La trilogía X-Men: y el Universo Marvel vio la luz en el cine…

Trilogía inicial           Primera generación

Confía en alguno, teme al resto, o sea, X-Men 1El cine de superhéroes supone, ahora mismo, una de las fuentes de ingresos más segura del cine comercial norteamericano. En concreto, los héroes Marvel han ido componiendo un complicado tejido de referencias con el propósito de recrear en el cine un equivalente al denso universo que lleva existiendo ya más de medio siglo en el papel, y quienes pertenecemos a la generación que creció leyendo sus tebeos en los 70 y 80 supongo que todavía nos frotamos los ojos. En España, era esta editorial la que casi monopolizaba el mercado superheroico (DC, es decir, la casa de Superman y Batman, nunca terminó de arraigar con la fuerza de los personajes marvelitas). Y sin embargo, eran los héroes de la genialmente bautizada como la Distinguida Competencia quienes dominaban la gran pantalla con películas que hacían creíbles a sus personajes mediante el sencillo recurso de aplicar el presupuesto necesario para sacarlos del reducto cutre de la tele de antes, del serial o de las películas directas a video. De pronto, nos llegaron rumores de que en Estados Unidos se iba a estrenar una adaptación de la que entonces era la colección más vendida de Marvel (también en España), La Patrulla-X. Nos echamos a temblar, claro: otra ocasión para que el mundo se riera de esos pobres héroes que fuera del papel no tenían consistencia (y para que los padres ceñudos volvieran a dar la lata a sus hijos con la pérdida de tiempo que suponía leer estupideces, esperando a que se dieran la vuelta para tirar los tebeos a la basura… y no la reciclable). Cuando por fin llegó el resultado, X-Men (2000), un suspiro de alivio unió a todos los Marvel zombies: la película era digna, los personajes no eran caricaturas de los originales, podíamos mirar a la cara a esos seguidores de DC que presumían de Christopher Reeve o Jack Nicholson. Y era solo el comienzo de lo que ahora se llama Universo Cinemático Marvel, que está alcanzado unas cotas de sofisticación y de realismo visual increíbles… y que ahora nos obliga a preguntarnos si no acabará muriendo de éxito ante la avalancha de películas de superhéroes que inunda cada temporada las carteleras.

A finales del siglo pasado (o sea, prácticamente ayer), la editorial Marvel comenzaba a salir de un periodo de colapso, que en mi caso me arrancó de la lectura continua de las novedades y me encerró, casi por completo, en la periódica y «reaccionaria» revisión del rico legado de las tres primeras décadas marvelitas. Advirtiendo que la recuperación pasaba por reconocer de una maldita vez lo que en DC tenían claro desde muchos años atrás —que el papel debía ser apoyado, tanto para sanear las arcas como para retroalimentar la inspiración de los artistas, por el celuloide (bueno, el soporte en que ahora se sustenten las películas, y que no tengo claro cuál es)—, los nuevos rectores tantearon la posibilidad de convertir por fin a sus personajes en seres de carne y hueso con la misma dignidad que hacía Warner con Superman y Batman.

En los últimos años, la Casa de las Ideas ha formado su propia sección cinematográfica, Marvel Studios, para tener el control absoluto sobre sus personajes, pero en esos primeros momentos tuvo que optar por la coproducción, atrayendo a importantes estudios a estos efectos. Esto explica que personajes como los Hombres-X, Los 4 Fantásticos o Spider-Man no interactúen, hasta ahora, con los Vengadores, Thor, Iron Man o el Capitán América en las taquilleras películas marvelitas. En el caso de La Patrulla-X, fue la 20th Century-Fox quien terminó haciéndose con las riendas del proyecto.

La Patrulla-X —entrañable nombre elegido por Vértice, la primera editorial española de Marvel (y en concreto, por su traductor F. Sesén), para rebautizar al grupo—, o The X-Men en su título original, fue creada en 1963 bajo una idea entonces original: a diferencia de la práctica totalidad de los primeros superhéroes de la casa (los que hoy siguen siendo los más famosos), sus protagonistas nacerían ya con poderes, al portar un gen misterioso o gen X, que los convertía en mutantes, tal vez el siguiente estadio de la evolución humana (el malvado Magneto no tardó en rebautizar su especie como el Homo Superior). Un gen además impredecible, pues cada mutante había de contar con una habilidad distinta y particular, del mismo modo que son irrepetibles nuestras huellas digitales.

