Descubrimiento de Valeri Briúsov

La poco lucida portada de El ángel de fuego, en HéptadaLa semana pasada, en Madrid, descubrí una magnífica librería especializada en literatura de género, con especial vocación por la fantástica. Se llama Opar, y su primera particularidad es que no se encuentra en un local a pie de calle sino en el segundo piso de un inmueble situado en Goya, en un par de habitaciones cubiertas por apretadas estanterías cargadas de libros. Entre ellos, gran parte de los fondos de la editorial Valdemar, pero también múltiples libros descatalogados, verdaderas rarezas, joyas hoy día. Para el amante de esta literatura, resulta un tesoro, pero además su dueño, Alfredo Lara, persona de larga trayectoria en publicaciones del género y actual editor de la línea que Valdemar está dedicando a la literatura del Far West, ofrece una acogida verdaderamente cálida a quien se asoma por su puerta, derramando con gran generosidad su enciclopédico conocimiento sobre la literatura de aventuras, de terror, de ciencia-ficción, de intriga, de historia, etcétera. Entre las recomendaciones que me hizo, me llamó la atención una novela, El ángel de fuego, sobre la que me habló maravillas, obra de un escritor ruso, Valeri Briúsov, cuyo nombre enseguida me resultó familiar. En efecto, un mes atrás, y dentro de un bonito libro de Alba titulado Pioneros de la ciencia-ficción rusa, había tenido ocasión de leer un par de relatos suyos espléndidos. Me zambullí enseguida en las páginas del libro —publicado en 1991 por una editorial, Héptada, de la que no tenía la menor referencia— y en un par de días he devorado sus 400 páginas, completamente fascinado.

La información que he podido encontrar sobre el autor (extraída de las introducciones de los libros mencionados y de la indispensable Red) sitúan a Valeri Briúsov (1873-1924) como uno de los miembros centrales del movimiento simbolista ruso que se desarrolla, como en el resto de Europa, a caballo de los siglos XIX y XX. Briúsov fue poeta, políglota, traductor, novelista… En todas las facetas de su vida, señalan las fuentes, se dejó arrastrar por un fuerte sentido misticista de la existencia, que primero creyó encontrarlo en la estética y la poesía, y más tarde en la revolución. Al contrario que muchos otros compañeros de generación, Briúsov apoyó incondicionalmente el golpe de estado bolchevique e incluso llegó a ostentar un puesto importante en el ministerio de cultura bajo el comisariado de Lunacharski. Murió, sin embargo, con sólo 51 años, antes por tanto de que la utopía degenerara definitivamente hacia el estalinismo.

No sé por qué, en diversas reseñas (por lo común, las más superficiales, que denotan que el autor no se ha leído la obra), El ángel de fuego aparece clasificada como «novela histórica». Ciertamente, transcurre en el siglo XVI, en la Alemania ya desgarrada por las Guerras de Religión, y de hecho su protagonista es un soldado de fortuna que ha llegado a participar en el Saco de Roma de 1527. El dibujo que hace Briúsov de la época posee una convicción extraordinaria, tanto en la descripción material como, sobre todo, en la reproducción de un ambiente cultural, social y religioso de un verismo extremo, caracterizado por la convulsión y el fanatismo, tanto en un bando, el católico (a la postre el más terrible por cuanto es el que decide el destino de los protagonistas), como en el otro, el luterano, que actúa más como un rumor de fondo, pues el personaje central se mueve por terreno todavía bajo control, aun ya discutido, de la Santa Iglesia Católica.

Sin embargo, lo que vuelve inolvidable El ángel de fuego no es su contenido histórico, con ser valioso, sino su inclasificable y heterodoxa mixtura de ocultismo, misticismo religioso, terror gótico, aventura siniestra muy en la línea del Romanticismo alemán de inicios del XIX y, fundamentalmente, amour fou en un grado de sadomasoquismo que resulta estremecedor.

La novela, publicada en 1908, adopta la forma de un manuscrito editado por el propio Briúsov, que dedica el «prefacio» de la obra a analizar la figura del desconocido autor. Por tanto, el cuerpo de la obra es una narración en primera persona que efectúa ese soldado de fortuna alemán, que se identificará únicamente como Ruprecht, que ha pasado los últimos años en América, nada menos que junto a Hernán Cortés, y que en el año 1534 regresa a su patria tras muchos años de ausencia para volver a ver a sus padres. Lo que le sucede en el camino hará imposible ese reencuentro.

