Aunque, por edad, debiera contarme entre los que mitifican el cine de entretenimiento del Hollywood de los años 80, más bien considero que constituye una de las más mediocres etapas de su trayectoria, puesto que, de la mano de un equivocado concepto del juego que debe haber entre tensión y distensión, lo que hizo fue trivializar el concepto de emoción. Aunque no fue el único responsable (ahí está para demostrarlo La princesa prometida, film cuyo culto no comprendo), suele echársele la culpa de esto a Steven Spielberg, tanto por sus propias películas (con ese anti-héroe que es Indiana Jones, y utilizo el concepto en su sentido literal: lo contrario a un héroe) como por las que produjo, sobre todo con el sello Amblin, de Los Goonies a Gremlins. Ahora bien, toda sentencia tiene sus atenuantes y en mi caso es Regreso al futuro (1985), una película que, por mucho que participe de buena parte de los defectos de sus compañeras de generación, tiene la virtud de proponer un cuento fantástico de extraordinario ingenio, a partir además de uno de los elementos para mí más sugestivos del acervo de la ciencia-ficción: la máquina del tiempo. Cierto, el film que Spielberg produjo y dirigió Robert Zemeckis no intenta esconder en ningún momento su subordinación a ese público adolescente o juvenil (o eterno adolescente) que se suponía que entonces era el gran impulsor del mainstream. Pero lo hace con un virtuosismo y una convicción que permite superar sus defectos: revisión tres revisión, sigue provocándome la mayor de las diversiones.
¿Cómo no rendirse ante su sugestiva propuesta espacio-temporal? Como todo el mundo sabe, el adolescente Marty McFly, utilizando a su pesar el DeLorean convertido en máquina del tiempo por su maduro amigo Doc Emmett Brown, retrocede desde 1985 hasta 1955, y lo primero que hace, sin darse cuenta, es entrometerse en el episodio que sirvió para que sus padres se conocieran y enamoraran, con el resultado de que su madre, por quien se siente atraída, ¡es por él mismo! Por lo tanto, Marty tendrá que resolver dos problemas, a cuál más arduo: regresar a su tiempo pese a que carece de la fuente de energía (plutonio) que hace que la máquina funcione, para lo cual contacta con el Doc Emmett de esa época; y, sobre todo, poner las cosas en su sitio para que sus padres inicien el romance que garantizará su existencia en el futuro (y la progresiva disolución de sus dos hermanos y de sí mismo en la foto familiar que lleva consigo le demuestra que está efectuando una carrera contra el reloj, nunca mejor dicho).
Como todos los films de la Amblin, Regreso al futuro parte del amor de su dueño, Steven Spielberg, hacia la América del pastel de manzana, de las small towns de barrios con casitas unifamiliares de jardín, de bailes de instituto y tradiciones como la Navidad o el Día de Acción de Gracias. Esa América entrañable en la que, por un momento, algo viene a perturbar su entraña, obligando a sus protagonistas (normalmente niños y adolescentes, o bien familias bien avenidas) a luchar para defender la tranquilidad de ese universo maravilloso hasta reponerlo y volver al orden y armonía anteriores. Son los ingredientes que Hollywood había utilizado sobradas veces, pero ante todo en el género llamado Americana, en películas tan diversas pero a la vez tan vinculadas entre sí como las maravillosas ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra o Stars in my Crown, de Jacques Tourneur, por no hablar del futuro éxito del mismo director Zemeckis, Forrest Gump. Lo que hizo Spielberg, en todo caso fue conectarlos con el género fantástico y aventurero. Un barniz nuevo sobre un mueble antiguo, cuya fórmula funcionó extraordinariamente bien en taquilla.
En Regreso al futuro están todos esos elementos, empezando por esa pequeña ciudad donde transcurre la acción, Hill Valley, primero en 1985 y luego en 1955, doble ubicación cronológica que sin embargo, si algo señala, es que treinta años antes o treinta después, en el fondo es el mismo lugar, porque el espíritu que anima a sus habitantes es el mismo. En todo caso, la aventura de Marty McFly lo que hace, cambiando la historia al pretender no cambiarla, es procurar para su familia esa armonía y felicidad típicamente americanas de la que habían sido apartadas antes de que su vástago viajara en el tiempo. Lo cierto es que la moraleja de la película, por mucho que se camufle de diversión, es aterradora: tanto antes como después del viaje de Marty, los valores que se defienden son los mismos, solo hay un cambio de roles. El antes ridículo y humillado George McFly, padre del protagonista, intercambia su puesto con Biff Tannen, el tipo del que, por falta de carácter, es un lacayo desde los años del instituto. En América, ser triunfador es mejor que ser alguien (o es lo mismo, claro), es la conclusión moral que brinda Regreso al futuro. Cierto que el nuevo George McFly no se comportará con la arrogancia y la amoralidad con que lo trataba el antiguo Biff, pero no por ello el resultado es menos tenebroso.
