Los westmen alemanes de Karl May

La montaña de oro, de Karl May, en MolinoDe todos los géneros literarios populares quizá el más olvidado en la actualidad sea el western, que parece haber existido solo en la gran pantalla. Sin embargo, hubo épocas en que la novela del Oeste fue muy célebre, incluso en nuestro país, como demuestra el boom del bolsilibro de los años 50 a 70: muchos lectores veteranos todavía veneran a Marcial Lafuente Estefanía por las incontables horas de entretenimiento que les deparó. Es más, la lectura atenta de los créditos de la mayor parte de los clásicos del western de Hollywood revela que están basados en cuentos y novelas de autores que fueron muy populares en la era dorada del pulp (el sello Frontera de la editorial Valdemar, bajo la dirección del especialista Alfredo Lara —dueño de la estupenda librería madrileña Opar, especializada precisamente en toda clase de literatura de género— está rescatando a los mejores: Dorothy M. Johnson, James Warner Bellah o Jack Schaefer). Pues bien, para mí, y sospecho que para muchos, el western literario descansa ante todo en un nombre… el de un escritor alemán que apenas pisó Estados Unidos, y que cuando lo hizo ya acreditaba incontables novelas del Oeste. Se trata de Karl May, un hombre olvidado por la edición española en los últimos años pero que fue muy editado en las décadas centrales del siglo XX: yo leí en mi infancia varias de sus obras sobre las aventuras compartidas por el blanco Old Shatterhand y el jefe apache Winnetou, y confieso sin rubor que buena parte del «profundo» conocimiento que tengo de la vida en el Far West se lo debo a él.

Karl Friedrich May (1842-1912), nacido en Hohenstein-Ersthal, Sajonia, quinto de los 14 hijos que tuvieron sus padres, fue —como otros autores que conforman la edad dorada de la novela de género, de Jack London a Joseph Conrad— un joven de vida agitada, casi novelesca, hasta encontrar el equilibrio y la prosperidad en la práctica de la literatura. Nacido en la miseria, ciego en los primeros años de su vida, ejerció la profesión de maestro en sus años de juventud, pero combinó la vida en las aulas con la vida entre rejas. Por diferentes delitos de latrocinio, pasó diversas temporadas en la cárcel, hasta que a la edad de 32 años encontró su camino en el mundo de la escritura, primero como periodista y después como autor de literatura barata. Sería en el ámbito de las revistas dedicadas a la educación de la juventud donde encontraría su camino: la aventura exótica.

Karl May ataviado como su alter ego Old ShatterhandDos fueron los escenarios donde May pondría en práctica su habilidad para la caracterización de elementos exóticos. El primero, hoy mucho más olvidado que el segundo, es Oriente Medio, donde situó a su héroe Kara Ben Nemsi. El otro, por el cual todavía se le recuerda (quien lo hace) es el Far West norteamericano, donde situó a diversos personajes a los que agrupó bajo el nombre de westmen (hombres del Oeste), así en inglés —el alemán May incluye frecuentes sustantivos o interjecciones en el idioma anglosajón, algo absurdo desde el punto de vista de la lógica interior de los personajes, pero que considera que dan el adecuado sabor a sus escritos.

May creó un buen puñado de héroes nobles, fuertes, de infalible puntería, capaces con tan solo examinar unas huellas de efectuar la más certera radiografía del comportamiento y características físicas de sus dueños: en palabras de Fernando Savater, héroes pluscuamperfectos. A los principales de ellos May les otorga un sobrenombre que comienza por el adjetivo Old (viejo): Old Shatterhand, Old Firehand, Old Surehand, Old Death1… Así, por ejemplo, el primero de ellos, su personaje emblemático, vendría a traducirse algo así como «el Viejo Mano de Hierro» (por la tremenda fuerza de su puño, capaz incluso de matar de un solo golpe), denotando este término, más que familiaridad o cariño, el profundo magisterio que ostentan esos individuos sobre todos los habitantes del oeste (blancos e indios) por su experiencia, valor y habilidad. El westman de May es reverenciado allí donde va; su nombre inspira respeto y veneración entre los hombres de bien, y miedo y estupor entre los tipos traicioneros. Su palabra es ley en un mundo, el de la frontera, al que como bien sabemos todavía no han llegado las leyes y las instituciones de la justicia. Son hombres que, por supuesto, predican con el ejemplo: son ascéticos, valientes hasta el arrojo, también envarados y carentes de sentido del humor, por no hablar que profundamente asexuados: no hay novela que haya leído en que vivan alguna historia de amor. Es cierto: la fuerza moral que desprenden los sitúa tan por encima de los seres humanos corrientes que, la verdad sea dicha, llega a hacerlos un punto antipáticos.

