Atrapado en el tiempo: un día en Punxsutawney y otro y otro y otro…

Poster español de Atrapado en el tiempoAtrapado en el tiempo es un buen ejemplo de película que, desde el momento de su estreno, cae «bien» y mantiene esa aureola de simpatía que permite recordarla con agrado, con el mérito de hacerlo sin necesidad de otorgarle la manoseada etiqueta de «film de culto». Ahora bien, tanta simpatía no debe esconder el profundo fracaso que supone una película que partía de una premisa tan sencilla como fascinante para componer un cuento de infinitas posibilidades (en registros como el dramático, el fantástico, el existencial, el satírico, el romántico, etcétera) y cuyo peor problema es que, después de ir tanteando casi todas ellas, acaba decantándose por la opción más convencional y menos arriesgada, sin más objeto que hacer que el público concluya su visionado con una ancha sonrisa en la boca y la falsa sensación de que todos los problemas del mundo tienen solución con solo tener la actitud necesaria y saber rectificar a tiempo. Y es que, por mucho que algunos críticos despistados citaran en su momento a Borges y al fantástico más metafísico, en realidad lo que hace Atrapado en el tiempo es proponer una versión de la dickensiana Canción de Navidad, donde de nuevo un individuo egoísta e insolidario se ve sometido a unas circunstancias extraordinarias que lo obligan a hacer examen de conciencia y le ofrecen la segunda oportunidad, a la que se aferrará con afán y entusiasmo. No en vano su protagonista, Bill Murray, ya había interpretado unos pocos años atrás una versión directa de ese relato, y también en ambiente coetáneo, titulada originalmente Scrooged y en España, con la oportunista intención de asociarla a las películas más populares del actor, Los fantasmas atacan al jefe (1988, Richard Donner).

El paralelismo resulta obvio durante todo el arranque de la película: este nuevo Scrooge que responde al nombre de Phil Connor, presentador del tiempo en una cadena televisiva de Pittsburgh (la «gran ciudad»), obligado a realizar un reportaje que considera estúpido en un pequeño pueblecito llamado Punxsutawney, queda retratado desde el principio como un egoísta antipático, misógino y atrabiliario. Así, no hay acto o palabra o mirada o gesto que no realice durante toda esta parte inicial (antes de que se ponga en marcha la «maldición») que no esté destinado a hacer hincapié en que no hay tipo más desagradable con el que trabajar y relacionarse.

Esta maldita marmota tal vez tenga la culpa de todo...Ese acontecimiento que Phil, su guapa productora Rita y el cámara Larry deben cubrir lo conocimos todos a raíz de esta película, pero desde entonces no suelen faltar imágenes del mismo el día en que tiene lugar cada año: el 2 de febrero. Se trata del «día de la marmota» (título original del film, comprensiblemente descartado en ese momento por uno más clarificador e incluso más atractivo, por simple que sea): en el mencionado Punxsutawney, lugar que se presenta a sí mismo en los carteles de acceso a la población como la «capital del tiempo» (esto último, claro, en sentido meteorológico, pero su polisemia en español resulta de lo más oportuna), existe una tradición que ha acabado convirtiéndose en un evento turístico nacional. En la mañana de ese día mencionado, las autoridades locales consultan a la mascota local, la marmota Phil (por supuesto, es intencionado que el protagonista se llame como el animal), cuya reacción, convenientemente interpretada por los humanos, dictará si llega la primavera o el invierno se prolongará durante seis semanas más.

Pues bien: como es lógico, el misantrópico Phil odia un evento que cubre por cuarto año —en la presentación inicial en el telediario, corrige con sordo retintín el error de su compañera, que le había restado dos— y cuya explosión de jolgorio y alegría comunitaria, como es natural, le resulta especialmente repelente. De entrada, confieso (espero que no se me califique a mí también, sin más, de «misántropo» o «tipo raro»… aunque no digo que yo no necesite también algo de redención) que a mí sí me produce simpatía la divergencia que manifiesta el protagonista con respecto a todos quienes lo rodean. ¿Por qué hay que considerar encantadora a Punxsutawney? ¿Por ser un pueblecito pequeño con casas con jardín y eso que se llama «gente sencilla»? ¿Y por qué las celebraciones comunitarias deben ser asumidas por todo el mundo con completa alegría y participación —para no ser un aguafiestas—, trátense de la Semana Santa, los carnavales… o de un evento tan hortera como el día de la marmota?