Ahora bien, la narración de Regreso al futuro es tan fluida y los diversos elementos que sustentan el planteamiento están tan bien trabadas, que ese contenido ideológico se disimula muy bien. Es evidente que la gran baza de la película es ese guion (obra de Robert Zemeckis y Bob Gale) que de modo tan brillante explora las posibilidades de las paradojas temporales, y que el mismo Zemeckis, ahora como director, y su equipo convierten en una irresistible aventura que, ahora sí, resulta a la vez tensa y distendida, con una fortuna que para sí quisieran los Indiana Jones. Marty sí atraviesa un trance en el que se juega, literalmente, la existencia; Indiana, por mucho que se embarque en un carrusel continuo de apuros, nunca transmite la sensación de estar realmente en peligro. Por cierto, que es justo reconocer que, desde el primer momento, Michael J. Fox sabe cómo traducir a la perfección las tribulaciones de su personaje: quien intuyera que había que cambiar al actor con que se inició el rodaje, Eric Stoltz, acertó de lleno.
Al contrario que otras notables manifestaciones, cinematográ-ficas y literarias del tema, la inevitable tentación de trascendencia tan propio del mismo (por ejemplo, la que animaba al viajero creado por H. G. Wells en su canónica ficción La máquina del tiempo) aquí es eludida para ir a lo más concreto y sencillo: Marty McFly se ve trasladado treinta años contra su voluntad y lo único que desea es regresar a su presente, que no es maravilloso pero en el que se siente completamente a gusto y donde tiene su chica y su ambiente. No hay curiosidad por explorar ni el entorno en el que aterriza (por mucho que le concierna de modo directo) ni, menos aún, las posibilidades que provoca el invento que lo ha llevado hasta allí. En todo caso, esta inquietud queda reservada para el creador del artilugio, Doc Emmett, mas se desarrollará ya fuera de escena. La aventura en Regreso al futuro, por lo tanto (y la resume de modo espléndido su genial título), es volver a poner en su sitio las piezas alteradas, en una doble carrera contra el tiempo: para conseguir regresar a casa y para restaurar las condiciones de su propia existencia.
En una trama de estas características, donde todo está cerrado sobre sí mismo hasta componer un fascinante bucle, es fundamental el prólogo de la aventura en 1985. En un apretado puñado de minutos, Zemeckis y Gale incluyen una considerable cantidad de información que luego será básica para poder apreciar todo el alcance de la aventura: las circunstancias familiares de los McFly, la constante imposición del chulesco Biff Tannen sobre George McFly, los frustrados deseos de Marty por tocar en la fiesta de su instituto o la historia del reloj del ayuntamiento que fue roto por un rayo (ese rayo será el que proporcione la energía que el DeLorean necesita para hacer el viaje inverso en el tiempo). Todo ello crea una entrañable corriente de complicidad entre la película y sus espectadores: por poner un ejemplo especialmente simpático, será Marty quien proporcione al joven y contestatario empleado negro de la tienda de helados su objetivo en la vida, ser el alcalde de la ciudad, algo que ya sabemos que logrará.
Los guiños, por supuesto, no acaban aquí. Así, cuando Marty llega al Hill Valley de 1955 se encuentra con que, en el cine local, echan La reina de Montana, protagonizada por Barbara Stanwyck y Ronald Reagan; cuando el desconfiado Doc, al aparecer ese adolescente que dice venir del futuro, le pregunta quién es el presidente de 1985, lógicamente no puede sino tomarse a chacota que Marty le diga que es un actor de Hollywood. Por cierto, que uno de estos guiños creo que es involuntario y solo pueden captarlos los espectadores españoles y de la versión doblada. En determinado momento, el desesperado Marty le dice a Doc literalmente: «tú eres mi única esperanza», justo el mensaje de socorro que la princesa Leia enviaba a Obi Wan Kenobi como mensaje holográfico dentro del robot R2 D2 en la incomparable La guerra de las galaxias. Pues bien, la asociación que no puedo evitar que brote en mi memoria se debe a dos razones: la primera es que la relación entre Marty y Doc es muy similar a la de Luke y Kenobi; la segunda es que la misma (y estupenda) voz dobla ambos personajes, la del gran Luis Posada (padre).
