Pantera Negra, etapas McGregor y Kirby
Dentro del Universo Marvel, a Pantera Negra le cupo el honor de ser el primer superhéroe negro de la casa (y del mainstream en general), honor que hoy puede parecer ingenuo pero que en su momento sí resultaba relevante. Se trató además de un personaje cuya principal cualidad, desde el primer momento, era la dignidad. Una dignidad, por otra parte, literal, ya que se trataba del rey de un pequeño e imaginario país llamado Wakanda, situado en algún lugar inconcreto del África ecuatorial. Haciendo honor al nombre, Jack Kirby diseñó un traje tan sencillo como sugestivo: un uniforme completamente negro (por desgracia, después los coloristas recibieron la instrucción de colorearlo de azul oscuro, quizá para darle una mayor, e innecesaria, definición), con una máscara sin rasgos distinguibles rematada por dos orejas puntiagudas, felinas. (En su primera aventura, Kirby lo adornó con una media capa, más bien ridícula, que enseguida desechó.) Pantera Negra no necesitó ser revestido de espectaculares poderes para resultar un personaje sugestivo: se trataba, sin más, de un héroe de habilidades puramente gimnásticas (similares a las de otro héroe marvelita, el Capitán América, si bien sin el apoyo de ningún aditamento, como el escudo de este), conseguidas gracias a un intenso entrenamiento y al ascetismo de una educación física y mental propia de quien, desde pequeño, se sabe destinado a ser el monarca protector de su reino. Su trayectoria a lo largo de la Casa de las Ideas —como siempre, hablo de aquella que conozco bien: sus cuatro primeras décadas, de los 60 a los 90, después de las cuales abandoné el seguimiento regular de los tebeos de Marvel, cansado de su pérdida de creatividad—, sin embargo, rara vez supo aprovechar las posibilidades de un personaje de trazas al tiempo sencillas pero de enorme potencial. Esta trayectoria es la que me dispongo a abordar, brevemente, a lo largo de este artículo.
Como buena parte de los personajes emblemáticos de Marvel que hoy se pasean por las pantallas de cine, Pantera Negra es una creación de la pareja formada por Stan Lee y Jack Kirby. Su primera aparición tuvo lugar, de hecho, en la colección «madre» del Universo Marvel, es decir, Fantastic Four. En el número 52, esto es, en el corazón de la mejor etapa de la colección —en poco más de año y medio desfilaron aventuras tan estupendas y personajes de nuevo cuño tan inolvidables como la Batalla del Edificio Baxter, los Inhumanos, Galactus el Devorador de Mundos y la saga en que el Doctor Muerte robaba los poderes a Estela Plateada—, los 4 Fantásticos eran reclamados por Pantera Negra, el misterioso soberano del desconocido reino de Wakanda, para descubrir que eran la imprevista presa mediante la cual ese personaje pretende probarse a sí mismo que está preparado para responder a cualquier amenaza del mundo exterior.
En dos números, los 52 y 53 (julio y agosto de 1966), Lee y Kirby fijaron el entorno y las características básicas del personaje. En primer lugar, y como tienen ocasión de descubrir los sorprendidos 4 Fantásticos, Wakanda es un enclave donde conviven, de modo desconcertante, los habituales ingredientes extraídos de cualquier tópica historia sobre indígenas del continente negro (cabañas de junco, salvajes semidesnudos con lanzas y escudos, y mucho penacho emplumado) con el entorno más moderno y tecnológico: una jungla de metal bajo la cotidiana jungla vegetal.
La explicación se halla en que en Wakanda existe un mineral único en la Tierra, el vibranium, proveniente de un meteorito caído sobre su seno y que conforma una enorme y misteriosa montaña que lo domina. Desde siglos atrás, la familia reinante, para proteger del mal uso ese mineral «sagrado» ha creado el llamado Culto de la Pantera, cuya jefatura pasa de padres a hijos —son evidentes las similitudes con el mítico Hombre Enmascarado de Lee Falk—, de tal modo que el soberano reinante es al mismo tiempo el mejor guerrero del reino, que hereda también el mismo atavío: así pues, el uniforme no es el mero traje de un típico superhéroe enmascarado sino una ropa ceremonial.
