El noble escepticismo de El Coyote

Primer numero de El Coyote, en la edicion ForumEl descenso de los niveles de analfabetismo entre las llamadas masas populares, que en unos países se produjo antes y en otros después, llevó a unos niveles de lectura que difícilmente podrán igualarse nunca, al menos mientras dure el fácil reinado del audiovisual en sus múltiples formatos. Esos lectores necesitaban algo que leer que no fuera «complicado» y que, por supuesto, resultara «entretenido». Las editoriales se lo dieron y fue así que floreció un tipo de literatura caracterizado por la claridad narrativa y el uso recurrente de unos elementos argumentales y escenográficos que ponen en el énfasis en el alejamiento de la realidad «cotidiana». Esto ya existía: es la llamada literatura de género practicada por los Stevenson, Conan Doyle o Rider Haggard, pero ahora sus propuestas llegaron a más gente mediante un tipo de edición de poco coste y que, industrialmente, se realizó en serie. En el mundo anglosajón, sobre todo en los Estados Unidos, fue conocido como pulp: despreciado por los lectores y críticos que se consideraban cultos, el tiempo ha acabado por dejar bien claro que incluso en las condiciones aparentemente menos artísticas los creadores de verdad siempre florecen, de tal modo que hoy no es tan delirante reconocer que la obra de un H. P. Lovecraft o un Robert E. Howard puede poseer la misma densidad dramática y producir el mismo placer estético-narrativo que la de los escritores consagrados en las historias oficiales de la literatura. En España tuvo lugar el mismo fenómeno, quizá con algunas décadas de retraso, de tal modo que ese reinado de la aquí llamada literatura popular tuvo lugar entre los años veinte/treinta y los sesenta/setenta, en su tramo final ya en evidente decadencia. Ese retraso se manifestó en la apuesta de las editoriales y de los propios escritores por reproducir los modelos venidos de fuera y aparentar extranjeridad no solo en los personajes y las ambientaciones sino en el propio uso de seudónimos anglosajones por parte de los autores. Ahora bien, está por realizar no ya su reivindicación sino su mismo estudio, más allá de encomiables intentos (en la bibliografía situada al final del artículo levanto acta de aquellos que me han guiado en mi pequeña incursión), y es por ello mayor el asombro que produce el descubrimiento de escritores dotados de una deslumbrante capacidad narrativa y de obras que producen un placer mayúsculo. Quizá la punta de un iceberg del que apenas conozco su pequeña cúspide sea el barcelonés José Mallorquí y el cuantioso ciclo que escribió, en los años centrales del siglo XX, sobre el justiciero enmascarado conocido por El Coyote.

Nacido en Barcelona en 1913 y muerto en Madrid en 1972 (incapaz de superar la muerte de su esposa un año atrás, se quitó la vida de un disparo), Mallorquí fue una de las figuras más inquietas y relevantes de ese mundo. Iniciado como traductor en la emblemática Editorial Molino en los años treinta, no tardó en dar el salto a la escritura, haciendo incursión en los géneros de mayor tirón, tales como la aventura, el policiaco o el western, terreno este último en el que conseguiría sus mayores éxitos, incluido el de su creación emblemática. Curiosamente, cerrada de modo abrupto la larguísima saga que le dedicó, Mallorquí abandonó prácticamente la literatura y buscó otros medios donde desarrollar su creatividad. No lo consiguió en el cine, pero sí en la radio, convirtiéndose en los años 50 y 60 en uno de los más famosos escritores de seriales, buena parte de los cuales transcurrían en el mismo escenario transitado por El Coyote, el Oeste americano.

Jose Mallorqui, padre del CoyoteEl aficionado a este género (yo el primero, por supuesto) ha tendido a creer que este fue ante todo una creación del cine. Sin embargo, el western nació en la literatura y durante décadas, en su país natal, gozó de enorme predicamento: de hecho, si los espectadores atienden a los créditos de la inmensa mayoría de películas del Oeste descubrirán que adaptan obras previas. En España, Valdemar lleva cierto tiempo editando una magnífica colección titulada Frontera, bajo la dirección de Alfredo Lara, en la que se ha podido encontrar el punto de partida de films tan conocidos como Raíces profundas, Centauros del desierto, El hombre que mató a Liberty Valance o El árbol del ahorcado. Pues bien, sin pretender incurrir en la menor exageración, El Coyote supone una de las cimas del género, y lo hace además desde una perspectiva incuestionablemente hispana, por mucho que su escenario, por supuesto, se encuentre en los Estados Unidos (en la California de profunda huella española) y americanos sean sus personajes, aunque reivindiquen precisamente las raíces de esos antepasados que llevaron su apellido al Nuevo Mundo.