El número que dio origen a La Patrulla XEl planteamiento inicial contenía un evidente sentido metafórico: al hacer que cualquier ser aparentemente humano pueda ser en realidad un mutante capaz de alterar la vida «normal», con el consiguiente miedo al «extraño» que se camufla entre nosotros, los creadores de la serie, los judíos Stan Lee y Jack Kirby (o sea, Stanley Lieber y Jakob Kurtzberg, veteranos de la II Guerra Mundial), convirtieron a sus nuevos personajes en el símbolo de todas las minorías raciales perseguidas por cualquier odio o rechazo irracional, del antisemitismo a la discriminación de los negros. Este planteamiento, incluso, contenía un polisémico elemento de identificación para cualquiera que, sin necesidad de tener una piel o una religión distintas, se sintiera diferente: es buen símbolo, por ejemplo, del adolescente (del lector-prototipo de cómics) que descubre que su cuerpo y sus motivaciones están cambiando, abandonado la seguridad de la infancia por la incertidumbre de la vida adulta. Lo extraño es que la serie tardara tanto tiempo en alcanzar el gran éxito: la primera Patrulla-X, la de los años 60, nunca tuvo muchos seguidores; pero a partir de su relanzamiento a mediados de los 70, con el título de The Uncanny X-Men y una alineación de miembros bastante renovada, bajo el control (por espacio de casi 25 años) del guionista Chris Claremont, se convirtió en la serie más vendida del mercado editorial superheroico, hasta el punto de generar (más bien, degenerar en) un aluvión de colecciones de mutantes que colapsaron el interés de los aficionados.

Era lógico, y más en el mundo de la creación del presente, lentamente invadido por ese conciliador concepto que llamamos corrección política —y que está amenazando con hacer realidad el sueño dorado de los censores de todos los tiempos: provocar la mayor uniformidad cultural e ideológica conocida, paradójicamente en la época en que la libertad de expresión se considera un fin irrenunciable—, que el proyecto cinematográfico de X-Men se centrara en esta dimensión metafórica. El problema, claro, es crear una paradoja irresoluble: contaminar de un exceso de trascendencia a unas tramas que, en el fondo, lo que buscan ante todo es la espectacularidad que lleva a todo tipo de espectadores a los cines (o a comprar, luego, la película para consumirla en sus casas). La trilogía X-Men adolece de una alarmante falta de sentido de la distensión, algo que (y lo dice alguien que cree en la «seriedad» del género superheroico) es una dimensión imprescindible del mismo. No hay nada peor que considerar que el mensaje es superior a la historia: la vieja imagen de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones… El sentido del humor es el gran ausente de la trilogía: pocas veces han sufrido tanto y en menos tiempo unos personajes, adultos, adolescentes y ancianos, hasta trivializar, como es natural, el mero concepto de sufrimiento.

Puestos a la obra, la primera decisión de los responsables de X-Men tenía que ser elegir un punto de partida e incluso una alineación del grupo, cuestiones nada sencillas teniendo en cuenta la increíble riqueza y variedad de unos personajes con casi cuatro décadas de vida. El punto de partida, eso sí, es el mismo. Un mutante de poderosas capacidades telepáticas, el Profesor-X, dirige una institución educativa, la Escuela para Jóvenes Talentos, situada en una enorme y aislada mansión rodeada de amplios jardines y bosques, que es el refugio de los Hombres-X, los jóvenes a los que ha ido recogiendo para entrenar sus poderes y así ayudar a la humanidad contra los mutantes que, abusando de sus facultades, pretenden sojuzgarla («Cree en algunos, teme al resto», era el impagable eslogan de la película). Verbigracia, del segundo mutante mega-poderoso del mundo, Magneto, el Amo del Magnetismo, y líder de una fuerza paralela, la Hermandad de Mutantes.

La genial idea de los guionistas —raudamente trasladada a los cómics, como buen ejemplo de esa retroalimentación de que hablaba— fue convertir la Escuela en un colegio de verdad, con una gran cantidad de jóvenes estudiantes además de los adultos que conforman la Patrulla-X. Esta solución crea un escenario rico en posibilidades de todo tipo, del incremento del realismo en el dibujo de ese mundo marcado por el ocultamiento de los mutantes a la posibilidad de distintos niveles argumentales, pasando por el excelente efecto de cotidianeidad que permite.