La película comienza, precisamente, contándonos algo sobre Doc Brown, a partir de esa serie de panorámicas de la cámara que recorren la casa de tan particular mentor, un escenario poblado por relojes de todo tipo (lo cual, de modo sencillo, ya introduce la importancia del tiempo —y de la lucha contra el tiempo que marcan los relojes— en la historia) y por inventos a cuál más descacharrante, cuya intención es dominar el espacio cotidiano (por ejemplo; una máquina abre las latas de comida canina, vierte el contenido en el cuenco y luego arroja el envase a la basura: Doc tiene un perro llamado Einstein). No en vano, la ciencia-ficción que anima Regreso al futuro es una ciencia-ficción doméstica, asimilable, inmediatamente útil.
Por cierto, nada más interesante comparar la versión doblada con la original (más abajo, hago una acotación en este sentido). Una de las características del doblaje español (del bueno, me refiero, y este film es uno de sus últimos grandes ejemplos) es que la voz hispana ayuda a moldear el carácter del personaje original, sobre todo en lo que respecta a actores menos conocidos. Es verdaderamente curioso: en la versión española, la voz cálida y templada de Luis Posada otorga a Doc Emmett la serenidad de alguien que, por incomprendido que sea, no deja de ser un verdadero sabio. En cambio, escuchar a Christopher Lloyd con su voz «auténtica» cambia la valoración del personaje, pues ahora se resalta más su extravagancia, al coincidir el tono con el registro histriónico del actor.
Otra cuestión que debe resaltarse de la versión española es el ingenio de los traductores al trasladar a nuestro idioma los giros y referencias que hubieran pasado desapercibidos de hacerse de modo literal (es decir, entendieron bien que el primer objetivo de una traducción ha de ser mantener, adaptando lo que sea necesario, la misma intención contextual del original). Así, cuando Marty entra en el bar de 1955 y pide una Pepsi Free, en la versión española se cambia por Pepsi Sin, para que la respuesta del barman sea la misma, entendiendo que el muchacho pretende no pagar. Más divertido aún: cuando la joven Lorraine (la madre de Marty, ahora una adolescente de su edad), al despertar este tras el pequeño atropello que ha sufrido, se dirige a él como «Calvin», y la razón es que su ropa interior tiene bordado ese nombre (claro, en 1955 no existe la marca Calvin Klein). En el momento del estreno, el traductor entendió que esta marca todavía no resultaba tan familiar al espectador medio, y eligió el nombre Levi Strauss, haciendo que Lorraine se fije no en los calzoncillos sino en los jeans que viste Marty. Ahora bien, en el debe hay que señalar ese regocijante «condensador de fluzo», en vez de «flujo», el artilugio responsable de poner en marcha el DeLorean, que se coló en la traducción.
Regreso al futuro funciona, sobre todo, por la conexión entre los pequeños detalles de 1985 y 1955: que Marty sea un skater irredento (es lo que le caracteriza, por encima de todo, en su presentación en el film, recorriendo la ciudad agarrado a distintos autos, mientras suena el célebre tema The Power of Love, de Huey Lewis & The News) hará que, cuando escapa de Biff Tannen y su pandilla, lo haga fabricándose un monopatín con el travesaño de un carrito con ruedas; que su madre sea una puritana amargada y con miedo por el sexo hace lógico que treinta años atrás fuera una jovencita ansiosa de alcohol y besos; que el tío de Marty sea un presidiario tiene su correlato visual, francamente ingenioso, en que cuando su sobrino lo conoce en el pasado, siendo un bebé, en su parque infantil siga estando… entre barrotes.
Hay otros elementos muy conseguidos dentro del notable guión. Puesto que, en 1955, la joven Lorraine siente una fuerte atracción por Marty, es claro que no puede bastar que éste se las arregle para que ella y George concierten una cita: es necesario que Lorraine compruebe lo imposible de esa atracción, y es por ello que, cuando por fin besa al lógicamente muy remiso Marty, la sensación que le produce (ante su «sorpresa») es como si hubiera besado a un hermano o a alguien muy cercano. Otro momento impagable es que Marty, convertido por un instante en guitarrista de la fiesta escolar, ofrece a los desconcertados (y encantados) estudiantes de mediados de los 50 una exhibición de rock, lo que aprovecha uno de los músicos, llamado Marvin Berry, para llamar a su primo «Chuck» y hacerle escuchar, a través del teléfono, el sonido que tanto tiempo lleva esperando para incorporarlo a su música.
