El cine uruguayo existe: Whisky y Mal día para pescar

Cartel de WhiskyPuede que fuera a causa del notable éxito comercial obtenido por El hijo de la novia en 2001, preparado previamente por el buen sabor de boca dejado por alguna película de Adolfo Aristarain, como Un lugar en el mundo (1992), pero lo cierto es que el cine argentino vivió un auténtico boom en nuestro país durante la primera década del presente siglo, cuyo rostro más popular, precisamente, ha sido y es el del protagonista de aquel título, Ricardo Darín. El cine español se incorporó a ese auge participando, en régimen de coproducción (y muchas veces, aportando actores propios), en muchas de sus más conocidas películas. Ahora bien, Argentina no es el único país hispanoamericano del que nos ha llegado cine, ni el único con el que se han trabado lazos económicos. En esta entrada quiero centrarme en dos películas procedentes del pequeño país vecino de los argentinos, Uruguay (al que está ligado por numerosos vínculos). Y es que se trata de dos magníficos títulos, en los cuales también participó España (en la segunda, la implicación es superior), que por desgracia recibieron muy poco eco en su estreno (al menos sí en el terreno crítico, sobre todo el primero) y que desprenden una densidad muy particular, una ternura muy especial, dentro de unos registros de admirable modestia industrial: Whisky y Mal día para pescar.

Ambas, diferentes tanto en argumento como en referencias, coinciden en ser obra de directores muy jóvenes, los tres nacidos en la capital del país, Montevideo. Tristemente, uno de ellos, el codirector de Whisky Juan Pedro Rebella, murió un par de años después de su estreno, sin haber podido acreditar ningún trabajo más (un caso parecido al del argentino Bielinsky, pues). Las dos películas, asumiendo su modestia industrial sin intentar compensar esa carencia mediante la pretenciosidad artística, desprenden una densidad muy particular, una ternura muy especial. Son historias de eso que popularmente se conoce como perdedores (derrotados, creo que tendría que ser el término exacto: lo otro es un calco del inglés, que no siempre define bien el tipo de persona que retrata), de gente que o bien nunca tuvo oportunidad de llegar a ningún lado o que, si la tuvo, se le escapó. Dos películas sobre gente vulgar que, por un momento, intenta remontar su vulgaridad. Dos películas sencillamente admirables.

Whisky (2004, Juan Pedro Rebella y Pablo Stoll)

Los dos protagonistas de WhiskyAki Käurismäki trasplantado a Montevideo: así podríamos resumir Whisky. Y es que, como sucede en los títulos del gran maestro finlandés, tiene como protagonistas a un conjunto de personajes de apariencia y vidas bastante anodinas, cuyas andanzas se desarrollan en escenarios bastante feos, que casi se diría que los contagian de su grisura. Por otra parte, la puesta en escena de la pareja Rebello-Stoll también luce toques a lo Käurismäki, sobre todo en su tercio inicial, en la forma de presentar las vidas de sus dos protagonistas principales bajo el signo del detalle minimalista y el ascetismo expresivo: cualquier amante de esas obras maestras que son Nubes pasajeras (1996) o Un hombre sin pasado (2002) se sentirá enseguida en un terreno familiar. El parangón se subraya además con el recurso a una actriz protagonista, Mirella Pascual, que de inmediato remite a la entrañable Kati Outinen (la chica de la fábrica de cerillas, rostro recurrente en el cine de Käurismäki, por ejemplo en los títulos antedichos): una mujer feuchilla, nada amiga de gestos, de presencia casi imperceptible, opaca, pero en quien se adivina una inmensa capacidad para el amor.

