Esta entrada se complementa con un comentario en tres partes sobre las principales adaptaciones de Alicia a lo largo de la historia del cine (más el añadido de algunas películas inspiradas en ella) que realicé en los primeros tiempos del blog.
Sobre el papel, el maravilloso díptico que escribió Lewis Carroll sobre su personaje de Alicia parece fácil de adaptar al cine, como indican las numerosas versiones que se han hecho de ellos. No en vano se trata de una historia de escenarios y personajes muy visuales, construida sobre una serie de episodios cerrados en sí mismos, de tal modo que cada adaptador puede escoger a su gusto los que considere convenientes (de ahí el desparpajo con que la práctica totalidad de las adaptaciones mezclan elementos de ambos libros). Hay versiones literales, que se limitan a trasladar los personajes y reproducirlos sin más ambición que la de la mera mímesis: la primera y olvidada versión sonora en Hollywood, en 1933. En el grupo de las versiones respetuosas con la letra y el espíritu de Carroll, hay una (la de Walt Disney de 1951, auténtica obra maestra) que lo que consigue, de modo inigualable, es potenciar el sentido fantástico contenido en una obra literaria (que, aun llena de absurdos, destaca por el aliento «lógico» con que se exponen: sus lectores me entenderán) gracias a la magia de la animación. Otro tipo de versiones son las que mantienen su espíritu transgresor y revulsivo, y se olvidan de su letra, presentando un País de las Maravillas que nada tiene que ver con el literario pero en donde se respira la misma atmósfera espiritual del original: es la genial Neko z Alenky (literalmente, Algo sobre Alicia), que rodó el mago checo de la animación Jan Svankmajer en 1983. Ahora bien, la última y más popular adaptación de la historia, la que aparece en primera línea cuando en el buscador de Google ponemos las etiquetas Alicia y cine, es la firmada por Tim Burton en 2010, que ahora (ya sin este director) acaba de estrenar su inevitable continuación, y que se caracteriza, si se me permite el guiño paródico, por tomar el nombre de Alicia en vano. Es decir, por usurpar/vampirizar unos personajes sobradamente atractivos para contar otra cosa.
Por supuesto, incluso desde esta perspectiva, la magia de estos personajes es que, en efecto, permiten todo tipo de posibilidades, incluida esta última. Eso sí, a la vista del resultado, quien ame con devoción las historias que Lewis Carroll publicó en 1865 (Alicia en el País de las Maravillas) y 1871 (Alicia a través del espejo) es lógico que considere que el mundo podía haberse pasado perfectamente sin la versión impulsada por Burton. Ignoro si por decisión propia o asumiendo el encargo de la Disney, el director decide (con notable falta de personalidad, en cualquiera de los dos casos, para alguien de su prestigio) situar a los personajes de Carroll en un mundo propio del género de la Fantasía Heroica, puesto de moda en el cine juvenil por el éxito de las adaptaciones de Peter Jackson sobre las novelas de J. R. R. Tolkien, si bien a mí me parece que el modelo (por su mayor orientación infantil) es más bien Las crónicas de Narnia, saga creada en la literatura por C. S. Lewis (colega y amigo de Tolkien en Oxford) y llevada al cine con los ojos bien puestos en la trilogía de El Señor de los Anillos.