Su actual titular, T’Challa, educado en las mejores universidades del mundo occidental, portentoso científico a la vez que guerrero, es el impulsor de la espectacular modernización de Wakanda (manteniendo el secreto de su existencia), gracias al dinero conseguido de las muy controladas ventas de producto tan valioso. Por otro lado, las ambiciones occidentales sobre el vibranium provocaron la tragedia que ha marcado la vida del joven soberano: años atrás, un mercenario llamado Klaw, dueño de un artilugio sónico, invadió el país para adueñarse de la montaña y asesinó fríamente al padre de T’Challa. Eso sí, el todavía niño se apoderó de ese artilugio y mutiló a Klaw, destrozándole la mano derecha: su anunciado regreso (dominador ahora de los secretos del sonido de tal modo que es capaz de crear enormes criaturas sónicas de fuerza avasalladora) es lo que impulsa a Pantera Negra a probarse frente a los 4 Fantásticos, los cuales, por supuesto, lo ayudarán a detener esa amenaza.
Los dos números señalados poseen el frenesí creativo de aquella etapa irrepetible de la colección, y asimismo dejan con la sensación de que permitía mucho más de lo que se muestra en tan sintético espacio. El personaje tardaría en volver a ser utilizado, fuera de alguna pequeña colaboración «especial». Así, en el cercano nº 56, el villano Klaw reaparecía en la base de los 4F, el Edificio Baxter, y así descubríamos lo que tan solo se había sugerido en la página final del nº 53: derrotado por T’Challa, el desesperado aventurero había decidido probar sobre sí mismo conversor sónico, convirtiéndose en una criatura formada por sonido sólido, haciendo literal su apodo de Amo del Sonido. Kirby le otorgó una apariencia de singular plasticidad, destacando un fabuloso rostro «robótico», subrayado por enormes líneas negras que remarcan sus contornos, pero que no constituyen un disfraz, sino sus propios rasgos. T’Challa ayudaría a sus amigos a derrotarlo a distancia, al enviar a Reed Richards unos guantes de vibranium: el hallazgo irónico es que ese metal que ha cambiado para siempre la vida de Klaw será su némesis, por sus capacidades antivibratorias (y el sonido es una vibración), al estilo de la kryptonita para Superman.
La siguiente aparición al «completo» de Pantera Negra fue en el Anual nº 5 de la misma colección Fantastic Four, si bien se trató de un regreso decepcionante, ya que no pasa de ser un personaje invitado más, difuminado al lado de los muchos otros que intervienen en este número especial, que nada aporta al desarrollo individual del héroe (ni siquiera se sitúa en Wakanda), más que la novedad de que es aquí donde Kirby donde prescinde de la capita con que lo obsequió inicialmente.
Cuenta el especialista Raimon Fonseca (en diversos artículos publicados en los tomos de Panini que reeditan los años clásicos de la editorial) que Stan Lee llegó a plantearse lanzar una colección en solitario del personaje, pero que lo disuadió la aparición, en esa segunda mitad de los año 60, del famoso grupo de activistas negros que adoptaron precisamente el nombre de panteras negras (y no precisamente como homenaje a Marvel), que se hicieron mundialmente famosos cuando importantes atletas estadounidenses dieron difusión a sus reclamaciones en los Juegos Olímpicos de 1968. Cauteloso, Lee no quiso que una revista con el nombre de su personaje fuera víctima de ningún tipo de ambigüedad.
