Sherlock, año IV: el círculo se cierra

Sherlock I          II          III

Sherlock, temporada IVTres años, es decir, uno más de lo habitual, es el tiempo transcurrido entre la tercera temporada de Sherlock y la última (estrenada, eso sí, en las primeras semanas del año 2017 y ahora descubierta por mí en formato blu-ray), con el pequeño consuelo de un capítulo «especial» emitido en enero de 2016. Es probable que el motivo se deba a la apretadísima agenda de su protagonista, Benedict Cumberbatch, definitivamente convertido en intérprete cotizado gracias a su implicación en toda clase de proyectos de alto nivel, tanto en cine como en televisión. Entre ellos, el papel que le ha valido una primera nominación al Oscar —la excelente película The Imitation Game (Descubriendo Enigma), en la que su personaje de Alan Turing vendría a ser una variante de Holmes— y su inclusión en el Universo Cinemático Marvel, con el papel del Doctor Extraño, que no por nada enseguida se ha convertido en uno de sus superhéroes más carismáticos. Del mismo modo, la categoría profesional de su compañero, Martin Freeman, también se ha incrementado, al convertirse en ese mismo tiempo en el protagonista de la trilogía El Hobbit (2012-2014), de Peter Jackson. De hecho, también él ha sido absorbido por Marvel, si bien en un rol secundario, el del agente Everett K. Ross, que ha aparecido por el momento en dos producciones, Capitán América: Civil War y Black Panther. Todo indica que será difícil reunir a corto o medio plazo a sus estrellas, pero lo más relevante, visto ya este año IV, es la sensación de clausura que posee la temporada. Es más, si se cerrara aquí la trayectoria de este Sherlock Holmes contemporáneo, la formidable coherencia dramática de esta conclusión otorgaría a la serie una sensación de totalidad, de historia concebida en cuatro actos (con sus correspondientes capítulos) pero con una clara estructura de principio, nudo y desenlace, en que cada elemento argumental diríase concebido, desde el primer momento, para cerrar el planteamiento que se abrió en aquel lejano y memorable episodio inicial, esto es, el proceso de progresiva humanización de ese ser en principio inhumano que es Sherlock Holmes.

Hay que recordarlo. El Sherlock Holmes del siglo XXI que nos presentaron, en su enésimo encuentro/reencuentro con Watson, aparecía dibujado como alguien cuya sobrenatural inteligencia lo convierte en un ser inhumano. Más que en todas sus anteriores apariciones en la literatura, el cine, la televisión o cualesquiera medios donde ha cobrado vida, este Holmes es un hombre sin empatía, que si trata con los demás es porque no puede eludir el medio en que ha nacido, y porque es la única forma de poder hacer uso de sus capacidades. Alguien que, sin embargo, no cree precisar nada de los demás, y que se define él mismo en voz alta como un sociópata. Es más, esos policías que contemplan con desagrado su arrogante brillantez presagian que algún día acabará revelando que su atracción por el crimen no esconde sino a un psicópata y ellos, con anticipada fruición, tendrán que ir a por él. Ahora bien, recuérdese la estupenda frase que el inspector Lestrade, el entrañable inspector Lestrade que supone uno de los más creativos hallazgos de esta serie, le decía a Watson, perplejo ante ese tipo que por un lado le devuelve el interés por la vida y por otro lo sorprende con su forma de ser, que Holmes «es un gran hombre y algún día, con suerte, será un buen hombre».

Watson, señora y niña mas Holmes

Steven Moffat y Mark Gatiss, sus dos creadores y guionistas, juntos o por separado, de todos los capítulos de esta última temporada, cierran por tanto ese proceso iniciado con el encuentro entre esos dos hombres en principio tan disímiles y en el fondo tan parecidos. Por tanto, terminan de extraer a Sherlock Holmes de la turbia penumbra emocional en que vivía para conducirlo hasta la luz que simboliza su amistad, en todos los sentidos, con ese hombre que también estaba perdido, el doctor Watson.

