Como la audiencia del cine siempre será infinitamente superior a la de la literatura, Doctor Zhivago es una obra que se asocia, antes que nada, a la pareja formada por Omar Sharif y Julie Christie, al bonito pero empalagoso tema de Lara y al super-espectáculo. Sin embargo, primero fue un best-seller de agitada historia y antes incluso el grito íntimo con que un escritor, Boris Pasternak, poeta de enorme prestigio pero silenciado durante el estalinismo, intentó conjurar el horror que para él significó el descubrimiento de que las utopías triunfan al coste de sacrificar la sensibilidad. Pasternak, que vio morir o languidecer a su alrededor a compañeros de generación tan dotados como él, planeó durante décadas esa obra que por fin, en el momento en que la llegada al poder de Nikita Jruschov parecía indicar nuevos tiempos para la expresión artística, decidió que era el momento de concluir. Sin embargo, era otra utopía: la novela no pudo publicarse en la Unión Soviética pero sí lo hizo en Occidente, donde alcanzó un enorme éxito (supongo que, en buena medida, porque, como temieron las autoridades soviéticas, fue interpretada como un panfleto antisoviético) y llamó la atención de Hollywood. El resultado fue una película de gran éxito pero que, por lo general, fue bastante despreciada por los críticos de la época —por razones tanto ideológicas como estéticas—, y que hoy, como casi todo el cine de su director, David Lean, por fin resplandece en su justa medida. Como tantos otros casos, leer el libro y ver la película (o al revés: el orden no importa, e incluso es más lógico que se conozca antes el film) supone un doble placer, pues de una misma historia tenemos dos magníficas variantes, cada una con sus defectos pero también con sus múltiples virtudes.
Es bien conocido el agitado proceso de publicación de El doctor Zhivago (desde ahora, y al contrario que para la película, incluyo el artículo en el título del libro, de acuerdo con la edición en que lo he leído, en Galaxia Gutenberg, traducida por Marta Ingrid Rebón). Habiéndola esbozado, al parecer, en el mismo momento histórico que se narra en ella, Boris Pasternak comenzó su redacción definitiva tras la segunda guerra mundial y concluyó su redacción en 1955. Comenzó entonces el laborioso proceso de darle salida a la novela, algo difícil en la Unión Soviética, por mucho que la llegada al poder de Jruschov hubiera relajado la censura. Una copia del libro llegó al editor italiano Feltrinelli (miembro del Partido Comunista Italiano), y sería la traducción al idioma transalpino la primera en ver la luz, en el año 1957. La novela obtendría un enorme éxito internacional, pero no sería permitida en su país natal, por órdenes directas de Jruschov. Pasternak fue obligado a renunciar al Premio Nobel de Literatura que obtuvo al año siguiente (se le hizo ver que, en caso de ir a recogerlo a Estocolmo, no se le permitiría regresar al país, separándolo de su familia) y el libro no sería publicado en Rusia hasta 1988.
La maquinaria de propaganda comunista, tanto en el paraíso de la clase obrera como entre los obedientes intelectuales occidentales, llevó al rechazo del libro por su contenido antirrevolucionario. Sin embargo, El doctor Zhivago no denuncia la Revolución —bien al contrario, defiende la necesidad de subvertir el injusto orden social que la provocó— sino la infinita capacidad del hombre para responder a la injusticia con nuevas injusticias. Pasternak denuncia la inhumanidad, el resentimiento social, el caos social y político que permite a los sedientos de sangre hacer pasar por morales los actos que en cualquier otra situación no serían sino simplemente criminales.
El doctor Zhivago es un libro inolvidable, pese a sus numerosos defectos: el curso de la historia está estructurado como a trompicones; abundan las digresiones y los discursos; hay personajes secundarios que están claramente desaprovechados (significativamente, el espléndido guión de Robert Bolt para la película los elimina a todos de un plumazo); en la línea de la novela del siglo XIX, un increíble azar recorre la historia, haciendo que Zhivago se cruce una y otra vez con casi cualquier personaje que ha tenido algo que ver con su vida, y ello en el país más vasto del mundo, que él mismo atraviesa prácticamente de una punta a la otra… Y sin embargo, concluida su apasionante lectura, uno acaba decidiendo que, en realidad, nada sobraba: como corresponde a toda novela-mundo (y esta lo es en grado eminente), cualquier párrafo, cualquier idea, cualquier personaje por insignificante que parezca, constituye un sillar sumamente precioso para el completo equilibrio del edificio.
Fundamentalmente, el tema central del libro es la derrota inevitable, en tiempos de caos social y político, de la sensibilidad, de la pureza de corazón, del espíritu insobornable a todo espejismo de la utopía que decida prescindir del humanismo. El doctor Yuri Zhivago pasa por las páginas de su propia historia como un alma cuya enorme lucidez lo condena al dolor, al fracaso, a la soledad, y ni siquiera el hecho de haber amado a dos mujeres extraordinarias lo redime de todo ello. Ni su esposa Tonia Gromeko (a la que ama con el amor tranquilo que vertemos sobre las cosas sencillas y entrañables que componen nuestra vida) ni su amante Lara Guichard, luego Antipova (en quien encuentra a su auténtica alma gemela), conseguirán conducir a Zhivago al estado de ataraxia que éste precisa, porque el mundo se empeña en impedirlo, y alguien con el profundo sentimiento de empatía por sus semejantes que tiene el doctor no podrá nunca ser feliz si la felicidad solo lo alcanza a él.
