Los superhéroes han venido para quedarse pero… ¿no se están haciendo pesados? El año 2016 registra hasta cinco estrenos que se reparten los universos de las dos editoriales principales del mercado estadounidense, Marvel y DC, a su vez divididos en tres majors de Hollywood: Warner (Batman v. Superman: El amanecer de la justicia y Escuadrón suicida), Marvel Studios/Disney (Capitán América: Civil War y Doctor Extraño) y Fox (X-Men: Apocalipsis). En este artículo voy a hacer un pequeño esbozo de cuatro de ellos. El título que descarto, porque no lo he visto, es Escuadrón suicida: no siendo un incondicional de DC y no teniendo, de entrada, las referencias necesarias para acudir a las salas (todo lo contrario: sale Will Smith…), la he dejado para recuperarla en el futuro en formato doméstico. Los otros cuatro títulos ya me despiertan cierta sensación de inercia: hace tiempo que dejó de maravillarme el descubrir a mis héroes favoritos reproducidos en imagen real con inigualable verismo. La acumulación de películas del género amenaza con incurrir en la pura intoxicación: además, creo que todas abusan de minutos y de presunto dramatismo, olvidando el sentido de la distensión que era también parte imprescindible en su origen de papel. En cualquier caso, la cosecha ha sido irregular, abundando lo malo por encima de lo estimable. Voy a desgranarlo.
Descontando la mediocridad de los principales responsables artísticos del film (el director Zack Snyder, los actores Henry Cavill y Ben Affleck, el guionista David S. Goyer), el mayor problema que posee Batman v Superman: El amanecer de la justicia es su fracaso a la hora de conciliar los dos propósitos que la animan. Uno, el de Warner/DC de afrontar definitivamente el reto de la rival y exitosa Marvel Studios y lanzar su propio e interactivo universo, destinado a estar compuesto por múltiples películas y personajes que viven en la misma Tierra y por ello se encuentran continuamente (con un grupo destinado a ejercer de matriz: el equivalente en DC de Los Vengadores, esto es, esa Liga de la Justicia a que alude la prolongación del título). Y dos, mantener el hálito de densidad adulta que caracterizan los previos productos superheroicos de Warner, en especial la inolvidable trilogía del Caballero Oscuro (con la que se pretende establecer cierta continuidad mediante el personaje de Bruce Wayne, no en vano el mismo Christopher Nolan firma como productor ejecutivo). A la hora de la verdad, ambas intenciones no solo no se equilibran sino que están mal plasmadas: en cuanto a la primera, las «ampliaciones» a otros héroes de la casa carecen de la menor sustancia (por ejemplo, la totalmente prescindible aparición de Wonder Woman); en cuanto a la segunda, se confunde densidad con gravedad mal entendida, a partir del cargante concepto de superhéroe afligido atormentado por «terribles» torturas existenciales y que no parece capaz de realizar un solo acto sin que parezca que todo el peso del mundo recae sobre sus hombros.
Y lo cierto es que el film parte de una premisa a aplaudir. Ya he señalado más de una vez que el principal reparo que le hago al esplendor del género es que el absoluto realismo con que se expresa, en términos visuales, un mundo en el que los superhéroes son posibles, provoca, paradójicamente, la falta de credibilidad de pretender que el mundo seguiría siendo «igual». Es decir, que no habría alteración alguna en las estructuras políticas, económicas, incluso legales, de la Tierra: que el ser humano «normal», obviando el más elemental instinto de supervivencia, se quedaría con los brazos cruzados esperando la arbitraria bondad de los nuevos dioses.
Batman v. Superman atiende, por fin, a esta circunstancia (curiosamente, también lo hará el siguiente producto Marvel —Capitán América: Civil War—, estrenado con tan poca dilación que es lícito pensar que no hay copia de uno a otro título sino que ambos realizan la lógica especulación por propia iniciativa). Es decir, la batalla con que concluía El hombre de acero (2014), y que ahora abre este nuevo film para remarcar los vínculos del nuevo Universo DC (si bien lo hace ahora desde la perspectiva de Bruce Wayne), destruye la inocencia de la humanidad, al revelar la existencia de extraterrestres y de dioses (o sea, Superman), así como la precariedad de la civilización material del hombre ante su capacidad destructiva. Esto provoca dos reacciones: la reverencia acrítica de quienes agradecen que ese dios esté del lado de los «bueno», y la preocupación de quienes consideran que se deben poner controles a estos superseres (por ejemplo, el Senado convoca a Superman para investigar sus posibles desmanes en el ejercicio de sus poderes).
