En el momento de su estreno, Matrix (1999) mereció la atención de muchos pensadores cultos, esto es, procedentes de ámbitos distintos a la crítica del cine o los amantes de la ciencia-ficción. Quien más, quien menos, no dudó en hablar de referentes tan prestigiosos como el mito de la caverna de Platón, los franceses Baudrillard y Lacan o la Escuela de Frankfort. Sin duda, a ello se prestaba la idea de ese mundo pulcro, limpio, «normal», que un día revela para uno de sus habitantes, el joven Thomas Anderson, alias Neo, que es falso: que es un gigantesco programa de realidad virtual destinado a mantener en una confortable inconsciencia a una humanidad que ignora que vive en sueños, dormida, aprisionada en manos de las máquinas que se alimentan de su energía. Sin embargo, a la vista del contenido real de la película —y no hacía falta que su falta de profundidad fuera delatada por sus dos siguientes capítulos, cada uno peor que el anterior—, cabe preguntarse si acaso no estuviéramos ante el típico caso de película que (en buena medida por una oportuna campaña de publicidad) encandila a aquellos que, por lo común, no condescienden a consumir eso que, de modo eufemístico, se llama cultura popular. Porque lo que proponía Matrix no era sino un hábil reciclado de elementos argumentales y visuales con una clara genealogía, aderezados por un astuto uso de la simbología religiosa y filosófica (en la túrmix de los hermanos Wachowski valía de todo), y aderezado con los más espectaculares efectos especiales que se habían visto nunca en una pantalla.
¿Quién no quedó en su día hipnotizado con esa escena de apertura en que una atractiva joven enfundada en una ceñida vestimenta de cuero negro, y que porta gafas oscuras de noche, vuelve loco a un nutrido equipo policial mediante una serie de portentos físicos que contravienen todas las leyes de la gravedad y que, para remate, escapa hacia quién sabe dónde al disolverse su cuerpo por el sencillo procedimiento de coger una llamada de teléfono? Para mí, sigue siendo la imagen más poderosa de toda la saga, la que mejor resume el espíritu de maravilla con que en su día recibimos el primer Matrix, la promesa de haber abierto la tapa de una caja cuyo fondo —virtual, claro— no parecía tener límite.
El campo genérico al que pertenece el tipo de ciencia-ficción en que se incrusta Matrix es denominado hoy cyber-punk, y sus padres, como todo, son múltiples, aunque es posible que el pecado original se deba, ante todo, a una película, Blade Runner (1982), dirigida por Ridley Scott, y una novela, Neuromante (1984), de William Gibson. Es más, al parecer el novelista Gibson, al ir a ver la película en el momento de su estreno, tuvo que salirse a la media hora de proyección, hasta tal punto se alarmó al ver en pantalla muchas de las ideas que él mismo estaba desarrollando, sobre el papel, en la intimidad. La declaración es plausible: las referencias que manejaban ambas obras eran comunes (de hecho, ya el mismo film no existiría sin la novela de partida, obra de Philip K. Dick, o los conceptos que manejaba el cómic franco-belga de los 70-80 con la famosa revista Métal Hurlant como incontenible vórtice creativo).
Si visualmente, la práctica totalidad del cine de ciencia-ficción coetáneo parte del título orquestado por Scott, en su momento no fue menor el impacto que provocó la publicación de la novela. En esta novela, Gibson desarrolla dos conceptos que había creado en previos relatos: el ciberespacio («una alucinación consensual experimentada a diario por millones de legítimos operadores […] Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente…»), y nada menos que la Matriz, con el cual se refiere a la red global donde se recrea el ciberespacio. Igualmente, Gibson nos familiarizó con la imagen del hombre que conecta directamente su cuerpo a un ordenador o a una memoria digital a través de un puerto insertado en su cráneo. Es más, si bien no existe una adaptación al cine de su novela más famosa, el mismo Gibson fue reclutado como guionista para abordar un relato suyo que transcurre en el mismo mundo que su Neuromante. Se trata de Johnny Mnemonic (1995), un film que en su momento fue pésimamente recibido, y que indudablemente es mediocre, pero también divertido, aun cuando sea por su enorme heterogeneidad. Su protagonista es un correo humano que almacena datos en su cerebro artificialmente alterado gracias a un puerto que se abre en su cráneo. ¿Recuerda alguien al actor que encarnaba al antihéroe protagonista? Era un joven «emergente» llamado Keanu Reeves…
Ahora bien, el punto de partida argumental está tomado literalmente de la saga Terminator, de James Cameron (que por entonces acumulaba solo los dos primeros capítulos): la sublevación de las máquinas contra los hombres, reducidos estos a un exiguo grupo de resistentes liderados también por un elegido. Es más, el momento en que Morfeo enseña a Neo el verdadero aspecto que ahora tiene el mundo está literalmente plagiado de ese ciclo: la Tierra del futuro (en realidad, viven en torno al año 2199) es un desolado erial que deja ver las huellas del terrible conflicto que la asoló, bajo un cielo en perpetua oscuridad.