En la temporada anterior, esos pasos para humanizar a Holmes ya se habían trazado con decisión, por medio de varios elementos. Uno, en apariencia anecdótico (la presentación de nada menos que los padres de Sherlock y Mycroft), pero que en este año IV incluso ofrecerá una inesperada vuelta de tuerca, como ahora señalaré. Otro, verdaderamente significativo: a su modo extremo, Holmes se revelaba capaz del mayor sacrificio en nombre de la amistad que siente por Watson, al ejecutar sin piedad al magnate de la comunicación que amenazaba con revelar el turbio pasado de su esposa, Mary. En el primer episodio de esta cuarta temporada, los guionistas hacen cruzar a Holmes otra línea más: Mary Watson, a quien él había jurado proteger de todo peligro, muere al recibir una bala dirigida al detective. Esto supone un doble cataclismo: primero, por la sensación de extremo fracaso que embarga a Sherlock; segundo, porque Watson, abrumado por el dolor, lo acusa de haber faltado a su palabra y rompe toda relación con él, dejándolo más solo que nunca. Ambos hombres, auténticos parias de las emociones —recuérdese que el mismo Watson había sido caracterizado, en el arranque de la serie, como otro individuo con enormes problemas para relacionarse con los demás—, tendrán que salvarse mutualmente.

Gracioso afiche de aroma clásico para La novia abominableLa temporada vino precedida por un capítulo emitido el 1 de enero de 2016 y titulado La novia abominable. En principio, parece un episodio «especial» cuya singularidad proviene de que sitúa a los personajes en su contexto histórico original, es decir, en el Londres victoriano. Como parte del juego, las referencias a la serie moderna son constantes: las circunstancias en que se conocen Holmes y Watson son idénticas a la del primer capítulo de esta, aparecen los mismos personajes secundarios encarnados por los mismos actores… La trama, muy interesante, pone a nuestros investigadores en pos de una presunta asesina sobrenatural que parece cometer crímenes después de muerta. Sin embargo, el capítulo no es un mero pastiche —un irónico pastiche, puesto que, en realidad, es la ambientación coetánea habitual en la serie la que debería calificarse como tal—, puesto que a mitad de la historia descubriremos que esa historia la está viviendo Holmes en su palacio mental (esa especie de reducto interior donde los genios analíticos se «refugian» para concentrarse mejor en sus prodigiosos recursos intelectivos, que ya conocimos en el último episodio del año III) mientras el avión lo trae de regreso del efímero «destierro» al que fue enviado debido a la ya mencionada ejecución. Se enlaza así con el impactante final de ese episodio: los televisores de todo el país se ven interferidos por una imagen de Moriarty, riendo a cámara, mientras exclama: «Miss Me? / ¿Me extrañabas?».

Con inteligencia, Gatiss y Moffat (coautores del guion) trazan toda una serie de hilos conductores entre los personajes del presente y los del pasado: la adicción de Holmes a las drogas, la relación de amistad que lo une con su cronista, la presencia como un lazo a la vez incómodo e imprescindible de Mycroft, las ambiguas capacidades de Mary Watson (que repite su condición de esposa del doctor y de misteriosa agente especial al servicio de la inteligencia británica), el juego tan grato a los admiradores del personaje literario con respecto a los relatos oficiales del Canon… Y por supuesto, Moriarty, ya que esa aventura que Holmes vive/revive tiene por objeto situarlo en disposición de entender lo que ha sucedido con su némesis. Y la conclusión de Holmes, ya en el presente, es que no puede haber la menor duda de que está muerto porque se suicidó ante sus ojos: signifique lo que signifique esa grabación, los muertos no vuelven. La nueva temporada se encargará de confirmar esa aseveración del más positivista de los hombres, ese cuya máxima favorita es, recuérdese: «cuando lo imposible ha sido descartado, lo que resta, por improbable que parezca, es la verdad».

La novia abominable, por lo tanto, es un excelente aperitivo de cara a la temporada final, que además nos da la pista de cuál será su vórtice dramático: la importancia de la amistad. En un momento de especial simbolismo, los Moriarty y Holmes del siglo XIX acaban enfrentándose en el dantesco escenario (real, por cierto) de las cataratas de Reichenbach donde, en el relato del Canon titulado El problema final, ambos parecían morir (el primero, de modo auténtico; el segundo, fingido). Solo que, ahora, el detective sale con bien porque, en el último momento, aparece Watson. Holmes triunfa, por tanto, gracias a la presencia de lo que faltaba en el original: su amigo. Toda una declaración de principios de cara a la nueva temporada que iba a tardar todavía un año en ver la luz.

Moriarty, incluso desde la tumba el hombre mas peligroso del mundoFinalmente, y estrenado otra vez el día de Año Nuevo, como las dos anteriores temporadas, se presentaba en sociedad el primer capítulo del año IV. El episodio se titula Los seis Thatcher y su excusa argumental, que recrea el relato del Canon titulado Los seis Napoleones, gira en torno a un individuo que está destrozando por todo Londres varios bustos con la imagen del emperador corso, por la evidente razón de que todos pertenecen a la misma partida y en uno de ellos, sin saber en cuál, ocultó algo que está buscando con desesperación. En este caso, y como indica el rebautizo, se cambia sardónicamente un gobernante autoritario por otro, más autóctono.

