Makoto Shinkai: el anime de la pérdida

Your Name, el gran exito de Makoto Shinkai

En 2016, una película conocida fuera de Japón por el nombre en inglés de su distribución internacional, Your Name, consiguió la proeza de descabalgar, después de quince años, al título que ostentaba la condición de film más taquillero en la historia del cine patrio, nada menos que el maravilloso El viaje de Chihiro (2001). Más asombroso todavía, el nuevo líder del box office nacional era otro film de animación, remarcando la importancia del anime en el seno de la cinematografía nipona: es más, dentro del boom actual de este género, considero (y no soy el único, claro) que el país donde se hacen sus mejores películas es en Japón, tanto más meritorio teniendo en cuenta que mantiene con valentía una apuesta por el dibujo «clásico», frente a la tridimensionalidad digital que encabeza Pixar. El director de Your Name se llama Makoto Shinkai. Inevitablemente, ha sido comparado en alguna ocasión con el venerable Hayao Miyazaki. Es cierto que Shinkai se sitúa a la estela del maestro en sus características visuales básicas (la predilección por el dibujo nítido, el colorismo bello y suave), que él personaliza mediante un hincapié incluso obsesivo en el hiperrealismo de los escenarios, las texturas y los objetos, sobre todo los tecnológicos. Ahora bien, su campo temático no es la aventura iniciática sino las historias de aliento romántico, unas veces con cobertura fantástica y otras realista, por lo común protagonizadas por adolescentes, sintetizando de modo muy atractivo esos dos géneros que los japoneses llaman shojo (en teoría orientados hacia las chicas por su contenido sentimental, cuyo escenario principal suele ser el instituto) y shonen (más activo, puesto que se dirige, una vez más de modo teórico, a los muchachos, admitiendo todo tipo de tramas).

Además de varios cortos, Shinkai ha rodado hasta la fecha cinco películas. Las cuatro primeras se han estrenado en nuestro país en formato doméstico —como la práctica totalidad de los títulos más conocidos del anime, exceptuando los de Miyazaki y varios de Katsuhiro Otomo, el creador de Akira—, recibiendo los títulos de El lugar que nos prometimos (2004), 5 centímetros por segundo (2007), Viaje a Agartha (2011) y El jardín de las palabras (2013). La quinta, Your Name (2016) es la única que ha llegado directamente a salas, aprovechando un momento en que la distribución hispana, siempre tan remisa a la animación japonesa, está apostando por este camino, que no sé si perdurará pues, por lo general, la acogida no está siendo precisamente espectacular (es el caso de Your Name, cuyo estreno fue muy fugaz).

Makoto Shinkai, el nuevo genio del animeAun cuando la tercera, Viaje a Agartha, sin renunciar a todas sus constantes habituales, explora un terreno diferente (es la más miyazakiana, y quizá por ello la peor de todas), sus películas manifiestan una serie de leit-motivs visuales y argumentales que se repiten de una a otra, componiendo por tanto eso que los críticos de la escuela francesa llamarían «cine de autor». El tema central que se repite de modo obsesivo en su filmografía es el de la pérdida como símbolo de la resistencia a hacer el tránsito definitivo de la adolescencia a la edad adulta. El clásico héroe (o antihéroe) de Shinkai recuerda los años dorados de su estancia en el instituto asociados a una persona amada de la que fue separado sin que ambos tuvieran tiempo para confesarse plenamente su atracción. La distancia temporal entre ese pasado idealizado y el presente oscuro y solitario viene remarcada, generalmente, por una elipsis brutal que abarca incluso varios años.

