Jurgen, una fantasía elegante y culterana

Portada de Jurgen, en edición de DefaustaEl territorio en que el amante de la literatura conoce los mayores placeres es, sin duda, una librería a la que uno ha entrado sin un objetivo concreto en la cabeza. Vagar entre las estanterías o las mesas expositoras desarrolla con los años un instinto especial que reacciona de un modo muy particular: puede ser el título de un libro, el vago recuerdo que despierta un nombre, las primeras líneas leídas por azar al abrir un volumen cualquiera… Hace bien poco uno de esos milagros me ha sucedido: la adquisición de una novela titulada Jurgen o la comedia de la justicia, perteneciente a una editorial que no conocía, Defausta (pero con cuyo catálogo ya me he apresurado en familiarizarme), obra de un escritor cuyo nombre recordaba vagamente pero sin ninguna asociación especial, James Branch Cabell. Pues bien, hacía tiempo que un autor y un libro no me deslumbraban tanto. Jurgen es una de esas novelas dotadas de una gracia misteriosa que se leen entre el encanto y el arrebato, pero que, prodigio de prodigios, no exigen ser devoradas mediante una lectura apasionada. Bien al contrario, este libro merece ser paladeado como quien cata un buen vino, de tal modo que sus poco más de 300 páginas me han llevado unos días más de lo acostumbrado en alguien, como yo, que suele ser rápido en la ingesta literaria (lo cual no siempre es bueno, claro).

Antes de que existiera el término Fantasía Heroica (otros prefieren el igualmente evocador Fantasía Épica), Cabell, junto con otros autores hoy bastante olvidados —el especialista Javier Martín Lalanda, al que citaré alguna otra vez en este artículo, menciona a William Morris y a E. R. Eddison, además de al, este sí, mítico lord Dunsany— sentó las bases del género. Lo hizo a través de un ciclo de novelas que ambientó en un territorio imaginario llamado Poictesme, situado hipotéticamente en algún lugar del sur de Francia a orillas del golfo de León. El nombre, de hecho, funde los términos geográficos de Poitiers y Angouleme (en castellano, Angulema), si bien a través de sus formas medievales —lo cual ya es indicativo de la debilidad de Cabell por el cultismo— Poictiers y Angoulesme. Cabell llamó a su ciclo, compuesto por 18 novelas y varios cuentos, la Biografía de la Vida de Manuel, nombre este último del conde fundador de la dinastía local, aunque también se lo conoce como Ciclo de Storisende, por el nombre de la capital de Manuel. Según parece, los libros del ciclo, situados inicialmente en una Edad Media propia de un cantar de gesta, acabaron narrando también la vida de los descendientes de la casa situados en el mismo siglo XX.

El más famoso de todos los títulos que la componen es precisamente Jurgen, que en su día constituyó un apreciable éxito de ventas. La clave estuvo en el grotesco episodio que protagonizó el libro. Fue denunciado por una así llamada Liga de Nueva York para la Supresión del Vicio, que consiguió que los tribunales suspendieran su venta. Cabell ganó el proceso dos años después: la repercusión obtenida, como ha sucedido y sucederá siempre, despertó la curiosidad de muchos lectores, los aficionados al género y esos otros que, en condiciones «normales», nunca se habrían asomado a sus páginas.

¿Justifica la novela semejante acoso de una liga con tan honorable nombre? Aunque mueva a risa, lo cierto es que puede admitirse que sí. Cabell juega con conceptos del mito y de la religión, y lo peor es que lo hace mediante un sentido de la ironía a ratos elusivo y a ratos abiertamente sarcástico, algo que nunca ha gustado a los popes de cualquier culto, ni religioso ni laico. De hecho, por sus páginas desfila un apretado catálogo de dioses, entre los cuales se encuentra el nuestro, el cristiano, puesto que uno de los lugares por donde peregrina el personaje titular en el curso de sus aventuras es el mismísimo Cielo.

