Todos éramos de la Patrulla-X

La saga de Fénix Oscura                       Los X-Men en el cine

La Patrulla-X, en su edicion espanola de ForumEn el año 1997 dejé de comprar, y por tanto, de seguir las novedades del Universo Marvel. Decía adiós así a casi dos décadas en que, con un pequeño y lógico parón al final de la adolescencia, había comprado con regularidad sus principales colecciones. A esas alturas, en realidad, mis compras se ceñían a las series relacionadas con el llamado entorno mutante, cuyo centro era el grupo conocido como La Patrulla-X, y que era el mayor éxito de ventas de la editorial, hasta el punto de que se ramificaba en al menos una decena de colecciones, por lo común unidas cada año en alguna multisaga cuya comprensión global, supuestamente, exigía leerlas (comprarlas) todas. Si abandoné esas series —cuidado, no el tebeo de superhéroes en general: lo que hice fue centrarme en momentos concretos y, claro, en las etapas clásicas— fue por desaliento, porque las riendas de las colecciones ya no las tenían los artistas sino los directivos, y a estos los guiaban las leyes del marketing. Fue una pérdida dolorosa, porque el entorno de los Hombres-X había sido cotidiano para mí durante mucho tiempo. ¿Extraña que tanta gente, en Estados Unidos y fuera de ellos, acudiera cada mes tras mes al kiosco para renovar la cita? El entorno mutante ofreció un punto de encuentro a lectores del más variado bagaje y de las más dispares edades (porque los había recién llegados y los había fieles desde la primera publicación de Marvel en España), cuya clave estaba en la extraordinaria capacidad que poseía para convertir a cada lector en un miembro más del grupo: en parte de una familia de héroes con la vitola de proscritos, cuyas relaciones rezumaban un convincente realismo. Cualquiera de nosotros deseaba ser un Hombre-X: tomarse una cerveza con Lobezno, reír con Rondador Nocturno, escuchar fascinado al profesor Charles Xavier, dejarse guiar en el combate por la sabia estrategia de Cíclope. Si existieran los superhéroes, serían así, pensábamos todos, y nos hubiera gustado ser uno de ellos. Al menos, lo fue durante más de quince años, el tiempo que estuvo al frente de sus historias (con la colaboración de un puñado de magníficos dibujantes) un solo hombre, el guionista británico Chris Claremont.

La generación Marvel no necesita la aclaración: hablo de la «segunda» Patrulla-X, la que nace a mediados de los años 70 reasumiendo la práctica totalidad de los elementos de la primera, la creada por los padres de la casa, Stan Lee y Jack Kirby, pero con una alineación diferente y el equilibrio que le otorga a cualquier serie del siempre muy cambiante mainstream americano la garantía de un solo escritor durante mucho tiempo (verdaderamente, en aquellos años llegamos a pensar que Claremont sería eterno).

Las dos patrullas, por Brent Anderson

En el momento de su nacimiento, la originalidad de The X-Men era que sus integrantes no poseían sus poderes por tener una constitución distinta a la humana (al estilo de Superman o de Thor, seres extraterrenos) o por haberlos recibido en un accidente con explicación seudocientífica (que era el origen de casi todos los personajes de Marvel, como Spiderman, Hulk o Los 4 Fantásticos), sino que habían nacido con ellos. Eran mutantes, seres humanos nacidos con un impredecible gen «X» que, además, se manifestaba de modo diferente en cada uno. El planteamiento urdido por Lee y Kirby ya incluía el elemento dramático que, en el futuro, distinguiría el entorno mutante: el recelo de la humanidad «normal» hacia esta especie de quinta columna que está surgiendo en su seno, y que tal vez algún día se considere tentada de esclavizarla. No por nada, el nombre científico de esta nueva especie es el de Homo Superior. Y la existencia de mutantes malvados, como el llamado amo del magnetismo, Magneto, parecía justificar ese miedo.