Lo más curioso de todos ellos es que… son de origen alemán (incluido el anteriormente citado Ben Nemsi), bien nacidos en tierras germánicas, como Old Shatterhand, o con ancestros de esa tierra, lo cual, sin duda, explica sus capacidades y ayuda a crear entre todos ellos una especial afinidad que va más allá de la mera admiración: así, una de sus novelas más populares, El tesoro del lago de la plata2 viene a constituir una especie de reunión de buena parte de sus westmen de raíces germanas, casi como si fuesen un selecto grupo de superhéroes al estilo de Los Vengadores. Bien puede señalarse, por tanto, que Karl May actúa en sus libros como portavoz natural de la germanidad.

No hay que olvidar que el autor escribía, ante todo, para un público alemán en ese momento en las décadas del cambio de siglo en que el joven país (unificado en 1871) se incorpora de modo orgullosamente acelerado a las grandes potencias del mundo, no tardando en disputarle el primer puesto en desarrollo industrial a la poderosa Gran Bretaña, pero que ha llegado tarde a la carrera imperial. Leyendo las novelas de Karl May, esa enojosa circunstancia —que, como bien se sabe, fue una de las razones del estallido de la Primera Guerra Mundial— parecía importar menos: ¿acaso no podían sentir los lectores alemanes que, por mediación de esos westmen, estaban participando en la construcción de una gran potencia mundial?

Lex Barker y Pierre Brice, Old Shatterhand y Winnetou en el cine alemánOld Shatterhand es el más arquetípico de ellos, hasta el punto de ser considerado el alter ego sublimado de su autor (parece ser que May, al darle su propio nombre, jugó, un poco en la línea salgarinesca, con la ambigüedad de narrar aventuras vividas previamente en primera persona). Como muchos protagonistas de la literatura de género, es el clásico personaje hueco que no posee ninguna relevancia psicológica especial, pues su función, ante todo, es permitir la identificación del lector con su persona para hacer entrar a aquél en la acción. En la primera aventura de su saga, bautizada en España como La montaña de oro, se interna por vez primera en las llanuras del Oeste trabajando como topógrafo para el ferrocarril pero en pocas páginas se revela como un westman de primera que se gana su apelativo (Mano de Hierro) por su capacidad para derribar de un solo puñetazo a un hombretón (del mismo modo que mata a un búfalo desbocado o a un furioso grizzly). A lo largo de los relatos que de él conozco, Shatterhand no evolucionaría en lo más mínimo; en todo caso, May lo rodearía de una serie de atributos personales muy propios de un héroe de leyenda: su caballo Hatatitla, regalo de Winnetou, o sus dos célebres fusiles, el mataosos y la carabina de repetición Henry, ambos fabricados por el mismo maestro armero de San Luis, por supuesto alemán.

Eso sí, el personaje más conseguido del autor, y seguramente el más recordado por el público, es Winnetou, el noble jefe de los apaches y hermano de sangre de Old Shatterhand. En él, May sintetizó toda la tradición europea en torno al mito del «buen salvaje». Emblema de todas las virtudes del hombre natural al que la sofisticación, y por lo tanto, la vileza del blanco todavía no ha alcanzado, Winnetou es el símbolo de la nobleza en grado mayúsculo y de las cualidades del westman, no en vano es el único al que su hermano Scharlih puede llamar maestro en el aprendizaje de las leyes de la llanura. May acertó al concederle además la suprema virtud de la modestia. Por el contrario, resulta muy antipático que, para hacer resplandecer mejor las virtudes de Old Shatterhand, el escritor tome por costumbre menoscabar las de los otros cow-boys en cuyo camino se cruza (con frecuencia, él mismo finge ser un novato sin capacidades… solo para mejor ridiculizar después a los que se dan de avezados westmen, los cuales cometen toda clase de errores de principiante: con ello May, solo consigue incomodar al lector crítico ante el exceso de humillaciones que reserva a quienes luego solo podrán o bien rendir veneración por su héroe… o guardarle, y con razón, un odio cervil).

Winnetou, no. Sin duda inspirado en sus admirados mohicanos de Fenimore Cooper, May supo guardar para su apache un admirable sentido de la dignidad que no necesita jamás de los alardes tan caros a los héroes blancos, y si estos acaban difuminándose en la memoria, no sucede así con el honorable piel roja. Es más, tan recordables como el noble apache son los indios que también figuran como villanos en estos relatos, y que se distinguen de sus homónimos blancos porque también ellos intentan salvaguardar a toda costa su dignidad, lo cual los convierte en sabrosos maestros de la doblez.