Patrick Stewart y Ian McKellen, Charles Xavier y MagnetoEl amplio cásting del film comenzó por los actores que debían interpretar a los dos antagonistas principales. Para encarnar a Charles Xavier fue escogido Patrick Stewart, elección que creo que se debió a dos razones coyunturales (coincidía físicamente con el diseño de los cómics —un hombre maduro… y calvo—, y en ese momento era el más popular de todo el reparto, por sus tres lustros de consagración a la saga Star Trek, primero en la tele y luego en los cines, tras la «jubilación» de William Shatner al frente de la Enterprise), pues el intérprete, la verdad, carecía de la calidez y el carisma dramático necesarios en el Profesor-X. En cuanto a Magneto, el acierto fue total al contratarse a alguien que sí desbordaba fuerza e intensidad: Ian McKellen, un magnífico actor que enseguida se haría popular al encadenar otro personaje en otra saga de gran éxito, el Gandalf de El Señor de los Anillos. Ahora bien, justo es señalar que, al revisar la trilogía, se observa un gran desaprovechamiento en ambos personajes, más notable en el caso del Profesor-X, que no juega un papel muy relevante en ninguno de los tres títulos (en los dos primeros, está inerte en los momentos culminantes, y en el último… muere a mitad de historia). McKellen lo compensa, en parte, con su personalidad, pero no hay sino que comparar el muy superior interés dramático de su personaje (ya en manos de otro actor, el también espléndido Michael Fassbender) en su versión más joven de la serie que ahora centra la franquicia.

En cuanto a la alineación inicial, lógicamente los guionistas partieron de la segunda Patrulla-X, la de Claremont, formada por Cíclope y Jean Grey (en los cómics llamada la Chica Maravillosa), que ya pertenecieron al primer equipo, más Tormenta, Lobezno y Pícara. Precisamente, y siguiendo una estructura narrativa muy querida por el cine norteamericano de siempre —presentar un escenario y a sus integrantes a partir de la llegada al mismo de un forastero que actúa como portavoz del espectador, con quien comparte su descubrimiento—, el punto de partida del film es el ingreso de los dos últimos en el grupo. Este recurso está bien trabado con el planteamiento metafórico del film, puesto que lo que une inicialmente a Lobezno y Pícara es su mutua condición de fugitivos de la sociedad… y de sí mismos.

Lobezno ya era el personaje más popular de los cómics, debido a la conjunción de elementos de gran interés: su condición de antihéroe que no se avergüenza de ser un guerrero nato, un especialista en matar, pero que es a la vez dueño de un muy personal e insobornable código ético; las posibilidades que permitía su poder mutante —un factor curativo que regenera casi al instante cualquier herida, por mortal que sea— para acumular sobre él todo tipo de peligros; el atractivo visual de su principal arma, unas increíbles cuchillas de adamantium (el indestructible metal inventado en el Universo Marvel) que surgen de sus nudillos; y la astucia de guión de convertirlo en un aventurero de misterioso pasado, que él mismo ha olvidado, se intuye que por el trauma que para él supuso la experiencia que recubrió sus huesos del mencionado metal.

La evolución muscular de Hugh Jackman en X-MenLa Fox tuvo la suerte de acertar con el desconocido que interpretaría al Garras, el australiano Hugh Jackman, quien en efecto colmó las esperanzas del aficionado, transmitiendo tan bien el peculiar carisma agreste del personaje que los mismos responsables de la franquicia acabaron subordinándola (de modo abusivo e incoherente) al mutante canadiense, hasta hacerla merecedora, más bien, del título de Lobezno y compañía. Eso sí, Jackman fue perdiendo frescura conforme fue acumulando títulos… y ganaba perímetro muscular, revelando además una unidimensionalidad característica en el intérprete mediocre que disimula sus limitaciones bajo el paraguas de un personaje interesante que interpreta repetidas veces, pero que tan pronto se abre a otros papeles ya no puede encubrirlo más (caso de muchas estrellas televisivas de toda la vida, o de actores asociados a un rol emblemático, como Roger Moore/James Bond).

En cuanto a Pícara, se redujo su edad con respecto a los cómics, convirtiéndola en una adolescente traumatizada por su propio factor mutante (su mero contacto absorbe los poderes y la fuerza vital de aquellos a quienes toca, por no hablar de sus recuerdos), subrayando en exceso su condición de metáfora de la diferencia. Se procuró así crear una solidaridad emocional entre el hombre que ignora su propia edad (la cualidad regenerativa de sus tejidos hace que Lobezno envejezca muy lentamente) y la adolescente desorientada, pero este valor no dio juego más allá del primer film. Además, los poderes de Pícara eran casi irrelevantes a la hora de plantear las escenas de acción —todo lo contrario que en los tebeos, donde tenía capacidad de vuelo, fuerza e invulnerabilidad—, lo cual la fue postergando hasta hacerla casi accesoria en el último X-Men, donde incluso aceptaba perder sus poderes. Y sin que, al menos en mi caso, se sintiera mucho, pues Anna Paquin, con su perenne aire de desvalimiento sensiblero, consigue estar casi tan insoportable como cuando de niña ganó un Oscar por la ya olvidada El piano (1993).