Fotografía de James Branch CabellJames Branch Cabell nació en 1892 en la señorial Richmond, la capital de Virginia y por tanto de la Confederación durante la guerra civil norteamericana (este nombre forma parte de mi más amada memoria toponímica desde pequeño: de Richmond partían los náufragos del aire en la inmortal novela verniana La isla misteriosa). Criado en el seno de una de las mejores familias de la ciudad, dueño de una exquisita cultura —es una de las cualidades que traslucen de modo eminente desde las primeras páginas de su novela—, Cabell se licenció en artes y fue un notable experto en idiomas europeos, entre ellos nada menos que el francés antiguo y el occitano, lo cual explica la familiaridad con que trata la toponimia medieval. Poeta, periodista, ensayista, novelista, fue un autor considerablemente prolífico, en cuanto que además del nutrido ciclo ya reseñado publicó una obra muy extensa. Murió en 1958.

Siempre pensó que, de todas sus novelas, la que perduraría sería la que nos ocupa. Los expertos le han dado la razón: en nuestro país, al menos en tiempos modernos, es la única de sus novelas que se ha publicado (también han visto la luz algunos relatos, de lo que hablaré al final del artículo).

Quien abra el libro esperando encontrar batallas entre ejércitos formados por criaturas fabulosas y nobles guerreros, búsquedas de objetos fabulosos o intrigas palaciegas en cortes seudoartúricas, lo mejor es que lo cierre enseguida y se vaya en busca de la enésima copia de El Señor de los Anillos. Bien al contrario, el primer elemento saludable de Jurgen es la ausencia de la menor prosopopeya solemne: a Cabell lo que le interesa es la narración en su sentido más lúdico, que para él no significa encabalgamiento de peripecias sino fábula inteligente. Como bien remarca la estupenda edición de Defausta, Cabell no inventa mitologías sino que utiliza a su antojo aquellas que la humanidad ha creado desde el alba de los tiempos: así, las múltiples entidades, incluso personajes, que pueblan el mundo que atraviesa su protagonista poseen un sustrato real, que el autor utiliza según su sabroso sentido de la referencia metacultural. Es más, los estudiosos de Cabell no dudan en señalar que en sus obras incluye parangones con la realidad política que vivió, en especial la de su propio país.

Una sugerente portada de Jurgen

Sin exageración, Cabell maneja la elegante fluidez irónica de un Chesterton, así como su debilidad por la paradoja: es más, creo que Jurgen es el libro que Chesterton habría escrito de practicar este tipo de fantasía. Del mismo modo, en el formidable uso que hace de la erudición, el autor presagia a un Borges, debido a la memorable atmósfera de juego intelectual que depara el constante uso de referencias cultas. Es muy divertida la anécdota acerca de la carta que un buen día recibió Cabell pidiéndosele información sobre Nicolás de Caen, una de las autoridades más citadas en sus obras, a petición de los habitantes de la propia ciudad francesa, interesados en tan respetable sabio que ellos mismos desconocían. El autor, por supuesto, era una completa invención.

Este sentido de la ironía lo lleva, por ejemplo, a incluir en su saga (aquí aparece en un episodio, que sabe a poco) un personaje, Horvendile, que es bien consciente de ser una criatura de ficción en manos de un demiurgo literario (el Autor), cuyas intenciones analiza al tiempo que acepta sus reglas. Y no se crea que, con este ardid, Cabell intenta practicar un hipócrita doble juego con el cual defenderse ante quienes cuestionan este tipo de literatura: para él, se trata, sin más, de un elemento más de ese múltiple juego de niveles que constituye la creación literaria.

Jurgen, su personaje central, habitante de Poictesme, es sorprendido a la edad de cuarenta y un años, «en mitad del camino de nuestra vida», dato esencial por cuanto uno de los temas esenciales del libro es el de la implacable erosión del tiempo y el inútil intento del regreso al pasado. Su profesión es la de prestamista; su alma, la de un poeta. Adquirió la primera condición tras su boda con la dama Lisa, su esposa, una mujer nada lírica, dominante, todo un compendio de los lugares comunes que la misoginia tradicional reserva a dicho símbolo castrador de la libertad masculina (ahora bien, la novela no es nada misógina, puesto que, bien al contrario, supone una reivindicación de la pluriforme condición femenina frente a la mucho más unidimensional del hombre).

