En Homonosapiens: El soldado vuelve a casa

Robert De Niro, el cazador

El soldado vuelve a casa

Bajo el título (y consiguiente enlace) que encabeza estas líneas, publico este mes en la revista digital Homonosapiens un artículo sobre dos películas norteamericanas, de distinta época y por lo tanto de muy diferente textura, que abordan el tema del regreso a casa del veterano de guerra. Una es un clásico del viejo Hollywood, Los mejores años de nuestra vida (1946), dirigida por William Wyler, pero, sobre todo, impulsada por Samuel Goldwyn, uno de esos productores independientes, al estilo de David O. Selznick, de notable personalidad y bien representativos de una época en que se consideraba que una buena película no debía contentarse con entretener de cualquier modo sino por medio de un tema importante, ya estuviera extraído de una obra literaria de prestigio o inspirado en algún asunto de relevancia social, histórica o moral. La otra es El cazador (1978), de Michael Cimino, en su día un título tan popular como polémico, pues la visión que dio del Vietcong como aparente encarnación del mal absoluto le valió la acusación de racismo, tendenciosidad, manipulación histórica, fascismo, etcétera. Como en tantas ocasiones, los árboles no dejaron ver el bosque, por cuanto, aunque sea cierto que los enemigos de los soldados protagonistas carecen del menor matiz, el propósito del director y guionista no era analizar las razones de la guerra sino exponer, lisa y llanamente, cómo el conflicto más terrible, la guerra, altera, conmociona o destruye la vida de quienes se ven obligados a participar en él como meros soldados de a pie.

Ambas comparten el hecho de que cuentan las historias de tres amigos que viven en la misma ciudad, si bien en el film de Goldwyn y Wyler los veteranos se conocen justo en el avión que los devuelve a casa (ahí comienza la película: la guerra no aparece directamente) y en el de Cimino se nos cuenta con minuciosidad el antes, el durante y el después del conflicto. El film de Goldwyn y Wyler tiene como propósito evidente el rearme moral de unos hombres que regresaban a casa desorientados (todavía no se había definido eso que ahora se llama «trastorno de estrés postraumático» y que afecta al veterano de guerra) y con dificultades para adaptarse a la «vida civil», cosa que todos consiguen después de determinado tiempo de zozobra: es una película indudablemente positiva.

El de Cimino no pretende inspirar consuelo sino efectuar una mirada sobre la destrucción de ese mito llamado normalidad: quiere levantar acta del sufrimiento humano y de la posibilidad o imposibilidad (más bien lo último) de recuperar lo que se pierde. Y lo hace de un modo tan original como estremecedor: el protagonista, ese cazador del título al que interpreta Robert DeNiro, descubre la humanidad en medio de la inhumanidad. Antes de partir al conflicto, y por mucho que sea el líder natural del grupo de amigos que parten a la guerra, Michael es un hombre ensimismado, incapaz de sentirse implicado (salvo en contadas personas: en su amigo Nicky, el personaje que encarna Christopher Walken, cuya imagen asociada a la ruleta rusa es el sello más conocido del film) en las vidas de los demás. Será el dolor, el descubrimiento de que la vida tiene sentido a través de los vínculos con los demás, la constatación de lo irreversible de la pérdida, lo que provoque la conmoción en su alma: lo que lo convierta en humano. No voy a extenderme mucho sobre este film (uno de los títulos que más me han impresionado en mi vida, desde que lo descubrí, muchos años ha, en una de aquellas inolvidables sesiones de Sábado Cine, cuando solo existía una cadena de televisión, la pública), pues hace tiempo dediqué ya una entrada en el blog, de la cual facilito un enlace a quien quiera leer un comentario exclusivo sobre el mismo:

El cazador: el dolor nos hace humanos

En cualquier caso, dos películas similares pero muy distintas, dueña cada una a su manera de la necesaria nobleza como para que su mirada sobre el mismo asunto sea perdurable. Dos clásicos del mejor cine norteamericano.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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9 respuestas a En Homonosapiens: El soldado vuelve a casa

  1. rexval dijo:

    Quisiera hacerte una consulta. Vi «El cazador» dos veces y cuál no sería my sorpresa cuando me encintré dos finales posiblemente fruto de la censura. La primera acaba cuando Robert DeNiro, totalmente abatido por la muerte de su amigo en la «ruleta rusa» va a un fumadero de opio en Vietnam. Pega una par de caladas y su rostro se transforma en otro, de una alegria inmensa pero artificial y falsa. Este es el final que me gusta. Me compro el DVD y cambian las tornas. Después de la «ruleta» Robert DeNiro vuelve a su país y la familia cristiana unida se pone a rezar como si el muerto fuera a resucitar. Devolví la peli, que era del Corte Inglés. Pienso que el DVD tenía un final al estilo del Tea Party y que traiciona la peli. A rezar tocan. Queda mucho más impactante la otra versión. No hay consuelo. Solo se puede fumar opio para olvidar durante un tiempo el horror que has vivido.

    ¿Sabías algo de esto? ¿Hubo censura?

    Gracias

    Regí

    • El ambiente oriental de ese final de película con Robert DeNiro en un fumadero de opio te ha llevado a confusión, Regí. Porque ese final no pertenece a «El cazador», sino a «Érase una vez en América», otra película del mismo actor, donde hace de gánster en Nueva York.

      Ahora bien, el final auténtico de «El cazador» tampoco nos muestra a la familia unida y rezando. Es un final tan duro y triste como toda la película, y desde luego para nada tiene ese matiz cristiano. Hay, eso sí, un entierro cristiano (el de C. Walken), como es lógico puesto que la película se sitúa en el seno de una comunidad muy tradicional de origen ruso (es un entierro ortodoxo, en todo caso) y después todos van al bar que tiene uno de ellos para hacer una comida juntos, dominados por la tristeza. Entonces empiezan a cantar el famoso «God Bless America», un himno «oficioso» que en efecto usualmente tiene un contenido patriótico (o patriotero, según se mire), pero que aquí es un vano intento de mostrar la unión de unos seres destrozados que no saben de qué hablar, de tal modo que la utilización de la canción acaba siendo utilizada por el director Michael Cimino de modo cruelmente irónico, como una constatación más de que el dolor de la pérdida difícilmente tiene superación.

      • rexval dijo:

        Pues valla, ya decía yo. Robert de Niro me llevó a la confusión. La familia que recuerdo sí que era ortodoxa. Muy hermoso el casorio con sus músicas y bailes. El final del opio, sea de la peli que fuere, me encantó por su dureza, quiero decir, que me dejó huella ver como una cara totalmente deprimida esboza una sonrisa totalmente artificial qu resulta patética.

      • Y en efecto, ese es el efecto que provoca, en la película de Sergio Leone

      • rexval dijo:

        Efectivamente, lo he comprobado y tienes toda la razón del mundo. Tienes muy buena memoria. De Miro me encanta, tiene registros muy diversos y en todos está estupendo. Me viene a la cabeza Novecento, aunque aqué hay unos cuantos que se salen: Sutherland, Depardieu y Caster.

  2. Ángel Hernando Saudan dijo:

    Para hacer verdadera justicia a Los mejores años de nuestra vida quizá debería volver a verla (hace años que la vi por última vez), pero sí recuerdo que lo que más me interesó, aparte del, para mí, apasionante tema del retorno y la reinserción de los soldados en la vida civil, es todo lo que rodea al personaje de Dana Andrews, el más logrado de todos. Creo que es un buen Wyler, apoyado en excelentes intérpretes. No obstante, no estaría de más recordar aquí una sensible película de un tema muy parecido, Till the end of time (Hasta el fin del tiempo), de Edward Dmytryk, un director que tuvo que cargar con todos los sambenitos habidos y por haber pero que tiene un puñado de películas espléndidas. Menos «aparatosa» si se quiere y más callada e intimista que Los años de nuestra vida, es un film que merece una reivindicación urgente (y además trabajan Robert Mitchum y Dorothy McGuire y contiene la mejor composición de un actor tan limitado como Guy Madison).
    Para valorar en su justa medida la grandeza de una película como El cazador, que se acrecienta con el paso del tiempo, hay que verla varias veces, no solo por su acabado técnico o su belleza formal, sino porque siempre nos ofrece nuevas cosas, entre ellas, y una de las más importantes, la cercanía que nos hace sentir de esos personajes trágicos y desconcertados, totalmente fuera de su entorno. Hoy, afortunadamente, superados los comentarios pueriles y tópicos que suscitó su estreno (que si la ruleta rusa, que si el racismo, que si la violencia…), El cazador permanece en todo su esplendor, algo que agradecemos todos los amantes del cine. Además, pocas veces ha estado mejor De Niro.