El excesivo protagonismo de Lobezno provocó que los demás Hombres-X se desdibujaran bastante, sobre todo en los casos de Cíclope y Tormenta, sin que se remediara nunca. Especialmente fastidioso fue en el primer caso, pues se trata de uno de los más carismáticos miembros de la Patrulla, y su jefe natural en combate. Los guionistas lo eludieron olímpicamente, y el actor que lo encarnaba, James Marsden, decidió abandonar la franquicia, concediendo solo una pequeña intervención a modo de colaboración para cerrar con dignidad al personaje en el tercer capítulo. Este desdén de los guionistas resta fuerza dramática al triángulo sentimental planteado (como en los cómics) entre él, Lobezno y Jean Grey. Este personaje, al menos, es más relevante en la trama, tanto por su relación con el Garras —que permite a Famke Janssen lucir su sensual aplomo— como porque en el tercer título de la trilogía (más el epílogo del anterior) los guionistas adaptan, con ella como personaje central, la que todavía hoy sigue siendo la mejor y más mitificada aventura en la historia de la colección original, la conocida como Saga de Fénix Oscura.

Minimalista poster del primer X-Men, de Bryan SingerLa revisión actual de X-Men (2000) revela la notable sorpresa de que casi podría pasar por una película de serie B, como delata, antes que nada, su exigua duración: 90 minutos en un momento en que cualquier blockbuster parecía ya obligado a superar con mucho las dos horas. El género nos ha acostumbrado hoy a una sucesión de abrumadoras set pieces de acción espectacular que aquí faltan (las escenas de acción, de hecho, respiran una curiosa «intimidad») y, sobre todo, aun cuando en su día su «realismo» dejó con la boca abierta, enseguida la tecnología digital dio un salto sideral. El guión del primer X-Men es muy sencillo, incluso simple: de la mano de esos dos recién llegados a la primera línea del combate entre mutantes, Lobezno y Pícara, el film efectúa un dibujo muy acelerado de ambientes y personajes, unas veces con encomiable sentido sintético (la presentación de la Escuela) pero otras de modo demasiado esquemático. Encima, el plan «maestro» de Magneto es más bien ridículo: aprovechando la cumbre de mandatarios mundiales que se celebra en la neoyorquina isla de Ellis, piensa utilizar una máquina de su invención que tiene la misteriosísima capacidad de alterar los genes normales, y convertir a estos líderes en mutantes, no queda muy claro con qué objetivo.

Paradójicamente, tanto virtudes como defectos proceden de la misma fuente: esa modestia que respira el film en todos los sentidos. Si por un lado genera una sequedad contraproducente para inspirar el debido interés por los personajes, también provoca un encomiable sentido de la eficiencia narrativa, amén de proponer una interesante atmósfera visual, apoyada ante todo en los tonos fríos y metálicos de la fotografía, y que permite al film recrearse en la escasa humanidad de esas bases hipertecnológicas encubiertas bajo la mansión de Xavier o en una isla aparentemente abandonada, buen correlato visual de la necesidad de ocultamiento de los mutantes en medio de la sociedad de los hombres. Por todo ello, y como inicio de una saga, X-Men resulta una película de lo más estimable. Y que contiene uno de los pocos momentos divertidos de la trilogía: la réplica que le suelta Cíclope a Lobezno cuando éste se queja del uniforme (de cuero negro, en la línea Matrix): «¿Acaso esperabas pantis amarillos?», es decir, justo el tipo del traje que tantos años llevó el personaje en los tebeos…

Poster de X-Men 2Nada queda ya de esa sobriedad en X-Men 2 (2003), película que denota tanto un mayor presupuesto como unas ambiciones muy superiores (la duración, lógicamente, se va a las dos horas y cuarto). La película parte de un guión mejor y más equilibrado, que, eso sí, subraya todavía más la denuncia de la persecución de las minorías, hasta incurrir ya en un exceso de pretenciosidad. El villano del film, de hecho, es en esta ocasión un humano, Stryker, una mezcla de militar y científico (no se llega a especificar del todo), que lleva muchos años investigando a los mutantes e incluso experimentando con ellos, dispuesto a encontrar una forma de eliminarlos a todos, y que utilizará al propio Profesor-X para intentar matarlos a distancia con la ayuda de una máquina que amplifica sus ya extraordinarios poderes mentales.