Lo peor que puede hacer un amante del libro, ante la película, es fruncir el ceño y acusarla de vulgarizar su contenido. Cierto, en sus casi setecientas páginas (hay que añadir cien más, con los versos que Pasternak atribuye a su personaje), la magnífica novela tiene todo el tiempo del mundo para efectuar un retrato mucho más penetrante y osado de las circunstancias en que se movió la Revolución y la forma en que afectó a sus protagonistas. A cambio, al centrarse en los personajes protagonistas y eliminar todas las digresiones y personajes dispersos —los amigos del doctor; su tío, un tolstoyano que, se supone, es la gran influencia espiritual de sus primeros años; incluso una tercera mujer con la que se empareja en la parte final de su vida—, el film ofrece una mayor concentración dramática.
Teniendo en cuenta la intensidad de los personajes, es evidente que el primer desafío del film era acertar con el reparto. Después de considerar diversas alternativas, Lean decidió confiar el papel protagonista al actor egipcio Omar Sharif, a quien él mismo había revelado en su previa Lawrence de Arabia. (La nacionalidad de Sharif no fue problema: ya se sabe que en el cine inglés y estadounidense, todo actor no anglosajón sirve para cualquier papel extranjero, y el mismo Sharif, a lo largo de su carrera, haría de árabe, mongol, alemán, armenio, francés… y hasta español.) A lo largo de la película, Lean lo somete a grandes retos, pues hay múltiples momentos que descansan sobre su capacidad expresiva. Y aunque Sharif me parece, en general, un actor limitado y creo que otro actor mejor habría hecho inmortal un personaje tan admirable, justo es reconocer que realiza la actuación más destacada de su carrera, sobre todo porque consigue desprender una sencilla nobleza que obliga a simpatizar con él.
En cambio, no pienso lo mismo de su compañera, Julie Christie. Aun cuando en este caso soy consciente de estar incurriendo en una terrible herejía que pocos comparten, me parece una actriz que siempre ha sido sobrevalorada, a la que encuentro una rigidez expresiva muy lejana de la presunta sensibilidad que suele achacársele. Intérprete de gestualidad demasiado dura, resulta además casi inverosímil en el tercio inicial de la historia, cuando hace de adolescente despertada a la edad adulta demasiado pronto, aunque luego mejora mucho, entre otras razones porque Lean sabe sacar un partido notablemente sensual de su belleza de esfinge. Irónicamente, su compañera (a quien suele olvidarse en el recuerdo del film) Geraldine Chaplin está maravillosa, transmitiendo una sensibilidad y belleza nacidas antes para la complicidad que para la pasión, comprendiendo muy bien la clave de su personaje como nunca jamás volvería a hacer en el futuro (enseguida se instaló en España, casándose con Carlos Saura, glup).
En fin, alrededor de estos tres jóvenes actores, Lean dispuso un sólido conjunto de intérpretes, del gran Ralph Richardson (el padre de Tonia) a un inesperado Klaus Kinski (magnético en su breve intervención como el preso anarquista que viaja hacia Siberia en el mismo tren que los Zhivago), del imprescindible Alec Guinness al joven Tom Courtenay (que, encarnando al marido de Lara, el joven revolucionario Pasha que luego se convertirá en el implacable Strélnikov, jefe del Ejército Rojo en los días de la guerra civil, compone muy bien la fanática rigidez del hombre nacido para la revolución y para nada más, si bien su interpretación se ve perjudicada porque su personaje es de los peor trasladados del libro a la pantalla). Sin embargo, la gran sorpresa del reparto es la excelente interpretación de un actor normalmente histriónico e insoportable, Rod Steiger, que encarna al astuto abogado Komarovski, protector y corruptor de Lara en sus días moscovitas, cuyo papel recibe un mayor relieve que en el libro, y que compone uno de los personajes más interesantes y ambiguos de la película.
Puestos a la obra de convertir tan densa novela en una película de metraje estándar —lo cual, eso sí, en la época quería decir un mínimo de tres horas—, Lean y su guionista Robert Bolt decidieron utilizar como hilo estructural la historia de amor entre Zhivago y Lara, hasta el punto de que la película se recuerda hoy, ante todo, por esta condición. Una vez tomada esta decisión, lo cierto es que el guión es coherente y, sin descuidar los otros elementos dramáticos de que ya hemos hablado, no pierde nunca de vista ese hilo, sobre el que gira todo. Por ello, la primera aparición de los adultos Zhivago y Lara (ya interpretados por Sharif y Christie) se encarga de unirlos en un mismo espacio, un tranvía moscovita, sin que ellos adviertan nada e incluso, en un rasgo muy cinematográfico, hace expresar visualmente la futura comunión entre almas mediante el detalle de hacer que ambos, de entre todos los pasajeros del vehículo, sean los únicos en volver la cabeza para seguir con la mirada algo que les llama la atención en la calle.