Por ello, es fundamental la narración con voz superpuesta a las imágenes mediante la cual el protagonista rememora, reconstruye o estiliza ese pasado del que no quiere recuperarse, con la esperanza de que esa presencia añorada resida en la misma ciudad que él y un día cualquiera vuelva a encontrarla. Shinkai, por ello, es un maestro de la ausencia, que hace descansar la atmósfera de sus historias sobre el vacío. Sus personajes se sienten siempre solos, ya sea en un jardín o en un entorno natural que no comparten con nadie más, o en el ámbito de la gran megalópolis tokiota. Los espacios más recurrentes del autor son las vías o los vehículos que debieran comunicar a la gente y, sin embargo, no parecen conducir a ninguna parte, en especial las estaciones de tren y los vagones, ya sea con mínimos pasajeros o con una multitud que, sin embargo, aparece igualmente ensimismada, atendiendo a sus propias soledades. No extraña la frecuencia con que llueve o nieva en sus películas, puesto que son los elementos meteorológicos que más asociamos con la soledad: pocos saben mostrar, como él, mayor belleza melancólica en una imagen inundada por copos de nieve.

La Torre, al fondo de este poster de El lugar que nos prometimosEl debut del autor, El lugar que nos prometimos (2004), viene compartido con un co-director, Yoshio Suzuki, cuyo currículo, no muy amplio, no contiene ningún otro trabajo en cine, y se ha desarrollado ante todo para la televisión. En cualquier caso, el guion está firmado en solitario por Shinkai (como en todas sus películas, por otra parte) y es ya plenamente característico de él. La originalidad es que la acción transcurre en un Japón que, por razones nunca explicadas (tal vez por un desarrollo diferente de la guerra fría), está dividido en dos partes, como Corea. En concreto, la isla norteña de Hokkaido fue invadida por un país conocido como la Unión (Soviética, se entiende) y ahora se llama Ezo, del mismo modo que, en el sur, los Estados Unidos parecen ejercer una tutela superior al del mero aliado. El símbolo de esa división es una particular construcción situada en Ezo, la enigmática Torre de la Unión, que, en la lejana distancia, parece un enorme e inacabable filamento que se proyecta hacia el cielo.

Los protagonistas son dos amigos que comparten clase en el instituto de la población más cercana a la frontera con el norte: Hiroki y Takuya (distinguibles porque el segundo es menos romántico, más introvertido, y usa gafas), los cuales, fascinados por la Torre, de la que no se sabe prácticamente nada por el completo hermetismo de la información entre ambas fronteras, han forjado el proyecto de volar hacia ella en un avión, el Velaciela, construido por ellos a partir de diversas piezas obtenidas de todas partes. Una chica de su mismo instituto, grácil y soñadora, Sayuri (atraída obviamente por Hiroki), busca con timidez su compañía y acaba siendo invitada a compartir su secreto. Después de vivir unas mágicas vacaciones, en la estación de tren abandonada que los dos muchachos han convertido en su hangar, los tres pronuncian el juramento de viajar juntos a la Torre. Sin embargo, justo a continuación Sayuri desaparece inexplicablemente de sus vidas. El desaliento que su ausencia les provoca mina su amistad y se separan sin haber concluido el avión.

La brusca elipsis nos sitúa tres años después. Hiroki marchó a Tokio, a esconder su añoranza de Sayuri entre sus diez millones de habitantes («sin que haya ninguno de ellos a quien desee ver o hablar», señala). Takuya trabaja en una agencia gubernamental encargada de estudiar la Torre, puesto que los científicos han descubierto que posee la extraña facultad de transformar el espacio que la rodea, amenazando con extenderse cada vez más y devorar toda la «realidad». Shinkai incorpora así la entrañable temática de las dimensiones paralelas, que aborda bajo la singularmente bella explicación de que su origen estriba, literalmente, en que «el universo sueña» y esos sueños crean las nuevas realidades. Y es que Sayuri lleva todo ese tiempo presa de un extraño mal, una enfermedad del sueño que la ha mantenido postrada en el lecho desde entonces: cada vez que parece pronta a despertar, la realidad paralela alrededor de la Torre aumenta.