Stan Lee tomó entonces la decisión de ampliar el campo de relaciones de su personaje y abrirlo al resto del Universo Marvel. Para ello, lo hizo aparecer como estrella invitada al lado del mismísimo Capitán América en la colección donde este protagonizaba sus aventuras (si bien repartiéndose sus páginas con el Hombre de Hierro/Iron Man), Tales of Suspense (números 97 a 99), en una saga que sería muy importante pues marcó el cambio de título y la consagración de todo su contenido al Centinela de la Libertad, desde el emblemático nº 100: Captain America (abril de 1968). Es más, Wakanda reaparecía como escenario objeto de la codicia de un supervillano (en este caso, un archienemigo del héroe abanderado, el nazi Barón Zemo, o más bien un pseudo-Zemo), y al concluir la saga, el admirado Capitán proponía a Pantera Negra el ingreso en Los Vengadores).
Y así fue. Apenas un mes después, el rey de Wakanda debutó en las páginas de The Avengers (nº 52, mayo de 1968), si bien ya no bajo la égida de Stan Lee, sino de su discípulo Roy Thomas. Esto comportó que un nuevo artista se hiciera cargo de sus dibujos, sustituyendo a quien hasta ahora se había encargado en exclusiva de todas sus apariciones: el gran John Buscema, quien por razones ignoradas lo revistió de una máscara solo parcial, que mostraba la mitad inferior de su rostro (en honor a la verdad, ya Kirby la había ensayado en la breve viñeta de su aparición puntual en Fantastic Four 56, pero luego la descartó), y que por fortuna pasó a mejor vida, ya para siempre, desde The Avengers 56 (es curioso que el número sea el mismo, en diferente colección).
Con su inclusión en el equipo central del Universo Marvel, Pantera Negra, como es lógico, aumentó su popularidad, si bien inicialmente al coste de difuminar su personalidad entre tanto héroe reunido. Trasladado lógicamente a Nueva York, su faceta de rey de Wakanda se convirtió en secundaria. Ahora bien, justo es señalar que Thomas demostró en todo momento un notable interés por el personaje, convirtiéndolo en el centro de varias de las aventuras del grupo. Por ejemplo, en el número 56 hizo comparecer a Klaw (protagonizando así ambos archienemigos su primer combate físico después de la transformación del Amo del Sonido) y en el 62 incluso el grupo entero viaja al reino secreto (tan secreto que T’Challa incluso oculta su localización exacta a sus compañeros) para enfrentarse a otro enemigo personal, el Hombre Mono, súbdito renegado que intentaba arrebatarle su trono.
Escritor típicamente liberal de la cultura popular estadounidense, Thomas advirtió que el personaje se prestaba bien como portavoz, dentro del Universo Marvel, de la denuncia contra el racismo. Así, se convirtió en el protagonista de una aventura (en TA 73 y 74, febrero-marzo de 1970) en el curso de la cual los Vengadores se enfrentan a los Hijos de la Serpiente, una escuadra de fanáticos enmascarados (inspirada, claro, en el Ku-Klux-Klan) cuyo objetivo es la consecución de la pureza racial, que atrapa a Pantera Negra e incluso revela al mundo su condición de negro. En esa aventura, T’Challa conoce a Monica Lynne, una cantante asimismo afroamericana que se convertiría en su primera relación sentimental en Marvel, y que jugaría un importante papel cuando el personaje recibiera por fin su primera colección en solitario. Acto seguido, y siguiendo con esta nueva faceta reivindicativa, Thomas hizo que T’Challa adoptara una identidad civil, la de Luke Charles, y mantuviera su imagen social convirtiéndose en profesor de un instituto en Harlem. Por último, en TA 87, Thomas narraba de nuevo el origen de Pantera, centrándose con más detalle en el periodo de su formación académica y en las pruebas a que se ve sometido para asumir definitivamente el trono.