Otra cosa es que se carguen las tintas a la hora de expresar el rechazo de Phil a tanto encanto. De entrada, nada parece salirle bien: en el camino de su hotelito (encantador, por supuesto) al parque donde espera la marmota se ve abordado por toda clase de pesados e importunos (uno de ellos un antiguo compañero de clase que, encima, es vendedor de seguros y aprovecha para ofrecerle primas de toda clase), mete la pierna hasta la rodilla en un charco de agua helada (justo frente al condiscípulo que, claro, se ríe a carcajadas de su infortunio), sus intentos de resultarle gracioso a su bella productora, como es natural, no conducen a nada y encima, cuando por fin emprenden el camino de vuelta, una enorme ventisca, que además deja incomunicadas las conexiones telefónicas, le obliga a regresar al encantador hotelito…

El hotelito donde se aloja Phil en Punxsutawney

¿Qué puede ir peor? Que la maldición está a punto de caer sobre él. A la mañana siguiente, la radio-despertador vuelve a sonar a las seis, repitiendo la misma canción (I Got You, Babe, de Sonny & Cher) y con los locutores intercambiando exactamente las mismas gracietas. Phil cree inicialmente que en la emisora se han equivocado y han puesto la grabación del día anterior, pero nada más salir de su habitación, se tropieza con las mismas personas que le dicen idénticas palabras y que le recuerdan que queda muy poco para que la marmota Phil saque su hocico para hacer su dictamen meteorológico…

El castigo a que Phil va a ser sometido desde ese momento es a repetir una y otra vez ese 2 de febrero en el pueblecito que tanto odia, y que visualmente siempre se va a expresar mediante el plano del despertador haciendo correr los dígitos hacia el seis y el doble cero mientras la canción resuena en el mismo punto y la cámara nos muestra al protagonista despertando boca arriba en la cama, tapado por la colcha. Phil Connor ha quedado atrapado en un bucle en el tiempo que le obliga a asistir una y otra vez a los mismos hechos como si hubiera entrado en una cinta de Moebius.

Con semejante dibujo de su protagonista y en ese escenario, es evidente que Atrapado en el tiempo tiene en su interior el germen de una estremecedora fábula existencial. Una fábula acerca de un hombre que no siente mucho aprecio por sus semejantes (y al que sus semejantes tienen buenas razones para no apreciar tampoco) y que va a descubrir que aquello que más odia (que la vida está compuesta por una miríada de ritos y convenciones de los que es imposible escapar si no queremos que se nos etiquete como raros o asociales: que tal vez la felicidad consiste en apreciar la necesidad de ellos como algo bueno… aun cuando sea porque fuera de ellos se encuentra el espanto de la soledad absoluta) es justo lo que compone la sustancia de su prisión.

Bill Murray, icono de la comedia de los 80Los autores del film optan por desarrollar esta fábula bajo el aire de una comedia, opción en principio tan válida como cualquier otra. El problema es que sus registros cómicos (como ya delataba el protagonismo de Bill Murray) siempre optan por la risa (o la sonrisa) fácil, demasiado cerca de Los cazafantasmas y demás lindezas asociadas tanto al intérprete como al gran responsable del film, Harold Ramis1, director, coguionista y productor (y actor: aquí aparece en un breve cameo, pero hay que recordar que fue uno de los «cazafantasmas»). El gran ausente de Atrapado en el tiempo es el sentido de la sutilidad, que era el que mejor convenía a su historia —para rehuir aquello en lo que se convierte: en un cuento moralizante muy satisfecho de serlo—, tanto como se descuida la importancia que los pequeños detalles debían haber tenido en su trazado. Cierto es que, aun bajo un prisma mucho más sombrío (lo confieso: es el que yo hubiera preferido), era de lo más coherente incluir un componente de sátira costumbrista. Pero no hay sutileza ni sátira: hay trazo grueso, sin más. Y aunque el atractivo del film es suficiente como para sostenerlo sin problemas, se hunde en una pobreza de conceptos indigna de su magnífica premisa de partida.