Los ciclos basados en Tolkien y en C. S. Lewis coinciden en ambientarse en mundos de fantasía claramente inspirados en los cuentos de hadas (en el primer caso, también en la mitología germánica), poblados por tanto de seres fabulosos, en los cuales se produce un canónico enfrentamiento, sin sombras ni matices, entre el bien y el mal, durante el cual la tierra que sirve de escenario a la lid parece haber caído bajo la sombra de un crepúsculo que hace que los héroes parezcan cansados, viejos o sencillamente dominados por el mayor pesimismo acerca de su triunfo. Si creo que es Narnia el modelo de Alicia es porque falta esa sofisticación en el manejo de fuentes y esa ambición dramática y estructural que es lo que convierte la novela de Tolkien en la obra cumbre del género. El tono, por tanto, es mucho más rebajado, en demasiadas ocasiones incurriendo ya en lo relamido, de tal modo que incluso el mal no parece tan malo (es más: el tratamiento que se da al personaje de la villana, la Reina Roja, incurre en muchos momentos en la parodia). Otra concomitancia es la presencia de animales parlantes que, debido a la verosimilitud de los efectos digitales, poseen un realismo que bien poco tiene que ver con la estilización propia del cine de animación de toda la vida (salvo, por fortuna, el entrañable gato de Cheshire, cuyas particulares características al menos permiten un uso imaginativo de las técnicas digitales).
Eso sí, de entrada, el planteamiento de la película supone un plagio del que sustenta la película Oz, un mundo fantástico (1985, Walter Murch) —no confundir con Oz, un mundo de fantasía (2013, Sam Raimi), de título casi idéntico, ambos inventados por la distribución española—, a su vez inspirada en dos de las novelas del ciclo creado por L. Frank Baum (el cual no es sino una reformulación de las creaciones de Lewis Carroll: no hay que extrañarse de que la historia de la fantasía, literaria y cinematográfica, se retroalimente continuamente). Ese film aludido, que es de lo más estimable, también está concebido como una secuela del primer viaje al respectivo mundo fabuloso que hicieron ambas niñas protagonistas. En este caso, la pequeña Dorothy no puede olvidar sus aventuras en el país de Oz, que lo persigue en sueños, ante la alarma de los adultos que la rodean, los cuales, claro, consideran que todo es un delirio. Sin embargo, lo que sucede es que el reino de fantasía la está reclamando de nuevo porque, desde su ausencia, sobre él ha caído un crepúsculo motivado por las acciones de un malvado y poderoso brujo, el Rey Gnomo, y la única que puede enfrentarse a él y derrotarlo es la misma Dorothy.
Idéntico punto de partida tiene la película de Burton: Alicia es reclamada por sus antiguos amigos del País de las Maravillas —aunque ahora resulta que este nombre es el rebautizo que le dio ella: sus habitantes lo llaman Underland, el País Subterráneo (el Submundo, en el doblaje español)— para convertirse en el paladín que necesitan contra la opresora que le ha arrebatado la luz y la alegría, la Reina Roja, cuya fuerza reside en el control de un espantoso monstruo llamado el Jabberwocky (el Galimatazo, en la versión española). Ahora bien, hay una diferencia fundamental con respecto al film situado en el país de Oz. Aquí, la presencia de Dorothy sí es fundamental, puesto que la emergencia del terrible Rey Gnomo se debe, involuntariamente, a ella misma: al marcharse de Oz, sus famosos zapatos rojos fueron a parar a la guarida de ese ser, hasta entonces inocuo, y le otorgaron sus poderes, de tal modo que es lógico que ella debe encargarse de la reparación de su acto. En el film de Burton, que se reclame a Alicia es una arbitrariedad exigida por el guión y que hay que aceptar porque sí, pues no se da ninguna razón por la cual la presencia de la muchacha sea tan fundamental: todas las referencias a su anterior estancia (es decir, la que en rigor compondría el verdadero Alice in Wonderland) en nada indican por qué ella tiene que ser la «única esperanza» de Underland. Como es lógico, al no estar amparada en ninguna razón de peso, la machacona insistencia de todos en que Alicia asuma su condición de campeona acaba resultando bastante cargante.
De todos modos, el guión presenta una modificación bastante interesante sobre el personaje protagonista. La Alicia que vuelve a caerse por la madriguera del conejo ya no es una niña de siete años, sino una jovencita a punto de cumplir los veinte, que emprende además la aventura como un desafío a las convenciones que el mundo victoriano pretende imponer sobre ella. Esta nueva Alice in Wonderland, por tanto, asume el modelo de un relato iniciático de corte feminista acerca de una muchacha dispuesta a convertirse en una mujer independiente capaz de buscar por sí misma su lugar en el mundo.