Las contradicciones inevitables entre las obligaciones de una editorial del mainstream y el pretendido compromiso de denuncia estuvieron a punto de atrapar al personaje en una situación grotesca. En el primer número que Thomas escribió para la colección de Fantastic Four (nº 119, febrero 1972), decidió introducir a T’Challa en una colaboración especial (lógicamente, con Klaw como oponente). En principio, la aventura volvía a incidir en la faceta reivindicativa, al situarse en un ficticio país africano llamado Rudyarda (sin comentarios…) donde se practica la segregación racial, trasunto por tanto de la muy real Sudáfrica. Ahora bien, para sorpresa de sus viejos amigos la Cosa y la Antorcha Humana, T’Challa les informa de que ha decidido rebautizarse como Leopardo Negro, precisamente para evitar la asociación con el ya señalado movimiento del Black Power, al cual, especifica «ni condeno ni apruebo… pero [sigo] mis propias leyes». Menos mal que esta estupidez fue olvidada con rapidez. Y no era para menos: después de diez años de «vida», Pantera Negra por fin iba a recibir su propia colección.
La decisión fue del mismo Roy Thomas, nombrado nuevo director editorial de Marvel en sustitución de Stan Lee. La colección, realmente, se encontraba bajo la cabecera de una revista titulada Jungle Action, concebida inicialmente para reeditar aventuras de viejos personajes selváticos, con periodicidad bimestral. En su nº 5 se había vuelto a publicar el mencionado The Avengers 62 donde los Vengadores se enfrentaban en Wakanda al Hombre Mono. Thomas decidió que a partir del siguiente número, el 6 (septiembre de 1973), se iniciaría una serie inédita destinada a narrar las aventuras de Black Panther y confió los guiones a un empleado de la casa, hasta entonces ocupado en diversos trabajos editoriales, llamado Don McGregor, con muy escasa experiencia en la escritura. Sería un acierto rotundo, porque su trabajo para la serie, que él mismo concibió como una gran saga titulada La furia de la pantera, extraería por fin del personaje la medida de todas sus posibilidades.
McGregor se leyó toda la trayectoria del personaje y, atónito por la falta de aprovechamiento del escenario que personalizaba a Pantera, su reino de Wakanda, lo devolvió a sus responsabilidades reales. Y resistiéndose a las presiones de arriba, decidió que una colección ambientada en África iba a estar exclusivamente protagonizada por personajes africanos, sin recurrir a fáciles «colaboraciones» especial de otros héroes blancos: ni uno solo de los Vengadores dejó entrever siquiera un milímetro de piel por estas páginas. Eso sí, su visión de la negritud, por llamarlo de algún modo, no iba a ser ni complaciente ni hagiográfica (no iba a dejarse arrastrar por la corrección política que hoy amenaza de modo tan grave la libertad cultural, vamos). Por ejemplo, demostrando además que iba a respetar el concepto marvelita de continuidad, McGregor hizo que T’Challa, en su regreso a su reino, se llevara consigo a su amada Monica Lynne, cuya condición de mujer moderna es acogida con hostilidad por los tradicionales wakandeses, anunciando desde el primer momento uno de los temas en los que centrará sus guiones: el conflicto entre lo antiguo y lo nuevo, propio de sociedades en transformación.
A lo largo de doce números, entre los Jungle Action 6 y 18 (de septiembre de 1973 a noviembre de 1975), La furia de la pantera narra una aventura en el curso de la cual T’Challa se enfrenta al clásico doble oscuro, Erik Killmonger, un antiguo súbdito wakandés que lidera una revolución contra ese rey que tanto ha descuidado su país, en el curso de la cual sufrirá dolorosas heridas no solo físicas sino, sobre todo, morales, que le harán replantearse la naturaleza de lo que hasta entonces entiende por nobleza. Mucho antes de que Frank Miller y su Daredevil abrieran la veda del descenso a los infiernos del héroe clásico, McGregor ya supo llevar a su héroe hasta el límite del desmoronamiento, tensando el límite de lo tolerable.