El Coyote es el apodo que utiliza un justiciero que intenta enmascarar su identidad bajo un antifaz y una vestimenta negra en la California del siglo XIX. Bajo ese antifaz se esconde un acomodado hacendado que en su vida «pública» finge ser un petimetre apocado y timorato ante cualquier signo de peligro (sin que se justifique por qué quienes han tratado a ambos no relacionan sus voces: es una convención del subgénero, claro, que se extiende a tipos como Batman o Superman).

El Zorro, por Douglas FairbanksEl modelo es bien reconocible. Mallorquí no pretendió ser original (no se pedía originalidad en la literatura popular), sino que reformuló el entonces ya célebre personaje de El Zorro, creado por Johnston McCulley en 1919 en La maldición de Capistrano, si bien su popularidad debió mucho al éxito de la versión que de la misma hizo el astro mudo Douglas Fairbanks en La marca del Zorro (1920). Y si el Zorro era un as de la esgrima que dejaba como firma la famosa Z, el Coyote también poseía el suyo: un disparo a los lóbulos de las orejas, que deja una indeleble marca en sus antagonistas. Con audacia y desparpajo, Mallorquí asumió públicamente su deuda con tal personaje incluyendo declaradamente la referencia a este como si se hubiera tratado de un individuo «real», de tal modo que se convierte en la inspiración para su propio protagonista, tal como él mismo señala en el episodio titulado La primera aventura del Coyote1.

Ahora bien, si el Zorro vivía sus aventuras combatiendo la opresión en una California bajo dominio mexicano, Mallorquí situó a su personaje varias décadas después, en el momento en que Estados Unidos, tras vencer con facilidad a México, le ha arrebatado una buena parte de su territorio incluido el que será el centro de la acción. El autor, demostrando en todo momento una magnífica documentación histórica, abordó el mismo escenario en un contexto histórico más problemático, con las oleadas de turbios aventureros que llegan dispuestos a despojar a la población hispana de sus tierras y de sus derechos. Sin pretenderlo en primer término (El Coyote nunca deja de ser literatura de género, debe insistirse), Mallorquí sin embargo ofreció una excelente reflexión, que puede extrapolarse a múltiples épocas y escenarios, sobre la obligada convivencia entre dos culturas, una de las cuales se presenta inicialmente con el propósito de avasallar a la que considera inferior, y el subsiguiente cúmulo de tensiones que esto produce. Ahora bien, como ya indicaré, el salto de tiempo que el autor no tardó en realizar dentro de la serie, y el largo desarrollo de la misma, hicieron que el arco cronológico de la acción llegara a abarcar incluso más de dos décadas, incluyendo la arquetípica Guerra de Secesión y sus no menos agitados años posteriores, superando así el más rígido concepto inicial de enfrentamiento entre hispanos y yanquis. Un fresco histórico apasionante, en suma.

La primera aparicion de El Coyote, en Novelas del oeste, firmada por Carter Mulford. Portada de BatlleEl personaje había nacido en septiembre de 1944, dentro de una colección titulada Novelas del Oeste que el propio Mallorquí dirigía para Ediciones Clíper: la novela se tituló sencillamente El Coyote y la firmó con el seudónimo de Carter Mulford. Fue publicada sin pretensiones de serialidad, pero el autor no tardó en ver posibilidades en su criatura y se lo ofreció a la Editorial Molino, por entonces la principal firma de la literatura popular nacional y extranjera. Pablo Molino, su propietario, rechazó el ofrecimiento, por lo que Mallorquí se dirigió a Germán Plaza, factótum de Clíper, quien sí aceptó el proyecto de crear una colección dedicada exclusivamente al personaje. El éxito absoluto coronó la apuesta. El Coyote se extendería entre 1944 y 1951 a lo largo de 120 números más nueve extras (uno de ellos reeditó el título seminal) y un número especial. Cuando el impacto inicial, en verdad notable (hasta el punto de trasvasarse a múltiples países, tanto en Latinoamérica como en Europa), comenzó a ceder, Plaza ensayó un relanzamiento bajo una nueva cabecera, titulada ahora Nuevo Coyote y en formato de bolsillo, que se extendió por otras 62 novelas entre 1951 y 1953. Su cierre, como he dicho, fue abrupto, puesto que incluso dejó colgando el argumento de la última novela.