Por desgracia, el interés de esta variante choca ya con la terrible mediocridad del guión firmado por Linda Woolverton, sobre todo a la hora de retratar ese conflicto del que huye Alicia, tan tópico e incluso ridículo que, de entrada, elimina toda posibilidad de conflicto: la jovencita, aquí huérfana y cuya única dote es su muy agradable presencia física, va a ser entregada por su madre a un joven aristócrata para cumplir sin rechistar con sus deberes de esposa y madre victorianas. Ahora bien, la opción que representa este presunto prometido es de risa: un petimetre estúpido y aprensivo, que está claro que no solo no la ama sino que cuestiona que ella pueda expresar algún pensamiento propio (y que, horror, revele que es una muchacha imaginativa), y al que, en el colmo, por si el retrato anterior no fuera ya poco sutil y la guionista quisiera dejar bien claro que ese chico no le «conviene», hace que se suene la nariz ¡y se recree en la contemplación de sus mocos! Así planteado, no hay ninguna responsabilidad previa contra la que rebelarse: ¿quién en su sano juicio va a aceptar a ese tipo?
Expuesto así tan enojoso prólogo, que rebaja considerablemente el interés por el admirable personaje que palpita en las páginas de Lewis Carroll, Alicia comienza su aventura fantástica del modo bien conocido: siguiendo al Conejo Blanco (enseguida sabremos que porque así lo ha buscado él: es un reclamo) y cayendo por el agujero hasta dar con la famosa estancia donde crecerá y decrecerá según beba cierto brebaje o coma cierta galleta, hasta poder penetrar en el País de las Maravillas. Por cierto, que el guión juega la carta de la lógica con todo el asunto de la mengua y aumento de tamaño, haciendo que la ropa permanezca invariable en su talla. Teniendo en cuenta además la edad del personaje y el (teórico) atractivo de la actriz, parece plantearse cierto juego erótico. Por desgracia, todo es un espejismo, no solo porque nos hallamos en una producción Disney sino porque la joven Mia Wasikowska resulta una actriz increíblemente sosa desde cualquier punto de vista, otro lastre más para el film.
En el País Subterráneo, Alicia se tropieza con una considerable representación de los personajes carrollianos, más algunos animales parlantes al estilo narniano, que el guión singulariza (demostrando con ello, no sé si de modo involuntario, que en efecto son otros) al darles un nombre propio (de hecho, la misma Alicia ahora recibe un apellido, el de Kingsleigh). Así, el conejo se llama McTwisp (!!) o la Oruga Azul, Absolem, del mismo modo que enseguida sabremos que el Sombrerero (ya no Loco, qué se le va a hacer) ostenta el nombre de Tarrant, la Liebre de Marzo el de Thackery e incluso la pareja formada por las Reinas Roja y Blanca los de Iracunda (Irabeth en el original) y Mirana, respectivamente.
Con todos estos elementos, Tim Burton y Linda Woolverton hacen pasear a su Alicia por su particular Narnia a partir de sus encuentros con las dos reinas hermanas. La villana, la Reina Roja, en realidad no es sino la Reina de Corazones de siempre (lo subrayan su peinado, su carmín de labios, su castillo… hasta el parche en el ojo de su sicario y amante, la Sota de Corazones) a quien las gracias digitales la convierten en un ser diminuto de cabeza gargantuesca. La Reina Blanca, en cambio, es una insípida dama de la luz, interpretada de modo insufrible por una Anne Hathaway lánguida hasta decir basta y maquillada por su peor enemiga (¡si parece Cicciolina!).
