Apunte II. Steve McQueen, el primer héroe de blockbuster

Steve McQueen y su moto en La gran evasiónLos expertos señalan que el blockbuster —ese tipo de película que ahora impera en Hollywood, concebida para atraer a públicos indiscriminados con el reclamo de actores estelares, una trama atractiva (y sobre todo, activa) y la promesa de un buen derroche de medios, cuya eficacia se mide únicamente por la respuesta de la taquilla— nació en los años 70 con los primeros éxitos de Spielberg (Tiburón) y Lucas (La guerra de las galaxias). Quizá sea ocioso hablar de origen, porque en los Estados Unidos siempre se ha hecho cine para arrasar taquillas, por mucho que cada época haya tenido sus propios estándares de éxito (y de la calidad necesaria para asegurarlo). Pero ciñéndonos a ese concepto hoy tan de moda, yo casi propondría como precedente indiscutible de blockbuster en sentido moderno una gran producción de principios de los 60, encuadrada en el cine bélico de evasiones, y que sigue siendo uno de los títulos más populares de aquella época. Me refiero a La gran evasión (1963), de John Sturges.

De ser así, su protagonista, Steve McQueen, sería el primer héroe de blockbuster, el antecesor de los futuros Bruce Willis, Tom Cruise, Mel Gibson, Nicolas Cage y demás estrellas de este cine, y anuncia el mismo tipo de personaje: un icono antes que una psicología, que busca desde el primer momento meterse al público en el bolsillo con un derroche de intrepidez y simpatía, y que se define por sus actos antes que por sus pensamientos. Alto, rubio, apuesto, de gesto a la vez firme y cálido, que incluso cuando está en reposo parece estar presto para el más rápido movimiento, McQueen supo dotar a su personaje, el capitán Hilts, piloto recluido en el campo de concentración donde transcurre la acción (por tanto, hombre cuya filiación con el aire parece hacerlo necesitar más que ningún otro de los espacios libres), de unos rasgos tan sencillos como reconocibles y, sobre todo, atractivos: es incansable (cuando el comandante del campo lo identifica como un oficial que ha intentado fugarse 17 veces, él replica, imperturbable: «dieciocho») y, por tanto, inasequible al desaliento (enviado tras un primer intento de provocación a la celda de aislamiento, la nevera —donde se pasará en realidad media película, ganándose el apodo de «the cooler king», el rey de la nevera—, enseguida lo asociamos a un objeto que simboliza su irreductibilidad: una pelota de béisbol que lanza una y otra vez contra la pared de su encierro, ante la sorpresa del joven guardián que lo custodia). Otro gesto icónico, por cierto.

Hilts no posee ningún relieve psicológico especial; no lo necesita. Incluso, por mucho que McQueen encabece el reparto, hay otros personajes que desfilan por la pantalla más tiempo que él, que se pasa encerrado casi medio film. Pero da igual. A la hora de la verdad, Hilts es el rey de la película. Cuando por fin se produce la fuga (episodio basado, como se sabe, en un hecho real de la guerra —lo que importa muy poco, pues todo se subordina al espectáculo made in Hollywood), a él le estarán reservados los momentos más vistosos, las acciones estelares. Pilotando una moto, vuelve loco a los alemanes y de paso a la audiencia con un conjunto de alardes que tienen la virtud de encandilar incluso a quienes, como a mí, las motos siempre nos han traído sin cuidado. Sin embargo, Hilts no podrá llegar a territorio neutral, y no porque no lo merezca (o porque su personaje, en caso de ser real, lo que tampoco importa, no lo consiguiera), sino porque el verdadero lucimiento estriba aquí en saber perder. No en vano, él será el último de los evadidos en retornar al campo, y lo hace para poder desfilar ante todos (dentro y fuera de la película) y que se pueda así rendir tributo a la admiración que merece (¡incluso la del comandante del lager, destituido por la fuga!). Y todavía queda un último y previsible, y entrañable, plano, que las leyes de Hollywood hacían obligatorio: encerrado por enésima vez en la nevera, la cámara se queda junto al joven guardián que ya conocemos, esperando todos lo mismo: que enseguida vuelvan a resonar los golpes de la pelota de béisbol contra la pared. En Hollywood, esto era espectáculo.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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6 respuestas a Apunte II. Steve McQueen, el primer héroe de blockbuster

  1. Yo no olvidaría a alguno anterior a McQueen: Errol Flyn y Stewart Granger, incluso el primer Burt Lancaster Sobre todo Flyn que clava eso de no poseer ningún relieve psicológico especial; no lo necesita. Le basta con su sonrisa y rostro de pillo atrevido y con sus acciones instantáneas y alocadas. Ya sea de pirata o de oficial de caballería posee más descaro que todos los actores que nombras más arriba. Claro que entonces la producción y la realización se hacían algo diferentes pero creo que el resultado global viene a ser el mismo y a funcionar de manera similar. Tu artículo muy bueno y La Gran Evasión es inolvidable. Unos recuerda cada escena y personaje. Un saludo.

