El hobbit: Peter Jackson «repite» El Señor de los Anillos

El hobbitDel mismo modo que sucedió con la reanudación por parte de George Lucas de la trilogía Star Wars mediante una nueva trilogía que iba a contar lo que había pasado antes de la primera, con el anuncio de la trilogía de El hobbit, supongo que más de uno se hizo la pregunta: ¿por qué? Hay una diferencia, claro. La saga Star Wars es una completa invención de Lucas; las dos trilogías de Peter Jackson adaptan una obra ajena que ya nos pertenece a todos, el maravilloso universo de J.R.R. Tolkien. En Lucas había un margen para creer que las historias poseerían los suficientes elementos de interés que harían que no importase que la conclusión de la nueva saga obligatoriamente estuviera determinada por los ineludibles hechos de partida de La guerra de las galaxias (1977). En Jackson, el margen es el delimitado por la modestia de la nueva novela adaptada, que Tolkien publicó en 1937, es decir, mucho antes del primer libro de El Señor de los Anillos, que llegó a las librerías en 1954, aunque su periodo de redacción se había extendido entre una fecha y otra.

Hay que tener en cuenta que El hobbit y El Señor de los Anillos son sumamente diferentes. Primero, lo son en extensión: poco más de 300 páginas para aquél, en comparación con los tres volúmenes del otro. Segundo, lo son en ambición: El hobbit es el arranque de un universo propio, de una poética todavía balbuciente. Es más un libro de «entretenimiento» para niños (su estilo así lo remarca de continuo, con esas interpelaciones al lector o ese intento de complicidad con gentes de pequeña edad), por mucho que esté construido ya en buena medida sobre esos elementos extraídos del acervo literario medieval que la erudición del autor dominaba con facilidad. El Señor de los Anillos ya se dirige a un público de mayor alcance y está construido con unas pretensiones de densidad psicológica, narrativa y metaliteraria de notable complejidad, por mucho que siga siendo un relato accesible a cualquier edad. Y en especial (y en ello, claro, tiene mucho que ver la extensión), la complejidad argumental de la segunda obra nada tiene que ver con la sencillez, incluso simplicidad, de la primera. Vamos, que si Tolkien sólo hubiera escrito en su vida El hobbit nunca se habría ganado el acceso a la inmortalidad que justamente merece.

El hobbit, de J.R.R. Tolkien¿Por qué iba a querer Peter Jackson adaptar esa primera, sencilla y breve novela, y encima en el mismo formato de trilogía, constituida por películas de muy largo metraje (169 minutos en esta primera entrega, y seguro que nos han reservado ya la «versión extendida»)? Podría pensarse que a Jackson le mueve el enorme cariño por el universo tolkieniano, que no niego, pero que desde luego no justifica, únicamente, la considerable inversión en tiempo y dinero. También podría argumentarse que adaptar una novela que carece del factor sorpresa de la primera trilogía (hay que pensar que la mayor parte del público que fue a verla no había leído la obra literaria) puede tener el atractivo, para un director con ambiciones artísticas, de demostrar que no sólo su cine se basa en vampirizar una genial historia previa mediante el presupuesto oportuno y, sobre todo, la magia de que la tecnología permite recrear cualquier invención literaria. Es decir, que Jackson se planteara con El hobbit el reto de trabajar las posibilidades dramáticas y narrativas de la historia como antesala de El Señor de los Anillos, re-formulando algo que en el original literario no existe: hacer muy presente la segunda obra en el decurso narrativo de la primera (es evidente, leyendo El hobbit, que cuando Tolkien la escribió apenas tenía en mente lo que luego sería capaz de desarrollar).

Algo parecido pensé en su día, ingenuamente, ante el anuncio de la nueva trilogía Star Wars, que George Lucas quería hacer un imposible: un conjunto de películas que abordara la clásica trama de la space opera casi de modo intelectual, primando los contenidos dramáticos sobre el derroche visual. Por supuesto, me equivoqué, pues el resultado fue el que fue: una de las sagas más inútiles, tediosas y antipáticas del cine moderno, una pérdida de tiempo (no de dinero, claro) que prefirió jugar sobre seguro (repetir la misma estructura de la primera trilogía, con los personajes conocidos) que arriesgarse a desarrollar los acontecimientos posteriores a El retorno del Jedi, lo que habría exigido mayor inventiva.

Será que no tengo mucha confianza en quienes rigen ese parque temático en que se ha convertido el Hollywood coetáneo, pero ya me temía que en El hobbit poca ambición artística iba a encontrar. ¿Cómo resistirse a la posibilidad de vender el mismo, y triple, producto por segunda vez? Era imposible, aunque de entrada el material no pudiera ser idéntico. ¿O sí?