Ave de Trueno, por George CatlinEs justo además encomiar la noble defensa que May hace de los indios, denunciando sin ambages el expolio al que han sido sometidos por los hombres blancos y el triste destino de desaparición física o aculturación a que están condenados —en este sentido, Winnetou cuenta con varios parlamentos inolvidables. Lo cual no quita que también, y como buen hijo de la época, en su mirada sobre el indio se entrevere un indisimulable etnocentrismo, expresado ante todo en ese elemento de la civilización blanca que la hace superior a todas: el cristianismo.

May abusa de una cargante apología de los valores cristianos que, por comprensible que sea en la época, resulta extemporánea en el contexto del Far West, porque acaba impulsando a sus héroes (una vez más, con Shatterhand a la cabeza) a inverosímiles intentos de practicar la caridad con todo hijo de vecino, aun cuando sean asesinos que se han merecido mil veces su castigo, y cuya mera defensa, a ojos de los indios (mucho más coherentes en este asunto y, por ello, más convincentes), supone una ofensa por parte de su rubio amigo. Es más, si Winnetou es un indio tan admirable es porque, en el fondo, es un cristiano ante litteram: su maestro fue un venerable hombre blanco (alemán, por supuesto) que pasó años conviviendo entre los apaches, que lo llamaron Kleki-Petra (Padre Blanco), inculcándole sus valores. De hecho, en el momento de su muerte, el buen indio acabará convirtiéndose a la religión verdadera, siendo enterrado por su amigo bajo una cruz: ignoro si Manitú se revolvería de ira allá en las praderas eternas donde han de morar los pieles rojas caídos en valiente combate.

La bibliografía de Karl May es inmensa y difícil de desentrañar ante la escasez de información en español. La saga de Old Shatterhand y Winnetou se dispersa en múltiples historias, pero su núcleo central —que narra desde su encuentro hasta la muerte del caudillo indio—, publicado primero por entregas en revistas, fue agrupado en su Alemania natal en tres volúmenes (cada uno compuesto por cuatro partes, que bien puede corresponderse con las entregas originales) que acabaron titulándose con sencillez Winnetou 1, 2 y 3, añadiéndose en los últimos años del autor un cuarto tomo. En España (los datos los he extraído de la excelente información que proporciona Jordi Viader en esta página), fueron publicados en los años 20 por la editorial Gustavo Gili primero respetando las entregas originales y después los cuatro tomos, en este caso bajo el título global de Entre pieles rojas.

La venganza de Winnetou, en Editorial MolinoEn los años 30, la entrañable Editorial Molino realizó las ediciones que circularían en España, en distintas colecciones, durante las décadas siguientes, con traducción de «E. M.» y estupendas portadas de Bocquet. Los tres Winnetou recibirían entonces el título de La montaña de oro, La venganza de Winnetou (al principio, La venganza del caudillo) y En la boca del lobo. Como he señalado, los dos personajes seguirían apareciendo en muchos otros títulos: el más popular de ellos (y, que yo sepa, el último en recibir una edición de cierta repercusión en España, en la colección Tus Libros de Anaya, en 1991) es el ya mencionado El tesoro del lago de la plata. Personalmente, debo el conocimiento (a veces, bastante infiel) de muchas otras aventuras de estos personajes a la entrañable colección de tebeos Joyas Literarias Juveniles, de Editorial Bruguera, que entre los años 70 y 80 del pasado siglo publicó decenas de novelas del alemán.

Lo que he leído de Karl May, en mi opinión, lo aparta de los autores clásicos (buena parte de los cuales fueron estrictos coetáneos suyos), esto es, los Julio Verne, R. L. Stevenson, Henry Rider Haggard o Arthur Conan Doyle, porque su mirada posee ya una referencialidad que no existe en aquéllos. Es decir, May es un escritor consciente de integrarse en una tradición —no tanto la novela del Oeste como la novela de aventuras en general—, lo cual otorga a su mirada cierto carácter meta-literario. No en vano, Old Shatterhand cuenta en primera persona todas sus aventuras no por convención narrativa sino por vocación de escritor, lo que ya había anunciado al primero de los westmen con que traba amistad, Sam Hawkens (quien le pondrá su famoso apodo), haciendo alarde de que el conocimiento que ya posee sobre el Oeste lo ha extraído de los libros. No menciona sus fuentes, pero podemos pensar que son las mismas de Karl May, o sea, escritores como el citado Fenimore Cooper y su inmortal El último mohicano o el olvidado Thomas Mayne Reid). Este carácter ingenuamente meta-literario, por tanto, no es el de un clásico, sino el de un autor que tiene bien claro quienes son los clásicos y los toma por modelos.