En función de la importancia de la historia de amor, y para otorgar un punto de vista que libre a la película del riesgo de dispersión —cosa que ocurre en el libro, sobre todo en su arranque—, el guión convierte la historia de Yuri Zhivago y Larisa Antipova en una enorme rememoración que parte de un tercer personaje, Yevgraf, el medio hermano del primero, que en la novela es un personaje prácticamente episódico. Yevgraf, importante miembro del Partido desde los días de la Revolución, entrevista, en los años 50, a una joven obrera que trabaja en la construcción de una enorme presa, pues piensa que es Tania, la hija de Yuri y Lara, que se perdió de su madre cuando era una niña y fue criada en un orfanato. (La idea, de todos modos, no es invención del guión pues sí existe en el libro, si bien en sus páginas finales.)
Es una solución espléndida, desde varios puntos de vista: crea una estructura narrativa que permite ordenar bien la historia; otorga el relieve necesario a un personaje que, por sus apariciones episódicas, de otro modo habría quedado desdibujado y que llega a resultar entrañable, comenzando por la interpretación del gran Alec Guinness; e introduce, asimismo, una notable audacia dentro de una estructura narrativa en principio clásica y convencional, muy decimonónica, pues Yevgraf, como relator, lo cuenta todo aun cuando es evidente que, ni aun habiéndolo sabido por otros, puede conocer todos los avatares de la historia de su hermano que vemos en pantalla.
Bastaría el arranque de la historia en Siberia, con el funeral de la madre de Yuri, para acreditar el talento de Lean para expresar sentimientos a través de las imágenes, en especial fundiéndolos con la atmósfera y el uso de la naturaleza (al referirse a esta cualidad del director, algunos críticos, y con razón al menos en este caso, hablan de panteísmo). Pocas veces además se ha sabido expresar en cine la terrible soledad que la muerte provoca en una persona, y además un niño pequeño, expresión que además sirve para caracterizar ya de modo indeleble la particular sensibilidad de Yuri Zhivago: un niño capaz de imaginar a la madre sola y oscura dentro del ataúd que ya ha sido cubierta por la tierra (es un plano realmente estremecedor) está destinado a convertirse en un hombre sensible al que nada dejará indiferente, ni lo bello ni lo sucio de este mundo, y por tanto destinado a sufrir.
La primera parte de Doctor Zhivago —la más equilibrada, la más armónica e interesante— se encarga de seguir las vidas, muy distintas, de los jóvenes Yuri y Lara. El rumbo de ambos, en estos años juveniles, no puede ser más diferente: Yuri se limita a observar (es testigo, por ejemplo, de una matanza zarista contra una humilde manifestación pacífica, que casi es una transliteración del famoso Domingo Sangriento que desencadenó el precedente revolucionario de 1905), y de hecho, si algo lo caracterizará toda su vida, es su condición de testigo poco amigo de la intervención activa; en cambio, desde joven, Lara es arrojada por las circunstancias a la actuación. Yuri se prepara para ser médico (para ayudar a los demás), al tiempo que canaliza su sensibilidad mediante el cultivo de la poesía; Lara es lanzada a la vorágine de la vida antes de tiempo al convertirse en amante de Komarovski, a su vez amante de su madre (el intento de suicidio de ésta, al descubrirlo, será el catalizador del primer encuentro entre los dos protagonistas). Yuri, desde niño, está destinado a casarse con la apacible Tonia, la hija de sus padres adoptivos; Lara se compromete con un joven, Pasha Antipov, que le deja bien claro que la revolución está por encima de todo propósito de su vida.
Los distintos encuentros entre todos esos personajes marcan ese inolvidable tercio inicial, mientras que a su alrededor comienzan a manifestarse los signos de la contestación revolucionaria. El atentado de la muchacha contra su corruptor en la fiesta de navidad a la que Yuri acude (presenciándolo todo, incluido el rescate de Lara por Pasha) marca el fin de la juventud para todos ellos, pues la guerra estallará enseguida. El corte de esta parte es una bellísima escena, en que la vela que ilumina el cuarto donde Lara le cuenta a Pasha sus relaciones con el abogado es contemplada, a través por la ventana, por Yuri, quien pasa en troika por la calle mientras conduce a Tonia a casa desde la fiesta. Una vez más, y sin que lo sepan, un elemento, esa luz en la ventana, une a los dos futuros amantes. Por cierto que esta idea figura así, tal cual, en la novela de Pasternak.
Lo que viene después, por supuesto, también es muy notable pero ya entran en escena las típicas irregularidades de las películas de metraje tan largo, sobre todo los vaivenes de interés. Desde luego, donde no decepciona el film es en el dibujo del encuentro ya definitivo de la pareja, unidos en el frente al verse obligados a hacerse cargo de un hospital de campaña: la mirada de Julie Christie a Jivago durante la operación en plena batalla revela mejor que ningún diálogo que ya está condenada a amar a ese hombre para siempre, y supone el mejor momento de la actriz en toda la película. En cambio, el retrato del Moscú revolucionario hace excesivo uso del trazo grueso: no hay un bolchevique que no sea retratado como un resentido social que no duda en reírse y abusar en cuanto puede (rasgo pequeñoburgués de manual) de los antiguos señores que ahora ven cómo su casa es invadida y su espacio ocupado. Esto no es así en la novela, de modo que esta parte del film sí justifica las acusaciones de anticomunismo fácil, aunque desde luego no lo arruina.