Los Wachowski usaron también numerosos elementos del cine del Extremo Oriente. Los combates de sus personajes, como es notorio, utilizan técnicas y acrobacias extraídas del cine de artes marciales tan difundido en Occidente en los años 70, en especial del wuxia pian (género muy popular en Hong Kong que combina la lucha con la ambientación de época, y cuyo ejemplo hoy más conocido es Tigre y dragón, film cuyas escenas deben mucho a Matrix). También tuvieron muy en cuenta el anime Ghost in the Shell (1995, Mamoru Oshii) —una obra ya de por sí deudora de muchas otras—, que inspiró algunas de sus más reconocibles marcas visuales, como la cascada de dígitos verdes sobre fondo catódico o el aspecto inquietante que a Morfeo le da el uso de unas gafas que se sostienen sobre los ojos sin varillas, y que está tomado de Batou, el compañero de la protagonista del film (por cierto que ese diseño de lentes incrustadas en las cuencas oculares lo había tomado el autor del manga original de otro personaje de la misma Neuromante: una vez más, la serpiente que se muerde la cola, el bucle que ya no conoce ni origen ni final…).
No debe desdeñarse, tampoco, la evocación de la saga Star Wars. En la relación entre Neo y Morfeo hay un eco de la que une a Luke Skywalker y el maestro jedi Obi-Wan Kenobi en La guerra de las galaxias, del mismo modo que los nuevos rebeldes combaten al tenebroso imperio mecánico desde una nave de aspecto informe como el Halcón Milenario, llamada ahora Nabucodonosor (reto a cualquiera a que repita de memoria el nombre original en inglés, que se dejó sin traducir —como el mismo título, traicionando así la relación entre significado y significante del concepto «Matrix»— en la versión española). Igualmente, hay un indudable eco de las ficciones de superhéroes (Neo acaba prácticamente convertido en Superman, capacidad de vuelo incluida). Además, en el primer Matrix, el grupo de Morfeo parece una variante de La Patrulla-X, tanto por su condición de nobles proscritos como por el hecho de que sus dos líderes, el Profesor-X y Morfeo, sean dos tipos calvos que despiertan una adhesión propia de un gurú. Esta idea, curiosamente, se se vio reforzada al año siguiente cuando los diseñadores de vestuario de X-Men (2000), la película que lanzó el éxito actual de Marvel en el cine, sustituyeron los coloristas uniformes de los tebeos por un uniforme vestuario oscuro.
Dejaré de lado el presunto contenido filosófico del guion (los Wachowski, encantados con la repercusión que tuvieron en el mundillo intelectual, incluso intentaron reclutar para la segunda parte al francés Boudrillard, uno de sus supuestos «inspiradores», pero este los mandó a freír espárragos), para dedicar un breve espacio a su muy parvulario simbolismo religioso. Aparte de las referencias a las religiones orientales —¿recordamos qué actor «emergente» encarnó a Siddharta Gautama en aquella trivial divulgación del budismo para principiantes dirigida por Bertolucci?—, con su denuncia del sufrimiento de este mundo debido a la tiranía de las apariencias, el principal símbolo del film es el paralelismo entre Neo y Jesucristo: ambos son dos Mesías anunciados por las profecías (Neo es The One, el Elegido), y ambos mueren y resucitan.
Por último, no quiero dejar de recordar que, por mucho que Matrix fijara para siempre las coordenadas del tema de las realidades virtuales, una película española se había adelantado en al menos dos años a la hora de caracterizar la vida de su personaje protagonista como un engaño, una farsa que se desarrolla en un escenario sin sustancia sólida, una ensoñación de sus sentidos. Se trata de Abre los ojos (1997), de Alejandro Amenábar, film de lo más estimable que, aunque parece estar siendo olvidado poco a poco, en su momento asombró por la sofisticación de un planteamiento y unas ideas que no estábamos acostumbrados a ver en una película nacional.