Ahora bien, el amor traspasa cualquier barrera. El ensimismado Hiroki sueña asimismo con Sayuri, prisionera en un mundo devastado donde reina la desolación y no hay nadie que pueda ayudarla: su única esperanza es un avión blanco que a veces ve volar por el cielo, y que indudablemente es el Velaciela que fuera abandonado por sus creadores. En medio de una tensa situación internacional en que la guerra entre el norte y el sur es inminente, los dos amigos vuelven a reencontrarse para cumplir la antigua promesa que sellaron con Sayuri, puesto el vuelo a la Torre parece ser la clave de su recuperación. El lugar que nos prometimos, por tanto, se erige como una muy estimable ópera prima, que complica quizá demasiado su desarrollo argumental en su segunda mitad, pero que triunfa rotundamente en su forma de asociar la posibilidad de recuperar el amor con los sueños y las realidades paralelas: no en vano el amor es una realidad paralela en sí misma, sin explicación ni lógica alguna.

Bonito poster de 5 centimetros por segundo

En su segundo largometraje, 5 centímetros por segundo (2007) —el título alude a la supuesta velocidad con que caen los pétalos del cerezo, el árbol emblemático del Japón—, Shinkai depura su propuesta de toda complejidad argumental para centrarse, única y exclusivamente, en su peripecia sentimental. Es más, como prueba de esta «depuración», el metraje del film es mínimo, poco más de 60 minutos, como si se indicara que el resto hubiera sido minutaje prescindible (aunque yo, francamente, creo que sí se hubiera necesitado más espacio para desarrollar la parte final de la historia). La película se estructura en tres partes a modo de segmentos situados en distintos espacios y momentos de la vida de su protagonista, Takaki: a los 13 años, tres años más tarde y finalmente tiempo después, ya adulto, para contar el devenir de su obsesión sentimental por una compañera de colegio, Akari, que marcha a una lejana ciudad del norte y a la que, de hecho, solo verá una vez más, cuando realiza un largo viaje en tren solo para verla.

El primer capítulo narra precisamente ese viaje ferroviario, en el curso del cual Takaki rememora el desarrollo de su relación con Akari, y que viene marcado, de modo fascinador, por la relación atmosférica y argumental entre la tormenta de nieve que marca el viaje (retrasándolo, para zozobra de los dos muchachos) y el temor a la soledad cósmica que esa circunstancia provoca en los dos. El segundo segmento tiene la originalidad de cambiar la perspectiva subjetiva: ese muchacho del que, hasta entonces, habíamos conocido hasta el más íntimo de sus pensamientos, pasa a ser ahora contemplado desde fuera, desde el punto de vista de Kanae, la compañera de instituto que se ha enamorado perdidamente de él pero se ve incapaz de confesárselo, en buena medida porque le amilana la aureola de misterio impenetrable que envuelve al joven. Shinkai abusa aquí de una gentileza en el trato entre ambos que degenera, en más de un momento, en el puro edulcoramiento, pero es verdad que resulta imposible no acabar solidarizándose con esa chica exageradamente tímida y sensible.

El último (y demasiado breve) capítulo retoma de El lugar que nos prometimos la idea del protagonista viviendo en la hiperpoblada Tokio al margen de todo contacto humano, esperando ese hipotético encuentro al que se aferra como única razón para vivir (y de hecho, Shinkai nos cuenta cómo Akari sí se encuentra en la ciudad, a punto de casarse con otro muchacho). El final de la película tiene lugar precisamente cuando, en una barrera del ferrocarril urbano, se entrecruza con una joven que por sus características físicas puede ser Akari, y el joven (¡y el espectador!) espera a que pasen los trenes… para comprobar que la muchacha se ha desvanecido como un espejismo, como sucedió con el amor de su adolescencia.

