Cthulhu muerto aguarda soñando… (I): el inicio del ciclo

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El primer libro de Arkham House, The Outsider and Others. Portada de Virgil FinlaySabido es que la obra de Howard Phillips Lovecraft pasó por diversas etapas, como suele suceder con todos los grandes creadores. Fue además un autor que no dudó en adoptar las formas narrativas de los autores por los que sintió devoción y eso permite diferenciar varias etapas en su producción artística. La primera influencia que marcó su obra fue la de Edgar Allan Poe, el hombre del que nace casi todo el terror no ya de la escuela estadounidense sino de buena parte de la europea. Lovecraft sintió devoción por él toda su vida, y no dudó en utilizar hasta el final muchos de sus más conocidos recursos narrativos: el relato en primera persona, el especial hincapié en iniciar la historia con una primera frase cuya fuerza impactante marca su desarrollo, el refuerzo realista mediante libros inventados, la gradación del horror hasta un final que busca provocar un shock en el lector, incluso detalles gramaticales como el uso de frases en cursiva para remarcar el efecto que se quiere proponer… Su amor hacia Poe culmina en un relato magistral, El extraño (The Outsider, 1921) que, como él mismo fue el primero en reconocer, puede considerarse la más perfecta remedación de su estilo. Ahora bien, esto no quiere decir que el cuento no posea su propia personalidad: interpretado como una autobiografía en clave, Lovecraft utiliza ese ejercicio estilístico para realizar una estremecedora y autocrítica reflexión personal sobre el ensimismado solipsismo en que se dejó encerrar durante la primera parte de su juventud. Después de sacar fuera de sí esta confesión, el autor estaba preparado para otros embates.

La segunda gran influencia de su literatura es un autor que él reivindicó con intensidad, Edward John Moreton Drax Plunkett, decimoctavo barón de Dunsany (1878-1957), aristócrata, diletante y hombre de notable y jubilosa personalidad que publicó bajo el alias de Lord Dunsany una nutrida colección de novelas y relatos fantásticos de corte onírico y sensual, que indudablemente influirían en autores como Tolkien y demás practicantes de la fantasía menos hard. Lovecraft se sintió fascinado por su prosa envolvente, que abunda en el uso de nombres de deliciosa sonoridad, y que consiguió imitar de modo notable. De hecho, su etapa dunsaniana es la más profusa en relatos ambientados en escenarios abiertamente soñados y que, más que narrar hechos, se dedican a sugerir ensueños. No hay sino que atender a los títulos: Los gatos de Ulthar, Celephaïs, La maldición que cayó sobre Sarnath, La búsqueda de Iranon…

Esta etapa se extiende durante dos o tres años y se cierra a principios de los años 20, si bien un lustro después tendrá su culminación (y superación) con el maravilloso e hipnótico relato largo o novela corta En busca de la ciudad del sol poniente (más conocida por su traducción literal: La búsqueda en sueños de la ignota Kadath), que escribe entre finales de 1926 y principios de 1927, y que contiene, además, un catálogo de engendros, seres sobrenaturales y lugares míticos, muchos de los cuales serán desarrollados en los Mitos de Cthulhu, que será el ciclo que reemplazará el periodo dunsaniano justo a partir de este momento.

El libro de Lin Carter sobre los Mitos de Cthulhu, en La Biblioteca del LaberintoLos Mitos nacen en el momento de transición entre la etapa dunsaniana y el inicio de su etapa de madurez. Lo cual nos lleva a hablar de un tema particularmente controvertido: ¿existe algún catálogo «oficial» de los Mitos? Y es que junto a los relatos incuestionables, hay muchos que bailan de una lista a otra, con independencia de su calidad, pues los expertos no se ponen de acuerdo sobre el tipo de elementos que hay que exigir para incluirlos en la lista. Por ejemplo, Lin Carter, escritor y ensayista sobre fantasía, en su libro Lovecraft: una mirada tras los Mitos de Cthulhu (1972), recientemente publicado en La Biblioteca del Laberinto, es especialmente severo a la hora de otorgar el sello «culthiano», indicando, seguramente con razon, que no basta con incluir alguna mención a los libros ocultos, como el Necronomicon, o a alguna de las ciudades del imaginario lovecraftiano. Así, por ejemplo, el más famoso de estos lugares, Arkham, lo creó en el relato La lámina de la casa (1920), que nada tiene que ver con el ciclo.