El Profesor-X en su emblematica silla de ruedasPor fortuna, un mutante benévolo, y de enormes poderes telepáticos (que contrastan con su invalidez: perdido el uso de las piernas en «acto de servicio», está anclado a una silla de ruedas, paradoja muy propia de la Marvel de la época), el profesor Charles Xavier, ha decidido crear una Escuela para Jóvenes Talentos en la que educar en el uso de sus poderes a los desorientados muchachos que, al llegar la adolescencia, descubren su rareza y, de paso, formar una vigilante milicia con la que poner coto a mutantes como Magneto. Xavier bautiza, con toda la lógica, a los miembros de ese grupo como X-Men, Hombres-X, y él mismo se hará llamar Profesor X. En España, su primer traductor, para la editorial Vértice, Francisco Sesén, modificó el nombre y, centrándose en sus fines, su composición jerárquica (hay un jefe de combate que los dirige en acción, el mutante llamado Cíclope) y el uso de un uniforme, llamó al grupo La Patrulla-X el cual, pese a las películas, así ha quedado en los tebeos.

El primer gran atractivo, para los lectores de la serie (y ya me refiero a su segunda etapa), habría de ser, claro, la capacidad que tenía ese entorno para que cada uno de nosotros se proyectara dentro de él. La mansión no dejaba de ser un refugio donde convivían un grupo de iguales ligados por las leyes de la amistad que acababan sintiéndose, prácticamente, una familia. Un refugio porque el mundo exterior era clara e injustamente hostil: los héroes tenían que esconderse por la incomprensión de sus motivos (esta colección no sería la única en jugar con ese concepto: parte del atractivo de Spiderman radicaba, también, en pasar por criminal a ojos de la buena sociedad). El refugio, además, no exigía la anulación de la personalidad propia (pese al nombre de Patrulla, no hablamos de un ejército), puesto que su éxito y armonía dependía de la exultante aportación de cada individualidad al grupo.

uxm1The X-Men nació en el verano de 1963. Su alineación estaba formada, además de por el Profesor-X, por Cíclope, la Chica Maravillosa, la Bestia, el Ángel y el Hombre de Hielo. Esta alineación se mantendría tal cual a lo largo de toda la trayectoria de la primera etapa de la serie, en contraste con el continuo cambio que caracterizaría a la segunda. Nunca alcanzó la repercusión de otras colecciones, ni siquiera entre las de grupos (Los Vengadores y Los 4 Fantásticos enseguida se convirtieron en grandes pilares de la Casa de las Ideas), pero mantuvo su personalidad propia de principio a fin. Es decir, la insistencia en el carácter pedagógico del proyecto de Xavier, simbolizado por esos entrenamientos en la llamada Sala del Peligro de la mansión donde se encuentra la Escuela. Con el tiempo, eso sí, y a modo de «graduación», los jóvenes personalizarían sus vestimentas.

Justo cuando The X-Men atravesaba su mejor momento (con guiones de Roy Thomas y dibujos de Neal Adams), la colección clausuró las aventuras del grupo. En realidad, no fue cerrada, como era lo usual cuando una serie no vendía lo suficiente, sino que, sencillamente, a partir del número 67 (diciembre de 1970), se limitó a reeditar viejos episodios del grupo. ¿Fue enviada la Patrulla-X al limbo? En realidad, siguió viviendo aventuras en el Universo Marvel, si bien como héroes invitados en otras series, incluso participando en importantes sagas, tales como la del Imperio Secreto en las páginas de Capitán América, famosa porque su guionista, Steve Englehart, propuso un particular Watergate que venía a sugerir que el mismísimo presidente de los EE. UU. era el líder del grupo de villanos antedicho, y se suicidaba al ser descubierto. Es más, uno de ellos, la Bestia, sufría una espectacular transformación que lo convertía en un ser con colmillos y abundante vello azul que ahora hacía más natural su nombre, y pasaba a ingresar en Los Vengadores.

El Giant-Size donde debuto la segunda Patrulla-XCon el transcurrir de los años, el proyecto de revitalizar a la Patrulla se hizo un rumor más insistente, hasta que, por fin, la editorial puso manos a la obra. El encargado fue el equipo formado por el guionista Len Wein y el dibujante Dave Cokrum, y lo hicieron mediante un número especial, con el doble de páginas, el formato llamado Giant-Size, publicado en la primavera de 1975. Su título era «¡Segunda génesis!», y ya la espectacular portada explicaba por qué: rompiendo la página desde la que los miembros la Patrulla-X clásica contemplan su irrupción, con gesto de sorpresa, aparece un nuevo conjunto de héroes que surge de ella pisando fuerte. La trama inventaba a un original enemigo, la isla viviente de Krakoa, que ha capturado a los antiguos Hombres-X, de tal modo que el profesor Xavier debe reclutar un segundo grupo para ir a su rescate. Una vez conseguido, en la última página del especial se plantea la cuestión de qué se va a hacer con tanto Hombre-X.