En lo que respecta a los dos personajes centrales, ambos reaccionan de modo diferente pero en el fondo significativamente similar: con el cuestionamiento del rol de superhéroe. En el caso de Superman, las dudas acerca de la pertinencia de su rol como defensor de la Tierra, planteándose si acaso esto, más que una aspiración personal propia (que le abruma, debido a los costes psicológicos), no será el producto de la influencia de su admirado padre adoptivo (encarnado de nuevo por Kevin Costner, que hace una pequeña y significativa aparición especial). En el de Batman, un Bruce Wayne ya en la madurez —o al menos eso indican las sienes plateadas de Ben Affleck— queda abrumado por la repentina aparición de ese nuevo campeón que contradice lo que él ha entendido toda su vida por héroe: es decir, un hombre que se alza por encima de la normalidad debido a su esfuerzo personal, entrenamiento y fortaleza mental: él mismo.
El envaramiento de ambos actores, cuya sombría inexpresividad invalida cualquier intención reflexiva, hace que no podamos tomarnos en serio su tremebundo conflicto interior. Pero es que, además, el guion acaba incurriendo en un desarrollo argumental sobre el papel muy interesante (digno de un Frank Miller) pero que aquí resulta inverosímil: Batman extralimita su condición de cruzado y acaba convertido en una especie de maniaco paranoico que se erige en juez y jurado de Superman y lo combate con increíble brutalidad decidido a ejecutarlo (a asesinarlo). Encima, el recurso mediante el cual recapacita y admite la humanidad del kryptoniano requería un sobrenatural talento de todos los implicados en la secuencia para no parecer la cumbre de la estupidez más grande jamás asomada a una película: cuando ya lo tiene a su merced y solo queda rematarlo, el llamamiento de éste a su madre lo conmueve inesperadamente: el delirante deus ex machina es que… las progenitoras de los dos se llaman igual (!!). En fin, para colmo de males todavía queda una larguísima (y falta de todo interés) parte final en que los dos héroes, por fin, combaten hombro con hombro (con el refuerzo, innecesario como he dicho, de Wonder Woman) contra un engendro monstruoso que parece surgido más que nada para reforzar la nueva amistad, y que está extraído del cómic inspirador La muerte de Superman, que en su momento rompió todos los registros de ventas.
Batman v. Superman es el peor de los cuatro títulos superheroicos que comento. Con una dirección de Snyder que hace ininteligibles las secuencias de acción (el mayor vicio de casi todas las películas del género, por otro lado), todavía encierra un elemento penoso más, el diseño del villano de la función, un Lex Luthor rejuvenecido con respecto a sus previas encarnaciones cinematográficas (Gene Hackman, Kevin Spacey) y entregado al joven actor Jesse Eisenberg, el cual brinda una interpretación absolutamente insufrible, plagada de gestos nerviosos y tics verbales que acaban convirtiendo al bueno de Luthor en una variante del Joker según el modelo que Heath Ledger, él sí, bordó para la irrepetible El caballero oscuro.
Si, como señalaba en la introducción, Capitán América: Civil War ha sido la decepción más frustrante del año es por las altas expectativas que tenía puestas en la película. Y ello porque, haciendo honor a un personaje que (pese a los malentendidos superficiales de quienes lo asocian a un americanismo barato) no solo es de los más interesantes de la Casa de las Ideas sino que cuenta con una de las más sólidas trayectorias en el universo de papel, las dos entregas anteriores —El primer vengador (2011) y El soldado de invierno (2014)— se cuentan entre lo mejor del Universo Cinemático Marvel. No es el caso de este tercer film, entre otras razones, porque en él se abandona (casi) todo propósito de proseguir la magnífica exploración de los conflictos dramáticos del personaje para acabar proponiéndose (de modo irritante), más que nada, como el tercer capítulo de otro ciclo, el de Los Vengadores. Y es que aunque el Capitán sigue siendo el personaje sobre el que se personaliza más la acción, la importancia de los miembros de ese equipo alcanza una categoría equivalente, en especial el Hombre de Hierro/Iron Man, no en vano el argumento de la película se puede reducir al relato del enfrentamiento de las dos concepciones, muy distintas, que ambos hombres tienen sobre el papel del superhéroe en el mundo globalizado. De hecho, el film bien podría haber sido titulado (y nadie se habría extrañado) Capitán América v. Iron Man.