Si yo tuviera que definir a May, diría —como hice hace tiempo en un artículo sobre Emilio Salgari, el autor al que más parecido le encuentro— que es un escritor proto-pulp. Como las novelas de Salgari, las de May carecen de una estructura compositiva meditada y bien organizada (como sucede, por ejemplo, con el muy cartesiano Julio Verne), sino que diríase que su autor libera el torrente descontrolado de la narración para detenerlo, desviarlo o intentar contenerlo (a duras penas) cuando considera que ya hay bastante de lo que está contando. Ese indudable aire pulp se observa, así, en los bruscos aceleramientos de la acción o en digresiones introducidas más que nada porque, en pleno curso de su argumento, el escritor se tropieza con un personaje o un escenario que de pronto reclama toda su atención.

Campamento lakota, por Albert BierstadtEs propio también del puro pulp la rígida división de los personajes entre personajes nobles, radicalmente buenos, y villanos irredimibles que encima son tan cobardes como abyectos (ni siquiera dignos, a ojos de los indios, de morir torturados en el poste de los tormentos, honor reservado solo a los enemigos de talla y valor), la repetición constante de los mismos episodios o el gusto por crear personajes secundarios pintorescos, por lo común mediante algún detalle singular (el cráneo escalpado de Sam Hawkens, que se cubre con un sombrero que ya lleva adosada la peluca; la vestimenta y la aparente condición femenina del sin embargo muy masculino aventurero conocido como Tía Droll; la costumbre de Gunstick-Uncle de hablar siempre en verso). Del mismo modo, la capacidad tanto para conceder toda la atención a un personaje episódico como para luego olvidarse de él: en el colmo, es capaz de deshacerse en off del malvado principal, hurtando así al lector del «placer» de presenciar su castigo, como sucede con el asesino Cornel en El tesoro del lago de la plata, a quien los indios torturan y ejecutan fuera de escena.

Supongo que el método de publicación por entregas es en buena medida responsable de estos «vicios» del autor, de la sensación de que nada lo molesta más que tener que sujetarse férreamente un plan argumental preconcebido. May siente especial predilección por narrar el curso de un episodio violento o, en especial, esas confrontaciones entre indios y blancos que permiten contraponer sus muy diferentes concepciones del honor, de la astucia o de la violencia. Al estilo de otros autores pulp (como Sax Rohmer y su Fu-Manchú), los héroes de May se pasan el tiempo cayendo en manos de los indios y liberándose, gracias a su valor y astucia, de su prisión. Al escritor se le daban especialmente bien estos episodios en que sus westmen, y ante todo Old Shatterhand, deben superar una serie de pruebas muy similares al combate singular de los libros de caballerías para ganarse su libertad y, por supuesto, el respeto total de los pieles rojas: hay dos ejemplos memorables en La montaña de oro (es de ese modo que sella su amistad eterna con Winnetou) y El tesoro del lago de la plata.

El jefe indio Pehriska-Ruhpa, por Karl BodmerKarl May, es evidente, no es un gran narrador: sus relatos son repetitivos y suelen atravesar baches de interés, si bien, por fortuna, suelen recuperarse mediante episodios que, de pronto, revelan un notable vigor. Ahora bien, su literatura brilla en un detalle fundamental, que precisamente lo emparenta con algunos de los autores pulp de la siguiente generación (Robert E. Howard, por ejemplo, aunque éste es un narrador mucho más «duro»): su capacidad para crear atmósferas de notable vigor viril, gracias a su acierto a la hora de describir psicologías sencillas enfrentadas a peligros fenomenales, con tanta convicción que consigue que el hecho de que sus personajes jamás sepan lo que es el miedo acabe proyectando una sobrenatural aureola épica que acaba emparentándolos con los héroes de los poemas griegos, eso sí, antes con el sencillo e indomeñable Aquiles que con el astuto y complejo Ulises.

