Señalaba en el anterior comentario que Chris Claremont, a partir del momento en que decidió modelar a Lobezno sobre la figura del guerrero cansado pero digno, le arrebató la mayor parte de su atractivo, lo aburguesó. Durante demasiados números, el canadiense hizo de figura patriarcal que da consejos cada vez que alguien se pone a tiro y a la que se recurre cuando alguna aventura demanda una escena de «impacto». Claremont lo dejó varado sobre la playa y pareció no saber cómo echar de nuevo el barco hacia el mar embravecido. Encima, sus propias limitaciones como guionista perjudicaron notablemente su credibilidad dramática. Me refiero, sobre todo, al oído para los diálogos, que a partir de determinado momento parecen estar sacados de un manual de tópicos sobre tough guys, transmitiendo una dureza mecánica y sin convicción, en el fondo muy cercana de la blandenguería. Lobezno se convierte en un duro de serie B mala. Mientras otros personajes de la serie, y este es el gran sello del trabajo de Claremont, progresaban, cambiaban —Tormenta perdió sus poderes y se convirtió en una mujer más dura, Cíclope se casó y pasó por una odisea en relación precisamente con su mujer, Kitty Pryde dejaba de ser la colegiala ingenua de los primeros tiempos—, Lobezno quedó anclado en tierra de nadie. El misterio sobre su pasado podía haber estado bien en otros tiempos, pero es que ahora parecía un héroe sin pasado ni presente y con un futuro nebuloso.
Si nos centramos exclusivamente en el personaje, sólo hay un número verdaderamente memorable en los casi cien que suceden a la Saga de Fénix Oscura, y que lo tiene además como protagonista único. Es el 205 (V/86), que sirve para presentar a quien se convertirá en archienemiga del personaje, Dama Mortal, una joven japonesa que se ha sometido voluntariamente al proceso de convertirse en un letal cyborg con esqueleto y garras de adamantium, pues odia a muerte a Logan, a quien acusa de haber robado a su padre el proyecto de su vida (la fusión de este metal con el hueso humano). Ese 205 narra precisamente cómo Dama Mortal sorprende a Lobezno de tal modo que lo conduce a un estado de regresión salvaje del que tarda un buen rato en recuperarse. Lo importante de este tebeo, sin embargo, no es su argumento sino su maravillosa resolución gráfica. Es un número confiado de modo casi absoluto al genial dibujante inglés Barry Windsor-Smith (lápiz, tinta y color). En primer lugar, el acierto es abordar el combate in medias res, con Lobezno ya revertido a ese ser salvaje, y además desde el punto de vista de una pequeña —Katie Power, por entonces personaje de una serie sobre niños con poderes, Power Pack—, en el escenario de una ciudad dantescamente sometida por una tempestad de nieve que crea una atmósfera de pesadilla difícilmente expresable con palabras. El cómic es estupendo, y supone el encuentro del dibujante inglés con el personaje al que abordará en la importantísima serie limitada Arma X justo cinco años después, donde, ya como autor completo incluyendo el guión, irá todavía más lejos. (Por cierto, la estupenda portada del número, reproducida líneas arriba, ya parece un anticipo de ese serial.)
Por esos años, el éxito de la Línea Mutante provocó la aparición de una estrategia consistente en crear una saga, más o menos anual, que tuviera repercusiones en todas las colecciones e incluso en el Universo Marvel entero. Una estrategia que, si al principio resultó atractiva, con el tiempo no tuvo más sentido que el meramente comercial (sobre todo porque los entrelazamientos entre colecciones obligaban a comprarlas todas), lo que fue una de las razones de la destrucción artística de la Línea Mutante.
La primera se llamó la Masacre Mutante: su impactante premisa era la caza y exterminio de los Morlocks, un grupo de parias mutantes que viven en el subsuelo neoyorquino, por parte de un grupo de cazadores, asimismo mutantes, llamados los Merodeadores. Una saga más bien vergonzosa, porque Claremont olvidará explicar el motivo de semejante matanza. En cualquier caso, en su curso aparece por fin en el camino de Lobezno ese personaje con el que inicialmente se había pensado emparentarlo: Dientes de Sable.