Al mes siguiente, la colección regular The X-Men retomaba su andadura (en el número 94) y resolvía la cuestión. Salvo Cíclope, que se decidía a mantenerse como mano derecha de Xavier, los otros miembros de la vieja Patrulla tomaban su propio rumbo (si bien la Chica Maravillosa, o sea, Jean Grey, la novia de Cíclope, no tardaría en volver). El mismo guionista Wein, recién nombrado editor-in-chief de Marvel, o sea, director editorial, cedía los bártulos de la escritura a otro miembro del staff, en concreto a un joven guionista británico, con muy poca experiencia, que no podía saber que acabaría permaneciendo al frente de la serie por casi dos décadas y que esta sería la obra de su vida. Se llamaba Chris Claremont.

Los nuevos miembros del grupo se caracterizaban por sus muy diversos orígenes nacionales. Había un canadiense, bajito y con garras indestructibles, llamado Lobezno, que en realidad había sido creado unos meses atrás, por el mismo Len Wein, en las páginas de El Increíble Hulk. Otro nuevo Hombre-X era un viejo conocido, un irlandés llamado Banshee, que había intervenido en alguna aventura de la antigua Patrulla. El resto sí eran personajes originales: el indio (hoy diríamos nativo americano) Ave de Trueno, la africana Tormenta, el ruso Coloso y el alemán Rondador Nocturno.

Lobezno, por John Romita JrEnseguida, Claremont se encargaría de dar a todos una personalidad bien diferenciada (que, además, evolucionaría con el tiempo), que hizo de cada uno de estos nuevos Hombres-X un personaje singular y complementario del resto: un estupendo equipo. Con alguna salvedad, no eran adolescentes como los que Xavier había recogido para el primer grupo, de tal modo que el aire escolar que caracterizó los primeros años de la serie dio paso a la progresiva forja de una especie de familia en la que se suman las muy diversas individualidades. En más de un caso, estos héroes poseían un intenso bagaje previo que, poco a poco, iría saliendo a la luz. El más emblemático, claro, sería el de quien acabaría siendo el personaje más carismático de esta nueva hornada, Lobezno, que inicialmente jugaría el papel del psicópata potencial al que Xavier se empeña en estimular su capacidad de autocontrol: la evolución del personaje fue una de las más coherentes del medio, y justifica la considerable popularidad que no haría más que crecer con el tiempo, hasta revertir en su propia colección, ya a finales de los años 80.

En general, los aficionados nos hemos acostumbrado a dividir las etapas de la serie en función de su dibujante regular. Y pese al vínculo continuo que supone la presencia del mismo guionista, no es algo muy desencaminado, puesto que una de las virtudes de Claremont, con el tiempo, demostraría ser su capacidad para adaptarse a las características del artista y aprovechar lo mejor de las mismas. Por otro lado, el británico también iría siendo consciente de la necesidad de una renovación en las líneas generales de la serie (incluyendo, cada cierto tiempo, la llegada y partida de nuevos miembros).

La Patrulla-X de Dave CokrumLa primera etapa se corresponde con el mencionado Dave Cokrum, que se encargó de la serie entre los números 94 y 106, y que si la dejó fue porque su minucioso sentido del dibujo le obligaba a una lentitud que chocaba con los necesarios plazos de entrega. Esos números son todavía los propios de una colección a la busca de su identidad propia, que en este caso además chocaba con una necesidad urgente: demostrar a los lectores de la pertinencia de ese espectacular cambio de formación (yo mismo reconozco la dificultad inicial que tuve para aceptarlo). Claremont jugó sobre seguro, rescatando a viejos enemigos de la formación, tales como los Centinelas, el descomunal Juggernaut (que era hermanastro de Charles Xavier, por cierto) o, como era de esperar, el inevitable Magneto. Si acaso, tuvo la originalidad de matar a uno de los nuevos Hombres-X en el segundo número de la etapa, tanto por el exceso de miembros de que adolecía el grupo como por la astucia dramática de marcar el inicio de su andadura con un durísimo bautismo de fuego. Asimismo, transformó a uno de los personajes clásicos, la Chica Maravillosa, en alguien de muy superior poder, rebautizándola como Fénix, si bien, al principio, sin mucha idea de qué hacer con ella.