Sumando todo, la serie original acabó estando compuesta por 191 episodios, a lo que hay que añadir una serie de tebeos cuyos guiones fueron del propio Mallorquí, amén de un salto a las pantallas del cine por desgracia tan flojo que no tuvo continuidad, aunque se intentara en dos momentos diferentes: en 1955 mediante dos películas en coproducción con México rodadas simultáneamente bajo dirección de Joaquín Luis Romero Marchent, El Coyote y La justicia del Coyote, y en 1963 con El vengador de California, ahora en coproducción con Italia y dirección de Mario Caiano.

La imagen grafica del Coyote, por BatetEl ciclo sería reeditado varias veces en las décadas siguientes por distintas editoriales. La edición que todavía se encuentra con facilidad es la que, en los años 80, hizo Forum —un sello de Planeta que, curiosamente, se había especializado en la publicación de los superhéroes Marvel— bajo el formato de pequeños libritos de poco más de 120 páginas, que incluían dos novelas por ejemplar, muy flexibles (y por ello resistentes: sobreviven muy bien) y con excelentes portadas de Salvador Fabá. Esas ilustraciones seguían el modelo institucionalizado por el primer portadista de la saga, Francisco Batet, que imaginó una indumentaria para el personaje muy poco discreta (desde luego, no la que Mallorquí describía en sus páginas), comenzando por el enorme sombrero charro que hoy asociamos a los mariachis.

Como he señalado, Mallorquí adoptó la misma excusa para enmascarar la identidad de su protagonista. Al regresar a casa después de una larga temporada de estudios en Cuba, César de Echagüe, ante la rabia de su padre (el clásico hidalgo español que enarbola el honor como una bandera) y de su prometida, Leonor de Acevedo, se muestra enseguida como un tipo que rehúye cualquier posibilidad de amenaza física, pasando por alto incluso el más abierto insulto de los insolentes yanquis (ansiosos de provocar a los sucios hispanos y quedarse sus tierras). Mallorquí, sin embargo, fue bien consciente de que era inevitable que tarde o temprano, en el verosímil de la acción, fueran relacionadas las dos identidades. Por ello, ya en la primera novela hace que la figura del Coyote lleve un tiempo actuando en Los Ángeles antes de la llegada de César (lógicamente, es este quien se ha preocupado de visitar de modo encubierto su tierra natal, haciéndose de paso una adecuada composición de la situación que esta atraviesa). Pero además añadió otro inteligente elemento de distracción: en el episodio titulado El otro Coyote (EC 4: para orientar al interesado, cito por la edición Forum), el personaje salvaba de un buen apuro a un joven llamado Ricardo Yesares, de envergadura física muy similar a la suya, al que enseguida convertía en colaborador íntimo bajo la cobertura de un próspero negocio, la Posada del Rey Carlos, que desde entonces será su cuartel general en el corazón de la misma Los Ángeles, haciéndole aparecer con su disfraz en ocasiones que permitan situarlo al lado de César de Echagüe y disipar las lícitas dudas que, pese a todo, despertará en los más observadores.

Otra estupenda portada de Salvador Faba para ForumAhora bien, ese prototipo de pusilánime blando y poco viril, deudor del Zorro, por fortuna no tardó en ser abandonado por el propio Mallorquí, y esta es la clave que habría de convertir a César de Echagüe en el extraordinario personaje que es. Sin dejar nunca de manifestar, desde luego, ese rechazo por cualquier tipo de violencia o acción que lo convierte, cuando menos, en objeto de menosprecio por quienes lo rodean, Mallorquí invistió a su personaje de un pragmatismo propio de la lucidez de quien sabe que es estúpido, y estéril, oponerse al curso de los tiempos sin traer más que desdicha a sí mismo y a quienes le rodean. Es decir, si la dominación yanqui es irreversible, lo mejor será aprender a vivir con ella e incluso buscar sus consecuencias más positivas, que también las hay: el creador y su creación abominan de todo maniqueísmo. Por otra parte, César de Echagüe enseguida manifiesta una mayúscula capacidad para la ironía que lo convierte en un temible enemigo dialéctico, capaz de volver del revés los argumentos de sangre caliente de quienes le echan en cara su falta de temple.