Esa búsqueda tiene que ver, de nuevo, con el misterioso pasado de Mary Watson como agente especial, que se empeña en reaparecer una y otra vez. La pareja acaba de tener una hija, a la que llaman Rose y de la cual Sherlock va a ser el padrino, y su vida parece haber encauzado la senda de la tranquilidad. Sin embargo, en uno de esos bustos de la Dama de Hierro se esconde un pendrive que encierra los secretos de Mary, lo que la empuja a volver a la «acción», pues su enemigo no es sino un antiguo colega con el que integraba un grupo de agentes libres que sufrió una emboscada durante un incidente terrorista en la república ex soviética de Georgia y que, tras pasar muchos años encerrado, vuelve dispuesto a vengarse de aquella a la que considera, por ser la única superviviente, la persona que traicionó a sus compañeros.

El episodio, sin embargo, resulta muy discutible (es curioso que todas las temporadas hayan incluido siempre un episodio flojo) puesto que tanto el guionista Mark Gatiss (extrañamente, en su peor trabajo para la serie) como la realizadora Rachel Talalay, cada uno en su cometido, se empeñan en buscar la complicación por la complicación, creyendo erróneamente que esto se traduce en mayor sofisticación. En primer lugar, el tratamiento de los personajes resulta demasiado burdo. Ya me parece cuestionable que se trivialice el estupendo final de la temporada anterior, que convertía a Holmes, por amistad, en un proscrito, anulando las consecuencias legales de sus actos mediante una solución más bien chapucera, una especie de «aquí no ha pasado nada». Pero peor es el modo en que se exagera el habitual frenesí intelectivo del detective, subrayando hasta el hartazgo su necesidad de estímulos mentales hasta el punto de hacer que se pase todo el rato resolviendo casos a través del WhatsApp (¡incluso en el bautizo de Rose Watson!).

Además, la construcción de la trama es confusa, y a ratos parece una variante televisiva de las películas de Misión Imposible, con Mary Watson y Holmes siguiéndose por medio mundo mientras ella alardea de un transformismo digno de Mortadelo. El apresuramiento del episodio se cobra una víctima: ese personaje femenino de enorme interés acaba quedando desdibujado al no detenerse lo suficiente en él. Por eso, su inesperada muerte, sacrificándose por Holmes, carece del dramatismo que requería. Por fortuna, en el siguiente capítulo el personaje ahora sí recibirá la atención debida (¡ya muerta!) y eso permitirá al espectador añorarla de verdad y comprender por qué su desaparición provoca tan tremenda desolación en los hombres de su vida.

Mary Watson es mas de lo que parece

Ese segundo episodio, titulado El detective mentiroso y escrito por el gran Steven Moffat, es no solo el mejor de toda la temporada sino uno de los mejores de toda la serie. En él, Moffat consigue triunfar donde fracasaba su colega Gatiss en el anterior: equilibrar el interés propio de la trama criminal con la rica evolución de la relación entre los personajes: el despertar de ambos del hundimiento en que se han sumido tras la muerte de Mary. Así, Watson ha perdido interés por el mundo, por mucho que cumpla con el expediente de acudir a una psiquiatra, a la que no le cuenta la principal alteración mental que está viviendo. Por su parte, Holmes ha caído en uno de sus ya conocidos periodos de indolente nihilismo bajo el consolador consumo de drogas.

El ángel protector que ampara a Holmes y Watson será nada menos que la misma Mary, que desde su muerte se le aparece cotidianamente a su esposo (esa es la «alteración» a que me refería), tratando de guiarle y aconsejarle: ¿una alucinación fruto del dolor… o la pervivencia del amor más allá de la tumba? De la mano de una espléndida Amanda Abbington, en cualquier caso Mary alcanza ahora para el espectador el relieve que no tuvo antes, ofreciendo una humanidad y una ternura verdaderamente entrañables, que contrasta con el autismo emocional de esos dos hombres cuya vida, ahora queda claro, tanto estimuló. Porque su empeño, desde ese otro lado, es devolver el equilibrio a su marido, y de paso al mismo Holmes, sabiendo que para ello es fundamental su reconciliación. Un estupendo giro argumental nos mostrará que Mary, en previsión de su muerte violenta antes de tiempo, dejó una grabación dirigida a Holmes para guiarlo hacia la única forma en que su marido aceptaría volver a acercarse a él: asegurarse de que su vida depende totalmente de su ayuda.

