En Homonosapiens: John Ford, el tres veces mejor director de la historia del cine

Ethan sabe que nunca volverá a ver viva a Martha

Acabo de publicar en la revista digital Homonosapiens un artículo titulado Los tres mejores directores de la historia: John Ford, John Ford y John Ford. Como muchos reconocerán, el título está extraído de una famosa respuesta de Orson Welles cuando le preguntaron por sus tres directores favoritos. Bajo la apariencia de una boutade, se trata de una afirmación que muchos grandes autores de la historia del cine no han dudado en compartir, del mismo modo que lo hacen buena parte de los cinéfilos que cuentan de la treintena de años para arriba. En mi caso, por mucho que he atravesado a lo largo de mi vida diferentes etapas en las que descubría y redescubría distintos directores, géneros, países y épocas (y cuando me sucede, suelo hacer largas inmersiones: tal vez por eso luego debo volver a la superficie en busca de «aire»), al final siempre regreso al cine que más me gusta, el «cine de John Ford». En sus vastos salones sé que hay muchos rincones, mucha diversidad. Ford hizo algo más que westerns, que es el género por el que más se le recuerda: de hecho, sigue siendo el director galardonado con más Oscars al Mejor Director (cuatro)… y ninguno por un film del Oeste. Y hay mucho calor, mucha ternura: creo que ningún director (el único que se le acerca es un hombre de época más reciente, y curiosamente especializado en algo que en apariencia tiene tan poco que ver con Ford como la animación: el gran Hayao Miyazaki) desborda a lo largo de su obra tanta humanidad, tanta comprensión y respeto hacia el hombre con todas sus virtudes y todos sus defectos: toda su complejidad. Por tanto, coincido con Orson Welles: los tres mejores directores que ha dado el cine son John Ford, John Ford y John Ford.

Aprovecho para incluir los enlaces a los varios artículos que he dedicado a películas de Ford desde el nacimiento de este blog:

El hombre que de verdad mató a Liberty Valance. Esta película cuyo nombre altero ligeramente para el título del artículo es el réquiem que el autor de varios de sus mayores clásicos dedicó al género. Un western crepuscular no por estética o por homenaje, sino por ética y moral, que narra cómo el mundo de los pioneros (los responsables del avance de la civilización) cede el paso al mundo de los ciudadanos, cuyas normas y leyes convierten a aquellos en anacronismos ambulantes, que sin embargo encuentran el acomodo en el recuerdo; es más: en la leyenda. Cada vez que la vuelvo a ver no puedo evitar emocionarme solo con la mera aparición en pantalla de John Wayne, que encarna precisamente al westerner que lo pierde todo (la chica, la paz, incluso el prestigio) a manos del abogado (James Stewart) que llega cargado de libros y reglamentos.

El hombre tranquilo: el paraíso estaba en Innisfree. Como se sabe, John Ford no solo hizo westerns. También creó, casi él solo, un género tan cinematográfico como es la glorificación de la «Vieja Irlanda»: nacido en tierra americana pero de padres irlandeses, si bien apenas pisó esa tierra, Ford sintió siempre sus raíces y acabó dedicándole una de sus películas más populares. El hombre tranquilo respira varias de las principales cualidades del autor: su profundo romanticismo, su capacidad para el retrato de colectivos sencillos, su forma de dotar de bello lirismo el mero devenir de la vida cotidiana, el plácido sentido de la distensión que convoca… y las memorables interpretaciones de cualquier rostro que aparezca en su cine, capaz de hacer inolvidable a un personaje que aparezca solo unos breves minutos.

Centauros del desierto o la puerta que se cierra. Ford fue llamado a menudo el Shakespeare del cine, y su película más shakesperiana es, sin la menor duda, Centauros del desierto. Sobre este western de inolvidable cromatismo no hay unanimidad: más de uno lo considera fallido, por su abrupta estructuración argumental y narrativa; otros, en cambio, no podemos dejar pasar mucho tiempo sin volver a verlo. Y es que es posible que Ford tenga películas mejores, pero desde luego no más fascinantes. En ella se dan cita la tragedia y la comedia, el humor y el dolor, el amor y el odio, la descripción minuciosa y la elipsis más tajante… aparte de contener la que es tal vez la más estremecedora disección de la irracionalidad del racismo, sin incurrir en el sermón: su protagonista, Ethan Edwards (John Wayne, genial: véase su expresión en la imagen que encabeza estas líneas, que transmite el terrible y sin embargo contenido dolor de quien sabe que el amor de su vida va a morir a manos de los indios sin que él, muy lejos, pueda evitarlo), es el personaje más complejo y contradictorio que jamás ha asomado a un western.