El motor argumental de la historia, precisamente, será la desaparición de Lisa por cuenta del Diablo, que cree estar recompensándolo así por haberle complacido una defensa (antes poética que moral) que Jurgen ha hecho de él ante un obtuso monje. Cabell anticipa así la principal característica de su personaje: la incontinencia irónica, a la que jamás puede resistirse puesto que es la principal expresión de una inteligencia que él, con vanidad pero también con consciente conocimiento de sí mismo, califica todo el tiempo de «monstruosa». Jurgen no puede no juzgar el mundo desde otro ángulo que no sea el reconocimiento de sus múltiples contradicciones, y su lucidez es la de quien no se engaña sobre su naturaleza.

Ilustración de Frank C. Pape para Jurgen, episodio del encuentro con GinebraResignado a que un «hombre» debe hacer lo posible por encontrar a su esposa, Jurgen inicia su aventura en la noche de Walpurgis, a través del tradicional ingreso en el mundo de lo sobrenatural a través de un subterráneo. Allí, encuentra al centauro Neso, tan vinculado al mito de Hércules, que será quien le indique que la mejor forma de encontrar a su mujer en ese universo de magia es ir en busca de Koshchei el Inmortal, el ser rector de ese universo «cabelliano», no en vano su epíteto es «el que hizo las cosas como son». (No importa para el entendimiento del relato, pero saber que el tal Koshchei es la personificación del mal en el folclore ruso es otra buena muestra de la heterodoxia del autor a la hora de extraer las fuentes de su fantasía.) Cuando Jurgen, de todos modos escéptico ante ese consejo, le pregunta cómo podrá encontrar a semejante entidad, Neso le da un consejo que, aunque entonces el lector no pueda saberlo, supone la clave narrativa de la obra: «Dando rodeos. Nunca hay otra forma de llegar». No me parece mal lema para una vida.

Así pues, la novela que lleva su nombre va a contarnos el largo rodeo que da Jurgen hasta encontrarse ante Koshchei. Un rodeo que, por tanto, supone el núcleo de la historia: en su curso, una de las criaturas sobrenaturales con que se tropieza Jurgen (Sereda, otra deidad secundaria del folclore ruso) le otorga el don de regresar a su juventud. Mejor dicho, le concede un miércoles —pues Sereda es la patrona de tal día y Jurgen, con malicia, por haber nacido en tal día, le pide su atrasado regalo de bautizo—, y él escoge uno de sus 21 años, edad en la que desde entonces queda varado.

La historia extrae su formidable fuerza dramática de la dialéctica entre el restallante vigor juvenil que recobra el protagonista y la desengañada lucidez que es propia del hombre maduro que en realidad. Lo primero que advierte es la imposibilidad de querer cambiar lo que no fue: el amor por la única mujer a la que en realidad ha amado nunca, Dorotea la Deseada, una muchacha tan bella como, en el fondo, vana y superficial, que lo traicionó y se casó con un poderoso noble. La amargura que produce en él ese fracaso lo lleva a emprender una queste del eterno femenino, en brazos de diversas mujeres que Cabell, como no podía ser de otra manera, extrae del imaginario mítico: se trata de nada menos que una joven Ginebra, la futura esposa del rey Arturo; la Dama del Lago, quien daría al rey Arturo su espada Excalibur (aquí Jurgen es su primer portador); la renombrada Helena de Troya, y una hamadríade de su reino llamada Cloris (ninfa extraída una vez más de las fábulas helénicas que los amantes de los cuadros de Botticelli El nacimiento de Venus y La primavera conocemos bien).

En su periplo, recorre diversos espacios de la fábula: el reino de Glothion (tierra natal de Ginebra), el País de Jauja (donde reina Anahita, la Dama del Lago), la isla de Leuce en el Ponto Euxino (tierra donde algunas versiones del mito cuentan que se retiró finalmente Helena, desposada nada menos que con Aquiles, de la que Cabell se apropia) y por último el Infierno y el Cielo.