Cierto es que el film no carece, como ya he dicho, de defectos, en su mayoría debidos al tono adolescente que preside su factura. La sutileza, lógicamente, es la gran ausente de la función, que se extrema en el dibujo, más bien cargante, de George McFly y de Biff Tannen, en el presente y en el pasado, o en la exageración del inicial retrato de los McFly como una familia de perdedores (aunque lo use, prefiero el término derrotados). Del mismo modo, el suspense final resulta muy artificioso, al acumular un exceso de percances para que el rayo pueda llegar al DeLorean. Son, sin embargo, pecados veniales que, pese a todo, no consiguen estropear una película entrañable e incluso deliciosa. Lástima de ese final que incorpora el anuncio de una secuela (que, al final, fueron dos) y que no le haría bien precisamente al original.
Doblaje. Como ya he señalado, el doblaje de Regreso al futuro es magnífico, al tratarse de uno de estos trabajos que consiguió fundir lo mejor de la estupenda generación previa con la siguiente. El director era uno de los grandes de la profesión, Rogelio Hernández (emblemática voz de Paul Newman, Michael Caine o Jack Nicholson) y a él se debe una de las más acertadas asociaciones del doblaje de finales de siglo, la que unió a Michael J. Fox y Jordi Pons, que supo traducir el mismo dinamismo del original, de tal modo que, nunca mejor dicho, diríase que el actor yanqui habla directamente en español. Otro acierto de Rogelio fue darle a George McFly la voz de un actor en principio mucho mayor, Miguel Ángel Valdivieso, aun cuando, en este caso, el intérprete mantenía su timbre envidiablemente joven. Pero es claro que el director del doblaje vio que la interpretación de Crispin Glover, y el mismo registro de su personaje (un hombre en principio apocado, que parece un imán para las catástrofes, pero que acabará manifestando una notable energía interior), recuerdan al gran Jerry Lewis, cuya inmortal voz española es la de Valdivieso. Pons, Valdivieso y el ya mencionado Posada son las cabezas emergentes de un equipo en líneas generales excelente, si bien voy a destacar un último nombre, en este caso con tristeza porque falleció poco tiempo después, truncándose así una carrera que prometía ser excelente: Xavier Angelat (hijo de José María y hermano de Marta: menuda dinastía), voz de Biff Tannen, dotado de una espléndida capacidad de modulación que hace más comprensible a su personaje, de un modo incluso superior al original.
Secuelas. Como anunciaba ese mencionado final, las secuelas acabaron llegando: se rodaron de modo simultáneo (o consecutivo) y se estrenaron con una diferencia de un año, en 1989 y 1990, como luego harían títulos de otras sagas, tales como El Señor de los Anillos o Matrix. Si no me extiendo sobre ellas, es porque no lo merece. Regreso al futuro II es directamente un espanto que, dolorosamente, solo consigue trivializar los hallazgos de la primera, e incluso poner al desnudo todos sus defectos, pues en realidad nacen de la misma fuente: un sentido del drama y del espectáculo en el fondo superficial, y de lo superficial a lo banal hay un paso muy pequeño, que Regreso al futuro II franquea de un salto, y desde su primera secuencia. Para colmo de males, en su propósito de querer ofrecer más (para encubrir que, en realidad, lo que ofrece es más de lo mismo), retuerce tanto el concepto de paradoja temporal que la trama resulta ya tan rebuscada que carece de interés, amén de empujar a los dos actores protagonistas a una exhibición de histrionismo (en el caso de Fox incluye interpretar varias versiones de su personaje, maquillaje mediante) que los vuelve insoportables. En cuanto a Regreso al futuro III, por comparación mejora, ya que se decide por volver a los parámetros del primer film y concentrarse en un único escenario, que en teoría personaliza la historia, pues se trata el Hill Valley de la época del Far West (lo que permite chistecitos como que el protagonista se haga llamar Clint Eastwood, en fin…). Por una vez, no recomiendo darse el lote completo con los tres títulos, sino ver apaciblemente el primero… y hacer como si los otros dos no existieran.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Regreso al futuro / Back to the Future. Año: 1985.
Dirección: Robert Zemeckis. Guión: Robert Zemeckis y Bob Gale. Fotografía: Dean Cundey. Música: Alan Silvestri. Reparto: Michael J. Fox (Marty McFly), Christopher Lloyd (Doc Emmett Brown), Lea Thompson (Lorraine), Crispin Glover (George McFly), Thomas F. Wilson (Biff Tannen). Dur.: 116 min.