Y es que Mallorquí caracteriza a su personaje por lo que dice, aun cuando la ironía de su protagonista obligue a estar atento a lo que en verdad pretende decir. Hay pocos escritores como él dentro de nuestras letras en quien brille tanto el puro placer de los diálogos, de las conversaciones: solo conozco a un Galdós, perdónenme los puristas, que pueda igualársele en el dominio de este recurso. No extraña que los últimos quince años de su vida se ganara la vida en la radio, en los seriales, donde casi no había otra cosa que diálogos. Uno de los reproches principales que le han hecho sus estudiosos es que se deleitaba tanto en la construcción de este tipo de escenas, amplias y numerosas en el arranque de cada historia, que se le iban demasiadas páginas del limitado número de que disponía por episodio, de tal modo que muchos de sus finales acaban siendo demasiado precipitados. Y aunque en ocasiones sea cierto, por lo general es un recurso mediante el cual el escritor deja bien claro que el protagonismo no está tanto en la acción como en la caracterización de personajes, y que cuando aquella tiene lugar es ya la culminación de las relaciones entre estos (por otra parte, Mallorquí hizo buen uso de la elipsis, algo no habitual en este tipo de literatura). Por otra parte, cuando la trama lo exigía, el autor alternaba las aventuras autoconclusivas con aquellas que se extienden por varios episodios.

En La sombra del Coyote se produce el salto temporal de la serieLa maduración del personaje se justificó por una curiosa decisión de Mallorquí. Si entre el episodio publicado en la colección Héroes del Oeste y el que abrió su propia cabecera ya han pasado dos años (entre medias, su padre, don César ha fallecido y el joven se ha casado con Leonor), más sorprendente aún fue que en el episodio titulado La sombra del Coyote (EC 3) el espectador sea informado, de modo sucinto, de que César perdió a su esposa Leonor al dar esta a luz a su hijo y que el dolor lo llevó a marcharse lejos de allí, abandonando a su retoño, regresando unos ocho años después al rancho de San Antonio para retomar su vida. En el futuro, y en especial con el cambio de colección a Nuevo Coyote, Mallorquí iría rellenando esos huecos que entonces debieron sorprender a quienes leían la colección en el momento de su primera publicación, volviendo a reaparecer ocasionalmente los personajes del padre y la primera esposa. Aunque ni él mismo explicaría el motivo de su decisión, lo cierto es que el salto temporal se llevó al joven Coyote y lo reemplazó por el Coyote que todos conocemos.

Y es que no puede haber duda: el indudable centro de atracción de la serie es el mismo César de Echagüe y no tanto el Coyote (es un caso parecido, pues, al de Peter Parker con respecto a su alter ego Spider-Man). La singularidad ética de César crea uno de los tipos más extraordinarios, y no exagero nada, de toda la literatura española, sobre todo porque lo propuso en uno de los momentos históricos en que debió de ser más difícil mantener una actitud ética ante la vida. Por supuesto, Mallorquí pudo hacerlo porque su creación, después de todo, era un vulgar aventurero que protagonizaba una vulgar serie destinada al recreo de los más vulgares lectores. Y la Censura no se preocupó por analizar las cargas de profundidad que contenían sus páginas: en todas las dictaduras la mayor libertad literaria se encuentra en aquellos géneros que las «inteligencias» desprecian (también sucede, tristemente, en las democracias, pero aquí, en teoría, es menos necesario), como demuestran las obras de los grandes autores de ciencia ficción de las dictaduras comunistas coetáneas, Stanislaw Lem en Polonia o los hermanos Boris y Arkadi Strugatski en la URSS.

Una de las portadas de Batet para la serie clasica de CliperEn un momento en que la propaganda primero fascista y luego nacional-católica defendía que España era el custodio de los Grandes Conceptos, un modesto personaje de raíz hispánica se permitía un notable escepticismo, cuando no directamente descreimiento, ante todas esas ideas que parecen exigirnos pensarlas directamente en mayúsculas. César de Echagüe trivializa la tentación de la grandilocuencia que impregna a todo aquel que cree tener una visión de la vida, y que en realidad la ha heredado sin cuestionarla ni someterla a la necesaria crítica. Por ejemplo, Mallorquí se burla, a través de personajes como el padre del Coyote o del irascible don Goyo del clásico hidalgo español orgulloso de serlo hasta la muerte. Es en estas cuestiones donde César de Echagüe hace brillar su ironía (nunca el sarcasmo, que es la ironía del prepotente), desarmando a sus contendientes mediante un uso de la palabra que la dignifica y nunca la envilece, ni siquiera por tener razón. Pero va más allá de este españolismo fácil: César derriba cualquier pretensión de superioridad por parte de los ortodoxos de este mundo, de aquellos que consideran que su modelo personal (de vida, de raza, de ideas) es el único admisible. Ante estos tipos, la elegante ironía de César de Echagüe no tiene más piedad que la de comprender que, en el fondo, sus antagonistas son pobres diablos a quienes otros han engañado también y por eso siempre da un margen para la reparación de ellos mismos: es al Coyote a quien le corresponde, cuando la estupidez humana o la vileza se tornan peligrosas, utilizar esa violencia que su alter ego reprueba.