Ésta es la trama: el cúmulo destructivo generado por las actuaciones de los superhéroes (en diferentes capítulos del ciclo, pero sobre todo en Los Vengadores: La era de Ultron) provoca que la ONU someta a este equipo a la disyuntiva de firmar un protocolo llamado los Acuerdos de Sokovia mediante el cual sería esta organización la que dirigiría y controlaría sus acciones… o disolverse y quedar al margen de la ley. Iron Man y el Capitán América defienden cada una de las dos posturas, y consiguen unir cada uno a un grupo de partidarios, lo que da origen a esa «guerra civil» del título.
La postura de cada uno de ellos, justo es señalarlo, resulta coherente con la descripción previa de ambos personajes tanto en sus respectivas sagas como en su confluencia en Los Vengadores. Así, queda claro, una vez más, que el carácter cínico y siempre sardónico de Stark no es más que una mera máscara protectora que esconde a un hombre profundamente preocupado por las consecuencias de sus actos, primero como genio creador de armas y luego como superhéroe. Del mismo modo, es razonable que un hombre como el Capitán, que forjó su creación en la lucha contra el fascismo, se niegue a permitir cualquier merma de libertades y derechos, aun en los héroes, considerando además que la independencia de estos son la salvaguarda contra los peligros que pueden provocar los supervillanos.
Ahora bien, por mucho que el planteamiento sea válido, el modo en que se desarrolla —hay quien suele confundir ambas cosas— ya resulta vacuo y falto de interés. Y es que el film pretende incluir tantos personajes que solo consigue que todos se diluyan, empezando por un villano que no recibe el relieve que merecía (meses después de vista la película, ¿no cuesta mucho trabajo recordar quién era y en qué consistía su plan?). Sobre todo, Civil War acumula héroes como si fueran cromos, concediendo minutos a todos —uno sospecha que para atraer sobre ellos la atención suficiente como para posibilitar nuevas películas: el caso más flagrante es la prescindible intervención de un nuevo Spiderman— pero sin decir apenas nada de ninguno. Del mismo modo, el guion vuelve a recurrir al interesante y complejo amigo/enemigo de la anterior entrega, el Soldado de Invierno, pero ahora para trivializarlo.
De todos ellos, quien sale mejor parada es la Viuda Negra (una excelente, y nunca pensé que llegaría a decirlo, Scarlett Johansson), cuyo ambiguo sentido de la lealtad la proyecta de bando en bando, remarcando (en acertadas palabras de Tony Stark) que es una agente doble nata: alguien cuya agitada y dolorosa existencia la ha bañado en un escepticismo vital que la hace inmune a toda verdad «evidente». En el rico juego que depara su amistad con un ser de nobleza tan químicamente pura, tan firme por ello en sus convicciones, como el Capitán, radica lo mejor de la película.
El título más estimable del año es para mí X-Men: Apocalipsis, y ello por dos razones. Una: es el film que tiene más claro lo que quiere decir y no se complica la existencia para hacerlo, por mucho que también contenga múltiples apariciones de héroes y villanos. Y dos: sin entrar en sobrevaloraciones, hay que empezar a reconocer que Bryan Singer es el mejor cineasta actual del cine de superhéroes: garantiza interés y coherencia en los guiones, y una realización saludablemente fluida. Todo ello, además, tanto en films de Marvel como de DC: no hay que olvidar que, para mí, su mejor película (y la primera verdaderamente adulta que dio el género) sigue siendo su menospreciada Superman Returns (2006).