Ya dije que era era un personaje que el tándem Claremont-Byrne había creado en las páginas de Puño de Hierro, la primera colección en la que colaboraron, en concreto en el nº 14 (VIII/77). Su caracterización era sencilla: un mercenario asesino, salvaje y sin piedad, que hace uso y alarde de unas condiciones sobrehumanas y un aspecto monstruoso que incluyen dientes muy afilados y garras animales. El personaje nunca pasó de un lugar muy secundario en el Universo Marvel durante los diez años siguientes, con intervenciones ocasionales aquí y allá.
Pues bien, Claremont lo recupera en el nº 212 de The Uncanny X-Men, tropezándose con el canadiense mientras se dedica a exterminar Morlocks. Los diálogos indican que ambos se conocen y se odian considerablemente desde mucho tiempo atrás, sin especificar nada más (ese detestable recurso a que un personaje durísimo conociera a Lobezno desde toda la vida, aunque nunca se hubiera dicho hasta entonces, se utilizará una y mil veces en el futuro: será una especie de patente de que cualquier personaje, por muy recién creado que esté, tiene un pasado). Después de un par de combates en este número y el siguiente, esa relación queda, como muchas de las que proponía el Claremont de la época, en un impasse eterno.
En el 218 debuta como dibujante regular de la colección un joven penciler, de trazo todavía inseguro llamado Marc Silvestri, destinado a ser importante en la trayectoria del Garras como dibujante de su serie titular. Su llegada coincide con una etapa especielamente singular de The Uncanny X-Men. Si ya Claremont llevaba tiempo proponiendo rumbos inesperados para los personajes, que alejaban cualquier fantasma de la monotonía, el que decidió ahora fue un completo giro de timón. En el curso de una saga llamada La Caída de los Mutantes, la Patrulla es dada por muerta y cambia su escenario clásico de la Mansión a una base (misteriosa, claro) perdida en el desierto australiano. A partir de ahí, la serie se ve sumergida en una atmósfera de nihilismo en el curso de la cual no sólo el grupo empieza a caer en un estado de perpetua desesperanza (muy bien potenciada por los trazos «sucios» del dibujo de Silvestri) sino que el mismo grupo va quedándose sin miembros, hasta casi estar al borde de la desaparición.
El momento culminante viene representado por un número, el 251 (XI/1989), cuya genial portada muestra a Lobezno crucificado literalmente bajo la lluvia en unas aspas con forma de X. Es un homenaje a un famoso episodio de la saga de Conan de Robert E. Howard, extraído en concreto del relato Nacerá una bruja, representado por múltiples dibujantes (en la misma Marvel, por ejemplo) y reproducido por John Milius en un momento de su magnífica película sobre el personaje. Al abrir el tebeo, la primera viñeta, a toda página, ya nos muestra el impacto de ver al Garras en semejante estado, sin que sepamos cómo ha llegado a él (quienes lo han sorprendido y reducido a tal estado son un equipo de cyborgs, los Cosechadores, al cual pertenece Dama Mortal). El indescriptible tono mortuorio del episodio es fabuloso. Mientras Lobezno prácticamente agoniza, el resto de miembros de la Patrulla, manipulado por uno de sus miembros, desaparece por un agujero que conduce a una misteriosa dimensión de la que no se conoce la vuelta. Lobezno queda solo…
O no. Hay alguien más en esa base, una joven mutante adolescente llamada Júbilo, intrusa en el cuartel general de la Patrulla sin que sus miembros (ocupados en sus impulsos autodestructivos) lo hayan percibido, y cuyos poderes parecen más bien inocuos, generar lucecitas y pequeños rayos casi inofensivos. Júbilo domina el miedo que le provoca la figura medio animal que, en medio de la noche lluviosa, se sobrepone al dolor y se desclava de la cruz, y lo ayuda a escapar y curar sus heridas. Surge así una entrañable relación entre el durísimo y cansado canadiense y la adolescente recién llegada al peligroso mundo de los mutantes, que puede definirse como paterno-filial, pero que también tiene mucho, ¿por qué no?, de historia de amor imposible de la adolescente hacia el tipo que es mucho más viejo de lo que incluso ella cree; no hay sino que ver los celos que Logan, sin advertirlo, desencadenará una y otra vez en la muchacha debido a su buen feeling con toda chica imponente que se cruza en su camino.