Culverton Smith, un tipo que da miedoY he aquí el papel del caso criminal que ocupa el episodio: el enfrentamiento de Holmes con un poderoso magnate británico que pasa a ojos de todos por un encomiable filántropo, Culverton Smith, y que sin embargo puede ser un irremediable serial killer. El detective acabará poniéndose él mismo en sus manos, al ser internado en el hospital propiedad del mismo Smith, donde este encubre sus crímenes, quedando desvalido en espera de la aparición de ese paladín que irrumpa en el último momento. Todo en el episodio resulta admirable, de la estupenda intervención del fantasma de Mary al dibujo de un villano a la altura de los otros genios del mal de la serie (que permite, además, a Toby Smith una creación que acaba desprendiendo una genuina repulsión, tanto física y moral). Encima, el episodio culmina con un genial cliffhanger: la terapeuta con gafas y aspecto vulgar que atiende a Watson se revela como una maquiavélica presencia que lleva tiempo interfiriendo en las vidas de los dos amigos: en el primer episodio, suponía una tentación sentimental para el feliz doctor; en el segundo, era la misteriosa mujer que ponía a Holmes en el camino para detener a Culverton Smith. Es, por lo tanto, alguien muy inteligente como para llevar tiempo manipulando a ambos hombres, incluso previendo lo que iba a suceder entre ellos. Pero su profundo conocimiento de las reacciones de Holmes delata algo más.

La increíble revelación, que ya había sido sugerida en un momento previo, es que Mycroft Holmes ha escondido todos esos años a Sherlock la existencia de un tercer vástago de sus padres, una hermana oculta que además ocupa el puesto intermedio entre ambos. Se llama Eurus (nombre que significa, en griego, «viento del este») y lleva desde la infancia hundida en la locura tras diversos episodios que culminaron con la atroz muerte de un ser muy querido para su entonces pequeño hermano menor, lo cual provocó que este borrara de su memoria la presencia de esa tercera Holmes.

El problema final, episodio culminante de la temporada, coescrito entre Moffat y Gatiss, se encargará de desvelar definitivamente quién es Eurus. Se trata de una aventura concebida a modo de gran tour de force, desde el momento en que constituye un enfrentamiento de inteligencias entre los dos hermanos «buenos» por un lado (más Watson, claro) con la hermana «perversa», que se sitúa en el recóndito centro mental donde se halla recluida desde muchos años atrás. Situado en un islote rocoso en medio del mar, a modo de castillo que lo corona pero cuyo principal espacio es subterráneo, tanto el lugar como la peripecia fundamentalmente mental que se desarrolla entre sus muros, recuerdan al film de Martin Scorsese Shutter Island, con alguna reminiscencia de El silencio de los corderos).

[Quien no conozca el final de esta temporada debe dejar de leer aquí]

No es Anibal Lecter, es Eurus HolmesComo a estas alturas esperaba todo el mundo, el capítulo también resuelve el problema de Moriarty: ¿está vivo o muerto?, ¿qué tiene que ver con la aparición de Eurus? La ingeniosa solución es que, en efecto, su papel se juega desde la tumba, y sin necesidad de recurrir al habitual truco de la resurrección. Consiste en haber catalizado, de modo definitivo, el «despertar» de Eurus, y esto por la ligereza de Mycroft. Por cierto que el papel del segundo Holmes en esta temporada es más turbio que nunca: no solo era el hombre del gobierno que contrataba al grupo de agentes liderado por Mary Watson sino que también utilizaba la sobrenatural inteligencia de Eurus para anticipar actuaciones de otros malvados que pudieran suponer un peligro para la seguridad nacional, a cambio de pequeños privilegios en su encierro. Uno de ellos, precisamente, fue una conversación (sin vigilancia ni micrófonos) entre Eurus y Moriarty, celebrada antes de que este muriera en la segunda temporada. Es buena idea que no se llegue a contar, de ningún modo, de qué hablaron: pero, por lo mismo, resulta aún más sugerente la impresión de que la maldad absoluta es contagiosa.