    • Luis, no me refiero tanto a que McQueen sea el primer héroe de unas determinadas características (como bien señalas, hay múltiples antecesores en el mismo Hollywood, de los que tú señalas a otros incluso más remotos, como el divo del cine mudo Douglas Fairbanks), como al héroe de un tipo de película muy concreta, que hoy llamamos «blockbuster», que parece algo muy moderno pero que, como todo, puede rastrearse hacia atrás. En el fondo, mi identificación de ese héroe de blockbuster con McQueen es un juego para hablar del personaje que encarna éste en «La gran evasión», que siempre me ha encantado. En cambio, no puedo decir lo mismo de los roles creados por Willis, Cage y otros «héroes con camiseta» (la divertida expresión es de Carlos Aguilar), que ya más bien parecen superhéroes con un eterno chistecito en la boca. Entre Hilts y John McClane, no hay color.

      Un saludo y me alegro haber sabido también pulsar teclas en la memoria de otros cinéfilos 🙂

  2. Roger dijo:

    Buenas.
    Ojalá los blockbusters de ahora contasen con personajes como los que tan bien encarnaba McQueen en sus peliculas…Ya ni siquiera saben jugar bien con arquetipos,sólo con clichés vergonzantes.Claro que en esa época peliculas como La gran evasión,Bullit o La huida,por mencionar algunas protagonizadas por el homenajeado,reventaban las taquillas.Ahora…bueno,esos artefactos hinchados de presupuesto y metraje pero faltos de todo lo demás.
    De crio aspiraba a ser como McQueen al llegar a la madurez.Está claro que no lo he conseguido,pero no pierdo la esperanza.
    Saludos desde la nevera.

    • Es evidente: la distancia que hay entre arquetipo y cliché (o estereotipo) puede ser muy estrecha (el moderno cine de género) o muy ancha (ese cine de Hollywood donde no tenían por qué reñir la densidad adulta con los elementos de acción y aventura). De ahí que no hay color entre los personajes que encarnaban McQueen, y antes Errol Flynn o Burt Lancaster, como se señalaba en el comentario anterior, y los «héroes con camiseta» de las junglas de cristal y demás.

      Yo a quien quería emular de mayor era a Burt Lancaster, que se mantuvo en escalofriante forma física hasta bien rebasados los 50, como refleja bien «El nadador» (1968). Y ya no lo conseguiré nunca: quién pudiera lanzarse como él por una pendiente de escalofrío (sin ningún truco ni doble: la cámara deja bien claro que lo hace él solito) en una de las mejores escenas de «El tren» (1965), otra peli que es procedente de blockbuster.

      Un saludo.

  3. Fernando dijo:

    José Miguel:
    Es que no hay que olvidar que el neoyorkino Lancaster, universitario de beca gracias a sus dotes deportivas, pasó por el circo antes que por el plató; de ahí su energía física y su facilidad de movimientos, como bien nos dejó ver en ‘’El Halcón y la Flecha’, Trapecio’ o ‘El Temible Burlón’.
    Nunca fui admirador en demasía de su arte interpretativo hasta que directores europeos se decantaron por su persona. Y no obstante tener colgadas en la solapa las medallas Viscontiana y Bertolucciana al Gran Mérito, no fue hasta esa ‘Atlantic City’, de Malle y, sobre todo, ‘Un Tipo Genial’ de Forsyth, cuando acabé rindiéndome a su carisma. Un poco tarde, en realidad, ya que entonces estaba ya poniendo el punto final a su carrera.

    Pero quien esta página protagoniza es McQueen, antipático resultón incapaz de personificar elegancia alguna, pero, como bien decís, inolvidable rompemoldes que también a mí me engatusó en ‘La Gran Evasión’ y, ya anteriormente, en ‘Cuando hierve la Sangre’, gracias a la particular mecánica de sus movimientos, sorpresiva y del todo inusual.
    Claro que, tras haber visto al James Bond Brosnan emulándole en el Thomas Crown que 30 años antes él interpretara, uno se da cuenta de la innegable personalidad que McQueen imprimía a sus caracteres.

    Cordiales saludos

    • Steve McQueen me inspira las más contradictorias impresiones. Fue, sin duda, uno de los actores favoritos de mi niñez, precisamente por sus papeles en las dos míticas películas que rodó a las órdenes de Sturges, en especial «La gran evasión» o por su papel de Cincinnati Kid en «El rey del juego». Años después, la revisión de estas películas y mi descubrimiento de otras bajaron mucho la valoración: en efecto, descubrí que desprendía incluso cierta antipatía, tal vez por un estilo interpretativo a medio camino entre el «tic» propio del Método y la sobriedad de las viejas estrellas de Hollywood (a ratos encubridora de cierta tendencia al exhibicionismo). Con todo, es posible que sea una de las últimas presencias clásicas de ese Hollywood que moría, sin que terminara de ser figura del nuevo, tal vez porque murió demasiado joven y con unos últimos años llenos de películas decepcionantes. Y si lo comparamos con el sosainas de Brosnan, claro, diríase ese Burt Lancaster cuya faceta europea, por cierto, yo descubrí mucho después de sus años de aventurero acróbata o joven víctima de mujeres fatales en el cine negro. Entusiasmándome siempre, eso sí.

      Un fuerte abrazo, Fernando.

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