Ahora bien, el evidente personaje central del País Subterráneo es el Sombrerero, claramente concedido por Burton a Johnny Depp para añadir una criatura más a su galería de criaturas extravagantes (Eduardo Manostijeras, Willy Wonka, Ed Wood…) por medio de una caracterización visual que pretende ser carismática a toda costa, aunque abuse en exceso de la recreación digital de unos ojos enormes y de pupilas amarillas. El Sombrerero no termina de estar bien definido (se confía demasiado en la personalidad de Depp, claro), pero justo es reconocer que, a ratos, desprende una agradable melancolía en su composición de extraño caballero andante que es consciente de no poseer la invulnerable grandeza de un héroe pero cuya gentil caballerosidad concita una cálida simpatía sobre su persona.
Alicia en el País de las Maravillas, versión Burton, en rigor, no pasa de ser una gran decepción, una adulteración de un bello original que no transita ningún camino sólido. Pero, ya sea por el atractivo del legado carrolliano, por la limpieza narrativa del director (que, es evidente, creció amando el cine clásico) o por el buen gusto visual habitual en él (aunque, a estas alturas, la invasión digital ha acabado por trivializarlo), lo cierto es que no puedo evitar volver a verla de cuando en cuando. Hay buenas ideas, aunque Woolverton nunca las aproveche (la reflexión sobre la identidad que se plantea con la llegada del personaje a Underland: teniendo en cuenta que se trata de un clásico escenario de tiempo congelado, sus antiguos amigos se resisten a creer que esa jovencita sea la misma Alicia niña que viajó una vez hasta allí). Hay algún personaje interesante (la Sota de Corazones, bien interpretada por el actor Crispin Glover). Hay una buena banda sonora del incondicional Danny Elfman. Y, aunque definitivamente remarca que el film no es sino Alicia en Narnia, la batalla del final entre las fuerzas del bien y las del mal está muy bien narrada, en especial el duelo singular entre una Alicia de blanca armadura (como toda campeona de la luz) y el monstruoso Galimatazo a quien pone voz el gran Christopher Lee, cuya culminación tiene lugar en unas fascinantes ruinas cuyo vértice lo supone una escalera de caracol que se retuerce hacia la nada.
Es de lo más curioso que Alicia a través del espejo deje (al menos en su primer visionado) una mejor impresión que el film al que debe su existencia, teniendo en cuenta que si éste es una obra del «autor» Tim Burton, quien firma ahora la realización es un desconocido llamado James Bobin. Sin embargo, esta película tiene la notable ventaja de deshacerse de ese pretencioso elemento crepuscular del primer título para proponer una fantasía que se remite única y exclusivamente a su propia condición de secuela: a la exploración de ese País Subterráneo, a la profundización en sus personajes (de un modo que, inesperadamente, los enriquece), a la opción por una aventura trepidante al par que un tanto contemplativa, y en el curso de la cual incluso introduce un personaje totalmente nuevo y de considerable interés. Se trata de nada menos que del Tiempo personificado, contra el cual Alicia emprende una curiosa carrera en el tiempo y contra el tiempo para salvar al Sombrerero de la tremenda depresión en que ha caído, cuyas claves deberá encontrar en su pasado (y de paso, en el de los demás habitantes de Underland, empezando por las dos hermanas Iracunda y Mirana). El resultado es de lo más estimable.
Es verdad, eso sí, que la película se ve muy limitada por los mismos tópicos y banalidades psicológicas que ya lastraban la primera parte, no en vano el guión es de la misma Linda Woolverton (la cual, entre ambas, había firmado en solitario la estomagante Maléfica: parece que en Hollywood la han tomado por una especialista en recreaciones de la fantasía clásica). Por ejemplo, el inicio de la película, que nos muestra a la ya aguerrida Alicia en su puesto de capitana del Wonder (el barco de su desaparecido padre, que es donde la dejó la primera parte a su regreso al mundo «real»), comportándose como toda una action woman mientras salva su nave del acoso de unos piratas malayos en una escena completamente inverosímil. Del mismo modo, Woolverton repite el mismo motor de partida hacia el País Subterráneo: Alicia vuelve a ver amenazada su libertad, femenina y aventurera, a manos de su antiguo, y ahora resentido, pretendiente, que pretende arrebatarle su barco y enclaustrarla entre cuatro paredes.