Ahora bien, la película se recupera con la genial parte del largo viaje en tren, en medio de la Rusia invernal, hacia la casita de campo de los Gromeko en Varíkino, en los Urales, por recomendación de Yevgraf, puesto que los poemas de Yuri desagradan en las altas esferas del Partido, debido a su «sentimentalismo». El conseguido espesor que se consigue del espacio hacinado, la fascinante (e inesperada) aparición de Klaus Kinski como el preso anarquista, el realismo con que se narra el viaje (del hedor que produce la renovación de la paja a ese fabuloso instante en que, desde dentro, los pasajeros deben romper la pared de hielo que bloquea el exterior del vagón) y la belleza lírica de varios momentos (mi favorito, la preciosa escena en que el anarquista, mientras todos duermen, es el mudo testigo de un instante de sencilla ternura entre un matrimonio de ancianos).
Pese a que la estancia en Varíkino vuelve a bajar el tono, que el reencuentro entre Yuri y Lara no termina de poseer la intensidad necesaria (por mucho que suene y suene el tema de Maurice Jarre), y que el fantasma de la dispersión narrativa aparece y desaparece con frecuencia, lo cierto es que la hora final de Doctor Zhivago acierta al plasmar uno de los temas fundamentales de la historia: la terrible incertidumbre, en todos los órdenes, ante el caos de los tiempos revolucionarios. Hay un doloroso espesor dramático en la forma de abordar el tratamiento del tiempo y, sobre todo, el concepto de separación (¡hay pocas películas donde haya tantos momentos de despedida, y tan intensos!). La brusca desaparición de escena de la familia de Yuri nos duele tanto (o más) que a éste (lo confieso: echo mucho de menos a Geraldine Chaplin en el último tercio del film): con el fin de su estabilidad doméstica se inicia ya el ocaso de Zhivago, secuestrado por los partisanos. El efímero reencuentro con Lara da pie a otro momento bellísimo: la pareja se refugia en la antigua casa señorial de Varíkino, cuyos muebles y objetos —debido a los agujeros por los que se cuela el frío— están cubiertos de una capa de hielo, convirtiendo el interior en un palacio encantado de cuento de hadas que otorga una efímera cualidad mágica a ese breve interludio de paz y amor. Resulta por ello coherente que sea allí, ante la mesa donde, dice él mismo, su madre adoptiva le enseñó a escribir, el único lugar donde lo veremos crear poesía, y ello en una escena íntima y sencilla que consigue rehuir muy bien el tópico del «momento de creación». La nueva irrupción de Komarovski, que trae un triste baño de realismo (y que reaparece componiendo un muy ambiguo papel salvador), supone el fin del romance, la conclusión del último momento de felicidad del protagonista.
[Quien no recuerde con exactitud el final de esta bonita película, debe dejar de leer justo aquí]
En el final, situado años después, Yuri muere de un infarto —es tristemente simbólico que el doctor padezca del corazón— en las calles de Moscú cuando, viajando en otro tranvía (de tal modo que se cierra un círculo), atisba a Lara caminando ajena a la proximidad de su amado y no soporta la emoción del reencuentro. Yevgraf narra a la muchacha, Tania, cómo conoció entonces a su madre, e intentó ayudarla en su búsqueda de ella misma («creo que estaba medio enamorado de ella», confiesa, dando pie a un momento de bella tristeza: los dos hermanos, tan distintos, al menos compartieron su devoción por Lara), antes de que ésta desapareciera en el tráfago de los años más duros del estalinismo: en su adiós, Julie Christie atraviesa una calle dominada por un gigantesco retrato de Stalin.
Si en el inicio del relato la joven había permanecido como una esfinge, negando toda posibilidad de que esos seres de quien les habla Yevgraf puedan ser sus padres, en el final acaba derrumbándose en lágrimas de dolor (espléndida la joven actriz Rita Tushingham). La estructura narrativa pensada por Lean y Bolt, así, permite un final estupendo y adecuadamente emotivo. En la despedida, Yevgraf descubre que la muchacha porta la balalaika que Yuri siempre llevó consigo (fue la única herencia de su madre), lo cual ratifica la identidad de aquélla. Al señalar el muchacho que ha ido a recogerla, su novio, que la toca como los ángeles, Yevgraf asiente complacido —maravilloso Alec Guinness— y señala, repitiendo un diálogo anterior que le dijeron a Yuri acerca de su madre, que «entonces es un don». Con esta constatación, que a algunos resultará sensiblera pero a mí me parece sensible, el final de Doctor Zhivago inventado por Robert Bolt consigue, por estos misterios de la creación, lograr una misteriosa comunión con las intenciones de Boris Pasternak, con el sereno lamento que movió a éste a escribir su historia: siempre habrá un rincón del alma humana que las utopías (o sea, la pretensión de volcar la tiranía de lo racional sobre algo tan poco razonable como es el ser humano) nunca podrán alcanzar, nunca conseguirán regular. Instinto, belleza, arte: no sé cómo llamarlo, pero El doctor Zhivago y Doctor Zhivago, al menos, consiguen expresarlo con triste convicción.