La principal curiosidad de esta secuela (no soy el primero en decirlo, pero lo comparto absolutamente) es que posee grandes paralelismos con El Imperio contraataca (1980), partiendo de su mutua condición de film-bisagra de una trilogía. Es decir, la falta de triunfalismo de una historia que acaba incluso de modo dramático, con la aparente desaparición de uno de sus personajes centrales (en este caso Jean Grey), cuyo argumento viene marcado por la huida constante, incluso a la desbandada, del bando de los «buenos», y que apuesta por una mayor introspección psicológica en el tono y la atmósfera. Esta vez, X-Men 2 se toma su tiempo para dotar de coherencia a su trama, y de hecho la primera mitad de la película es lo mejor de la trilogía, con momentos tan magníficos como el asalto nocturno de los hombres de Stryker a la mansión (donde solo hay un hombre-X adulto, Lobezno, y todos los estudiantes, niños y adolescentes). En la segunda mitad, con la incursión de los mutantes en la base del villano, la acción ya se dilata demasiado, intentando generar demasiados elementos de suspense, pero concluye con otra excelente secuencia: la «muerte» de Jean Grey, sacrificando su vida para salvar la de sus compañeros, en preparación de la futura Saga de Fénix.

La conclusión de la trilogía vino condicionada, en primer lugar, por el abandono de Bryan Singer, director de las anteriores y hombre muy implicado en los guiones, que había recibido de Warner la oferta de resucitar la saga del hombre de acero (y que se saldó con la mejor película, hasta la fecha, del kryptoniano, Superman Returns). No he mencionado hasta ahora en este artículo a Singer, y es que no tengo muy claro que la labor de un director, en estas películas del mainstream tan condicionadas de la tecnología, posea la misma cualidad que tenía en tiempos no muy lejanos. De hecho, si X-Men: La decisión final (2006) es, sin duda, el peor título de la trilogía, no es por el trabajo de realización de Brett Ratner (que, la verdad, no se diferencia tanto del de las otras películas), sino por las deficiencias y desequilibrios de la trama, así como porque, extrañamente, diríase que los responsables de la franquicia parecen agotados de ella y deseando darle como sea una conclusión, para dedicarse a otros proyectos con mayor «futuro» (prolongaciones y reboots de los personajes de la franquicia).

El nacimiento de Fénix en los tebeosEl problema de partida es que el guión cruza dos historias que debían haber dado para dos películas distintas (solo con un gran talento podía haber salido bien el encuentro entre ambas). Una, la más atractiva, hereda el punto en el vacío donde quedó X-Men 2: la mencionada Saga de Fénix (en el cine se prescinde de lo de Oscura). Otra, la más discutible, sitúa a los mutantes y al gobierno ante una disyuntiva ética y moral: el descubrimiento de una sustancia, la Cura, que «corrige» la mutación del famoso gen X y vuelve «normal» al mutante, prometiendo así una vida sin los conflictos anteriores a quienes, voluntariamente, deciden acogerse a ella. Esta segunda historia ofrece lo peor del film, porque multiplica el tono quejumbroso de la saga sin ofrecer la menor densidad: sus reflexiones sobre la diferencia son propias de un suplemento dominical, y entre otros daños colaterales ya termina de estropear el personaje de Magneto.

Eso sí, más decepcionante aún es la Saga de Fénix, trama que consiste, a grandes rasgos, en el regreso de una Jean Grey que nunca murió sino que ha estado todos esos meses en estado inerte, acumulando la energía necesaria para liberar todas las represiones que Charles Xavier había impuesto sobre unos poderes mentales que son aterradoramente mayúsculos, y que ahora la convierten en un ser que es puro instinto de poder y destrucción (ese alter ego es el que recibe el nombre simbólico de Fénix: «¡Soy el fuego! ¡Soy la vida encarnada! ¡Ahora y siempre, soy… Fénix!», eras las primeras e imborrables palabras que proclamaba el renacido personaje en los cómics). Repito: en ellos, es una obra maestra, que se desarrolla a lo largo de muchas páginas; aquí no tiene tiempo para elaborar bien esa reflexión sobre el poder desatado y acaba incurriendo en el puro ridículo, con una Famke Janssen que ya no se cree lo que está haciendo. Y no solo ella: todos los actores parecen en franca baja forma, empezando por un Hugh Jackman que ya compone un Lobezno rutinario, abusando del gesto hosco.