El salto de calidad se dio con la llegada del siguiente dibujante, el canadiense de adopción John Byrne, un artista que ya había realizado valiosas colaboraciones con Claremont en otras series de la casa. (Con él, por cierto, llegaba un entintador excepcional, Terry Austin, al que no se debe despejar de la ecuación.) Byrne era un dibujante extraordinario, capaz literalmente de hacer real cualquier cosa, y además con un sentido de la belleza increíble (las mujeres más bellas del tebeo Marvel siempre serán las suyas). Por otro lado, era un artista tan creativo como ambicioso y no tardó en colaborar activamente en los guiones, hasta acabar siendo acreditado como co-argumentista. La lluvia de ideas entre ambos colaboradores dio origen a la mejor etapa de toda la colección, y a una de las cumbres de la misma editorial, pero tuvo el triste e inevitable corolario del choque final de talentos (o de egos), que hizo que su relación finalizara con mutuas acusaciones de alterar el trabajo pactado. Lógicamente, el inquieto Byrne fue quien prefirió volar hacia otras colecciones donde obtendría el control total. Su etapa en The X-Men, al final de la cual el título añadió el adjetivo uncanny (‘imposible’) con el que tanto lo relacionamos, abarcó desde el 107 al 143 (de diciembre de 1977 a marzo de 1981, tres años largos de maravillas irrepetibles).

Fenix Oscura, por John ByrneLa culminación de la misma fue la llamada Saga de Fénix. El planteamiento hace que la joven Jean Grey, que ha incrementando exponencialmente sus poderes por contacto con una fuerza primordial del universo, la fuerza Fénix, inicie un descenso a los infiernos al ser manipulada por una sociedad secreta de mutantes llamada el Club Fuego Infernal, cuyo resultado es su conversión en un ser llamado Fénix Oscura, devorado por la sed de poder absoluto. Claremont y Byrne se tomaron todo el tiempo del mundo para desarrollar este saga, plasmándola mediante un inolvidable sentido de la progresión que permitió lucir el potencial de los personajes, dándole a cada uno su pequeño momento de gloria (mis dos momentos favoritos son el de Coloso destruyendo a Proteo, el mutante que puede retorcer la realidad a su antojo —presagio de la misma Fénix, que todavía combate al lado de sus amigos—, cortocircuitando su energía por el mero contacto de su cuerpo metálico; y Lobezno desenfundando sus garras, con gesto de ira, en las cloacas bajo el Club Fuego Infernal, prometiendo que ahora llega su turno). El inolvidable final, el sacrificio de su vida por la misma Jean Grey antes de convertirse definitivamente en un monstruo todopoderoso, irónicamente fue una imposición de las altas instancias pero no se me ocurre conclusión más grandiosa ni más elegiaca para el que, desde ese momento, se convertiría en uno de los tres o cuatro referentes fundamentales del Universo Marvel.

Tras la partida de Byrne, el guionista seguiría al frente de los Hombres-X diez años más, hasta finales de 1991, ya con una total autonomía creativa, siempre con magníficos dibujantes como el mismo Cokrum (que regresó para sustituir al canadiense), Paul Smith, John Romita Jr o Marc Silvestri, pero sin que estos tuvieran el mismo peso en la elaboración de los argumentos. Por tanto, es a partir de entonces cuando puede hablarse del definitivo «estilo Claremont», para lo bueno y para lo malo. En cuanto a esto último, es evidente que el guionista incrementó el peso de lo literario sobre lo visual, incurriendo muchas veces en la mera verborrea (por ejemplo, el uso continuo de textos para subrayar los datos archisabidos, sobre poderes, identidades o pensamientos expresados sobradamente). Del mismo modo, la serie perdió parte de la ligereza que tenía con Byrne y cayó más de una vez en la solemnidad, sobre todo cuando Claremont comenzó a hinchar más de la cuenta el leit-motiv dramático de la colección, el odio de la sociedad hacia los mutantes, estableciendo un paralelismo demasiado rotundo con el Holocausto judío.