Justo en ese momento, Alicia es reclamada de nuevo por sus antiguos amigos, encontrando en un espejo de la mansión del petimetre aludido la puerta de entrada en Underland: por cierto que esto es lo único que toma del segundo relato de Carroll que le presta título. Hay, además, una notable diferencia con respecto a la anterior llamada: ahora sí se entiende que se recurra a ella para salvar a uno de los suyos, pues en el previo film se ganó el derecho a ser considerada la campeona del País Subterráneo.
Para bucear en el pasado del Sombrerero, Alicia debe apoderarse de un objeto mágico llamado la Cronosfera (que no es sino una máquina del tiempo cuyo diseño está copiado claramente de las versiones para cine de la famosa creación de H. G. Wells), y que se encuentra en el palacio del Tiempo. El robo de ese artilugio provoca un total caos en la corriente temporal, amenazando con la muerte de su dueño y señor, que parte en su persecución. Esta historia de saltos en el tiempo, sin complicarse en exceso, acaba conteniendo muy interesantes reflexiones, en cuanto que la acción de Alicia —sugestionada bajo la convicción de su cualidad mesiánica—, con una irresponsabilidad de la que no es consciente hasta que ya puede ser demasiado tarde, amenaza con la destrucción de todo, y eso pese a que el Tiempo le ha advertido que el pasado no puede cambiarse de ningún modo.
Del mismo modo, y con sencillez, el guión acaba dibujando al Tiempo —que inicialmente no parece sino un altivo villano más: incluso acabaremos sabiendo que es el nuevo amante de la Reina Roja, quien lo manipula entre sombras— como un ser mucho más complejo de lo que parece a primera vista, y más ambiguo. Un ser, realmente, como corresponde a su cualidad de nexo de toda la realidad, al margen del bien y del mal, aunque a veces parezca encarnar uno u otro. Ya su diseño es de lo más interesante: mitad ser mecánico (su cuello transparente revela unos engranajes interiores), mitad criatura de lo más humana (capaz de odiar y amar, de enfadarse y de sentir admiración). Y ese peculiar actor que es Sacha Baron Cohen (para unos, deleznable comicastro; para otros, tipo carcajeante) —y del que solo había visto una no muy lucida participación en la decepcionante película La invención de Hugo, de Martín Scorsese— lo asume con un histrionismo adecuadamente contenido, sin exceso de personalismo, ejecutando una interpretación de lo más versátil.
Alicia a través del espejo compone una entretenida fantasía aventurera, agradable visualmente y eficaz narrativamente, que presenta alguna que otra notable curiosidad (los personajes de las dos hermanas son mucho más interesantes cuando los interpretan, en su infancia, dos niñas), algún detalle malicioso (cuando el Tiempo es finalmente aprisionado por la Reina Roja, descubre a su lado el cadáver, ensartado por una espada, de un tipo con un parche en forma de corazón… la Sota de Corazones) y que se remite, ahora ya sin rubor, a los cuentos de hadas clásicos (el reino que luego disputarán las dos hermanas, y que ahora es llamado Loquilandia, parece extraído de un relato de los hermanos Grimm). Una fantasía que nunca entusiasma pero tampoco aburre, y que incluso tiene su mejor escena en el fabuloso clímax final en que la destrucción invade inexorablemente toda la realidad, congelando poco a poco a todos los personajes mientras, en el curso de la última y acelerada carrera contra el tiempo, Alicia intenta devolver la Cronosfera al lugar de donde nunca debió haberla robado.