FICHA DE LA PELÍCULA
Título: Doctor Zhivago / Doctor Zhivago. Año: 1965.
Dirección: David Lean. Guión: Robert Bolt. Fotografía: Freddie Young. Música: Maurice Jarre. Reparto: Omar Sharif (Yuri Zhivago), Julie Christie (Lara), Geraldine Chaplin (Tonia), Rod Steiger (Komarovski), Alec Guinness (Yevgraf), Tom Courtenay (Pasha Antipov / Strelnikov), Ralph Richardson (Alexander). Dur.: 197 min.
No he leído el libro, aunque la película, al igual que Lo que el viento se llevó, es de esas que son de ver al menos una vez en la vida..y en muchos casos, verlas solo una vez (por la extensión, la complejidad, lo emotivo..).
El final, efectivamente, es bastante intenso pese a lo prosaico, y describe perfectamente la sensación de impotencia de sus personajes ante el devenir de la revolución o incluso de una coincidencia que podría haber dado lugar a un desenlace feliz.
(Como curiosidad, Komarovski está en mi lista de Personajes ficticios a los que más inquina he llegado a tenerle, junto al Svidrigailov de Crimen y castigo)
En mi caso, he visto tres veces esta película (una cada diez años más o menos), y la primera vez lo cierto es que me aburrió bastante. También es verdad que en las teles de antes (y cuando respetaban el formato panorámico) era una proeza interesarse por estas pelis que veíamos tan pequeñitas. Es curioso que a mí los dos personajes que más me interesan (no me hubiera importado nada que nos contaran más cosas de ellos) son Yevgraf y Komarovski. En este último caso, siempre se me hizo odioso y en parte pensaba que era porque Rod Steiger era un actor que me caía mal. Mi descubrimiento, ahora, ha sido descubrir que Steiger está soberbio y que, por tanto, es toda una creación, además de ambigua villanía.
Estupendo comentario, como siempre, de calidad profesional. Me gustaría comentar un poco. Esta película – el libro lo llegué a tener en las manos pero no lo leí – es muy especial para mí por motivos personales. Mi madre era una enamorada del film. A mis hermanos y a mí nos lo contó montones de veces cuando éramos niños. Murió hace poco más de un año y no te he podido leer sin emocionarme. Ella se centraba en la historia de amor y nos decía que tenía una música muy bonita.
Cuando hice la mili en enero de 1882 la vi en el cine Góngora de Córdoba vestido de uniforme junto a otros compañeros. Era el último pase porque caducaba la copia no sé si por motivos de copyright o por antigüedad del celuloide. El caso es que me impresionó gratamente. Yo servia en un batallón al mando de militares golpistas. Hacía poco del 23F de Tejero del 81. Se les notaba de lejos. Sabíamos que el día de autos armaron con munición real a la tropa a la espera de que el capitán general se uniera al golpe. Finalmente, no salieron, pero conocí a quien me dijo que les arengaron para disparar sobre la población. En ese ambiente vi la peli. Recuerdo algo que no olvidaré. Todo el cine estaba ocupado por soldaditos ya que nos daban «paseo» muy temprano en pleno verano con un calor de morirse y los cordobeses estaban haciendo la siesta o en casa sin salir. En la escena en que unos oficiales tratan de obligar a la tropa para que volviera al frente y en lugar de ello los ejecutan todos nosotros aplaudimos al unísono, incluso hubo quien – en la seguridad que da la oscuridad – profirió gritos contra el ejército.
La banda sonora me gustó mucho en su contexto, pero me pareció un «torro» en CD que me compré años después. Maurice Jarre no fue tan buen compositor como el otro Jarre, creo que su hijo. Deja bien claro que hay dos temas: la revolución y el amor. Aún la sigo escuchando porque me evoca a mi madre y soy bastante romántico. Lo peor de la música es la parte «revolucionaria».
Aunque no leí el libro porque me pareció inmenso, sí que me informé sobre Boris Pasternak y sus ideas. Se nos ha querido engañar en Occidente haciéndonos creer que era un «enemigo de la revolución» o algo similar. Eso es mentira. Su caso es el mismo que el del poeta Vladimir Maiakovski, el compositor Shostakovich o el director de cine Eisenstein. Todos ellos estaban a favor de la revolución y eran marxistas. Contra quien estaban era contra el dictador sanguinario Stalin que lejos de cumplir los ideales revolucionarios lo que hizo fue convertirse en un nuevo zar a costa de millones de muertos. Todos ellos fueron controlados y castigados por el régimen. El poeta se suicidó no sin antes escribir un impresionante poema: «Se ha roto la barca del amor contra la vida cotidiana», que musicó el cantante valenciano Raimon. Su biógrafo escribió y publicó cuando pudo que Maiakovski no podía soportar que un funcionario lameculos le dijera cómo y de qué podía escribir. No pudo soportarlo. Eisenstein cayó en desgracia cuando estaba filmado su «trilogía» sbre la historia de Rusia porque al dictador le pareció que en la figura del déspota sanguinario Iván el Terrible se estaba reflejando al mismo Stalín, como así era, aunque de manera incosciente. No se acabó el proyecto, que quedó en dos de las tres partes previstas, la última iba a ser en color. Se le prohibió hacer más peículas y el mundo de la cultura perdió el trabajo de uno de los pioneros del cine y uno de los mejores directores de toda la historia del medio.