En buena medida, el film también se ve arrastrado por un lastre para mí irremediable: el protagonismo absoluto de Bill Murray. Sin sospechar todavía el prestigio que le otorgaría su «descubrimiento» por otro tipo de público en la inefable Lost in Translation (2003), Murray no hace otra cosa que utilizar para su personaje de Phil los mismos y cansinos registros que eran su marca en sus comedias previas: un rostro ingrato de galán «feo» que le permite jugar con la variación desde su clásica expresión autista al brusco estallido extrovertido (con el tiempo, ha ido descartando lo segundo para concentrarse en lo primero, que parece más serio). En cualquier caso, le falta la ductilidad necesaria para hacer creíble la evolución de su personaje, y desde luego la capacidad para meterse al espectador en la piel y compartir con él su alucinada odisea, aunque es cierto que, al menos, mantiene el tipo mientras interpreta al Phil antipático. Curiosamente, quien funciona perfectamente (en un rol, eso sí, nada complejo) es su partenaire Andie MacDowell, una actriz tampoco versátil, a quien muchas veces, y con razón, se ha acusado de únicamente saber sonreír, pero que aquí, con modestia, elude el riesgo de intentar ser cargantemente adorable para proponerse, sin alardes pero con la suficiente convicción, como la única posibilidad de redención para el protagonista, pues acaba siendo su único vínculo con la normalidad.

Como es lógico, el guión trabaja desde el primer momento las atractivas posibilidades de las variaciones sobre la repetición: aunque Phil se topará siempre con los mismos acontecimientos y las mismas personas, el determinismo no es absoluto, por cuanto una mera modificación a iniciativa suya puede cambiar el curso del encuentro. Las mismas reacciones de Phil son de lo más lógicas: el asombro inicial —que da pie a uno de los mejores chistes del film: cuando su casera le pregunta si va a abandonar la habitación ese día, si la «primera» vez respondió con su habitual tono sarcástico, indicando el desagrado que le producía el encantador hotelito, que las posibilidades eran del 100%, ahora, con tono dubitativo y desconcertado, responde que son del 80%… y enseguida incluso baja a un 80-75—, la dificultad en creer que lo que le está sucediendo no es sino un mal sueño, la visita a los médicos para comprobar que no es un problema de salud mental (se hace un escáner cerebral que descarta cualquier mal físico y va a la consulta de un psiquiatra… por supuesto retratado de modo burlesco), la borrachera para superar ese mal trago que todavía se niega a admitir…

De nuevo son las seis a. m. en PunxsutawneyA partir de ese momento, y una vez aceptado que lo imposible se ha convertido para Phil en lo cotidiano, la historia se estructura en tres grandes partes, en función de la reacción central del protagonista a su nueva realidad. La primera es el espejismo de considerar que esa prisión en el fondo ofrece una infinita libertad: primero, la de hacer realidad cualquier transgresión (dentro de la superficialidad dramática del film, esto se traduce por comer hasta hincharse o hacer gamberradas retando a la policía) sabiendo que no tendrá ningún coste al volver todo a ser como era; segundo, la de utilizar el método de ensayo y error para atraerse a las mujeres (es decir, atesorar información a base de repetir un día y otro la misma aproximación), sin otro objeto que el sexo. Dentro de esto, su principal objetivo es acostarse con Rita, pero por mucho que va perfeccionando su método hasta saber cuál es el modelo de hombre de los sueños de su compañera, al final ésta siempre intuye que todo es representación y lo rechaza con una bofetada.

La segunda reacción es justo lo contraria: reconocer que se encuentra en una cárcel. Sin paredes, pero sin salida, que deja al misántropo ante la aterradora constatación de que cualquier relación personal que entable carece de futuro porque está condenada al olvido; mejor dicho, a no haber existido nunca. Esto da lugar a una profunda crisis existencial y a una depresión aún mayor que lo impulsan a intentar acabar con su sufrimiento mediante el suicidio. Pero por mucho que lo hace una y otra vez (es una pena, pero la tentación de la comedia hace que estos actos pierdan cualquier carga dramática y acaben actuando asimismo como gags), a las seis de la mañana del día siguiente vuelve a rematerializarse mientras suenan Sonny & Cher (¿cómo no odiarlos?). Completamente abatido, sin el menor deseo de hacer creer a nadie que todo va bien, Phil pierde todo deseo de hacer nada y se pasea por la ciudad como lo que en el fondo es: un fantasma.