La actriz interpreta a Marta, la empleada de confianza de Jacobo Koller (Andrés Pazos), el dueño de una humilde fábrica de calcetines, tan decrépita y apolillada como su mismo dueño. Jacobo es un hombre que parece petrificado en la vida, sujeto a unas costumbres cada día idéntico al anterior, que parece incapaz de la mínima comunicación con nadie, ni siquiera con esa empleada que se conoce cada mínimo gesto o necesidad suya. Pues bien, de pronto Jacobo le pide a Marta que se finja su esposa durante unos días. Y es que desde Brasil llega su hermano Herman (Jorge Bolani), dedicado a la misma actividad que él, de quien no desea que conozca su estado real. Pues Herman no es que sea tampoco un dechado de atractivos, pero es un hombre casado, con hijos, que ha demostrado capacidad para prosperar en país ajeno y cuyo negocio es mucho más moderno, como indica la comparación de los respectivos regalos que se hacen: calcetines (detalle ya sobradamente patético, claro).

Con ese planteamiento, podría pensarse (o temerse) que vamos a ver una comedia de caracteres, alternada o bañada con toques de melodrama emocional, en torno a personajes que parecen conocerse pero que en realidad no se conocen y que, debido al obligado roce durante unos cuantos días, acabarán tendiendo esos puentes que, sin casi saberlo, tanto necesitaban tender.

Los dos hermanos calcetineros y la mujer que asiste a su patético encuentro en WhiskyPues bien, nada de eso sucede en Whisky, y el espectador no tarda en intuirlo. Porque para tender puentes hacen falta dos orillas. Y si bien Marta está afirmada en la suya pero mira al horizonte en busca de una nave que la conduzca al otro lado, Jacobo Koller es un mero fantasma que todavía mantiene cierta materialidad, la necesaria para que lo consideremos un ser vivo, pero que no parece manifestar ninguna necesidad de desear el contacto humano salvo para actos instrumentales. Pensándolo bien, sí hay algo humano en Jacobo: y es que al menos es consciente de la inutilidad de su vida, de su condición de mera sombra, porque lo hace visible la inoportuna aparición de ese hermano al que en el fondo detesta, porque es un vestigio del momento en que él todavía no estaba del todo perdido para la humanidad.

Whisky consigue plantear en los adecuados términos visuales y dramáticos esas trayectorias errantes, erráticas, que componen los tres personajes que se ven obligados a convivir durante varios días, a fingir (o a desear, depende del caso) unos vínculos fraternales, tiernos, que en realidad apenas existen. Allí donde una película norteamericana habría planteado el inevitable redescubrimiento que surge, al cambiar las circunstancias cotidianas, entre Jacobo y Marta, Whisky ni siquiera lo intenta: y es la propia mujer la que es consciente en todo momento de la imposibilidad de reacción de su jefe. De ahí que acabe conduciendo su barca a la orilla más acogedora que representa Herman, un hombre probablemente gris (cuenta chistes sin gracia, canta sin gracia…) pero con quien se puede hablar, que manifiesta reacciones humanas: que está vivo, en suma.

[Quien no desee conocer más detalles de este espléndido film, debe dejar de leer aquí]

Sin embargo, todo estará destinado a no quedar en nada: Marta vive una relación de una noche con Herman, pero no obtiene más que el convertirse ahora en alguien molesto para un hombre con «responsabilidades» y familia. En el regreso, tan anhelado por Jacobo, a la «normalidad», Rebella y Stoll vuelven a la misma composición de planos idénticos con que habían expresado, en ese tercio inicial, la cadena de ritos con que el fabricante de calcetines se conduce cada día en el inicio de su jornada laboral. Solo que esta vez, en los encuadres, falta la única persona que, ahora nos damos cuenta, negaba al hombre, aun de modo pequeño, su condición fantasmal: Marta ya no volverá a esa cadena de repeticiones sin sentido, porque es la única para la que la experiencia ha revelado la inutilidad de ese regreso. Whisky, por tanto, termina anunciando la definitiva muerte en vida del pobre calcetinero, componiendo uno de los finales más tristes y deprimentes del cine contemporáneo. Con excepción de la terrible La chica de la fábrica de cerillas (1990), ni siquiera Käurismäki había querido prescindir de la esperanza, de la humanidad. Eso no se lo concede esta pequeña y maravillosa película a su fantasma, quizá porque ni se lo merecía.