John Ford y la trilogía de la Caballería. Hubo un tiempo en que Ford pechó con el calificativo de cineasta «fascista» o, cuando menos, «militarista». Y es que, en un momento en que cualquier aproximación al Ejército que no declarara su condición de institución al servicio del capitalismo más repugnante bastaba para enviar al infierno, él realizó una famosa trilogía que parece glorificar al famoso Séptimo de Caballería, ese que tantos indios exterminó. Sin embargo, en Fort Apache, La legión invencible y Río Grande no hay héroes sino gente sencilla, proscritos desarraigados, hombres de la Frontera que actúan por lealtad o por profesionalidad pero no por rimbombantes proclamas. No necesito subrayar que en sus imágenes se critica, precisamente, al militar obcecado del mismo modo que se trata con considerable dignidad la figura del indio (Ford fue adoptado por la tribu apache en cuyo territorio, el famoso Monument Valley, tantos títulos rodó, proporcionando por tanto una buena fuente de ingresos para los humildes nativos que vivían en él). Porque son películas que se explican a sí mismas, que componen un microcosmos de sublime densidad psicológica: nadie como Ford demostró mejor que la complejidad parte de una forma de mirar y no del objeto de la mirada.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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14 respuestas a En Homonosapiens: John Ford, el tres veces mejor director de la historia del cine

  1. Ángel Hernando Saudan dijo:

    Esta sí que es la «madre» de todas las entradas, la dedicada al más grande de los grandes, que habita en el centro del corazón de todos los cinéfilos maduros, al lado de tantos otros que le han ido acompañando en este paseo por el mundo de los sueños: Jacques Tourneur, Yasujiro Ozu, Alfred Hithcock, Henry King, David Lean, Otto Preminger, Jacques Becker, Max Ophüls, Kenji Mizoguchi, Anthony Mann, Roberto Rosellini, etc, etc, etc., y muchos más en una lista que sería interminable.
    José Miguel, podríamos escribir folios y folios sobre este maestro del cine y del conocimiento humano (y, ojo, que tenia un carácter endiablado) y sobre sus peliculas que van tiñéndose poco a poco de amargura, las ultimas en particular, tan certeras para penetrar en el alma humana.
    Pues aparte de las que tú señalas, quiero recordar muy brevemente algunas que ya son parte de mi vida. No me importa si son mejores, peores o regulares al lado de los títulos icónicos, pero ahi van:
    Young Mr. Lincoln, con todas las escenas que transcurren junto al río.
    Qué verde era mi valle, ese film sublime, con las conversaciones entre el niño y el clérigo encarnado por Walter Pidgeon.
    They were expendable, un film elegíaco y desolador sobre la derrota, con las escenas compartidas por Donna Reed y John Wayne, sumidas en la oscuridad, la cena o cuando John Wayne entra en el bar y suena la canción Marcheta.
    Pasión de los fuertes, un western que en principio debería ser febril y agitado, pero que está dominado por la majestuosa serenidad de Henry Fonda, la escena del baile o la escena del recitado de Shakespeare en el bar, que prolonga Doc Holliday (Victor Mature, por fin en un buen papel).
    Un crimen por hora, un pequeño film que es como una filigrana.
    Escrito bajo el sol, uno de los films «supuestamente menores» de Ford, retrato certero y amargo de un personaje contradictorio, con esa escena, plena de emoción, en que Wayne recuerda su vida (bueno, la de Frank Wead) viendo el álbum de fotografías.
    Dos cabalgan juntos, para disfrutar de la amistad de dos personajes antagónicos, el cínico Stewart y el noble Widmark (amén de la escena de la charla en el río, claro).
    Y La taberna del irlandés (sí, sí, ya sé que los puristas de Ford se echarán las manos a la cabeza), pero que es una mis películas favoritas de la infancia y que luego he vuelto a ver con sumo placer (por cierto una vez se la puse a mi hijo adolescente y le encantó, eso quiere decir que no todo está perdido).
    Y tantos otros momentos…Habría que hacer algo, José Miguel, en relación con Ford, una tertulia o yo que sé…Gracias por este buen rato.