    • Yo también hacía muchos años que había visto el film de Wyler, pero a raíz de este ciclo Dana Andrews que me hecho en las últimas semanas y que ya hemos comentado en un par de ocasiones, la he revisado y me ha gustado bastante, con algunas salvedades. Por ejemplo, que el personaje de Fredric March se difumine conforme avanza la película y que todo acabe de modo demasiado radiante (aunque, insisto, es lógico teniendo el contexto y la época en que se rodó el film). Y sí, todo cuanto rodea al personaje de Andrews es lo mejor, comenzando por su «feeling» con la maravillosa Teresa Wright. Asimismo, las escenas con el veterano mutilado están rodadas con una contención y una sensibilidad admirables.

      «El cazador» ya es una película, para mí, sencillamente imprescindible, que se agranda con el tiempo. Robert DeNiro para mí hace su mejor interpretación, porque además olvida cualquier intento de histrionismo y entiende bien el ensimismamiento del personaje, sin incurrir en artificiosos autismos. Y el tema de Stanley Myers es de mis composiciones cinematográficas favoritas.

  3. altaica dijo:

    Nunca me entusiasmó esta larga y, a veces, presuntuosa película, que ya en su confección en tres bloques muy dilatados en el tiempo, especialmente el primero, configura una engolada obra cuya manofactura está especialmente predispuesta a hacer “una gran película”. Ese tufillo de pretensión de grandeza resuma por cada poro, no solo en su innecesario holgado metraje, más aún en su parsimoniosa lentitud y, por momentos, intrascendente cotidianidad en el primer y plúmbeo bloque. Y cuidado, no confundir con lo corriente y sencillo, que es cosa bien distinta.

    Pero es que lo demás es aún más discutible, pues hay exceso y efectismo. La descripción de la amistad algo pueril y de adolescente y tópica confección. Arquetípicos jugadores en el mundo vacío y trivial de esa América rural de fútil vulgaridad. Y todo perfectamente estudiado para el choque con el posterior destrozo emocional derivado del conflicto. No sé si la descomposición partía de origen, en tanto que pedestres cazadores divirtiéndose con rifles al terrible juego de la guerra. Tal vez no había nada que destrozar en una sociedad viciada en lo moral, infantil en su existencia y profundamente hipócrita en sus idearios. La ruleta final es de un efectismo que asola la inteligencia de los espectadores y que apesta a sensacionalismo cinematográfico.

    No me duele la historia, no empatizo con sus protagonistas, no me gusta su ambigüedad, no me agradan sus metáforas venatorias, no comprendo su pusilanimidad o ausencia total de postulado, no me satisfacen sus bloques y el objetivo de su colisión, y los efectos de la guerra atesoran más pose que veracidad. Aún así, puedo comprender que sea una obra apasionada y compleja para muchos, que algunas secuencias se queden grabadas en su memoria, que su banda sonora entusiasme, y que en su conjunto cautive por su singularidad. Eso es el cine y eso es el arte. Un abrazo.

    • Como toda película «absolutista», esta de que hablamos es evidente que produce ese efecto: o una adhesión absoluta o el rechazo. En mi caso, evidentemente, es lo primero, y eso que cuando la vi por primera vez, acostumbrado al Hollywood «de siempre», el cine de los 70 me parecía feo sin dar nada a cambio (encima, ni Robert DeNiro ni Meryl Streep eran ni son santo de mi devoción). Pero la película me atrapó de adolescente y en las revisiones (y es de estos títulos que he podido estar más de dos décadas sin revisarla). El guión de Cimino, cierto es, se encuentra siempre a un paso de lo trivial y de lo simple, empezando por el simbolismo de la caza y su correlato con la guerra, pero es de estos casos en que lo que otras veces se convierte en tópico desatado a mí me parece un arquetipo justo y apropiado.En cualquier caso, tus argumentos son contundentes y dan pie, para el que lea el artículo y luego siga con él, para interesantes reflexiones.

      Otro abrazo para ti.

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