Viaje a Agartha, de Makoto ShinkaiLos dos siguientes títulos suponen un descenso cualitativo en la trayectoria de Shinkai. El primero de ellos, Viaje a Agartha (2011), paradójicamente, es un obvio (aunque comprensible, claro) intento de aumentar el grado de ambición de las previas películas con el propósito de de homologar su cine al de los grandes autores y corrientes del anime. Ahora bien, Shinkai comete el error de poner sus ojos en ese hombre del que tantos seguidores lo proclaman discípulo, Miyazaki, para ofrecer una variante de El viaje de Chihiro, con elementos extraídos de otras de sus películas. Su protagonista, por ello, es una niña al borde de la adolescencia que se interna en un país mágico —Agartha es una tierra fabulosa de la tradición oriental que el misticismo occidental (por ejemplo, la teosofía) ha querido convertir en reducto de la pureza ancestral de la humanidad— que parece constituir un acceso al reino de los muertos y, por tanto, a la posibilidad de recuperar a los seres perdidos, no en vano ella arrastra la pérdida traumática de su padre (he aquí la personalización sobre el tema favorito del autor). Confusa y relamida ya sin freno alguno, interminable (las dos horas, estándares en cualquier cineasta, en Shinkai se hacen eternas), lo peor de Viaje a Agartha es que resulta innecesaria en la trayectoria de un autor que, con todo, debió de comprenderlo, cerrando un capítulo de grandeur en el que, es evidente, no se siente cómodo.

El jardín de las palabras, de Makoto ShinkaiTal vez por ello, su inmediato largometraje, El jardín de las palabras (2013), supone un regreso a sus mundos sentimentales y sus texturas ambientales favoritas, incluso reduciendo el metraje más que nunca: 45 minutos. La historia es igualmente sencilla: la atracción que surge entre un estudiante de instituto solitario cuyo sueño es convertirse en diseñador de zapatos (!) y una muchacha veinteañera que parece todavía más sola y abandonada, al borde del alcoholismo. Sus encuentros se producen en un pequeño kiosco situado en medio del parque de Shinjuku (al lado de la famosa estación tokiota), siempre en días de lluvia, una vez más símbolo de soledad, aun cuando en este caso sirva para unir a dos solitarios. Shinkai ofrece su repertorio habitual —narración con voces en off alternas de los dos personajes, hiperrealismo de los ambientes, valoración del vacío, historia de amor que solo puede concluir con separación…— con el propósito de ofrecer un cuento sentimental de obvias pretensiones minimalistas. El problema es que los dos personajes no resultan tan interesantes como Shinkai cree, el lirismo deviene cursilería y el minimalismo acaba pareciendo más bien un capricho atmosférico, por no hablar de que la revelación final de que ella es profesora del mismo instituto que él y su depresión viene motivada por un escándalo escolar carecen del adecuado desarrollo dramático: como sucedía en 5 centímetros por segundo, por una vez la escueta duración resulta demasiado abrupta. Con todo, resulta un film agradable y se aprecia mejor si lo consideramos un alto en el camino para coger fuerzas, recuperando sensaciones después del fracaso de Viaje a Agartha, para afrontar un nuevo y más ambicioso trabajo.

Your Name, de Makoto ShinkaiPodría decirse que Your Name (2016), seguramente la mejor película del autor hasta el momento, constituye la síntesis perfecta de las anteriores, en cuanto que narra una vez más una fábula romántica en torno al tema de la pérdida (como 5 centímetros y El jardín), pero bajo la cobertura de un relato de ciencia-ficción tal como en su ópera prima, cuyos parámetros son fundamentales para trabar la relación entre sus dos protagonistas. Su planteamiento argumental resulta bastante original: dos adolescentes de instituto, un chico llamado Taki y una chica llamada Mitsuha, él habitante de Tokio y ella de un pueblecito llamado Itomori, descubren que algunos días a la semana despiertan cada uno en el cuerpo del otro. Después de la sorpresa inicial —divertidamente señalada por el gesto de tocarse con incredulidad los respectivos órganos turgentes, los pechos y los genitales: eso sí, pasa el tiempo y, distintivo muy masculino, Taki sigue tocándose los pechos cada vez que despierta en el cuerpo de la muchacha—, ambos acaban disfrutando sus respectivas aventuras e incluso alcanzan un necesario grado de complicidad. Esto es, después de darse a conocer su respectivo nombre por el sencillo procedimiento de escribírselo en la palma de su mano, al final de cada jornada «usurpada» anotan en el diario de sus respectivos móviles lo que cada uno ha hecho para así informar al otro e, incluso, se echan una mano mutuamente, aprovechando el nuevo carácter que «controla» el cuerpo ajeno. Así, él se hará respetar entre sus condiscípulos, que gustan reírse de Mitsuha por ser la hija del controvertido alcalde, y ella tomará la iniciativa que le falta al tímido Taki para realizar avances románticos con la compañera de trabajo por la que se siente atraído.