Magnífica portada de Paul SmithEl saludable principio que se impuso el guionista fue no conformarse con la situación básica establecida en esos primeros años, de tal modo que la monotonía saltó por la ventana. Por ejemplo, en determinado momento Claremont consideró que el Profesor X ya tenía poco que decir y lo sacó de escena, enviándolo al espacio con su amada, emperatriz del imperio galáctico Shi’ar, lo que significó la definitiva «mayoría de edad» de sus Hombres-X. Alguno de esos saltos pareció que se hacía sobre el vacío, pero la relectura de las distintas etapas demuestra el enorme acierto que supusieron. El más radical pareció el traslado del grupo desde la mansión cercana a Nueva York hasta una lejana y misteriosa base situada en mitad del desierto australiano, impregnándose entonces la serie de una apasionante atmósfera de nihilismo que desembocó en la progresiva desaparición de sus miembros, hasta dejarlo reducido al incombustible Lobezno y a la niña que lo ha medio adoptado, Júbilo.

Ahora bien, el principal valor de la colección siempre fue el dibujo psicológico de los personajes y la coherencia con que Claremont los fue haciendo evolucionar, demostrando un magnífico conocimiento de sus criaturas. Ya he hablado de Lobezno, pero lo mismo puede decirse de otro de los personajes más carismáticos, Tormenta, que durante los primeros años había destacado por su elegancia exterior y equilibrio interior y que sufriría una transformación cuya culminación fue la pérdida de poderes (víctima de la caza gubernamental de mutantes, un escalofriante presagio de tiempos por venir), lo cual no impediría al personaje, nuevo acierto, demostrar su capacidad de liderazgo (había sustituido a Cíclope como jefa de campo).

lobezno-crucificado-en-la-portada-de-uncanny-251Otro acierto mayúsculo del guionista fue entender a la perfección los puntos fuertes y las características de cada uno de sus dibujantes y orientar sus guiones hacia el mejor aprovechamiento de las mismas. Por ejemplo, el trazo áspero, al borde de la «suciedad» gráfica, del joven Silvestri, se prestó de modo imborrable para dar cuerpo a los números más desesperanzados de la Patrulla: a él se deben esos episodios en el desierto australiano, cuya cúspide fue el que presenta la impresionante portada destacada junto a este párrafo, con Lobezno crucificado, que suponía un homenaje a un famoso episodio del Conan de Robert E. Howard ya inmortalizado por una mítica ilustración de Boris Vallejo. Cabe destacar, asimismo, las varias colaboraciones del genial Barry Windsor-Smith, en especial ese número, el 205, en el que el barroquismo visual del artista ofrece un resultado imborrable para mostrar a Lobezno (también) revertido al salvajismo mientras combate contra todos y contra sí mismo en medio de una sensacional tormenta de nieve.

Durante la década de los 80, el universo mutante fue expandiéndose en varias colecciones aledañas: Los Nuevos Mutantes (1982), protagonizada por la mencionada nueva generación de alumnos; Factor-X (1986), que sirvió de reunión para el equipo que formó la primera Patrulla-X… incluyendo, tristemente, a la misma Jean Grey, resucitada para la ocasión; Excalibur (1988), situada en Inglaterra, y que de la mano de un dibujante genial, Alan Davis, exploró un tipo de humor british de todo punto delicioso, sobre todo cuando el mismo Davis demostró ser un guionista excepcional; y Lobezno (también de 1988), dedicada en exclusiva al entrañable Garras. En todas ellas, el guionista, sobrecargado de trabajo, acabó cediendo la escritura a otros autores de la casa, lo cual enriqueció el entorno mutante, al combinar perspectivas muy distintas.

Excalibur, el mejor spin-off de La Patrulla-XFinalmente, Claremont sería víctima de las implacables leyes de la cuenta de resultados. A principios de los 90, un conjunto de dibujantes caracterizados por su aparente espectacularidad y su vacuidad narrativa empezaron a romper los registros comerciales de la casa, la cual decidió que sería buena idea darles la responsabilidad para hacer cuanto quisieran con las historias. Los guionistas acabarían convirtiéndose, sencillamente, en meros dialoguistas. Pan para hoy y hambre para mañana, por cuanto los «artistas» no tardaron en hacer números y advertir que, con el control total del producto, ganarían más, por lo que abandonaron Marvel (cuyos personajes, por fortuna, no les pertenecían) y fundaron su propio sello. El abanderado de esta generación fue otro dibujante canadiense, Todd McFarlane, mas fue en el entorno mutante donde surgieron como hongos. En La Patrulla-X fue un joven ciertamente prometedor llamado Jim Lee (al que sentó mal que le dejaran hacer lo que le viniera en gana: cerró su evolución y se dedicó a concebir cada viñeta como si fuera un póster). Claremont, que al principio había sacado un magnífico partido de sus condiciones gráficas, no quiso humillarse ante el advenedizo y rompió su relación con la colección. Y el entorno mutante entró en una espiral de mediocridad de la que ya no levantaría cabeza.