Aun así, ese extraño apresuramiento que parece poseer al film, esas ganas de acabar de una vez con la trilogía, le otorgan un carácter abrupto que en determinados momentos resulta muy atractivo. Y es que, a la hora de película, ya han muerto dos de sus protagonistas (Cíclope y Xavier), y ambos en dos secuencias magníficas, en especial la del primero, beneficiada por la excelente interpretación de James Marsden en su breve colaboración. Precisamente, las solitarias orillas del lago donde resucita Jean, donde muere Cíclope y a donde llegan enseguida Lobezno y Tormenta, por obra de ese halo de misterio que recibe en circunstancias extraordinarias, quedan convertidas en el espacio más fascinante de toda la trilogía, con esa niebla preternatural que lo envuelve y donde los objetos (gotas de rocío, hojas y guijarros) flotan tenuemente, revelando la extraña tragedia que acaba de tener lugar: así, las gafas de Cíclope se dirigen mansamente hacia las manos de quien fue su gran rival por el amor de la mujer que lo ha matado…

Los X-Men contra la Hermandad de Mutantes

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: X-Men / X-Men. Año: 2000.

Dirección: Bryan Singer. Guión: David Hayter; historia de Tom de Santo y Bryan Singer. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: Michael Kamen. Reparto: Patrick Stewart (Charles Xavier), Ian McKellen (Magneto), Hugh Jackman (Lobezno), Anna Paquin (Pícara), Famke Janssen (Jean Grey), Halle Berry (Tormenta), James Marsden (Cíclope). Dur.: 95 min.

Título: X-Men 2 / X2. Año: 2003.

Dirección: Bryan Singer. Guión: Michael Dougherty, Dan Harris y David Hayter; historia de Zak Penn, Bryan Singer y David Hayter. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: John Ottman. Reparto: Hugh Jackman (Lobezno), Patrick Stewart (Charles Xavier), Ian McKellen (Magneto), Famke Janssen (Jean Grey), Halle Berry (Tormenta), James Marsden (Cíclope), Anna Paquin (Pícara), Brian Cox (Stryker). Dur.: 135 min.

Título: X-Men: La decisión final / X-Men: The Last Stand. Año: 2006.

Dirección: Brett Ratner. Guión: Simon Kinberg y Zak Penn. Fotografía: Dante Spinotti. Música: John Powell. Reparto: Hugh Jackman (Lobezno), Patrick Stewart (Charles Xavier), Ian McKellen (Magneto), Famke Janssen (Jean Grey), Halle Berry (Tormenta), James Marsden (Cíclope), Anna Paquin (Pícara), Kelsey Grammer (La Bestia). Dur.: 105 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a La trilogía X-Men: y el Universo Marvel vio la luz en el cine…

  1. Renaissance dijo:

    El exceso de seriedad que señalas es uno de los problemas que tuve con X- Men: demasiado dramatismo y falta de ligereza para un género al que prácticamente me asomo a través del cine y del que al final, preferí las aproximaciones de Marvel Disney, donde se han defendido bastante bien yendo de lo más simple y lo casi cómico hacia un planteamiento más severo. La mejor forma de decirlo es esa: En X Men, todos sufren.
    Respecto a la primera película, es de esos casos en que no me gusta producción, por intereses personales y cualquier otra cuestión subjetiva, pero no impide que la considere buena. Sentó las bases del cine Marvel, y consiguió resolver problemas nimios, pero que siempre habían supuesto un obstáculo a la hora de hacer versiones más literales. Creo que el propio director explicaba en una entrevista el por qué de los trajes: «lo que funciona en una viñeta no tiene por qué funcionar en pantalla». Y de hecho, en el único momento de humor que tuvo el metraje, se hacía referencia a los trajes de lycra amarilla.

    • El mejor símbolo de ese exceso de gravedad que tiene la saga es el personaje de Lobezno, que en los cómics no siempre está tan tremebundamente serio. Si en el primer X-Men Hugh Jackman y el personaje convencían perfectamente, poco a poco nos encontramos con que era más de lo mismo, con esa cara de perpetuo dolor de cabeza y ni un solo descansito de problemas existenciales, sentimentales y lo que haga falta.

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