Claremont dedicó los números siguientes a volver a organizar ese grupo que parecía disuelto. Lo hizo de modo irregular, desaprovechando ese tono desesperado tan bien trazado en los cómics anteriores, sometido a presiones desde arriba (lógicamente, los ejecutivos de la Marvel se preocuparon ante ese tono demasiado adulto de las situaciones) y, encima, ya sin Marc Silvestri. Vuelve la convención: el grupo se reúne de nuevo (con sobrecarga de miembros, eso sí) y para volver a la misma situación de antes. Seguramente, Claremont se olía que tenía el tiempo contado.
Y así fue. Después de 18 años al frente, el nº 280 (IX/91) de The Uncanny X-Men supone su final en la colección. Fue despedido, lisa y llanamente, por tener demasiado éxito, un éxito que acabó yéndosele de las manos, especialmente cuando en la Línea Mutante apareció un grupo de dibujantes (Jim Lee, Rob Liefeld, Whilce Portaccio) dueño de un estilo muy espectacular, que encubría, y no en todos los casos, su incompetencia narrativa, que le dan a los directivos de la Marvel lo que éstos creen que el público quiere: veinte páginas de combates «a muerte» y ninguna complicación argumental, que se venden como rosquillas.
Pero volvamos tres años atrás, cuando todavía Claremont es el máximo responsable de la Línea Mutante. En noviembre de 1988, Marvel decide que es hora de que Lobezno, el personaje más popular de la Línea Mutante, tenga su propia colección. Chris Claremont no está de acuerdo; teme perder su personaje emblemático o tener que dispersarlo en demasiados frentes, pero como mal menor acepta ser el guionista de la nueva serie, que contará además nada menos que con el gran John Buscema a los lápices. En ese momento, es la quinta serie dedicada a mutantes por la editorial (y luego vendrán muchas más).
Claremont, al que claramente le importa mucho más su personaje en Uncanny que en el nuevo Wolverine, decide darle un tipo de aventuras sin nada que ver con lo que sucedía en aquélla, remarcando el carácter, para él inocuo, de esta nueva serie. Así, lo sitúa en en Madripur, un pequeño país isleño situado vagamente en los mares indonesios que él mismo había creado en otra colección mutante y lo convierte en el co-propietario de un bar de los barrios bajos, el Princesa, bajo la identidad secreta de un tipo llamado Parche. Identidad chusca, pues su camuflaje, bajo el que se nos quiere hacer creer que así nadie lo reconoce, consiste únicamente en justo eso… ponerse un parche en el ojo. ¡Tachán!
En ese escenario, el guionista intenta convertir a Lobezno en un trasunto del Humphrey Bogart de Casablanca, con su aire de romanticismo cínico, y con gotitas también de los Indiana Jones, probando un tono de aventura ligera y sin excesivas implicaciones emocionales, con un puñado de secundarios supuestamente carismáticos. El narrador de las historias, invariablemente, es el mismo Lobezno —este recurso lo heredaron todos los guionistas siguientes—, punteando la acción con sus comentarios supuestamente ácidos y cortantes. Por decirlo claramente, es uno de los peores trabajos de la trayectoria de Claremont, algo de lo que él mismo debió de ser consciente, pues solo permaneció diez números en la colección.