En el futuro, cuando nuevos vientos soplaron por la editorial, Chris Claremont volvería a ocuparse de alguna que otra etapa, mas ya fue otra cosa: ni La Patrulla-X podía recuperar la notable coherencia interna que había tenido ni los tiempos eran los mismos (las cuatro o cinco décadas de historia ya pesaban demasiado, y tanto esta colección como todas llevaban siendo exprimidas demasiado tiempo). Yo al menos nunca he vuelto a engancharme a las nuevas etapas. Me queda, eso sí, el imborrable recuerdo, y la posibilidad de revisar una y otra vez todos esos números, en que yo también era de la Patrulla-X.

Espectacular ilustración de Jim Lee con los Hombres-X

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
Esta entrada fue publicada en Superhéroes Marvel y etiquetada , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

6 respuestas a Todos éramos de la Patrulla-X

  1. marajjos dijo:

    Exposición magistralmente escrita y descrita. Me encanta rememorar con ella recuerdos de mi adolescencia, y de mi juventud, con el añadido de que así entiendo los entresijos de la saga de la patrulla X, y la razón de su evolución y sus cambios, que como todo, tenían cosas buenas y cosas menos buenas, pero que en su mayoría fueron geniales, y más en la etapa del dúo Claremont-Byrne.
    El secreto de esta colección es como bien dices la armonía de un grupo que juntos consiguen una digamos sinergia que supera el conjunto de sus características individuales pero respetándolas. Algo que los Vengadores a mi juicio no tenían, estos simplemente eran una mera aglomeración de superhéroes cada uno a su bola.
    Y la clave de bóveda de dicha armonía grupal está en mi héroe favorito de todo el universo Marvel, y para mí el más injustamente olvidado en las películas que luego se han hecho, que es Cíclope. Reconozco que Lobezno es un personaje atractivo para centrar en él la visión, pero sin la capacidad de liderazgo de aquél, el grupo ni se entiende, ni sería capaz de derrotar a los villanos. Y tanto más meritorio cuanto, quitando su superpoder, que «sólo» se limita a lanzar rayos ópticos, es el más débil del grupo: ni vuela, ni tiene garras, ni cuerpo de acero, tiene que enfrentarse al peligro a cuerpo limpio, y es su valor y su carisma como líder su verdadera arma. Y encima su poder en realidad podría considerarse como una minusvalía, pues marca su dificultad para relacionarse con los demás, y su introversión en su relación amorosa con Jean Grey (la mejor historia de amor de Marvel sin duda alguna), lo cual hace más meritoria su superación. A mí, en mi adolescencia, con mis gafotas, me valía como referente. Lo de la fácil identificación que comentas al principio.
    Y, aunque no se incluye en la colección regular, podría mencionarse, porque creo que también intervino Claremont en ella, una novela gráfica que salió, al menos yo la compré, en el año 85 más o menos, cuando X-Men estaba ya en la etapa posterior a Fénix Oscura, que aquí titularon «Dios ama, el hombre mata». Iba de un reverendo loco que lanzaba una campaña integrista para la caza de los mutantes, y la destaco porque en ella, salvo que alguien me corrija, fue cuando le dieron un giro radical al personaje de Magneto, que pasó de ser el archivillano que sólo quería conquistar el mundo, a una suerte de héroe caído, el mutante que quiere establecer una dictadura para proteger a los suyos, pero que no es un psicópata malvado sin más, sólo alguien equivocado en cuanto a los medios que emplea, pero con un trasfondo ético de cierta justicia, que permite a la patrulla X establecer con él un lazo digamos de amor/odio que enriquece al personaje, y la trama. En las películas en que lo interpretó Ian Mc Kellen lo supieron reflejar muy bien, y forma parte del atractivo de las mismas.
    Y ya acabo con esto, menudo testamento he soltado, pero es que lo explicas tan bien, y toca tanto fibras de mis recuerdos, que no puedo dejar de explayarme. Es lo que tienen tus artículos y lo que disfruto leyéndolos.

