Otros Spielberg-Hanks: Salvar al soldado Ryan El puente de los espías
Steven Spielberg no lo ha ocultado: su nueva película nace con un claro propósito de tesis, la denuncia del nuevo riesgo que para la libertad de expresión en los Estados Unidos supone el advenimiento de la era Trump. Para ello, Los archivos del Pentágono recoge el episodio que creó la jurisprudencia necesaria para impedir al poder ejecutivo la censura de prensa bajo la excusa de la «defensa nacional»: la publicación de un voluminoso informe encargado en 1967 por McNamara, el secretario de defensa de Lyndon B. Johnson, que dejaba bien claro las manipulaciones y mentiras ocultadas por los diferentes gobiernos al pueblo estadounidense sobre el conflicto de Vietnam. El escándalo inicialmente lo desveló el New York Times, pero la prohibición de publicación que el presidente Nixon consiguió arrancar de un tribunal hizo que la pelota pasara al tejado del Washington Post, que aun sabiendo que incurriría en las mismas iras y podía hacer frente al mismo proceso que su competidor, no dudó en publicar los informes. El modo en que el film aborda el tema es mediante la contraposición entre los dos diferentes, pero complementarios, conflictos que viven, cada uno en la parcela que le compete, el director del periódico, Ben Bradlee, y la dueña del mismo, Kay Graham. Para el primero, supone tanto la ocasión que el diario estaba esperando (convertirse en un puento de referencia nacional) como la obligación de dejar bien claro que la defensa de la libertad de prensa es el pilar esencial de la democracia. Ahora bien, el episodio sorprende a Kay Graham en el peor momento: el Post, debido a dificultades de liquidez está a punto de salir a bolsa y por ello no resulta conveniente molestar a los poderes políticos y económicos.
El interés del planteamiento es evidente. De entrada, el público se pone incondicionalmente del lado de Bradlee: desde al menos el Humphrey Bogart de El cuarto poder (1952) —y para mí, con parada estelar en la inolvidable serie Lou Grant (1977-1982)—, hemos aprendido a amar ese concepto eminentemente romántico del periodista como centinela de la libertad. Ahora bien, si resulta «fácil» ponerse del lado de Bradlee, el conflicto que encarna el personaje femenino resulta mucho más interesante. Se trata de una mujer que vive con complejos su obligado papel activo en un universo masculino formado por hombres que la miran por encima del hombro (es significativa la escena del consejo editorial que decide la salida a bolsa con un precio de acción más bajo del previsto: pese a lo mucho que ha preparado su intervención, y al ver que nadie parece necesitar su opinión, será su hombre de confianza quien acabe diciendo las palabras que ella había preparado). Encima, es consciente de estar en ese puesto por eliminación: por la muerte de su padre y por el suicidio de su esposo, el brillante pero depresivo gestor al que su padre entregó la dirección de la empresa, y con quien todos la comparan. La película narra, por tanto, el proceso de reafirmación de Kay Graham, obligada por la inesperada emergencia del caso de los archivos del Pentágono, que la forzará a descubrir que un periódico exige un liderazgo moral tanto como empresarial. Hay que añadir otro buen tema para la reflexión, por desgracia demasiado tangencial para su importante densidad: la presunta independencia de la prensa se ve puesta a prueba por las relaciones, tanto de poder como de amistad, no solo entre los dueños de los medios y los políticos a quienes deben fiscalizar, sino entre estos y los mismos periodistas insobornables (por ejemplo, Bradlee fue amigo íntimo de Kennedy, presidente que mintió tanto a sus ciudadanos como los otros, de peor imagen).
Por desgracia, la película no supera el estado de la discreción por diversos defectos que no consigue superar. El primero deriva del pésimo desarrollo de la historia, que tal vez por basarse en los consabidos «hechos reales» se empeña en hacer aparecer a un farragoso conjunto de personajes sin que uno solo deje el menor recuerdo, así como toda clase de prolijas acciones que podían haberse sintetizado o directamente suprimido (por ejemplo, el innecesario arranque en el mismo Vietnam). El segundo es la equivocada elección de protagonistas. Es evidente que Spielberg piensa que Tom Hanks es un digno heredero de esos actores del pasado que tan bien supieron encarnar la integridad americana (Henry Fonda, Gary Cooper, James Stewart), pero en mi opinión se trata de un intérprete tedioso y muy limitado, incapaz de resultar convincente como carismático periodista de raza: lo que Hanks considera que hace un tipo así es poner continuamente los pies sobre la mesa, enarcar las cejas de tal modo que parece que la piel se le va a agarrotar y pasar todo el rato ante sus hombres como un tipo «cascarrabias pero legal». En cuanto a Meryl Streep, carece de la auténtica calidez y la genuina modestia personal como para que ese proceso de extracción de carácter interior despierte la debida empatía en el espectador: creo que se le dan mucho mejor los personajes fríos y antipáticos (como su memorable villana del remake de El mensajero del miedo o la honesta pero severa monja de La duda) que los que intentan desprender ternura. Para colmo de males, no existe el necesario feeling entre Hanks y Streep, perdiéndose así la sabrosa contraposición entre esos dos seres, que desbordan integridad cada uno a su manera.