Porque el escepticismo de César de Echagüe, o sea, de Mallorquí, nunca deviene cinismo sino, por encima de todo, humanismo. Y ese desdén por la grandilocuencia no significa, por supuesto, renunciar a la idea de la nobleza, en el fondo el mayor emblema que debe distinguir al hombre. Por eso, teniendo en cuenta que la acción es el hecho más irreversible que puede desencadenar el hombre, solo debe emprenderse cuando la renuncia a esta implica la pérdida de los valores humanos y la degradación (la de verdad: la de uno mismo, no la de las ideas que creemos más grandes que la vida) amenaza con cobrarse nuevas víctimas.

La mision de San Juan de Capistrano, bien conocida del Coyote

Pero El Coyote, ya lo he dicho, es ante todo un western inolvidable. El incondicional del mismo no dudará en reconocer la práctica totalidad de sus arquetipos, de sus elementos escenográficos, de sus personajes recurrentes. La originalidad es situarlo —con alguna que otra escapada al Far West más clásico, incluso, por qué no, a la capital Washington o a los escenarios de la guerra civil— en esa California cuya herencia hispana todavía lo impregna todo, con sus grandes haciendas, con sus decadentes misiones de evocadores nombres españoles (San Juan de Capistrano, por ejemplo), con sus pobres pero dignos campesinos.

El western es un género ante todo activo, y la debilidad de Mallorquí por el diálogo no le impidió manejar espléndidamente los resortes de la acción. Una de las obras maestras de la serie es El Coyote acorralado (EC 5), situada en el escenario cerrado de un valle en el que se penetra únicamente por un cañón angosto y poco accesible, desarrollándose en dicho lugar una mortal cacería entre el enmascarado y la banda que ha encontrado allí un viejo tesoro azteca y está matando a todo aquel que tiene la mala fortuna de rondar por los andurriales. Sustituyendo al protagonista por un cow-boy errante y de mediana edad, tendríamos un western típico del gran Budd Boetticher, pues encierra buena parte de las cualidades de las películas que este rodó con Randolph Scott: un villano carismático, un extraordinario paraje natural para la acción (el lector visualiza con facilidad todo cuanto sucede en el relato) y un laconismo ético en verdad admirable.

Un sugerente episodio del Coyote, de aroma fantasticoTambién debe destacarse la versatilidad del autor, su capacidad para abordar diferentes registros del género. Así, por ejemplo, en La marca del Cobra (EC 16), el inicio diríase propio de esa vertiente del género que durante los años setenta recibió el adjetivo de dirty, y en concreto recuerda mucho, por la ambientación y las incidencias, el film de Joseph L. Mankiewicz El día de los tramposos (1970). Ese arranque se sitúa en uno de esos penales del Far West situados en medio de la nada, justo en el momento en que uno de sus reclusos va a ser ahorcado y, rabioso por no poder vengarse del cómplice que debería estar compartiendo su suerte, consigue la promesa de otro preso de que, a cambio de decirle cómo puede fugarse de la prisión, será su brazo ejecutor. En otro episodio, Una sombra en Capistrano (EC 19), Mallorquí propone, inesperadamente, una intriga sobre supuestas maldiciones familiares y reencarnaciones de personalidad que, teniendo en cuenta la importancia de las misiones en la trama, recuerda considerablemente al muy posterior Vértigo (1958) de Hitchcock.

Mallorquí creó una considerable galería de secundarios, unos principales y otros esporádicos, con los cuales tejió un denso mosaico humano. Entre los principales destaca, tras la pronta salida de su primera esposa, la segunda, Guadalupe, inicialmente la hija de su mayordomo, enamorada en silencio de César desde su infancia y que con el tiempo acabará ocupando su corazón. Mallorquí acertó al construir este amor sin la menor altisonancia romántica por parte del protagonista: más que pasión, lo que siente es un cariño trabado en la admiración por esa mujer de cabeza lúcida y espíritu intrépido que, además de otorgar la estabilidad doméstica que necesita, le ofrece el amor incondicional y la ayuda oportuna en más de un momento, ya que ella también conoce su identidad mucho antes de que acaben unidos en matrimonio.