Curiosa imagen de Valeri BriusovY es que en el capítulo primero de su crónica ya aparece la persona que trastocará por completo su existencia y que constituye uno de los más memorables personajes literarios femeninos que he conocido en mucho tiempo. En una posada poco acogedora situada en medio de un bosque renano —ya he señalado que resulta imposible no sentirse embargado por la atmósfera de Tieck o De la Motte Fouqué—, Ruprecht escucha, en mitad de la noche, un ruido extraño y unos gemidos de mujer procedentes de la habitación de al lado. Su ocupante es una mujer, Renata, que, nada más verlo, lo llama por su propio nombre y le pide protección de los terribles demonios que la acosan. Y en efecto, ante su estupor, Ruprecht asiste a un acto de alucinada posesión de la mujer, que retuerce su cuerpo convulsivamente y se golpea el cuerpo contra las paredes. Acto seguido, tras marcharse el demonio que la ha tomado, Renata le cuenta la historia increíble de su amor por un ángel de Dios, Madiel, que acabó adoptando un avatar humano, el del conde Heinrich von Ottergeim, con el que poder consumar la pasión avasalladora nacida entre ambos, de cómo éste acabó huyendo de ella, horrorizado del sacrilegio cometido, y de la desconsolada búsqueda a que desde entonces se ha consagrado, al tiempo que cada noche se ve acosada por fuerzas malignas que tratan de pervertirla ya por completo.

El resto de la novela detalla la desgarrada relación entre Renata y Ruprecht, marcada por la continua oscilación entre el amor y el odio, entre la paz y la pugna, entre la luz y la oscuridad, entre el amor espiritual y el más desatado amor carnal.

A lo largo de la historia, en todo momento es Renata quien dicta el curso de la relación entre ambos, convirtiendo a Ruprecht en un auténtico pelele en sus manos, arrastrándolo al barro de la más descarnada degradación como encarnación en grado sumo del mito de la mujer fatal. El valiente mercenario, cuyos ojos han conocido toda clase de brutalidades a uno y otro lado del mar, sin embargo queda desarmado desde el primer momento ante esa mujer que él mismo reconoce que no tiene especiales atractivos físicos —la descripción inicial de Renata es fundamental, pues señala que su atractivo emana, ante todo, de su poderosa voluntad: en este sentido, no andan descaminados los inquisidores que, en el final de la obra, la juzgan por bruja. Ruprecht acepta verse reducido, sin discusión alguna, a la condición de mero sirviente que guía y protege a la mujer a cambio de nada más que permitirle, según su humor, dormir en el mismo lecho que ella, sabiéndose protegida del furioso deseo del soldado, reducido a una lastimosa castidad que, sin duda, multiplica su abyecta sumisión, que alcanza su cima en los momentos en que Renata fuerza aún más el lazo que posee sobre Ruprecht, obligándolo a retar a duelo al hombre al que ama, el conde Heinrich, y después a jurarle que no sólo no lo matará sino que incluso, si es preciso, se dejará matar por su acero.

Lucifer, grabado extraído de El Paraíso PerdidoLa sensualidad que emana de la obra crea inolvidables imágenes de un erotismo perverso y turbador, magistralmente expresado por un relato que al mismo tiempo que intenta mantenerse dentro de un pudor mínimo (no olvidemos que quien cuenta la historia es un hombre del siglo XVI) no puede evitar expresar su deseo y su sufrimiento del modo más gráfico. Si hablaba líneas arriba de sadomasoquismo, no era por adornar mi prosa: es que la violencia, en su sentido físico, es tan importante en la relación entre ambos como la emocional. El cuerpo de Renata parece pedir continuamente ser golpeado, y de hecho, si se prefieren las siempre más triviales explicaciones psicológicas, las posesiones demoniacas que sufre a lo largo de la trama supongo que podrían ser perfectamente descritas como impulsos histéricos de una joven desquiciada por una exacerbada sexualidad que se ve contrariada por el marco de represión (religiosa y social) que la rodea. Hay que añadir que la novela, según las referencias, posee una fuerte carga autobiográfica. Si Briúsov se identifica con Ruprecht, el conde Heinrich sería su amigo el crítico Andrei Bely, y Renata la mujer que ambos compartieron, la también escritora Nina Petrovskaia, cuyo desequilibrio psicológico parece que traduce el personaje escrito.

La intensidad psicológica de la novela levanta una atmósfera de una densidad inexpresable, que en todo momento se puede cortar con un cuchillo, y que se rige, ante todo, por dos principios: la contradicción y el desquiciamiento. Pocas veces, como aquí, se ha conseguido describir con palabras —y que esas palabras, en la imaginación del lector, se transmuten en perturbadoras imágenes— una pulsión sexual que deja exhausto a quienes la sufren, que los obliga, inevitablemente, a ir continuamente de la oscuridad a la luz, en busca de un efímero reposo. Así, Ruprecht intenta engañarse con que su deseo por Renata va menguando una vez que, por fin, consigue que la joven se le entregue, y de hecho durante muchas páginas Briúsov introduce, de modo muy inteligente, el personaje de otra muchacha que es la antítesis perfecta, inocente y virginal, de Renata. Sin embargo, este «descanso del guerrero» no podrá ser para él: cada vez que cree haberse liberado de su amada, ésta vuelve a incitar su pasión del modo más extremo.