Es una pena que, en último extremo, la literatura de Karl May carezca de ese hálito poético que (a veces sin pretenderlo) vuelve perdurables a los mejores escritores del género, aunque en algunos momentos está a punto de conseguirlo. Pienso, en especial, en las páginas donde narra la muerte de Winnetou. Aun cargando las tintas una vez más en el elemento cristiano, el autor consigue crear una notable atmósfera de melancólico pesar: desde el momento en que escucha a unos pioneros (no quiero ser cansino, pero, claro, alemanes una vez más) entonar un himno al Ave María nada casualmente escrito por el propio Old Shatterhand, el caudillo apache siente próxima la llamada de la muerte, la cual afronta con el valor que de él se espera, pero sabiendo bien que no podrá eludirlo. Es inolvidable la última conversación con su hermano de sangre —en el miedo a la pérdida que siente el blanco late una corriente de homoerotismo nada desdeñable—, aun cuando haya de ser el lector quien advierta que, en el fondo, la amistad hasta la muerte con su amado Scharlih no haya traído sino desgracia a la vida del apache: todos sus seres queridos han ido pereciendo al acercarse a él, de su maestro Kleki-Petra a su padre y su hermana, y por último él mismo. Esta bella sinfonía de fatalismo es inherente a buena parte de los clásicos de la aventura, de Stevenson a Conrad, y es bonito que May, aun sin pretenderlo, consiguiera al menos en esta ocasión pulsar con emoción la misma cuerda.

Ignoro si el Oeste descrito por May está sacado de fuentes rigurosas o debe su sabor a la imaginación desbordante del escritor, pero gracias a sus novelas siempre he podido exhibir, delante de los no iniciados en el género, ciertos valiosos conocimientos: que quien fuma con un indio el calumet (la famosa pipa de la paz) está a partir de ese momento bajo su protección; que los pieles rojas conceden la tortura en el poste al enemigo con honor, al que aguantará todo dolor sin proferir una sola queja, lo cual engrandece tanto al vencedor como al caído; que la mayor desgracia que puede sufrir un indio es perder esa bolsita que llevan bajo el cuello con su tótem personal y que los blancos dimos en llamar medicina; y ello por no hablar de las continuas lecciones acerca del mejor modo de acechar a un enemigo, seguir un rastro o borrar el propio. Me da igual que todas las reseñas sobre Karl May no puedan resistirse a citar (¡ni siquiera yo!) que fue uno de los autores favoritos de Adolf Hitler —que no sé cómo digeriría su completo antirracismo, que incluía también a los negros—, porque los narradores de raza no eligen a sus lectores. Es más, a veces pienso que ni estos, en cuyo caso yo me incluyo, lo hacemos: que sus novelas cayeran en mis manos no puedo sino considerarlo un evidente signo del cielo (el de Manitú, claro).

La caza del búfalo, por George Catlin

1 Bajo este nombre se resguarda el que posiblemente sea el mejor personaje de westman de toda la galería del autor, el único además que, al contrario que su prototipo habitual, se distingue por un físico particular (enteco, escurrido) del que la vida parece estar pugnando por escapar y que justifica su apelativo. Y en efecto, es un aventurero que diríase un avatar de la muerte, delatando un agitado pasado como jugador y opiómano, vicio este último que chupó sus carnes hasta darle su aspecto actual. Es una pena que este personaje solo aparezca en unos cuantos capítulos de La venganza de Winnetou, y que la moralidad calvinista de May (o una meditada decisión tomada al advertir que le estaba robando limpiamente la novela a su impoluto Shatterhand) lleve al autor a deshacerse de él de modo abrupto y anticlimático (lo cual, eso sí, como indico en el artículo, es marca del escritor) justo después de confesar al muchacho las penas que roían su alma.

2 De esa popularidad da fe el hecho de que, en los años 60, fuera la novela elegida para dar inicio a uno de los ciclos más famosos del cine de género de su país: sí, aunque hoy está casi por completo olvidado, no solo hubo western mediterráneo (o eurowestern, o spaghetti western), sino también alemán, cuyas figuras centrales fueron Old Shatterhand y Winnetou, interpretados irónicamente por un americano, Lex Barker, y un francés, Pierre Brice.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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27 respuestas a Los westmen alemanes de Karl May

  1. rexval dijo:

    Mi tío, que hace poco murió fue quien me inició en la afición por la lectura; mi padre era más de ir al futbol. Trabajaba en una tienda al lado de una librería y no paraba de comprarme libros – menos mal que tenía una sección de «ofertas» . De ahñi proceden mis lecturas del alemán que jamás estuvo en el oeste pero que parecía que hubiera nacido allé, Karl May. Me encantaba leer sus aventuras. Recuerdo que la colección que me compró mi tío tenía las tapas blancas y duras, aunque dentro había dibujos en blanco y negro. Era un placer. Ojalá esté en el Cielo de los bisontes leyendo lo que más le gustaba: la Historia, especialmente la valenciana.

