En Recuerda que has leído: El hombre que cayó en la Tierra

El hombre que cayó en la Tierra

Acabo de publicar en Recuerda que has leído una reseña sobre una de las novelas que más me ha sorprendido de los últimos tiempos, en buena medida porque no me esperaba su gran calidad. Se trata de El hombre que cayó en la Tierra, una historia que yo conocía de una película de los años 70, con David Bowie como protagonista, que recordaba como una obra muy curiosa, la historia de un extraterrestre que llega a nuestro mundo desde su propio y moribundo planeta, con el objeto de convertirse en cabeza de puente para la futura venida de su ya muy diezmado pueblo. Ahora bien, la primera sorpresa que recibe el lector es que ni va a encontrarse ante la crónica de ortodoxa invasión de la Tierra al estilo de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, ni tampoco frente a una especulación sobre el futuro de la humanidad al recibir la visita de una civilización muy superior, como El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke. Bien al contrario, estamos ante una novela «intimista», que se inscribe en esa noble tradición de la mejor ciencia-ficción que habla del ser humano coetáneo bajo el formato de una fantasía futurista. Por cierto, que el autor del libro, Walter Tevis, tiene otra novela conocida (aunque, una vez más, antes por el cine que por la literatura), y es nada menos que El buscavidas (1958). Por sus tramas, diríase que nada tienen que ver, pero ambos libros comparten esa misma mirada desencantada sobre los Estados Unidos del momento, versan sobre individuos que no terminan de encontrar su lugar en el universo (en el caso de la segunda novela, de modo litaral) y basan parte de su atmósfera en el profundo desencanto existencial que envuelve a sus protagonistas

En Recuerda que has leído: El hombre que cayó en la Tierra

Sin embargo, no voy a hablar aquí de la novela, que para eso está la publicación de la que proporciono enlace. Lo que sí voy a aprovechar es para completarla mediante un comentario de la película ya que, después de todo, si no la hubiera conocido jamás habría comprado el libro. Se trata de un film que, por lo que yo sé, no conoció estreno comercial en nuestras pantallas, aunque luego se ha recuperado en formato doméstico, festivales especializados y demás (curiosamente, entre libro —en su última edición en nuestro país, en la editorial Contra, si bien retoma una traducción anterior— y película el título varía en la preposición escogida: en este caso es El hombre que cayó a la Tierra).

Cartel original de El hombre que cayó a la TierraSe trata de una producción estadounidense de 1976, cuarta película dirigida por Nicolas Roeg, quien previamente había sido un excelente director de fotografía y que pocos años atrás había iniciado una carrera como realizador que despertó grandes esperanzas pero que poco a poco fue difuminándose, hasta el punto de estar hoy bastante olvidado. De hecho, sus dos anteriores películas siguen siendo lo mejor de toda su filmografía. La primera me parece una de las piezas más sugestivas y fascinantes de su época: Walkabout (1971), una misteriosa fábula iniciática, de atmósfera embriagadora y malsana, situada en el solitario interior de Australia, que convierte en un paraje de abstracta irrealidad que Peter Weir tendría muy en cuenta para su famosa Picnic en Hanging Rock (1975). La segunda, más conocida, Amenaza en la sombra (1973), está ambientada en Venecia, donde desarrolla un drama emocional acerca de una pareja que acaba de perder a su hija pequeña, y que acaba revistiendo la forma de un thriller abstracto con elementos parapsicológicos. El hombre que cayó a la Tierra coincide con ellas en que se trata de un film difícil de clasificar y de todo punto extraño. Ahora bien, si en ocasiones esta condición supone cualidad, en otras es irritante defecto. Y la adaptación cinematográfica de la novela de Tevis, si bien durante su primera mitad atrae, poco a poco se va hundiendo sin remisión.

En primer lugar, resulta evidente que la propia singularidad de David Bowie se aviene de forma coherente, incluso sugestiva, al personaje protagonista: su extrema delgadez, su rictus enigmático, la famosa divergencia cromática de sus ojos… Aparte de algunos cortos y videos, la experiencia del cantante como intérprete era mínima, y la película suponía su debut en el campo del largometraje comercial. Si bien luego participaría en muchos otros títulos, dejando ya bien claras sus limitaciones interpretativas, la «virginidad» ante la cámara que manifiesta aquí traduce muy adecuadamente la propia indefensión de Newton. Ahora bien, hay que decirlo, la presencia de Bowie no se debe tan solo a su adecuación física al personaje sino que constituye, ya de entrada, un manifiesto de las pretensiones de los responsables de la película, que ni mucho menos eran realizar una mera adaptación de la novela.

El hombre que cayó a la Tierra, película, pretende erigirse como una pieza de rock psicodélico o un himno minimalista (por mucho que su puesta en escena se base, ante todo, en el énfasis y el subrayado) a esa cultura libertaria surgida en mayo de 1968, con todos sus elementos fundamentales: la liberación sexual, el culto a las drogas, el amor libre, el mensaje anti-establishment, etcétera. El admirador del libro tiene derecho a sentirse irritado, no tanto por la opción interpretativa (legítima), sino porque el mejunje está concebido con una pretenciosidad, una falta de sentido de la medida y, sobre todo, una mediocridad de concepto que tiran por la borda las ambiciones del planteamiento, que podía haber completado de forma muy interesante la propuesta del libro.