FICHAS DE LAS PELÍCULAS
Título: Alicia en el País de las Maravillas / Alice in Wonderland. Año: 2010
Director: Tim Burton. Guión: Linda Woolverton. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Danny Elfman. Reparto: Mia Wasikowska (Alicia), Johnny Depp (Sombrerero Loco), Helena Bonham-Carter (Reina Roja), Anne Hathaway (Reina Blanca), Crispin Glover (Sota de Corazones), y las voces de Christopher Lee, Stephen Fry, Michael Sheen o Alan Rickman. Dur.: 108 min.
Título: Alicia a través del espejo / Alice Through the Looking-Glass. Año: 2016
Director: James Bobin. Guión: Linda Woolverton. Fotografía: Stuart Dryburgh. Música: Danny Elfman. Reparto: Mia Wasikowska (Alicia), Johnny Depp (Sombrerero Loco), Helena Bonham-Carter (Reina Roja), Anne Hathaway (Reina Blanca), Sacha Baron Cohen (El Tiempo), y las voces de Stephen Fry, Michael Sheen o Alan Rickman. Dur.: 113 min.
La primera entrega me pareció muy lastrada por las ganas de ofrecer espectáculo visual (todavía estaban intentando salvar al cine con el 3d y el cgi primaba ante todo), y las intenciones del personaje de Alicia resultan muy simples por lo evidente que es todo: su pretendiente da tanto asquete que es una caricatura. En cambio, en la segunda sigue siendo un villano un poco de opereta, pero incluso esa aparente venganza resulta mucho más humana y justificada viniendo del entorno y secundarios.
En esta es curioso como van formando un mundo fantástico en el que efectivamente, el referente más cercano es el de Narnia, El país de las maravillas pasa de ser un país caracterizado por la locura y el absurdo del original para convertirse en un lugar con su propia coherencia.
El personaje de Tiempo ha sido uno de los más interesantes (ya que vemos lo que ha sido de la sota de corazones como guiño a la anterior), bastante ambiguo debido a su función, pero en algún momento, parece convertido un poco en un villano forzado. El actor que lo interpreta es todo un caso: los personajes de Baron Cohen como cómico siempre fueron muy grotescos, para un tipo de comedia de sal gruesa y que parece buscar ante todo la incorrección política. Bastante agotador, y no todos (como su rapero blanco y su presentador austriaco) son plato de gusto. Por eso su papel en La invención de Hugo me gustó más, al menos, por suponer un cambio hacia otro tipo de interpretaciones.
Nuestros dos blogs (aviso a navegantes, para quien lea los comentarios después del artículo, que alguno habrá: es «Barrilete cósmico» y aparece seleccionado en la barra de la derecha de la pantalla, en concreto el primero de los dos nombres repetidos, el otro es un acto fallido) se entrecruzan con esta segunda «Alicia», y con opiniones muy parecidas.
En relación con el pretendiente Hamish (que, en efecto, aquí su intención de vengarse del modo machista y mezquino que le caracteriza sí es muy apropiada), lo que es más bien caprichoso es que el espejo de tránsito tenga que estar precisamente en su mansión en el campo (¿ganas de lucirla de nuevo?). De hecho, entre lo peor de la película es esa extraña digresión, que poco aporta a la trama, en que Alicia despierta de nuevo en el mundo real, en un manicomio (donde, por lo menos, sale nuestro genial Moriarty del «Holmes» de Cumberbatch, y con los mismos tics…) y para volver a Underland debe darse otra vez un garbeo por aquella casa.
Sobre Baron Cohen, sin haberlo visto en sus pelis cómicas, el prejuicio que tenía por las noticias que circulaban sobre estas tal vez obrara para que se me atravesara su actuación en «La invención de Hugo», y también que el film no me gustó mucho (aunque ahora se empeña en darme golpecitos en la memoria para que le dé otra oportunidad…). Pero su papel de Tiempo, desde luego, hará que aguarde con expectación su próximo papel.