La trama no es nada original: consiste en el enfrentamiento, bigger than life, cómo no, de los mutantes contra una amenaza infinitamente más poderosa que cualquier otra conocida hasta el momento, lo cual acabará provocando la unión de todos los mutantes, incluido el renegado Magneto, para poder detenerlo. Este villano, Apocalipsis, es un ser casi tan antiguo como el mismo tiempo, cuya última de infinitas encarnaciones tuvo lugar en el Antiguo Egipto (lo cual permite una buena secuencia de apertura en cuyo decurso queda encerrado en el corazón de una pirámide). A partir de aquí, el film desgrana una peripecia superheroica que no es memorable pero que proporciona un limpio entretenimiento, que está muy bien contada, y que cuenta incluso con momentos de brillantez. Destaco dos: la secuencia en que Magneto (que había intentado reconstruir su vida en el anonimato, fundando una familia nada menos que en un recóndito lugar de Polonia) asiste a la muerte de ésta a manos de los asustados policías reunidos para detenerlo y, dominado por una triste ira, los ejecuta a todos haciendo «volar» en torno a sus cuellos la cadenita de plata que le había dado a su hija pequeña; y el momento (que retoma, eso sí, una celebrada escena del anterior film de los mutantes) en que el joven Mercurio utiliza su hipervelocidad para salvar a todos los habitantes atrapados en la mansión en llamas de Charles Xavier, que combina de modo espléndido la espectacularidad y el sentido del humor.
El film sanciona definitivamente el tránsito, dentro de la franquicia mutante, de la Patrulla-X de la primera trilogía (la de Patrick Stewart como el Profesor X) a la rejuvenecida y ahora liderada, en el mismo papel, por James McAvoy, de tal modo que ya podemos considerar que el primer grupo ha quedado perdido entre los pliegues de algún universo alternativo. La refundación iniciada en X-Men: Primera generación (2011) y reafirmada en el mejor capítulo del grupo, X-Men: Días del futuro pasado (2014), puede darse por concluida. En cualquier caso, esta película lo que remarca es que, a medida que aumentan las entregas de cada ciclo, resulta más difícil recordar todo lo sucedido en las anteriores… justo el mismo reproche que se le acabó haciendo al Universo Marvel de los tebeos con el paso de las décadas. (Quien esté interesado en profundizar en la evolución de esta saga puede hacerlo en este doble artículo.)
En cambio, Doctor Strange (Doctor Extraño), aun siendo superficialmente agradable, me ha defraudado bastante. Como recordaba hace poco en un artículo dedicado a sus primeros años en el cómic, el Doctor Extraño —intolerablemente, aun dejando su recuerdo en el subtítulo, en España se prescinde de traducir el nombre: es decir, contraviniendo la voluntad de sus creadores, que no apellidaron al personaje «Extraño» por capricho— es uno de los seres más sugestivos del Universo Marvel: una continua promesa de maravillas, de misterios, capaz de combinar, según los autores, el onirismo más delirante con el más perturbador sentido de lo macabro. Bajo su rimbombante título de Maestro de las Artes Místicas, el Doctor Stephen Strange (para mí, siempre Extraño) se diferencia del resto de héroes de la casa en que sus poderes no son físicos sino mágicos. En dibujo, esto permite el lucimiento de buenos dibujantes ante la posibilidad de poder violentar a su gusto el sentido tradicional del realismo. En cine, el problema es que el uso y abuso de los efectos especiales digitales ya ha acostumbrado al espectador a ver hecho realidad cualquier alarde imposible.
Esto obligaba a cuidar especialmente la elaboración visual de la película, para saber transmitir este rasgo esencial del personaje sin el cual no tiene sentido. Y aquí es donde radica el fracaso de la película: Doctor Extraño no se diferencia en absoluto de cualquier otro título de superhéroes. Es más, como se ha dicho hasta la saciedad y con razón, extrema la sensación de repetición al hacer que algunas de las escenas supuestamente más espectaculares reproduzcan hallazgos visuales notoriamente exhibidos en el film de Christopher Nolan Origen (2010), en especial el efecto de pliegue de las calles y edificios de una gran ciudad, que se curvan en ángulos increíbles o modifican su forma a medida que los personajes avanzan sobre ellos. Impecable, pero ya no imposible.