Puede decirse con claridad: El hobbit no es sino un remake de El Señor de los Anillos: La Compañía del Anillo (2001), en el que cambian los nombres (algunos) pero que cuenta prácticamente la historia, el viaje de una compañía formada por seres de distintos pueblos fantásticos hacia un lugar lejano y terrible al que no llegarán todavía, viaje narrado desde el punto de vista del miembro del pueblo en apariencia más insignificante, los Medianos o hobbies. Un viaje cuyo eje central lo supone la estancia en el enclave elfo de Rivendel, que supone al mismo tiempo el remanso antes de la irreversible precipitación en el peligro y la recapitulación informativa de los peligros que deben afrontar los héroes. Incluso puede decirse que el hosco pero noble rey sin reino Thorin Escudo de Roble hace las veces del Aragorn de esta nueva Compañía.Thorin y Compañía¿Cómo convertir 300 y pico páginas en otra trilogía? El hobbit: un viaje inesperado no tarda en dejar bien claro lo que cualquiera podía sospechar: que la labor de los guionistas se reduce a incluir más episodios de acción que los escuetos que contienen las 127 páginas contadas que adapta el primer film de la novela. En concreto, se inventa una rivalidad mortal entre el jefe de los enanos, Thorin Escudo de Roble y un reyezuelo orco, Azog el Profanador (a quien en la novela sólo se menciona una vez) que se dedica a perseguir a los protagonistas y que será el encargado de llevar al límite a estos en la conclusión de la película. Del mismo modo, esos concisos episodios de acción del libro aquí se magnifican para dar pie a secuencias alargadísimas que consumen minutos y minutos y minutos del metraje. La principal, la aventura subterránea del grupo en el cubil de los trasgos (y que incluye el «esperado» encuentro entre Bilbo Bolsón y Gollum, y por lo tanto, la aparición del famoso Anillo Único en la trama).

Desde el principio, Jackson renuncia a procurar cualquier personalidad propia a su nuevo trabajo. En este sentido, casi podría hablarse de honestidad (¿o de astucia comercial?): si El hobbit, película, existe es por El Señor de los Anillos. De ahí que visualmente sea idéntica, no en vano también ha sido rodada en paisaje neozelandeses y la recreación digital está a cargo de Weta Workshop, la misma empresa que Jackson creó para la primera trilogía. Del mismo modo, Jackson prescinde del tono de ingenua alegría de la novela para envolver la historia en el mismo tono crepuscular con que Tolkien narraba la peripecia de la Compañía del Anillo en su camino hacia Mordor, y que era la clave dramática de la trilogía cinematográfica. Así, el aroma de una inexorable caída envuelve las imágenes del presente film, que seguro se irá incrementando a medida que se estrenen las siguientes entregas. También reaparece ese cargante tonillo de filosofía new age, y la música de Howard Shore no deja reposo a los oídos, con resultados de lo más molesto. Incluso, Jackson llega a plagiar algunas de las resoluciones visuales ya ensayadas antes: por ejemplo, en la escena en que el hobbit descubre el poder de invisibilidad del Anillo, el director repite, de modo fastidioso, el mismo plano cenital en que el aro vuela al ralentí hacia el dedo esta vez no de Frodo sino de Bilbo.

En un agujero en el suelo...El tono de continuidad encuentra también un refuerzo en la aparición de algunos de los personajes y actores ya conocidos de la saga, que no deberían aparecer de ningún modo si se fuera fiel a Tolkien. Por ejemplo, en el arranque del film intervienen Ian Holm (el Bilbo maduro) y Elijah Wood (Frodo), puesto que Jackson comienza mostrando cómo el primero empieza a redactar la crónica de aquella aventura que le permitió hacerse con el Anillo. Ese inicio de redacción se hace coincidir con el día en que Bilbo da su fiesta del centésimo décimo primer cumpleaños… con el que se inicia La Comunidad del Anillo. Y, claro, Jackson no se priva de hacer que Bilbo pronuncie en voz alta (e incluso la veamos escrita) la famosa, y entrañable, primera frase del libro de Tolkien: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit».

Más adelante, cuando los viajeros alcanzan Rivendel, Peter Jackson incluye (nueva invención) nada menos que un cónclave entre Gandalf, Elrond (el único que sí aparece en el libro aunque su intervención es mínima)… y Galadriel y Saruman, ni siquiera creados por Tolkien en esa fecha. Dejando aparte que, por mucho retoque digital que tenga su rostro, el paso del tiempo sobre Cate Blanchett es evidente, la secuencia resulta de lo más molesta, no porque sea una licencia intolerable sino por todo lo contrario. Es una buena idea, pero hubiera tenido mayor efecto si sólo en este momento se incrustara en El hobbit el aroma de El Señor de los Anillos: como no es así, parece tan sólo que Jackson juega con las cartas marcadas de «saber» lo que harán esos personajes después. Por ejemplo, la reticencia de Saruman (un Christopher Lee del que hay que decir lo mismo, o más, que de Blanchett: que los 64 años de juventud que posee en este film no sólo no se notan nada sino que le han sentado bastante mal) a permitir el avance de los enanos o a aceptar que el Mal, o sea Sauron, se está despertando, denota que ya se va fraguando en su interior la tentación de la traición. La escena, para mí, resulta inaguantable, lo peor del film, en especial esos burdos momentos de complicidad telepática entre Gandalf y Galadriel.