En fin, todo este conjunto de ideas ajenas se encuentra unido con la suficiente habilidad como para que, Matrix, en efecto, hubiera podido ser un magnífico ejemplo de ciencia-ficción especulativa (al estilo de joyas modernas que sí son profundas de verdad, como Gattaca o Interstellar). Si el resultado es una pompa de jabón que no tarda en estallar es culpa de sus artífices, preocupados ante todo por dar salida a una action movie con excusa fantástica para poder asombrar con el uso de esos efectos especiales de última (lo cual acaba siendo, siempre, de penúltima) generación.
La prueba fundamental está en el apresuramiento con que se narra la captación de Neo por el grupo liderado por Morfeo, sin molestarse apenas en dibujar la vida cotidiana de ese muchacho que de día es un ejecutivo bien pagado de una empresa informática y por la noche se desdobla en hacker, en rebelde contra un sistema en el que parece muy bien instalado, lo cual supone una forma de expresar la inconcreta insatisfacción que padece, la sensación de que algo va mal, sin saber lo que es. El film desperdicia así la posibilidad de construir una atmósfera sombría a partir de un genuino conflicto existencial, de tal modo que la falta de densidad de los personajes, sobre todo de su protagonista, impedirá la completa implicación del espectador. Y es que la saga Matrix en teoría supone una reivindicación de aquello que nos hace humanos (nuestra capacidad para sentir plenamente, ya sea amando, sufriendo o, sencillamente, planteando batalla a las adversidades), pero las películas, comenzando por la mejor, la primera, desprenden una completa gelidez emocional, de la cual es buen símbolo la envarada iconografía visual de sus protagonistas, esos tipos cuyas sempiternas gafas de sol e impenetrable mutismo los parangona con las máquinas a las que combaten.
De hecho, la película apenas trabaja el elemento dramático de mayor interés de la historia: Morfeo y su grupo ofrecen a Neo la libertad, sí, pero su mundo es oscuro y deprimente, mientras que esa realidad virtual que saben que esclaviza a la humanidad es, también, una puerta a los espacios abiertos y luminosos, a las comodidades de la vida, incluso a la recreación de cualquier sueño que se quieran permitir (los programas desarrollados por el equipo de Morfeo pueden conducirlos a cualquier lugar que puedan imaginar). Es por ello una lástima que el muy humano deseo de uno de los miembros del grupo, Cifra, de dejar atrás tan sórdida libertad y sumirse en la confortable mentira, traicionando a los suyos, se vea encarnado en un personaje tan desagradable, burdo subrayado de la bajeza moral que supone no compartir la visión del venerado líder.
Otro lastre irremediable lo supone un reparto bastante mediocre, incapaz de aportar nada a unos personajes ya de por sí tan planos. (A ratos, tiendo a creer que los Wachowski eran bien conscientes de ello, de ahí su decisión de reducirlos a unos iconos muy reconocibles, comenzando por sus ropas negras, talares en el caso de los hombres, de cuero a lo dominatrix en el femenino, más sus omnipresentes gafas oscuras.) Ya lo he ido señalando, pero la impotencia expresiva de Keanu Reeves impide cualquier identificación con Neo. Ahora bien, peor todavía está Laurence Fishburne, cuyo personaje de Morfeo resulta insufrible. Supuestamente carismático porque sí, distinguido por su forma de caminar muy erguido y con los brazos cruzados a la espalda —¿quién no ha soñado como yo que se tropezaba y, con las manos trabadas en el lugar más absurdo, se daba de morros contra el suelo?—, que no conversa sino predica, y además un cúmulo de trivialidades (en este aspecto, parece uno de los latosos jedis de la segunda trilogía Star Wars).