El doctor Johann FaustEl marco perfecto para esta desencajada historia de amor lo compone ese trasfondo ocultista que tan bien refleja el libro. El tratamiento de la demonología es efectuado por Briúsov bajo un prisma de racionalismo lo suficientemente ambiguo como para dejar en el aire la verdad de todos los elementos fantásticos de la historia. Así, el infeliz Ruprecht llega a participar en un sabbat en el que rinde su alma al Diablo —aunque la narración posterior deja en la duda acerca de si esa ceremonia ha sido una mera alucinación provocada por las sustancias que Renata le ha proporcionado— y se convierte en un estudiante de la filosofía oculta para mejor servir a su amada, lo cual lo lleva a buscar nada menos que al famoso sabio Agrippa von Nettesheim. Del mismo modo, Briúsov, con audacia, cruza el camino de su protagonista con el del histórico Doctor Fausto (acompañado por el ya no sé si tan histórico Mefistófeles), que depara un singular sabor a los capítulos que narran dicho encuentro.

En la parte final de la novela, el relato sigue enhebrándose con auténticos parangones históricos: con los diversos episodios de conventos cuyas monjas cayeron víctima de posesiones demoniacas colectivas, de los cuales el ejemplo en que Briúsov se basa es el de los famosos sucesos de Loudun, ilustrados por una magnífica película polaca, Madre Juana de los Ángeles (1961), dirigida por Jerzy Kawalerowicz según una novela que también parece estupenda. La aparición de monjes, conventos e inquisidores añade una nueva reminiscencia a las múltiples que enhebran la inolvidable red tejida por Briúsov, la de la fascinante novela El monje (1794), de Matthew G. Lewis, con la que comparte también su poderosa y oscura aura de depravada sensualidad. Un libro espléndido, por tanto, El ángel de fuego, para el cual incluso el término «obra maestra» parece demasiado convencional: irrepetible, en cualquier caso.

La edición en que yo la he leído, repito, es del año 1991, publicada en Madrid bajo el sello Héptada Ediciones, con traducción (irregular: abundan los laísmos, por no hablar de las múltiples erratas del texto, aunque en general posee bastante fuerza) e introducción de Arturo Marián Llanos. Hay una edición más reciente, en Obelisco (2003), aunque parece también difícil de encontrar. Una última indicación sobre el libro, y es que inspiró la ópera del mismo título de Stravinski, compuesta en 1919.

Pioneros de la ciencia ficción rusa, de AlbaUn apunte, para concluir, sobre los dos relatos de ciencia-ficción contenidos en el libro de Alba, ambos traducidos por Alberto Pérez Vivas. La Montaña de la Estrella (1899, aunque no publicada, informa el traductor Alberto Pérez Vivas, hasta 1975) es más una novela corta que un cuento. El protagonista descubre la existencia, en medio de una desolada comarca conocida como el Desierto Maldito (situado en el centro de África: parece un trasunto del de Kalahari) nada menos que una instalación marciana, cuyos enviados, imposibilitados de volver a su mundo natal, han sometido a la esclavitud a los incautos indígenas caídos en su poder para poder mantener una sociedad privilegiada basada en la completa separación estamental. Briúsov narra con brillante fluidez una historia que luego será contada muchas veces y que posee una indiscutible cualidad pulp, remarcable en cuanto que preludia las fantasías marcianas de Edgar Rice Burroughs y la pléyade de autores norteamericanos de space opera. De hecho, el protagonista, cómo no, vive un romance interestelar con una princesa de Marte…

El segundo cuento —que, de hecho, ya había leído antes puesto que se publicó en el número 2 de la revista Delirio (junio de 2008), editada por La Biblioteca del Laberinto— es una obra maestra total y absoluta, La República de la Cruz del Sur (1905). Briúsov imagina la existencia de un país soberano en la Antártida, el que da título al relato. Un país en el que el escritor dibuja un sistema de gobierno que entremezcla audazmente elementos del liberalismo más salvaje (el país fue fundado por un poderoso trust del acero, cuyos directivos son en realidad los auténticos gobernantes) con el totalitarismo más siniestro (y, paradojas de quien luego sería comisario bolchevique, más cercano a las democracias populares del comunismo que a los estados fascistas). El cuento narra cómo ese peculiar estado se hunde cuando estalla una inesperada epidemia en su capital (una megalópolis erigida justo en el polo sur geográfico), la enfermedad de la «contradicción», que genera unos graves desórdenes psicológicos (por ejemplo, un médico receta medicamentos mortales o una empleada de guardería mata a los bebés a su cuidado) que degeneran en una regresión al salvajismo más primordial y que, tal como lo narra Briúsov, casi parece el primer relato escrito sobre zombis en su sentido moderno (o sea, no el antillano sino el gore). Relatado bajo la forma de un desapasionado artículo periodístico o un informe policial, el cuento, en pocas páginas, convoca un aliento apocalíptico de conseguido tono alucinatorio. El mismo, pero bajo un estilo completamente distinto, que impregna las páginas de El ángel de fuego, y que deja con intensas ganas de leer más obras de este singular autor ruso.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Descubrimiento de Valeri Briúsov

  1. Llosef dijo:

    ¡Fantástico comentario! Necesito encontrar y leer «El ángel de fuego» pero ya. Genial saber que esta novela no es un relato histórico, además, que bien cierto es que las pocas referencias que de ella hay eso indican que es… ¡Un saludo!

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