¿Merece la pena El hobbit, entonces? Sinceramente, creo que su existencia podría haberse ahorrado, al menos en lo que respecta a este primer capítulo. Estamos ante una película que, de las tres horas, tarda dos al menos en arrancar. Jackson no consigue insuflar la menor vida a esta reaparición de hobbits, enanos, orcos, magos, elfos y medio elfos. Hay que tener en cuenta que el efecto sorpresa que a todos (y me incluyo) nos produjo sobre todo La Comunidad del Anillo —es decir, descubrir en imágenes apabullantemente realistas la completa reproducción del universo tolkieniano— ya no puede existir. Desde entonces, no sólo llegaron las otras dos películas sino infinidad de títulos que han acabado por fundir para siempre el cine de imagen real y el de animación, demostrándose que se puede recrear el más fabuloso escenario… aunque no exista. De ahí que esa secuencia de apertura, que relata el esplendor y caída del reino enano de Erebor y la llegada del dragón Smaug, no produzca el impacto que sin duda pretendía la sobrecarga visual que es su única razón de ser.

Hobbiton, por TolkienLa larga parte que viene a continuación, centrada ya en la Comarca y en la casi obligada inclusión de Bilbo Bolsón en la aventura de los enanos, carece de algo tan imprescindible en ese escenario asociado a los hobbits como es el sentido de lo doméstico. La «gracia» de la irrupción de los trece enanos, como un terremoto, en la apacible vida de Bilbo, sólo provoca indiferencia (ese cansino gag de la vajilla que vuela por los aires sin que se rompa  un solo plato…), y tampoco se consigue transmitir el tremendo sacrificio que para el hobbit supone al abandono de su muelle existencia a cambio del continuo sobresalto. Los episodios de los trolls, de los wargos y demás hasta la estancia en Rivendel tampoco mejoran lo anterior: es triste, pero acabamos acostumbrándonos a la sensación de que nos hallamos ante un bodrio carísimo pero inútil, no insoportable pero que se sigue por mera inercia.

La cosa, sin embargo, justo es reconocerlo, mejora en su hora final. En primer lugar, por fin tiene lugar una escena imaginativa. Atravesando un precipicio infernal, en plena tormenta, los viajeros se ven atrapados en medio de un combate entre gigantescos seres de piedra que, al mismo tiempo, componen la estructura física del angosto desfiladero: es, sin duda, la mejor invención de los guionistas. Buscando un refugio de tan infernal solución, los viajeros encuentran una cueva que, en realidad, es una de las salidas del reino subterráneo de los trasgos, viéndose atrapados por éstos. Jackson se maneja bien en esta escena, dotando de un considerable dinamismo al combate-huida-persecución de los enanos a través de una serie de frágiles pasarelas colgadas sobre abismales vacíos. Por otro lado, y de forma paralela, tiene lugar el encuentro entre Bilbo y Gollum, que, sorprendentemente, supone una de las mejores secuencias de la película. Hablo de sorpresa porque pensaba que, a estas alturas, Gollum iba a resultar bastante fastidioso (el personaje se ha convertido en un tópico pasto de toda clase de humoradas desde la primera trilogía), pero resulta considerablemente inquietante, incluso más de lo que lo es en las páginas de Tolkien, que Jackson sigue al pie de la letra, duelo de adivinanzas incluido. Despojado del anillo, abandonado en medio del olvido, el abandono final del personaje resulta tan patético que consigue despertar cierta solidaridad en el espectador.

El clímax final resulta excesivo [esto no deberían leerlo quienes, ingenuamente, quieran sorprenderse algo con la conclusión] —parte de los enanos a punto de despeñarse, sitiados por orcos y wargos en unos árboles al borde de un enorme precipicio; Thorin a merced de Azog y salvado en el último instante por el mismo Bilbo; las Águilas apareciendo a modo de Séptimo de Caballería…— pero juega sus bazas de suspense y emoción con habilidad. Por ello, pese a su mediocridad, El hobbit al menos deja mejor sabor de boca en su cierre que en su arranque y mediación. De ahí que no aunque no espere con impaciencia el estreno del segundo capítulo en las navidades del 2013, es probable que acabe «picando» otra vez.

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: El hobbit: un viaje inesperado / The Hobbit: An Unexpected Journey. Año: 2012.

Director: Peter Jackson. Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y Guillermo del Toro. Fotografía: Andrew Lesnie. Música: Howard Shore. Reparto: Ian Mckellen (Gandalf), Martin Freeman (Bilbo Bolson), Richard Armitage (Thorin Escudo de Roble), Andy Serkis (Gollum), Hugo Weaving (Elrond), Cate Blanchett (Galadriel). Dur.: 169 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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Una respuesta a El hobbit: Peter Jackson «repite» El Señor de los Anillos

  1. johncobble dijo:

    Thank you for your nice comments and for subscribing to my blog!

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