En su papel de Trinity, la canadiense Carrie-Anne Moss, en el primer film, tal vez por poseer todavía cierta frescura, supera con mucho a sus dos personajes, puesto que es la única cuya mirada transmite sensaciones humanas. Sin embargo, en los dos siguientes capítulos, la actriz ya pierde toda chispa, amén de que su personaje no experimenta la menor progresión dramática. Es más, buena parte del fracaso de la saga, de su marmórea gelidez, radica en la completa falta de feeling romántico y sexual entre esos dos amantes para los que, en teoría, su amor supone la única compensación para la desoladora incertidumbre de sus vidas. Esa falta de pasión, de modo supongo que involuntario, encuentra su expresión más simbólica en la carcajeante escena de Matrix Reloaded en que Monica Bellucci, a cambio de una información vital, y envidiosa del rendido amor que lee (?) en los ojos de Trinity, le pide a Neo un beso como los que, sin duda (??), le debe dar a su amada. Y con grave seriedad, Keanu besa a Monica y nos tenemos que creer que ha sido la experiencia más intensa que ha vivido esta mujer de apariencia (ella sí) tan volcánica.
El rol principal de villano (de reconocible rostro de las máquinas que rigen Matrix) corre a cargo del Agente Smith, al que, en otra buena idea del film, se le da el aspecto de un ejecutivo bien trajeado (que tampoco abandona nunca sus gafas de sol, elemento que crea una inquietante vinculación visual con los teóricos héroes humanos), que persigue incansable a estos manifestando sus mismos portentos físicos. En el primer film carece de mayor relieve, pero en el segundo, de modo inesperado, se convierte en el personaje más interesante de la saga. Destruido en el primer capítulo por Neo cuando este revela sus poderes de Elegido, Smith «renace» como un programa libre, es decir, un ente ya no ligado a su anterior función (de hecho, ya no es agente), pero que aun así, incapaz de desligarse de su previa programación, no tiene otro propósito que acabar con la amenaza que supone Neo. Es así que, por fin, la saga se reviste de una cualidad filosófica atractiva: al afirmar que lo que caracteriza a cualquier ser vivo, forzosamente, es el objetivo que da sentido a su vida y del que no puede escapar, Smith se convierte en un tenaz defensor del determinismo: en una máquina fatalista. Además, vuelve con unas capacidades que antes no tenía: multiplicar su presencia física hasta el infinito. El australiano Hugo Weaving, en este Matrix Reloaded, dota al personaje de un sarcasmo muy humano, sin perder en ningún momento ni la compostura ni su forma de hablar lenta y pausada.
En fin, el interés de Matrix finaliza prácticamente con las estupendas imágenes del despertar de Neo en el líquido viscoso de su cápsula-prisión, liberándose dolorosamente de la multitud de tubos que lo unen a las máquinas que absorben su energía vital (resultan impactantes los que recorren su espina dorsal), y contempla el vasto espacio de vainas como la suya que se pierden en el horizonte. El resto es una concesión sin fin a los efectos especiales y la filosofía parda, que es cierto que en su día bastaron para que saliera del cine con la impresión de haber visto una buena película, pero que no aguantan una segunda visión.
Con independencia de su resultado final, lo cierto es que Matrix Reloaded (2003) hace avanzar con coherencia las tramas apuntadas en la primera película. Por ejemplo, aparece ya Sión, la ciudad subterránea que concentra a todos los hombres libres, e incluso constituye una sorpresa descubrir que, en ella, Morfeo, si bien uno de sus comandantes más relevantes, no es en absoluto uno de sus dirigentes. La trama de las dos secuelas, de hecho, gira en torno a la cuenta atrás que se cierne para la humanidad al saber que las máquinas han descubierto su localización y están a poco más de un par de días de llegar hasta ella: mientras sus gobernantes concentran sus esfuerzos en la lucha a vida o muerte que se va a entablar, Morfeo, firme creyente en la profecía que lo fía todo al Elegido, busca con su equipo el modo de cumplirla, que saben que tiene que hallarse en Matrix. En concreto, todos los esfuerzos del team van dirigidos a encontrar el acceso a la Fuente, el corazón neurálgico de Matrix, donde Neo deberá enfrentarse a su creador, El Arquitecto.
Una buena idea la de concluir allí donde todo empieza, y que en el momento culminante —cuando Neo se encuentra ante la apariencia física del Arquitecto: un individuo maduro, de aspecto elegante y hablar suave y fluido— reserva varias sorpresas, la mayor de las cuales es que el actual Matrix es el sexto de los que ha habido y que la profecía del Elegido es, realmente, un programa establecido por el sistema para el control y manipulación, en beneficio propio, de la resistencia humana. Otro hallazgo, ya señalado, es el nuevo rol que se otorga al Agente Smith, que da pie a una de las secuencias más recordables de la saga: Neo combatiendo contra decenas y decenas de avatares de su archienemigo. Por desgracia, y para no variar, la escena se dilata demasiado, pero deja varios planos para el recuerdo: el encuadre cenital que muestra la inacabable aparición de Smiths desde todos los puntos posibles del espacio donde se lucha; y ese plano final en que, ante la huida de Neo exhibiendo sus nuevos poderes de vuelo, los múltiples Smith contemplan con perplejidad, cada uno a su modo, la marcha del Elegido.
