En Café Montaigne: El nombre de la rosa o el invierno de la Edad Media
Acabo de publicar en la revista digital Café Montaigne una reseña sobre la novela El nombre de la rosa, que en el ya lejano 1980 supuso uno de los mayores éxitos de ventas de la literatura mundial. Su autor, Umberto Eco, era un ensayista sobradamente conocido, e influyente, pero este libro supuso su primera tentativa en el campo de la ficción, que luego seguiría frecuentando con otros títulos por lo común bien acogidos, pero ya sin superar nunca su opera prima. Ahora que tan de moda está la novela histórica, hasta el punto de que los autores nacionales ya deben estar teniendo problemas para encontrar algún reinado, episodio o contexto sobre el que nadie haya arrojado todavía su mirada, conviene recordar que Eco no se limitó a situar una historia en tiempos pretéritos con personajes hablando y comportándose como si hubieran nacido anteayer, sino que efectuó un notable ejercicio de reconstrucción moral y filosófica, cuya gran virtud es saber dar vida al pasado pero sin olvidar que lo que hace perdurable cualquier obra (esté ambientada en la época, género o cultura que sea) es su capacidad para resultar universal. Eco creó además un personaje inolvidable, ese monje investigador que es mucho más que un homenaje a Sherlock Holmes, pues su intensa humanidad lo distingue del mero ejercicio bibliófilo. El artículo que publico en Café Montaigne está extraído de la entrada propia que ya publiqué en este mismo blog, solo que concentrado exclusivamente en el libro. Para quien sienta interés, además, por leer un comentario sobre la excelente versión cinematográfica en la que Sean Connery encarnó a Guillermo de Baskerville, incluyo ese enlace:
El nombre de la rosa o el invierno de la Edad Media
Por otro lado, cuando leí El nombre de la rosa (en realidad, cuando la releí, pues en mi adolescencia ya me había asomado a esa misteriosa abadía franciscana, si bien entonces no la aproveché tanto) no conocía ningún otro libro del autor. Fue a raíz de esta lectura que me interesara por otras de sus obras. En particular, me llevó a su segundo esfuerzo literario, El péndulo de Foucault (1988), recibido con tanto desconcierto y frialdad como cálida y estruendosa había sido la acogida de la primera. La mayúscula sorpresa es que esta novela resulta extraordinariamente sugestiva (aun con sus defectos: también los tiene su opera prima), en su forma de realizar un juego de espejos entre realidad y ficción a través de toda una serie de construcciones de la filosofía, el ocultismo, la leyenda y la historia, que se lee con absorbente concentración y que deja un recuerdo formidable.
Veinte años después de su primera novela, el escritor retornaría a la plena Edad Media con un nuevo libro, Baudolino (2000), igualmente concebido bajo la doble advocación de la narración pura y la minuciosa erudición. En este caso, el libro casi adquiere la naturaleza de un manual de acceso al siglo XI, en que se ubica su acción, por cuanto el protagonista, a lo largo de su agitada existencia, desde el entorno del emperador alemán Federico Barbarroja, tiene ocasión de participar en cuanta ocasión histórica se pone a mano, desde las luchas entre imperio y papado por las ciudades italianas al saqueo de Constantinopla durante la IV Cruzada, pasando por todo tipo de lances que hoy pertenecen a la cultura o la leyenda. En particular, y como indica sobradamente el título de mi artículo, Baudolino inventa una de las más sugestivas leyendas medievales, la del Preste Juan… y acto seguido se zambulle en búsque de su mítico reino, encontrando en el camino todo el conjunto de maravillas que él creó.
Incluyo, por tanto, los enlace a los otros dos libros:
Buena reseña en Café Montaigne. Una acotación sobre los «excesos» de Eco. Es cierto que suele sobrecargar sus textos de reflexiones que pone en boca de sus protagonistas. Salvo Numero Cero y La isla del día de antes, he leido todas sus novelas. Y lo que encuentro es que Eco no logró separar su formación erudita del novelista. Esto redundó en novelas cada vez más engorrosas y difíciles de leer, además de lentas. Una lástima, porque creo era un maestro de las “conspiraciones” históricas que se merecía el exito que se llevó Dan Brown, quien sí sabe ser ameno a pesar de no llegarle ni a los talones como escritor. Aunque tampoco me consta que a Ecoo le importara ser o no un Best seller. Saludos
A mí me quedan pendientes muchas de las novelas de Eco: solo he leído las dos primeras (te invito a leer, si no lo has hecho, mi comentario sobre «El péndulo de Foucault»: https://lamanodelextranjero.com/2016/09/04/el-pendulo-de-foucault-la-novela-oculta-de-umberto-eco/ ) más «El cementerio de Praga». Es posible que tengas razón, pues el defecto que le encuentro a esta última (muy lejos de la calidad de las dos primeras) es, precisamente, que aquí no consigue equilibrar lo narrativo con lo ensayístico. Ahora bien, en las dos señaladas creo que lo consiguió con creces. En cuanto a Dan Brown, el mismo Eco ironizaba acerca de lo que el estadounidense le debía en materia de inspiración…