Hace poco menos de un mes y medio se ha celebrado el segundo centenario del nacimiento de Herman Melville (1819-1891), hoy día una de las figuras más prestigiosas de la literatura estadounidense del siglo XIX. ¿Se recuerda hoy su nombre lo suficiente? ¿Se lo sigue leyendo? Sin duda, cualquier amante de la literatura dirá que sí, cuando menos porque es el autor de uno de los libros más conocidos de su país, Moby Dick (publicado en 1851). Si uno visita cualquier librería española, encontrará varias ediciones disponibles y de toda condición: en formato lujoso y con ilustraciones, en bolsillo, en colecciones de novela popular… Excesiva variedad, quizá, que delata que sus editores, o bien consideran que es un libro que interesará a todo tipo de lectores… o no tienen muy claro a qué sector de compradores dirigirla. De hecho, para muchos que apenas conocen de ella su argumento (el obsesivo enfrentamiento entre el capitán Ahab y la ballena blanca que años atrás le cobró una pierna) pasa por ser un clásico de la literatura de aventuras. Craso error, porque desgraciadamente este género todavía se asocia al público juvenil y Moby Dick nada tiene que ver con los estándares del mismo: yo mismo doy fe, porque a los 18 años, y pese a tragármela estoicamente de principio a fin, me aburrió dolorosamente. Releída en cambio mucho tiempo después, sufrí un completo deslumbramiento, hasta el punto de tenerlo hoy entre lo mejor que ha dado la literatura de todos los tiempos. Desde luego, y como titulo el artículo que hace tiempo escribí sobre él, estamos ante una antinovela de aventuras. Definición con la que, aclaro, no intento hurtarla de esa dimensión literaria sino indicar que es mucho más, puesto que buena parte de su fascinación radica en la inclasificable combinación de motivos, elementos e intenciones del autor. Es un libro imprescindible, y en recuerdo tanto de él como del nacimiento de su autor, acabo de publicar en Café Montaigne el artículo, mínimamente editado, que ya vio la luz hace varios años en La mano del extranjero.
En Café Montaigne: Moby Dick, antinovela de aventuras
Para quien esté interesado en otras obras de Melville, o relacionadas con él, incluyo otros dos enlaces. El primero es un comentario sobre la soberbia adaptación que John Huston hizo de la novela en los años 50, que a mí me parece una visión muy complementaria del libro (por supuesto, no puede ser el libro, como tantos despistados buscan cuando se llevan sus novelas favoritas al cine) y la obra maestra de su muy irregular director, con un inesperadamente soberbio Gregory Peck en el papel de Ahab.
Moby Dick, de John Huston: el capitán Ahab desafía a Dios
El segundo es un artículo sobre la segunda obra más conocida de la carrera del escritor americano, Bartleby el escribiente, que en principio puede parecer lo más opuesto posible a Moby Dick: un cuento en vez de una novela de ochocientas páginas, donde la ambientación marina deja paso al escenario de una Nueva York todavía muy provinciana. Ahora bien, quienes han leído ambas encontrarán los suficientes vasos comunicantes como para advertir la misma mano en su creación. Bartleby es un relato fascinante y desasosegador, que Borges definió como un presagio de Kafka, que he leído innumerables veces en mi vida, siempre con el mismo pavor metafísico. El enlace lleva al artículo que sobre dicho cuento publiqué en otra de las revistas digitales con las que colaboro, en este caso Homonosapiens.
Fabuloso (bueno, como todos) artículo de uno del que para mí es el Gran Libro Americano (Ballena Blanca de la literatura, siempre más allá del horizonte, donde las haya). Para mí, enamorado de la literatura gótica, del género del horror, del Hallazgo Lovecraftiano o de las visiones de un Poe o Ligotti, no es sino una gran obra de Horror: La Ballena Blanca es un demonio que habita los grandes desiertos marinos. Sólo desde la Locura es posible imaginar su destrucción. Pero es esa imaginación (la destrucción del Monstruo, de Leviathan) lo que nos hace humanos, es decir, monstruos. Comparto en Facebook, un millón de gracias.Alvaro
La inmensidad, en todos los sentidos, de «Moby Dick» contiene múltiples dimensiones que no solo se oponen entre sí sino que se complementan de modo inquietante, y entre ellos, en efecto, se incluye el horror, gótico o metafísico, tanto por la ominosa simbología de la ballena como por la atmósfera que se deriva, inevitablemente, de una trama de enfrentamiento entre los hombres y el Monstruo. Huelga señalar la influencia enorme de esta novela, también, en todo un vector del cine de aventuras marinas con textura de horror… o al revés.
Muchas gracias por tus palabras, Álvaro, que como es natural constituyen un fuerte estímulo para mí.
Gracias a tí, José Miguel. Un abrazo. Nos leemos !!!