Mis alabanzas anteriores podrían hacer pensar que Matrix Reloaded es un buen film, o al menos estimable. Por desgracia, casi todas sus virtudes se quedan en el plano de las promesas, rara vez de los hechos. Es decir, una vez más los Wachowski lo subordinan todo a la ejecución de unas larguísimas set pieces de acción que se dejan ver por pura inercia, amén de introducir una serie de personajes que se pretenden carismáticos pero resultan irrelevantes (como El Merovingio, otro «programa libre» que ha desarrollado la identidad de un mafioso diletante y verborreico, y que resulta tan insoportable que desperdicia el sardónico guiño de hacerlo francés para justificar su finura). Por otra parte, cada vez que la historia se detiene en Sión el interés del film se reduce drásticamente a cero. Y una vez más, nos encontramos ante el mismo defecto: los arduos esfuerzos de los protagonistas para salir adelante nos dejan completamente fríos, empezando por ese amor supuestamente más grande que la vida que se tiene la gélida pareja formada por Neo y Trinity.
A la vista del calamitoso resultado final de Matrix Revolutions, y aunque no he buscado información al respecto, casi me decanto por creer que, o bien el proyecto inicial de los Wachowski se dividía tan solo en dos películas y la expectativa de un tercer taquillazo provocó tan insensato alargamiento, o bien todas las ideas se les agotaron de modo fulminante. Porque, consumidas las dos desalentadoras horas del metraje, la realidad es que el film no solo no aporta nada a las dos películas previas —todo lo contrario: es una perpetua digresión— sino que, desaprovechado el excelente final que debía haber tenido lugar en la Fuente, se ve obligado a buscar otra conclusión, que no puede ser más discutible. Esto es: las máquinas y Neo llegan a un acuerdo de paz para combatir a un enemigo común, nuestro viejo conocido Smith, que parece haberse convertido (no se explica cómo ni por qué) en un ente megapoderoso capaz de destruir todo y a todos.
La mayor parte del metraje consiste en la batalla de Sión, un interminable episodio bélico lleno de ruido y furia que carece de cualquier emoción o interés, en cuanto que quienes lo protagonizan son personajes secundarios que a nadie importan (y es que Morfeo y Trinity en este film se convierten casi en figurantes). Mientras tanto, Neo acude a la Ciudad de las Máquinas (el lugar donde se encuentra prisionera la humanidad) para llegar a un alto el fuego con aquellas y así enfrentarse con Smith, prácticamente olvidado durante el metraje hasta el enfrentamiento final con el Elegido (que nada aporta con respecto al combate visto en Matrix Reloaded, salvo el añadido de una fotogénica lluvia que casi se disfruta gota a gota). Por todo ello, no dudo en calificar Matrix Revolutions como una estafa total y absoluta.
A quince años del final de la saga, su relevancia se va difuminando poco a poco. Los mismos hermanos Wachowski —hoy hermanas, tras sus respectivas operaciones de cambio de sexo: hoy Larry y Andy son Lana y Lilly— no han facturado ninguna otra película que haga siquiera sombra a su recuerdo (de hecho, es difícil recordar qué han hecho en todo este tiempo). Es indudable que incluso quienes todavía proclaman la excepcionalidad de Matrix prefieren ignorar que existen los otros dos capítulos. Pero confieso que, todavía, un mero vistazo a esas franjas de letras verdes que se deslizan por la pantalla tiene la capacidad de dejarme quieto ante la pantalla. Y entonces, en el silencio, suena una llamada de teléfono.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Títulos: Matrix / The Matrix, Matrix Reloaded / The Matrix Reloaded, Matrix Revolutions / The Matrix Revolutions. Años: 1999-2003- 2003
Dirección y guion: Andy y Larry Wachowski. Fotografía: Bill Pope. Música: Don Davis. Reparto: Keanu Reeves (Neo), Laurence Fishburne (Morfeo), Carrie-Anne Moss (Trinity), Hugo Weaving (Smith), Joe Pantoliano (Cifra), Lambert Wilson (El Merovingio), Jada Pinkett-Smith (Níobe), Monica Bellucci (Perséfone). Dur.: 136 min. – 138 min. – 129 min.
