En Homonosapiens: Ray Bradbury y el cuento más bello del mundo

Fotograma de El monstruo de tiempos remotos

El cuento más bello del mundo lo escribió Ray Bradbury

«Un minuto antes era invierno en Ohio». Con esta frase arranca una de las obras de ciencia-ficción más importantes de mi vida: las Crónicas marcianas (1951) de Ray Bradbury. En un viejo artículo del blog ya hablé de la importancia que, al menos para mí, tienen las frases iniciales de un libro a la hora de animar a querer saber más de él. Y en esa frase se encuentra no solo parte de la explicación de por qué, hará muchos años y con pocas posibilidades económicas a la hora de elegir en la librería, lo compré y acto seguido lo devoré, sino también de la particular magia que desprenden las mejores obras de Bradbury. Esto es, una facilidad para captar el lado más lírico de la narración, de tal modo que consigue emparentar la ciencia-ficción con el cuento de hadas: un Hans Christian Andersen que, por nacer un siglo después, hubiera cambiado un género popular por otro. ¿Qué mejor forma de expresar esta cualidad que mediante esa frase inicial de las Crónicas? Alguna vez, en mis clases (son de Historia), cuando advierto que a los alumnos, a esas horas de la mañana, ya les traen sin cuidado los Reyes Católicos, o el feudalismo, o los diversos tipos de agricultura templada, incluso el mismísimo Hitler, por cambiar radicalmente de tercio, les cuento distintas frases iniciales de novelas, y les pido que intenten imaginar qué puede pasar a continuación. Por supuesto, y tratándose del profesor de Sociales quien les habla, esa oración la interpretan en clave geográfica: en relación con el clima o con los husos horarios. De inmediato les doy otra pista: el capítulo que encabeza la frase se titula El verano del cohete. Pero no dan con la clave, tal vez porque la grandeza de Bradbury está en su capacidad para las asociaciones verbales o de imágenes más arriesgadas. Si un minuto antes era invierno en Ohio, es porque el cohete que inicia la exploración de Marte de que luego tratará el libro, con el enorme calor de sus reactores, derrite la nieve y el hielo, obliga a los hombres a quitarse sus ropas de oso, revela de nuevo los prados verdes… Y así, «durante unos instantes, fue verano en la Tierra».

El artículo que publico este mes en Homonosapiens, y cuyo enlace se encuentra sobre estas líneas, aborda un cuento breve, brevísimo, del mismo autor, que ya no recuerdo si leí antes o después de las Crónicas marcianas. Lo tengo en una antología de cuentos titulada Vinieron de la Tierra, que la entrañable editorial Martínez Roca publicó hace muchos años, en 1984, dentro de su colección SuperFicción, distinguible por sus coloristas y sicodélicas portadas. El hilo común de la antología era una serie de relatos que habían dado origen a películas norteamericanas de ciencia-ficción (en su variante de la serie B).

En concreto, el relato que comento (con una ternura que me resulta imposible de contener) es La sirena en la niebla, un cuento de tan solo seis páginas, magníficamente traducido por Domingo Santos o Francisco Blanco (la acreditación no especifica el reparto de cuentos, o si comparten la traducción de los siete que componen el pequeño volumen). La excusa para su inclusión es haber inspirado una modesta película titulada El monstruo de tiempos remotos (1953, Eugene Lourie), que si hoy se recuerda por algo es por haber sido el primer largometraje en que el mago del stop motion Ray Harryhausen desarrolló su entrañable talento, animando al dinosaurio que ha despertado de su sueño ancestral entre los hielos debido a la explosión experimental de una bomba atómica. El saurio se plantaba en Nueva York para hacer las suyas y daba pie a varias imágenes espléndidas, que aliviaban un tanto la atonía del resto del film. Por cierto que este título inspiraría, un año después, un film japonés de muy superior éxito en todo el mundo, Japón bajo el terror del monstruo (1954, Ishiro Honda), que partía de idéntico planteamiento, y cuyo dinosaurio de aliento radiactivo, Gojira —nombre enseguida occidentalizado como Godzilla—, se pasearía durante décadas por las pantallas, creando uno de los iconos más populares del género conocido como monster movies.

En una de las mejores escenas del film, el dinosaurio del film norteamericano atacaba un faro en la noche cuya luz destellante llamaba su atención, tomándolo por una criatura similar a él. Esa escena es el único momento de la película que tiene algo que ver con el relato original. La sirena en la niebla no es en absoluto un relato sobre el enfrentamiento entre un monstruo y la Humanidad, sino una bellísima reflexión sobre la soledad, cuyo centro es, en efecto, la aparición de ese ser antediluviano, superviviente de su especie y refugiado en el fondo del océano, atraído por la lastimera llamada de la sirena que, en costa tan agreste y neblinosa, acompaña a la luz del faro en su alerta a los marinos, y a la que toma (en su desesperada necesidad de compañía) por un semejante. Seis únicas páginas bastan a Bradbury para crear una atmósfera de cuento de hadas acerca de la soledad suprema que es el corolario final de toda existencia, de todo ser vivo, que verbaliza mediante el símbolo más inesperado: el último dinosaurio de la tierra. Pese a su sencillez, es difícil explicar La sirena en la niebla, y cualquier recensión no puede sino trivializarlo. Pero asomarse a él es acceder al cuento más bello del mundo: o cuando menos, a una historia cuyo lirismo elegíaco y profundo puede igualarse, pero no superarse. Recomiendo comprobarlo… y luego pasar a las Crónicas marcianas.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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4 respuestas a En Homonosapiens: Ray Bradbury y el cuento más bello del mundo

  1. benariasg dijo:

    » – Así es la vida -dijo McDunn-. Siempre alguien que espera a algún otro, que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere. Y al fin uno busca destruir a ese otro, quienquiera que sea, para que no nos lastime más.
    El monstruo se acercaba al faro.
    La sirena llamó.»
    ……………………
    Me ha recordado a la criatura de Frankenstein…
    Buena entrada, y más desarrollo en el artículo. Me apunto tu lista de cuentos favoritos 😉

    • Bradbury consigue investir al personaje del farero de una sabiduría llena, a la vez, de tristeza y de comprensión. Esa frase es una buena muestra, como otras de este relato breve pero pródigo en líneas memorables. Y la clave de su convicción se encuentra, precisamente, en la forma en que McDunn sabe que no se puede narrar de cualquier modo, sino del «único» modo que cada historia requiere.

      Felices lecturas, seguro que más de uno de esos cuentos ya los has leído y los valoras en lo que merecen.

  2. Resiliente dijo:

    Bellísimo, en verdad.

    No lo conocía y me ha encantado

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