Con todo, el catálogo que yo voy a comentar a lo largo de los artículos siguientes va a ser generoso, integrando tanto los cuentos que no pueden faltar como aquellos que, aun siendo más bien periféricos a los Mitos, merecen ser analizados en función de su coherencia atmosférica con los canónicos. La pequeña ficha de cada relato, además de su título original (y la posible existencia de dos títulos alternativos en español), informa del momento de su redacción y del de su publicación, dato fundamental para comprender lo particularmente insatisfactoria que fue la carrera de Lovecraft, bajo sus propios ojos.

La ciudad sin nombre (The Nameless City, escrito y publicado en 1921). Este relato es considerado el primero vero e propio de los Mitos de Cthulhu, y desde luego lo hace mediante un argumento al que luego el autor recurriría en más de una ocasión: un erudito con una notable formación acerca de pueblos y culturas antiguas se interna en una ciudad perdida (en este caso en el desierto de Arabia), descubriendo el horror que todavía se esconde bajo su aparente abandono. Un horror que anticipa el magnífico párrafo inicial en el cual el protagonista contempla con aprensión la aparición de la ciudad en el horizonte, permitiéndose Lovecraft una magnífica metáfora: «la vi sobresalir asombrosamente de la arena como puede sobresalir parte de un cadáver enterrado». De hecho, el leit-motiv del relato viene marcado por ese famoso dístico que atribuye (en su primera mención dentro de su literatura) al árabe loco Abdul Alhazred: Que no está muerto lo que yace eternamente / y con el paso de extraños eones hasta la muerte puede morir.

Ilustración de Jack Binder en Weird Tales para La ciudad sin nombre, de LovecraftSencillo pero efectivo y, sobre todo, de muy sugestiva atmósfera, el relato es en el fondo un pequeño anticipo del mismo planteamiento que su posterior En las montañas de la locura (y desnuda mejor la influencia en ambos de un buen relato, El pueblo del abismo, de uno de los primeros autores pulp, Abraham Merritt, por otra parte de méritos muy inferiores a los grandes de la modalidad). El protagonista se interna en las profundidades de la ciudad sin nombre, y lee en los relieves la historia de una misteriosa raza que vivió allí mucho antes de la alborada del hombre —para expresarlo, utiliza ese concepto, tan entrañablemente suyo, de «antigüedad malsana»—, cuya monstruosidad dibuja de modo menos grotesco y extravagante que la que reservará a otras razas inconcebiblemente antiguas: en este caso, son unos seres de tamaño reducido (es excelente el detalle de que el protagonista deba arrastrarse por enormes escalinatas que se hunden en los abismos, pero debiendo hacerlo tumbado y con los pies hacia delante por la escasa altura de los techos), con cuernos y aspecto reptilesco. El estilo del relato, eso sí, se encuentra en el punto justo entre sus dos grandes influencias, Edgar Allan Poe y lord Dunsany.

De modo algo contradictorio, Carter incluye El sabueso (The Hound, escrito en octubre de 1922 y publicado en Weird Tales en febrero de 1924) entre los Mitos, y ello solo porque en este relato es donde Lovecraft menciona por vez primera el célebre Necronomicon, ya bajo la autoría de Abdul Alhazred. Por lo demás, se trata de una de las historias que manifiestan con más claridad la influencia de Poe (dos jovencitos con ínfulas de decadentes se dedican a saquear tumbas para guardar los trofeos en el macabro panteón que tienen en los sótanos de su castillo, pero cuando roban un extraño amuleto —aquí entra en escena el Necronomicon, que les permite identificarlo como el signo de los adoradores de cadáveres de Leng— se encontrarán con la horma de su zapato, bajo la forma de un horrible ser dispuesto a recuperarlo como sea), pero que no posee ningún interés especial.

