El primer emperador de China, de Borges a Zhang Yimou
Mi interés por la China antigua seguramente tiene muchas fuentes: una vieja serie de mi infancia, La frontera azul, que hizo furor entre la chiquillería que había crecido con las películas de kárate y kung-fu; la figura, siempre fascinante, del Viajero histórico por excelencia, el veneciano Marco Polo; una aventura de Tintín, ambientada, cierto es, en el siglo XX pero con el sabor visual de la China milenaria, la entrañable El loto azul; y un ensayo de Jorge Luis Borges titulado «La muralla y los libros», que abre su libro Otras inquisiciones, publicado en 1952. En este escrito, Borges aborda la figura de Shi Huangti, el Primer Emperador chino, el unificador del país, el hombre que comenzó la construcción de la Gran Muralla, ese monumento del que suele insistirse —falsamente, claro— que es la única construcción humana que se distingue desde la Luna. Por supuesto, a Borges no le interesa ese gobernante como objeto de análisis histórico, sino de especulación intelectual, ese género que no sé si Borges inventó, pero del que ofreció los más arrebatadores ejemplos. Por ello, en el escritor argentino es ocioso distinguir entre ficción y no ficción. ¿Es más o menos ficticio «Pierre Menard, autor del Quijote», integrado en un libro de relatos como es Ficciones, o «El sueño de Coleridge», ensayo que aparece también en Otras inquisiciones?
En concreto, a Borges le intrigó que Shih Huang Ti —por este nombre hoy difícilmente se le localizará en la Red: el cambio de sistema de transcripción al alfabeto latino lo ha rebautizado como Qin Shi Huangdi— fuera responsable de lo que él llama «dos vastas operaciones», dos decisiones tan monumentales en su reinado como fueron la erección de la Gran Muralla y la quema de los libros anteriores a él, o como él refiere, con palabras mucho más bellas, «la rigurosa abolición de la historia, es decir, del pasado». A partir de ahí, en el exiguo espacio de tres páginas, Borges elabora una reflexión tan densa como diversa, saltando de idea en idea hasta desembocar, de modo inesperado, en una apología del hecho estético.
No sé si doy un mayor salto al evocar, a partir del relato, una película con la que, es cierto, comparte la presencia del mismo personaje pero que, en rigor, poco tiene que ver. Se trata de Hero (2002), en su momento una película que obtuvo tan gran éxito como condenación pública de los críticos occidentales. Y es que fue considerada una «traición» de su director, el hasta entonces intocable director chino Zhang Yimou, al rigor de su obra previa, la que lo había convertido en el cineasta de referencia de su país en nuestra parte del mundo. Y es que Zhang, abandonando sus temas «habituales», firmaba una superproducción de acción, encuadrable en el género llamado allí wuxia pian o cine de artes marciales con toque histórico, que gracias al adelanto de los efectos especiales hacía especial alarde de las supuestas habilidades físicas de sus luchadores, hasta casi convertirlos en superseres. Dicho de otro modo, Zhang «imitaba» un éxito internacional de un par de temporadas atrás, Tigre y dragón (2000), de otro cineasta oriental, pero éste bien integrado (o sea, «degradado») en Hollywood, el taiwanés Ang Lee. Un éxito al que se acusó de que, pese a su ambientación y protagonistas chinos, en realidad estaba concebido para públicos occidentales ansiosos de exotismo fino.
Por supuesto, estas acusaciones lo que dejan al desnudo es tanto la banalidad de muchos comentaristas (yo los llamo los críticos «entomólogos», por lo mucho que les gusta comparar al director de cine que no filma historias sino que «analiza» la realidad —vamos, que les gusta un montón— con el investigador del mundo de los insectos, que no tiene la culpa de tan odioso símil) como la artificialidad del boom intelectual que había entonces por el cine del Extremo Oriente, como antes había sido por el cine iraní o por el cine neozelandés. Un boom que, irónicamente, tuvo mucho de moda para occidentales ansiosos de exotismo fino, muy fino.
Que Zhang se apartara de las etiquetas que le habían endosado sus endiosados admiradores les debió parecer un ultraje. Pero lo que revelaba, además, era una escasa atención por un cineasta cuya características principal era la negativa a dejarse encasillarse en un modelo argumental y, sobre todo, visual y narrativo. Quien conozca bien la filmografía de Zhang desde las películas que lo revelaron fuera de su país, Sorgo rojo o Semilla de crisantemo, a las justo anteriores a la que nos ocupa —Keep Cool (Mantén la calma), Happy Times o El camino a casa—, sabrá que se caracteriza por el continuo cambio de tono, argumental y estilístico, desde la «indagación histórica» al retrato de la modernidad, desde la recreación cinéfila en un sentido muy occidental a la comedia crítica. Gusten más o menos estas películas, sin duda lo que delatan es a un cineasta inquieto y poco dado a dejarse encasillar. La elaboración hasta la pura filigrana de Hero es tan natural en Zhang (o tan artificial, si enjuiciamos en función de lo que nos guste un film), como su uso de la cámara en mano y el plano agitado de Keep Cool.
En cualquier caso, la revisión le sienta bien a Hero. De entrada, parte de un argumento muy interesante: el emperador Qin Shihuang, el hombre más odiado de China por sus pretensiones imperialistas hasta el punto de vivir recluido en un palacio enorme y vacío, protegido por miles de soldados, para no ser sorprendido por las innumerables conspiraciones que se alzan a su alrededor, brinda un día una recepción a un guerrero que ha acabado con los tres asesinos más letales del territorio. Inicialmente situado a una distancia muy prudencial, el héroe le va contando su triple hazaña, y con cada relato, el emperador, fascinado, le permite (a modo de honor) que se vaya acercando´cada vez más… hasta que, de pronto, empieza a preguntarse si acaso ese hombre, gracias a su fama y a su capacidad para distraer mediante el relato, no es el verdadero asesino que espera sorprenderlo desprevenido.
Quien desee leer más sobre la vinculación que hago entre el escueto (pero exuberante) relato de Borges con el espectacular (pero en el fondo serio) film de Zhang Yimou, debe pulsar en el enlace situado sobre estas líneas. Solo añado que tanto el cuento de tres páginas como la película de dos horas son, ambos, memorables.