Uno de los aspectos más peculiares de Matrix fue que su carácter de mezcla de varios temas sirviera después para que muchos profesores de filosofía le dedicaran un pase en clases como forma de ilustrar el mito de la caverna de Platón. Pero también coincido en que Gattaca es bastante superior, y visualmente menos ambiciosa, y que tanto esta como Dark City plantean temas similares de una forma mucho más creativa y con un reparto que al menos, trasmite bastante más que un grupo de inexpresivos con gabardinas de vinilo. De hecho las siguientes entregas no llegué a verlas, sospechando que aquello era marear la perdiz de una historia que podría haber sido autoconclusiva.
También recuerdo como Johnny Mnemonic acabó resultando un cyberpunk de serie B, bastante entretenido, y que me hizo pensar que esta corriente, lo de reflejar el futuro no se le daba muy bien: la obsesión con una realidad virtual que no cuajó, con el idioma japonés como lingua franca del provenir…cosas que hoy se acaban viendo con la misma ironía que las películas de serie Z en las que 1998 nos deparaban sociedades posnucleares y mutantes viviendo en descampados.
La presunta profundad filosófica de «Matrix» (provocó libros de gente tan conocida como Slavoj Zizek) creo que, justamente, es propia para proyectarla a alumnos de instituto, precisamente porque es tan básica. Pero lo que propone ya estaba expresado, y mejor, en otras obras, de la literatura al cómic. Fuiste muy prudente al no ver las dos secuelas jajaja, porque es la mejor forma de preservar el agradable recuerdo que uno puede tener de la primera película: es el caso típico de la continuación que es tan mala que, al ser obra de los mismos artífices, te obliga a replantearte si acaso no sobrevaloraste mucho la obra previa, y entonces se viene abajo. En cualquier caso, la segunda tiene un pase, pero la tercera es infumable. «Johnny Mnemonic» no me gustó nada cuando la vi en cine, pero en cambio sale mucho mejor parada con las revisiones, porque es justamente eso: entretenida y tan tan delirante (¡mezclar en el mismo reparto a Takeshi Kitano, Dolph Lundgren, Barbara Sukowa y al Keanu tiene tela!) que acaba complaciendo mucho más de lo que uno esperaba.
Quedo sorprendido ante semejante estudio y análisis de la saga. Y desconocía el calado filosófico y profundidad que la primera llegó al generar. Y pese a mi lamentable opinión sobre la única obra de la saga que he visto, la primera, me produce estupor como somos capaces de desvirtuar una película de puerilidad pasmosa en todo lo contrario, se bien me parece fantástico que sea utilizado el cine para explicar y adentrar a los alumnos en otras ramas del saber, máxime viviendo en el mundo que vivimos. Un saludo
Como digo en el artículo, la película dio origen a toda una serie de libros y artículos de pensadores de relieve, de los cuales el más famoso tal vez fue el esloveno Slavoj Zizek. Mi teoría es la que expreso en el encabezamiento del artículo: «Matrix», desde luego, parte de un planteamiento fascinante, que es lógico que sorprenda… a quien tiene poca familiaridad con la ciencia-ficción, en especial la «popular» (no la que practican autores normalmente ajenos al género, como Stanley Kubrick con su famosa «2001»), de ahí quel puedan considerarlo el colmo de la originalidad. Lo cual tampoco justifica nada, porque si bien el concepto podía haber dado lugar a una película densa y compleja, el resutado final es, justamente, pueril. Lo reafirmo: me parece una digna aproximación a conceptos filosóficos… para alumnos de instituto.
Tienes razón, Jose Miguel. Yo la vi con mis alumnos de 2º de ESO, A y B. A los chicos les encantó. Me abstuve de realizar incursiones filosóficas; nos quedamos en la ciencia-ficción. El resto de la saga no vale nada. Afortunadamente no llevé a los alumnos.
Saludos.
Regí
Pues sí, Regí, como señalo en el otro comentario, «Matrix» es una forma amena de introducir a chicos de instituto en conceptos complejos. Pero difícilmente otra cosa. Y las otras dos películas no llegan ni a eso.
Un saludo.