El ceremonial (The Festival, escrito en 1923 y publicado en enero de 1925, en Weird Tales). Su argumento versa acerca de un joven que llega a la ciudad de Kingsport para participar en una ceremonia inmemorial que cada cien años deben practicar los miembros de su «raza antigua» para renovar los secretos ancestrales que los distinguen. El inicio del relato es un maravilloso paseo por esa ciudad (trasunto de la real Marblehead, que entusiasmaba a Lovecraft por constituir un museo viviente del pasado colonial), que sirve al autor para demostrar su espléndida capacidad evocativa en la descripción de escenarios, ya sean urbanos o rurales. Es muy sugerente, por ejemplo, el modo en que recoge la aparición de un siniestro cementerio, cuyas lápidas asoman sobre la blanca nieve «como uñas putrefactas de un cadáver gigantesco».

Lovecraft en 1934En la casa-madre de la misteriosa hermandad, el protagonista encuentra nada menos que el Necronomicon, que sirve a Lovecraft para realizar una larga cita en la que destaca otra de las frases míticas del autor: «han aprendido a caminar unas criaturas que estaban condenadas a arrastrarse». Y es que el núcleo del relato es el abominable ceremonial al que se dirige el nutrido grupo de integrantes del culto, los cuales, componiendo una de las clásicas imágenes del género (un desfile de torvos individuos encapuchados) se dirigen a una iglesia impía para internarse en sus profundidades y rendir tributo a unos seres monstruosos que provocan tal pavor al protagonista que sale huyendo. El ceremonial, como el relato anterior, es un sencillo cuento de miedo, que no posee ninguna de las particularidades que singulariza a los grandes ejemplares del ciclo, pero que está muy bien contado y que, sobre todo, manifiesta una espléndida atmósfera.

La consolidación de Lovecraft como creador de cuentos fantásticos es gradual, y en ellos tiene una notable importancia los dos años que pasará en Nueva York, casado con Sonia Greene, entre 1924 y 1926. Dos años muy difíciles, en los que, si por un lado dejará atrás definitivamente sus años de aislamiento social (pues forjó estrechos lazos con un buen grupo de amigos que le acompañaría el resto de su vida), se sentirá progresivamente abrumado por la gran metrópolis, con sus masas de población de todas las razas posibles. De allí escapará hacia su amada Providence, de donde ya no volverá a marchar: a los pocos meses, el matrimonio, que se había intentado mantener en la distancia, también concluirá con un divorcio (o un aparente divorcio: HPL nunca llegó a firmar los papeles que le envió Sonia, la cual, al casarse de nuevo años después, ignoró durante mucho tiempo que había practicado la bigamia hasta la muerte de su ex esposo).

Pues bien, si ya en Nueva York escribe relatos espléndidos y turbadores (porque su lectura deja bien claro los sentimientos que le provocaba la ciudad), será a partir de su regreso a Providence cuando comienza, en serio, el ciclo de los Mitos; cuando cristaliza, definitivamente, el gran escritor que llevaba dentro y se había anunciado ya en varias obras. Evidentemente, necesitaba sentirse impregnado, de nuevo, por la atmósfera antigua y siniestra de Nueva Inglaterra para encontrar, definitivamente, su voz propia.

Ilustración de Hugh Rankin en Weird Tales para abrir el relato La llamada de CthulhuY es que todo lo anterior puede considerarse un ensayo. La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu, escrito en 1926 y publicado en febrero de 1928 en Weird Tales), como muy bien entendieron los amigos del autor, es el relato que revolucionó su literatura, otorgándole el marco básico y el espesor dramático que ya no abandonará su obra, mejorando incluso los buenos resultados del presente cuento. En él, Lovecraft encontró definitivamente su elemento cardinal: el o los personajes protagonistas, tranquilos eruditos confortablemente refugiados en su aparentemente ordenado conocimiento del mundo, se tropiezan con el pavoroso descubrimiento de que, mucho antes del inicio ortodoxo de la historia de la humanidad, otras razas y seres, de enorme poder, ocuparon nuestra condición de amos de la Tierra y, aunque fueron expulsados por distintas razones, todavía esperan el momento del regreso, que puede verse acelerado por culpa de la imprudencia o de la malvada ambición de hombres que conseguirán despertarlos.

¿Es mejor vivir en la ignorancia o perecer sepultado bajo el conocimiento de algo que sobrepasa nuestra dimensión humana, que nos empequeñece a nosotros, que nos considerábamos los reyes de la creación? El pesimismo antropológico que constituye el sustrato fundamental de la filosofía lovecraftiana —y que atemperaba, eso sí, su generoso concepto de la amistad— encontró en los argumentos que responden a esta reflexión la base sobre la que desarrollarse. El mismo arranque del relato se encarga de hacerlo bien presente. Consiste, como gustaba hacer, en una frase impactante cuyo objeto es crear tensión desde el primer renglón: «Lo más piadoso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para relacionar todos sus contenidos».

