Mientras aparecen los créditos, un hombre joven se exfolia cuidadosamente toda la piel, se pega a los dedos falsas huellas digitales con una gota de sangre, se ata al muslo una bolsa con orina… En resumen, sigue un ritual matutino que se adivina ya rutinario para convertirse en otra persona. Pues nos hallamos en un futuro antiutópico en el que ha dejado de existir la discriminación racial o cultural, para centrarse en la perfección física basada en la ingeniería genética. Los seres humanos ahora se dividen en Válidos o No Válidos, circunstancia determinada en el momento de la concepción. Vincent, el protagonista, todavía fue engendrado de acuerdo con el «viejo estilo», pero en el momento del parto el análisis de su sangre reveló que tendría problemas cardiovasculares y no le dieron más de treinta años de vida: en ese mundo, un condenado a puestos subalternos en la sociedad. Su padre prefirió reservar su propio nombre, Anton, para un segundo hijo, ya nacido según los rigurosos procesos de selección.
La historia que cuenta Gattaca es cómo el primer hijo, Vincent, destinado a formar parte de los parias pero estimulado desde pequeño por el sueño de volar al espacio, consigue cambiar su vida por la de otro cuya sangre y circunstancias genéticas sí le dictaminan como Válido. Vincent adquirirá una complicada máscara exterior, cambiará su nombre por el de Jerome Morrow, el Válido a quien un accidente ha truncado su permanencia en la élite y que le proporciona cuanto necesita para mantener el engaño a cambio de poder mantener su estilo de vida. Y sin embargo, no es Jerome quien entra en la corporación espacial Gattaca y consigue obtener un puesto el programa espacial, cumpliendo su sueño: es el Vincent miope, que consiguió aumentar seis centímetros de altura a costa de un doloroso alargamiento de huesos, que moldeó su débil cuerpo a base de agotadoras series gimnásticas, cuyo corazón tendría que haberse detenido hace tiempo, quien lo ha conseguido. Por una vez, la frase con que se publicitó la película no fue sólo un eslogan: No hay gen para el espíritu humano.
Gattaca es uno de los últimos intentos de ofrecer un cine de ciencia-ficción denso y adulto en el mainstream de Hollywood, el género que proporcionó al cine norteamericano obras del calibre de El increíble hombre menguante (1957), El planeta de los simios (1968), Sucesos en la IV fase (1974) o Blade Runner (1982). Su director debutaba con esta película, que también escribió, y que se estrenó sin mucha repercusión un poco antes de que lo hiciera un film de mucho mayor eco, El show de Truman (1998, Peter Weir), donde firmaba el guión original. Con el tiempo, sin embargo, creo que el enorme eco que obtuvo la película de Weir (estimable pero decepcionante) ha ido apagándose mientras que la reputación de Gattaca no ha hecho sino crecer.
Gattaca, digámoslo ya, es un film inolvidable. No porque sea perfecto, como ahora expondré, sino porque pertenece a ese conjunto de películas que, conteniendo más de un elemento de imperfección, despiertan tantas sugerencias, fascinan de modo tan arrebatador, dejan una huella tal en el corazón del espectador, que es éste el que acaba rellenando los huecos o lagunas que su razón le señala.
Niccol no pretendió ser especialmente original. Su planteamiento retoma distintos elementos de previos relatos antiutópicos. Incluso, como soporte argumental, se apoya en una siempre agradecida trama de cine policiaco: la historia se inicia con el descubrimiento del asesinato de uno de los directivos de Gattaca, que se oponía al viaje estelar en que el falso Jerome Morrow debe partir. Una delatora pestaña revela que un No Válido llamado Vincent Freeman, desaparecido años atrás, estuvo en las proximidades del muerto. A partir de aquí, la historia se bifurca en dos narraciones paralelas: por un lado, la investigación; por otro, la historia de ese empleado que no es quien dice ser, y que lo primero que hará es recordar, mediante un flash-back, quién es.
La película, en primer lugar, destaca por su formidable atmósfera de tristeza. Varios son los elementos que confluyen para obtener tal fruto. En primer lugar, una música obra de Michael Nyman que impregna las imágenes de una melancolía incontenible, que inunda nuestra memoria despertando la evocación de una pérdida insondable a la que no podemos dar nombre. En segundo lugar, la caracterización del escenario en el que transcurre la acción principal, esa corporación que responde al sugerente (e indeterminado) nombre de Gattaca, como un lugar caracterizado ante todo por el vacío: inmensas superficies de limpidez metálica en las que se pierde la mirada, amplias estancias comunicadas por larguísimas pasarelas. Espacios que los personajes recorren siempre sin prisa, de modo incluso solemne (el protagonista, Vincent, suele caminar con las manos cruzadas a la espalda, con cierto ademán monacal, remarcando el silencio que parece sello distintivo del lugar). Por otra parte, hay que recordar que si los hombres de Gattaca son, ante todo, navegantes espaciales (de hecho, constantemente todos tienen que mostrar su vigor físico mediante continuas pruebas), su trabajo cotidiano lo realizan en una gigantesca sala, sentados ante hileras de pantallas de ordenador, parafraseando escenarios similares de Y el mundo marcha… (1928) o El apartamento (1960): parecen burócratas alienados antes que osados exploradores del universo.