    Gracias por hacerme recordar esos buenos ratos.

    Regí

    • Parece que Karl May hoy es solo reducto de nostálgicos que lo conocieron en sus años de infancia: es triste, pero no conozco ediciones modernas (al menos de difusión normalizada) de este autor más allá de la que menciono a manos de Anaya en los años 90. Los libros de pasta dura y blanca que señalas son de la última edición que hizo Molino en los años 60.

      Me alegro haber removido buenos recuerdos en tu memoria con este pequeño homenaje a Karl May. A mí también me ha pasado durante estas últimas semanas en que he rescatado sus libros.

      Un abrazo.

      • rexval dijo:

        Gracias, Jose. Me hago cruces de los que sabes. Efectivamente, los libros de tapa dura y blanca son de los 60, año de mi nacimiento. Mi tío me los compraba en la librería que te comenté de la sección de libros de «oferta» por estar descatalogados o ser restos. Yo los leía con unos 12 ó 14 años, así que seria sobre 1972 ó 74 más o menos. La pena es que en una «limpieza» por falta de espacio me deshice de ellos, eso sí no los tiré a la basura sino que se los di a mi sobrino.

        Saludos.

  2. Renaissance dijo:

    Para un lector adulto que empiece con los libros, se le hacen muy patentes algunos de esos defectos en la narración: a la escritura de carácter episódico y la acumulación de tensiones me acostumbro, al ser aficionada a los folletines, pero en la caracterización de los personajes sí se nota mucho esos protagonistas sin mácula o malvados donde no hay una sola zona gris…En cambio, me sorprendió entonces el tratamiento de los indios, mucho más respetuoso y digno de lo que hubiera imaginado.
    Hoy son una curiosidad, algo que, al menos un libro, debería visitarse, del mismo modo que puedes leer una entrega de Fantômas o de Rocambole. No llegó a ser un Jack London, pero sí un buen escritor de novelas de aventuras. Aunque por desgracia, de esas que al igual que Guillermo y sus proscritos, dudo que las nuevas generaciones lleguen a disfrutar.

    • La verdad es que leer varios libros seguidos de Karl May es como leer uno solo, porque el tipo de episodios se van repitiendo de modo recurrente cada pocos capítulos. Y Old Shatterhand, las cosas como son, es un héroe muy cargante, no por lo perfecto sino porque el autor se extralimita haciendo que quienes le rodean o sean unos inútiles (y eso que, se supone, llevan muchos años en el Oeste) o no se den cuenta con quién están hablando (y May, de modo «ventajista», disfruta haciendo que Shatterhand humille a esos patanes). Pero aun así esos libros tienen un neto sabor a aventura y, en especial, todos los episodios en que salen los indios revela una comprensión singular no del piel roja en sí (a los cuales el muy alemán May conocería lo mismo que los conozco yo) sino del prototipo de salvaje digno y astuto (para bien o para mal).

  3. Ángel Hernando Saudan dijo:

    En cuanto a la plasmación cinematográfica de las novelas de Karl May, el personaje de Winnetou, como dice José Miguel, fue sistemáticamente encarnado por Pierre Brice (por lo que yo recuerdo, muy adecuado para el papel), mientras que Old Shatterhand fue encarnado por tres actores, Lex Barker (dándole un tono de nobleza y cierta solemnidad que cuadra bien con el personaje a pesar de la mediocridad del actor), el distinguido y memorable Stewart Granger (aquí en el periodo de «decadencia» de su carrera, aunque fue capaz de seguir brindando espléndidas interpretaciones, véanse, por ejemplo, La tercera llave de Basil Dearden y El último safari de Henry Hathaway) y el hierático Rod Cameron. Stewart Granger le dio un tono más distendido e irónico al personaje (muy propio de Granger), cosa que, al parecer, no le gustó mucho al productor de la saga.
    Vi varias de estas películas (El Tesoro del lago de la plata, La carabina de plata, Los buitres, etc.) en el paso de mi infancia a la juventud, pero tengo un recuerdo vago y borroso de ellas. Tampoco sé si han llegado a editarse en DVD. En todo caso, gracias por este ejercicio de nostalgia.