Ahora bien, donde la película sí resulta una aproximación de lo más encomiable al tebeo es en su forma de reformularlo, respetando sus características esenciales (un envanecido cirujano al que un accidente arrebata su prodigiosa habilidad con las manos, y cuya búsqueda de una curación lo hará renacer, a través de la magia, en el plano de lo espiritual) pero matizando sus detalles. Dos son, ante todo, las modificaciones que realiza del plot original. Una es el cambio de sexo del maestro que lo inicia en la magia, el Anciano (ahora, Anciana; en inglés, el término original The Ancient One no necesita modificación al poseer la indeterminación en cuanto al género), lo que permite a la gran Tilda Swinton una magnífica y ambigua creación. Otra es que el archienemigo de Extraño, el Barón Mordo, otro discípulo del… perdón, de la Anciana, aquí inicialmente es benévolo y ayuda al protagonista en su aprendizaje de la magia; ahora bien, su condición de hombre de ideales demasiado puros e inflexibles anticipa, con buen sentido dramático, su evolución hacia el fanatismo y su futura conversión en enemigo, sin duda en la segunda entrega de la franquicia. Chiwetel Ejiofor también está excelente en el papel.
Por lo demás, el film se beneficia grandemente de la convicción de Benedict Cumberbatch en el papel titular, cuyo carisma y sutileza muy british sostienen un muy coherente sentido de la ironía a través del cual se defiende del enorme grado de improbabilidades que ha de aceptar alguien educado en el frío materialismo científico, aunque le resta la majestuosidad que desprende en los tebeos: es el peaje que ha de pagarse por la ausencia, en autores y espectadores, de la genuina ingenuidad de quienes crearon al personaje, pero por fortuna no incurre en la suficiencia condescendiente.
A falta de Mordo, y como era lógico, el villano central (aunque permanece en la sombra hasta el final de la historia) es el terrible Dormammu, hechicero supremo de una dimensión alternativa, caracterizado con la ayuda de los efectos digitales como un ser casi incorpóreo pero todavía distinguible por su rostro llameante (por cierto, el enfrentamiento final entre éste y Extraño resulta tan sintético como ingenioso). En el entretanto, un discípulo renegado de la Anciana, el maestro Kaecilius (Mads Mikkelsen con su habitual expresión impenetrable, a estas alturas ya más bien cansina), se encarga de proporcionar la excusa para las escenas de acción.
El resultado, repito, es apañado y a la vez un tanto apático: se deja ver pero nunca atrapa. Doctor Extraño cabe aceptarse, más bien, como ensayo de lo que puede dar de sí, en el futuro, un ciclo centrado en el personaje, ya resuelta la siempre trabajosa tarea de contar sus orígenes.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: Batman v. Superman: El amanecer de la justicia / Batman V. Superman: Dawn of Justice. Año: 2016
Director: Zack Snyder. Guion: Chris Terrio y David S. Goyer. Fotografía: Larry Fong. Música: Junkie XL y Hans Zimmer. Reparto: Ben Affleck (Batman), Henry Cavill (Superman), Amy Adams (Lois Lane), Jesse Eisenberg (Lex Luthor). Dur.: 151 min.
Título: Capitán América: Civil War / Captain America: Civil War. Año: 2016.
Director: Anthony y Joe Russo. Guion: Christopher Markus y Stephen McFeely. Fotografía: Trent Opaloch. Música: Henry Jackman. Reparto: Chris Evans (Capitán América), Robert Downey jr (Iron Man), Scarlett Johansson (Viuda Negra), Sebastian Stan (Halcón), Don Cheadle (Máquina de Guerra). Dur.: 147 min.
Título: X-Men: Apocalipsis / X-Men: Apocalypse. Año: 2016.
Director: Bryan Singer. Guion: Simon Kinberg; historia de B. Singer, S. Kinberg, Michael Dougherty y Dan Harris. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: John Ottman. Reparto: James McAvoy (Charles Xavier), Michael Fassbender (Magneto), Jennifer Lawrence (Mística), Chris Isaac (Apocalipsis), Nicholas Hoult (Bestia). Dur.: 144 min.