Mal día para pescar (2009, Álvaro Brechner)

Cartel de Mal día para pescarMal día para pescar es una película uruguaya que adapta un cuento de la gran gloria literaria nacional, Juan Carlos Onetti, titulado Jacob y el otro. España participa como país coproductor. El peso del equipo técnico y artístico es uruguayo, la ubicación geográfica también, pero justo es reconocer la importancia del principal elemento aportado por la parte hispana: el actor anglo-catalán Gary Piquer, que participa en la producción, es el protagonista y además también se acredita como coguionista. Y primera sorpresa: Piquer, que hasta ese momento a mí me había parecido un actor inconsistente, brinda una interpretación espléndida de un personaje por lo demás admirable y bastante agradecido, puesto que pertenece a una tradición cinematográfica muy reconocible. Piquer encarna a un pícaro trapisondista que viaja en compañía de un antiguo campeón de lucha de los países comunistas —la acción se ambienta en unos inconcretos años 70— por toda Sudamérica, montando el típico espectáculo del fortachón que reta a presuntos fortachones locales a que le resistan tres minutos. Viste de modo atildado, se conduce con seguridad, manejando bien las palabras y se presenta (tarjeta mediante, que entrega como talismán a cuantos intentan pedirle que abone sus deudas) como un presunto príncipe Orsini. Su compañero, Jacob van Oppen (el finlandés Jouko Ahola, precisamente un auténtico luchador trasladado al cine por Werner Herzog en su estimable película Invencible, de 2001), en efecto fue un campeón pero ahora está muy venido a menos. En apariencia, su historia, o parte de su historia, es verdad, tanto por los recortes periodísticos con que Orsini lo presenta siempre como por el único anhelo que lo mantiene, que es volver a ser admitido por su antigua federación en el deporte profesional.

Pues bien, sobre este par de muy interesantes personajes, y aprovechando el no menor interés del insólito escenario (la Sudamérica Profunda) en donde la historia los presenta, Mal día para pescar reproduce el viejo aroma, tan propio del cine de Hollywood de todos los tiempos, de ese mito del perdedor (del fracasado), con todas sus constantes reconocibles: la tensión entre la degradación del presente y los signos de una desvanecida grandeza del pasado (en diversos sentidos según cada uno de los personajes); la oportunidad de la redención; el sentido de la amistad viril; la esperanza de recuperar una dignidad que, por lejana que parezca del presente, dignifique la presente decadencia…

Los dos protagonistsa de Mal dia para pescarSobre el papel, Orsini es un canalla encallecido, que no duda en explotar el declive, no sólo profesional sino físico, de Jacob, utilizándolo para engañar a los pobres paletos, toscos e incultos, de ese universo rural por el que vagan, buen conocedor de la fácil admiración que en esas gentes provoca la apariencia de fortaleza física. Y Jacob es un pobre infeliz, cuya completa degradación parece ya inminente —no sólo padece una enfermedad que parece la tisis y cierta inclinación por el alcohol, sino que, en determinados momentos, pierde literalmente la cabeza y arma enormes jaleos—, que se siente aún más aislado por la completa ignorancia del idioma (sólo puede comunicarse con Orsini, en inglés).

El guión juega con una construcción cronológica hacia atrás que, a partir de un principio lógicamente impreciso (sabemos que la velada de lucha que ocupa el centro del argumento ha tenido un final muy agitado, que ha llevado a uno de los combatientes a luchar por su vida en el hospital), evidentemente juega con el aroma del fatalismo trágico que, se intuye, ronda desde mucho tiempo atrás a esos dos vagamundos. En Santa María (el nombre que Onetti da al famoso escenario ficticio de sus novelas), Orsini descubre alarmado que el reto habitual ha sido aceptado por un hombre joven y muy vigoroso, apodado el Matador, a quien además dirige una prometida con voluntad de hierro que ve en los mil dólares de la presunta apuesta (que, por supuesto, no existen) la ocasión de casarse con aquél y hacer respetable su embarazo. Y el Matador parece hacer honor a su nombre…