La historia se presenta como un manuscrito encontrado entre los papeles de un hombre fallecido, Francis Weyland Thurston, en el que va relacionando una serie de sensacionales descubrimientos a partir de los cuales descubrirá esa verdad expuesta líneas arriba. En La llamada de Cthulhu, Lovecraft exhibe ya su característico recurso a la narración interpuesta, incluso de modo todavía más abstracto, en cuanto que, en otros cuentos, el protagonista acaba implicándose con fuerza en los hechos investigados, y aquí eso no llega a ocurrir. Thurston no hace otra cosa que recopilar información, interrogar a testigos y confrontar datos, todo lo cual lo lleva a la conclusión de la existencia de una raza de antigüedad inmemorial, los Grandes Antiguos, cuyo más poderoso ser no ha marchado de la Tierra sino que permanece encerrado en una ciudad sepultada en el fondo del océano Pacífico: Cthulhu.

Un sabio, tío del narrador, que recopila indicios dispersos que tal vez sean la razón de su misteriosa muerte. Un joven escultor hostigado por terribles sueños que le inspiran espantosas esculturas. Un culto de adoradores en los pantanos de Louisiana que son sorprendidos en plena ceremonia ritual de sacrificios humanos. Un marinero noruego que se tropezó con una ciudad ciclópea emergida del mar. Con todos estos retazos se va formando un mosaico que destaca, siempre, por el sentido del realismo con que el autor va sugiriendo la existencia de un horror desconocido y que actúa a modo de caja de Pandora de todos los horrores lovecraftianos, y supone un inmejorable pórtico al universo que iría desarrollando en años venideros. En particular, destaca la parte final, la que transcurre en la fascinante ciudad emergida, y donde los personajes descubrirán el sentido de ese conjuro salmodiado por los miembros del culto, que es otra de las más famosas frases del escritor: «En su morada de R’lyeh, Cthulhu muerto aguarda soñando».

Portada de Ian Miller para una edición de El caso de Charles Dexter WardEl caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward, escrita a principios de 1927, pero publicada por vez primera, en formato condensado, en mayo-julio de 1941 en Weird Tales). Se trata de una novela corta, la obra de ficción más larga ejecutada nunca por HPL, que además la escribió en poco más de un mes y de la que quedó muy contento. Sin embargo, este autor que abominaba del profesionalismo no quiso pasarla a máquina, requisito mínimo para poder ser atendida con vistas a una publicación, de modo que el manuscrito, fuera de las lecturas de los amigos, quedó guardado en un cajón hasta después de su muerte. Incluso entonces tuvo que sufrir una primera publicación amputada en la emblemática Weird Tales, y solo se publicó en su integridad cuando Derleth la incluyó en la segunda edición dedicada a las obras de su maestro y amigo en Arkham House, el sello que fundó para publicarlas.

El argumento de la novela, en rigor, es más bien sencillo: un caso de desplazamiento de personalidad entre un brujo del siglo XVIII y un incauto descendiente, de increíble parecido físico, que se asoma de modo imprudente a los secretos que rodearon su controvertida vida. El interés de la obra, por tanto, no está en su trama (a la que el escritor volvería alguna otra vez, por ejemplo en El ser en el umbral), sino en la excelente ejecución narrativa. En este sentido, la nouvelle constituye un magistral ejercicio de narración indirecta, en cuanto que los atroces hechos que protagonizan primero Joseph Curwen y después su descendiente Charles Dexter Ward están enfocados siempre desde el punto de vista de los individuos «normales» que, primero, asisten atónitos al cúmulo de hechos misteriosos y previsiblemente horrendos a los que se asocian y, después, intentan ponerles fin. La obra supone, por tanto, un triunfo de la sugerencia, del indicio, de la evocación atmosférica de un horror que, salvo en breves momentos de clímax (impresionantes), nunca es contemplado de frente, lo cual, como es natural, aumenta considerablemente su impacto.