Es entonces cuando se produce el punto de inflexión de la historia, cuando ese misántropo que gozaba de la soledad descubre lo terrible que es la soledad suprema: el aislamiento, la desincronización con el mundo. Ese especialista en ensimismamiento descubre la necesidad de la expresión hacia el exterior: necesita un amigo. Y ese amigo será Rita (el espectador siente que, por primera vez, Phil no la contempla como una persona bella y deseable, sino como una persona, sin más), a quien le cuenta la raíz de esa La pareja protagonista de Atrapado en el tiempo, Bill Murray y Andie MacDowelltragedia inimaginable para los demás (recuérdese: Rita lo conoció el día anterior, de modo que todavía está bajo la impresión negativa inicial). Por una vez el aire humorístico presta a la escena un tono agridulce muy conseguido: es muy ingenioso el modo en que se explica Phil —primero le dice que «soy un dios», a lo cual la católica Rita responde asombrada: «¡¿Dios?!»; «no Dios, sino un dios»—, y cuando hace una exhibición ante la muchacha de cómo conoce a cuantos se hallan en el bar suelta una reflexión verdaderamente espléndida: «quizá el auténtico Dios no sea omnipotente, sino que lleva tanto tiempo por aquí que lo conoce todo». Y entonces, cuando le pregunta si también lo conoce todo sobre ella, tiene lugar el más bello momento del film: al decirle a Rita que ha aprendido a saber cómo es, sus palabras desvelan por primera vez unos sentimientos y una sensibilidad de los que ni ésta ni el espectador lo creíamos capaz. Es por eso que cree su historia y acepta acompañarlo el resto del día, hasta que al despertarse, Phil vuelve a encontrarse solo.

Pero ahora sí sabe qué hacer. La historia recoge ahora la tercera reacción del protagonista: su camino hacia la luz (es decir, hacia Rita, asociada a la redención). Phil decide aprovechar el hecho de que —parafraseando el bonito título español de una entrañable adaptación cinematográfica de H. G. Wells— tiene todo el tiempo en sus manos.

La lástima es que si hasta ese momento, con sus irregularidades y defectos insoslayables, Atrapado en el tiempo era una película de lo más estimable, a partir de aquí se hunde casi por completo, por la franca incompetencia con que asume el definitivo giro del argumento hacia la redención dickensiana. El problema, hay que dejarlo claro, no está de ningún modo en ese propósito redentor —si lo pensara así, no soportaría el Cuento de Navidad, que me parece una de los más irrenunciables tesoros humanistas que ha dado la literatura— sino en la completa falta de sentido de la medida con que los responsables del film convierten al egoísta y misantrópico Phil en el altruista y santurrón Phil, prácticamente sin solución de continuidad.

El ángel de la guarda de Punxsutawney es además un magnífico pianistaYa es malo que el primer gesto del redimido sea pasar junto al anciano mendigo con el que tantas veces se ha cruzado en la misma esquina y, al rebuscar entre su dinero algún billete para darle como limosna… se los acabe entregando todos. A partir de ese momento, y junto a buenos detalles —por ejemplo, aprende a tocar el piano: es divertido comprobar cómo la profesora que inicialmente asiste a sus toscos manejos con el teclado acaba asombrada al descubrir el virtuosismo de quien en todo momento se presenta para su «primera» clase—, asistimos a todo un catálogo de horrores sensibleros, en cuanto que Phil cronometra cada uno de los incidentes de la ciudad en que puede ayudar a alguien (un niño que se cae de un árbol, un hombre que está a punto de asfixiarse al tragarse un hueso de pollo, ¡unas viejecitas cuyo automóvil pincha en mitad de la plaza!). Una vez más, se desaprovecha una lectura de mayor enjundia: Phil pasa de una prisión (vivir una y otra vez un día cuyos acontecimientos le resultan contingentes, es decir, le resultan indiferentes) a otra no sé si menos terrible, aunque ahora voluntaria (considerar todos y cada uno de esos acontecimientos como necesarios, y actuar en consecuencia, también una y otra vez). Dicho de otro e irónico modo, es como si desarrollara ahora un complejo de Mesías.