El guion, en líneas generales, respeta la trama original hasta el momento en que Newton es capturado por las fuerzas gubernamentales, para navegar por su cuenta desde aquí. Ahora bien, hay importantes modificaciones a través de las cuales se filtra el muy diferente panorama social y cultural en que se filmó la película: pocas veces habrán parecido más lejanos los trece años que van del original a la adaptación.

David Bowie y Candy Clark, Newton y Mary-Lou

Fundamentalmente, la película otorga una dimensión fundamental a un elemento que en el libro es eludido o rechazado: el sexo (es impensable que el extremadamente frágil Newton —que se rompe una pierna solo por la velocidad de subida de un ascensor— busque siquiera el roce de otro ser). En cambio, el guion rejuvenece al personaje femenino (y si bien mantiene su misma ingenuidad, la interpretación de la actriz Candy Clark acaba exagerando ese rasgo hasta la pura bobaliconería) y lo convierte en la amante de Newton. Este cambio aporta una sugerente variación al original. La exploración que Newton hace del cuerpo de Mary-Lou la primera vez que se acuestan da pie a una buena escena, que se complementa bien con aquella otra, situada más adelante, en que por fin el protagonista revela a la muchacha su verdadero aspecto físico y esta, por mucho que intenta volver a acostarse con él, no puede soportar el asco que le da. La sugerencia de este momento radica en que, en montaje paralelo, vemos cómo dos cuerpos recubiertos de una sustancia gelatinosa retozan en lo que parece el acto sexual propio de las criaturas del planeta de Newton, haciendo lo que ahora la joven terrestre se siente incapaz de hacer. Se trata, por tanto, de una buena expresión visual de la diferencia sustancial que, pese a las apariencias, existe entre el protagonista y los habitantes del planeta a donde ha marchado.

En cambio, el otro personaje, el profesor Nathan Bryce, imborrable en el libro, aquí resulta sencillamente incoherente, pese a que al menos lo interpreta el mejor actor de la película, el gran Rip Torn. El hombre prematuramente envejecido, de vida misantrópica y que no parece capaz de relacionarse con nadie, da paso a un tipo extrovertido e incontenible seductor de alumnas cuya repentina fascinación por el misterioso revolucionario de la tecnología no resulta muy coherente. En la novela, esa extrema soledad no solo justifica que su descubrimiento de Newton suponga el estímulo que necesitaba su inteligencia sino que la afinidad espiritual entre ambos fluye de modo natural. Sin embargo, en la película, al ser otro el personaje, su relación con el protagonista queda desdibujada. Además, su tratamiento es muy ambiguo, ya que incluso parece sugerirse que pueda ser otro de los infiltrados del gobierno en el entorno de Newton.

En cualquier caso, y como ya he dicho, la película funciona durante su primera mitad. La particular aureola que otorga Bowie al personaje —tan distante que diríase que, en efecto, le separa una distancia sideral con respecto a cuantos le rodean— y la buena idea de convertirlo en viajero incansable que recorre el país en su coche con chófer, prolongando así su condición de nómada espacial, crean la debida atmósfera, pese a que las imágenes incurren en un feísmo que desmiente la belleza de las dos películas previas de Roeg. La mejor idea visual, y que supone otra acertada variación con respecto al libro, radica en que, desde la mitad de la película, la película incluye, a modo de evocaciones o quizá intuiciones, imágenes del desolado planeta natal de Newton y de la mujer y los dos niños a los que dejó allí, de tal modo que asistimos a su despedida y, a medida que avanza la trama y se materializa el fracaso de su empresa, languidecen y acaban muriendo. Son estas escenas, curiosamente, las únicas en las que encuentra paralelo la insondable tristeza del libro.

El planeta desolado de donde procede El hombre que cayó a la Tierra

Ahora bien, desde el momento en que Newton es detenido, la película ya deja de poseer el menor interés y deviene insoportable. Roeg intenta impregnarla de una atmósfera de decadentismo más bien irrisorio, a partir de la idea de que pasan los años y el extraterrestre se mantiene joven y lozano (en su prisión) mientras, a su alrededor, todos envejecen, subrayándolo con la reaparición de unos Mary-Lou y Bryce viejos y fofos. La falta de explicaciones, en vez de aportar misterio, resulta meramente caprichosa y David Bowie deja de resultar singular y se hace monótono. Nada que ver con la memorable conclusión del libro, como invito a conocer desde estas líneas.

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: El hombre que cayó a la Tierra / The Man Who Felt to Earth. Año: 1976

Dirección: Nicolas Roeg. Guion: Paul Mayersberg; novela de Walter Tevis. Fotografía: Anthony Richmond. Música: John Phillips y Stornu Yamashta. Reparto: David Bowie (Newton), Candy Clark (Mary-Lou), Rip Torn (Bryce). Dur.: 139 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a En Recuerda que has leído: El hombre que cayó en la Tierra

  1. singleflowerok dijo:

    ¡Bella entrada!

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