No falto el presidente Grant en la serie de El CoyoteOtros personajes fueron don Goyo Paz, otro rico hacendado, de la edad de su padre, con el que comparte el mismo espíritu de hidalguía que lo lleva a deshacerse en continuas baladronadas contra ese invasor al que nunca aceptará y cuyo perpetuo mal genio (que César estimula con notable malicia) viene temperado por su buen corazón. También cobra especial importancia su hijo, también llamado César, con el que además Mallorquí jugó sabrosamente con la posibilidad, a la que el público de la época estaba acostumbrado en la narración popular, de que acabara sucediendo a su padre: el autor dejó bien claro que, pese a su valor y buenas intenciones, el vástago nunca podría estar a la altura del progenitor, estorbándole incluso en alguna de sus aventuras. En fin, la lista de secundarios es interminable: los hermanos Lugones, fieles servidores del Coyote hasta la muerte; los frailes que malviven en lo que queda de las misiones católicas, a los que el protagonista socorre continuamente; Edmons Greene, el cuñado estadounidense de César, personaje positivo que deja bien clara la actitud del autor… Incluso aparece en varios episodios el mismísimo presidente Ulysses S. Grant para solicitar la ayuda (extraoficial, claro: el Coyote es un proscrito) del justiciero.

No faltaron las mujeres carismáticas de enorme atractivo, que permitieron al escritor jugar con el entrañable concepto de femme fatale. Eso sí, Mallorquí no supo resistirse al tópico de que todas ellas cayeran arrebatadamente enamoradas del Coyote (aunque inicialmente su propósito fuera perderlo), mientras que él resiste estoicamente la tentación. Uno de los mejores ejemplos, que presenta la originalidad de que la mujer no se enamore del enmascarado sino de su encarnador (sin saber que ambos son la misma persona) se encuentra en El exterminio de la «Calavera» (EC 9), episodio en el que aparece Ginevra Saint Clair, una bella aventurera de agitado pasado que llega a Los Ángeles para averiguar la identidad secreta del Coyote y cae enamorada de César de Echagüe, pues el hacendado, sospechando de ella, no duda en enredarla con sus dotes de seducción, desmintiendo así la supuesta falta de virilidad con que se conduce ante todo el mundo: los diálogos que se ponen en boca de los personajes poseen tan arrebatador encanto, que resulta altamente verosímil el raudo enamoramiento. Por cierto que es otro buen ejemplo del menosprecio de la Censura por esta literatura el que este episodio, publicado en 1945, colara a los guardianes de la moral una noche de apasionado amor entre los dos personajes centrales en una cabaña en medio de la naturaleza.

Otro gran episodio de El CoyoteLa prueba del triunfo de El Coyote es que llegó un momento en que la serie funciona por su excelsitud narrativa y por la capacidad del autor para insuflar de vida a cualquier personaje. Un magnífico ejemplo se encuentra en La gloria de Don Goyo (EC 53), que supone una de las obras maestras de la serie. La trama se ubica en el final justo de la Guerra de Secesión y su protagonista es un coronel del Sur, Dale Corrigan, que recorre las tierras de California con un cargamento de oro que ya sabe que le será inútil a la derrotada Confederación. Para quien piense que el sustrato dramático de la serie consiste siempre en una banal apología del sempiterno triunfo de la nobleza encarnada por el Coyote sobre la maldad del mundo, se tropezará con un relato muy amargo, que contiene una inolvidable exposición de la corrupción moral que provoca, inevitablemente, la guerra. En este sentido, hay momentos extraordinarios, que en rigor nada aportan al desarrollo lineal de la trama, pero que le otorgan su magnífica atmósfera de aspereza emocional: así, el instante en que el joven soldado sudista que va a ser linchado por una turba enloquecida ante la noticia del asesinato de Lincoln. Mallorquí centra la escena en las reflexiones del pobre diablo (que tampoco merece mucha compasión: acaba de traicionar a su superior, atrayendo sobre él la persecución del coronel nordista que ansía el oro), identificando como pocas veces al lector con un condenado a muerte para comprender mejor lo absurdo que es decidir la ejecución de un semejante. El episodio narra además una bella historia de amor entre un soldado que, en el cruel momento de la derrota, renueva su esperanza en la vida y una mujer que ya se había resignado a la estéril soltería tras ser abandonada por su prometido a causa los mismos vaivenes de la guerra. Pues bien, en este tristísimo episodio, Mallorquí se niega a darle a su pareja el consuelo de la paz y el mismo Coyote asiste con impotencia a la destrucción de sus ilusiones, sin que nada pueda hacer: en esta ocasión su mano justiciera no llegará a tiempo2.