Por desgracia, el objeto de tanto altruismo (de cara a las plateas supuestamente repletas de espectadores tiernos y románticos) es convencer a Rita de que, ahora sí, Phil es el hombre de sus sueños. El inenarrable grand finale de la película consiste en un gran baile, en el que los habitantes de Punxsutawney tienen sobrada ocasión de derrochar encanto y de mostrarse adorables. En él, la asombrada Rita descubre que —en lo que para ella han sido unas pocas horas: elemento inquietante, incluso terrorífico, que se obvia alegremente— Phil se ha convertido en el ángel protector de la ciudad, en la persona más estimada del mundo porque ha tenido tiempo de ayudar a todo aquél que lo necesitaba: ¡si hasta le ha suscrito a su antiguo compañero todas las pólizas que éste ofertaba! (Con franqueza: incluso bajo este planteamiento ternurista, ¿tan difícil habría sido proponer tan solo uno o dos gestos de abnegación, y preocuparse por sugerir que el sacrificio está en que quién sabe cuántos días consecutivos lleva repitiendo el mismo gesto desinteresado?)

Encima, este final contiene momentos verdaderamente sonrojantes, de los cuales el más bochornoso, ventajista (e innecesario) hacia el personaje protagonista es aquél en que, para patentizar aún más el cambio en el carácter de Phil, Ramis se aviene a retratar a su compañero Larry como un tipo patético y sin atractivo (cosa que hasta ese momento de ningún modo había sido sugerido), en el curso de una de esas repelentes «subastas de solteros» que, con fines melosamente benéficos, conocemos precisamente de tanta película norteamericana. Mientras que por Phil pagan 339 dólares con 38 centavos —todo el dinero que Rita tiene en su monedero—, por el pobre Larry una anciana invierte… 25 centavos. Penoso.

Es por ello que el esperadísimo colofón —rodado por Ramis en la tradición de la narración clásica de Hollywood: se crea un pequeño suspense al dar las seis el despertador, incluso suena la misma canción y se repite el encuadre con Phil despertando boca arriba en la cama… antes de que cambien las palabras en la radio y el plano se abra para mostrarnos a Rita durmiendo a su lado— carece de la fuerza emotiva y de la pulsión romántica que eran necesarias. Es muy triste, pero Ramis es un mal discípulo de Frank Capra, y comparar Atrapado en el tiempo con ¡Qué bello es vivir! o Un gángster para un milagro, una insolencia. Y aun así, reconozco que no me cansa revisar de cuando en cuando Atrapado en el tiempo, y que lo hago con agrado: porque tal vez algo en el fondo de todos nosotros, ay, propende a complacerse con estas historias donde alguien sufre mucho para después redimirse por completo, y más si nos las cuentan con el aire clásico del Hollywood de siempre. Tal vez así sepamos qué hacer en el caso de que, de pronto, un día, al despertar, nos descubramos repitiendo la misma fastidiosa jornada que creímos olvidar ayer con el sueño. ¿O acaso no es justo eso la vida…?

La hora maldita en Atrapado en el tiempo

1 Harold Ramis (1944-2014) es un nombre vinculado, en un segundo plano al menos, al pésimo cine cómico de los años 80, ese que elevó al estrellato a la famosa (y para mí insoportable) generación del Saturday Night Live, uno de cuyos actores emblemáticos fue precisamente Bill Murray, de quien Ramis no solo fue compañero cazando fantasmas sino que ya lo había dirigido previamente en El club de los chalados (1980). Atrapado en el tiempo es su mejor película, y quizá su estimable estela le inspiró lo suficiente para rodar a continuación otras dos que, sin ser nada del otro mundo, al menos partían, como el film que nos ocupa, de situaciones de partida interesantes: Mis dobles, mi mujer y yo (1996), con un divertido Michael Keaton desdoblándose en diversos clones de muy distinto carácter para poder hacer frente a sus compromisos familiares, profesionales y personales (y Andie MacDowell de nuevo en el papel femenino), y Una terapia peligrosa (1999), donde Robert DeNiro se avenía a satirizar (o parodiar directamente) sus roles de gángster para Scorsese encarnando a un hampón que busca los servicios de un psicoanalista para superar el súbito miedo a la responsabilidad que lo atenaza, en vísperas de una importante reunión de jefazos.