    • Tu evocación de tantas otras joyas de Ford emociona, Ángel, y esa es una de las grandezas que le debemos a este director: la capacidad que posee para «comunicar´» entre sí a los cinéfilos. A tu lista yo todavía añado más:
      – «La ruta del tabaco», una especie de Uvas de la Ira vista al revés, con gran socarronería, sin intérpretes estelares (¡y con Dana Andrews y Gene Tierney, los protas de «Laura» de secundarios!).
      – «Tres padrinos», una sorpresa absoluta que me llevé cierto sábado tarde de mi adolescencia, pues de ella no poseía ni una sola referencia. La escena del funeral de la madre, ¡qué inolvidable!
      – «Caravana de paz», otro western maravilloso, admirable homenaje de Ford a sus secundarios, con una Joanne Dru bellísima.
      Por no hablar de su última película, la extrañísima «Siete mujeres», que hace mucho tiempo que no he podido revisar, esperando a que aparezca alguna edición decente, y que tengo muchas ganas de hincarle el diente.
      Un abrazo, Ángel.

  2. rexval dijo:

    Enhorabuena por el artículo. A mí también me gusta mucho John Ford – y otros también, claro-. En cierta ocasión alguien le dijo que a qué se dedicaba; respondió: «Yo soy uno que hace películas del oeste.»
    Saludos.

  3. Fernando dijo:

    No es fácil entrometerse en la filmografía de John Ford porque, ya a primeras, te apabulla de inmediato con su centenar y medio de películas realizadas.
    Yo lo he intentado alguna vez que otra y siempre me quedo a medias ( o a un cuarto, o a…), porque con tan longeva actividad como narrador cinematográfico y artesano del cine, me encuentro con tantos Fords que siempre me reafirma en que yo no doy para tanto.

    De su primera época como Jack Ford, que alcanza cinco años, más los cinco siguientes (ya como John), también pertenecientes al cine mudo, no me resulta difícil desprenderme porque me quito de un plumazo esas sesenta y tantas películas (con tantas escenas intercambiables y similares) que en esos años hizo (1917/28), si bien la satisfacción me dura poco porque, no obstante tan fenomenal descuento, aún quedan 80 más que claman atención.
    Como decía, yo no doy para tanto y mi mirada a Ford la individualizo por película, cuales debido a la época en que transcurren, temática, escenarios, vestimenta e intérpretes se hace imposible no relacionarlas.

    Tú, JoséMiguel, ya lo has contado casi todo y, como siempre, de manera clara y concisa, muy penetrable, con lo que el motivo de estas líneas es hacerte llegar mi felicitación.

    Y ya que aquí estoy, si acaso, un par de consideraciones que, quizás, nadie comparta y que puede tengan algo que ver con no haber dado en mis años jóvenes demasiada importancia a ‘las de vaqueros’, siempre en favor de ‘las de policías o espías’.

    ¿Cuánta importancia tiene en la valoración del cine de John Ford aquellas voces españolas que se apoderaban de sus películas?

    ¿Cómo es posible que a un director de la grandeza de Ford le diera por relacionarse profesionalmente de por vida a un actor como John Wayne, capaz de llevar un filme a pique cuando se le filmaba en primeros planos?
    Ello me ha hecho a veces pensar en la función que para Ford tenían los actores (que no los personajes) dentro del entramado de sus películas (remember Hitchcock), pues no olvidemos que Ford (y Hitchcock) aprendieron a hacer películas cuando los actores aún no hablaban y su valía era componer muecas y formar parte del mobiliario. Si añadimos a ello una relación de camaradería entre dos ‘tíos duros’ durante las largas filmaciones en parajes aún recónditos, se hace claro ese conjunto trasegar que, luego, no siempre sería así.

    Sobre esa por ti ansiada ‘7 Mujeres’ te mando un privado.

    • Pues fíjate que uno piensa que conoce bien a John Ford por el mero de haber visto, más o menos, el 80% de sus películas desde finales de los años 30, más algunas anteriores… y con ello no llegamos ni a la mitad de su filmografía. De modo que, al final, es verdad que lo que queda es una relación personal entre el espectador y cada película, aun cuando en el caso de Ford las relaciones entre las principales que componen su etapa sonora son evidentes.

      Sobre la importancia del doblaje en nuestro amor por Ford, pues qué te voy a contar: en efecto, fue una parte esencial en nuestra relación de privilegio con el cine de Hollywood. Pensar en John Wayne es pensar en Felipe Peña sobre todo. «El hombre que mató a Liberty Valance» es una película cuyos mejores diálogos prácticamente me sé de memoria… en español. Incluso debo a una película de Ford el haber advertido que las películas «sufrían» redoblajes. Me pasó con «El hombre tranquilo»: el redoblaje con Claudio Rodríguez me sentó mal desde el primer momento, porque todavía bailaba en mi memoria (aunque todavía no le pudiera poner nombre) el de José Guardiola.

