1900), La aventura de Winthrop (1881) y Tanhûser and the Gods (1913)

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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Una respuesta a Vernon Lee, la voz maléfica

  1. benariasg dijo:

    Muy interesante el artículo, dan ganas de leerla, por ahora sólo conozco «Amour Dure», en la antología de Calvino.

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