La aparición de esta hermana «perdida» de los Holmes puede parecer una ocurrencia traída por los pelos, pero su coherencia dramática está fuera de toda duda. Eurus es ese doble especular que representa aquello en que Sherlock podía haberse convertido: ese psicópata que los policías anticipaban en el primer capítulo. Podría decirse, incluso, que si Eurus existe es para conjurar, a modo de un fetiche protector que absorbe toda la energía negativa de los Holmes, la amenaza del mal. Su locura, por tanto, es una locura desdichada: ella es quien libra a Sherlock (y también a Mycroft, claro) de la maldición que acarrea su sobrenatural inteligencia. En ese sentido, es un ser digno de lástima, porque asume el sacrificio necesario dentro de la familia, «salvando» así a sus hermanos.

Es más, su papel va mucho más allá. Al hacer que la última prueba a que somete a su hermano es tener que rescatar a Watson, contra el reloj, del encierro en algún lugar secreto donde está penetrando, a toda velocidad, el agua, al hacerle sentir que el dolor absoluto es la pérdida del hombre a quien, después de tantas aventuras y desventuras, puede llamar su amigo, Eurus es quien termina de precipitar a Sherlock al lado de la humanidad. Porque, además, la victoria del protagonista se produce mediante la agudeza empática que le provoca el temor a la inminente pérdida y no solo como un alarde intelectual. Holmes triunfa, esta vez, porque sabe comprender los rasgos de humanidad incluso de un ser tan perturbado como Eurus.

El círculo se cierra de modo conmovedor. Siete años atrás, en el episodio inaugural de la serie, y a la pregunta de un subordinado, el inspector Lestrade había definido a Holmes como «un gran hombre que algún día, con suerte, será un buen hombre». Ahora, después de haber podido conocerlo de cerca, después de tantas aventuras, cuando un subordinado, admirado ante la forma en que ha resuelto el casi imposible reto, le dice a su jefe que sin duda Holmes es un gran hombre, Lestrade responderá: «Es más: es un buen hombre». La sencilla emotividad que despierta esta afirmación es el último tesoro que me ha deparado tan espléndida serie.

Todos los personajes de la serie Sherlock

FICHA DE LA TEMPORADA

Título: Sherlock / Sherlock. Año: 2016 (capítulo especial) y 2017 (temporada 4ª).

Creadores: Mark Gatiss y Steven Moffat. La novia abominable (dir: Douglas McKinnon; guion: Mark Gatiss y Steven Moffat). Los seis Thatcher (dir: Rachel Talalay; guion: Mark Gatiss). El detective mentiroso (dir: Nick Hurran; guion: Steven Moffat). El problema final (dir: Benjamin Caron; guion: Mark Gatiss y Steven Moffat). Reparto: Benedict Cumberbatch (Sherlock Holmes), Martin Freeman (Dr. John Watson), Rupert Graves (Inspector Lestrade), Una Stubbs (Sra. Hudson), Andrew Scott (Moriarty), Louise Breasley (Molly Hooper), Amada Abbington (Mary Morstan), Sian Brooke (Eurus Holmes), Toby Scott (Culverton Smith). Duración de cada capítulo: 90 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Sherlock, año IV: el círculo se cierra

  1. Renaissance dijo:

    Sherlock me acabó pareciendo una serie un poco irregular, quizá por la expectación que generaba tanto tiempo de espera. Dos primeras temporadas magistrales, un regreso espaciado que a ratos parecía más un FanFiction que un guión y un cierre donde se asume ya que el personaje y los guiones han evolucionado desde Study in Pink.
    La aparición de Euros, en cambio, siempre me pareció un poco más difícil de aceptar. Mientras Moriarty se quedaría como el archiememigo de la temporada, y aún rodeado de personajes muy improbables en su genialidad, la hermana perdida acaba resultando más un duelo entre superhéroes. Me recuerda un poco a la invención de Lisbeth Salander: alguien sacado de un entorno que no e corresponde con el resto de protagonistas.

    • Es verdad que la larga espera siempre enfría un poco los ánimos, y esta vez ha sido más larga de lo normal. Encima, el primer capítulo de la nueva temporada me pareció muy decepcionante, con ese Holmes megaexagerado. Ahora bien, el segundo capítulo volvió a rendirme y la invención de Eurus consiguió sorprenderme y no parecerme tan improbable como, en frío, supongo que parece. Es verdad que el aire «Shutter Island» o las escenas en que Holmes y Holmes parecen Clarice Starling y Aníbal Lecter le quitan algo de personalidad, pero también ese último capítulo me convence. Con todo, preferiría que la serie parara aquí, tanto porque creo que cierra muy bien como porque tampoco es cuestión de seguir tensando la cuerda con más parientes. Cualquier día nos obsequiaban con un hijo secreto (inteligentísimo, claro).

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