    • Al tiempo que leía varias de las novelas de May también he visto algunas de las películas alemanas del ciclo, que me han resultado demasiado «limpias», demasiado envaradas, justo a la medida de Barker y Brice, que no interpretan sino que posan como esfinges de cara a la eternidad, supongo que porque en Alemania son algo más que un mero cowboy y un mero indio.

      Solo he visto a Barker haciendo de Old Shatterhand, pero al consultar en la red las incorporaciones a la serie de Stewart Granger (dos o tres) y de Rod Cameron (una), no acreditan al Viejo Mano de Hierro sino a otro personaje de May, Old Surehand. Eso sí, no me extrañaría que en España el doblaje hubiera rebautizado a ambos con el nombre del personaje más conocido. No en vano el famoso «Colorado Jim» de James Stewart es una invención del doblaje: en el original, el personaje no se llama así ni mucho menos. A veces sí que Spain era different…

      Y gracias a ti por leerlo, Ángel.

      (Ah, el ciclo alemán de Karl May sí está editado en dvd, hace algo así como cinco o seis años, aunque ahora mismo está descatalogado: lo sé porque pregunté en el fnac para conseguir alguno de esos títulos. Eso sí, en la Red no son difíciles de encontrar.)

  4. Mariano Alonso baquer dijo:

    Desde pequeño he leído todas las novelas de Karl May, especialmente las del Oeste Norteamericano, aunque también otras ubicadas en Africa. Lo que me gustaría es conocer y poder adquirir las películas que últimamente se está, haciendo basándose en sus protagonistas Old Shatterrhand y el Jefe Apache Winnetou

    • Mariano, supongo que te refieres a las viejas películas alemanas de los 60 sobre los dos personajes. Las editó hace casi una década la marca Sherlock, pero creo que hoy están ya descatalogadas. Prueba suerte en la Red, por si acaso.

      En cuanto a Karl May, no conozco sus aventuras africanas porque es un autor que parece haber sido abandonado casi por completo por la edición española actual, lo cual es una lástima.

  5. cristina Álvarez dijo:

    De pequeña leí en mi casa todas las aventuras de Winnetou reunidas en un tomo que tenía la tapa dura, verde y de plástico. Ese libro se perdió y he intentado encontrarlo inútilmente en librerías de viejo. Lamentablemente desconozco la edición, aunque no sé si sería de Aguilar. ¿Le suena a alguien? Muchas gracias.

    • Es muy probable que te refieras a las antiguas ediciones de Aguilar, Cristina, pues esas son las características de uno de los libros en que tengo algunas novelas de Karl May: portada rígida (más que duro), en plástico de color verde y letra muy apretada, pues contiene dos novelas y media. En concreto, yo lo compré hace un año en una librería de antiguo de Málaga, aunque llevaba tiempo buscando sin éxito. Suerte en tu búsqueda, porque estamos ante un autor ahora muy poco contemplado por las ediciones modernas,

  6. Luis Eduardo Jover Comas dijo:

    Como en toda literatura, hay libros para unos tiempos, edades, momentos, cultura, criterio… y los de Karl May han divertido y ayudado a encariñarse con la Lectura y el Libro a muchas personas de muchos paises y edades y esto ya es un triunfo. Recordar además como riqueza colateral las estupendas ilustraciones de Ballestar que éste realizó para algunos de sus libros:

    • Cierto, a Karl May y a muchos otros novelistas encasillados en la literatura juvenil, y que no son del primer nivel de los más grandes, cuando menos les debemos la gratitud de habernos acompañado a edades impresionables y de haber estimulado nuestra afición a la lectura. No es poco. Si a ello añadimos el talento de portadistas e ilustradores (Bocquet, Freixas), hay alimento considerable para la memoria.

  7. Lorenzo Mateo dijo:

    Hola, yo tambien lei en mi juventud a Karl May, pero tuve la suerte de encontrar pasados los años, todos los libros publicados en España y Argentina de este autor aleman, con lo que he leido todo lo traducido al español y puedo decir que las aventuras que transcurren en Africa son mucho mejores aún que las de las del Far West, pero no solo Africa, hay aventuras en Oceania, Sudamerica, Alemania, incluso parte de un ciclo esta conectado con España.
    las aventuras en el oeste son solo la punta del iceberg, tiene publicados en aleman mas de noventa volumentes, asi que……………..

    • En España ahora mismo May es casi inencontrable, y cuando aparece algo pertenece al ciclo del oeste. Es más, yo he «leído» más a May a través de las entrañables adaptaciones al tebeo que hizo Bruguera en los años 70 en su maravillosa colección Joyas Literarias Juveniles. Espero que algún día cambie esa política editorial, pues aun cuando no sea un gran autor sí que se encuentran en él muchas páginas del escritor de raza.