A Shostakovich le llegó el turno por su prácticament solitaria ópera, «Lady Macbeth del distrito de Mtsensk» que Stalín, que como Hitler tenía intereses culturales, consideró que atentaba contra la moral por describir una relación tórrida en medio de un ambiente social perverso. Hay que recordar que este especímen estudió en un monasterio e iba para pope. Algo quedó. El cínico dictador firmó con pseudónimo una crítica en Pravda, el órgano oficial del partido. Todos sabían que había sido él y Shostakovich llegó a temer por su vida ya que muchos de sus amigos, familiares o conocidos habían perdido la vida por menos. Tuvo que rebajarse a dar un «discursito» público en el que pedía perdón por haberse separado de la línea oficial del «socialismo realista» y prometer que se enmendaria, etc, etc.
En cuanto a Pasternak, es evidente que no era contrarevolucionario, sino antiestalinista. En la misma película lo podemos ver. Yuri está a favor de la revolución, socorre a los heridos tras el brutal ataque militar, lee antes con alegría las palabras de las pancartas…. no es un anticomunista sino un simpatizante. Tenemos también la figura de anarquista que llevan a Siberia en el tren. Su guardia es un actor español, ya que la peli se filmó en España. Creo que es Klaus Kinski – excelente actor de carácter – el caso es que se declara «libre» y arremete contra el burócrata «lameculos» de su guardián y dice unas palabras claramente propias de un revolucionario anarquista. Hemos de recordar que los blocheviques no eran mayoría dentro del movimiento revolucionario. Otros movimientos, como el anarquista era más numeroso. Todos fueron asesinados por el régimen. Los verdaderos revolucionarios fueron masacrados por los esbirros de Stalin, consiguiendo por las armas lo que las urnas habían negado en las únicas votaciones democráticas que se hicieron tras el triunfo de la revolución.
Finalmente, el pantano que aparece al final de la película cuando el mediohermano de Yuri está buscando a su sobrina me es muy familiar. Fue construido tras la guerra civil por esclavos republicanos españoles como El Valle de los Caídos. Muchas personas murieron en su construcción. Mi abuelo estuvo allí, el padre de mi madre que nos contaba tantas veces la película. Fue condenado a muerte sencillamente por ser de la UGT y haber estado en la contienda, aunque sin pegar un tiro, como sanitario y camillero. La pena de muerte le fue conmutada por cadena perpétua con trabajos forzados y finalmente fue desterrado fuera de su Andalucía natal. Allí perdió un brazo en una explosión de dinamita. No lo atendió el médico por ser «carroña roja» y se le gangrenó. Tuvo suerte de que llegara otro médicó más humanitario que solo pudo hacer una cosa: amputarle el miembro. Yo llegué a conocerlo de muy niño. Estaba manco…
En cuanto a los actores, sin duda y con diferencia esta es la mejor película de Omar Sharif. Parece que la novela estuviera escrita para él. Sin embargo, su rubia amante, Julie Christie, no está a la altura. Yo diría que hay unos cuantos actores secundarios que lo hacen mucho mejor que ella.
Temino con un momento de la peli que tiene su equivalente en la banda sonora: «Yuri writes a poem to Lara». Es cuando en aquella casa helada, el médico metido a poeta escribe un hermoso poema de amor. Cuando lo evoco no puede evitar emocionarme. Ahora mismo, lo estoy. Siento la presencia de mi madre. Cosas de la edad.
Gracias por tu atención.
Regí
La verdad es que después de un par de días en que he tenido «apagado» el blog, llegar y leer un comentario con tanta implicación personal, evidentemente me ha emocionado. Por supuesto, tanto esta película como la novela se bastan para abrir una caja de resonancias interior, ideológica y en algún caso sentimental, que no se detienen en ellas. Tal vez ninguna literatura como la rusa ha estado tan influida, provocada o condicionada por el poder autocrático (el del XIX y el del XX), de Gogol y Dostoyevski a Pasternak o Solyenitzstin, pasando por Mayakovski. El intento de control del arte y la literatura por el poder (con la ayuda de los artistas que se prestan a ser lacayos, que siempre han existido y siempre existirán) que se llamó «realismo socialista» es tal vez la etapa más penosa del arte ruso. Pensar que quienes no se plegaron a él tuvieron que renunciar a escribir o publicar. En fin, este ambiente está magníficamente recogido en la novela «El maestro y Margarita», de Mijail Bulgakov, otro autor silenciado como Pasternak, que si no has leído te recomiendo con fervor.
Por cierto, que mencionas las elecciones libres que se hicieron en enero de 1918, después del triunfo bolchevique: se eligió a los miembros de la Asamblea Constituyente que debían haber redactado la primera constitución democrática de Rusia. Pero sucedió lo impensable para Lenin y los bolcheviques: no las ganaron (fueron los eseritas, o sea, los socialistas-revolucionarios), y la clausuraron la misma noche de su apertura. Es triste decir esto, pero de este episodio yo (estudiante de Historia) me enteré por los libros y no por las enseñanzas de mis profesores: es así que durante años pensé que Octubre puso a los bolcheviques en el poder directamente sin ninguna discusión ni opción para otros rivales.