Ya he dicho que creo que Claremont planteó un tipo de historias de las que se pudiera prescindir olímpicamente de cara a la saga mutante general. Sólo hay una excepción, y quizá se deba a que, puesto que se marchaba, se tomó más interés del que se observa en el resto de números. En el 10, Claremont volvió a situar a Dientes de Sable frente al Garras, para recordar un capítulo de su todavía muy ignorado pasado. En un momento indeterminado, Lobezno vive una apasionada love story en una cabaña, en medio del invierno canadiense, con una india llamada Zorra Plateada, a quien asesinará Dientes de Sable porque «fue orgullosa: dijo no». Esta deuda de sangre marca su relación desde antes, y se supone que provoca periódicos reencuentros para reanudar (y dejar, ¡otra vez!, en suspenso) su enfrentamiento. De este modo, Claremont ofrecía una razón al odio entre ambos personajes y abría la puerta de los datos sobre el pasado del primero.
Y el pistoletazo de partida no fue publicado en ninguna de las series mutantes, sino en una especie de colección-contenedor titulada Marvel Comics Presents, donde vio la luz, entre sus números 72 a 84 (III a IX/91), en capítulos de 8 páginas, excepto el último, de 24, un serial titulado Arma-X, escrito, dibujado, entintado y coloreado por el mismo autor de aquel impactante nº 205 de The Uncanny X-Men, o sea, el inglés Barry Windsor-Smith. Sin duda consciente de que éste había sido uno de los mejores trabajos de su carrera, y fascinado por las posibilidades del personaje, Smith presentó a Marvel un proyecto harto seductor que se centraría en un momento de especial interés en la trayectoria del personaje: el incógnito momento en que se le implantó su esqueleto de adamantium.
El inglés propone que Lobezno es víctima de un secreto proyecto más o menos gubernamental llamado Arma X. Secuestrado y narcotizado, es trasladado a una instalación secreta en algún punto de la geografía canadiense y allí se le inocula el adamantium, con el propósito de convertirlo en una máquina de matar sin voluntad propia, que no obedezca más que a sus mentores. Lo que cuenta la serie es la realización del proyecto, con éxito en cuanto a la implantación, y con un absoluto fracaso en cuanto a la domesticación de esa nueva arma letal. Un proyecto cuya cabeza visible la forman un misterioso individuo conocido únicamente como el Profesor —calvo y con lentes rectangulares que impiden ver sus ojos y simbolizan bien la inhumana frialdad de su conducta—, un científico de turbia trayectoria previa, el doctor Cornelius, y una joven investigadora, la doctora Hines. Parece ser que Claremont, que protestó por apártarsele de una historia tan suculenta, consiguió al menos que se le preservara una pequeña parcela para poder dar, en el futuro, una definitiva vuelta de tuerca. Así, el Profesor no es el máximo responsable del proyecto, sino que en determinados momentos lo vemos dirigirse telefónicamente, pidiendo instrucciones, a alguien que permanecerá en todo momento en la sombra.
Sin embargo, Arma X no es la obra maestra que es —uno de los mejores cómics de superhéroes de todos los tiempos— por lo que narra, por interesante que sea. Arma X es, ante todo, un excepcional ejercicio de narración gráfica que sabe convertir en necesario lo que, sin la menor duda, es un increíble derroche de barroquismo visual. En primer lugar, hay que dejar bien sentado que lo que narra esta historia es una terrible pesadilla que intenta convertir a un hombre que teme/anhela ser más animal que humano, en un ser al que por fin se le intenta amputar su humanidad por el método de amplificar sus características animales. Es por ello que Windsor-Smith atiende antes que nada a la creación de una fabulosa atmósfera que cuestiona en todo momento lo que está pasando —aunque eso, de cara al futuro, será fatal, porque permitirá reescribir toda cuanto se sabe sobre el personaje—, y en la que es fundamental el tratamiento, casi en abstracto, del cuerpo de Lobezno, convertido en una increíble amalgama de carne, cables, sondas y agujas, muy propio de la estética cyberpunk entonces tan de moda.
El resultado es una obra malsana, fascinante, irrepetible. Que abrió la puerta a la exploración definitiva del pasado de Lobezno. En el siguiente capítulo llegaremos al (¿momentáneo?) final de esa trabajosa trayectoria.
(Continuará)