  8. Y sabría alguien dónde o cómo conseguir las películas en español o mejor incluso si son subtituladas… Un familiar en Cuba ha de conseguir crear los subtítulos en español para algunas de ellas desde el alemán en el que siempre estuvieron realizadas. Yo recuerdo haber visto muchas ya dobladas en mi infancia por televisión. Alguna he encontrado para comprar en DVD, pero la mayoría están en alemán o italiano, incluso en serbio. Si alguien desea verlas y practicar su alemán, en esta web están casi todas. schatz-der-azteken-1965-hd720p_shortfilms
    Muchas gracias.
    Luis

    • Pues como señalo en otro comentario más arriba, Luis, hace ya años que están descatalogadas las ediciones en dvd de Sherlock, que pusieron a nuestro alcance el cine de género alemán de los 60, tanto los westerns como los krimis. Ignoro si podrá encontrarse algo por la Red con subtítulos, yo en particular no los he encontrado. En todo caso, alguna película doblada (con redoblajes lamentables, eso sí).

  9. virginia dijo:

    Mi pasion por leer empezo siendo niña con Karl May…no pude ver el cine del oeste…las matanzas de indios …Sus libros me hicieron sentir …
    Hoy sigo con los libros … curiosamente muchos de los escritores … filosofos…musicos preferidos son alemanes…autriacos.
    Gracias

  10. Karl May y Wagner se parecen en un punto. Pasaron al ostrasismo porque un joveb primero y un adulto luego Adolfo Hitler los preferia. Ambos ya eran difuntos pero cayeron igual.

    • Es verdad, pero con una salvedad quizá. Wagner nunca ha dejado de escucharse (y ha seguido aguantando el sambenito de su vinculación con el nazismo). May, fuera de Alemania, hoy casi está olvidado (y quienes lo leen -fue mi caso- solo conocen que fue lectura favorita del Führer cuando investigan algo sobre él).

  11. jorge alberto dijo:

    leyendo un libro del oeste de capitan mayne reid,deduscoque mucho de este material ,sirvio a karl may. (la zona de texas-arizona-nueva mejico-«el llano estacado»,etc)

  12. Christian dijo:

    Excelente análisis; supera ampliamente al apéndice de la colección Tus Libros.

  13. Sagi Planas Corrius dijo:

    Muy agradecido por tu inestimable información sobre May. Es cierto como dices en tu artículo que hay pocos momentos poéticos en estos libros. Son contados como las pepitas de oro. Por eso me permito transcribirte uno que pertenece a las aventuras africanas, en «Camino de la Meca» (Editorial Molino). Primer capítulo. Oro puro. Épico. Me lo se de memoria:
    «Sidi, cuando montados en nuestros incomparables caballos recorríamos, siempre adentrándonos, el misterioso mundo de Alá, sentíamos el inefable placer de ver nuestro mundo, que nuestro era, ya que nadie podía disputárnoslo. Hacíamos lo que queríamos; éramos nuestros propios señores. Y a través de estas tierras me he imaginado ser el poseedor de todo el globo terráqueo, mientras que en el fondo de mi alma iba edificando la inaccesible altura de mi gloria. Y entonces, amparados por esa admirable soledad que nos circundaba, forjábamos nuestros castillos en el aire, sin que ningún inoportuno turbara en lo más mínimo nuestros coloquios. Y estos acontecimientos quedaron sujetos a mi memoria de la misma suerte que el caballo es atado a la estaca ante el temor de que no permanezca donde se le dejó».

    • Más que lirismo, donde May sí ofrecía momentos de notable encanto era en la creación de atmósferas. Este diálogo que transcribes es ciertamente bello y tiene la capacidad de situarnos enseguida en situación (sobre todo si hemos leído algo sobre el contexto histórico-aventurero al que pertenece). Por cierto, que como las ediciones en español de May son tan confusas (libros troceados en varias partes, por ejemplo), ignoro si este «Camino de La Meca» puede pertenecer a la estupenda edición de las aventuras en Oriente Medio de otro de sus personajes relevantes, Kara Ben Nemsi. La editorial Reino de Cordelia está publicándolas en ediciones estupendas, y ya van por dos volúmenes (cuando escribí este artículo todavía no había aparecido ninguno). El primero lo comento en este enlace:

      https://lamanodelextranjero.com/2017/08/11/a-traves-del-desierto-de-karl-may-old-shatterhand-en-tierras-del-islam/

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