Sin duda, estos dos últimos episodios suponen la cumbre del libro (y es evidente que fueron los responsables de la caza de brujas contra su autor). Y es que, en primer lugar, ambos lugares son definidos claramente como ilusiones surgidas del deseo de los creyentes, y por tanto hechos según sus expectativas. En cuanto a sus dos soberanos, Satanás es retratado como un pobre diablo de notable simpleza (el «abuelo Satanás»), y Dios como un ente resignado a su condición ilusoria.

En cualquier caso, con Jurgen, Cabell crea un personaje inolvidable, cuya insatisfacción vital simboliza bien su irresistible inclinación a la impostura (en cada lugar asume un título diferente, pero siempre grandilocuente, de soberano de algún reino, y a lo largo de su periplo llegará a acumular hasta cuatro esposas, además de unas cuantas amantes) que esconde un nada soterrado deseo de reformularse. Así, y del modo más inesperado, esta novela en apariencia lúdica y culterana acaba encerrando una de las reflexiones existenciales más tristemente serenas que he encontrado dentro de la fantasía, tanto más profunda cuanto que parece distraída bajo el brillante ornato de la inventiva de su autor. Sin embargo, conforme su lectura se dirige a su conclusión, al final es lo que queda de Jurgen, y el admirable final, muy coherente con el personaje, supone la aceptación de que no hay una respuesta válida, y mucho menos una solución satisfactoria, a la eterna búsqueda que hace el hombre (el inteligente, al menos) de un sentido a la vida. En este sentido, Jurgen propone una admirable reivindicación del estoicismo en el sentido de los clásicos: las satisfacciones de la existencia solo pueden venir de la aceptación de nuestros límites y del disfrute de la poca o mucha belleza o virtud que encontramos en el mundo. En el caso del propio Jurgen, la aceptación de que el mundo solo es soportable gracias a la sensualidad y la poesía. La lucidez de esta lección es uno de los tesoros que encierra este libro espléndido.

Poictesme: the Map of Philip Borsdale, 1674, 1920s

 

La edición. La novela ya contaba con una edición en Laertes que data de una década atrás, que no conozco (edito: ya redactado este artículo ha aparecido otra edición, en Gigamesh). En español, además, pueden encontrarse tres deliciosos relatos del ciclo de Poictesme en los números 2, 7 y 10 de la estupenda revista Delirio, en La Biblioteca del Laberinto: respectivamente, El sueño de Ecben, La delgada reina del bosque de los elfos y El delta de Radegonde. Los tres están presentados y traducidos por Javier Martín Lalanda, uno de los mayores expertos del género de nuestro país (como prueba la bella colección que, bajo el sugestivo nombre de Última Thule, dedicó a la literatura fantástica dentro de la editorial Anaya), y a él debo buena parte de la información que contiene este artículo.

En el caso que nos ocupa, la edición de Defausta es magnífica, y se debe a Susana Prieto Mori, autora de la excelente traducción, del prólogo que sitúa perfectamente a quien poco o nada conozca de Cabell y de las numerosas notas a pie de página que proporcionan valiosa información. Es más, el volumen añade un estupendo catálogo de los numerosos nombres que el autor cita a lo largo del libro (realizado entre la propia traductora y el historiador Alejandro Saralegui, según me aclara la propia editorial), que supone una valiosa herramienta para comprender el texto en toda su extensión, puesto que la vasta cultura de Cabell le permitía jugar a su antojo con las referencias mitológicas de muy diversas raíces. Para finalizar, añade un mapa de la región de Poictesme (aunque en este libro apenas es necesario, pues su acción transcurre casi todo el tiempo fuera de ella), un árbol genealógico de sus principales personajes (la mayoría citados en la novela) y un par de anexos: un fragmento que el autor añadió en la edición posterior a la famosa suspensión, que le sirve para reírse con su habitual ironía del suceso (convirtiendo al fiscal del proceso en fiscal del juicio que el mismo protagonista sufre en determinado momento de la trama, y que le sirve para parafrasear su propio caso real) y un pequeño relato añadido. Una joya absoluta, que ojalá pronto se vea prorrogada por nuevas incursiones de la misma especialista en la Biografía de Manuel.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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