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: Atrapado en el tiempo / Groundhog Day. Año: 1993

Dirección: Harold Ramis. Guión: Danny Rubin y Harold Ramis, según una historia del primero. Fotografía: John Bailey. Música: George Fenton. Reparto: Bill Murray (Phil Connor), Andie MacDowell (Rita), Chris Elliott (Larry). Dur.: 100 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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7 respuestas a Atrapado en el tiempo: un día en Punxsutawney y otro y otro y otro…

  1. Renaissance dijo:

    Lo de los personajes huraños o asociales que se redimen y aprecian las virtudes de las pequeñas cosas, de la familia, o de la vida en comunidad, era algo muy propio del cine mayoritario de los ochenta. Una actitud muy distinta, tanto en cinematografía como en mensajes (sin ir más lejos, en No matarás al vecino, el pecado de Tom Hanks era…querer pasar las vacaciones en su casa. Como cualquiera a día de hoy), a lo que vendría años después. Una década más tarde, se hacen muy patentes estos defectos y se nota el mensaje meloso, o a veces conformista. Pasa algo más el tiempo y lo que queda es esa manera de filmar, con sus defectos, pero que sigue manteniendo una cualidad disfrutable. Algo que también se hace evidente en uno de los exitazos de Murray en los ochenta, como fue cazafantasmas: hoy puedo seguirme riendo con ella, pero el mensaje buenrrollero comunitario es lo que parece más fuera de lugar.

    (Aunque yo también escape como de la peste de Semanas santas, Festas do Boi y reuniones colectivas para animar a la selección española, creo que cambiaría sin mirar cualquiera de estas fiestas por una con marmotas. Tienen más carisma)

    • En general, es un tipo de argumento que ha gustado siempre, pero que en el cine norteamericano tiene especial tradición. El problema no es el argumento sino la «obligación» de, primero, sentir antipatía incondicional hacia el personaje de Phil, y luego, cuando se vuelve «bueno», el deber de que se nos caiga la baba de complacencia. Ese es el mayor problema de «Atrapado en el tiempo», la imposibilidad de encontrar un margen que permite guardar alguna distancia para poder elegir: o estás con Phil o contra él, es la clara lectura. Y en mi caso, siendo Bill Murray, choco con otro grave problema de tolerancia. Por lo demás, es una película que se sigue con interés y que en el recuerdo merece simpatía. Pasan los días desde que la revisé y ya no me irrita tanto la redención sin paliativos de Phil, con que te diré…

  2. ALTAICA dijo:

    No obstante, recomiendo verlo en Flores rotas y en Lost in Translation. Por cierto, me ha resultado más que interesante y curioso el meticuloso análisis que haces de esta película, sin piedad, que efectivamente está llena de trampas almibaradas y demás concesiones, pero que pese en su insuficiencia tiene esa magia que la hace embaucadoramente entrañable. ¿O acaso no es justo eso la vida…? Un abrazo.

    • Como con «Atrapado en el tiempo», mi aprecio/rechazo por Bill Murray ha sufrido vaivenes con el tiempo: después de sus primeros y nefastos papeles hizo una serie de películas donde consiguió resultarme simpático («La chica del gángster», por ejemplo, y sobre todo una buena comedia, «¿Qué pasa con Bob?», que creo que contiene su mejor interpretación). En «Lost in Translation» creo, sin embargo, que lo que sorprende no es tanto su actuación como el muy diferente contexto en que la desarrolla. En «Flores rotas» ya abusa del registro «autista»: aparte que, siendo Jarmusch un director que me gusta mucho, creo que esta no es de sus buenas películas.

      En cuanto a «Atrapado en el tiempo», aunque tal vez el análisis haga creer que me parece muy mala… lo cierto es que también a mí me resulta entrañable en muchos aspectos, entre otras razones justo por esto que señalas al final.

      • altaica dijo:

        Pues mira por donde andas mi Flores rotas me encanta, y la estimo entre las mejores del cineasta independiente. Puede que en ella peque de un exceso de austeridad, pero en la de la hija de Coppola está soberbio.

  3. El nivel medio de la filmografía de Jarmusch es excelente, pero yo tengo un cariño especial a sus dos películas de episodios, «Mystery Train» y «Noche en la tierra», y a dos de sus thrillers, «Ghost Dog» y «Los límites del control». Curiosamente, todavía no he visto la última, «Sólo los amantes sobreviven», y eso que pertenece a uno de mis géneros favoritos, el vampírico. «Flores rotas» solo la he visto en el momento de su estreno y no he vuelto a revisarla.

  4. altaica dijo:

    Sin olvidar la magnífica Bajo el peso de la ley. Igualmente tengo pendiente la última. Un abrazo

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