      En cuanto a John Wayne, yo lo tengo por un actor magnífico… incluso en primer plano (de hecho, la imagen con que acompaño el artículo intenta ser una muestra). Que mejoró mucho con la edad y que se pueden hallar interpretaciones más que flojas en sus años jóvenes, sin duda: ¿quién consigue creérselo como lobo de mar manipulable en «Piratas del mar Caribe»? (Curiosamente, no es el océano lo que le sentaba mal, porque pocos años después está espléndido en un buen film poco conocido, «La venganza del bergantín», de modo que prefiero echarle la culpa a don Cecilio B. DeMile…). Por otro lado, Ford, como Hitchcock, o como Hawks, daban primacía antes al actor que al personaje, modelando éste sobre las características de aquél. No tengo ni que decir que creo que así es como se han conseguido las interpretaciones más emocionantes de la historia.

      Espero tu mensaje sobre «7 mujeres». Reconozco que ahora mismo no consigo catalogarla en la memoria como un film «de» John Ford, pero sí recuerdo que me gustó mucho, de modo que tengo bastantes ganas de verla. Yo la tengo, sí, pero la copia merece la pena que espere a otra mucho mejor.

      Y como siempre, un abrazo agradecido por tus «refuerzos positivos» (jerga de profesor que me sale sola jaja).

  4. ALTAICA dijo:

    Yo en cambio me quedo con Billy Wilder y Alfred Hithcock, y no me preguntes quien está el primero. Sinceramente creo que son los dos directores que tienen proporcionalmente más obras maestras. Por otro lado, a la enorme producción de Ford no le doy la más mínima importancia y sí al puñado de grandes películas que atesora. En tal sentido, otro genio de la proporcionalidad es Joseph L. Mankiewicz. Saludos

    • Desde luego, si nos atenemos a la proporcionalidad, seguramente no hay mejor director en la historia del cine que Charles Laughton, el autor de una única (y genial) película, «La noche del cazador» 🙂 .

      En cuanto a la larguísima filmografía de Ford, es evidente que su prestigio se debe, ante todo, a la serie de películas que encadena desde 1939 (el año de «La diligencia» y «El joven Lincoln») hasta el final de su carrera con «7 mujeres», cuyo conocimiento sí está al alcance de quien lo haya frecuentado durante muchos años… Incluso desde mediados de los 30 ya hay muchas películas que en su día se emitían con regularidad en TVE. Pero de su etapa muda solo conozco tres pelis más o menos fáciles de encontrar: «El caballo de hierro», «Tres hombres malos» y «Cuatro hijos». Claro que lo mismo me pasa con Hitchcock, del que apenas conozco nada anterior a sus famosos thrillers ingleses que comienzan con la primera versión de «El hombre que sabía demasiado» (1934).

  5. altaica dijo:

    Pero claro…, estamos hablando de los grandes y obviamente con una filmografía suficiente, desde la cual podamos emplear la palabra proporcionalidad. Pero quiero ser más incisivo aún a expensas de ser discutido, algo, por otro lado, sanísimo. Creo que los que nos movemos por aquí hemos visto un número de películas del maestro bastante notable. Podríamos incluso decir que la esencia de su obra. Ya sé, algunos me váis a matar por dejarme enormes películas fuera de la valoración de obra maestra, pero desde mi óptica solo considero como tales La diligencia, La ruta del tabaco, El hombre tranquilo y El hombre que mató a Liberty Valance. Hay otro buen puñado de peículas que están frisando el magisterio, pero es que cuando veo, por ejemplo, la filmografía de Wilder me salen como mínimo Perdición, Días sin huella, El crepúsculo de los dioses, El gran carnaval, Sabrina, Testigo de Cargo, Con faldas y a lo loco, El apartamento, ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?, y me dejo algunas que para mi son también practicamente sublimes. Pero este ejercicio que acabo de realizar no es más que una provocación sin demasiado sentido, un frívolo juego incitador, pues comparar a estos dos genios es sencillamente ridículo y necio. Un abrazo

    • Es evidente que Ford y Wilder se movieron en terrenos tan disímiles que precisamente por ello son perfectamente compatibles en nuestro cariño. Yo en particular sí prefiero a Ford, pero en cuanto a tu lista de ambos maestros me encanta especialmente que menciones dos títulos, uno de cada, por lo general menos considerados por críticos e incluso cinéfilos. El de Ford es «La ruta del tabaco», una maravillosa película, llena de un humor exuberante que no esconde la mirada crítica, y que no sé por qué se usa para compararla (en menos) con otra maravilla, «Las uvas de la ira». El de Wilder es una debilidad especial de toda la vida, «Sabrina», despachada por muchos como una película de romanticismo «cursi», curiosamente cuando tiene muchos puntos en común con la sublime «El apartamento». Y que tiene uno de los papeles más bonitos (y distintos) de Bogart, y a un William Holden inolvidable (Audrey juega en otra escala, por supuesto).