Es cierto que la solvencia narrativa de Spielberg aparece por fin en la segunda mitad de la película, cuando la acción se concentra en los dos personajes centrales. Pero ya es tarde: la falta de densidad condena la historia a una trivialidad ideológica que no merecía. A esas alturas, me parece que el personaje mejor dibujado (en su sintética pero certera brevedad) es el del mismísimo Nixon, cuyas ocasionales apariciones siempre lo encuadran desde el exterior del Despacho Oval, profiriendo amenazas telefónicas de espaldas a la cámara, resultando al tiempo grotesco y ominoso. Dicho de otro modo, cualquier episodio de la mítica Lou Grant demuestra con mucha mayor tensión, fuerza dramática y personajes convincentemente carismáticos lo mismo que pretende Spielberg. Eso sí, el final es espléndido: en un edificio enorme, un vigilante nocturno descubre que alguien ha forzado la cerradura de la puerta de las oficinas del Partido Demócrata y llama a la policía, mientras el encuadre demuestra que los ladrones todavía están dentro y van a ser cogidos. Las rotativas del Post comienzan a cargar tinta…
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Los archivos del Pentágono / The Post . Año: 2017.
Dirección: Steven Spielberg. Guión: Liz Hannah y Josh Singer. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: John Williams. Reparto: Meryl Streep (Kay Graham), Tom Cruise (Ben Bradlee), Sarah Poulson (Tony Bradlee), Bruce Greenwood (Robert McNamara). Dur.: 116 min.
La Mano del Extranjero es siempre sugerente y acertada. En esta ocasión creo que no ha tenido en cuenta ciertos aspectos importantes de «Los Archivos del Pentágono», Tom Hanks es un actor peculiar, la interpretación de Ben Bradlee le ha obligado a estudiar su personalidad y comportamiento y parece ser que efectivamente enarcaba las cejas con frecuencia. Por otro lado Meryl Streep interpreta el papel de una mujer de la alta sociedad norteamericana que «no había trabajado nunca hasta los 45 años» y que aceptó sin protestar que su padre le diera la representación de sus acciones en la empresa a su marido y no a ella, y que se encuentra en el trance de tener que tomar una decisión que le supera por completo, creo que es convincente en ese papel.
Creo que merece la pena destacar que la película pone al descubierto las limitaciones del «cuarto poder», la decisión de publicar o no algo trascendental para EEUU está en manos de una sola persona condicionada por sus afinidades personales, es íntima amiga de Bob Mc Namara, y su delicada situación en el accionariado del Post le pueden obligar a tomar una determinada decisión. Ese análisis de un poder que reside en una persona, que no puede ser movilizado por la ciudadanía, tan solo un comentario de una funcionaria judicial a Kay Graham, pero después de tomada la decisión, y que en definitiva sólo responde ante su Consejo de Administración me parece digno de reseñarse.
Por último merece la pena ver los oficios de la prensa hoy perdidos cajistas..y por supuesto animar a La Mano del Extranjero a continuar con su excelente e impagable labor
Hola, Luis. Ante todo, encantado de recibir opiniones divergentes a las que vierto en el blog, porque esa es la verdadera forma de comprender el cine, atendiendo a todas las miradas posibles. Respecto a los actores, en una película como esta que se centra en dos personalidades fuertes, es lógico que cada espectador tenga muy en cuenta la valoración que le merecen los actores que los encarnan, en función de previas películas. Con respecto a Meryl Streep, vaya por delante que su interpretación no me parece mala, sino que es un papel que creo que requería otro tipo de actriz.
Ahora bien, sobre Tom Hanks, no dudo que los particulares gestos que realiza respondan a un estudio de alguna grabación o documento sobre Ben Bradlee. Ahora bien, Bradlee no es una figura con cuyos gestos (ni siquiera con su cara) tengamos familiaridad fuera del ámbito local, de ahí que, a la hora de juzgar, no tenga más elementos de juicio que la interpretación del actor. Por tanto, valoro no el realismo (no tengo un modelo con que comparar) sino la credibilidad dramática. Y en este sentido, no termino de creerme los recursos mediantes los cuales Hanks construye su personaje: por ejemplo, no dudo que el Bradlee real respondiera a la imagen espontánea y anárquica que muestra en el film, con esa afición a poner los pies sobre la mesa y demás, pero a mí me resultan tópicos con que suele adornarse a los periodistas en la ficción, que no sé por qué siempre los caracterizan como amantes del desorden y de ponerse cómodos en cualquier sitio: recuerdo a Michael Keaton de esa guisa haciendo de director de periódico en una película ya olvidada, y con razón, que se llamó «Detrás de la noticia».
Ahora, estoy de acuerdo contigo en el gran interés que posee el espacio que se le dedica a esa relación entre poder y prensa, centrada en los intereses económicos, porque además es una cuestión que siempre me ha preocupado. Por eso lamento que se pierda tanto tiempo durante la primera mitad con dilaciones y personajes de todo tipo. Cuando por fin se presta atención a ese conflicto, yo al menos ya he perdido la tensión, aunque entonces es cuando la pelicula remonta mucho. A pesar de todo, un Spielberg es un Spielberg, y eso hace que cuente con múltiples momentos excelentes.
(Por cierto, me preocupa la unanimidad de estos días de tantos amigos, compañeros, lectores del blog o corresponsales en general que me dicen que Tom Hanks es un excelente actor y que lo mío es pura manía 🙂 …).
Un abrazo y muchas gracias por tus palabras de ánimo.