La tristeza se contagia a los seres humanos: no hay espacio en Gattaca para la alegría ni se observan signos de amistad entre los empleados, tan sólo, en todo caso, de subordinación o dominio (como patentiza magníficamente el personaje del viejo encargado de la limpieza —entrañable Ernest Borgnine—, que no duda en reprender sin embozo alguno a sus subordinados, entre ellos un joven Vincent, quien trabajó allí como limpiador, y sin embargo luego muestra tranquila sumisión ante aquellos a quienes prácticamente considera sus amos: el mismo Vincent, ahora bajo la identidad de Jerome). Incluso, en la relación amorosa que el protagonista entablará con una bella compañera de trabajo, Irene, hay mucho de admirada nostalgia, de rendida subordinación, por parte de ella hacia él, pues un problema cardiaco sobrevenido la ha alejado de las misiones interplanetarias que él esta a punto de emprender. La imperfecta Irene ama, pues, al perfecto Vincent, sin saber que éste, incluso, se halla por debajo de ella en los parámetros eugenésicos.
Por último, deben señalarse las interpretaciones de sus dos protagonistas principales, magníficamente dirigidos por Niccol. Antes de Gattaca, Ethan Hawke era un joven actor con vitola de sensible que nunca me había llamado la atención. Pero aquí aporta a Vincent una mirada de insondable tristeza que se basta para crear un personaje, ayudado también por una indudable sensación de fragilidad física que no tanto se ve como se intuye. Por su parte, Uma Thurman nunca ha estado mejor. Su extraña fotogenia también consigue transmitir una delicada melancolía, en un papel que no es fundamental en la trama pero que aporta un bonito contrapunto a la historia.
La fotografía de Slawomir Idziak se preocupa por diferenciar radicalmente los ambientes: los interiores de Gattaca se muestran siempre en fríos colores azulados que señalan la impersonalidad del lugar; en cambio, las escenas exteriores siempre están bañadas en colores dorados, sugiriendo un crepúsculo eterno. Quizá esa es una de las mejores ideas de la película: el extremo desarrollo de la ciencia genética no ha provocado un avance sustancial de la Humanidad, sino que conduce a ésta a su lento declive. No es difícil imaginar que esta élite autosatisfecha de su perfección física acabará acostumbrándose a ser mantenida por los parias del sistema, hasta languidecer por la falta de retos, lo que no en vano la ciencia-ficción clásica nos ha señalado como germen destructor de la Civilización: la sombra de la división wellsiana del hombre en Morlocks y Elois se encuentra a la vuelta de la esquina.
Otro elemento sugiere genialmente el vacío, en este caso, simbolizando la inmensidad en la que Vincent quiere sumergirse para superar la estrechez, el aherrojamiento que para él supone la vida en la Tierra, y que no es sino su deseo de navegar por el espacio. Niccol sugiere el objetivo final de su protagonista de un modo muy bello: en mitad de una de las pasarelas de la corporación, Vincent, las manos inevitablemente a la espalda, contempla una y otra vez el despegue de todas las naves que parten de Gattaca y que forman en el cielo una estela blanca que se pierde entre las estrellas. Hermosa elipsis: Gattaca no necesita nunca la ostentación para ser sugerente.
¿Dónde se encuentran, entonces, los defectos de la película? El primero, inevitablemente, radica en la realización del propio Niccol, que no hay que olvidar que era un debutante, por lo cual resulta lógico que su labor sea más funcional que sugerente. Niccol se comporta más como un pintor que como un realizador de cine: sabe crear belleza por la disposición de los elementos dentro del plano, por la elección de los encuadres, pero no les otorga esa necesariedad que saben evocar los grandes cineastas. Y, con todo, esta quietud, esta estandarización, si queremos llamarla así, de la realización, en el fondo se imbrica muy bien con la impersonalidad que se quiere dotar a ese mundo asépticamente perfecto.