Lovecraft ambienta su historia en su amada Providence, sin encubrimiento alguno, con tan apasionada minuciosidad que, sin la menor duda, podría señalarse que supone toda una declaración de amor fascinado al lugar donde nació y del que, como sabemos, nunca pudo separarse. No por nada, el mismo personaje protagonista, el joven Charles Dexter Ward, posee ciertas connotaciones biográficas (por ejemplo, el apellido es una evidente contracción de su propio nombre de pila) en el dibujo de su carácter ensimismado —especialmente en su juventud: es más, creador y personaje coinciden en el mismo intervalo de cinco años en que, tras pasar por la escuela secundaria, ambos se recluyen del mundo, concentrados en la lectura y en su mundo propio— y en su extrema devoción por el pasado, por las genealogías y el estudio de la arquitectura antigua. Por tanto, uno de los más sugerentes atractivos de la novela es leer en ella una especie de reconstrucción, nostálgica sin duda (sobre todo los imborrables pasajes iniciales en que el protagonista recuerda sus solitarios paseos por Providence) pero también crítica (no en vano, el destino de Ward será terrible), de su propia existencia, al modo de otros relatos también incuestionablemente biográficos como el ya mencionado El extraño.

La novela, por lo demás, posee muchos más registros de lo que parece. Por ejemplo, en la exposición de los progresivos estudios sobre lo oculto que realiza el joven Ward, a medida que va descubriendo más cosas sobre su antepasado Curwen (lo cual lo conduce, llegado el momento, a realizar macabras visitas a los cementerios en busca de su tumba), detecto una atractiva evocación de la formidable saga del doctor Frankenstein que, varias décadas después, realizaría la productora inglesa Hammer Films, con el protagonismo de Peter Cushing: ambos personajes comparten la misma y cerril obsesión por el desvelamiento de los secretos de la naturaleza, y la misma disposición a sacrificar su integridad moral y física por conseguir doblegar aquellos. Pero en la segunda parte, protagonizada por el honrado médico de la familia a quien recurre el padre del muchacho, la obra se va impregnando poco a poco de un sentido de la sordidez digno de fantasías literarias muy posteriores, de Clive Barker al perturbador Thomas Ligotti (gran  admirador de HPL, claro). En particular, la incursión del doctor Willett por los subterráneos bajo la casucha de Ward provoca una increíble sensación de malestar físico en el lector, que casi parece estar oliendo los hedores abominables que exudan sus oscuras estancias.

Supuesta página del Necronomicon, con la figura de Cthulhu

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Cthulhu muerto aguarda soñando… (I): el inicio del ciclo

  1. Renaissance dijo:

    El relato de El sabueso, si le quitamos el punto de sordidez en el que se regodean a los protagonistas, perfectamente podría haber sido un guión en cualquier ejemplar de Cuentos de la cripta, con los personajes recibiendo su merecido kármico.
    La llamada de Cthulhu, en cambio, sorprende un poco por tratarse de un texto hecho de distintos retazos, y haber sido publicado sin problemas en una revista que parecía dirigida a lectores que preferirían textos más lineales.
    Y lo cierto es que El caso de Charles Dexter Ward si que tiene en su segunda parte elementos que no desentonarían en un relato de Clive Barker…aunque es el tipo de cosa que no me hubiera imaginado hasta ahora porque no podía haber dos escritores más opuestos en cuanto a estilo (como curiosidad, tras leer los Libros de sangre, llegué a la conclusión que en mi vida había encontrado personajes femeninos tan mal escritos como los de Barker)

    • «La llamada de Cthulhu» es tal vez el más importante relato de Lovecraft, no porque no tenga mejores cuentos (los tiene, y más de uno) sino porque en él es donde no solo encuentra definitivamente su temática sino una forma de afrontar el horror en la que se convertirá en un maestro. En cuanto a «Charles Dexter Ward», desde la primera vez que lo leí me llamó la atención la extrema sordidez que concitan su atmósfera y muchos momentos concretos, más propios de décadas posteriores que del momento en que se escribieron. Eso sí, en esta ocasión en cambio me ha hechizado el absorbente dibujo que hace de su amada Providence en las páginas iniciales de la historia, antes de que Ward descubra la existencia del brujo Curwen. En cualquier caso, en ningún otro relato repetiría esta cumbre de la sordidez, al menos no de un modo tan tremendo.

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