Como me sucede con muchos de los autores que son objeto de mi devoción, como Henry James, Julio Verne o G. K. Chesterton, uno de los placeres que ofrece El Coyote es saber que es tan larga su saga que siempre me quedará algún episodio por descubrir (y en este momento son más los que no he leído, claro). Invito al curioso a conocerlo por sí mismo, sin complejo ni suficiencia. Declaro sin rubor que los dos autores españoles que más he leído y con más devoción en los últimos tiempos no pueden parecer más antagónicos, Juan Benet y nuestro José Mallorquí. Y no me parece incompatible sentirlo: allá quien limite sus placeres lectores con obligaciones en mayúscula que César de Echagüe habría ridiculizado con sumo placer.

El cine no hizo la justicia que merecia al Coyote

1 Extra nº 3 de la edición original de Clíper (1944). Se encuentra en el número 6 de la edición Forum de El Coyote.

2 En honor a la verdad, debe consignarse que Mallorquí prosiguió la trama en los dos episodios siguientes, El camino del «Miedo» y Traición en Monte Brumas, y aunque en el final, precipitado, del último acaba reuniendo a la pareja, el tono general de esta aventura en tres partes es enormemente sombrío y el destino del capitán sudista no parece que pueda enderezarse. Es una pena esa concesión final al happy end porque sin duda figura entre los puntos álgidos de la serie.

Bibliografía básica:

– Eguidazu, F.: Una historia de la novela popular española. 1850-2000. Ediciones Ulises, 2020.

– Vázquez de Parga, S.: Héroes y enamorados. La novela popular española. Glénat, 2000.

– VV. AA.: La novela popular en España (2 vol.). Robel, 2000.

El Coyote (El Diablo en Los Ángeles. Don César de Echagüe), edición de Cátedra (colección Letras Populares), 2013. Contiene un artículo evocador de César Mallorquí, hijo del autor, y un excelente estudio previo del especialista Ramón Charlo.

– Aguilar, C.: José Mallorquí. El Oeste es español, artículo incluido en el especial Bolsilibro & Cinema bis, coordinado por Javier G. Romero (2012).

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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3 respuestas a El noble escepticismo de El Coyote

  1. josmaraj dijo:

    Yo tengo la colección completa. No la de ediciones fórum, si no una que sacó Planeta Agostini allá por los primeros años del 2000. Aunque me enganché al personaje leyendo novelas sueltas de la de fórum, que tenía mucha más calidad, la de Planeta Agostini tiene algunos unos fallos de imprenta bastante groseros.

    El Coyote es un personaje que si se le pudiera dar un tratamiento moderno, como hacen en Hollywood con sus personajes recurrentes, podría haber dado lugar a secuelas en el cine que hubieran podido tener éxito. Las películas que se hicieron en los años 50, y las modernas con José Coronado, presentan un personaje y unas tramas acartonadas y demasiado pegadas al argumento de las novelas, no sé si por imposición de quienes tengan los derechos, y eso se traduce en unas películas con un lenguaje visual que no engancha para verlas.

    Como bien dices, su fuerza radica en el exotismo del escenario del western por un lado típico y por otro lado con un esqueje hispano, en la multiplicidad de recursos que el autor utilizaba (como buen autor de pulp mezcla géneros, y hay novelas con registro de suspense estilo Ágata Christie, o incluso con trazas de terror sobrenatural, con indios hechiceros que hipnotizan, leen el pensamiento y cosas así), lo que lo hace entretenido para leer, sin perder un cierto marchamo de verosimilitud histórica en su ambientación, y en los personajes. La profusión de diálogos que no conducen a nada y no suponen avance en la novela es lo peor, yo tiendo a saltármelos.

    Y por supuesto la mejor baza es el gran retrato que suele hacer de todos los personajes: son humanos, tienen una cierta complejidad, y van evolucionando a lo largo de la saga. Lo que permite una identificación con ellos que favorece el interés en seguir leyendo los siguientes números.

    Hay dos cosas que dices que yo matizaría. En primer lugar, el discurso de César de Echagüe y la visión de Mallorquí sobre la irrupción de los norteamericanos es equilibrada porque critica sus excesos pero al mismo tiempo comprende que representan el mundo nuevo que está por venir, cierto, pero la crítica a la actitud hidalga y trasnochada de los viejos españoles, Don Goyo, o César padre, es de forma pero en absoluto de fondo. Cuando César de Echagüe debate en las novelas con yanquis sobre la labor de España en California, defiende a pie juntillas la visión que la propaganda nacional del momento establecía. Lo cual era lógico ya que concurría con el pensamiento antiamericano imperante en la época, de aversión a esos Estados Unidos imperialistas sin escrúpulos que nos robaron las últimas colonias y eran responsables de, como diría un señor bajito y bigotudo cuyo nombre, en la lengua de Mordor, no pronunciaré aquí, el cerco económico al que el contubernio judeo-masónico sometía a esta reserva espiritual de Occidente.