Otros defectos tienen que ver con el dibujo de personajes, pues fuera del protagonista, el resto está bastante descuidado, empezando por el Jerome que borda el entonces desconocido Jude Law. El objeto de la historia es mostrar un proceso paralelo de identificación de Jerome con Vincent (justo lo contrario de lo que une inicialmente a ambos personaje). Jerome, un individuo aristocrático con evidente conciencia de casta y bien pagado de su superioridad (de hecho, si está postrado en una silla de ruedas es porque intentó suicidarse al descubrir que la perfección a que ansiaba era imposible), termina por asumir como propio el reto que es la vida de Vincent. En este sentido, el momento más intenso a cargo del personaje, el que mejor lo describe a partir de sus acciones, es aquél en que, alertado por Vincent de la inminente llegada del policía a su apartamento, se ve obligado a subir por sus propios medios, o sea, a rastras, las escaleras que le conducen a la parte superior del apartamento, donde ha de aparentar que vive. Así, esta vez es Jerome quien tiene que demostrar el mismo e indomable tesón de Vincent, remarcando el definitivo desplazamiento de personalidades: aunque Vincent vive externamente la vida de Jerome, es en el fondo su carácter y sus sueños los que acaban moldeando a éste. Por ello [spoiler], resulta del todo coherente que, en una conseguida narración paralela, el personaje ponga fin a su vida mientras Vincent despega hacia las estrellas: ya no hay más futuro para él.
El mensaje, sencillo pero noble, que contiene Gattaca es, evidentemente, tan viejo como el hombre: la superación personal lo es todo. Pero lo hace sin moralejas, sin edulcorantes, mediante la sugerencia y no el sermón. El símbolo de ello es esa prueba de resistencia que hacen los dos hermanos desde su infancia, internándose a nado en el mar abierto hasta que uno de los dos no puede más. Por supuesto, Vincent es habitualmente derrotado, pero en el último de los duelos, ante la atónita sorpresa del «superior» Anton, consigue vencerlo. Cuando, hacia el final de la historia, los dos hermanos vuelven a reconocerse, el resentido Anton vuelve a retarlo y vuelve a perder; al exigirle una explicación a lo inexplicable, Vincent responde de modo maravilloso, con su perpetua mirada triste: «Nunca guardé fuerzas para regresar».
[El lector que quiera saber por sí mismo cómo acaba esta inolvidable película deberá dejar de leer aquí]
Esa mirada es la que convierte su última secuencia en Gattaca en uno de los momentos más emotivos de todo el cine contemporáneo. Justo antes de subir al cohete, un último e inesperado control de orina parece arruinar su esperanzas, pero entonces descubre un aliado en el médico de la empresa, que todos esos años anteriores lo había encubierto sin él saberlo. Sorprendido por ese inesperado gesto de calor humano, cuando ya creía todo perdido, Vincent mira hacia atrás por última vez, hacia el doctor y hacia nosotros, y su rostro inunda la pantalla con un gesto irrepetible: una mirada con toda la tristeza de quien contempla el último hálito humano de un mundo muerto emocionalmente. Porque, intuimos, él tampoco va a volver jamás a la Tierra: la expresión de Vincent cuando, por fin despegado de ese mundo que lo apresaba, mira hacia las estrellas y deja que estas se reflejen en su rostro, es la mirada de alguien sin punto de retorno.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Gattaca / Gattaca. Año: 1997.
Dirección y guión: Andrew Niccol. Fotografía: Slawomir Itzkiak. Música: Michael Nyman. Reparto: Ethan Hawke (Vincent), Uma Thurman (Irene), Jude Law (Jerome), Alan Arkin (Detective Hugo), Loren Dean (Anton), Xander Berkeley (Dr. Lamar). Dur.: 106 min.
Me encanta esta peli, se la proyecto a mis alumnos casi todos los años el tema de ingenieria genética, pero se puede utilizar para muchos temas.
Cierto, Idalia. Es una película tan rica que puede ser contemplada desde muchas perspectivas, y encima, en todo momento responde a lo mínimo que hay que exigirle a una película: que te interese su historia y te deje con ganas de volver a verla.
Excelente análisis de la película John, impecable tu manera de redactar,he leido varias rewievs y críticas de esta película y la tuya es excepcional.
Una película que dice mucho solo con gestos y dejando ideas sobre entendidas para ver quien es capaz de atajarlas, me encanta. Niccol intentó emular a Gattaca con In Time del 2011,a mi parecer muy por debajo de lo que logró en el 97′.
Muchas gracias por tus palabras, Juan Carlos. El cariño que le tengo a esta película es enorme y cada vez que la veo la revalorizo aún más. Tanto, que… nunca he visto «In Time», porque las referencias que tengo de ellas por amigos que han visto ambas no son buenas y quiero «proteger» el buen nombre de Niccol en mi valoración. De hecho, ya «S1m0ne», la siguiente peli que hizo tras «Gattaca», me decepcionó bastante…
Yo siempre que la veo acabo llorando. Yo de pequeño sufrí mucho por tener asma crónica y me costaba mucho respirar. Pero el médico me decía que era bueno el deporte y en Verano nadaba y hasta buceaba para poder tener mejor los pulmones. Y más tarde me di cuanta que hay nadadores asmáticos, que lograron ser alguien a causa de una enfermedad y eso siempre me emociona.
Entre las múltiples virtudes de «Gattaca» está, precisamente, una que es muy difícil de conseguir: que el mensaje de superación personal, en vez de ternurista, sea sensible y emocione de verdad. En todos los sentidos, Danni, «Gattaca» es una película maravillosa.
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