Ahora bien, La furia de la pantera es mucho más. En primer lugar, es una aguda reflexión sobre el Poder y la Autoridad. T’Challa se siente escandalizado porque Killmonger basa su pretensión al trono sencillamente en el Miedo, en la imposición mediante el Terror: es la ruptura del pacto primero sagrado (la tradición) y luego refrendado en batalla (los méritos) entre un rey y sus súbditos. En apariencia, el sustrato de este enfrentamiento es el de siempre: el contraste entre lo perfecto y lo noble (encarnado por Pantera), y lo deforme y lo malvado (Killmonger y sus horribles sicarios), pero McGregor —con la imprescindible ayuda de un dibujante, Billy Graham, de estilo agreste y nada ornamental, incluso sucio (rasgo potenciado por el entintador Klaus Janson)— sabe ofrecer una malsana mirada (extraña en un tebeo «para niños») sobre lo repulsivo, lo pútrido, mediante una aventura que pone a Pantera Negra al borde mismo de la destrucción (en todos los sentidos, del físico al psicólógico, pasando por su propia condición de monarca), enfrentado a una galería de personajes a cuál más grotesco. Y es que Killmonger, con la excusa del dominio de una extraña fuente de energía llamada el Altar de la Resurrección, ha creado un ejército de acólitos dotados de grotescos poderes a costa de tremendas deformaciones (como ya sugieren sus nombres: el Rey Cadáver, Venomm/Veneno, Salamader K’ruel, Sombra…), que curiosamente podrían emparentar esta historia con el famoso ciclo de la Nueva Carne que por esos años se asocia, en distintas campos de las artes, con gente tan transgresora como David Cronenberg, H. R. Giger o Clive Barker.
Sin duda henchida de pretenciosidad, demasiado consciente de sí misma, a ratos incluso confusa y, por qué no reconocerlo, en algún momento incoherente, La furia de la pantera supone una de las obras más incómodas y admirables surgidas de la Marvel clásica, de tal modo que todavía hoy, al leer esas páginas, uno no puede sino preguntarse: ¿cómo le permitieron publicar esto?
A continuación, McGregor había pensado enviar a Pantera Negra a Sudáfrica (la de verdad), pero cambió sus planes, tal vez asustado de su propia ambición, trasladando el foco de la denuncia racista a la América Profunda. La nueva saga se llamó La Pantera contra el Klan, y por desgracia ya privilegia las pretensiones por encima del arte, en todos los aspectos, incluido el gráfico. El público le dio la espalda (¿reconociendo el descenso de calidad o disgustado por verse ahora en el foco de la denuncia?) y la editorial canceló bruscamente la aventura, dejándola literalmente en suspenso, en JA 24 (noviembre de 1976).
Sin embargo, este cierre fue aprovechado para que Jack Kirby, regresado a Marvel tras una sonada escapada a DC, ahora como autor completo (editor, escritor y dibujante), se hiciera con las riendas de su antiguo personaje. La editorial apostó fuerte, y tan solo un par de meses después abrió una nueva colección, Black Panther (bajo la misma periodicidad bimestral). El Rey prescindió olímpicamente de cualquier continuidad (la lucha contra el Klan quedó en el limbo), e incluso de los personajes secundarios cuidadosamente desarrollados por McGregor, para proponer otros nuevos (por ejemplo, dándole a T’Challa un conjunto de primos… que resultaron ser una simpática invención, luego igual de olvidada por los sucesores de Kirby). Y es que el paso del Rey por el personaje, por desgracia, fue idéntico al de las otras series que se le confiaron (Capitán América, Los Eternos…): tan sugestivo como desequilibrado, tan lleno de posibilidades como frustrante en el desaprovechamiento de estas. Y que poco a poco fue siendo desatendido por el público, de tal modo que lo abandonó en el nº 12 (septiembre de 1978).
Ahora bien, en otro tono muy distinto al de McGregor, claro, Jack Kirby creó una Pantera Negra absolutamente memorable, la que él podía dar: un canto absoluto e irresistible a la aventura en estado puro. Sin digresiones ni tiempos muertos (sin la menor progresión dramática tampoco, cierto), dejando que los acontecimientos vayan al galope y procurando dejar sin aliento con sus nuevas invenciones gráficas (no siempre logradas pero en todo momento gozosas: sin la menor duda, se nota que Kirby disfruta como un niño y nos quiere hacer disfrutar).