      Por cierto, en la filmografía de Wilder para mí brillará siempre con luz propia (porque además de una película magnífica es la obra maestra de uno de mis personajes literarios favoritos) «La vida privada de Sherlock Holmes», otro título muy despreciado en su día (o alabado por razones coyunturales: por su carácter de «desmitificación» del mito… qué mal fue entendida esta película).

      • altaica dijo:

        Absolutamente conforme con esa otra maravilla de Wide que citas. Y La ruta del tabaco es una auténtica joya que encierra un pozo de dolor, ironía e inteligencia superlativo. Las uvas de …, lamento la sobada estupidez, pero es que la novela es sencillamente soberbia y la película aun está por filmar. Saludos

  6. altaica dijo:

    Respecto de Sabrina y de otras grandes películas “de amores”, hay una manifiesta tendencia a estimar en menor medida aquellas comedias mas vinculadas al romanticismo que a la ironía o la mordacidad, en la presunción incorrecta de su facilidad o agrado para con el gran público, cuando en realidad, en tal caso, se deambula en un solar plagado de prejuicios, esquivas y suspicacias. Es más que probable que en realidad la erudición trence mal con viajes introspectivos al universo afectivo en su superficie mas barroca, adornada, rosa o evidente.
    Es por ello que Sabrina, al pertenecer al género de la comedia romántica sin ambages, nunca fue o estuvo ataviada con los calificativos suntuosos de otra obras del maestro Wilder. Grave error e improbable acierto para los que así piensen. A fuerza de ser sincero, he de reconocer que la he visitado en varias ocasiones y del calificativo inicial y torpe de comedia «agradable», hoy pienso que estamos antes una película perfecta.
    La habilidad de Wilder fue arropar toda la obra de una elegancia y sutileza llevadas al extremo. No por vestirla del glamur propio de historias que se desarrollan en el seno de familiar acomodas, con modernos edificios para la época, despachos suntuosos, mansiones de decoración exquisita, automóviles lujosos o alta costura. La clase está en cada fotograma, en cada pausado y estudiado movimiento de cámara, contrapicados, encuadres perfectos, tanto en los planos medios y cortos. Los diálogos son ejemplares, de gran brillantez y con la marca de la casa, esa fina ironía tan tierna como ácida. Hay José Miguel muchas escenas en esta película a resaltar, pero entre todas ellas destacaría aquella en la que Sabrina abandona el enorme despacho al conocer las pretensiones de Bogart, en su intento de alejarla de su alocado y mujeriego hermano menor. En una escena memorable ella dirige sus pasos hacia la salida y un traveling recorre la enorme estancia delante de la joven y destrozada hija del chofer, dejando al fondo a Bogart, cada vez mas lejano físicamente y empequeñecido moralmente, dando no solo una lección magistral de cine, sino perfilando un discurso ético.
    Igualmente podemos hablar de una sucesión precisa de guiños, análisis, juicios y reproches sociales, con especial saña hacia las falsas y retrogradas conductas morales, si bien adornado de sabio sarcasmo. No hay en Wilder ensañamiento o crítica vil, en realidad es un maestro de esa mirada comprensiva pero implacable, evidente pero siempre tierna. Como perfectamente indicas, una película muy superior a lo que de ella se ha dicho y que bajo cualquier análisis es absolutamente redonda. Un abrazo.

    • Diríase que la comedia «cínica» parece a mucha gente más lícita o importante que la comedia «romántica», y de ahí ese menosprecio por los mejores ejemplares de ésta, sobre todo cuando comparten en la filmografía de un autor como es Wilder espacio con las primeras. Yo mismo me declaro culpable de haber incurrido en este pecado alguna vez, si bien no con «Sabrina», película que adoro desde la que descubrí en mi adolescencia. De hecho, yo creo que Wilder fue un gran romántico al que le daba cierto reparo que se supiera de esta dimensión, y de ahí el intento de solaparlo (a veces con exceso) con ese barniz de cinismo.

      • altaica dijo:

        Absolutamente de acuerdo. Salvando las distancias, al maestro inglés le pasaba lo mismo, pero desde el prisma de la obsesión o la oscuridad. Si hay algo que define al Wilder es la ternura. Un abrazo.

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