«Doctor Zhivago», en efecto, se rodó en España, con secundarios episódicos españoles (el que vigila a Kinski es José María Caffarell) y además en verano: algunas escenas del supuesto invierno ruso se rodaron en condiciones penosas por el calor que provocaban los tremendos capotes. El problema de la música de Jarre, en las películas de Lean, es que sus temas acaban sonando tanto tiempo y sin apenas variación que cansan: el Tema de Lara, bien medido en sus apariciones, habría sido mejor aprovechado… pero de todos modos, y en según qué escenas, llega a emocionar. Sharif, en efecto, hizo su mejor papel en el cine, y la escena en que escribe el poema y luego Lara lo lee, es sublime. Si además tienes una vinculación personal con ese momento, como me dices, entiendo que la emotividad ya se dispare.
Un abrazo y muchas gracias por tu extenso comentario.
Gracias a ti por haberme hecho evocar a mi madre y mi abuelo. Es una película que me fascina. He estado averiguando cosas de ella. En primer lugar, mi madre estaba equivocada. El pantano que sale recuerda al que estuvo mi abuelo, pero no es el mismo. El estivo en El Tranco de Beas de Segura (Jaén) mientras que el de la película está en Salamanca y es de construcción posterir. Se trata en realidad de la presa de Aldeadávila. Mi madre murió creyendo que era El Tranco quizá porque sabía que se filmó la película en España.
En cuanto a la cuestión histórica, lo cierto es que la política la enmascara, ya que se miente o se oculta información por un lado y otro. A este efecto, es muy recomendabla leer «Siete días que conmovieron al mundo» de John Reed, fundador del partido comunista americano. Como sabes, también hay una excelente película, «Reds» (Rojos) a caballo entre el documental y la peli de Hollywood, de Warren Beatty. En el libro se habla de la gran cantidad de partidos revolucionarios que había. Los bolcheviques estaban muy bien organizados pero no eran mayoritarios por la sencilla razón de que se apoyaban en los proletarios, es decir, en los obreros industriales. Los social-revolucionarios o eseristas eran los representantes del los campesinos revolucionarios. Rusia era un enorme país eminentemente agrario. Kerenski era su líder. En un principio eran los soviets quiene tenían el poder real. Eran democrático-asamblearios. Los bolcheviques siempre quisieron dominarlos; de ahí la consigna «Todo el poder para los soviets», que eran consejos de obreros, campesinos y soldados. Efectivamente, tras la revolución de Octubre – que realmente fue un golpe de Estado orquestado por los bolcheviques – hubo elecciones revolucionarias. Los bolcheviques estaban convencidos de que las ganarían, pero no fue así. De estas elecciones debería haber salido un parlamento constituyente que instaurara la «dictadura del proletariado» en términos de Marx. Hay que decir que el término se opone a lo que Marx llamaba «dictadura burguesa», es decir, una situación en la que la burguesía con parlamento o sin el, con partidos o sin ellos domina a los trabajadores. Esto es lo que sucede en las democracias actuales. No importa quien gobierne sino quién sea el propietario del capital. Los bolcheviques tomaron el poder por la fuerza ya que dominaban el ejército y se dedicaron a eliminar al resto de los revolucionarios en primer lugar, y después a los mismos bolcheviques que no estaban de acuerdo con Lenin o Stalin. Hubo oposición tanto dentro como fuera de la URSS. Destacaron dos mujeres: Alexandra Kolontai – de la fracció «Izquierda obrera» – que denunció la incorporación de agentes zaristas en el partido – y Rosa Luxemburgo, que fue torturada y asesinada por los paramilitares reaccionarios alemanes con el apoyo de los socialdemócratas. Hay que decir que ambas, además de feministas, eran demócratas y revolucionarias de verdad. En cuanto a Kerenski, acabó viviendo en los EEUU. Y sobre Stalin solo se puede decir que fue unos de los genocidas más sanguinarios de la historia aunque consiguió convertir a la URSS en un país moderno y en una potencia mundial, eso sí, a costa de millones de personas.
Pueno, ya te he soltado el rollo. Estos temas me apasionan desde que era adolescente y lo siguen haciendo.
Saludos.
Regí
PD. Es un buen ejercicio leer a Rosa Luxemburgo y Alexandra Kolontai. Destaca el contraste entre su propósitos e ideas y lo que sucedió después. Lenin decía que Alexandra era «un águila», Stalin no dijo nada. Si no me equivocó la mató y punto. En el caso de Luxemburgo, las masas trabajadoras proclamaron el estado soviético tras la guerra en 1919, triunfando en Baviera y Hungría. En Berlín fracasaron. Ella no estaba a favor del alzamiento, creía que no era el momento, pero se sumó porque fue una decisión democrática. Los socialdemócratas aliados con los que después formarían las SA, la capturaron y la torturaron hasta la muete junto al resto de la sección del partido llamada «Espartaquista» y que daría ligar al Partido Comunista como escisión de los SD. Poco después, sería los socialdemócratas de la república de Weimar lo que acabaron gaseados.