El show con que Orsini explota a Jacob en Mal dia para pescar

[Quien no conozca el final de esta magnífica película debe dejar de leer aquí]

Manejando con soltura los diversos planos narrativos y abordando a todos sus personajes con la debida ecuanimidad moral, Mal día para pescar avanza hacia su grand finale con un sentido de la tensión imborrable: el espectador desea tanto como teme saber cómo concluirá la historia para esos infelices, intuyendo no ya que alguien va a perderlo todo, sino que es difícil pensar que alguien pueda salir medianamente bien parado de la malaventura. Y ese final ofrece un espléndido canto por la dignidad personal, por el viejo mito de la segunda oportunidad. Solo que aquí, más que oportunidad, es prórroga: en rigor, y aunque Jacob vence al Matador, el campeón no gana nada —desde luego no esa reintegración profesional, como el espectador bien sabe (Jacob no escucha, como el espectador, que Orsini está falseando el mensaje que le llega, al fin, por teléfono, desde esa lejana federación, rechazando definitivamente su petición)— salvo la propia estima de remontar la completa decadencia que su promotor ya presuponía.

Dentro de esta mirada sobre la dignidad, el final resulta inolvidable, en su inexpresable mixtura de tristeza y esperanza. Separado finalmente el rumbo de ambos personajes, Jacob toma un autobús hacia quién sabe dónde: su alejamiento de Orsini indica que no piensa dejar nunca más en otras manos el timón de su propia vida. Y aunque el Príncipe queda atrás, también lo hace ennoblecido, tanto por el genuino esfuerzo con que intentó, hasta el último momento, salvar a su pupilo de la encerrona en que lo había metido como por el beau geste de dejarle a la muchacha (cuyo forzudo novio sí ha quedado destrozado por la pelea) una parte del dinero que les ha sacado a todos esos incautos. También él, de algún modo, ha superado, al menos por un momento, su encanallamiento. Mal día para pescar, de este modo, se propone como una pequeña obra maestra, tan sobria como justamente emotiva.

FICHAS DE LAS PELÍCULAS

Título: Whisky. Año: 2004

Dirección: Juan Pablo Rebello y Pablo Stoll. Guion: Gonzalo Delgado, Juan Pablo Rebella y Pablo S. Fotografía: Bárbara Álvarez. Música: Pequeña Orquesta Reincidentes. Reparto: Andrés Pazos (Jacobo Koller), Mirella Pascual (Marta), Jorge Bolani (Herman Koller). Dur.: 99 min.

Título: Mal día para pescar. Año: 2009

Dirección: Álvaro Brechner. Guion: Álvaro Brechner y Gary Piquer, según el cuento Jacob y el otro, de Juan Carlos Onetti. Fotografía: Álvaro Gutiérrez. Música: Mikel Salas. Reparto: Gary Piquer (Orsini), Jouko Ahola (Jacob), Antonella Costa (Adriana), César Troncoso (Heber). Dur.: 110 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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4 respuestas a El cine uruguayo existe: Whisky y Mal día para pescar

  1. ALTAICA dijo:

    Es verdaderamente un placer leerte. Gracias amigo. Ne he tenido ocasión de ver la segunda pero sí la primera película de las dos que analizas. Y no puedo estar más conforme. Es, sin duda, una obra maestra del cine reciente. Y no has podido estar más atinado al vincularla con el cine del maestro finlandés. Un abrazo y gracias por hablar de otro cine.

  2. Daniel dijo:

    Buenos comentarios. Stoll y Rebella son los autores de una pelîcula anterior; 25 Wats, que es reconocida como fundacional de esta etapa del cine uruguayo. Super recomndable. Y más redonda aún es la peli de Charlone El baño del Papa.

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