    • Tu testamento me ha emocionado, precisamente porque me permite comprobar que hay más gente como yo, para la cual la lectura de «La Patrulla-X» constituyó una experiencia muy especial. Es más, prácticamente estoy de acuerdo con todo lo que dices. En efecto, Cíclope es uno de los mejores personajes de la saga, algo especialmente complicado porque parece quedar en un segundo plano en cuanto a atractivo, al lado de Lobezno o Tormenta, aparte de por su propio carácter, poco simpático. Pero, además de ese matiz tormentoso de su poder/maldición, pocas veces se ha expresado mejor lo que es el liderazgo y sus exigencias. Entre mis escenas favoritas de la historia del grupo, siempre destaco (lo hago en el artículo que dediqué a la Saga de Fénix Oscura, cuyo enlace he puesto en la cabecera del post) aquella en que, en medio del enfrentamiento contra Proteo, el hijo de Moira McTaggert (una de mis aventuras favoritas del grupo), advierte que el villano ha tocado gravemente a todo el grupo, y especialmente a Lobezno, y comienza a picarlos (claro, siendo tan serio, todos creen que va en serio) para despertar su reacción, a modo de catarsis. El mismo Lobezno, que hasta entonces lo detestaba cordialmente, le declara su admiración en ese mismo momento.

      Y en efecto, la historia de amor entre Scott y Jean Grey, en la saga de Fénix, es la más bella y convincente que ha dado el tebeo de superhéroes, insuperada hasta ahora. En cuanto a la novela gráfica, a mí también me sorprendió mucho la nueva dimensión que revelaba Magneto y que preparó su evolución en la serie regular, hasta acabar convertido en el director de la Escuela y maestro de Los Nuevos Mutantes.

      Como puedes ver, yo también suelto rollo enseguida, pero es que me encanta hablar y razonar sobre la profundidad del tebeo de superhéroes, injustamente relegado a material para adolescentes o niños que no han crecido. ¿Por qué tiene que ser incompatible que te gusten Chris Claremont y, a la vez, Dostoyevski o Cortázar?

      Un abrazo y gracias por tus palabras 😊.

  2. Franklin Rafael Padilla Guzmán dijo:

    Juventud, divino tesoro,
    ¡ya te vas para no volver!
    Cuando quiero llorar, no lloro
    y a veces lloro sin querer

  3. Renaissance dijo:

    Creo que hoy intentar retomar La patrulla X, o la colección que fuera, sería un esfuerzo titánico. Pude ver durante unos años la evolución de personajes, e incluso de momentos desconcertantes (ese Dracula vampirizando a Tormenta…) en una reedición de lo que sería la serie origina, y aún sin convertirme en seguidora acérrima es fácil sentir empatía por ellos.

    • Totalmente de acuerdo. Además, ya no tiene sentido. El Universo Marvel tenía su gracia en la «continuidad», es decir, en su consideración de gran novela dividida en múltiples personajes y colecciones, bajo la condición de que todo cuanto sucediera en cualquiera de ellas, por insignificante que fuera la serie en sí, pasaba a ser un acontecimiento ineludible en todo ese mundo. La ficcion se sostenía bajo la consideración de un tiempo mucho más «lento» que el real, que permitió a Peter Parker mantenerse como estudiante de instituto primero y luego de universidad durante casi veinte años. Con sesenta años ya de Universo Marvel a sus espaldas, esto ya es creíble, de ahí los múltiples «reborns» (o regresos a los orígenes, o tabulas rasas, o retorno a la numeración clásica o ruptura con la misma en cada serie…). Por otro lado, la autonomía de los artistas es válida hasta principios de los años 90, y luego todos pasan a verse condicionados, pero ya sin disimulo alguno, por las leyes de los estudios de mercado. Conclusión: para mí, el Universo Marvel abarca más o menos sus tres primeras décadas. Después, ya no me ha interesado salvo algún momento muy concreto, y por fidelidad a algún autor puntual.

      Siento el rollo, pero me ha servido para complementar el artículo central jaja.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s