Muy completo tu resumen del contexto histórico, que completa bien la reseña del libro. Sí he leído el libro de Reed, que es inapreciable como minucioso documento histórico para situarnos en el contexto, y de Alexandra Kolontai algo se encuentra en mi biblioteca, si bien no he llegado a leerla todavía. Será cuestión de rescatarla.
Alexandra kollantai, sobrevivió a las purgas y se desarrolló como embajadora. He leído su biografía y me sorprendió que nació en Finlandia.
Como venía a decir Martin Amis, los masivos crímenes de Lenin se vieron con indulgencia porque los cometió contra sus enemigos, y no como Stalin que prestó atención también a sus propios correligionarios. Se saltó el proverbio de que perro no come perro…
De hecho, recuerdo que los primeros manuales en que leí sobre la Revolución Rusa (y mis profesores no me sacaron del error), se omitía un episodio tan fundamental como el cierre de la Asamblea Constituyente la noche siguiente a su constitución por parte de Lenin, y que es el momento en que ya la dictadura comunista no tiene marcha atrás. Como si la llegada al poder bolchevique se hubiera cerrado con la revolución de Octubre, y además en una versión muy parecida a la de la película de Eisenstein. Durante muchos años se vendió la idea de que Lenin era el comunista «bueno» al que el comunista «malo» Stalin tergiversó. Si te refieres al libro de Amis «Koba el Temible», es en verdad un documento tremendo y excelentemente argumentado.
Cuando la vi en su estreno pensé que era un bello culebrón contrarrevolucionario y que la derecha exageraba
Ahora la volví a ver en compañía de una amiga ex comunista y estuvimos de acuerdo en que es una bellísina película sobre un amor en los tiempos de LA cólera y que el Socialismo del siglo XXI de Chávez y Maduro en Venezuela son idénticos en su miseria, su vulgaridad y sus atrocidades a las del período del buen camarada Lenin (¡ojo, no de malo Stalin!) en lo que se refiere a mentira, racionamiento, hambre, violación de los derechos humanos y escasez. Lo único que no tenemos es nieve, pero sí a los Castro.
Esta película, inevitablemente, sufrió una lectura política durante mucho tiempo. Los defensores incondicionales de la URSS, claro, se unieron a la condena que el régimen hizo de Pasternak. Con el tiempo, esa lectura se ha ido diluyendo, pero aun así se la sigue identificando con un tipo de superproducción mastodóntico y trivial… quizá porque todavía hay muchos críticos y cinéfilos que consideran que el cine de gran presupuesto no puede ser «artístico». En fin…
Sobre los inconvenientes del modo en que el Zeitgeit de los 60′ influyó en desprestigio de muchas buenas películas, si te animas a leerlo, está en un post que publiqué en mi blog sobre «Topaz», de Hitchcock. http://micolchaderetazos.blogspot.com/2015/12/sublime-e-incomprendida-obra-maestra.html
Es muy interesante tu reseña sobre «Topaz». Particularmente, me parece un film irregular, porque creo que la estructura en episodios es demasiado desigual, y va descendiendo en interés a medida que avanza la película. El episodio estadounidense es magistral, el cubano está bastante bien, pero el francés lo encuentro desvaído. Por cierto que en España la copia que suele circular es la francesa, con el suicidio final de Michel Piccoli.
Es una muestra del daño que hacen los gobernantes cuando meten la mano en las obras de arte. El de De Gaulle en este caso fue el más manipulador porque ese final del suicidio de Piccoli es peor que el “original” supuestamente previsto, en el cual “Columbine” se dejaba matar por André Devereaux en un duelo en el estadio Charlety. Ahora bien, me pregunto (si es que hay respuesta): el final que yo vi en mi DVD, que es, en mi opinión, el más lógico (como agente soviético lo hacen salir por la puerta trasera sin tocarlo) ¿de dónde salió?, ¿Por qué Truffaut no lo pudo very yo sí?circula tranquilamente en cualquier quiosco de la Universidad Central? Son incógnitas cuyas respuestas Hitchcock / Truffaut se llevaron a la tumba. En todo caso: “muchas manos en el plato ponen el caldo morado”.
En relación al enjundioso comentario de Regi, hay una muy buena película de Margarethe von Trotta sobre Rosa Luxemburgo, interpretada por Barbara Sukowa, la misma que ha hecho de Hanna Arendt, de Santa Hildegard Von Bingen y de la terrorista Marianne Herzog, todas figuras históricas de Alemania.
Muy bueno el diálogo en que yo metí mi baza sin pedir permiso. Saludos a ambos desde Venezuela.
Incógnitas pertinentes: el final del suicidio, además, es tan abrupto e incongruente que tenía que haber alertado de su falsedad… En cuanto a Von Trotta, particularmente me encanta su «Hannah Arendt», de la que incluso hablé en una entrada de este mismo blog, hace un año más o menos. Te pongo el enlace:
https://lamanodelextranjero.com/2016/06/19/hannah-arendt-y-la-banalidad-del-mal/
Para Raquel Arellano:
A Kollontai seguramente la protegió su prestigio internacional en el campo de la diplomacia, donde fue una de las pioneras. Pero después de su importante participación inicial en la Revolución, fue marginada de cualquier puesto decisión al disentir de algunas políticas de Lenin. En cualquier personaje, un personaje de evidente importancia en este contexto tan revuelto.