Título: Doctor Strange (Doctor Extraño) / Doctor Strange. Año: 2016
Director: Scott Derrickson. Guion: Scott Derrickson, John Spaihts y C. Robert Cargill. Fotografía: Ben Davis. Música: Michael Giacchino. Reparto: Benedict Cumberbatch (Stephen Strange), Tilda Swinton (La Anciana), Chiwetel Ejiofor (Mordo), Rachel McAdams (Doctora Christine Palmer). Dur.: 114 min.
Definitivamente DC es la que sique perdiendo en cuanto a producciones de superhéroes, tanto por la sobrecarga del género (desde los dos últimos años parece que las únicas opciones en cuanto al cine de ocio son o los héroes, o Star Wars), como intentar centrarse demasiado en hacer un universo expandido como el de marvel: sus películas pretenden conducir a una gran producción y…bueno, eso ya lo hemos visto. Evité Batman vs Superman porque la duración me amedrenta, Escuadrón Suicida me pareció que estaba un poco perdida y nos negaba un Joker que podría haber sido muy interesante, y efectivamente, Capitan America es más la tercera entrega de Los Vengadores que la del personaje en cuestión. Además la cantidad de superhéroes que metieron en pantalla iba bastante forzada. Doctor Extraño la tengo pendiente (igual que el comic, al que me gustaría echar un vistazo en los tomos que han editado).
Me quedo también con lo que mencionas de los efectos especiales: ahora el público no se sorprende porque nada es imposible en una pantalla. Pero eso también implica que no innovan: la estructura de las secuencias son las mismas, los golpes de efecto similares, y los arreglos orquestales se parecen. He encontrado más originalidad en producciones pequeñas, donde aprovechan más la falta de medios para crear una situación irreal (sabemos que eso no es de verdad…¿por qué tendría que ser hiperrealista?), que en cualquier blockbuster.
Esa es la cuestión, Renaissance: pretender que lo imposible parezca hiper-mega-posible en el fondo es una contradicción, que puede tener interés en un principio pero luego descubre lo artificial que es querer hacer pasar lo natural por artificial. Recuerdo que salí del cine absolutamente maravillado después de la primera entrega de «El Señor de los Anillos». Años después, recuperado el film, contemplo esas imágenes con indiferencia: la magia no estaba en el partido que se extraía de esas maravillas, sino del hecho mismo de que no estábamos acostumbrados a ellas. Superado ese estadio de sorpresa e ingenuidad, el talento, como siempre, resplandece allí donde de verdad está… con o sin hiperrealismo digital.
Jose Miguel. Enhorabuena por tu paciencia para escribir tan largo artículo y más, cuando, aunque seamos desde nuestra infancia ávidos lectores de cómic y del universo marvel, estas películas de carísima producción, no son otra cosa que productos de entretenimiento ligero y eso que como en el Caballero Oscuro había un gran director detrás. Pero claro son iconos de la cultura de masas.. Miro en las categorías a la derecha de tu artículo y desde luego hay muchos y variados temas, pero echo uno en falta y ya que eres capaz de redactar inmensos artículos sobre temas muy bien analizados, espero de tu teclado uno sobre el cine ruso que se viene produciendo desde hace ya algunos años y no me refiero al cine de Tarkovski y anteriores directores, que desde luego son fenomenales, si no al más reciente, de hermosa y poderosa factura y que apenas aparecen por nuestras carteleras. Una pena no saber ruso ya que en youtube se pueden ver decenas de estos films excepcionales.
A ver si te atreves.
Un saludo.
Luis
Muchas gracias, Luis, pero si te parecen artículos largos tendrías que ver las primeras versiones: hay un considerable trabajo de edición, sobre todo en comentarios que engloban diversas películas. En el blog procuro, en efecto, que haya variedad, aun cuando como es lógico abunden las debilidades personales: el cine clásico de Hollywood, la literatura encasillada para jóvenes, los superhéroes… Más de un amigo incluso considera que intento tocar demasiados palos. El tema que me sugieres me resulta prácticamente desconocido: mis conocimientos del cine ruso son más clásicos, de Eisenstein a Tarkovski, pasando por Kozintsev o Ptuschko. Y tanto en este país como en otros de las cinematogrfías europeas menos accesibles sé que se encierran joyas por conocer. Desde luego, no descarto en el futuro registrar por aquí nuevos hallazgos, muchas gracias por la recomendación. Un abrazo.