[Quien quiera leer un artículo más extenso sobre las etapas de McGregor y Kirby, pulse aquí]
Una vez más, la etapa se cerró sin concluir la aventura. Jim Shooter, nuevo director editorial, cuando menos, decidió que había que resolver todos los cabos sueltos, los de Kirby y los de McGregor, confiándolos a un equipo poco experto, pero que hizo un trabajo muy bueno, en algún momento excelente: el guionista Ed Hannigan, el dibujante Jerry Bingham y el elemento más notable del equipo, el «embellecedor» (llamarle tan solo entintador parece poco) Gene Day. Se hizo de modo muy abrupto, por desgracia: Black Panther aguantó solo tres números más, hasta el 15. No fueron números de relleno: en ellos, Pantera Negra dio el paso de revelar al mundo la existencia de Wakanda y su condición de rey, abriendo una embajada en Nueva York (de paso, protagoniza el que para mí es su mejor enfrentamiento contra el inevitable Klaw, con una estupenda ayuda de varios Vengadores: el Capitán América, la Bestia y la Visión).
Shooter había decidido cerrar la saga contra el Klan, pero para hacerlo envió al personaje a otra colección genérica, en este caso Marvel Premiere (números 51 a 53, este último con fecha de portada de abril de 1980). Allí, Hannigan resolvió con una argucia fácil pero inevitable el inexplicable «olvido» de T’Challa no solo por esa aventura nunca resuelto sino por las personas implicadas en ella (incluyendo a Monica Lynne, ahora recuperada): Pantera Negra había sido objeto de un lavado de cerebro por parte de sus enemigos. La aventura fue finiquitada en tres números escasos, de forma si no precipitada sí desde luego más bien pobre, sin que podamos saber nunca qué había pensado el hombre que la concibió inicialmente, Don McGregor. Constituyó un modesto cierre para la mejor etapa vivida en los tebeos por un personaje sin duda menor en la reluciente galaxia del Universo Marvel, pero digno de respeto y con posibilidades de lucimiento en las manos adecuadas. En el futuro, otras colecciones volverían a retomarlo (la más longeva, en el arranque de este siglo, alcanzó los 62 números) y tal vez su actual inclusión en el Universo Cinemático Marvel anuncie una nueva luz para un héroe oscuro solo de apariencia.
Hola Jose!
Lo primero gracias por esta fenomenal entrada. Amplia en cuanto a datos e información, contagias interes y entusiasmo por el tema que tratas. Reconozco que estoy desconectado por completo del mundo del comic (salvo en alguna ocasión que leo algo, ultimamente estoy viendo algun «fumetti», asi le dicen en Italia a los comics…), aunque ahora al leer tu magnifico post me asaltaban recuerdos de una galaxia muy lejana cuando conservaba y trataba con mucho mimo aquellas preciadas joyas que apilaba en mi habitación. No se como lo ves, pero diria que en cierto modo las nuevas tecnologias han desterrado a los tebeos en general.
Saludos!
Gracias por tus palabras, Fran. En ocasiones me pregunto si esta parte «superheroica» del blog no dejará perplejo a alguno de quienes siguiéndolo con cierta frecuencia sienten poco o ningún interés por el tema (que entiendo: no ya el tebeo, sino el tebeo de superhéroes es un mundo en el que, o entras a determinada edad, o no entras nunca). Para mí, Marvel fue fundamental en mi infancia y, por supuesto, más allá de ella, por cuanto yo creo que, pese a que sus historias toman como base unos presupuestos que sin enojo podríamos llamar «infantiles», poseen una densidad dramática y unas capacidades estéticas y narrativas indudables. En cuanto a las tecnologías y los tebeos, no sé si las primeras acabarán con los segundos, pero el trabajo digital que también afecta al diseño de viñetas a mí me incomoda mucho (seré un antiguo, claro), y no digamos el «aprisionamiento» de tebeos, incluso los más clásicos, en una pantallita de ordenador o de tablet. Soy incapaz de leerlos en tal formato…