Shinkai desarrolla esta trama bajo un agradable aire de ciencia-ficción juguetona (en la línea de otro anime muy bien considerado por los aficionados: La chica que saltaba a través del tiempo, dirigida en 2006 por Mamoru Hosoda) que se construye, como era previsible, en torno al juego de repeticiones y recurrencias. Con estos ingredientes, la película se sigue con simpatía pero sin especial apasionamiento, e incluso se intuye pronto el posible agotamiento de la fórmula. Sin embargo, determinados elementos invitan a pensar que Shinkai todavía no nos lo ha contado todo, en especial el extraño presagio que rodea el inminente paso, muy cerca de la Tierra, de un cometa que porta el siniestro nombre de Tiamat —nombre de una monstruosa diosa-serpiente de la mitología babilonia—, que además es el episodio con el que se inició la película, dejando claro que, de algún modo, marca el inicio del intercambio de mentes. Por otro lado, determinados incidentes añaden extrañas fugas a la distendida trama: el momento en que Taki se queda absorto delante de una exposición de fotos entre las cuales reconocemos una del característico lago de Itomori: la exposición se titula «Nostalgia»; o el hecho de que, cuando por fin ambos deciden dar el paso de contactar directamente por teléfono, sus llamadas fracasen porque el número del otro parece estar fuera de cobertura o de uso…

[Quien no conozca el final de esta película, debe dejar de leer aquí]

Dibujos como este vinculan a Shinkai y a MiyazakiLa respuesta se encuentra en el sensacional giro de tuerca que da de pronto la historia: tiempo después de que hayan finalizado los intercambios, y tras descubrir que se ha acabado enamorando de Mitsuha, Taki se lanza a buscar el lugar donde vive, con la única ayuda de un dibujo que reconstruye la fotografía que tanto le impactó… para descubrir que ese lugar, por fin identificado con Itomori, fue destruido tres años atrás por el impacto de una parte del cometa contra la Tierra. Dicho de otro modo: Taki ha estado intercambiando su mente con la de una joven muerta tiempo atrás, con un fantasma, que a su vez era ignorante de su condición de tal. La parte final, verdaderamente ingeniosa, a partir del reencuentro entre los dos muchachos, ya bien conscientes de lo que ha sucedido, girará en torno a su intento por cambiar el curso de los acontecimientos: es decir, vencer la incredulidad de los habitantes de Itomori acerca de que corren un inminente peligro y vayan a refugiarse al único lugar del pueblo que saben que se ha de salvar del desastre (el instituto). Esta trepidante conclusión se ve enriquecida por el hecho de que el espectador tiene bien claro que, si los dos triunfan en su propósito y ella se salva, olvidará su encuentro porque este nunca habrá sucedido.

He aquí, de nuevo, el tema de la pérdida, que da pie a un estupendo epílogo que no voy a desvelar, pero cuya belleza melancólica está a la altura de la fabulosa premisa que la ha permitido, y que además complementa (y completa) los finales de sus buenas películas anteriores. La riqueza dramática de Your Name supone, hasta ahora, el mayor logro de Makoto Shinkai. Su nombre, el de Miyazaki y el de otros realizadores tan interesantes como Satoshi Kon, Mamoru Oshii, Mamoru Hosoda o el recientemente fallecido Isao Takahata, incitan al aficionado a la animación a seguir buceando en ese océano misterioso y sugestivo que baña las costas del cine japonés. No todo es Pixar o Dreamworks.

La nieve, imprescindible en 5 centimetros por segundo

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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2 respuestas a Makoto Shinkai: el anime de la pérdida

  1. benariasg dijo:

    Muy buena presentación de Shinkai, destacando sus puntos fuertes (tanto técnicos como temáticos) y sus puntos flojos (sentimentalismo). Me gustaría leerte un trabajo similar repasando la filmografía de Mamoru Hosoda, al que ya aludes más arriba.

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