    Y en segundo lugar el papel de las mujeres en las novelas del Coyote, que creo no es de subordinación al personaje masculino. El romanticismo impregna sus actos, también afecta a los de los personajes masculinos, ya que es un componente indispensable de estos seriales de la época (también los radiofónicos); pero, con la excepción del personaje principal, Guadalupe la esposa del Coyote que sí se ve relegada al papel de abnegación y apoyo al héroe, el resto de las mujeres que salen en las novelas del Coyote, son mujeres de rompe y rasga, que sin perder la feminidad, y con sus propias armas, tienen su propia iniciativa, una acusada personalidad, y se enfrentan a los hombres en un juego de lucha donde su inteligencia hace que estos se vean muchas veces contra las cuerdas, cuando no pierden la partida directamente. Mallorquí les daba el mismo trato en cuanto a caracterización que a los personajes masculinos, no sé si podría decirse que fue un adelanto en su época.

    Decididamente, la versatilidad en cuanto a los temas a tocar es uno de los muchos puntos fuertes de este blog. Un saludo y muchas gracias por este artículo.

  2. josmaraj dijo:

    Una última cosa: ya que hablas del pasaje erótico de la novela del exterminio de la Calavera, si puedes lee el último capítulo de La Hacienda trágica, donde el Coyote consuma su matrimonio con Guadalupe. No se puede contar de manera más elegante y al mismo tiempo directa. Lo de la censura franquista, que no vio problema en esto, y luego en otro caso prefería encubrir un adulterio haciéndolo pasar por un incesto, es para echarse a reír.

    • Caramba, muchas gracias por respuesta tan extensa. Sí, conocía que existe una edición posterior a la de Forum, pero no he conseguido entrar un solo ejemplar en las librerías de viejo, mientras que de la anterior es fácil. Con independencia, por tanto, de la peor calidad de edición que señalas es evidente que debió de tener un menor impacto entre el público, se vendió mucho menos, etcétera.
      No sé si te has leído toda la colección, con lo cual es evidente que tu conocimiento será muy superior al mío. He redactado este artículo con entusiasmo después de unos cuantos arreones de lectura en los últimos años, pero no llegan a cincuenta los títulos que conozco directamente.
      Lo primero: es en verdad lastimoso que El Coyote no haya sido aprovechado para crear un mito a su altura en el audiovisual español, ya fuera en cine o incluso en televisión. La película de Coronado no la he visto pero las dos de los años cincuenta sí, y es una pena. Los elementos recurrentes sobre los que Mallorquí basa su saga son tan sabrosos que, evidentemente, funcionan mejor dentro de un ciclo que aisladamente. Seguramente, la lectura de uno, dos (o cuatro o cinco) aventuras no termina de revelar su grandeza, que se va afirmando a medida que aumenta nuestro conocimiento.
      En cuanto a tus precisiones: sobre la ecuanimidad ante la conquista estadounidense y la crítica a la hidalguía, ciertamente he temido incurrir en el anacronismo. Es evidente que El Coyote responde a la ideología del momento, como no podía ser de otro modo: es fácil imaginar que el mismo escritor compartía ese orgullo por la huella hispánica en el mundo. Pero también que se esfuerza por no contaminarlo de prepotencia o de ridícula presunción. A eso me refiero al hablar del concepto de hidalguía de César. Por supuesto, el personaje responde al modelo de hidalgo en sentido espiritual, pero distingue muy bien esa esencia del exceso de palabrería y, sobre todo, advierte de las consecuencias de creerse en otros tiempo.
      Sobre las mujeres, sí, por supuesto, es notoria la personalidad que manifiestan, sobre todo esas aventureras señaladas (pienso por ejemplo, en la muy interesante Analupe), e incluso las propias esposas del protagonista dan buena muestra de su carácter. Me refiero al tópico de que todas ellas prácticamente caigan rendidas ante El Coyote (repito: en los libritos que me he leído; de ahí que tampoco pretenda ser tajante).
      Me apunto «La hacienda trágica» para mi próximo ciclo de lectura coyotera. He tenido un mes complicado desde el punto de vista de ocupaciones y preocupaciones, y El Coyote me ha salvado verdaderamente de caer en una espiral de estrés, y entre otras razones por lo sana que es su lectura. Mayor agradecimiento no le puedo tener.
      Un abrazo y mil gracias por el intercambio de ideas.

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